Jashin, mañana estaré TAN arrepentida de esto. Pasan de la 1am, mi gato ya está maullándome que me vaya a dormir (o algo) y yo aquí con un nuevo capítulo.

Hace 3 semanas que me volví a sentir un poco mal (u-u) y durante un día, con el corazón roto, volví a preguntarme qué estaba haciendo antes de sumergirme de lleno en historias sobre Jason Todd y la Batifamilia. Pero hoy, como siempre, he regresado.

El título de este capítulo es profético, espero, jaja.

Disclaimer: Nada que sean capaces de reconocer me pertenece.

Advertencias: Yaoi, bastante OoC, AU, hurt/comfort, este Hanahaki es el que debió ser el primero de mis fics sobre el tema y me arrepiento de no haberlo escrito antes (pero ahora las cosas son como debieron ser).

¡Espero les guste!


There was a time when I was alone

EVERLASTING

℘ { } ℘

Been through things that you can't see

A kind of suffering the eyes don't notice

Rather hide when I'm hurting

—Citizen soldier, My own miracle

℘ { } ℘

La —maldita— operación no había dejado "secuelas" únicamente (como la esclerótica negra y la fatiga); en realidad, Itachi podría llamarlo un rotundo fracaso y ya se imaginaba los noticieros alimentándose igual que buitres. Cuando Fugaku se enterara, demandaría a su —incompetente— cirujano, pediría su cabeza y en una placa para colgarla en su pared y le tiraría gargajos a diario.

El moreno, turbado al observar el delgado pétalo de lycoris radiata que expulsó a fuerza de dolorosas arqueadas, sintió que sus pulmones se iban desinflando lentamente al dejar que el aire se le escapara mientras todavía.

Tomó una de las chaquetas que Sasuke le había regalado tras ahorrar varios meses en su trabajo de medio tiempo y se apresuró a su carro, fingiendo una gran calma demasiado bien. Su familia lo había entrenado hasta que la máscara inmutable se volvió parte de él, como sus sedosos cabellos negros y los brillantes ojos de rubí, ocultos bajo lentes de sol para disfrazar la marca de un enfermo-por-cobarde-o-malaventurado.

Ir al hospital era una mera formalidad a esas alturas. ¡Joder! Siendo franco, incluso los vestigios sanguinolentos de la "flor del Infierno" (los cuales llevaba tosiendo desde la mañana anterior) parecían hacer poco más que refutar cuanto el Uchiha sabía: aún estaba enamorado de Akasuna no Sasori.

Quizá otra víctima de la enfermedad de Hanahaki reaccionaría con pánico o furia por el dinero mal gastado. Él, tras oír el pronóstico de Tsunade (la directora del hospital donde era voluntario y a quien le hubiera gustado confiar su corazón si su voz hubiese tenido voto en la decisión), sólo preguntó a cuántos había visto morir arrepentidos de no operarse.

La rubia tensó los labios.

—Se dice por ahí —comenzó la mujer, echándose hacia delante sin romper el contacto entre sus miradas; los ojos de ella albergaban una tristeza sin nombre que Itachi reconocía perfectamente— que no estabas de acuerdo.

El joven de irises carmín rebuscó dentro de su bolsillo y sacó el pétalo para examinarlo. La verdad, nada recordaba de haberlo guardado.

—Yo jamás pude decírselo —murmuró el pelinegro, girando la corola frente a su rostro—. Iba a casarme. Se trataba de un hecho que ninguno ignoraba y, por lo tanto, era un acuerdo tácito que jamás nos quedaríamos juntos.

» Y luego me preguntó si podía desistir de los planes de mi familia e imaginé que le estaba haciendo un favor al confirmarle lo que ambos sabíamos.

» Pero… se estaba muriendo. Y se hizo la operación dos días después.

Tsunade continuó observándolo en absoluto silencio, quizá juzgándolo.

—Tu plan siempre fue dejar que pasara —la doctora, finalmente, sentenció.

—Nunca he tenido control sobre nada respecto a mi vida —contestó Itachi—. Y si iba a vivir toda esa farsa para no fallarle a mi padre, al menos moriría pensando sólo en Sasori.

La Senju cerró los ojos y giró su silla hacia la ventana.

—Te arrepentirás —declaró la médica—. Todos lo hacen.

℘ { } ℘

Las gotas de lluvia explotaban sobre el asfalto como las bombas de un terreno minado. A Itachi siempre le habían gustado los días nublados y fríos (ayudaban para sus constantes y agudas migrañas); si no lo empapaba, su cabello resplandecía como si tuviera una capa de rocío y disfrutaba la caricia del agua resbalando por su piel,

No obstante, esa clase de diluvio con poderosos truenos y las gotas que penetraban como estalactitas eran una historia diferente. Sólo imaginarse salir del edificio lo hacía gruñir de pesar. ¡Por supuesto que olvidó el paraguas! ¿Quién lo hubiera tomado, en sus circunstancias?

