Disclaimer: Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer, pero la historia es completamente mía. Está PROHIBIDA su copia, ya sea parcial o total. Di NO al plagio. CONTIENE ESCENAS SEXUALES 18.


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Capítulo 14:

Madre

Todo lo que hubo fue un desbordante silencio.

Me aferré a la baranda del balcón y respiré hondo, luego me di la vuelta y enfrenté la realidad.

—Al igual que lo tuyo, lo nuestro fue un contrato —confesé—. Carlisle era como un padre para mí.

Edward continuaba espástico y en su rostro no se dibujaba ninguna expresión.

—Quisiera decir que lo siento, pero nunca voy a arrepentirme de haberlo hecho. Tampoco pediré perdón, no lo debo ni lo siento.

Respiré hondo para proseguir.

—Carlisle me contrató para limpiar su despacho cuando nadie quería darme un trabajo. Escapé de casa, apenas me exigieron que me fuera, a la deriva, sola, pues no tenía a nadie que me cobijara. Él fue muy bueno, Elizabeth también. Tuve la suerte de que me aceptaran en una agencia doméstica, así que comencé a trabajar ahí.

'—Nunca supe lo que era el frío, me pagaban muy bien y quisieron ayudarme siempre. Ellos se convirtieron en mis padres y siempre estaré agradecida de lo que hicieron por mí.

'—Aquello ocurría cuando tu padre estaba en el divorcio y Esme no quería ser parte de ese escándalo. Recuerdo cuando la veía entrar de manera violenta, buscando explicaciones, manifestando su poder, el que no quería perder, por supuesto. La primera vez que la vi supe que debía mantenerme lejos, pero claro, como era la empleada de limpieza, ella no sospechó de mí.

—¿Hasta cuándo? —me preguntó Edward, volviendo en sí.

Su voz era rasposa.

—Elizabeth me había comprado un vestido. Era mi cumpleaños, y a pesar de que no quería celebrarlo, ellos me instaron a hacerlo. Habían preparado una cena, algo simple, por lo que me presenté preparada y muy ilusionada, pero ella apareció en el momento preciso para acallar todas sus dudas: yo me había convertido en la amante ante sus ojos.

Bufó y acostó la espalda en el respaldo del sofá, mirando al cielo de forma inerte.

—¿Por qué, Bella? ¿Por qué quería casarse contigo?

Nos miramos a los ojos y yo sonreí de forma triste.

—Él buscaba alejar a tu madre de todo, sacarla de su vida con lo que más le dolía, que era el dinero, el prestigio y el nombre. Sabía perfectamente que no quería dejar de ser la gran señora Cullen. —Puse una mano en su brazo, actuando con cuidado y suavidad—. Yo estaba embarazada.

Arqueó las cejas y su boca se abrió, pero no dijo nada.

—Fue en una fiesta, todo ocurrió sin planearlo, apenas recuerdo quién era el chico, yo estaba muy borracha. —Tragué y luego me aclaré la garganta—. Cuando Carlisle notó que estaba embarazada, no dudó en ayudarme. Siempre fue tan protector, tan dulce y paternal. Para él eran sus nietas…

—¿Sus nietas?

Asentí con los ojos llorosos.

—Eran mellizas.

Su barbilla tembló al igual que la mía.

Volví a suspirar y me lamí los labios.

—¿Acaso mi madre lo supo?

Cerré los ojos y le respondí con un débil "".

—Creía que estabas embarazada de mi padre.

—Me odiaba tanto, Edward, lo veía en sus ojos, en sus gestos y en la manera que esperaba golpearme o hacerme añicos con sus propias manos. Tu padre quería dármelo todo.

Se pasó las manos por el rostro y el cabello, mirando hacia todos lados, como si comenzara a desesperarse.

