Elizabeth no había encontrado tónico capaz de calmarla, había transcurrido una semana desde la desastrosa propuesta de Darcy, y por mucho que lo intentara, el caballero había finalmente logrado instalarse permanentemente en sus pensamientos.

En un principio había pensado que su regreso a Londres sería la solución, la presencia tranquila y serena de su hermana debía ser más que suficiente para darle paz a su espíritu, sin embargo su permanente tristeza y desanimo desde la partida del señor Bingley seguía afectándola, por lo que se encontraba en una situación en la que la miseria de una alimentaba constantemente la miseria de la otra. Es que ni siquiera eran capaces de mantener una conversación en la que no se mencionaran los nombres de ambos caballeros.

Había pensado en un momento revelar las deficiencias del carácter del señor Bingley, aspirando que con el conocimiento de su inconstancia le fuera posible empezar a recuperarse, pero se había arrepentido al pensar que con su dulzura y tendencia a defender el comportamiento de otros, lo más probable es que terminara atribuyéndosela culpa de su abandono.

Después de varios días y ante la imposibilidad de confiar sus desventuras a Jane, la única persona con quien se había atrevido a compartir la asombrosa propuesta del señor Darcy era su amiga Clementine Dagger, hija de un comerciante asociado de su tío a quien había conocido muchos años atrás.

—Debe odiarme después de haberlo tratado de una manera tan repugnante ¿es absurdo no? No me importaba lo que ese hombre pensara de mí, y ahora estoy aquí quejándome de que lo haga —le dijo a su amiga mientras ambas paseaban por los jardines de Kensington.

—Tu habilidad de juzgar correctamente el carácter de las personas siempre fue uno de tus mayores orgullos.

—Sí, y lo has dicho, correctamente, correctamente —repitió—. Y mira lo que me ha traído, el orgullo va antes de la caída ¿y cómo he quedado yo? Como una mujer tonta y vanidosa, y lo que es peor es que herido el corazón de un hombre que no lo merecía.

—Oh Eli, siempre te lo había dicho, Meryton es… discúlpame, no quiero que me pienses insensible ante tus problemas —respondió Clementine con simpatía—. Simplemente Meryton no es Londres, protegida como estabas en Longbourn, nunca te ibas a encontrar expuesta a la variedad de comportamiento que pueden mostrar los caballeros en otros lugares. La imagen que tenías de un mal hombre era una caricatura, algo fácil de ver cuando la realidad dista mucho de lo que pensabas.

—Pero es que yo estaba tan segura ¿Cómo pude haberme equivocado de tal manera? —suspiró ella.

—Déjame mostrar algo mi querida amiga ¿ves a ese caballero? —pregunto señalando con su mirada a su caballero de tez blanca y cabello castaño que caminaba al lado de su caballo.

—Sí, claro.

—¿Qué piensas de él?

—Apuesto, parece bastante dedicado a su montura, supongo que le gustan los animales, tiene eso a su favor. Hay cierta delicadeza en sus gestos, y la forma en que saluda a las personas me dice que es cortés y educado.

—Es Lord Holt, los rumores dicen que ha matado a cinco hombres en duelos, nadie conoce las razones por las que han ocurrido, pero en lo que todos coinciden, es que por muy inofensivo que parezca, es un hombre bastante peligroso.

Elizabeth se sintió sorprendida.

—¿Y qué dices de aquel? —preguntó Clementine hacia un caballero alto y delgado que caminaba junto a una vieja dama, posiblemente su madre.

—Tiene una postura noble, la manera en que sostiene a la dama y la ayuda a caminar lo hace parecer bondadoso y caritativo.

—Clinton Pomeroy, hijo de una antigua familia de Worcestershire, absolutamente encantador por lo que entiendo y con una muy considerable fortuna, también vicioso y disoluto. Tres años intentando encontrar una esposa, y sin embargo ninguna familia londinense de buena reputación se muestra dispuesto a aceptarlo.

¿Qué podía decir ella ante las observaciones de su amiga? Estaba demostrando ser hasta más inocente que Jane.

—Y mira a ese ¿curioso no? Debe tener cerca de treinta años, pero la dama que lo acompaña no tiene apariencia de haber sido presentada. Y sin un chaperón a la vista, cazador de fortunas digo yo.

Elizabeth dirigió la mirada hacia donde su amiga señalaba.

—Pero si ese es el coronel ¡lo conozco! —exclamó ella sorprendida.

—¿El coronel? ¿Te refieres al coronel Fitzwilliam? ¿El primo?

—¡Sí, y es imposible, es un hombre honorable, no puedo haberme equivocado también con él!

—Solo hay una manera de averiguarlo —sugirió Clem al tiempo que comenzaba a caminar el lugar en que se encontraba el coronel.

