Sinopsis: Siempre me he sentido observada. Como si desde lo más recóndito de las sombras hubiese alguien que vigila cada paso que camino, cada movimiento que hago. Como si me estuviesen resguardando, cuidando, protegiéndome. -Dime, Sakura ¿Crees en los vampiros? - musitó en el exacto momento en que sus oscuros orbes, negros como la noche que caía sobre nosotros, se tornaban de un color carmín, similar a la sangre.

PRÓLOGO

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Tomó entre sus dedos la delicada rosa color carmín como la sangre misma que reposaba en el florero ubicado en la pequeña mesa a un costado de la cama, mientras observaba el maravilloso jardín por el gran ventanal de la habitación. Acercó el pequeño capullo a su nariz para poder deleitarse con el delicioso aroma floral que desprendía, sintiéndose embelesada también por el suave tacto de las manos de aquella figura que se posicionó detrás de su menudo cuerpo, tales manos que se deslizaban por su estrecha y bien formada cintura hasta su abdomen descubierto, dejando un camino de caricias y provocando pequeños cosquilleos en la piel que ha sido palpada. Enderezó su postura y cerró los ojos en complacencia al sentir una pequeña nariz recorrer su largo cuello, estremeciéndose cada vez que la tibia respiración chocaba contra su piel. Echó su cabeza hacia atrás para poder disfrutar un poco más de las suaves caricias que le proporcionaba la persona detrás de ella, soltando unos leves suspiros de placer.

Aquellas manos grandes y fornidas la agarraron de los hombros con las intenciones de voltearla y dejarla en frente del rostro de un joven y apuesto azabache, encontrándose con unos profundos ojos oscuros, tan negros como un abismo en el cual podías perderte sin problemas. La chica estiró sus brazos y rodeó el cuello del muchacho, acercando así sus cuerpos, cerrando cualquier tipo de distancia que pudiera haber entre ellos. Sintió como sus erectos botones quedaban aplastados entre el pecho esculpido de su amado, provocando más suspiros por parte de ambos.

- Eres tan hermosa, no te imaginas cuánto te deseo y añoro por volver a tenerte en mi posesión- la voz del muchacho sonaba ronca debido a la excitación. La joven soltó una pequeña risa ante las palabras del joven de cabellos oscuros.

- Acabamos de demostrarnos cuánto nos amamos hace un par de minutos, querido mío- dijo la pelirrosa mientras acariciaba el definido rostro del muchacho, pasando por la tersa piel de sus mejillas, bajando hasta su boca, rozando el abultado labio inferior, tan exquisito y seductor como lo era todo en el hermoso hombre que se encontraba frente a ella.

El chico rodeó su cintura con sus fuertes brazos tratando de juntar aún más sus cuerpos -si es que era posible- soltando un pequeño gruñido al sentir el roce entre sus sexos desnudos.

- Nunca es suficiente cuando se trata de ti, hermosa mía – suspiró el joven, entremezclando sus cálidos suspiros con los de la chica al tener sus rostros tan cerca– Quiero todo de ti, quiero tenerte entera solo para mí. Me tienes vuelto loco, Sakura – confesó el azabache. Su corazón, que alguna vez creía muerto, palpitaba desbocado, más lleno de vida que nunca. Casi sentía cómo estaba por salir de su pecho. – Quiero que seas solo mía.

- Ya soy solo tuya, Sasuke. Todo de mi te pertenece– soltó la muchacha en un suspiro rozando los carnosos labios del chico, y eso fue suficiente para que el azabache se apoderada de su boca, uniendo sus labios en un beso lleno de exigencia y pasión, demandando más del otro de lo que ya se habían entregado hace un par de minutos atrás.

Sin romper el contacto entre sus labios, Sasuke tomó el delicado cuerpo de su amada entre sus brazos, cargándola cual princesa, y encaminándose hacia la cama detrás de ellos. Sasuke se sentó al borde de la cama, posicionando a la pelirrosa sobre su regazo, quien rodeó sus torneadas piernas alrededor de la cintura del chico, soltando fuertes suspiros por parte de ambos al sentir sus anatomías rozarse.

Sin embargo, el ruido de un vidrio quebrándose proveniente del piso de abajo provocó que cesaran sus caricias. Se separaron abruptamente, mirándose por un par de segundos, antes de que Sasuke hiciera el ademán de retirar a la pelirrosa de encima de él. Tomó su blanca blusa de seda y sus pantalones negros que se encontraban regados a lo largo de la habitación y se vistió.

- ¿Qué habrá sido eso? - preguntó la pelirosa con preocupación.

