49
Bella
Un Emmett que entra aceleradamente a mi oficina me detiene de continuar comiendo mis fresas. Lo observo mientras él mira alrededor antes de cerrar la puerta y cuando comienza a bajar las cortinas, le grito.
—¡Hey! ¿Qué haces?
—¡Estoy en crisis! —chilla sobre su hombro y se apresura a tomar asiento frente a mí.
Dejando mis fresas a un lado, lo miro, expectante. Él se pasa una mano por el rostro y lanza un suspiro. Luce frustrado y agitado.
—¿Qué pasa?
Emmett baja la mirada y observa el espacio entre sus rodillas antes de menear la cabeza. Se apoya en el respaldo de la silla y pasa sus manos sobre sus muslos, en un gesto ansioso.
—Rose… ella…—exhala—. Dijo que tenía algo importante qué decirme.
Oh.
Eso.
—¿Sobre qué? —pregunto con voz suave.
Emmett no responde por un buen rato. Espero pacientemente, reposando mis manos entrelazadas sobre mi abdomen.
—¿Conoces ese sentimiento de… cuando lo tienes todo? Cuando todo se ve tan jodidamente perfecto. Y luego ya no.
—Mmm—musito—. He estado ahí antes.
—Bueno. Es justo lo que estoy sintiendo ahora. Ella dijo que… De acuerdo—se rasca la nariz y mueve sus manos frente a él mientras explica—. Ella dijo que había algo muy importante que tenía que decirme, así que fui a su apartamento ayer por la noche. Me contó sobre su familia y luego reveló su secreto—dice todo esto mirando el piso. Alza la vista cuando no respondo.
Lo observo atentamente y aprecio sus facciones entristecidas. Su frente está arrugada y sus ojos oscuros están apagados, no tienen su brillo peculiar. Puedo ver cómo esto le parte el corazón. No me imagino cómo está Rose justo ahora.
—¿Lo sabías? —pregunta en un murmullo—. ¿Sabías esto?
Inhalo lentamente, contemplando decirle la verdad o comenzar a hacer preguntas pretendiendo que no entendí ni una cosa de lo que dijo.
—Si—acepto, alcanzando mi pluma sólo para hacer algo con mis manos—. Ella me contó.
Emmett exhala otra vez, se desinfla y su postura erguida deja de estar alerta.
—¿Desde cuándo sabes esto? —y parece que no puede ocultar el reproche en su voz.
—Probablemente ella te dijo cuándo se enteró.
—Dijo que a mediados de diciembre.
—Exacto—acepto—. Estaba tan triste. No sabía qué hacer. ¿Cómo estás tú?
—Tengo miedo—confiesa, sus ojos tornándose rojos por lágrimas contenidas—. Le dije que estaba bien. Quiero que todo esté bien, ¿sabes? Estoy esforzándome en ser positivo. Le dije que intentaremos todo, pero… es difícil.
—¿Por qué es difícil? Además de lo obvio.
—Porque…—se ríe sin humor, mirando sobre mi hombro—. Ella estaba devastada, dijo que tenía miedo de lo que yo pudiera decidir. Intenté calmarla, pero ahora… no sé. Había comenzado a encargarme del asunto de la casa, pero me detuvo. Dijo que mi apartamento funcionaría, que sería suficiente.
—¿Crees que está tratando de detener la boda?
—Exacto—asiente agitadamente con su cabeza—. O al menos quiere pausar nuestras vidas. Ya me había dicho que se tomaría un descanso por las fiestas, nunca creí que esta era la razón. Y las fiestas ya pasaron y ya me lo dijo y, honestamente, ayer por la noche no se veía muy motivada a seguir planeando la boda.
—Lo siento mucho, Emmett.
—Yo también—se sorbe la nariz y luego estira sus brazos sobre mi escritorio, apoyando la cabeza en uno de ellos—. No quiere creerme. Sé que piensa que cambiaré de opinión.
—¿Lo harás?
