El chico de los goggles y la pelirroja de gorro azul.

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Capítulo I:

LA CAMISA AZUL DE LOS RECUERDOS.

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En un día normal Sora y Taichi estarían fuera, bajo el sol y el cielo azul despejado. Estarían caminando sintiendo el viento hacerles remolinos en el cabello o corriendo juntos para ejercitarse mientras las gotas de sudor bajaban por su piel, haciendo cosquillas en el vientre y espalda. En un día normal, pudiera ser, que ella se enojara (pasajeramente) con él o que la hiciera reír tanto que acabaría echando por la nariz su batido de chocolate; Sora lo hubiera ayudado con un deber del colegio y Taichi le habría esperado que saliera de sus prácticas, fuera de las canchas de tenis. En un día normal habrían parado en un puesto de comida y pedirían dos tazones de ramen; se hubiesen despedido con un movimiento de manos en el cruce en Y que los despedía a diario, se dirían un «hasta mañana» con la certeza de que volverían a encontrarse en los pasillos del colegio al día siguiente. Se llamarían por teléfono a eso de las 21.00 hrs. y hablarían como si no se hubiesen visto en todo el bendito día.

Pero hoy no era un día normal. Hoy no paseaban o se reían. Se decían chistes, sí. Chistes que dejaban una sensación pesada sobre el pecho. Las despedidas, aunque fuesen por un período de tiempo no muy extenso, siempre costaban. Y hoy, no siendo un día normal, Taichi y Sora se despedirían.

Se encontraban en las puertas fuera del terminal 1. Yuuko, Susumo, Hikari y Yamato también estaban despidiendo a Taichi. Ligeramente ruborizado, este abrazaba a su madre que le pedía que se cuidara en el extranjero.

—No duermas con el cabello mojado, puedes resfriarte —le decía—. Tampoco hables con extraños...

—¿Qué? —replicó el hijo en tono burlón—. ¿Acaso tengo doce años? Además, ¿esperas que pase seis meses sin hablar con nadie? Allá todos son extraños para mí.

Yuuko le hizo caso omiso a las ocurrencias de su hijo, lo abrazó mucho más fuerte, no sabía cómo podría dejarlo, despedirse de su primogénito, que se iba tan lejos.

—Por favor, cuídate. Portate bien. No te confíes mucho, sabes que siempre piensas que todo el mundo es tu amigo y puede que muchos se aprovechen de ello. Te echaré mucho en falta.

El muchacho asintió, el tono preocupado de su madre calaba en él, profundo. No podía simplemente escapar de los sentimientos a flor de piel con uno de sus chistes, pero tampoco podía decir palabra que no delatara el temblor en su voz. Desde que tuvo uso de razón, su madre siempre estuvo allí, pero luego de abordara el avión estaría a kilómetros de distancia de ella, solo, completamente a su suerte. Imposible negar que tenía miedo a lo desconocido, pese a que pudiera excitarlo también.

«Pasajeros con destino a Alemania, por favor, acudir al terminal 1»

—Debo irme, mamá.

Yuuko volvió a asirse al cuerpo de su hijo y luego se alejó. Hikari tomó el turno para apretujar las costillas del hermano mayor.

—¡Hermano! —exclamó. La hermana era de pocas palabras y veia las despedidas como lo que eran: una nueva oportunidad para reencotrarse. Por lo que optó por usar el sentido humorístico del mayor—. ¿Puedo quedarme con tu habitación?

Solo porque se hubieron despedido la noche anterior, no demoró aun más el abrazo... Pero quería hacerlo. Hikari podía ser a veces una lata; sin embargo era su hermana más pequeña, la única, la que actuaba bajo complicidad con él cuando hacia algo imprudente y a la que protegía, incluso de sus padres. ¿Cómo podía olvidar las veces en que cambiaron las sábanas de la cama o este se echó la culpa porque Hikari se hacía «pís» mientras dormía?

