Disclaimer: Nada de esto me pertenece, la saga crepúsculo es propiedad de Stephenie Meyer y la trama es del libro "Desaparición para expertos" de Holly Jackson, yo solo busco entretener y que más personas conozcan este libro.
Capítulo 41
El teléfono golpeó el viejo suelo de madera y pasó entre los envoltorios y las botellas de cerveza dando vueltas hasta llegar a los pies de James.
Todavía apuntaba firmemente a Stanley con la pistola en la mano derecha.
Dio un paso hacia delante y Bella pensó que iba a recoger el teléfono, pero no lo hizo. Levantó un pie y clavó con fuerza el talón sobre la pantalla, haciéndola añicos. La luz del móvil parpadeó y se apagó al mismo tiempo que Bella se estremecía por el ruido repentino sin dejar de mirar el arma.
—James…, ¿qué estás haciendo? —dijo con la voz tan temblorosa como las manos.
—Venga ya, Bella —dijo sorbiendo por la nariz y siguiendo con la mirada la línea de la pistola—. Seguro que ya lo has averiguado.
—Tú eres Layla Mead.
—Yo soy Layla Mead —repitió con una expresión que Bella no sabía si era una mueca o una sonrisa burlona—. Aunque no todo el mérito es mío, Vicky se encargó de la voz cuando la necesité.
—¿Por qué? —quiso saber Bella.
El corazón le latía tan rápido que parecía ser una nota sostenida.
James torció la boca a la hora de responder, alternando la mirada entre ella y Stanley. Pero la pistola no se movió al ritmo de los ojos.
—El apellido también es de Vicky. ¿Quieres saber cuál es el mío? Nowell. James Nowell.
Bella escuchó el grito ahogado de Stanley y observó la estupefacción en sus ojos.
—No —dijo en voz baja, apenas perceptible.
Pero James sí lo escuchó.
—Sí —dijo—. Emily Nowell, la última víctima del Monstruo de Margate y su hijo, era mi hermana. Mi hermana mayor. ¡¿Me recuerdas ahora?! —le gritó a Stanley mientras agitaba el arma—. ¿Te acuerdas de mi cara? Yo nunca recordé la tuya y me odio por ello.
—Lo siento. Lo siento muchísimo —dijo Stanley.
—¡No me vengas con esas! —gritó James. Los tendones de su cuello se hincharon como las raíces de un árbol—. He escuchado cómo le contabas tu triste historia. —Señaló a Bella con la cabeza—. ¿Quieres saber lo que hizo? —le preguntó a ella, pero no esperaba una respuesta—. Yo tenía nueve años y estaba en el parque. Mi hermana Emily estaba cuidándome, enseñándome a utilizar los columpios grandes cuando se nos acercó un niño. Se dirigió a Emily y le dijo, con los ojos grandes y tristes: «He perdido a mi mamá, ¿me ayudas a buscarla, por favor?». —James movía la mano mientras hablaba, girando la pistola de un lado a otro—. Y, por supuesto, ella lo ayudó. Era la persona más buena del mundo. Me dijo que me quedara en el tobogán con mis amigos mientras ella ayudaba al pequeño a buscar a su mamá. Y se fueron. Pero Emily nunca volvió. Estuve horas esperando solo en el parque. Cerraba los ojos y contaba «tres, dos, uno» y rezaba para que apareciera. Pero no lo hizo. La encontraron tres semanas después, mutilada y quemada. —James parpadeó tan fuerte que las lágrimas cayeron directamente sobre el cuello de su camisa, sin rozarle la cara—. Vi cómo secuestrabas a mi hermana y en lo único en lo que yo pensaba era en si podía o no bajar de espaldas por el tobogán.
