¡Feliz cumpleaños, CLAKI STAN!

Me ha encantado escribir esta historia, espero que la disfrutes tanto como yo.

Los personajes de Claymore no me pertenecen, son propiedad de Norihiro Yagi.

PERFUME

Capítulo 1

La única cosa que Raki consideraba que lo hacía realmente especial era su olfato.

Desde muy niño siempre se había sentido maravillado con los aromas que lo rodeaban, aunque fueran imperceptibles para los demás. Había aprendido a identificar todo aquello que veía, las personas con las que convivía, incluso antes de aprender a hablar y comunicarse. Le gustaba pasar largas horas junto al río, observando a las mujeres que iban a lavar su ropa. Entonces cerraba los ojos y aguzaba su sentido del olfato. Percibía la ropa sucia, la piedra mojada, el césped que rodeaba la orilla, los manzanos cuya sombra no lograba tapar por completo el rayo del sol. Si se concentraba todavía más, identificaba las ranas que se movían entre el fango, los peces en el río, los pequeños escarabajos que formaban una bola de excremento con sus patas traseras para transportarla a sus nidos.

El aroma de la tierra, de la brisa de la montaña, las hierbas y flores, los conejos que se movían por el bosque con el corazón siempre acelerado.

Y de toda aquella amalgama, su aroma favorito era el humano. El sudor de las frentes y cuello de las mujeres era sumamente especial, y había descubierto que el de cada persona era único. El de su madre le provocaba una sensación de calidez y protección. Una mezcla de su ropa limpia y las flores que le gustaba poner en el florero de la mesa de madera. El de su padre, panadero de oficio, era una mezcla de la mantequilla y los bollos recién horneados con el cuero de su mandil. Su hermano Zaki le evocaba la naturaleza en su estado más salvaje. Siempre trepando árboles y cortando leña, era una combinación de madera, hierbajos y el hierro del hacha que cargaba a todos lados. Cuando los tres estaban en la misma habitación los aromas se mezclaban, pero nunca se confundían.

-¿A qué huele? -preguntaba Raki.

Pero ni sus padres ni su hermano sabían a lo que se refería, y Raki por su parte no encontraba las palabras para describirlo. Tiempo después aprendió a definir ese aroma como "hogar" y "familia".

Todos los días acompañaba a su padre a vender en la panadería que tenían en Doga. El pueblo se encontraba a un par de kilómetros de su casa, la cual estaba a pie de las montañas, con unos cuantos vecinos en las cercanías que también viajaban diario a Doga por negocios y asuntos personales. Antes del alba ya estaban cargando las cestas de pan cubiertas con manteles blancos para conservarlos frescos y humeantes y una canasta con el almuerzo del día que les había preparado su madre. Todo en la carreta de madera que jalaba la vieja yegua.

Raki sabía que se encontraban cerca incluso antes de ver las casas y el puente. El viento soplaba fuerte en ciertas épocas del año, y entonces percibía el aroma a pueblo. La piedra de las construcciones, la pescadería, las frutas que transportaban al mercado, el agua estancada en las calles, las letrinas, las florerías, el cuero, el hierro fundido, la comida de las tabernas, los barriles de vino, la mezcolanza de alientos, los perros pulgosos que se revolcaban en el lodo. Y más en concreto, el aroma de los habitantes de Doga.

La higiene personal, por supuesto, tenía mucho que ver. A veces era una mezcla dulzona de aceites, hierbas, tónicos y las hojas de menta masticables para el buen aliento, en especial de las mujeres jóvenes. Otras veces era un tufo agrio de mugre, tierra, orina, heces y restos de comida. Pero Raki no rechazaba ningún aroma. No los clasificaba ni diferenciaba lo agradable de lo asqueroso. Los aceptaba todos y los guardaba en su memoria. Sólo sabía que tenía sus favoritos y menos favoritos. Le gustaba mucho pasar frente a la librería, pues el aroma del pergamino y de las hojas polvorientas le provocaban una sensación peculiar en la nariz, casi adictiva. El aroma del pescado, de los naranjos, las infusiones de hierbas y la tierra mojada también eran apreciados por su nariz.