—¡No! —exclama, irguiéndose—. He estado con ella todo este tiempo, quiero casarme con ella no con un hijo hipotético.
—Ella está igual de asustada y destrozada que tú, Em. Lo mejor sería que ambos estén el uno para el otro. Sólo así podrán lidiar con esto. Juntos.
—No creo que ella quiera verme.
Frunzo el ceño.
—¿Por qué dices eso?
Él se reclina en la silla, llevándose las manos a la nuca.
—Ayer me echó de su casa. Luego de todo el desastre, le dije que quería pasar la noche ahí, que ambos nos sentiríamos mejor, pero se negó. Ni siquiera dejó que la besara.
—Rosalie no quiere atarte. Te está dando una salida.
—No quiero una salida. Se está preparando para el fiasco porque quiere fingir salir triunfante de esto, quiere sonreír y decir "ni siquiera me importaba tanto. Lo detuve de comprar una casa, ¿lo ven? No estaba tan metida en esto." Quiere conservar algo de dignidad… ego, no sé—sacude su cabeza.
—Tienes que ser paciente. Ella te necesita. Y tú a ella.
Emmett mira a la nada, su boca haciendo un puchero.
—Sólo… ella siempre estuvo abierta al embarazo. Siempre lo ha querido, lo sé. Dijo que no importaba si quedaba embarazada en algún punto y ahora…—sacude la cabeza—eso parece tan complicado.
—Será difícil, pero al final del día se tendrán el uno al otro y luego volverán a intentarlo una vez y otra vez más.
—Ojalá fuera fácil—continúa, como ignorando mis palabras—. Como todas esas mujeres que quedan embarazadas todo el tiempo. Incluso se embarazan usando protección—mi pecho se comprime y mis manos regresan instintivamente a mi vientre—. Quisiera eso para mí Rosie.
Trago.
El pensamiento intrusivo que estuve sofocando durante toda la conversación se desata y hace que las piernas me tiemblen. El anuncio será difícil. No quiero herir a nadie, no está en mí, no tengo el control, pero… no puedo evitar sentirme dividida. Me siento horriblemente, tan dividida y vacía.
—¿Qué? —Emmett murmura y no me doy cuenta de que tengo los ojos cerrados hasta que los abro.
—Nada, yo… sólo lamento todo esto.
xxx
Inicio el ciclo de lavado y me dirijo a la cocina dando brinquitos. Edward está sentado en el desayunador con su laptop frente a él y un par de hojas desperdigadas por ahí.
—Oye, ¿quieres ver otro episodio antes de que tengas que ir al bar? —pregunto, abriendo el lavavajillas para vaciarlo.
Él niega con la cabeza y chasquea la lengua.
—No puedo. Estoy algo ocupado.
—¿Qué estás haciendo?
—Presupuestando y revisando mis saldos.
Me río, mirándolo sobre mi hombro.
—¿Qué estás presupuestando? ¿Tus cinco dólares?
Me mira entre sus pestañas.
—Cállate.
Ruedo los ojos y continúo con mi tarea, echándole ojeadas de vez en cuando y preguntándome qué tan urgente puede ser. Su ceño está fruncido mientras da golpecitos en su cabeza con su lápiz, chasquea la lengua rítmicamente, tarareando.
—No, enserio, ¿por qué estás haciendo eso?
Edward suspira y estira sus piernas, mirándome.
—Tengo que—dice, tamborileando sus dedos en la mesa—. Estoy pensando en cosas.
—¿Qué cosas? —dejo las tazas en su lugar y camino hacia él. Edward desliza su silla lejos y me atrae a su regazo.
—Estoy contemplando la idea de ir al bar todas las noches—anuncia—. Terminaré temprano durante la semana.
Frunzo el ceño. No apreciando para nada su plan, que se traduce en menos tiempo juntos.
—Y también estoy pensando en invertir, pero tengo que analizarlo—dice, acariciando mi muslo, subiendo su mano hasta mi trasero.
—¿Por qué tienes que analizarlo?