—Lo siento. —Stanley rompió a llorar y levantó las manos con los dedos muy separados—. Lo siento muchísimo. En tu hermana es en quien más pienso. Fue muy amable conmigo. Yo…
—¡Cómo te atreves! —gritó James con la saliva acumulada en la comisura de los labios—. ¡Sácala de tu asquerosa cabeza! ¡Fuiste tú quien la eligió, no tu padre! ¡Fuiste tú! ¡Tú la escogiste! Tú ayudaste a raptar a siete personas sabiendo exactamente lo que les iba a ocurrir, incluso ayudaste a que les ocurriera. Pero, oh, el Gobierno te regala una nueva vida brillante y hace como si eso no hubiera pasado. ¿Quieres saber cómo ha sido mi vida? —Su voz se convirtió en un gruñido conforme le subía por la garganta—. Tres meses después de encontrar el cuerpo de Emily, mi padre se colgó. Fui yo quien lo encontró al volver del colegio. Mi madre no lo pudo soportar y se dio al alcohol y las drogas para aliviar todo su dolor. Casi me muero de hambre. Un año después, le quitaron la custodia y empecé a pasar de una familia de acogida a otra. Algunas eran buenas conmigo, otras, no. Cuando cumplí los diecisiete, vivía en la calle. Pero conseguí poner orden en mi vida, y solo hubo una cosa que me ayudó a hacerlo. Ninguno de los dos se merecía vivir después de lo que hicieron. Alguien se encargó de tu padre, pero a ti te dejaron en libertad. Yo sabía que algún día te encontraría y te mataría con mis propias manos, Niño Brunswick.
—James, por favor, baja el arma y… —dijo Bella.
—No. —James no la miró—. Llevo diecinueve años esperando este momento. Compré esta pistola hace nueve años con la convicción de que algún día la usaría para matarte. Llevo mucho tiempo preparado, esperando. He seguido cada pista, cada rumor sobre ti en internet. He vivido en diez pueblos diferentes en los últimos siete años, buscándote. Y en cada uno había una versión de Layla Mead, buscando a todos los hombres de tu edad y descripción, acercándome a ellos hasta que alguno me confesara quién era en realidad. Pero no estabas en ninguno de esos otros pueblos. Estabas aquí. Y te he encontrado. Me alegro de que Jamie fracasara. He de hacerlo yo. Así es como debe ser.
Bella miró cómo el dedo de James se doblaba y se tensaba sobre el gatillo.
—¡Espera! —gritó. «Gana un poco de tiempo, que siga hablando». Si la policía estaba en casa de Stanley, puede que Edward los enviara aquí. «Por favor, Edward, diles que vengan»—. ¿Qué pasa con Jamie? —dijo rápidamente—. ¿Por qué lo involucraste?
James se pasó la lengua por los labios.
—Se me presentó la oportunidad. Empecé a hablar con él porque encajaba con el perfil del Niño Brunswick. Luego descubrí que me había mentido sobre su edad y lo descarté. Pero estaba muy entregado. Se había enamorado de Layla como nadie, no paraba de escribir diciendo que haría lo que fuera por mí. Y eso me hizo pensar. —Sorbió por la nariz—. Me ha llevado años aceptar que sería yo el que mataría al Niño Brunswick y que, seguramente, lo pagaría con mi vida, que terminaría con la sentencia de cadena perpetua que él debería haber recibido. Pero Jamie me hizo pensar: si lo único que yo quería era ver al Niño Brunswick muerto, ¿por qué no convencer a otra persona para que lo hiciera? Así yo podría tener una vida con Vicky. Ella insistió mucho en eso, en la posibilidad de seguir juntos. Está al tanto del plan desde que nos conocimos a los dieciocho años. Me ha seguido por todas partes buscándolo, ayudándome. Tenía que intentarlo, al menos. Se lo debía.» Así que empecé a poner a prueba a Jamie, a ver qué conseguía que hiciera. Y fue mucho —dijo—. Jamie dejó mil doscientas libras en efectivo en un cementerio en mitad de la noche por Layla. Le dio una paliza a un desconocido, aunque nunca antes se había peleado con nadie. Por Layla. Se coló en mi casa y robó un reloj. Por Layla. Cada vez le pedía cosas más complicadas, y creo que habría funcionado. Que habría conseguido llevarlo hasta el punto de matar por ella. Pero todo se torció en el homenaje. Supongo que es lo que ocurre cuando juntas un pueblo entero en un solo lugar.» He elaborado todo este plan de Layla nueve veces antes. Me di cuenta rápido de que es mejor utilizar fotos de una chica local y manipularlas un poco. Los hombres siempre sospechan menos si ven fotos en lugares que reconocen, y una cara que les puede resultar mínimamente familiar. Pero aquí no salió bien y Jamie descubrió que Layla no era real. En ese momento todavía no estaba listo; ni yo tampoco. Aun así, teníamos que intentar llevar a cabo el plan aquella noche, mientras Jamie todavía estuviera bajo el hechizo de Layla.» Yo no sabía todavía quién era el Niño Brunswick. Lo había reducido a dos sospechosos: Luke Eaton y Stanley Forbes. Ambos tenían la edad y la apariencia. No podía descartar a ninguno por su empleo, ni habían mencionado a ningún familiar, y ambos evitaban las preguntas sobre su infancia. Así que tuve que mandar a Jamie a matar a los dos. Supe que todo se había ido al traste cuando me enteré de que había desaparecido. ¿Lo has matado? —le preguntó a Stanley.