- Es posible que Chiyo-san haya tenido algún accidente - respondió el azabache, refiriéndose a la anciana ama de llaves.

Sin embargo, más ruidos de golpes y cosas quebrándose se escucharon desde la primera planta, acompañado de algunos gritos y quejas.

- Espera aquí, Sakura. Iré a ver qué sucede – se acercó a ella, acunando la suave piel de las mejillas de la joven entre sus fornidas manos.

- Ten cuidado, Sasuke. Por favor -le respondió ella. Pudo notar en sus grandes ojos verdes un leve deje de preocupación. El chico besó su frente antes de separarse de ella, asegurándole que estaría bien.

El azabache se encaminó hacia la salida de la habitación bajo la expectante mirada de su amada. Sin mirar hacia atrás, bajó las grandes escaleras de la imponente mansión en la que vivían. Se afirmó de los barandales de caoba y deslizó sus largos y finos dedos a medida que iba bajando los escalones forrados de alfombra roja.

Sin embargo, detuvo su andar en el momento en que visualizó dos cuerpos tendidos al pie de las escaleras, rodeados por grandes charcos de color carmín. Sangre.

Rápidamente, el azabache se acercó a los cuerpos que correspondían a unos de los sirvientes de la mansión, para poder comprobar el estado en el que se encontraban. Mas ya era demasiado tarde. Se acercó a uno de los cuerpos que se encontraba boca abajo, volteándolo. Sus ojos se abrieron de par en par al ver el gran orificio en su pecho. Había sido apuñalado con una gran estaca, la cual reposaba a un lado del cadáver.

Abandonó los cuerpos que ya no tenían salvación, y se dirigió al gran salón que se encontraba en el centro de la mansión, que era de donde habían provenido los ruidos de cristales quebrándose. Sintió su sangre arder a medida que se iba acercando a la habitación. Todo a su alrededor se encontraba hecho un desastre; los cuadros, antes colgados en las paredes, ahora se encontraban rotos en el suelo; los pulcros y blancos muros de los pasillos estaban sucios, salpicados con pequeñas manchas de sangre y alguno que otro arañazo; y ni hablar de los cuerpos de sus sirvientes, que yacían muertos en el piso, con expresión de horror y desesperación.

Abrió de un empujón las grandes puertas talladas que daban hacia el salón de la mansión, encontrando un escenario aún peor. La gran araña que colgaba del techo se encontraba ahora en el suelo, cuyos cristales estaban esparcidos a lo largo de toda la habitación; en las armas de las estatuas de armaduras medievales que se encontraban a cada lado de la enorme chimenea de mármol que resaltaba en la habitación, se encontraban clavados los cuerpos del cocinero y el mayordomo de la mansión, cuya sangre resbala por lo largo de la lanza medieval; las cortinas de terciopelo de un elegante color burdeo con algunos vuelos con detalles en dorado habían sido rasgadas; los ventanales de cristal que iban de techo a piso, que daban al gran jardín de rosas de la mansión, habían sido destruidos, permitiendo que el fresco aire de otoño de la tarde se colara, rozando delicadamente la piel del moreno, la cual se encontraba hirviendo debido a la cólera que sentía en ese momento.

Observó cómo en el brillante suelo de mármol había dibujadas unas marcas de zapatos, bañadas en sangre, las cuales se dirigían al jardín. Sin dudarlo, siguió aquellas pisadas, esperando a que le dieran una pista del responsable de todo este desastre.

Una vez fuera, se encaminó a los prominentes rosales, los cuales eran el orgullo de su amada novia y futura esposa. Siguió las pisadas de sangre, adentrándose aún más a los grandes laberintos que provocan los grandes matorrales de rosas.

Sin embargo, detuvo su andar al notar algo que llamó su atención. Escondida entre medio de un rosal, se encontraba una foto. No pudo evitar sentir pánico al ver que aquella foto en la que posaban él y su amada, había sido cruelmente destruida, con una de las esquinas quemadas, y el rostro del azabache rasgado.

Se llevó una mano a la cabeza al sentir una fuerte punzada en el momento en que sus dedos rozaron aquella foto. Horribles imágenes atravesaron su mente. Pequeños fragmentos de una pelirosa gritando, otros en lo que era crudamente maltratada, otros en los que se encontraba con su cuerpo en sus brazos.

Su pecho subía y bajaba, desesperado y ansioso por las horribles imágenes que se habían proyectado en su cabeza. Y sintió miedo, mucho miedo.