—Porque no puedo correr un riesgo así de grande justo ahora—explica, dando palmadas—. Necesitaré el dinero. Ya sabes…—pica mi abdomen—. Hay un bebé en camino.
—Mmm. No tienes que hacer eso.
Él me frunce el ceño, alejando su rostro como si quisiera encontrar un ángulo más amplio del mío.
—¿Qué quieres decir?
—No tienes que preocuparte, Edward… Tengo el dinero.
Sus brazos dejan de rodearme y su espalda se apoya en la silla, poniendo una distancia entre ambos. Su ceño continúa fruncido.
—Es mi hijo.
—Lo sé, nunca dije que no lo era ni lo diré—coloco mis manos sobre su pecho, intentando aplacar esto antes de que estalle—. Pero tengo el dinero suficiente, no creo que tengamos qué…
—Quiero proveerle a mi hijo, ¿puedo hacer eso?
—Bien—acepto, saliendo de su regazo para continuar con los platos.
—Sé que eres Bella Swan y que eres rica, pero sólo… déjame hacer esto.
—Está bien—repito, queriendo entender su punto, pero la nostalgia de tenerlo más tiempo alejado de mí no me permite ser empática—. Hazlo.
—¿Podrías dejar los platos para después? En verdad tenemos que hablar de esto.
—Creí que ya habíamos hablado de todo—musito, de pronto de mal humor.
—Vamos, Bella, sabes mejor que eso.
Con un suspiro, arrojo las cucharas al cajón, rindiéndome. Me siento frente a él.
—¿Crees que invertir en el bar sea una buena idea?
—Si, lo creo. ¿Por qué estás preguntándome esto? —juego con un borrador entre mis dedos—. Es tu decisión.
—Es algo que nos concierne a los dos. Y las noches en el bar también.
—¿No deberías hablar con ellos primero?
—Ya hablé con ellos.
—¿Y qué dijeron?
—Que era mi decisión.
—Ahí lo tienes. Hazlo.
—¿Estás bien con eso?
No.
—Si, ya dije que sí—le entrecierro los ojos. Ahora que sé que quiere hacer esto, se lo permitiré. Tener suficiente dinero para los hijos es un gran asunto, así que lo haré feliz y lo dejaré hacer lo que desee. Sin importar qué tan en desacuerdo yo esté. De cualquier forma, lo tengo cubierto, pero eso es algo que no le diré.
—¿Y sobre las noches?
No, tampoco.
—Si—respondo en su lugar, a regañadientes.
—¿Por qué no luces tan convencida?
Suspiro, cruzándome de brazos.
—Lo estoy.
—Claro que no—me mira con ojos entrecerrados y ladea la cabeza, como si estuviera evaluándome.
—Porque voy a extrañarte—confieso.
Sus ojos brillan, pero mantiene su rostro serio, mordiéndose el labio inferior para sofocar una sonrisa.
—¿Qué dices sobre compensarlo? —mira su muñeca, aunque no lleva un reloj—. Tenemos como quince minutos.
—Creí que estabas ocupado—respondo cuando él se pone de pie y se cierne sobre mí, jalando mi mano—. Ya sabes, presupuestando.
—Son cinco dólares después de todo—me guiña, dándome una sonrisa torcida, antes de tomarme en brazos estilo novia.
xxx
Edward corre por el pasillo hasta detenerse en la entrada de la sala. Me doy cuenta de que estoy sonriendo antes de siquiera mirarlo. Bloqueo mi iPad, que contiene mis diseños deseados para la habitación del bebé, y lo miro. Está cargando las bolsas de la cena y me frunce el ceño.
—Espera aquí—murmura y se gira para ir a la cocina—. ¡No vengas!
—¿Por qué no? —grito de vuelta, frunciéndole el ceño a la distancia.
—Tengo un regalo—un ruido de algo cayéndose y un "mierda" mascullado me hacen reír y luego él regresa, con las manos detrás de su espalda—. Pero debes cerrar los ojos primero.
