Disclaimer: Nada de esto me pertenece, la saga crepúsculo es propiedad de Stephenie Meyer y la trama es del libro "Desaparición para expertos" de Holly Jackson, yo solo busco entretener y que más personas conozcan este libro.


Capítulo 43

SÁBADO

6 DÍAS DESPUÉS

El sol trepaba por sus piernas dejando parches con forma de las hojas del gran sauce del jardín de los Potter.

Era un día cálido, pero el escalón de piedra en el que se había sentado le daba frío a través de los vaqueros nuevos. Bella parpadeó hacia los rayos de luz en movimiento, observándolos uno a uno.

Una reunión, según el mensaje de Lilly Potter, pero Jamie bromeó diciendo que era una barbacoa de «¡Sorpresa!, no estoy muerto». A Bella le hizo gracia. Nada le había hecho demasiada gracia en las últimas semanas, pero eso sí.

Los adultos estaban alrededor de la barbacoa, y Bella se dio cuenta de que su padre no paraba de mirar las hamburguesas a las que todavía no se les había dado la vuelta, muriéndose de ganas por reemplazar a James Potter a los mandos de la parrilla. Carlisle Cullen se reía e inclinaba hacia atrás la cabeza para darle un trago a la cerveza, haciendo que la botella brillara con la luz del sol.

Lilly estaba inclinada sobre la mesa de picnic, quitando el film transparente de los cuencos: ensalada de pasta, de patata y ensalada de verdad.

Cada una con su cuchara para servir. Al otro lado del jardín, Tori estaba de pie charlando con Edward, Harry y Theo. Edward le daba de vez en cuando una patada a una pelota de tenis para que Jake la recogiera.

Bella miró a su hermano, que gritaba mientras corría detrás de la pelota. Su sonrisa era pura e ingenua. Diez años. Los mismos que tenía el Niño Brunswick cuando… La cara de Stanley muriendo se le cruzó por la cabeza. Bella cerró los ojos, pero no consiguió que desapareciera. Respiró, tres inspiraciones profundas, como su madre le había dicho que hiciera, y volvió a abrir los ojos. Apartó la mirada y dio un sorbo de agua con la mano sudorosa contra el cristal del vaso.

Esme Cullen y la madre de Bella estaban con Daphne Greengrass, Rose Parkinson y Alice Potter, charlando sin que ella pudiera escuchar lo que decían. Era agradable ver a Rose sonreír, pensó Bella. Había cambiado, en cierto modo.

Y Jamie Potter caminaba hacia ella, con la nariz pecosa arrugada. Se sentó en el escalón, a su lado, y sus rodillas se rozaron al acomodarse.

—¿Cómo estás? —le preguntó pasando el dedo por la boquilla de la botella de cerveza.

Bella no contestó.

—¿Cómo estás tú? —dijo.

—Bien. —Jamie la miró con una sonrisa que se alargaba por las mejillas sonrosadas—. Bien, pero… no puedo parar de pensar en él. —La sonrisa desapareció.

—Ya lo sé —dijo Bella.

—No era lo que la gente esperaba —continuó Jamie calmado—. Intentó meter un colchón por el hueco de la puerta del baño para que estuviera cómodo. Y todos los días me preguntaba qué quería cenar, a pesar de tenerme miedo. Por lo que casi le hice.

—No lo habrías matado —dijo Bella—. Estoy segura.

—No. —Jamie sorbió por la nariz mirando la Fitbit destrozada que todavía llevaba en la muñeca. Dijo que no se la pensaba quitar nunca; quería tenerla como recuerdo—. Sabía que no era capaz de hacerlo, incluso con el cuchillo en la mano. Y estaba cagado de miedo. Pero eso no es excusa. Le conté todo a la policía. Pero sin Stanley, no tienen suficiente en mi contra. No me parece justo.

—No es justo que estemos los dos aquí y él no —añadió Bella sintiendo una tensión en el pecho y el sonido de las costillas rompiéndose en su cabeza—. Ambos llevamos a James hasta él, de algún modo. Y nosotros estamos vivos y él no.

