Sexto acto: Conspiración Infame.
El toque de queda se había instaurado desde la llegada de Schmidt. Sin embargo, pese a su increíble poder e inteligencia, era aún desconocedor de todas las formas y recursos mágicos de oriente lejano, así que los representantes mágicos del país se las arreglaron para reunirse aquella noche.
No era una concentración pequeña. Al menos medio centenar de personas ocupaban un lugar en el tatami de aquella amplia habitación que originalmente fue un templo, abandonado a las vicisitudes de la intemperie por al menos medio siglo. Las luces utilizadas eran mínimas, pues aún estando en lo alto de una colina entre bosques espesos, no sería una buena idea que alguien no enterado de lo que pasaba ahí, los descubriera por accidente y corriera el rumor.
La junta era presidida por nativos de Nihon: militares, sacerdotes, samuráis y señores feudales. El resto eran pobladores comunes, y al menos una veintena de invitados de las más variopintas etnias, desde caucásicos hasta africanos, todos lo suficientemente amargados y doloridos como para mostrar aunque fuera una sonrisa, y que se sentaban en la estera en formas distintas al tradicional seiza de los japoneses. El ambiente general de seriedad de alguna manera se sentía correcto. Al final, era una asamblea de guerra.
—¿Por qué no simplemente entramos al castillo con todos nuestros recursos? —decía el intérprete que traducía las palabras escupidas por un hombre de piel blanca y cabello negro, directamente del ruso.
—¿Eso funcionó cuando Adaluis tomó Moscú, Señor Donskoi? No podemos permitir que la ira nos domine, señores —respondió Tomoyo con su voz dulce y melódica, mientras caminaba lentamente al centro del salón—. Los ejércitos ya intentaron romper sus fuerzas por la vía de la violencia una y otra vez. Europa vio con horror la caída de Castilla, Galia, Roma, Grecia… aplastó Palestina con la izquierda y extinguió a los vikingos con la derecha al mismo tiempo, quemó Al-Qahira hasta los cimientos y cuando finalmente llegó a Asia, sólo Hong Kong y Moscú se le resistieron… viendo la historia, no hay que ser muy listos para pronosticar lo que una guerra armada arrojará como resultado. —Tomoyo esperó a que el intérprete terminara de explicar.
—¿Y qué hacemos entonces, princesa? ¿Simplemente aceptamos con sumisión lo que nos quitó y nos acostumbramos a vivir bajo su yugo tal como el cobarde de su emperador hizo? —preguntó irritado un pelirrojo manco que entendió la primera respuesta, exigiendo al intérprete que tradujera del inglés para aquella jovencita que trataba de instruir en asuntos de guerra a soldados ya formados.
—No. Nunca dije que debiéramos aceptarlo, y debería ser un poco menos impulsivo, señor O'Brien. Todos estamos perdiendo. Mi pueblo tal vez aún no ha sido sometido por la espada, pero mi herencia cultural será destruida si no expulsamos a este hombre. Mi emperador no fue cobarde, sino más inteligente, por eso usted sigue con vida y planeando una retribución. Y no soy una princesa, sino una monja.
—Yo pensaba que las monjas se rapaban en este lado del mundo.
—Las Amamiya no —puntualizó mientras acomodaba su sombrero de paja y apretaba el khakkhara con su derecha. Suspiró luego para recuperar el tono sereno que fugazmente había abandonado mientras sus palabras eran traducidas—. Necesito que lo entiendan: sólo siendo más inteligentes que él podremos derrocarlo. Es un estratega militar consumado, un intelecto prodigioso y un hechicero de un poder como no había visto… tienen que evitar ir a buscar pelea con él, eso sólo pondría de manifiesto la ayuda que esta nación les está dando, y nos expondría al mismo destino que en sus países. Deben considerar que… —dio un suspiro, pensando en Sakura—, qué no hacer nada y esperar, también es una elección dolorosa.
Un hombre alto y castaño de mediana edad se levantó entonces, dio un toque sutil en el hombro de la jovencita, la invitó con ello a sentarse, le agradeció por su intervención, acomodó su haori, y apretó la vaina de su espada. Retomó la dirección de la reunión en inglés, idioma que la mayoría dominaba.
—Dadas las costumbres de Schmidt, decidimos que la mejor manera para buscar su caída sería a través de sus vicios. Sabemos que es un hombre cruel que gusta de la violencia, pero también que es aficionado a algunos de los placeres mundanos más elementales.
—¿Mujeres? —preguntó alguien entre los presentes.