—Ellas…

—Iba en el coche, de pronto recuerdo haber cerrado mis ojos cuando sentí un golpe; luego supe que habíamos tenido un accidente de tráfico. Tuve una hemorragia severa y debían inducir mi parto, pero no podía recobrar la conciencia, no lo suficiente para ver a mis hijas nacer. Solo guardo un recuerdo: las tuve en mis brazos unos pocos segundos antes de que me las arrebataran. Una de mis pequeñas murió, no lo resistió, y la otra…

No pude continuar. Cada vez que relataba ese atroz momento, mi voz dejaba de existir.

—Mi otra hija desapareció.

Se levantó y caminó como un león enjaulado y apretaba las manos de ira. Su mandíbula estaba apretada.

—Esme me visitó en medio de mi recuperación. Yo estaba muerta en vida. Solo rememoro su sonrisa, sus constantes agradecimientos a Dios por haberme causado tal daño y dejarme rota.

Sus ojos se abrieron con tal fuerza que sus ojos parecían a punto de salir de sus cuencas.

—Sé que vendieron a mi hija y que en algún lugar está mi otra pequeña.

—Esme —susurró.

—Carlisle estaba impregnado en la culpa y me prometió que tarde o temprano iba a recuperarlas.

—Te cedió todo para que pudieras encontrarlas.

—Sí, Edward, sí.

Gemí y lloré.

—Nos casamos para que tuviera todo su dinero, sus contactos, el poder que me brindaba ser la nueva esposa de Carlisle Cullen, todo con tal de dar con ellas. Él solo quería ayudarme y la única posibilidad era esa, pero también quería dañar a Esme, quería hacerla sufrir tanto con tal de vengarse por el daño que me hizo. Desde entonces me preparé para ser lo que siempre estuve demostrando ante los ojos expectantes de la prensa, pero su muerte llegó antes de que pudiera hacer más. Me quedé con todo, lo suficiente para dar con mis hijas. Serafín se transformó en mi mano derecha y Elizabeth mi gran mentora, pero perder a quien se había convertido en mi segundo padre nunca iba a sanar.

Me levanté también y me paré frente a él para que dejara de recorrer la terraza del balcón; estaba desesperándome.

—Voy a dañar a Esme Cullen, le haré tanto daño que no me importa qué deba hacer. Estoy segura de que me quitó a mis hijas y no me cansaré hasta que me implore perdón, una y otra vez, y no, no la perdonaré.

Dejé que mis lágrimas volvieran a salir, no obstante contárselo a Edward se sentía tan desgarrador que simplemente sollocé ahogada, inquieta y completamente rota.

—Por eso estabas en Chicago —agregó—. Fuiste a por ellas, ¿no?

—Quería respuestas. Ahí vivía una de las mujeres que asistieron mi parto, pero, ¡carajo!, ¡estaba muerta! —chillé con rabia.

—¡¿Qué?! —bramó.

—Dicen que fue un suicidio, pero me niego a creerlo. ¡Quiero encontrarlas, maldita sea! ¡No quiero morir sin saber dónde está mi hija muerta y la única que suplico que viva! ¡No sé siquiera si mi otra pequeña está bien cuidada! Me aterra que la dañen, que esté en algún orfanato y nadie la ame, ¡que nunca me conozca!

Cuando sentí sus brazos me derrumbé y puse mi cabeza en su pecho, dejando ir el llanto, el desgarro y la desesperación.

Eso era todo lo que necesitaba, contención y saber que él estaría aquí.

Me apretó más, como si buscara recomponerme. Su respiración había aumentado de frecuencia, pero se mantuvo en silencio, lo que agradecí enormemente.

—Lo necesitaba tanto —susurré.

Acaricié su torso y luego su pecho, acurrucada en el mejor lugar que ansiaba en estos momentos. El calor de Edward me proporcionaba seguridad y protección, el saber que no estaba sola en un instante en el cual mi vulnerabilidad parecía mi principal enemigo.

—Lo siento tanto —musitó—. Realmente lo siento mucho.

—Todo lo que necesitabas saber de mí es esto, Edward, es todo lo que me ha llevado a encontrarte.

Subí mi mirada hasta su rostro y al ver la tristeza honda en su iris, solo pude llevar mis manos a su rostro y agradecerle.