«Prometí deshacerme de tu felicidad, querido sobrino»

Escuchó una voz en su cabeza, aquella voz que conocía tan bien.

La imagen de unos largos y sedosos cabellos rosados, que bailaban al son del viento aparecieron en su memoria, mientras que la dueña de aquellas hebras que simulaban el color del atardecer, giraba su menudo cuerpo para dejar de darle la espalda y poder dirigirle una de esas hermosas sonrisas que a él tanto le gustaban; aquellas sonrisas que lo llenaban y hacían latir su muerto corazón.

Un grito agudo proveniente de la mansión lo sacó de su ensoñación.

-Sakura - el nombre de aquella chica escapó por sus labios en un susurro.

Y fue en ese momento en que sus piernas por fin obedecieron sus impulsos y comenzaron a correr para adentrarse nuevamente en la gran mansión.

Sus largas piernas corrían lo más rápido que se lo permitían, esquivando el desastroso escenario que se hallaba en el lugar.

-¡Sakura! - se detuvo a los pies de la escalera al volver a sentir un grito de horror proveniente del piso de arriba. Sin dudarlo más, subió los escalones como un rayo, adentrándose en la habitación que hace unos momentos compartía con su hermosa pelirosa.

La escena que se encontró una vez atravesado la puerta de la habitación lo dejó helado. Sus piernas temblaron de horror, sus ojos comenzaron a nublarse debido a las lágrimas que amenazaban con salir, su corazón se quebraba en millones de pedazos.

Vió cómo el enorme hombre que se encontraba dándole la espalda se giraba hacía él. Su vista se dirigió al delicado cuerpo inerte de su preciosa amada que se encontraba en los brazos de aquel hombre. Sintió su sangre bullir ante tal escena.

-¡¿Qué le has hecho, maldito?! - gritó desesperado.

- Tranquilo, sobrino. Solo está durmiendo. Un sueño eterno - susurró mientras que en sus labios surgía una sonrisa ladina. Su columna se estremeció.

- ¿A qué te refieres con un sueño eterno? - preguntó tembloroso.

- Ya sabes, aquellos en los que los mortales no pueden volver a despertar - abrió los ojos de par en par al comprender las palabras del hombre.

- ¡¿Qué mierda le hiciste, Madara?! - volvió a gritar, más hastiado con cada segundo que transcurría.

- Simple, pequeño Sasuke - sus sangre hirvió aún más al escuchar llamarlo así - Estoy tratando de recuperar lo que es mío.

- ¿De qué estás hablando, maldito enfermo?

- Sakura era mía - sentenció el hombre mayor, mirando al joven muchacho con una expresión de completo odio y desprecio - y tú me la has robado.

- Ella nunca fue tuya - gritó - estás completamente demente si alguna vez creíste eso.

- ¡Ella fue la mujer de mis sueños y tú, maldito bastardo, me la has arrebatado! - gritó completamente fuera de sí - Sin embargo, ahora no es más que una simple mortal - continuó - Una humana muerta.

- ¡¿Qué mierda le has hecho, desquiciado?! - exclamó Sasuke lleno de desesperación e incertidumbre.

- Este va a ser tu castigo por desobedecer al destino y entrometerte en mis planes. Ahora tendrás que buscar su reencarnación por la eternidad. Sin embargo, en el momento en que eso suceda, yo volveré. Cuando su cuerpo haya madurado hasta ser una joven mujer de 18 años, la tomaré completamente para mí - sentenció el hombre mayor, quien en un chasquido, desapareció, abandonando el cuerpo inerte de la joven pelirosa en el suelo.

Una vez que su cuerpo pudo reaccionar luego del shock por lo ocurrido, Sasuke se apresuró a tomar el pobre cuerpo de su amada que yacía tendido en la áspera alfombra, rodeándolo entre sus brazos. Pudo sentir la tenue calidez que aún desprendía el menudo cuerpo de la pelirosa.

Sus lágrimas resbalaban por sus mejillas hasta llegar a la tersa piel de la muchacha, aquella piel que palidecía cada vez más, dando un efecto de como si ella también estuviera llorando.

Apretó el pequeño cuerpo contra el suyo, permitiéndose soltar quejidos de lamento por no haberla protegido como se lo había prometido a ella y a sí mismo, maldiciendo a los envidiosos de su amor.

Se separó levemente del cuerpo de su amada, mientras levantaba su cabeza, mientras se juraba a sí mismo que se vengaría. Se vengaría del maldito que había arrebatado la vida de su mujer.

Sus ojos, antes tan oscuros como la noche, ahora eran de un color carmín, un rojo tan intenso como la sangre.