—¿Es algo que me gustará? —inquiero, obedeciéndolo y envarándome en mi asiento, de pronto ansiosa por eso tan importante que tiene que mostrarme.
—No es para ti… técnicamente—murmura y lo siento acercarse—. No mires.
—No estoy mirando.
—Mmm, de acuerdo—musita, conspirador y se sienta a mi lado. Deja una caja en mi regazo y mis manos se van a ella inmediatamente, tanteando. Parece una caja de zapatos.
—¿Son zapatos?
—Ábrela, ¡pero no veas!
La tapa cae suavemente sobre mis pies y él detiene mis manos, que están listas para inspeccionar.
—Ya puedes abrirlos.
—¡Oh, Edward! —jadeo.
Es un par de tenis blancos increíblemente pequeños, con amortiguador y agujetas blancas con franjas negras. Su interior es amarillo y tienen detalles rojos y azules alrededor. Lucen como si los hubiera sacado directamente de una revista de los 90.
—¡Mira esto! ¡Son preciosos!
Él está sonriendo, su índice derecho tallando mi antebrazo y sus ojos achinados.
—¿Te gustan?
—Son tan… tiernos—suelto una risita y los sopeso en mis manos. Son ligeros.
—Los vi en una tienda del centro—explica—. Estaban en el aparador y tuve que comprarlos.
Un sentimiento cálido se extiende por mi pecho mientras lo miro. Luce feliz, como si hubiera logrado una gran hazaña.
—Ya sabes…—se encoge de hombros, la sonrisa todavía bailando en sus labios—. Algún día los usará, tal vez no dará sus primeros pasos en ellos, pero funcionarán después—suspira—. Cuando sea más grande y pueda andar por sí solo, tal vez se apoye de la pared. Pensé en el sonido de sus pasos irregulares en el pasillo…
—Detente—musito llena de emoción. Los ojos se me llenan de lágrimas y sacudo la cabeza. Él se ríe bajito.
—Ya quiero conocerlo—añade en voz baja luego de un rato, tomando un tenis en su mano.
—Yo también—estoy a punto de preguntarle si prefiere un niño o una niña cuando alguien llama a la puerta.
—Iré a ver quién es—dice y deja ambos tenis en la caja, colocándola en la mesa de centro.
Me froto los ojos, limpiándome las lágrimas de las pestañas y alcanzo mi iPad. Escucho su saludo y luego tacones resuenan en el piso al mismo tiempo que la voz de Rose dice que no sabía dónde podría encontrarme.
—Oh, hola—me sonríe desde la entrada a la sala—. Tengo algo para ti.
Camino hacia ella y Edward se dirige a la cocina.
—¿Quieres agua o algo? —le pregunta sobre su hombro.
—No, gracias. Sólo estoy de paso—le responde Rosalie y él se pierde. Ella me mira—. Necesito tu ayuda… otra vez—condescendiente, alza las cejas, como dándome una pista.
—¿Reanudaste los planes de la boda? —sonrío.
—Si—me regresa el gesto y luego su pecho se expande cuando respira profundamente—. Creo que es hora. Ya hablé muchas veces con Emmett, ¿sabes? Seguiré con esto… hasta que ya no.
Asiento, frotando sus brazos.
—Estoy feliz por eso, pero no va a llegar ese momento. Nunca—asiento con la cabeza, deseando hacerla entender.
—Bien—susurra—. Así que ahora tengo un montón de cosas atrasadas—rueda los ojos y da un par de pasos al frente, rodeándome—. Emmett y yo visitaremos locaciones y tú me ayudarás con la renta del mobiliario—continúa diciendo mientras coloca revistas sobre el sofá de la esquina—. Te dejaré estos catálogos para…—se detiene abruptamente.
Su mirada está pegada a la caja de zapatos sobre la mesa de centro, su boca ligeramente abierta y luego se envara lentamente.
Me coloco entre ella y la mesa de un salto.
Mierda. Mierda. Mierda.
