Capítulo 9

Más que un aroma, era un fulgor dorado lo que la envolvía. Como un vapor que emanaba su esbelto cuerpo y que inundaba todo el lugar sin poder evitarlo. La joven miraba hacia todos lados, observando el lugar con detenimiento y finalmente posando su mirada en él, a la espera de algo.

Raki no tenía idea de cómo debía comportarse con una jovencita como ella. ¿Debía mantener la mirada baja, hacer reverencias y hablarle de usted? ¿O tal vez lo más sensato era hacerse invisible y no importunarla con su charla aburrida? Seguro que tenía mejores cosas que hacer en lugar de dirigirle la palabra. Seguro que después de su caminata estaba cansada y sólo quería…

Raki se reprendió mentalmente. ¡Eso era! La rubia había dicho que la joven estaba cansada, y él no había hecho ni siquiera el intento de ofrecerle un asiento. Su mirada barrió el lugar en busca de una silla. Había pocas, todo el tiempo estaban de pie yendo de un lado a otro en la bodega, cargando pieles o telas y esencias. No había tiempo para descansar. Pero junto al fuego había una silla de madera que había visto mejores días. Recordó las palabras de Rigardo, definitivamente ella estaría mucho más cómoda en el estudio o en la sala de estar, en algún sillón acolchonado y recubierto de satín. Su hermoso vestido verde menta se ensuciaría si se sentaba en esa horrenda silla. ¿Qué era peor? ¿Ofrecerle el asiento o no hacerlo? Podía pensar que se estaba burlando de ella, o que la estaba insultando. ¿Por qué una joven como ella se sentaría en esa cosa cuando estaba acostumbrada a los muebles finos? Por otro lado, si no lo hacía, ¿pensaría que era un grosero y maleducado por no ofrecerle un asiento a una dama?

Sus manos sudaban incontrolablemente y trató de limpiarlas con la tela de su pantalón. ¿Por qué la vida era tan complicada en Rabona? ¿Por qué Isley no le había advertido que estas cosas pasarían y que tenía que aprender a lidiar con ellas?

Encima estaba su embriagante aroma que le nublaba el juicio. No terminaba de decidir si estaba complacido de tenerla ahí a su lado o si hubiera preferido que se marchara con Rigardo y la rubia para no atormentarlo.

Ya está, pensó finalmente, tengo que hacerlo.

Jaló la silla y la puso frente a ella, luego tomó el trapo de la mesa con el que estaba limpiando antes de su llegada y le sacudió el polvo, ligeramente avergonzado por no poder ofrecerle algo más decente.

-¿Q-Quieres…? La silla es…bueno…entiendo si no…

La joven soltó una risita y Raki por fin levantó la vista para encontrarse con ese hermoso rostro angelical que lo miraba divertido. Soltó el aire de golpe y se permitió relajarse un poco. Su risa era adorable, y Raki sintió que todo estaba bien en el mundo después de oírla.

-Está bien, en realidad no estoy cansada -explicó la chica.

-¿N-No lo estás…? Pero pensé que…

-Necesitaba una excusa para hablarte a solas.

En este punto, Clare estaba convencida de que un segundo encuentro con ese niño no era coincidencia. Además estaba el sueño… Había demasiadas incógnitas.

Raki casi quiso soltar una carcajada. Ya entendía todo. Estaba soñando y en cualquier momento se despertaría gracias a un golpe de Rigardo, que después lo reprendería por haberse quedado dormido mientras limpiaban las pieles.

Se pellizcó el muslo discretamente y sintió el dolor, así que no podía ser un sueño. La chica del perfume, que estaba junto a él, había puesto una excusa para hablar con él. Era real. ¿Pero por qué? ¿Y para qué? Sentía las mejillas encendidas y tuvo que bajar la cabeza otra vez para que no lo viera. Quería preguntarle tantas cosas que no sabía por dónde empezar. ¿Qué podía querer una hermosa chica como ella con alguien tan insignificante como él?