Aquella mañana como muchas otras, Raki y su padre llegaron a Doga y se dirigieron a la panadería para surtir y rellenar las charolas. Una tarea que no les tomaba más de diez o quince minutos, y cuando terminaron, Raki abrió una de las ventanas y se quedó recargado viendo hacia la calle mientras su padre acomodaba las charolas debajo de la mesa para llevárselas cuando regresaran a casa.

El joven cerró los ojos e inhaló profundamente, regodeándose en la nube de aromas que lo rodeaban.

-Viene un cliente -anunció todavía con los ojos cerrados-. No, son dos…tres…cinco…

Su padre sonrió y se puso de pie. Raki nunca se equivocaba, y cinco clientes al empezar el día eran una buena señal.

Pero su sorpresa fue tal cuando vio a las cinco personas pasar de largo la panadería y dirigirse a la plaza principal. Raki y él salieron y se miraron sin decir nada. Poco después pasaron otras tres personas, y de nuevo otro grupo numeroso. Era obvio que algo estaba pasando y no sabían lo que era. Tampoco distinguían gran cosa del cuchicheo y el murmullo creciente que después se alejaba poco a poco.

-¿Debería ir a ver? -preguntó Raki.

Su padre lo pensó un momento. No le gustaban los chismes del pueblo, pero tampoco tenía objeciones. Podía ser algo importante. Le puso la mano en la cabeza y le alborotó el cabello con una sonrisa cálida en el rostro.

-Sí, seguro. Yo me quedaré aquí por si llega algún cliente. No tardes mucho.

Raki asintió y salió corriendo de la panadería rumbo a la plaza principal. Se topó con más personas en el camino que lo reconocieron, pero no se detuvo hasta que vio la multitud en un semicírculo, al parecer atentos a algo que estaba pasando en el centro. No alcanzaba a ver nada y era muy difícil abrirse paso entre los cuerpos sudados y olorosos, entre un amasijo de telas y pieles apretujadas, así que optó por rodear y acercarse por la parte trasera.

Había una tarima de madera apostada en el centro de la plaza. A pocos metros de ahí una carroza con dos caballos que no había visto, ni olido, antes por ahí. Los caballos estaban perfectamente ensillados y cepillados, sus largas crines trenzadas al igual que las colas.

Al lado de la tarima, justo donde estaba la escalera de ascenso y descenso, había al menos cuatro cajas apiladas que contenían frascos de vidrio con líquidos transparentes y ambarinos. Su primer pensamiento fue que se trataba de licor, pero las botellitas estaban adornadas con sellos y listones que nunca había visto antes. Miró hacia arriba y vio a dos hombres parados sobre la tarima mostrando los frascos. Las voces a su alrededor no lo dejaban escuchar bien lo que decían, pero supo de inmediato que no eran de ahí. Uno de ellos era muy alto, vestía con ropa elegante color azul marino de terciopelo y camisa de seda, zapatos negros y lustrosos al igual que su cinturón de hebilla plateada. El hombre estaba de espaldas y sólo alcanzaba a ver su largo cabello color gris platinado, liso, hermoso y brillante que le caía por la espalda y los hombros. Su aroma era increíble, una mezcla que Raki no había olido antes y no supo describir.

El otro hombre se movía más cerca de las personas, entregando frascos a cambio de dinero. Tenía cabello negro azulado, bastante más corto. Sus ropas eran de menor calidad que las del primero, pero de igual manera iba bien vestido para los estándares de Doga. Un pantalón café a juego con la chaqueta, camisa blanca de algodón y botas negras algo usadas. Su aroma era una mezcla de cuero, metal y madera.

El de cabello platinado abrió uno de los frasquitos y vertió una gota en un pañuelo que llevaba en la mano. Lo sacudió en el aire y Raki retrocedió como si lo hubiera golpeado de lleno en la cara. Aquel aroma…era algo totalmente diferente.

Lo primero que reconoció fue el alcohol, pero no encontró la mezcla de uvas fermentadas que utilizaban para hacer el vino, después los cítricos, pero no había naranjas, limones u otras frutas a la vista, olía las flores, pero no había ramilletes, ni siquiera un solo pétalo, finalmente la madera de arce, mas no encontró árboles o troncos en la cercanía. Todo aquello provenía del frasquito de vidrio que el hombre había guardado en su bolsillo después de agitar el pañuelo, y Raki no alcanzaba a comprender cómo era posible que pudiera encerrar tantos aromas en un solo lugar. Cómo podía conservarlos y transportarlos de esa manera. Para él, que solía guardarlos sólo en su memoria, era el descubrimiento del siglo.