—No —susurró él.
—Jamie está vivo y está bien —aclaró Bella.
—¿En serio? Me alegro. Empezaba a sentirme culpable por todo lo que le pasó —dijo James—. Y, por supuesto, después de que mi plan se torciera, no pude hacer nada más para averiguar cuál de los dos era el Niño Brunswick. Pero no pasa nada, porque sabía que tú lo harías. —Se giró para mirar a Bella con una pequeña sonrisa—. Sabía que tú lo encontrarías por mí. He estado vigilándote, siguiéndote. Esperándote. Llevándote por la dirección correcta cuando necesitabas ayuda. Y lo has conseguido —le dijo enderezando el arma—. Lo has encontrado por mí, Bella. Gracias.
—¡No! —gritó poniéndose delante de Stanley con las manos hacia arriba—. Por favor, no dispares.
—¡BELLA, APÁRTATE DE MÍ! —le gritó Stanley empujándola—. No te me acerques. ¡Quédate donde estás!
Ella se detuvo. El corazón le latía tan rápido y con tanta fuerza que sentía como si se le clavaran las costillas en él, como pequeños dedos huesudos atravesándole el pecho.
—¡Atrás! —gritó Stanley con la cara pálida empapada por las lágrimas—. No pasa nada. Quédate ahí.
Bella obedeció y dio cuatro pasos hacia atrás, girándose hacia James.
—Por favor, no lo hagas. ¡No lo mates!
—Tengo que hacerlo —dijo él entornando los ojos hacia donde apuntaba la pistola—. Esto es exactamente de lo que hablamos, Bella. Cuando la justicia se equivoca, la gente como tú y como yo tenemos que intervenir para hacer lo correcto. Da igual que los demás piensen que somos buenos o malos, porque nosotros sabemos que estamos haciendo lo que tenemos que hacer. Tú y yo somos iguales. Y, en el fondo, lo sabes. Sabes que esto es lo correcto.
Bella no sabía qué responderle. No sabía qué otra cosa decir a parte de:
—¡POR FAVOR! ¡No lo hagas! —Se le desgarró la voz en la garganta, las palabras se resquebrajaban mientras ella las obligaba a salir—. ¡Esto no es lo correcto! Era solo un niño. Un niño asustado de su propio padre. No es culpa suya. ¡Él no mató a tu hermana!
—¡Claro que sí!
—No pasa nada, Bella —le dijo Stanley temblando tan fuerte que apenas podía hablar. Levantó una mano para tranquilizarla, para que se quedara dónde estaba—. Tranquila.
—¡NO! ¡POR FAVOR! —gritó ella encogiéndose—. James, por favor, no lo hagas. Te lo ruego. ¡POR FAVOR! ¡NO!
James movió los ojos, nervioso.
Miraba a Stanley, luego a ella.
—¡Te lo ruego!
Apretó los dientes.
—¡Por favor! —gritó Bella.
James la miró, observó cómo lloraba. Y bajó el arma.
Respiró hondo un par de veces.
—N-no me arrepiento. —Se apresuró a decir.
Levantó el arma y Stanley soltó un grito ahogado.
James disparó.
El sonido desgarró el suelo bajo los pies de Bella.
—¡NO!
Disparó otra vez.
Y otra.
Y otra.
Otra.
Otra.
Hasta que solo quedaron clics vacíos.
Bella chilló mientras veía a Stanley tambalearse sobre sus pies y caer estrepitosamente contra el suelo.
—¡Stanley! —Corrió hacia él y se arrodilló a su lado. La sangre ya inundaba las heridas y había salpicaduras rojas en la pared de atrás—. ¡Dios mío!
Stanley daba bocanadas de aire con un quejido extraño en la garganta. Tenía los ojos muy abiertos. Estaba asustado.
Bella oyó un ruido detrás de ella y giró la cabeza. James había bajado el arma y miraba cómo Stanley agonizaba en el suelo. Luego miró a Bella a los ojos.
