Harry Potter se sentía nervioso mientras esperaba a Hermione en la estación de King's Cross. Habían decidido pasar unas semanas en el mundo muggle, explorando lugares que nunca habían visitado y viviendo aventuras juntos. Era su primer viaje como pareja, y Harry no podía evitar sentir mariposas en el estómago cada vez que pensaba en ella.

Hermione llegó puntual, cargando una maleta y una mochila. Se abrazaron con fuerza y se dieron un beso apasionado, sin importarles las miradas curiosas de los muggles. Luego, se dirigieron al andén nueve y tres cuartos, donde les esperaba el Expreso de Hogwarts. Habían conseguido permiso especial del director para usar el tren como medio de transporte mágico, siempre y cuando no causaran problemas ni revelaran su identidad.

Subieron al tren y buscaron un compartimento vacío. Se sentaron frente a frente y se tomaron de las manos. Harry le sonrió a Hermione y le dijo:

- Estoy muy feliz de estar contigo, Hermione. Eres lo mejor que me ha pasado en la vida.

- Yo también te quiero, Harry. Estoy segura de que este viaje será increíble. Tenemos tantas cosas por descubrir y aprender...

- Sí, y también por divertirnos y relajarnos. Después de todo lo que hemos pasado, nos merecemos un poco de paz y felicidad.

- Tienes razón, Hermione. Pero no podemos bajar la guardia. Aún hay gente que nos odia y nos quiere hacer daño. Tenemos que estar atentos y protegernos.

- Lo sé, Hermione. Pero no dejaremos que eso nos arruine el viaje. Somos más fuertes juntos, y tenemos la ayuda de nuestros amigos y nuestra familia.

- Así es, Harry. Juntos podemos con todo.

Se miraron a los ojos con amor y confianza, y se besaron de nuevo. El tren empezó a moverse, dejando atrás Londres y dirigiéndose hacia el norte. Harry y Hermione se acomodaron en sus asientos y se prepararon para disfrutar de su primera aventura como novios en el mundo mágico y muggle.

Harry le contó a Hermione que había heredado una gran fortuna de sus padres, que habían sido unos famosos aurores que habían luchado contra Voldemort. Le dijo que tenía varias propiedades repartidas por el mundo, tanto mágicas como muggles, y que podían alojarse en cualquiera de ellas. Le mostró unas fotos de algunas de las casas que poseía: una mansión en Escocia, cerca del lago Ness, donde había un dragón escondido bajo el agua; un castillo en Francia, rodeado de viñedos y jardines encantados; una villa en Italia, con vistas al mar Mediterráneo y una piscina infinita; un chalet en Suiza, situado en los Alpes, con una pista de esquí privada; un apartamento en Nueva York, en el último piso de un rascacielos, con una terraza panorámica...

Hermione se quedó impresionada por la riqueza de Harry, pero también le dijo que no le importaba el dinero ni el lujo, sino solo estar con él. Le dijo que lo amaba por lo que era, no por lo que tenía. Le dijo que lo admiraba por su valentía, su bondad, su inteligencia, su humor...

Harry le respondió que él también la amaba por lo que era, no por lo que sabía. Le dijo que ella era la persona más increíble que había conocido, la más inteligente, la más hermosa, la más divertida... Le dijo que era su mejor amiga, su compañera, su alma gemela...

Se abrazaron con ternura y se dijeron al oído cuánto se querían. Luego, decidieron ir a ver el paisaje por la ventana. Vieron cómo el tren atravesaba campos verdes, bosques frondosos, lagos cristalinos... Se maravillaron ante la belleza de la naturaleza y se sintieron agradecidos por poder compartirla.

Así pasaron las horas, charlando animadamente sobre sus planes, sus sueños, sus recuerdos... Se rieron de las anécdotas que recordaban de sus años en Hogwarts, se emocionaron al hablar de sus amigos y sus familias, se sorprendieron al descubrir cosas nuevas el uno del otro... Se sintieron felices y plenos.

Finalmente, el tren llegó a su destino: Edimburgo. Harry y Hermione bajaron del tren con sus maletas y se dirigieron a la salida. Allí les esperaba un coche muggle que Harry había alquilado con su tarjeta de crédito. Era un deportivo rojo, de la marca Ferrari, modelo F8 Spider, con un motor V8 biturbo de 720 caballos de fuerza, capaz de alcanzar los 340 km/h. Harry le abrió la puerta a Hermione y la ayudó a subir. Luego, se puso al volante y arrancó el motor.

- ¿Estás lista para la aventura, Hermione?

- Sí, Harry. Estoy lista para todo contigo.

- Pues vamos allá.

Harry pisó el acelerador y salió de la estación. El coche se deslizó por las calles de Edimburgo, rumbo a la primera de las muchas aventuras que vivirían Harry y Hermione en el mundo mágico y muggle.