Dataría el inicio de mis aventuras justamente en ese día; bajo un sol primaveral y recorriendo los puertos del archipiélago Sabaody. Coincidía con el matrimonio (excesivamente promocionado, si me preguntan a mí) de dos tenryuubitos en la tierra sagrada de Mary Geoise. Mientras me hacía sombrilla con una mano para echar un buen vistazo a las embarcaciones, escuché a unos piratas que se gritaban entre sí sus apreciaciones sobre la ceremonia que se detallaba en la tercera página del periódico local. Fue entonces que, por dos segundos, pensé en Stella Maris, la rebelde tenryuubito que aquel día vestiría el blanco para convertirse en el orgullo de su ancestral familia. Exactamente esa fue la cantidad de tiempo que dediqué aquel día a pensar en esa pobre chica, también fue la última. Recuerdo que me dio lástima, pero a la vez me sentí tan ajena a su realidad que no consideré necesario dedicarle más tiempo a reflexiones infructuosas. El mar me esperaba y, mucho más urgentemente, el capitán de un barco de contrabando en dirección a Water Seven.

- Christine -anuncié con la frente en alto y le ofrecí mi mano. Él la estrechó con suspicacia-. ¿Cuánto pide por el aventón?

- Eso depende de cuánto tengas, preciosa.

Asentí con el ceño fruncido. Desenganché la bolsa que venía colgando de mi cinturón y le enseñé su volumen. Él alzó una ceja y, sin dejar de gritar órdenes a sus subalternos, me indicó con un dedo que le dejara echar un vistazo al contenido.

- Tengo cerca de 20.000 beries en joyas y monedas. Necesito saber si eso es suficiente para que me lleve lejos de aquí.

- Cariño -respondió él, enseñándome una sonrisa- con algunos favores durante el viaje era suficiente.

No abandoné mi expresión de pocos amigos y negué con la cabeza con toda la determinación de la que fui capaz. Él soltó una carcajada.

- ¡Vamos, no te pongas tan seria! Déjame echarle un vistazo al interior de esa bolsa. -Acercó la mano, pero yo aplasté el dinero contra mi pecho y retrocedí un par de pasos-. No le vas a simpatizar a muchos capitanes si andas tan desconfiada por ahí. -Dijo con ojos audaces. Noté que una gota de sudor le caía por la sien y aterrizaba en una mano dispuesta a desenfundar una espada.

Fue demasiado tarde. Hice el amago de salir corriendo, pero dos hombres bajo su mando que descansaban a unos pasos de nuestra conversación se habían colocado a mi alrededor y se habían apoderado de mis brazos sin esfuerzo. Todo el tiempo dedicado a practicar y memorizar movimientos de lucha de libros abandonados se vieron anulados antes de que pudiera siquiera considerar su uso. De ahí que mis intentos por zafarme solo provocaran risas. Uno de ellos me presionó la muñeca hasta que grité y la bolsa tintineó al chocar contra el suelo.

- Agradece que somos nosotros los que te haremos pasar por esto. Recientemente estuvimos con unas muchachas realmente ansiosas, así que solo nos llevaremos la bolsa.

Me miró y me vi reflejada en sus pupilas: mi figura frágil, temblando de la cabeza a los pies a causa de la impotencia. Hizo unas señas con la cabeza a los chicos que me sostenían y ambos me arrastraron fuera de la vista del navegante. Poco después de que dejara de escuchar la voz gritona del hombre que acababa de robarme, los tripulantes relajaron un poco su agarre y me planté firme en la tierra en cuanto me soltaron. Me puse a caminar en línea recta sin voltear la cabeza. Tenía mi orgullo herido y un patente cosquilleo en las piernas, pero eso no me haría descuidar la compostura. Avancé sin rumbo un buen rato, solo para poner en orden mis pensamientos. Se me hacía muy claro que había subestimado todo el asunto y que no podía evitar que los peligros del mundo me sorprendieran con la guardia baja. Sin embargo, me había asegurado de no tener un lugar al que volver y eso era sorprendentemente tranquilizador. Estaba empezando una nueva vida y estaba segura de lo que tenía que hacer a continuación. El día estaba recién comenzando.

. . .

Empujé la puerta de la posada con letargo y esperé a que mis ojos se acostumbraran a la sala levemente iluminada por una filtración de luz crepuscular. El propietario estaba moviendo unas sillas y, antes de que se volviera hacia mí, aproveché para limpiarme el sudor de la cara con el dorso de mi camiseta. Cuando se me aproximó plegando las mangas de la camisa por sobre el codo inflé mi pecho y le entregué mi mejor sonrisa.