Asintió una sola vez antes de darse la vuelta y salir corriendo; el sonido de sus botas se alejaba por el pasillo.
—Se ha ido —dijo Bella mirando a Stanley.
Pero en esos pocos segundos, la mancha de sangre se había expandido, empapando la camisa hasta que solo quedaron pequeños huecos de blanco entre el rojo.
«Tienes que detener la hemorragia. Para la hemorragia». Lo miró: un disparo en el cuello, otro en el hombro, otro en el pecho, dos en el estómago y uno en el muslo.
—Tranquilo, Stanley —dijo quitándose la chaqueta—. Estoy aquí. Todo saldrá bien.
Rompió la costura de una de las mangas, mordiendo hasta conseguir hacer un agujero, y la arrancó. ¿Por dónde sangraba más? Por la pierna. Debía de haberle dado en la arteria. Bella pasó la manga por debajo del muslo de Stanley llenándose las manos de sangre caliente. Hizo un nudo sobre la herida, apretándolo todo lo que pudo y anudándolo de nuevo para mantenerlo bien sujeto.
Él la miraba.
—Tranquilo —dijo retirándose el pelo de los ojos y dejándose una pequeña mancha de sangre en la frente—. Todo va a salir bien. Ya vienen a ayudarnos.
Arrancó otra manga, la arrugó y presionó con ella la herida del cuello. Pero Stanley tenía seis agujeros y ella solo dos manos.
Él parpadeó despacio. Se le cerraron los ojos.
—Ey —dijo agarrándole la cara. Volvió a abrir los ojos de golpe—. Stanley, no te duermas. Háblame.
—No pasa nada, Bella —dijo mientras ella seguía arrancando más trozos de tela de su chaqueta, haciendo bolas y presionándolas contra las demás heridas—. Esto iba a pasar tarde o temprano. Me lo merezco.
—No —dijo haciendo fuerza con las manos sobre los agujeros del pecho y del cuello. Notaba cómo salía la sangre a borbotones.
—Tom Brunswick —dijo él en voz baja mirándola a los ojos.
—¿Cómo? —dijo ella apretando todo lo que podía, viendo cómo la sangre se escapaba entre sus dedos.
—Tom, ese era mi nombre —explicó con un parpadeo pesado y lento—. Tom Brunswick. Y luego fui David Knight. Por último, Stanley Forbes. —Tragó saliva.
—Eso es, sigue hablándome —lo animó Bella—. ¿Qué nombre te gustaba más?
—Stanley. —Sonrió despacio—. Es un nombre muy gracioso. No era gran cosa, y no siempre fue bueno, pero fue el mejor de los tres. Lo estaba intentando. —Sonó un crujido en su garganta. Bella lo sintió en los dedos—. Sigo siendo su hijo, sea cual sea mi nombre. Sigo siendo ese niño que hizo todas esas cosas. Sigo podrido.
—No, no es verdad —dijo Bella—. Eres mejor que él. Mucho mejor.
—Bella…
Y ella lo miró. Una sombra atravesó su cara, una oscuridad que venía de arriba, algo tapaba la luz de la linterna. Bella miró hacia arriba y lo olió de pronto.
Humo. Humo negro que se arremolinaba por el techo.
Y entonces oyó las llamas.
—Ha prendido fuego a la granja —se dijo a sí misma, con el estómago encogido mientras veía cómo entraba el humo por el recibidor, desde la cocina.
Y supo que solo disponía de unos minutos antes de que toda la casa fuera presa de las llamas.
—Tengo que sacarte de aquí —dijo.
Stanley la miró y parpadeó en silencio.
—Vamos.
Bella lo soltó para ponerse de pie. Se resbaló con la sangre que lo rodeaba mientras se colocaba entre sus piernas. Se agachó y le agarró por los pies. Tiró de él.
Se dio la vuelta para colocarse de frente y poder ver hacia dónde iba, arrastrando a Stanley detrás de ella, sujetándolo por los tobillos, intentando no mirar el camino rojo que iba dejando a su paso.
Llegaron al pasillo. La habitación de la derecha estaba completamente en llamas: un vórtice furioso que se elevaba por todas las paredes y se extendía por el suelo, escupiendo fuego por el hueco de la puerta. Y, sobre su cabeza, el aislamiento del techo ardía soltando ceniza sobre ellos.
El humo cada vez estaba más bajo y oscuro. Bella tosió al respirarlo. Y el mundo comenzó a dar vueltas a su alrededor.