—Gracias por escucharme.

Cerró los ojos con fuerza y respiró hondo.

—Y yo fui un monstruo desde el primer instante.

—Todos llevamos una carga, no lo sabías…

—No lo sabía y decidí continuar con las manipulaciones de mi madre. Soy un hombre, no un niño, y aun así confié en que estaba haciendo lo correcto por el bien de mi familia. Siempre erré.

Me restregué en su pecho y él me acarició el cabello.

—Tu padre era un gran hombre y sé que jamás pensó mal de ti.

Tragó y apretó los labios.

—Lo hiciste para proteger a tus hermanas.

—Siempre voy a estar aquí, Bella, siempre.

Sonreí y volví a llorar.

—Aún no sé qué hacer, mi madre… —Intentó respirar—. Mi madre ni siquiera merece llamarse así. Madre… —Jadeó—. A pesar de que siempre supe de lo que podía ser capaz, jamás creí que podía hacerle esto a alguien, menos a ti, Bella, menos a ti.

—La odio. La odio tanto que ni te imaginas de lo que sería capaz. No me importa convertirme en una criminal, no me permito imponer mi moralidad ni ser un ser inocente esperando a que el cielo o el infierno hagan lo suyo con ella. Sé que es tu madre, pero si en este momento tuviera un arma…

—Lo sé —musitó—. Realmente lo sé.

Tomó mi mandíbula.

—Quiero que sepas que, a pesar de que ahora sé la realidad, nada de mí ha cambiado, sigo sintiendo lo mismo por ti. Siempre estuve dispuesto a olvidar lo que significó tu relación con mi padre.

—No necesitas decirlo.

Sonrió con un dejo de tristeza.

—Sé que tienes aliados, cariño, pero voy a mover cielo, mar y tierra por encontrarlas, así sea lo último que haga en esta vida.

Asentí entre gemidos.

—Abrázame, solo haz eso, por favor.

Me besó y yo me envolví en su cuello, poniéndome de puntillas para alcanzarlo con toda la desesperación que cubría mi cuerpo. Sus brazos rodearon mi cintura y nuestras bocas se unieron en un enlace más pasional, con nuestras lenguas dando roces furtivos e intensos.

—Ven aquí —agregó al separarse.

Se acomodó en el sofá y tiró de mí para que me cobijara en su regazo. Mi cabeza estaba en sus muslos y él aprovechó de acariciar mis cabellos.

—Voy a encontrarlas —insistió—, te lo prometo.

—Cada vez que te oigo siento paz.

—Tengo tanto que pensar, tanto que digerir, pero jamás me moveré de tu lado, salvo que tú me lo pidas.

Negué.

—No quiero que eso suceda.

Continuó con sus caricias y yo rápidamente comencé a relajarme, poco a poco, calmando mi respiración, el latido de mi corazón y la amarga tristeza.

—Dímelo. Dime "cariño" otra vez.

—Siempre te lo diré, cariño, en cada segundo que te vea a los ojos.

Sonreí y cerré mis ojos, dejando que mi cuerpo disfrutara de Edward… Mi hermoso Bastardo.

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La luz del sol me daba en la cara. El calor era avasallador, tanto que acabé abriendo los ojos con mucha dificultad. Por un momento me desorienté, sin saber dónde me encontraba… hasta que caí en cuenta de todo lo que había sucedido la noche anterior. Sin embargo, Edward no estaba conmigo. Me levanté mientras me restregaba los ojos y dejaba a un lado la pesada manta de lana. En la terraza todavía estaba encendida la estufa, y con ayuda de la luz de la mañana, no sentí frío.

Entré al departamento y volví a mirar, buscándolo, pero seguía sin aparecer.

—¿Edward?

De pronto sentí el suave aroma del huevo y el tocino, por lo que me guie por él hasta la cocina y finalmente lo encontré. Estaba cocinando con un delantal floreado. Se movía entre la cafetera y la sartén, que movía con bastante maestría.

Sonreí.

—Buenos días —le dije, llamando su atención.