—Yo estoy vivo gracias a ti —dijo Jamie sin mirarla—. A ti, a Edward y a Harry. Si James hubiera averiguado la identidad de Stanley antes de aquella noche, puede que me hubiera matado a mí también. Prendió fuego a la granja contigo dentro…

—Ya —dijo Bella. Era lo que decía cuando no encontraba ninguna otra palabra que encajara.

—Los encontrarán —aseguró él—. A James Green y a Victoria. No pueden huir para siempre. La policía dará con ellos.

Eso es lo que Hawkins le había dicho aquella noche: «Los encontraremos».

Pero pasó un día, y otro, y estos se convirtieron en semanas.

—Ya —repitió.

—¿Mi madre ha dejado de abrazarte? —preguntó Jamie.

—No, todavía no —respondió ella.

—A mí tampoco —se rio.

Bella miró cómo Lilly le daba un plato a James Potter junto a la barbacoa.

—Tu padre te quiere mucho, lo sabes, ¿no? —dijo Bella—. Sé que no siempre lo sabe mostrar, pero lo vi en el momento en el que pensaba que te había perdido para siempre. Te quiere, Jamie. Muchísimo.

Los ojos del chico se iluminaron, brillantes bajo la claridad del sol.

—Ya lo sé —dijo con un nudo en la garganta. Tosió para bajarlo.

—He estado pensando —dijo Bella girándose para mirarlo—. Lo único que Stanley quería era una vida tranquila, aprender a ser mejor persona y hacer algo bueno. Y ya no va a poder hacerlo. Pero nosotros seguimos aquí, estamos vivos. —Hizo una pausa mirando a Jamie a los ojos—. ¿Me prometes una cosa? ¿Me prometes que tendrás una buena vida? Una vida plena, feliz. Que vas a vivir bien, por él, porque él ya no puede.

Jamie le sostuvo la mirada con un temblor en el labio inferior.

—Te lo prometo —dijo—. Pero tú también tienes que hacerlo.

—Lo intentaré —asintió ella, secándose los ojos con la manga al mismo tiempo que Jamie hacía lo mismo. Se rieron.

Jamie le dio un sorbo a la cerveza.

—Voy a empezar hoy —decidió—. Creo que voy a solicitar un puesto de prácticas en el servicio de ambulancias.

Bella le sonrió.

—Es un buen comienzo.

Miraron a los demás durante un momento. A James Potter se le cayeron un montón de perritos calientes al suelo y Jake se apresuró a cogerlos al grito de: «¡La regla de los cinco segundos!». Rose se reía con fuerza y relajada.

—Y —continuó Jamie— me imagino que ya le habrás dicho a todo el mundo que estoy enamorado de Rose, así que supongo que debería comentárselo a ella en algún momento. Si no siente lo mismo, podré pasar página. Sin prisa, pero sin pausa. Y se acabaron las desconocidas de internet.

Levantó la botella de cerveza hacia ella.

—Por una buena vida —dijo.

Bella levantó su vaso de agua y brindó con la botella de Jamie.

—Por él —añadió.

Jamie le dio un abrazo rápido e inestable, diferente a los toscos de Harry.

Luego se levantó y cruzó el jardín hacia Rose. La miraba de forma diferente, más llena, quizá. Más iluminada. Ella se giró hacia él con hoyuelos en las mejillas y la risa todavía en la voz. Y Bella creyó ver, puede que tan solo durante un segundo, la misma expresión en los ojos de Rose.

Los observó a los dos bromeando con la hermana de Jamie y no se dio cuenta de que Edward se acercaba a ella hasta que se sentó y enganchó un pie bajo su pierna.

—¿Estás bien, Sargentita? —preguntó.

—Sí.

—¿Te quieres unir a nosotros?

—Estoy bien aquí —dijo.