—No Clem, por favor, llama al carruaje, vamos a casa, no me ha visto —suplicó ella.

—Eli ¡Por Dios! Llevas días hablando frecuentemente de su primo ¿Dónde quedó tu famoso coraje?

—En Hunsford bajo los escombros de mi entendimiento —respondió ella justo cuando el coronel se percató de su presencia. Esperaba que no la hubiera escuchado.

—¡Señorita Bennet! que sorpresa encontrármela hoy —saludó él con una ligera inclinación de la cabeza. El coronel se veía distinto sin su uniforme.

—Coronel Fitzwilliam, digo lo mismo, me lo imaginaba camino al continente, tal vez España —respondió ella aceptando de que ya era demasiado tarde para evitar una conversación.

—Afortunadamente mi regimiento aún necesita algo de tiempo para reformarse —Respondió él—. Discúlpeme, permítame presentarle a mi prima, la señorita Georgiana Darcy. Georgiana, esta es la señorita Elizabeth Bennet.

Elizabeth miró hacia la joven dama, la famosa Georgiana Darcy, un auténtico prodigio si consideraba como ciertas las palabras de la señorita Bingley. Como había dicho el señor Darcy en Netherfield, era un poco más alta que ella, de cuerpo bien formado, y aspecto femenino y grácil, ambas se inclinaron a modo de saludo.

La joven dama parecía ser extremadamente tímida.

—Es un placer conocerla señorita Darcy, he escuchado mucho de usted.

—Y yo de usted —respondió la joven dama casi como si susurrara.

Elizabeth no sabía que decir, se había quedado prácticamente boca bierta, no entendía de que manera Georgiana Darcy podía haber escuchado sobre ella, debía ser algo antes de Hunsford, su actitud seria completamente distinta de comprender la forma en que había tratado a su hermano.

Por suerte Clem le recordó su presencia con un ligero toque en su brazo.

—Ahora es mi turno para pedir disculpas, coronel, señorita Darcy, permítanme presentarle a mi amiga, la señorita Clementine Dagger. Clementine, el coronel Fitzwilliam y la señorita Georgiana Darcy.

Una vez realizadas las presentaciones, Elizabeth se sintió atrapada, como si una araña hubiera tejido su red alrededor de ella. Por lo menos se consideró un poco reivindicada con respecto al coronel, quien no estaba actuando de una manera que pudiera ser calificada como poco honorable.

—Señorita Darcy, entiendo que le gusta mucho la música, y que toca bastante bien.

—Oh no, no toco tan bien, pero si me gusta mucho la música. Me gustaría muchísimo escucharla tocar y cantar. Mi hermano que dijo que rara vez había escuchado algo tan placentero —expresó ella muy sincera y animada, algo bastante distinto a los monosílabos y frases cortas con los que había respondido después de los saludos iniciales.

Elizabeth sintió una gran sonrisa al escuchar las palabras de Georgiana, era halagador, podía admitirlo.

—Le advierto, su hermano ha exagerado terriblemente mi talento —respondió ella recuperando un poco de su valor.

—¡Oh no! eso no puede ser —respondió Georgiana un poco agitada—. Mi hermano nunca exagera, él siempre dice la verdad, excepto que a veces pienso que es demasiado amable conmigo.

Le resultaba difícil escuchar la opinión que Georgiana tenia de su hermano, era claro que lo reverenciaba.

—Además señorita Bennet, olvida usted que yo también la he escuchado tocar y cantar —añadió el coronel que observaba la conversación con su prima al lado de Clementine.

—Si Eli, a veces lo único terriblemente exagerado es tu humildad —agregó su amiga.

—¡Oh por favor! —respondió ella sintiéndose sonrojar—- Sabes que te equivocas Clementine.

—Creo que la hemos hecho sentir incomoda coronel ¿tiene alguna recomendación para mi querida amiga?

—Por supuesto, sé que le gustan las caminatas ¿le parece si continuamos el paseo juntos? —preguntó el coronel.

—Sí, confieso coronel que yo también he escuchado algo de usted, y supongo que es una buena ocasión para confirmar la veracidad de sus hazañas —respondió Clementine con algo de picardía.

—Todas ciertas señorita Dagger —respondió galante el coronelal momento de ofrecer su brazo.

Era como si todos hubieran conspirado en su contra dejándola sola en compañía de la señorita Darcy. No es que tuviera alguna objeción contra ella, era imposible tenerlas, parecía ser una dama excesivamente agradable y simpática, algo le hacía recordar a Jane, quizás esa dulzura en sus aires. Pero conociendo su identidad se la hacía difícil evitar ver el parecido con su hermano, esa reticencia y dificultad para hablar, y la culpabilidad la abrumaba, era una muestra más de las mentiras que tan fácilmente la habían cautivado.«¡Orgullosa! —pensó descontenta. ¿Si ella es orgullosa entonces que soy yo?»