Su mirada se posó inmediatamente en las cajas que tenía frente a él. Todas esas cajas llenas de frascos, llenas de posibilidades. Sin pensarlo más tomó uno y lo destapó. Cerró los ojos para concentrarse mejor y se lo llevó a la nariz. Ahí estaba de nuevo, ese golpe repentino que lo hizo tambalearse. Esta vez percibió el alcohol, pero encontró también el cedro, la canela y la manzana. Lo dejó en su lugar y tomó uno más, casi anticipándose a lo que iba a encontrar. Alcohol, lavanda, vainilla y otros dos que no supo identificar pero que estaba seguro que no olvidaría. Destapó otro y encontró el alcohol, el jazmín, la lima y la bergamota, además de otro que tampoco conocía.

A sus trece años, Raki pensaba que ya había olido todos los aromas del mundo y que lo que seguía era simplemente una mezcla de los anteriores. Estaba equivocado y ahora lo sabía. Acababa de abrir las puertas a un paraíso hasta entonces desconocido, y tuvo hambre de más. Quería olfatear todo lo que pudiera y hacer las mezclas que quisiera, y sobre todo, quería encapsular sus aromas favoritos, poder llevarlos a donde quisiera y olerlos cuando tuviera ganas de hacerlo. Se imaginó tumbado en el césped en medio del bosque, entonces destaparía uno de esos frasquitos y llenaría el claro con la suave fragancia del pergamino y de la menta, de los bollos que horneaba su padre, de los pescados que Zaki llevaba a casa para la cena.

-¿Qué crees que estás haciendo?

La pregunta lo trajo de regreso y Raki abrió los ojos de golpe. Vio que el hombre de pelo negro que momentos antes estaba en la tarima se acercaba a él dando largas zancadas. Tenía ojos plateados y el ceño fruncido, las aletas de la nariz bien abiertas. Antes de que pudiera decir algo, le arrebató el frasco y le dio un empujón con su tosca mano llena de callos.

-¡Largo de aquí, ladrón!

En cuanto pronunció la última palabra se hizo un silencio sepulcral a su alrededor. La gente lo miró consternada, algunos empezaron a murmurar cosas y señalarlo. Raki sintió la cara caliente de vergüenza y retrocedió asustado sintiendo un escalofrío por todo su cuerpo.

-N-No estaba robando -susurró.

-¿Qué dices?

-Que no estaba robando -repitió con voz más alta pero igualmente temblorosa.

-Te vi con el perfume en la mano.

-¿Perfume? -preguntó Raki sin entender.

El hombre bufó molesto y lo jaló del cuello de la camisa para acercarlo a su rostro. Raki percibió con más claridad el aroma de su sudor, y supo que no podría olvidarlo tan fácilmente. Agresividad, cólera.

-No te hagas el listo conmigo -lo amenazó.

-¿Qué sucede, Rigardo?

Raki y Rigardo miraron al hombre de pelo platinado al mismo tiempo. Bajó las escaleras de la tarima con la gracia de una gacela, casi sin hacer ruido al pisar y se acercó a ellos.

-Isley -dijo Rigardo-. Encontré a este mocoso tratando de robarse un perfume.

Isley miró a Raki con una ceja arqueada y Raki quiso que se lo tragara la tierra. La mezcla de curiosidad y decepción en su hermoso rostro era demasiado para él. Sus ojos grises lo escrutaron de arriba abajo, como si no terminara de decidir si lo que decía Rigardo podía ser confirmado por su apariencia. Sus labios se abrieron ligeramente y Raki no soportó la sentencia que vendría a continuación.

-¡No estaba robando! -gritó con la cara completamente roja.

-Suéltalo -pidió suavemente Isley.

Rigardo lo soltó no sin antes lanzarle una mirada de odio a Raki.

-¿Y bien? Si no estabas robando, ¿qué estabas haciendo con mis perfumes?