No era el momento. No así.
—¿De quién…? —finalmente me mira a la cara, antes de que sus ojos vayan a mi abdomen—. ¿Estás embarazada? —susurra adolorida.
Noto el momento exacto en que se da cuenta de que no necesita una respuesta. Su rostro se pone pálido y sus ojos se abren un poco más, aunque se apagan.
Sostengo su mirada y ella eventualmente cierra la boca y ajusta el bolso en su hombro.
—Dios—exhala y se mira los pies, cruzándose de brazos.
—No era así como quería que te enteraras—murmuro, escuchando el ruido distante que Edward hace en la cocina.
—Yo… eh… no te preocupes por eso—le resta importancia con un gesto de mano—. No hay necesidad de sentir lástima—continúa y sé que eso es un montón de mierda porque su barbilla está temblando—¡Eso es genial! ¿Cuánto tiempo tienes?
—Un mes, casi dos.
—Oh—boquea y se esfuerza en sonreír otra vez. Puedo notar su incomodidad y dolor, es tan palpable en el ambiente que deseo que la tierra se abra ya—. Eso es… maravilloso—su voz sale en un hilo pensativo.
No digo nada más.
La observo mientras se acomoda el cabello en un intento por parecer apurada y lista para irse.
Entonces, Edward apoya su codo en el umbral de la entrada mientras bebe despreocupadamente de una cerveza.
—Felicidades, Bella—murmura Rose, pero por su tono pareciera que está felicitando a los asistentes de un funeral. Se aproxima al pasillo y al notar a Edward, se mira los pies.
—No quiero que nadie lo sepa todavía—la detengo por el codo, tratando de obviar el hecho de que este es un momento trascendental que no está saliendo como debió haber salido—. Por favor.
Ella niega con la cabeza e intenta darme una sonrisa, pero sus labios apenas se mueven.
—Claro que no—musita. Nos echa una ojeada breve, como si no pudiera vernos a la cara y toma el pomo de la puerta principal—. Sólo revisa… eso—señala descuidadamente hacia la sala—. Nos vemos luego. Adiós, Edward.
Y con eso, se va.
Mis piernas están a punto de doblarse y me rasco la frente. Cómo pude haber sido tan estúpida. Debí haber evitado que entrara a la sala, debí haber mantenido esta conversación en el frío aire de afuera, entre la nieve que no deja de caer.
—¿Qué rayos fue eso? —Edward no tarda en preguntar, caminando y dejándose caer patosamente sobre el sofá.
—¿Qué? Nada, ¿de qué hablas? —voy hacia él.
—Bueno…—suspira, enterrando su cerveza entre sus piernas—. Por lo que pude ver, ella se enteró de que estás embarazada y no sé mucho de bebés, pero sí sé que usualmente esa es una buena noticia y todos hacen un gran alboroto. En especial las mejores amigas.
Le doy una mala mirada desde mi lugar y me alza las cejas, expectante.
—Vio los zapatos y sumó dos y dos.
—Bien. ¿Y qué hay sobre lo otro?
—¿Sobre la falta de alboroto?
—Ajá.
Suspiro, rindiéndome. Edward estira su brazo y me envuelve en él, besándome el costado de la cabeza.
—Es algo… es Rose, ella…—me derrito contra él—. Todo parece apuntar a que se pondrá endemoniadamente incómodo.
Él no dice nada, sólo espera mi explicación y le da un trago a su cerveza, apoyándola en el reposa brazos.
—Acaba de enterarse sobre algunos problemas de fertilidad—lo miro y él ladea la cabeza, contemplando la situación.
—Oh—musita.
—Si, oh.
—Mierda. Lamento eso.
—Si, Edward, yo también lo lamento—murmuro, enterrando mi rostro en mis manos, con la certeza de que acabo de romperle el corazón a mi mejor amiga y no hay nada que pueda hacer al respecto.
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El pasillo de bebés llama mi atención cuando estoy en camino al área de frutas y verduras, así que me detengo y miro alrededor.
