Disclaimer: Nada de esto me pertenece, la saga crepúsculo es propiedad de Stephenie Meyer y la trama es del libro "Desaparición para expertos" de Holly Jackson, yo solo busco entretener y que más personas conozcan este libro.


Capítulo 42

DOMINGO

16 DÍAS DESPUÉS

Iban todos vestidos de negro porque así es como debía ser.

Los dedos de Edward estaban entrelazados con los suyos y, si Bella los hubiera apretado un poco más, se habrían roto, estaba segura. Partidos por la mitad, como costillas.

Sus padres estaban al otro lado, con las manos juntas al frente, la mirada baja y la respiración de su padre al mismo ritmo que el aire que ondeaba entre los árboles. Ahora se daba cuenta de todo eso. Más allá estaban Tori y Daphne Greengrass, y Harry y Jamie Potter. Ambos llevaban trajes de chaqueta negros que no les quedaban bien del todo porque se los habían cogido prestados a su padre. Eran un poco estrechos por aquí, demasiados largos por allá…

Jamie estaba llorando y todo su cuerpo temblaba dentro de su traje. Se le enrojecía la cara al intentar tragarse las lágrimas cuando miraba detrás de Bella, al ataúd.

«Un ataúd de pino robusto con los laterales sobrios, de 213 por 71 por 58 centímetros con un revestimiento interior de satén blanco». Lo había elegido ella. Él no tenía familia, y sus amigos… desaparecieron en cuanto se supo la historia. Todos. Nadie lo reclamó, así que Bella se encargó de organizar el funeral.

Eligió enterrarlo, en contra de la «opinión profesional» del director de la funeraria. Stanley murió con los tobillos en sus manos, asustado y desangrándose mientras el fuego lo prendía todo a su alrededor. Bella no creía que él hubiera querido que lo incineraran, que lo quemaran como su padre había hecho con aquellos siete chicos.

Un entierro, eso es lo que habría querido, insistió Bella. Salieron hacia el lateral izquierdo del cementerio, más allá de la tumba de Hillary F. Weiseman.

Los pétalos de las rosas se balanceaban en el viento encima del ataúd. Estaba colocado sobre una tumba abierta, dentro de un marco metálico con cuerdas y una moqueta verde de césped artificial, para que no pareciera lo que era: un agujero en el suelo.

Deberían haber asistido varios miembros del cuerpo de policía, pero el detective Hawkins le escribió un email para explicarle que sus supervisores le habían advertido que asistir al funeral sería «demasiado político». Así que, ahí estaban, solo ellos ocho. Y la mayoría, por Bella. No por él, el muerto dentro del ataúd de pino robusto. Menos Jamie, o eso creía ella cuando le vio los ojos rojos.

El cuello blanco del sacerdote estaba demasiado apretado y los músculos le salían por encima mientras leía el sermón. Bella miró más allá de él, a la pequeña tumba gris que había elegido. Un hombre con cuatro nombres diferentes, pero ella eligió el de Stanley Forbes, la vida que él habría querido, la que estaba intentando tener. Ese sería el nombre tallado sobre él, para siempre.

Stanley Forbes

7 de junio de 1988 - 4 de mayo de 2018

Sí eras mejor

—Y, antes de una última oración, Bella, ¿querías decir unas palabras?

El sonido de su nombre la pilló de improviso y dio un respingo. Se le aceleró el corazón y, de pronto, notó las manos mojadas, pero no era sudor, era sangre, era sangre, era sangre…

—¿Amor? —le susurró Edward, apretándole ligeramente los dedos.

Y no, no había sangre. Solo se lo había imaginado.

—Sí —dijo tosiendo para aclararse la voz—. Sí. Eeeh, quería daros las gracias a todos por venir. Y a usted, padre Renton, por la misa. —Si Edward no estuviera agarrándole la mano, le temblaría, aleteando contra el viento—. No conocía demasiado a Stanley, pero creo que, durante las últimas horas de su vida, conseguí saber quién era de verdad. Él…

Bella se detuvo. La brisa arrastraba un sonido. Un grito. Volvió de nuevo, esta vez más fuerte. Más cerca.

—¡Asesino!

Levantó la mirada de golpe y se le tensó el pecho. Había un grupo de unas quince personas caminando hacia ellos, sujetando pancartas en las manos.

—¡Están llorando a un asesino! —gritó un hombre.

—Y-y-y… —tartamudeó Bella mientras sentía cómo el grito volvía a crecer en su estómago, quemándola por completo.

—Continúa, florecita. —Su padre estaba detrás de ella, con una mano sobre su hombro—. Lo estás haciendo muy bien. Yo me encargo de ellos.

El grupo se acercaba cada vez más, y Bella reconoció algunas caras: Leslie, de la tienda; y Mary Scythe, del Kilton Mail, y ese era… ¿el del medio era el padre de Sam, el señor Uley?

—Eh… —dijo temblorosa, viendo cómo su padre se apresuraba hacia ellos. Tori le sonrió alentadora y Jamie asintió—. Esto… Stanley… Cuando supo que su vida estaba en peligro, lo primero que hizo fue protegerme y…

—¡Que arda en el infierno!

Cerró los puños.

—Y se enfrentó a su propia muerte con valentía y…

—¡Escoria!

Soltó la mano de Edward y se fue.

—¡No, Belly!

Él intentó sujetarla, pero se escapó de su mano y continuó andando, pisando con fuerza sobre el césped. Su madre la estaba llamando, pero no era ella misma.

Tenía los dientes apretados a medida que avanzaba por el camino y el vestido negro ondeaba tras ella al ritmo del viento. No apartaba la vista de las pancartas escritas en rojo, con letras que chorreaban.

«Engendro de asesino».

«Monstruo de Little Kilton».

«James Green = HÉROE».

«Púdrete en el infierno, Niño Brunswick».

«En nuestro pueblo NO».

Su padre miró hacia atrás e intentó cogerla cuando pasó por su lado, pero iba demasiado rápido y el ardor de su interior era demasiado fuerte.

Se chocó contra el grupo, empujando con fuerza a Leslie y tirándole la pancarta al suelo.

—¡Está muerto! —les gritó mientras les empujaba hacia atrás—. ¡Dejenlo en paz! ¡Está muerto!

—¡No debería enterrarse aquí! Este es nuestro pueblo —dijo Mary poniendo su pancarta delante de Bella y tapándole la vista.

—¡Era tu amigo! —Bella le dio un golpe a la pancarta y se la arrancó a Mary de las manos—. ¡Era tu amigo! —rugió, bajando el cartel con todas sus fuerzas contra una rodilla. Se rompió en dos y le tiró los trozos a Mary—. ¡DEJENLO EN PAZ!

Fue hacia el señor Uley, que escapó de ella. Pero Bella no llegó hasta él. Su padre la había agarrado por detrás y le sujetaba los brazos. Bella se apoyó sobre él pataleando con los pies hacia ellos, pero se estaban apartando de ella. Mientras su padre la arrastraba, vio algo nuevo en sus caras. Miedo, quizá.

Se le nubló la vista llena de lágrimas de rabia cuando miró hacia arriba, con los brazos inmovilizados en la espalda y la voz relajante de su padre en los oídos. El cielo estaba de un color azul pálido y cremoso, atravesado por pequeñas bolsas de nubes. Un cielo muy bonito para ese día. A Stanley le habría gustado, pensó, mientras gritaba.