—Sí. Por lo mismo, a su llegada elegimos a una joven íntegra que cumpliera con todas las virtudes morales y espirituales de nuestro pueblo, y se la entregamos para…
—Para que fuera su ramera, y con ello distraerlo —intervino otro extranjero con tono beligerante—. Imagino que mandaron a una mujer diestra en las artes del amor, ¿no? Tiene que apagar los fuegos de ese malnacido y…
—Enviamos a una princesa virgen, señor mío, directamente a las fauces del monstruo para ganar tiempo y planear una estrategia… una chica hermosa e inocente. Mandé a las manos de esa bestia a mi propia hija, y no sé si podré con la culpa cuando todo esto termine —declaró impotente Fujitaka, de un golpe, los murmullos y el tono pendenciero e ignorante de quien intervino callaron—. El que nosotros pidamos de su paciencia no es una forma de pedirles resignación. Sin embargo, sí debo enfatizar que es gracias a nosotros que ustedes aún pueden buscar la justicia que merecen, y por lo mismo, no dudaremos ni un segundo en tomar la vida de cualquiera que ponga en riesgo esta encomienda. Si alguien no está de acuerdo con estos métodos, deberá abandonar Nihon de inmediato, si decide quedarse y nos da la mínima señal de que nos traicionará o delatará, su destino será la espada.
—¿Cómo sabemos que no se acobardará su niña o alguno de ustedes antes de alcanzar nuestro objetivo? —preguntó otro contertulio.
—Honor japonés, señor mío. Si la deshonra mancha la misión de mi hija, ella misma acabará con su vida. Y luego yo la seguiré.
Hubo un nuevo silencio, repleto de zozobra. Todos los invitados se miraron entre incómodos y conmovidos por lo recién revelado, pero ninguno parecía dispuesto a abandonar la misión.
Tomoyo retomó el discurso:
—Si no hay más preguntas por el momento, nos reuniremos cada semana en esta misma ubicación. Somos muchos más de los que asistimos ahora mismo. Organizados en grupos independientes, pero debidamente coordinados evitaremos que el movimiento desaparezca si algún conjunto es atrapado. Manténganse ocultos, trabajando con normalidad, en el mayor secretismo posible, pero estén preparados por si hay que tomar las armas. En el mejor de los casos haremos esto rápido y sin muertes innecesarias, pero si algo sale mal, debemos protegernos y a nuestras familias de aquellos fieles a Adalius aún después de su muerte.
Lentamente la concurrencia fue abandonando el lugar, y al poco sólo un puñado de personas se quedó, entre la cada vez más imperante obscuridad de la noche. Tomoyo se volvió hacia las vigas del templo derruido, entre las cuales Amaya había observado toda la asamblea. Con un gesto la invitó a bajar, y luego caminó hasta el desolado hombre que estaba perdido en el escrutinio de las estrellas.
—¿Estás bien, tío Fujitaka? —preguntó Tomoyo con voz suave, para no alterar al abatido hombre.
—Sí, hija. Yo puedo soportarlo… pero Nadeshiko…
—Lo sé… no puedo siquiera imaginar por lo que debe estar pasando.
—Lleva días sin comer y apenas duerme. Enfermará en cualquier momento, y no sé que voy a hacer si es que ella…
—No pienses en eso tío. Amaya y yo la visitaremos a menudo, todos estaremos bien.
—Claro que lo haremos —apoyó Amaya, tratando de infundir algo de confianza con su sonrisa al atribulado hombre— Por cierto, no se los había dicho, pero es importante que sepan cosas sobre Sakura que nos han dado nuevas esperanzas..
Durante los próximos minutos, hizo un resumen muy rudimentario sobre la actual condición de Sakura, y arrancó expresiones de sorpresa y hasta cierto júbilo cuando mencionó que tenían un agente dentro del círculo de confianza de Adalius.
—¿Y quién es? —preguntó interesado Fujitaka.
—Su guardia personal.
—¿El tipo que siempre lleva una armadura roja encima?
—El mismo.
—¿Y por qué habríamos de creer que no nos está poniendo una trampa?
—Porque es un viejo conocido. ¿Recuerdan a Xiao-Lang Li?
—Claro, el niño con el que Sakura perdía todo el día...
—Él es el guardia de Adalius… lo había discutido con otros grupos insurgentes, pero apenas tuve oportunidad de hablarlo con ustedes. Él está dispuesto a todo para liberar a Sakura. Creo que puedes reconsiderar eso de que "perdía todo el día" con él, ¿no, tío?
—Desde luego… —el hombre sonrió, un poco del brillo en los ojos se había recuperado—, ¿cómo podría pagarle si es que lo logra?
Amaya rió con nerviosismo, eso porque pensó que de alguna manera, el muchachito ya se había cobrado algo de esa recompensa, sin embargo, sí había una respuesta a esa pregunta.