Alcanzo un mameluco de "amo a mi papi" color verde lima. Es una buena idea dárselo a Edward, considerando que él se encargó de calentar mi pecho y hacerme llorar con los tenis que compró la semana pasada. Estoy girando el mameluco en mis manos cuando alguien choca su carrito con el mío.
—¿Qué haces aquí? —pregunta una voz demasiado familiar y dejo el atuendo como si quemara.
—Hey, hola, Ang—la saludo y ella sigue mis movimientos sobre la prenda—. Estoy… comprando—respondo nerviosa, balanceando mi peso en mi pie derecho.
Ella entrecierra los ojos.
—¿Comprando mamelucos? ¿Tienes un perro acaso? —alza las cejas y pasa sus dedos por el otro anaquel de prendas.
—No—le ruedo los ojos—. Estaba… buscando eh…—miro alrededor y alcanzo la primera botella que veo. Es aceite—Aceite de bebé, tengo… mis manos están secas.
—Ah—asiente—. El aceite me funciona también—apoya sus codos en su carrito y me sonríe antes de ajustarse los anteojos—. ¿Cómo estás? ¡Oh, mira esto! —alcanza unas calcetas—. Qué ternura.
—Seh—murmuro—. Estoy bien, ¿cómo estás tú?
Necesito cambiar el rumbo de la conversación urgentemente. Funcionaría si saliéramos del departamento de bebés.
—Genial—responde, comenzando a andar. No tardo en seguirla—. Aunque cansada. Parece que mis niños tienen la fiebre de la locura porque me están sacando de mis casillas y luego tengo trabajos que calificar y preparar el asunto del Día de San Valentín—explica, avanzando hasta el pasillo de cuidado personal.
—Ah, qué mal.
—Y Rosalie…—me rueda los ojos—me está volviendo loca con lo de la boda. Si no estoy preparando mis clases estoy con ella, planeando, organizando y visitando lugares.
La miro rápidamente, pero ella parece no notar mi mirada porque sus ojos viajan por el estante, como si buscara el mejor champú.
—Planeando, eh—murmuro, alcanzando también mi champú favorito.
Rosalie no ha respondido mis mensajes sobre los catálogos que dejó en mi casa y no me ha molestado en una semana entera respecto a la boda. Sospecho que me está delegando de mi papel como dama de honor.
¿Ocupa Ángela ese lugar ahora?
—Si—ella suspira y toma una mascarilla capilar—. Apenas y logré escaparme hoy para venir a hacer las compras…—su celular vibra y la interrumpe— y ya me está buscando—dice, tecleando un mensaje. Sus uñas largas resuenan en la pantalla de su teléfono.
—Bueno, entonces ve con ella—digo, deseando continuar con mis compras y dejar este sentimiento incómodo de culpabilidad atrás.
—¡No! Espera, no te vayas—me detiene—. ¿Qué con San Valentín?
—¿San Valentín?
—Si, ¿vamos a salir o algo? No tengo una cita.
—Yo si—le recuerdo con una sonrisa presumida y ella rueda los ojos.
—¡Vamos, Bella!
Asiento.
—Hagamos planes. Dile a Jessica.
—¿El 13 les va bien? —alza las cejas—. Ya sabes… a ustedes que tienen una cita—finaliza con desdén.
Le ruedo los ojos.
—Por mí sí—me encojo.
—De acuerdo—acepta con una sonrisa—. Se los haré saber. Te veo por ahí. Te quiero—besa mi mejilla y la despido con una sonrisa.
Ella se va empujando su carrito y trotando por el pasillo.
Me quedo en mi lugar hasta que la veo perderse en dirección a las cajas. Camino sobre mis pasos y tomo el mameluco, deseando que una vez que termine mis compras, Ángela no esté por aquí y descubra mi secreto.
Un capítulo bastante dramático, debería decir.
Veamos qué ocurre con este secreto medio descubierto.
Muchas gracias por seguir leyendo.
Un gran abrazo.