Sonrío suave, pasó la mano por la cabeza de la menor y frotó, revolviendo sus castaños oscuros.

—Ja. Ja. Ja. Muy graciosa. ¿Sabes? No me iré por tres año, Hikari...

—Eso espero, voy a extrañarte estos seis meses.

Susumo y Yamato fueron más prácticos, una palmada y un «nos vemos pronto» era suficiente para los hombres recios y machos alfas que pretendían ser, –tomando en cuenta que dos días antes, el bajista y el futbolista tomaron un par de cervezas que habían robado de Susumo con la idea de brindar por las nuevas oportunidades que a ambos se les presentaban.

Sora se acercó, algo recelosa, realmente esta sería la verdadera despedida y no las típicas charlas de los últimos días cargadas de nostalgia prematura; odiaba que todo el mundo estuviera allí, de pie observando, como ella estuvo haciéndolo antes.

—Espero que todo salga bien —comentó. Ni ella podía creer que estuviera siendo tan distante en su despedida.

Cabía la posibilidad que el intercambio de estudio rindiera frutos y que Taichi extendiera su estadía en aquél país lejano. Taichi jugaba muy bien al fútbol y le apasionaba, razón de sobra para creer en que podía lograr hacerse camino lejos de casa.

—No seas tonta —dijo él, amagando una sonrisa que se extendió por todo su rostro—. Me iré por seis meses y ¿eso es lo que me dirás?

—¿Esperabas llanto y lágrimas? —Cortó en seco, sonriendo para mitigar la rudeza de sus palabras.

Taichi echó una rápida mirada a su madre que lloraba como si Taichi sería operado de apendicitis en lugar de irse, al menos fue la idea que cruzó por la cabeza del muchacho. Negó rotundamente: Bastaba ya de lágrimas.

—Aquí es donde me dices que acabas de darte cuenta que me amas y te tiras en mis brazos, pelirroja —bromeó sin detenerse a pensar en que sus palabra arrancarían arreboladas en la piel de Sora—. ¿No es lo que pasa en todas las películas de mejores amigos que se despiden en un terminal?

Sora le golpeó en el pecho, Taichi aprovechó la oportunidad de cogerla por la mano y acercarla a un abrazo. No se resistió. Sora se reaguardó en él, intentando no pensar en que los demás los observaban. Seis meses los separaban del siguiente abrazo y ella no se privaría por «los que dirán».

—Yamato no te confesó su amor —susurró, podía escuchar los latidos ritmicos del otro—. También es tu mejor amigo.

—¡Ohhh! Yamato lo hizo, anoche, no estabas allí, pero lloró como Magdalena y quiso enrollarse conmigo. Es el efecto que causo, estoy acostumbrado a sus acciones homosexuales.

—¿No estarás hablando de ti?

—¡¿Eh?!

Ella reviró los ojos ocultando la risa que se escapaba de sus labios como agua escurriéndose por los dedos. Aspiró hondo del perfume y olor personal de Taichi. No podía creer que pasaría medio año sin poder sentir sus abrazos o sin percibir su aroma cada mañana en el encuentro frente al portal del instituto. Tampoco era que vivieran abrazándose a diario; sin embargo, había imaginado que sería como pintarse las uñas de las manos: solo entonces, una vez las pintaba todas y no podía hacer uso de sus manos, se daba cuenta de lo importante que eran estas, incluso en las tareas más simples como el de rascar una mejilla.

La lengua e instinto maternal de Sora se disparó. Echó el cuerpo hacia atrás (—Taichi todavía la rodeaba con los brazos— y le acomodó el cuello de la camisa, hasta ese momento torcida.

—Dicen que hace frío en Alemania, abrígate. Sé que no hablas alemán, así que lleva un mapa siempre contigo, eres muy distraído y sueles perderte con facilidad —Sora se apartó del abrazo y cogió un papel doblado dentro del bolsillo de su chaqueta—. Lo que me recuerda, toma esto.