—Quizás sea ingenua en decirlo, pero… lo mejor sería dejar que estén juntos si es que todos llegamos al final de esta historia.
Luego de dejar claros todos, o al menos la mayor parte de los detalles de los eventos recientes en la vida de Sakura y Xiao-Lang, Tomoyo pidió a Fujitaka retirarse y descansar, aprovechó los minutos restantes para el orden de ejecución de las siguientes partes del plan.
Poco después, ella y Amaya comenzaron a caminar hacia el poblado en medio de la soledad de la noche, siendo que eran una hechicera y una kunoichi, no había mucho que temer en realidad.
—Sé que será duro, pero… ahora más que nunca necesitamos que Sakura sea el puente que nos lleve a la victoria —declaró Tomoyo—. Deberá acercarse más y más a Adalius, de tal forma que confíe en ella tanto como confía en Li.
—¿Qué confíe en ella? No creo que eso sea sencillo…
—No lo será… la mitad de los habitantes del mundo conocido quiere la cabeza de Schmidt, es natural que no sienta confianza así como así… Sakura deberá ser más astuta, más comprometida, y una excelente actriz… no bastará con que finja beneplácito por ser su concubina… deberá…
—Fingir que lo ama…
—Y no sólo eso.
—Deberá hacer que él la ame. Eso es… perverso…
—Ciertamente lo es, Amaya, y la idea me provoca el mismo asco que seguramente debes estar sintiendo tú, pero… el corazón de Adalius Schmidt sólo se detendrá si él lo entrega voluntariamente a su verdugo. Sakura debe cumplir ese rol.
—Ese monstruo tomó su inocencia de la peor manera posible, Tomoyo… no sé si ella sea capaz de…
—Ella será capaz de cualquier cosa, no es su capacidad la que me preocupa, sino la pureza de su corazón, en especial ahora que Li está aquí. Estamos hablando de preservar la existencia y la tranquilidad de toda nuestra nación, y de retribuir a todos aquellos cuyas vidas ya fueron destruidas por Adalius. —Se detuvo un momento, reflexiva—. Si Li quiere ayudar y salvar a Sakura, no hay lugar para un romance que ponga en peligro todo aquello por lo que hemos luchado. Cuando Schmidt vuelva de su viaje, Sakura deberá mostrar que lo echó de menos, que estuvo esperando ansiosa su llegada, y… darle satisfacción carnal. Él, dependiendo de la forma en que ella se desempeñe, irá bajando lentamente la guardia, y cuando esté lo suficientemente enamorado e indefenso, cada hechicero de Edo trabajará en conjunto conmigo para encapsular su poder… Sólo en ese escenario, él será vulnerable y podremos matarlo.
—Tomoyo, eso es…
—¿Horriblemente despiadado? ¿Moralmente inaceptable? —El azul de sus ojos se obscureció mientras que su garganta se congestionaba un poco—. Soy una hechicera de evocación, ¿recuerdas? He tenido que ver directo de la mente de los supervivientes las calamidades que ese… hombre ha traído al mundo… He visto como se negaba a dar el indulto a soldados rendidos, revivir el horror de las villas alcanzadas, sus ancianos colgados, sus mujeres con los vientres abiertos, sus niños estrellados contra las rocas… —atormentada por esas memorias ajenas, tomó un poco de aire para poder continuar—. Si existe un infierno, Schmidt merece un lugar en él, y si para eso tenemos que arrastrarlo hasta allá junto con nosotros, juro por mi vida que lo haremos. No permitiré que ese dolor llegue a nuestros hogares, o que siga más allá de Nihon.
Amaya estaba paralizada de miedo. Sabía cuán apasionada podía ser Tomoyo para algunas cosas, pero nunca la había visto tan… afectada por algo, y a pesar de sus propias impresiones, no podía negar la verdad de sus palabras. De forma sutil y discreta, estaban en guerra, una que no estaban luchando los soldados con espadas en el campo, sino una donde su verdadera arma estaba oculta bajo el velo del sentimiento más sublime, y que tendrían que mancillar para detener al mismo mal.
—Si bailas con el diablo por las noches, no vas a cambiar su ritmo… —susurró Tomoyo, ausente.
—Él te lo va a cambiar a ti —completó la kunoichi.
—Ve y hazle saber a Sakura sus nuevas órdenes. Yo me encargaré de poner al tanto a toda la resistencia de cuál será el siguiente paso, pero necesito que Sakura cumpla con su parte. Y… —Tomó las manos de la ninja con un gesto doloroso—. Ojalá ella pueda perdonarme… ojalá tú puedas perdonarme… si pudiera cambiar lugares con ella, yo…
—Lo sé. Confía en nosotras, eres la fuerza y la guía que necesitamos, y te seguiremos hasta el final.