- Noté que usted tiene una posada muy linda y grande, estoy segura...

- No estoy ofreciendo trabajo, niña. Ve a molestar a los otros locales. -Dijo, haciendo un leve movimiento en el aire con la mano. Se dio la vuelta y comenzó a caminar hacia la parte trasera del local.

- Estoy segura que le sería de utilidad -Me apresuré a decir-. Soy muy buena limpiando, podría encargarme del trabajo duro también, puedo servir comida, sé cocinar... -mentira tras mentira, había estado soltándolas con la facilidad con la que respiraba.

- No te gastes conmigo -me interrumpió con una mano-. Estoy seguro que en El Gato Enjabonado estarán felices de considerarte- no pude evitar mirar hacia un lado al escucharlo, él pareció darse cuenta- ¿No? Bueno, en El Bar de las Sirenas también... -levanté una ceja algo cansada- o la tienda de Madame Diane, estoy seguro... o La Gaviota Bicolor, El Tesoro del Archipiélago, La Caldera...

Hice mi mayor esfuerzo para mantener una amplia sonrisa, pero se me hacía cada vez más difícil. El posadero asintió, comprendiendo de repente.

- No ha sido un buen día ¿eh? -no respondí. Se pasó la mano por la barba canosa y me miró largamente a los ojos. Entonces soltó un prolongado suspiro y suavizó su expresión-. Mira, te puedes quedar aquí hasta que tengas otro lugar a dónde ir, no te puedo pagar mucho, pero puedes dormir y trabajar. -Alzó una ceja, esperando mi respuesta.

Corrí a abrazarlo, no me importó lo indecoroso ni el hecho de que era un extraño en un mundo cruel, le agradecía como él no se lo imaginaba; había aliviado un considerable espesor de desesperanza que ya estaba oprimiendo mi garganta. Se mostró rígido, pero no sorprendido. Esperó a que lo soltara y enumeró mis deberes. Me indicó dónde se encontraba la ropa que debía usar y yo corrí a buscarla. Por el momento tendría que encargarme de la cocina, así que me ordenó que me sujetara el cabello en una coleta. Al terminar me examinó y me pasó una horquilla para que ajustara un par de mechones sueltos. Aproveché ese momento para observar con atención el interior de la posada, el tamaño no era nada del otro mundo, pero tampoco era pequeño. Se veía hogareño, pero preparado para recibir a un pelotón. Esperaba pasar un buen tiempo en ese lugar y por el momento me agradaba bastante la idea.

- ¿Es cierto que sabes cocinar? -me preguntó luego de llevarme a la bodega. Abrí la boca, dudando de mis siguientes palabras. Antes de que lograra articular una oración a trompicones el dueño ya parecía haber dado con la respuesta-. Ya me lo imaginaba, por ahora solo te pediré que limpies ¿Entendido? Pero necesito que sea exhaustivo, no me trago las excusas y tampoco te tomes toda la tarde, esta posada requiere de un montón de cuidados.

Asentí lo más humildemente posible. No sabía qué tan útil podía resultar una persona que en su vida solo había recibido la "formación" de un tenryuubito, pero me sentía dispuesta a aprender. Mi jefe se retiró al comedor y me dejó con algunos paños y escobas. Llevaba alrededor de 20 minutos realizando mi tarea cuando escuché que algunos clientes ingresaban al local. Me mantuve en mi lugar, como correspondía; sin embargo, no pude evitar escuchar los sonidos que se filtraban por debajo de la puerta y que daban cuenta de una discusión. Me encontraba mirando la puerta de la bodega cuando esta se abrió. Al otro lado había un individuo de tez paliducha, rastas negras que caían hasta la altura del hombro, un machete atado al cinto y más argollas colgando del rostro de las que era capaz de contar: un pirata.

- Viejo, me había olvidado que tenías una debilidad por las jóvenes y bonitas. -Dijo en cuanto me vio.

No lo sabía en ese momento, pero los piratas de tres dedos habían estado asaltando la posada del viejo Rodrick (es decir, el lugar donde yo estaba parada) con cierta frecuencia durante los últimos dos años. Por este motivo, el bueno de Rodrick había empezado a rechazar a todos aquellos jóvenes desamparados que llegaban a su puerta solicitando un techo sobre el cual trabajar. Ya sabemos cuál fue la excepción. El pirata que había tenido la genial idea de asaltar la bodega y me había descubierto en ella era a quien yo más tarde conocería como Estornudos. A estas alturas no me queda más que confesarlo: el primer día de mis aventuras también es el día en el que fui secuestrada por piratas.

Nota del autor:

Feliz navidad.