Taichi lo tomó y desdobló el papel, se encontró con unas letras escritas en otro idioma, dibujos en cada lado de las palabras que no se leían de arriba hacia abajo, sino de izquierda a derecha.

—Para que salgas de apuros —explicó la muchacha—, mira, aquí (donde está el inodoro dibujado) preguntas por un baño público. En este otro está la dirección del instituto donde te quedarás, aquí —señaló otro punto en el papel—, pides amablemente que te indiquen en dónde está un restaurante económico, tienes que ahorrar mucho...

—Ya, ya, ya —interrumpió riendo—. Entiendo el resto... pero —Yagami enarcó una ceja, confundido—. ¿Cómo es que aprendiste a escribir en alemán?

—Koushirou me ayudó —Sora se sonrojó—. He estado aprendiendo un poco del idioma. Así que si te pierdes —Cogió la mano de Taichi y volvió a mostrarle las indicaciones escritas en el papel—. Aquí está mi número de teléfono. No dudes en llamar y yo te ayudaré a seguir indicaciones. Seré tu traductora, pero procura no llamar para que te ayude con tonterías.

Taichi dijo, entre sorprendido, serio y contento por las molestias que su amiga se tomó, lo siguiente:

—Sin duda eres la mamá del grupo, Sora. Gracias por preocuparte por mí.

Sora perdió todo rastro de timidez, se arrojó en los brazos de su mejor amigo y lo apretó tan fuerte que sus propios brazos dolieron. Aspiró hondo, embriagándose de su olor por última vez hasta dentro de seis meses.

—Tengo algo para ti —Taichi musitó al pie de su oreja.

Cogió el bolso de mano y sacó de él una bolsa de papel anaranjada, horriblemente arrugada.

—Solo podrás abrirlo una vez estés sola. Supongo que te daría vergüenza que todos lo miraran. Es... Para que no me olvides.

Sora cogió el obsequio.

—Funcionas al revés —dijo—. Debería ser yo la que te entregue un presente.

—Si no fuera así de fantástico, no te hubieras enamorado de mí.

—¡Basta de decir ese chiste tonto! ¡baka! —sonrió.

«Ultimo llamado a los pasajeros con destino a Berlin. Por favor, abordar el avión por el terminal 1»

—Creo que ya no puedo estirar más el tiempo —Taichi echó un rápido repaso a los rostros de sus familiares y amigos—. Cuidalos, por favor —susurró.

Sus labios, fríos por el aire acondicionado del aeropuerto, tocaron la mejilla de Sora.

El muchacho se despidió con la mano del resto y pronto se perdió por el anden que lo llevaría hacia el avión y este a un nuevo país.

A pesar de que no había nada más por hacer o decir en ese lugar, la familia y amigos del joven aguardaron en silencio con la vista perdida en la mampara donde se vio a Taichi por última vez.

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Sora se echó sobre el futón. Tendría que ir al día siguiente al instituto, sabiendo que no sería lo mismo sin él. Se dijo que pronto se acostumbraría a la idea, mientras tanto era una vorágine de nostalgia que no la dejarían en paz ni en sueño.

Recorrió las fotografías dispersas en su dormitorio. ¿Acaso podrían haber más imágenes suyas y de sus amigos, de SU amigo y ella? Fijó la atención en la bolsa naranja sobre el escritorio de espalda a la ventana.

El silencio reinaba, el papel crijiendo al ser rasgado, Sora cogió entre sus manos la tela suave de algodón que había sacado del envoltorio. Llevó la camisa a su rostro y aspiró... pura esencia Taichi.

No hubo tiempo, tan siquiera, de pensar en lo bochornoso que resultaba que él se diera cuenta de los pensamientos de Sora dirigidos hacia esa camisa y su aroma. Taichi era un tonto distraído pero atento a los detalles que importaban.