—Gracias. Por cierto… ¿ese no es…?
Amaya siguió con la mirada el punto al que Tomoyo observaba entre la obscuridad, a unos pasos de los límites del pueblo. Un hombre alto parecía esperar, mientras miraba a las copas de los árboles.
—Sí, es parte de los insurgentes, viene de China… supongo que está esperando por mí, es amigo de Li.
—Bien, me voy al templo entonces.
La kunoichi trató de convencerla de que la esperara, que le tomaría sólo un momento, pero Tomoyo tenía sus propios planes. Con una sensación extraña en el pecho, la joven caminó hasta él.
—¿Señor Chen?
—¡Señorita Amamiya! —se sobresaltó él. Por lo general, los pasos de Amaya no hacían ruido.
—¿Estaba esperándome?
—No, en absoluto… bueno, sí.
—Está preocupado por su amigo Li, ¿cierto?
—Eh… ¿sí? Es decir, sí, claro, ese es mi único motivo para esperarla… o bueno, para esperar a alguien que me de noticias sobre él, no necesariamente usted…
—Él está bien, señor Chen, descuide. ¿Quiere que le de un mensaje de su parte?
—No, muchas gracias.
—Déjeme recapitular: ¿Está aquí, sin esperar a nadie en especial, para no enterarse de nada, y sin un mensaje que enviar?
—Cuando lo dice así, pareciera que soy un estúpido. Y tendría toda la razón —respondió, al dejar escapar una sonrisa apenada—. Bien, digamos que la esperaba justo a usted, que efectivamente quería saber cómo la llevaba Li, y creo que al final, si tengo un mensaje.
—¿Y cuál es?
—Creo que estoy enamorado.
—Estoy segura que le encantará saberlo.
—Muchas gracias… —señaló con los pulgares el pueblo a sus espaldas— en fin… mañana hay que ir a trabajar, así que… fue un placer, señorita Amamiya.
—Amaya.
—¿Quién? Mi nombre es Huang —trató de corregirla.
—Que puede llamarme por mi nombre.
—Ah… que es Amaya… es muy lindo. El mío es Huang… pero ya se lo había dicho, ¿verdad?
—Nos vemos después, Huang.
—Buenas noches, Amaya.
Kyoto era una ciudad hermosa, casi resplandeciente. Sus habitantes, por coerción o convicción habían hecho grandes desfiles para honrar a su nuevo gobernante, con pirotecnia, música de tambores y exhibiciones de magia y artes marciales. El emperador había respondido a los vítores con indiferencia y un poco de aburrimiento mal disimulados, cosa que molestó a algunos, pero no tanto como las lanzas con las que la caravana de su santidad habían apuntado a todo aquel que sólo se había acercado un poco más de lo que debía.
El hombre mantuvo esa actitud pedante y poco interesada, incluso mientras hablaba con el regente de la ciudad y los señores feudales, apenas probó bocado en los banquetes con los cuales trataron de darle la bienvenida, y en sólo unas horas, estaba casi totalmente disperso. En realidad, lo único que quería era ser llevado al castillo donde pasaría la noche, así que acortó las formalidades, indicó los tributos que habrían que pagársele, y las penas a sufrir en caso de fallas. Eso era importante, porque el viaje al nuevo mundo sería una campaña costosa, que esperaba se volviera autosustentable una vez que conquistaran a los salvajes que habitaban del otro lado del mar.
El palanquín del emperador anduvo por la avenida principal de la ciudad, pero ordenó que este se detuviera abruptamente al llegar a una modesta construcción, fuera y dentro de la cual, un grupo de personas, artesanos diestros todos ellos, y todos vestidos de rugoso lino o cáñamo, manufacturaban hermosas telas de gran finura, principalmente algodón, y seda en menor medida.
Adalius saltó del palanquín, inmediatamente conquistado por la disciplina y resultados en la técnica que no había visto antes en cualquier otro lugar que hubiera conocido. Absorto caminó entre los rollos de textiles, tocó los acabados, embelesado por su belleza, hasta que llegó a un rollo particularmente pequeño, seda sin lugar a dudas, de destellante blanco y con motivos rosados, simplemente hipnotizante.
—¿Quién es el responsable de esto? —preguntó con voz potente el emperador.
Los artesanos dejaron sus tareas al instante, mientras que la guardia imperial, con Li al mando, hacían un corrillo alrededor de ellos, apuntándolos con sus lanzas.