—¡Todo va a salir bien, Stanley! —gritó hacia atrás, agachando la cabeza para apartarla del humo—. Te sacaré de aquí.
Era muy complicado arrastrarlo por la moqueta. Pero clavaba los talones y tiraba todo lo fuerte que podía. El fuego comenzaba a subir por la pared que tenía al lado —caliente, demasiado caliente— y parecía que su piel se llenaba de ampollas y los ojos le ardían. Apartó la cara y continuó.
—¡Tranquilo, Stanley! —Tenía que gritar por encima de las llamas.
Bella tosía con cada respiración. Pero no lo soltó. Y cuando llegó al umbral, se llenó los pulmones con el frío y limpio aire del exterior, llevando a Stanley hasta la hierba, justo antes de que la moqueta empezara a quemarse.
—Hemos salido, Stanley —dijo Bella tirando de él por el césped mal cuidado para alejarlo todo lo posible de la casa ardiendo.
Se agachó despacio y miró el incendio. El humo escapaba por los agujeros de la planta superior, en los que una vez había habido ventanas, y tapaba las estrellas.
Tosió de nuevo y miró a Stanley. La sangre húmeda brillaba bajo la luz de las llamas, él no se movía. Tenía los ojos cerrados.
—¡Stanley! —Se tiró al suelo a su lado, agarrándole otra vez la cara. Pero no abrió los ojos—. ¡Stanley!
Bella acercó la oreja a su nariz en busca de respiración. Ni rastro. Colocó un dedo sobre su cuello, justo encima de un agujero de bala. Nada. No tenía pulso.
—No, Stanley. Por favor, no.
Bella se puso de rodillas, colocando la base de la mano sobre su pecho, al lado de uno de los agujeros. La cubrió con la otra mano, se inclinó y empezó a empujar con fuerza.
—Stanley, no. Por favor, no me dejes —dijo procurando mantener los brazos rectos mientras le comprimía el pecho.
Contó hasta treinta y le cerró la nariz, colocó la boca sobre la de él y le insufló aire. Una. Dos.
Volvió a poner las manos sobre el pecho y a presionar.
Sintió cómo algo cedía bajo la palma de su mano, un crujido. Se le había roto una costilla.
—No te vayas, Stanley. —Se quedó mirando su cara inmóvil y puso todo el peso de su cuerpo sobre él—. Puedo salvarte. Te lo prometo. Puedo salvarte.
«Respira. Respira».
Vio un destello con el rabillo del ojo cuando explotaron las llamas. Las ventanas de la planta de abajo estallaron hacia fuera y los remolinos de fuego y humo se elevaban engullendo el exterior de la granja. Hacía muchísimo calor, incluso allí, a seis metros de distancia, y el sudor recorría la frente de Bella mientras seguía comprimiendo el pecho de Stanley. ¿O se trataba de sangre?
Otro crujido bajo su mano. Otra costilla rota.
«Respira. Respira».
—Vuelve, Stanley. Por favor. Te lo ruego.
Ya le dolían los brazos, pero no podía parar. Presionar y respirar. No sabía durante cuánto tiempo tenía que hacerlo. El tiempo había dejado de existir. Solo estaban ella, el calor crepitante de las llamas y Stanley.
Uno
Dos
Tres
Cuatro
Cinco
Seis
Siete
Ocho
Nueve
Diez
Once
Doce
Trece
Catorce
Quince
Dieciséis
Diecisiete
Dieciocho
Diecinueve
Veinte
Veintiuno
Veintidós
Veintitrés
Veinticuatro
Veinticinco
Veintiséis
Veintisiete
Veintiocho
Veintinueve
Treinta
«Respira»
«Respira»
Lo primero que escuchó fue la sirena.
«Treinta y respira. Respira».
Luego unas puertas de un coche cerrándose, voces que gritaban cosas que ella no entendía porque ya no existían las palabras. Solo del uno al treinta y respira.
Alguien le puso la mano en el hombro, pero se la apartó. Era Dora. Daniel Parkinson estaba de pie a su lado, con el reflejo del fuego en su mirada horrorizada. Y, en ese momento, se produjeron unos estruendos dignos del fin del mundo al derrumbarse el techo presa de las llamas.
—Bella, deja que yo me encargue —se ofreció Dora amablemente—. Estás cansada.