Clare sonrió al notar su nerviosismo. Era bastante tierno que reaccionara así con ella. Su cara estaba completamente roja y parecía que estaba haciendo un enorme esfuerzo por no desplomarse en el suelo. Pensó en distraerlo para aligerar las cosas un poco.

-¿Cómo te llamas?

Raki se sorprendió por la pregunta y carraspeó antes de responder.

-Raki.

Se preguntó si sería prudente preguntarle a ella su nombre, tal vez era de mala educación, pero antes de decidir si hacerlo o no, ella le respondió.

-Yo soy Clare.

Clare, Clare, Clare. Un nombre que nunca antes había oído pero que jamás olvidaría. Era hermoso, musical y le quedaba a la perfección. Algo claro, cristalino, puro e inocente. Clare. ¿Cómo sonaría de su boca? No se atrevía a pronunciarlo en voz alta. Tal vez cuando estuviera a solas.

Clare empezó a caminar distraídamente por la bodega. Estaba llena de estantes llenos de frascos con sustancias transparentes y ambarinas. Nunca antes había estado en el taller de un perfumista, y se preguntó cómo podía mezclar todos esos olores para impregnar las telas. En esos momentos Teresa estaría hablando con el señor Isley para pedirle que perfumara la alfombra y las cortinas nuevas que le había regalado su padre para su habitación. Un detalle lindo, pero vacío. Superficial incluso.

Pasó sus manos por las alfombras enrolladas que estaban sobre la mesa y le agradó el toque suave de los pelitos. Había otras de terciopelo y de algodón que dentro de poco despedirían un sutil pero agradable aroma a lavanda, manzana o tal vez cítricos.

Raki no perdía pista de sus movimientos. Estaba estático en el centro de la bodega mientras sus ojos acompañaban a Clare en sus descubrimientos. No podía dejar de observar sobre todo sus manos, tan blancas, pequeñas y delicadas pero que se movían con diligencia para tocar los frascos y las telas y alfombras que estaban trabajando. Miró sus propias manos, igual de pequeñas que las de ella pero llenas de callos por el arduo trabajo, extremadamente sudorosas cuando estaba nervioso. Se imaginó sosteniendo su mano por un instante, sería un toque muy suave y mínimo, apenas sintiendo la piel de sus delgados dedos.

-¿Sabes? Me diste un buen susto ayer.

Raki salió de su ensoñación y la miró de nuevo. Había terminado su recorrido y volvía a su lado. No sonaba molesta en lo absoluto pero Raki tuvo el impulso de disculparse, más por costumbre que por otra cosa.

-Lo siento mucho.

-No, no me refiero a eso. No me asustaste por acercarte, sino por lo que pasó después -explicó Clare.

Se detuvo frente a Raki y lo miró en silencio, sus ojos esmeraldas clavados en su rostro sonrojado. La diferencia de altura era notoria. Clare le llevaba unos cuantos centímetros por ser mayor, pero sabía que los chicos solían estirarse mucho durante la adolescencia, por lo que no pasaría mucho hasta que el que la mirara hacia abajo fuera él.

Levantó el dedo índice y tocó su herida, con mucho cuidado de no hacerle daño. Tenía otros rasguños apenas perceptibles si se acercaba mucho, pero ya estaban desapareciendo. Recordó que sus manos estaban raspadas también, así que las tomó entre las suyas para inspeccionarlas, sorprendida por lo duras y fuertes que eran a pesar de ser casi del mismo tamaño que las de ella. Los raspones todavía estaban ahí, pero el enrojecimiento se había esfumado. Eran cálidas y estaban un poco húmedas de sudor, pero no le importó.

-Parece que estás bien -dijo al fin con una sonrisa.

Raki pasó saliva y asintió repetidas veces.

-Te quedará una cicatriz en la ceja -agregó-. Es inevitable.