—Pero estamos todos…

—He dicho que estoy bien —repitió Bella, pero no era ella realmente quien hablaba—. Lo siento. No quería ser borde. Es que…

—Ya lo sé, princesa—la tranquilizó Edward agarrándole la mano, entrelazando los dedos con los suyos de esa forma en la que encajaban a la perfección—. Irá a mejor. Te lo prometo. —La acercó más a él—. Estaré aquí siempre que me necesites.

Ella no lo merecía. Ni un poquito.

—Te amo —dijo Bella mirando fijamente sus ojos verdes oscuros, llenándose de ellos, expulsando todo lo demás.

—Yo también te amo.

Bella se movió y se inclinó apoyando la cabeza en el hombro de Edward mientras miraban a los demás. Habían formado un círculo alrededor de Jake mientras él intentaba enseñarles a bailar el floss, moviendo los brazos y las caderas sin control.

—Joder, Jamie, das vergüenza ajena —se rio Harry cuando su hermano se golpeó inexplicablemente en la entrepierna y se desternillaba de risa.

Rose y Tori se engancharon y se cayeron al césped entre risas.

—¡Mírenme! ¡A mí me sale! —decía el padre de Bella. Y era verdad, le salía.

Incluso James Potter lo intentaba, aún junto a la barbacoa, pensando que nadie lo miraba.

Bella se rio pensando en lo ridículos que estaban todos, y sonó como un graznido en su garganta. Se sentía bien en el banquillo, con Edward. Aparte. Con un hueco que la separaba de todo el mundo. Con una barricada a su alrededor. Iría con ellos cuando estuviera preparada. Pero, de momento, solo quería estar sentada, lo suficientemente lejos como para poder abarcarlos a todos de un solo vistazo.


Era de noche. Su familia había comido demasiado en casa de los Potter y estaban medio dormidos en el salón. La habitación de Bella estaba a oscuras y ella tenía la cara iluminada por el fantasmal brillo de su ordenador. Se sentó al escritorio mirando a la pantalla. Iba a estudiar para los exámenes, eso fue lo que les dijo a sus padres. Porque ahora mentía.

Terminó de teclear en la barra de búsqueda y pulsó intro.

«Últimas veces que se ha visto a James y Victoria Green».

Los habían visto hacía nueve días, una cámara de seguridad los había captado sacando dinero de un cajero automático en Portsmouth. La policía lo había verificado, Bella lo había visto en las noticias. Pero aquí —Bella hizo clic—, alguien había comentado en un artículo publicado en Facebook, afirmando que había visto a la pareja ayer en la gasolinera de Dover, en un coche nuevo: un Nissan Juke rojo.

Bella arrancó una página de su cuaderno, hizo una bola y lo lanzó hacia atrás.

Se encorvó, mirando de nuevo la pantalla, mientras escribía en una hoja todos los detalles. Volvió a buscar.

«Tú y yo somos iguales. Y, en el fondo, lo sabes».

La voz de James apareció en su cabeza. Y lo que más miedo le daba era que no sabía si estaba equivocado o no. No era capaz de encontrar la diferencia entre ellos, solo sabía que existía. Era un sentimiento que iba más allá de las palabras.

O quizá, solo quizá, solamente fuese esperanza.

Se quedó allí, haciendo clic en enlaces durante horas, saltando de artículo en artículo, de comentario en comentario. Y estaban con ella, por supuesto. Siempre la acompañaban.

Los disparos.

Estaban ahí, sonando en su pecho, golpeándole las costillas. Apuntando con sus ojos. Estaban en sus pesadillas, y en los golpes de sartenes, y en las respiraciones intensas, y en los lápices que se caían, y en los truenos, y en las puertas que se cerraban, y cuando había mucho ruido, y cuando todo estaba en silencio, y cuando estaba sola y cuando no, y en el pasar de las páginas, y en el teclear del ordenador y en cada clic y en cada crujido.

Los disparos estaban allí.

Ahora vivían dentro de ella.


NOTA:

Llegamos al final de Desaparicion para expertos, espero que les haya gustado, muchas gracias por todos sus reviews.

Nos leemos en Venganza para victimas, que ya se encuentra en mi perfil.