De nuevo aquella palabra.

-Sólo…tenía curiosidad -respondió.

-Ah, bueno. Si es así no te culpo. Son una novedad. En este pequeño pueblo, al menos. ¿Querías comprar uno?

Raki negó con la cabeza.

-No tengo dinero.

De nuevo sintió vergüenza y fue consciente de lo insignificante que era al lado de aquellos dos hombres, en especial Isley. Tenía una cara muy atractiva, era joven y sus ojos grises eran amables, pero denotaban la experiencia de haber viajado por muchos lados, de ser un hombre de cultura. Rigardo en cambio era mucho más serio, pero no menos atractivo que Isley. A comparación de él, tenía una mirada severa, como si todo el tiempo estuviera a la espera de reprender a alguien. Excepto cuando estaba con Isley. Entonces era obediente y le hablaba con ligereza, como si se conocieran de hace mucho tiempo.

-Ya veo -dijo Isley esbozando una sonrisa-. Bueno, si no vas a comprar te agradecería que no tocaras los frascos. Son muy frágiles y podrían romperse. Puedes olerlos, desde luego, no tengo ningún problema con eso, pero es mejor hacerlo con un pañuelo.

-¿Cómo lo hace? -preguntó Raki de pronto.

-¿Cómo? Bueno, tienes que poner tan sólo una gota en un pañuelo limpio y…

-No, me refiero a que…¿cómo puede guardar el aroma de las cosas en ese frasco?

-Ah, el arte de la perfumería es muy complejo -exclamó orgulloso levantando la barbilla-. Hay muchas técnicas distintas.

-¿Y qué es lo que usó en ese perfume del frasco azul? Reconocí la lavanda, la vainilla y el alcohol, pero no lo demás.

Isley y Rigardo se miraron un momento sin decir nada. Raki tomó otro de los frascos que había olfateado y se lo mostró a Isley.

-Y este otro. Sé que tiene alcohol, jazmín, bergamota y lima, pero no sé cuál es el otro aroma.

De nuevo reinó el silencio. Raki miró fijamente a Isley y pasó saliva, nervioso. Tal vez acababa de preguntarle algo que no debía. Tal vez tenía prohibido revelar su secreto. Tal vez estaba siendo imprudente al hablarle y preguntarle esas cosas a alguien como él, tomándose tantas confianzas cuando debería haber escapado en el momento en que terminó el regaño y perdonó su insolencia.

Dejó el frasco en la caja y agachó la cabeza, apenado. Reconocía que a veces no sabía cuándo callarse, pero todo lo relacionado con los aromas lo apasionaba tanto que no pudo evitarlo. A veces simplemente su curiosidad no podía ser domada. A veces, se arrepentía de sentir intriga y abrir la boca cuando no se lo pedían.

Isley tomó otro perfume y lo destapó. Los ojos de Raki brillaron al verlo y pudo notar cómo se le agrandaban las aletas de la nariz.

-¿Puedes decirme qué encuentras aquí? -preguntó.

Raki no se atrevió a acercarse, pero inhaló profundamente desde donde estaba.

-Alcohol, cedro, naranja, canela y jengibre.

Isley sonrió y destapó uno más.

-¿Y este otro?

-Alcohol, violeta, rosas…

-Grosellas y sándalo -completó Isley.

Raki no dijo nada. Nunca en su vida había olido esos dos últimos, mucho menos conocía sus nombres.

Isley estaba impresionado, por decir lo menos. Aquel chico había reconocido a la perfección los aromas de sus perfumes. No tenía la menor duda de que si hiciera la prueba con todos los que tenía, sabría exactamente qué esencias había usado, incluso las que había usado en la menor cantidad, apenas un par de gotas disueltas en el resto. Desde luego, al ser un chico criado en un pueblo era normal que no conociera los aromas y nombres de otros ingredientes. Muchos de ellos eran incluso de exportación, algo que un lugar como Doga no tenía, no en abundancia, y obviamente no de esencias, aceites y perfumes.

-Tienes una nariz muy peculiar, ¿no es así? -preguntó Isley.