Se giró con otra sonrisa, pero sorpresiva.

—Buenos días. No pensé que despertarías tan pronto.

—¿Qué hora es? —inquirí mientras me acercaba y lo abrazaba.

—Pasan de las ocho.

—Oh. No me di cuenta de que me había quedado dormida.

—Espero que no hayas pasado frío. No quise despertarte, estabas muy cómoda.

—Descuida, dormí muy bien.

Iba a besarme, pero lo detuve.

—Acabo de despertar, no me he cepillado los dientes.

Se rio.

—No me interesa.

Me tomó las mejillas y lo hizo a pesar de mi protesta, sacándome una sonrisa.

—¿Así que me haces el desayuno?

—Por supuesto. ¿Qué clase de anfitrión sería si no?

—Huele muy bien.

—Todo hombre funcional debe saber hacer un desayuno.

—Claro que lo eres.

Continué abrazándolo, contenta de tenerlo conmigo y poder disfrutar de todo lo que la vida me regalaba a su lado.

—Te ves muy guapo con este delantal —susurré.

—Ah, mierda, es lo único que encontré.

Me reí yo esta vez y aproveché de mirarlo; estaba sonrojado, lo que me enterneció mucho.

—Estoy siendo sincera.

Sonrió.

—¿Estás bien?

Asentí.

—Contigo lo estoy.

Me besó la frente.

—¿Café?

—Claro.

—Siéntate.

—¿Siempre eres tan mandón? Oh, claro, cómo no saberlo —jugueteé.

—Sabes perfectamente en qué soy mandón —me susurró al oído.

Me reí.

A pesar de todo el dolor de ayer, estaba muy feliz.

—¿Te gusta el jugo de naranja?

—Me encanta.

—Perfecto.

Me senté en la silla que estaba frente a la isla de la cocina y lo miré cortar las naranjas una a una, embelesada y perdida por él. Sin embargo, cuando terminaba de cortar la última fruta, dio un pequeño gruñido y se alejó, llevándose la mano al regazo mientras ésta sangraba, derramando un camino al rojo vivo que llegó hasta el suelo.

—Ay, no —gemí, corriendo a por un paño para detener el sangrado.

Pero cuando iba a tomar sus manos, me detuve cuando lo vi temblando, sosteniendo la mirada en el vacío, perdido y abruptamente quebrado.

—¿Edward? ¿Qué ocurre? —inquirí, intentando tocarlo una vez más.

—¡No! —gritó, alejándome con algo de brusquedad.

Me quedé estupefacta.

Su respiración comenzó a acelerarse a medida que la sangre seguía cayendo. Su mano continuaba pegada a su pecho, como si estuviera celoso de que cualquiera se la tocara o siquiera pensara en cuidar de ella. Su rostro me descompuso, la tristeza, el terror y la desesperación eran inconfundibles.

—Edward —insistí, ansiosa por ayudarlo.

El temblor se hizo más intenso y siguió alejándose de mí.

—Por favor, aléjate y no me toques. Necesito un momento —susurró con mucha dificultad.

Me quedé como una piedra cuando la soledad me cubrió. No sabía qué pensar ni cómo actuar.

Sus manos heridas… Las cicatrices…

Tragué con fuerza.

Me puse a limpiar el suelo con rapidez, buscando ignorar el color y el olor, algo que me inquietaba, sobre todo cuando era la suya. No obstante, rápidamente pasé a la nostalgia, los recuerdos de ese pasado donde conocí a Carlisle y la vida me cambió del cielo a la tierra.

—Descuide, yo limpiaré —me dijo Anna, asustándome—. Oh, no quería sorprenderla, lo siento mucho.

—No necesita hacerlo, descuide.

—Pero, señora…

Me reí.

—No necesita llamarme así.

—Pero ahora usted y el señor Cullen… Para mí lo es, la señora de todo esto.

Me ruboricé un poco.

—Umm…

—Si el señor ha hecho todo esto por usted, significa que sí.

—¿Eso crees?

—Tendría que ser muy despistada para no darme cuenta.