—¡No! —gritó ella sin respiración, con el sudor cayéndole sobre la boca abierta—. Puedo seguir. Puedo hacerlo. Puedo salvarlo. Se va a poner bien.
—Los bomberos y la ambulancia llegarán de un momento a otro —dijo Dora intentando mirarla a los ojos—. Bella, ¿qué ha pasado?
—James Green —dijo entre masaje y masaje—. James Green, del número 22 de Martinsend Way. Ha disparado a Stanley. Llama a Hawkins.
Daniel se apartó para hablar por la radio.
—Hawkins ya viene de camino —la informó Soraya—. Edward nos dijo dónde estabas. Jamie Potter está bien.
—Ya lo sé.
—¿Estás herida?
—No.
—Déjame a mí.
—No.
La siguiente sirena no tardó en sonar y los médicos la rodearon con sus chaquetas fluorescentes y sus manos cubiertas por guantes morados.
Una doctora le preguntó a Dora cuál era el nombre de Bella y se agachó despacio para que esta pudiera verla.
—Bella, soy Ginny. Lo estás haciendo genial, cariño. Pero voy a encargarme yo del masaje cardíaco a partir de ahora, ¿te parece bien?
Bella no quería, no podía parar. Pero Dora la agarró y la apartó, y ella no tuvo fuerza para resistirse, así que las manos moradas reemplazaron las suyas sobre el pecho hundido de Stanley.
Se desplomó sobre la hierba y se quedó mirando la pálida cara de Stanley, que brillaba naranja por el reflejo de las llamas.
Otra sirena. El camión de bomberos se colocó a un lado de la granja y empezó a salir gente de él. ¿Algo de todo esto seguía siendo real?
—¡¿Hay alguien más dentro?! —le gritó alguien.
—No. —Sintió como si su voz no le perteneciera.
Los médicos se intercambiaron.
Bella miró detrás de ella y vio a un pequeño grupo de personas. ¿Cuándo ha ocurrido todo esto? Personas con batas y abrigos, de pie, observando la escena.
Llegaron más policías uniformados para ayudar a Daniel Parkinson a apartar a los curiosos y acordonar la zona.
¿Cuánto tiempo pasó hasta que lo escuchó? No lo sabía.
—¡Belly! —La voz de Edward luchó contra las llamas para llegar hasta sus oídos —. ¡Belly!
Ella se puso de pie y vio el terror en la cara de Edward, que la miraba. Siguió sus ojos. Tenía la camiseta blanca completamente empapada de sangre de Stanley. Las manos rojas. Manchas por el cuello y por la cara.
Él corrió hacia ella, pero Daniel se interpuso y lo echó hacia atrás.
—¡Déjame pasar! ¡Necesito verla! —le gritó Edward a Daniel a la cara, esforzándose por soltarse.
—No puedes, ¡es la escena de un crimen!
Daniel lo empujó hacia atrás, hacia el grupo de personas, cada vez más grande. Levantó los brazos para que Edward se quedara allí.
Bella volvió a mirar a Stanley. Uno de los médicos se había rendido y hablaba a la radio. Bella solo pudo oír unas palabras por encima del ruido del fuego y de toda aquella bruma en su cabeza.
—Control médico…. Veinte minutos… Sin cambios… Declarar…
Tardó unos minutos en ordenar las palabras en su cabeza para que tuvieran algún sentido.
—Esperen —dijo Bella. El mundo se movía muy despacio a su alrededor.
La doctora asintió mirando a su compañero. Suspiró tranquila y apartó las manos del pecho de Stanley.
—¿Qué está haciendo? ¡No pare! —Bella se abalanzó hacia delante—. ¡No está muerto! ¡No pare!
Se tiró al lado de Stanley y se quedó allí quieta, sobre el césped ensangrentado. Dora le agarró la mano.
—¡No! —le gritó Bella. Pero la agente era más fuerte. Llevó a Bella hacia sus brazos y la envolvió con ellos—. ¡Déjame! ¡Tengo que…!
—Se ha ido —dijo con calma—. No podemos hacer nada, Bella. Se ha ido.
Entonces todo se desmoronó. El tiempo se saltaba las palabras, unas medio escuchadas; otras medio entendidas. «Forense» y «Hola, ¿me escuchas?».
Daniel estaba intentando hablar con ella, pero lo único que ella podía hacer era gritarle.
—¡Te lo dije! ¡Te dije que terminaría muriendo alguien! ¿Por qué no me escuchaste?