—¡El emperador ha hecho una pregunta! —apremió Xiao-Lang, poniendo su espada en el hombro.
Por largos segundos, la tensión fue casi insoportable. Las casas vecinas se apresuraron a meter a sus niños y cerrar sus puertas y ventanas, mientras que los temerosos artífices se veían unos a otros.
Finalmente, una mujer de mediana edad levantó tímidamente la mano. Adalius hizo un gesto con la mano para que su escolta bajara las armas. Todos obedecieron al instante, y volvieron a su formación original, excepto por Li, que dio alcance a su señor, ahora frente a frente con la costurera.
—¿Eres la dueña de este taller? —preguntó el rubio con desdén a la mujer, aterrorizada de sus ojos dorados.
—¡Responde! —ordenó Li, completamente en papel.
—No, señor…
—Su majestad —la corrigió el guardia.
—No, su majestad. —La mujer, casi paralizada de miedo, bajó la mirada.
—Yo soy el dueño, majestad —dijo un hombre entrado en años desde la puerta de la construcción, haciendo una reverencia.
El emperador chasqueó los dedos, haciendo que uno de los guardias trajera un pequeño, pero pesado cofre, avanzó hasta el anciano e hizo que su escolta lo abriera ante él.
Dentro había al menos media docena de diminutos lingotes de oro. Más de lo que todos los empleados del taller habrían ganado o ganarían en toda su vida.
—Voy a llevarme ese rollo de seda. Y también a la mujer que lo hizo.
El viejo recibió el cofre, aunque su rostro mostraba una gran contrariedad, estuvo a punto de refutar, pero miró el casco de Xiao-Lang, y notó que de forma imperceptible negaba con la cabeza. Por fortuna para Li, el hombre entendió que debía recibir la generosidad sin rechistar, Adalius odiaba profundamente que las personas fueran malagradecidas. El problema era que la mujer era hija del dueño del taller, pero justo en ese momento, eso no importaba.
Cerca del ocaso, el emperador miraba el atardecer entre los cerezos del patio del templo, mismo que le habían acondicionado para pasar la noche en aquella ciudad.
—Puedo entender muchas de las cosas que haces, pero… ¿comprar a una costurera? —preguntó Li, ciertamente desconcertado.
—¿Viste la calidad de la tela que hizo?
—Sí, muchos costureros en mi país natal tienen el mismo talento.
—Pero ninguno de ellos está aquí.
—Bien, ¿para qué quieres tela y una costurera en primer lugar?
—Quiero que haga vestidos para Sakura.
El chico quedó aturdido, aunque su estupor fue corregido al instante.
—Creo que le estás dando demasiada importancia a esa muchacha.
—Tal vez. Pero es que es tan hermosa, tan inocente, tan pura… dime que no la ves y sientes el impulso casi orgánico de protegerla… ¿cómo alguien puede generar semejantes sentimientos dentro de otra persona? ¿Cómo hace que tenga el impulso de poner mi imperio a sus pies, y al mismo tiempo de poseerla tan violentamente sobre mi lecho que tenga que suplicar piedad?
—Es un misterio —cerró Xiao-Lang, una vez más obligado contra su voluntad a mantener el control.
Por supuesto que conocía esa sensación. Diferente, tal vez, pero definitivamente Sakura era la mujer que provocaba eso en él.
—No… no puedo hacerlo… —gimoteó Sakura, charlando con su dama de compañía.
—Perdóname por ponerte en esta posición… pero es necesario. Todos estamos haciendo sacrificios. Piensa en tu familia, en tus amigos…
—No es necesario que lo digas, Ku-Chi… perdona mi debilidad…
—Justo tuve esta conversación con Xiao-Lang. Él es, junto contigo, uno de los que más está sufriendo con todo esto, por lo mismo… —Tomó sus manos, para transmitirle confianza— ten esperanza. Si él y tú se esfuerzan, seguramente lograrán su cometido, y finalmente podrán estar juntos.
Sakura sonrió para su prima, confirmó que seguiría el plan, y que se esforzaría para ejecutarlo lo mejor posible. Se convertiría en el amor de la vida del emperador, le haría sentir como el dueño absoluto de sus afectos, lo recompensaría en todas las tareas que tuviera que realizar…
Sin embargo, una parte de ella, la más racional, sabía que eso la alejaba cada vez más y más de la vida a la que realmente aspiraba.
Sólo esperaba que, de cumplir su tarea, siguiera siendo ella misma, y aún tuviera un alma que ofrecer al verdadero amor de su vida.
Sexto acto.
Fin.
NdeA1: Khakkhara es el báculo utilizado por los monjes budistas.