No supe qué decirle.

—¡Be! ¡Be! ¡Be! —chilló Demian, quien se venía acercando.

Anna aprovechó de continuar limpiando, ya que yo me levanté para recibirlo.

—¡DeDe! —lo llamé.

Venía corriendo y cuando me vio se vino a mis brazos.

—¡Aquí! ¡Tú!

Me tomó las mejillas con sus pequeñas manos.

—Sí, aquí estoy. —Le sonreí—. No podía irme tan pronto.

—¿Y pa?

Suspiré.

—Está…

—Aquí estoy.

Lo miré con mucha timidez y él lo hizo de la misma forma.

—¡Papi! —gritó.

Lo bajé y también corrió a sus brazos.

—¿Qué tal si desayunamos? —le preguntó.

—¿Con Be?

Edward sonrió con suavidad.

—Por supuesto. —Miró cómo Anna terminaba de limpiar—. ¿Puedes prepararlo mientras? Necesito mostrarle algo a Bella.

—No tardaremos —le dije al pequeño.

La ama de llaves asintió y Edward me pidió que saliéramos. Caminé junto a él, silenciosa y cuidadosa.

—Bella, lo siento —murmuró con el ceño fruncido y mirándome a los ojos.

Asentí.

—De verdad, no quería ser brusco contigo, pero el pánico… Mierda, realmente no quise, pero esto a veces es demasiado aterrador, no puedo controlarlo.

—No quería incomodarte.

Arqueó las cejas y me tomó el rostro.

Fue ahí cuando me di cuenta de que estaba usando guantes.

La sensación angustiante se había vuelto mucho más fuerte.

—No me gustan tus guantes.

—Lo sé.

Tragué.

—Prometo que no es por ti, es…

—¿Algún día serás sincero conmigo? —lo interrumpí.

—Lo haré pronto, cariño, te lo juro. Solo necesito el momento correcto, es muy difícil para mí contarlo todo, por favor, entiéndeme. Es demasiado duro, todavía me aterra y desespera, pero lo haré.

Su voz era tan desesperada que lo único que pude hacer fue abrazarlo. Edward lo hizo también, pero con demasiada fuerza.

—No quiero que te alejes, no lo soporto.

—Entonces no lo hagas —le susurré.

—Lo siento, de verdad lo siento mucho.

Lo cobijé en mi cuello y acaricié su nuca. Quería reconfortarlo como lo había hecho él anoche, que supiera que siempre podría confiar en mí.

—Tus guantes me aterran, porque sé que son tu guarida. En realidad, solo los disfruto cuando me llevas a la cama.

Lo sentí reír, lo que me contagió.

—No me tientes, cariño, cada vez se me hace más difícil.

—Estoy perdiendo los estribos, pero solo hemos tenido dos citas —le jugueteé.

Se rio y me besó la frente.

—Todo será a tu tiempo, a veces debemos saber cuál es el momento correcto —afirmó.

Suspiré.

—Estaré disponible para que me cuentes tus sombras, sólo quiero que sepas que puedes contar conmigo y confiar en mí —le dije.

—Confío ciegamente en ti.

Sonreí.

—¿Pa? ¿Be? —dijo DeDe, llamando nuestra atención.

El pequeño nos miraba con curiosidad.

—Lo había olvidado, tenemos que desayunar.

Edward iba a seguir a su hijo, pero alcancé a poner mi mano en su muñeca, impidiéndoselo.

—¿Tu mano está bien? —le pregunté.

—Sí, todo está bien.

Asentí y me propuse fingir que me había tranquilizado, sin embargo, las preguntas no dejaban de crecer en mi cabeza y la preocupación por entender qué estaba sucediendo. Solo una cosa me seguía inquietando hasta el desespero: ¿qué había pasado con sus manos?

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Dejé la taza a un lado, satisfecha por el café de grano. Los huevos y el tocino me habían hecho entrar en un espiral de nostalgia y mi estómago también lo agradecía. Aun así, lo que más me tenía alegre era ver la felicidad de Demian mientras comía con sus manos, ajeno a todo y viviendo en su burbuja de dicha.