Alguien la agarra para contenerla.
El detective Hawkins ya ha llegado, ¿de dónde ha salido? Su cara no dice gran cosa, ¿también está muerto, como Stanley? Ahora se encuentra en el coche, conduciendo, y Bella va en el asiento de atrás, viendo cómo el fuego se aleja conforme ellos avanzan. Sus pensamientos ya no forman líneas rectas, son cascadas que
se apartan
de ella
como ceniza.
En la comisaría hace frío, debe de ser por eso que está temblando. Una habitación en la que nunca ha estado. Y con ella está Sue.
—Tengo que llevarme tu ropa, cielo.
Pero no es capaz de desvestirse, tienen que despegar cada prenda. La piel que hay debajo ya no es la suya, arañada y roja por la sangre. Dora sella la ropa y todo lo que queda de las pruebas de Stanley en una bolsa transparente. Mira a Bella.
—También necesito el sujetador.
Tiene razón. También está completamente rojo.
Ahora Bella lleva una camiseta blanca nueva y un pantalón de chándal gris, pero no son suyos; ¿de quién son, entonces? Y «cállate» porque alguien está hablando con ella. Es el detective Hawkins:
—Solo es para descartarte —dice—. Para eliminarte.
Ella no lo quiere decir, pero ya se siente eliminada.
—Firma aquí.
Lo hace.
—Es una prueba de residuos de armamento —dice otra persona a la que Bella no conoce.
Le está pasando algo pegajoso y adhesivo por las manos y los dedos, y metiéndolo en unos tubos.
Otro «firma aquí».
—Es para descartarte, ¿lo entiendes?
—Sí —dice Bella, dejando que cojan su dedo, lo presionen sobre la tinta y luego sobre el papel.
Pulgar, índice, corazón. Las líneas de sus huellas dactilares parecen galaxias.
—Está en shock —escucha decir a alguien.
—Estoy bien.
Otra habitación en la que Bella está sentada sola. Tiene un vaso de plástico transparente entre las manos, pero se dobla y se agita, como para avisarla de un terremoto. Un segundo… aquí no hay terremotos. Pero el terremoto llega igualmente porque está en su interior, los temblores, no puede sostener el vaso de agua sin derramarla.
Una puerta se cierra cerca de ella, pero antes de que el sonido llegue a sus oídos, ha cambiado.
Es un arma. Dispara dos, tres, seis veces, y, oh, Hawkins está otra vez en la sala, sentado frente a ella, pero él no escucha el arma. Solo Bella la oye.
Él le hace preguntas.
—¿Qué ha pasado?
—Describe el arma.
—¿Sabes dónde ha ido James Green? Su mujer y él han desaparecido. Parece que han empaquetado sus pertenencias con mucha prisa.
Lo tiene todo escrito. Bella tiene que leerlo, recordarlo.
Firma abajo del todo.
Y después, Bella hace una pregunta:
—¿La han encontrado?
—¿A quién?
—A la niña de ocho años a la que raptaron en su jardín.
Hawkins asiente.
—Ayer. Está bien. Estaba con su padre. Una pelea doméstica.
Y «Ah» es lo único que Bella puede decir a eso.
La dejan sola otra vez escuchando los disparos que nadie más puede oír.
Hasta que nota una mano suave sobre su hombro y se estremece. Una voz aún más suave.
—Tus padres han venido a recogerte.
Los pies de Bella siguen la voz, arrastrando el resto de su cuerpo con ellos. A la sala de espera, demasiado iluminada, y al primero que ve es a su padre. No puede pensar en qué decirle a él y a su madre, pero no importa porque lo único que quieren hacer es abrazarla.
Edward está detrás de ellos.
Bella va hacia él y apoya los brazos sobre su pecho. Cálido. Seguro. Este siempre es un lugar seguro y Bella espira escuchando el sonido de su corazón.
Pero, ay, no, los disparos también están ahí, escondidos detrás de cada latido.
Esperándola.
Siguen a Bella conforme se marcha. Se sientan detrás en el coche oscuro. Se acurrucan con ella en la cama. Bella se agita y se tapa los oídos y les pide a los disparos que se vayan.
Pero no se van.
NOTA:
Pobre Bella, han matado a Stanley frente a ella y no ha podido salvarlo.
Mañana les subo los dos ultimos capitulo y empezamos con el ultimo libro de la trilogia, les advierto que es mucho más duro de leer.