-S-Supongo que sí.

Raki estaba preocupado de que una cicatriz le resultara repugnante a pesar de que había tocado su herida sin inmutarse.

-En lo personal, me gustan las cicatrices -comentó Clare como si nada-. Cuentan historias.

Raki se mostró de acuerdo. Nunca lo había visto de esa forma. Ahora tenía un recordatorio permanente del desastroso primer encuentro con Clare.

Se reprochó no tener tema de conversación. Seguramente Clare pensaba que había algo malo con él. Además del tartamudeo cada que quería decir algo, el mutismo sepulcral debía estar volviéndola loca. Pero no se le ocurría de qué podía hablarle. ¿De panes? ¿De aromas? Sería un suicidio. Demasiado extraño para siquiera mencionarlo. Y una vez más, no quería importunarla, aunque se moría de curiosidad por saber más cosas sobre ella.

Rigardo va a matarme si la ofendo de cualquier forma, lo sé, pensó Raki.

Clare se preguntaba por qué aquel chico era tan callado. Se notaba que estaba nervioso pero toda la conversación la estaba haciendo ella, y él sólo se limitaba a responder brevemente o a asentir. Tal vez no quiere hablar conmigo, pensó Clare. Tal vez piensa que soy un fastidio y que hablo demasiado.

Se reprendió mentalmente por hostigarlo con preguntas y frases sin sentido. Incluso había tenido la osadía de tocar su herida y sus manos, como si nada. Había sido una imprudencia de su parte y entendía si Raki no quería que volviera a hacerlo. O si quería que se marchara. A la gente no le gustaba que un extraño se les acercara y los tocara. Era grosero, por no decir terrorífico. Y aunque quería quedarse más tiempo y hablar con él, deseó que Teresa se diera prisa en volver para poder marcharse. Entonces podría lamentarse encerrada en su habitación.

De acuerdo, es tu momento, pensaba Raki, pregúntale cualquier cosa. Que sepa que estás interesado en ella pero que no eres un entrometido. Pregúntale dónde vive. No, eso no, es lo peor que puedes preguntarle, se hará la idea equivocada. Pregúntale cuántos años tiene. No, eso tampoco, mamá siempre dice que a una dama no se le pregunta su edad. Pregúntale quién es la mujer rubia que la acompaña. No, mejor pregúntale…

Mientras Raki se decidía a hablar con Clare, escucharon pasos que se acercaban por las escaleras. Ambos se miraron un momento y sonrieron mutuamente, demasiado incómodos como para decir algo. Rigardo y Teresa aparecieron por la puerta, intercambiaron unas palabras más y Teresa se acercó a Clare pero con la vista fija en Raki, mostrando una sonrisa tenue que le puso la piel de gallina. De alguna forma ese simple gesto era más atemorizante que las mortales miradas de Rigardo.

-Bueno, vámonos ya, Clare. Hablé con el señor Isley y todo está arreglado. Enviará a alguien mañana para recoger la alfombra y las cortinas y las tendrá listas antes de tu cumpleaños.

Clare sonrió agradecida y asintió. Miró de nuevo a Raki y levantó la mano para despedirse.

-Adiós, Raki.

-Adiós, Clare -respondió Raki tímidamente bajo el escrutinio de Rigardo y Teresa, porque habían notado que se hablaban por sus nombres como si se conocieran desde hacía mucho tiempo.

Las dos se marcharon por donde habían entrado y finalmente Rigardo cerró la puerta. El aire seguía impregnado con el aroma de Clare y Raki cerró los ojos para tratar de absorberlo con su mente. Hasta que no aprendiera a encapsular los aromas, tenía que conformarse con esos fantasmas de su fragancia.

-¿Y bien?

La pregunta de Rigardo lo trajo de vuelta. Esperaba una explicación y por su tono de voz la quería rápido. Raki pasó saliva con pesadez, pensando por dónde empezar.

Continuará…