—Tenías hambre, ¿no es así? —le dije, alargando mi mano para acariciar sus mejillas.

Él asintió y continuó con su cometido.

Me quedé un buen rato mirándolo, volviendo a recordar a mis hijas.

Suspiré.

Sentía mucha conexión con Demian, pero parte de ello me hacía sentir desesperada por encontrar a mis mellizas, aunque la vida se me fuera en ello.

—Está muy contento —señaló su padre, llamando mi atención.

El pequeño pidió que él lo sostuviera y Edward no tardó en hacerlo, cobijándolo en su regazo. Sin embargo, lo que más llamó mi atención fue la manera en que le pedía que se quitara los guantes, sin tapujos ni duda alguna. Demian tiraba de ellos con ahínco hasta que logró su cometido.

—¿Qué es? ¿Daño, pa? ¿Duele? —inquirió al verle las manos.

Su padre negó y le besó los cabellos, para luego poner su atención en mí.

—Todo está bien, solo es una herida —le aclaró—. ¿Qué te parece si le muestras a Bella lo que has aprendido?

—Oh, ¡estoy ansiosa por verlo! —exclamé, instándolo.

Demian se bajó de los brazos de su papá y salió corriendo de la cocina, con una sonrisa en los labios y la felicidad en sus ojos.

—Mis hijas habrían tenido tres años —susurré.

Edward me miraba.

—Demian los cumplirá en dos semanas —dijo.

Suspiré.

—Es inevitable imaginármelo.

Alargó su mano para tomar la mía.

—Voy a hacer lo que esté en mis manos para que llegues a ambas.

—Solo suplico saber que mi hija sigue viva y saber dónde están los restos de mi otra pequeña.

Se levantó y me levantó de la silla para abrazarme. Respiré hondo para no llorar y me dejé confortar, esperanzada de lograrlo, porque sabía que Edward podía mover el mundo si lo quería.

—Aún me cuesta sostenerlo, todo lo que pasó y lo que cambió en mi idea de la realidad —susurró—, pero no quiero que esto haga que te separes de mí.

—No lo hará. Quiero seguir conociendo más de ti.

Asintió y me besó la frente.

—¿Papá? —exclamó Demian.

Nos separamos con lentitud.

—¿Beso? —preguntó.

Cuando vio nuestra expresión se echó a reír.

—A mí también me besas aquí —dijo, tocándose la frente.

Sonreí con timidez.

—Yo también quiero —añadió.

Edward iba a besarlo, pero el pequeño negó y corrió hacia mí. Lo tomé y rápidamente me besó en la frente, así, como su papá.

Nos llevó entre brincos hacia la sala, sometiéndonos a su felicidad y entusiasmo. Vi que abría un estuche y de él sacaba un pequeño violín blanco, el que me recordó al de Edward.

—Voy a tocad.

Me pareció increíble la manera en la que sostuvo su instrumento y se concentró. Se me escapó un suspiro en el instante en que la melodía nos envolvió y su música nos dejó en completo silencio. Demian nos regaló unos minutos de su habilidad quien, a pesar de tener tres años, lograba dominar con creces. Sus dedos tenían una gran facilidad para apretar las cuerdas, lo que me hacía admirarlo mucho. Yo no sabía nada de violín, pero estaba claro que tenía un impresionante talento.

Miré a Edward, que tenía una mirada orgullosa y robusta de emoción. Su expresión rebosaba de amor, lo que me calaba hasta los huesos.

Demian continuó tocando y sacaba la lengua para mantener la concentración, hasta que finalmente terminó la pieza, dando brincos de felicidad, quizá porque había logrado terminarla a la perfección.

—¡Uau! —exclamé, aplaudiéndolo y vitoreándolo.

Su rostro era una oda a la ternura e inocencia, una alegría que me producía unas inmensas ganas de abrazarlo y no soltarlo jamás.

—Eres muy talentoso —le susurró mientras lo sostenía entre mis brazos.

