Capítulo 10

A esas horas, el patio de la cárcel estaba solitario y silencioso, puesto que las reclusas no tenían permiso para salir de sus celdas. El ambiente era caluroso y tenso. Fate y yo caminábamos en silencio, la una junto a la otra. Ella con las manos cruzadas a su espalda y yo con las mías metidas en los bolsillos de la bata blanca. Tan solo se oían nuestras pisadas y algún que otro leve suspiro.

- ¿Qué planes tienes? –pregunté, por sacar cualquier tema de conversación.

- Estoy trabajando en un túnel subterráneo que cavo pacientemente con una cuchara sopera. Me lleva mi tiempo, pero lo tengo bien apuntalado, así que yo creo que aguantará.

Solté una carcajada sincera que acabó por contagiarle. Miré a Fate un segundo, ella se encogió de hombros haciéndome comprender que, ahí donde ella estaba, una no podía planificar demasiado sobre casi nada.

- Me refiero… –especifiqué– …a qué piensas hacer cuando te… den de alta.

- Pues… volver a mi vida, supongo. –dijo, sin más.

- Bueno, si es aquí a donde te ha llevado tu anterior vida, quizá deberías cambiar un poco de hábitos, ¿no?

- Supongo que sí. No, ¿sabes qué? Tienes mucha razón. –admitió, acortando sus zancadas, para que fueran similares a las mías– Podría vivir de otra manera, estando encerrada aquí te cambian las prioridades en la vida. –asentí, entendiendo que aquello debía de ser muy cierto. Aún no sabía qué delitos había cometido, ni me atrevía a preguntar, pero deduje que, cuanto menos, estaba arrepentida– Empiezas a querer cosas a las que a lo mejor antes no les dabas mucha importancia. –continuó.

- ¿Qué cosas? –me permití preguntar.

- Me gustaría ser mejor persona. –declaró– Y tener mejores horarios de trabajo. Antes era un caos, nunca sabía cuándo entraba ni cuándo salía.

Quise saber en qué trabajaba, pero no me animé a interrumpir su confesión, parecía dispuesto a sacar de sí sus mayores inquietudes.

- Así podría llegar antes a casa y tal vez, con suerte… encontrar a alguien que estuviese dispuesta a esperarme despierta.

Aquello me dejó perpleja. Me coloqué un mechón de pelo detrás de la oreja y la miré con los ojos entrecerrados a causa del fuerte sol que nos iluminaba.

- ¿No tienes marido? ¿Ni novio? –solté, sin poderlo evitar– Yo creía… Di por hecho que…

- No, no tengo mujer ni novia. –me sorprendí por su confesión– Soy la puta ama de la soltería. –declaró sonriendo con un ligero tono amargo– Ninguna mujer me aguanta, me pregunto por qué será.

Después de la impresión, sonreí, intentando infundirle ánimos. Me atreví a sacar una de mis manos del bolsillo de la bata y le toqué el brazo con cariño.

- Todos tenemos defectos. Seguro que en algún lugar está la mujer perfecta para ti.

- Yo también lo creo. –admitió, mirándome con algo que me pareció ternura– Espero que no muy lejos.

- Seguro que sí. –afirmé– Y te esperará despierta cada noche o, bueno… quizá se permita una cabezadita. –añadí en tono simpático.

- Créeme, si tuviera en mi vida una mujer así, capaz de esperar ansiosa mi regreso, intentaría volver a ella lo antes posible.

Miré a Fate a los ojos, hipnotizada ante su tono ronco y suave que estaba logrando transportarme hasta un lugar extraño en el que no sabía si debía estar.

- Aunque… si cayera dormida la cogería en mis brazos y la llevaría hasta nuestra cama. –prosiguió.

- Qué atenta… –murmuré, apretando el paso y mirando al frente.

Ella sonrió, atusándose el pelo, tratando de controlar su rebelde flequillo sobre su frente que le tapaba la visión.

- Yo continúo aguardando la llegada de mi príncipe azul. –le confesé, sintiéndome cómoda en su compañía. Si ella me había regalado sus inquietudes, ¿por qué no hacer yo lo mismo?

- Te has equivocado de módulo. Los príncipes no entran en la trena. –comentó socarrona. Negué con la cabeza, quitándole importancia a su comentario– Aunque… si lo que quieres es un buen hombre… –continuó– …pues no sé… No seas tan exigente. Príncipe, príncipe… pues no, pero, aunque el tipo en cuestión no tenga el expediente de un Ministro, no tiene por qué ser mal tío, ¿no?

- ¿Sugieres que baje el listón? –cuestioné, siguiéndole el juego.

- Podrías sopesar otras opciones. No sé, ¿qué tiene un príncipe que no tenga una ex convicta rehabilitada, por ejemplo?

Volví a estallar en carcajadas y esta vez Fate solo se encogió de hombros, sin verle del todo la gracia a su pregunta.

- Hablando de rehabilitación… ¿por qué estás aquí, Fate?

- Porque es donde tengo que estar. –dijo sin más.

La miré de reojo durante un instante antes de comprender que no iba a decirme nada más sobre ese asunto. Nuestros pasos se vieron bruscamente cortados unos metros más adelante. La verja de seguridad nos gritaba de forma muda que hasta allí se podía ir. No había más patio. Se había acabado el territorio permitido, lo demás quedaba fuera de nuestro alcance. Fate suspiró echando un vistazo afuera antes de darse la vuelta. Quise hacer o decir algo que pudiera aliviar su disconformidad.

- ¿Sabes? Podríamos salir a tomar algo, pero me duelen muchísimo los pies, así que mejor nos quedamos en casa, ¿te parece? –me sonrió con agradecimiento apreciando mi gesto de buena voluntad.

- Sí, creo que será lo mejor. A estas horas el sol pega mucho y eso no es bueno.

Le di la razón rozando su brazo con suavidad hasta que se decidió y empezamos a deshacer nuestro camino en dirección a la enfermería. Pronto saldrían las presas y supuse que Fate perdería parte de su terrible fama si la veían en mi compañía, aunque eso a ella parecía no importarle.

- Gracias por esto. –me dijo– Por un momento he sentido… me he sentido como si fuera libre.

- No, Fate, gracias a ti.

- ¿A mí? ¿Y qué he hecho, si se puede saber?

- Demostrarme que no siempre las princesas están metidas en castillos.