—¿Y cuál es su compositor favorito señorita Darcy? —preguntó ella intentando continuar con la conversación.

—Me gusta Bach.

—He practicado algunas de sus piezas, pero es un poco complicado hacerlo en Longbourn, nuestro piano es un poco viejo.

—La entiendo señorita Bennet, pasa lo mismo con nuestro piano en Pemberley, mi hermano prometió regalarme uno nuevo.

—Suena como un hermano ideal.

—¡Oh si! No podría imaginar un hermano mejor o uno más amable.

—Me hace sentir envidiosa, no tengo hermanos, solo cuatro hermanas.

—Me habría gustado tener una hermana.

Una parte de ella deseaba cerrarse ante la joven dama, negar las pruebas de los errores que para su miseria no dejaban de acumularse una tras una, quería dejar de sentirse angustiada y ansiosa por un hombre que nunca había hecho nada para merecer su respeto, pero que tampoco había hecho nada para ganarse su desprecio. Justicia, eso era lo que él había reclamado, y mientras más conversaban más lo entendía.

No podía más ¡no quería seguir escuchando las virtudes de Fitzwilliam Darcy! Por suerte el coronel que había estado caminando junto a Clem se acercó a ellas.

—Señorita Bennet, señorita Dagger, me gustaría invitarlas a tomar el té en mi casa —preguntó Georgiana Darcy con los ojos llenos de expectativa después de que su primo susurrara algo en su oído.

—¡Oh no! No quisiera molestar a su hermano, estoy segura de que es un hombre muy ocupado —respondió ella. El señor Darcy difícilmente querría verla en su casa.

—Mi hermano tiene una muy buena opinión de su persona, él nunca se molestaría.

—Pero…

—Él mencionó en sus cartas como pensaba que usted seria una muy buena amiga, y me gustaría conocerla más —insistió ella.

El señor Darcy la había mencionado en sus cartas, le resultaba difícil creerlo, se lo imaginaba sentado en Netherfield escribiéndole a su hermana sobre su impertinencia y su falta de talento. ¿Estaba el enamorado ya de ella? ¡Imposible! No había visto nada en su rostro excepto desagrado.

—Señorita Darcy, sería un placer para nosotras aceptar su invitación —respondió Clem. Elizabeth la miró como si repentinamente hubiera sido traicionada.

No quedaba más que decir, el coronel había mirado el intercambio con una sonrisa sospechosa. Pero por más que quisiera evitar la visita, ya su amiga se había encargado de aceptar por ella.

¡Mañana lo vería! ¿En qué mundo desconocido había caído?

—¡Clem! ¿Cómo has podido hacer eso? —reclamó ella apenas sentarse en el carruaje de vuelta a la calle Gracechurch.

—Te estoy ayudando.

—¿Cómo puedes llamar a eso ayudar? Me odia ¿Es que no has entendido todo lo que te he contado?—¿Cómo podía ser su amiga tan obstinada así? Le había dicho todo sin omitir detalles.

—Eli, estas obsesionada con el señor Darcy, el señor Darcy esto, el señor Darcy lo otro—respondió ella.

—No lo estoy. —Y no lo estaba, era solo que necesitaba alguien en quien poder confiar.

—¿Entonces porque te preocupa tanto visitar su casa? Después de todo es con su hermana que tomaremos el té, si te odia tanto veo difícil que lo encuentres esperándote en su sala.

—¿Y el coronel no tiene nada que ver? —preguntó ella defensiva. Había visto a su amiga muy entretenida en su conversación con él.

—¡Elizabeth Bennet! ¿Estás queriendo decir que te estoy usando para acercarme a un hombre con el que he hablado menos de treinta minutos? —preguntó su amiga un poco molesta.

—Lo siento, discúlpame Clem, es que… No me siento preparada para encontrarme nuevamente en presencia del señor Darcy—replicó apenada. La verdad es que había querido hacerla enojar—. Me da miedo hacerlo —admitió.

—Ese hombre es un caballero, lo sabes bien ¿por qué has de tenerle miedo?

—Porque no quiero confirmar que me odia —respondió ella con sus ojos llenándose de lágrimas—. ¡Porque no quiero que me odie, porque no podría soportarlo! —añadió antes de dejarlas caer.

—¡Ay amiga mía! —replicó Clem al abrazarla.

—¡Es mi culpa, todo es mi culpa! —aceptó mientras su cuerpo se estremecía entre los sollozos de su voz. No había querido hacerlo, se había resistido tanto. Pero quizás era hora de reconocer que su corazón también estaba partido.