Me dio otro beso en la frente y después corrió hacia su padre, a quien igual sostuvo con un cariño demoledor.

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Edward POV

Puse mis manos en el manubrio y lo apreté.

Sabía lo que había detrás de esos guantes, los martirios y las cicatrices implantadas en mi piel.

Tragué.

Necesitaba ser sincero con Isabella, pero aún más pensar cómo comenzar.

El ensordecedor recuerdo de su relato me puso rígido y mis dedos rasgaban del manubrio, liberando mi odio.

Apagué el motor, entré al edificio y me metí al ascensor. Al llegar a la última planta, en la azotea, me encendí un cigarrillo. Miré al horizonte y le di una calada, perdido en la vista de la ciudad con el manto de la noche sobre ella.

—Señor Cullen —murmuraron.

Me giré mientras soplaba el humo.

—Alec, qué gusto verte —dije.

Sonrió de forma pasiva.

—El gusto es mío. Dígame, ¿qué necesita esta vez?

—Evidencien a mi madre.

Frunció el ceño.

—Búsquenla, espíenla, día y noche —susurré—, todo hasta encontrar un secreto, lo suficiente para que todos los medios de comunicación la hagan enloquecer. Es una orden.

Asintió.

—Por supuesto, señor.

Caminé hasta la baranda y me apoyé en ella mientras continuaba fumando.

—Cada día te odio más… madre.


Buenas tardes, les traigo un nuevo capítulo de esta historia, sobre todo porque ustedes estaban súper entusiasmadas y obviamente tenía que cumplir con mi palabra. ¿Qué piensan de todo lo que sucedió con Bella y Edward? ¿Y Tony? Ahora es el turno del senador, y es probable que sea muy difícil de digerir. ¡Cuéntenme qué les ha parecido! Ya saben cómo me gusta leerlas

Agradezco los comentarios de Elizabethpm, Tata XOXO, Eli mMsen, Naara Selene, CelyJoe, Cinthyavillalobo, jupy, patymdn, Laliscg, SolitariaCullen, miriarvi23, almacullenmasen, miop, saraipineda44, cavendano13, Jen1072, asimpleasthat, Valentina Paez, ELLI11 Ox, elisakst, piligm, AndyGarFe, SanBurz, NaNYsSANZ, Kika, Lulu, Heart on Winter, lolapppb, Valevalverde57, melucha76, Rero96, NarMaVeg, angeldel, Yiruma San, robertsten22, Marbelli, Sasha23F, Lore562, PRISGPE, Liliana Macias, Brenda, Pam Malfoy Black, Cassandra Cantu, Belli swan dwyer, Celina fic, Drumimon, merodeadores1996, AndreaSL, beakis, Seguidora De Chile, Ana Karina, Jimena, diana0426a, joabruno, Jocelyn, barbya95, Santa, JELI, natuchis2011b, morenita88, Mariel Cullen, Iva Angulo, Ceci Machin, Jade HSos, Anita4261, Carol, Syll, nydiac10, Wenday 14, Paperetta, Cruz, Alexa, MakarenaL, Gan, Eliza, Irma, MariaL8, ari Kimi, Karensiux, Angel twilighter, Adriu, ingrid Johana, quequeta2007, AeLIZABETH Marie Cullen, KRISS95, Fallen Dark Angel 07, alyssag19, Mabelli Masen Grey, Nancy, Soila, bbwinnie13, Angelus285, SaraGVergara y Guest, espero volver a leerlas nuevamente, cada gracias que ustedes me dejan es invaluable para mí, sus comentarios, su entusiasmo y su cariño me instan a seguir, de verdad gracias

Recuerda que si dejas tu review recibirás un adelanto exclusivo del próximo capítulo vía mensaje privado, y si no tienen cuenta, solo deben poner su correo, palabra por palabra separada, de lo contrario no se verá

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Pronto se vienen novedades de mis historias pasadas, ¡estén atentas! Todo depende de su apoyo y que ello se demuestre

Cariños para todas

Baisers!