Raki enrojeció y desvió la vista. Su agudo olfato lo había metido en problemas en más de una ocasión, por lo que prefería mantener un perfil bajo y que nadie se diera cuenta de lo que podía hacer. Pero aquel hombre era inteligente, no podía ocultárselo, sólo desear internamente que no lo reprendiera por ello.

-Lo siento mucho -se disculpó.

-¿Lo sientes? Creo que no me has entendido. Te lo dije como un cumplido. Tu nariz, tu olfato, es un don digno de los dioses -Isley sonrió al hablar y sus ojos adquirieron un brillo intenso, como si hubiera descubierto un tesoro-. ¿Te interesaría ser mi aprendiz? Puedo enseñarte todo lo que hay que saber acerca del arte de la perfumería. Cómo manejar los ingredientes, cómo mezclarlos adecuadamente… -al ver que Raki no decía nada, añadió- Te pagaré, desde luego.

-Isley, no creo que…

Isley levantó la mano y Rigardo cerró la boca sin terminar de dar su opinión, pero no perdió la oportunidad de dirigirle una dura y fría mirada a Raki, haciéndole saber que no le gustaba la idea. Isley le sonreía, lo animaba a aceptar su oferta, mientras que Rigardo parecía amenazarlo de muerte si se atrevía a hacerlo.

Raki agachó la cabeza y se miró los zapatos de cuero usado y desgastado. Sabía que era una grosería no responder a una pregunta directa, al menos eso le habían enseñado en su casa, pero no sabía qué decir. El sudor se acumulaba en su nuca y bajo su camisa de algodón, se sintió sofocado, como si estuviera muy agitado.

-¿A qué te dedicas, muchacho? -preguntó Isley.

-Soy panadero. Bueno, mi papá es panadero, yo todavía estoy aprendiendo.

-¿Y es eso lo que quieres hacer el resto de tu vida? ¿Hornear pan?

Raki no respondió. Era una pregunta que nunca se había hecho. Desde que nació y tuvo el uso de razón, lo más lógico para él era seguir los pasos de su padre y dedicarse al negocio familiar. A su hermano Zaki le gustaba la pesca y era probable que siguiera siendo pescador, pero para Raki era casi natural imaginarse amasando y frente a un horno de piedra, viajando diariamente a Doga para vender su producto y regresando a casa al anochecer. Una vida cómoda y sencilla, aunque austera.

-Sí, supongo que sí -respondió al fin.

Isley sonrió con amabilidad y le sacudió el cabello con gesto paternal.

-Está bien. Si me lo preguntas, creo que tienes una nariz excepcional y que tienes potencial para ser perfumista. Pero si lo tuyo es hornear pan, entonces no tengo nada más que decirte.

-Lo siento, señor, pero no creo poder hacer lo que usted hace. Nunca podría….Yo no sé cómo…

-¿Acaso naciste sabiendo cómo hornear pan, o aprendiste con el tiempo?

-Mi padre me enseñó todo lo que sabe.

Isley ensanchó su sonrisa. Parecía que había dado en el clavo, pero Raki era un poco lento en sus reacciones. Eso le dio ternura. Era un niño noble.

-Te diré algo. Yo me voy de aquí mañana al amanecer. Vine a Doga por negocios, pero vivo en Rabona.

Raki había escuchado sobre la gran ciudad de Rabona. Un centro clave en el comercio, la cocina, las artes y la religión, pero nunca había ido, nunca se había alejado más allá del río y la orilla de la montaña. Ni siquiera había cruzado la puerta del otro lado de Doga, la que conducía al cruce de caminos de viajeros que iban a la ciudad y a los pueblos aledaños.

-Si cambias de opinión, sabes dónde encontrarme -añadió Isley antes de volver a subir a la tarima seguido de Rigardo.

Raki se quedó viéndolos un rato. Vendieron muchos perfumes, pero no las cuatro cajas que llevaban aquel día. Poco después la multitud empezó a dispersarse y Raki decidió regresar con su padre. El aire de Doga se sentía diferente, cargado con nuevos aromas que acababa de descubrir, lo que lo hizo pensar que allá afuera había todo un mundo que desconocía. Que Doga, con la increíble variedad que tenía, era tan sólo una pequeña, ínfima parte de todo ello.

Continuará…