Aunque su carro se hallaba a tres minutos caminando (45 segundos máximo, si corría e ignoraba la tos), terminaría chorreando y pescando una influenza.

Trató de reprimir el recuerdo de Sasori atendiéndolo, aun a costa de su —ligera— fobia a las enfermedades. Dios, su mirada nublada de preocupación y la tensa línea de sus labios que él daría la vida por besar nuevamente, reclamando sus suspiros e intercambiándolos con los propios.

"Cállate," le ordenó su cerebro al corazón, cuyo rápido palpitar incitaban a la flor del Infierno a erguirse cual girasol tratando de alcanzar el cielo. Tosió frenéticamente, mas luego de unos segundos, introdujo dos dedos para ayudar a sus pulmones a sacar los pétalos.

Los pacientes y la gente en la sala de espera lo observaron y regresaron a lo suyo, seguramente atribuyendo los lentes de sol a la clase de idiota engreído que busca verse cool.

"Han de pensar que vine a sacar una cita para operarme, así de mal como se oyó este ataque." Bufó. "Seguro me quedaran un par de meses."

Levantó la vista. La lluvia, en lugar de amainar, pareció rugir con mayor ímpetu. Bueno, volver al área de pediatría y leer o jugar con los niños seguía siendo una buena opción. Ellos necesitaban visitas de personas que los trataran como chicos normales y él confiaba que eso le ayudaría a matar el tiempo y le ocuparía la mente, sofocando la advertencia de Tsunade, cuyo latigazo había abierto su pecho con algo parecido al miedo (no tanto a la muerte como a la certeza de que, si la noticia lo alcanzaba, Sasori no sentiría nada).

El Uchiha vio su reloj. 7:15. Le había dicho a Kisame, con quien se había mudado tras la operación, que había ido al hospital a pasar el rato con los niños del ala terminal. A lo mejor necesitaba avisarle sobre este percance.

—Sakura estaba oyendo detrás de la puerta —una voz musical interrumpió el hilo de sus pensamientos—. Vine a buscarte para comprobarlo.

Itachi aguantó la respiración, conteniendo miserablemente los últimos espasmos al girarse a sus espaldas. Ahí estaba Akasuna no Sasori: el cabello rojo estaba más largo y le resbalaba por la frente peligrosamente cerca de los ojos cafés… rodeados de negro.

El Uchiha sintió que su corazón se aplastaba, como si algún maquiavélico dios lo hubiera olvidado en una prensa. Sabía que el pelirrojo visitaba regularmente a su abuela en el hospital (si bien ambos se quedaban en inquietante silencio).

No había visto al taheño desde hace un mes, antes de la operación del Akasuna en el extranjero, cuando terminó su relación por videochat. El artista no le había dicho nada acerca de la operación. Se vino a enterar cuatro días más tarde, cuando Deidara respondió la llamada para explicarle la nueva situación y mandarlo al diablo, amenazándolo con hacerlo explotar si trataba de ponerse en contacto de nuevo.

Itachi tenía la —estúpida— sospecha de que ese había sido el único acto de amistad que el rubio había tenido nunca con él. Cruel, pero genuino.

—Escucha —le dijo—, de verdad no vas a querer verlo, hum. Así que hazte un favor y borra a Sasori de tu mente.

Ver ahí al pelirrojo, quien debería hallarse estudiando fuera de Japón, nada más podía significar algo malo.

En esta ocasión, el corazón del moreno se retorció como una jerga exprimiéndose por razones totalmente diferentes. Abrió la boca, aunque las palabras se le estrangularon en la garganta.

No obstante, tras verlo un segundo (se sintió como una mariposa clavada a un alfiler), Sasori añadió:

—Chiyo-baa está bien. Lograron estabilizarla.

Itachi suspiró de alivio. La viejecita, quien seguramente ahora le odiaba, le agradaba mucho. La abuela de Sasori había recibido a Itachi con los brazos abiertos, pero todavía recordaba su amenaza sobre qué le ocurriría si lastimaba a su nieto.

Ninguno dijo nada por varios segundos.

—Me alegro. De verdad —farfulló Itachi con honestidad, casi incapaz de sostenerle la mirada al pelirrojo. Éste arrugó las cejas.

—Ojalá me lo hubieras dicho —comentó Sasori y, aunque su voz parecía neutral, sus ojos estaban teñidos de una melancolía que abrigó el alma de Itachi como una caja de zapatos haría por un minino desamparado.

Itachi lanzó una risa hueca, carente de todo rastro de felicidad.

—¿Qué hay de ti? —No pudo evitar rebatir con amargura, pese a no tener ningún derecho—. Sólo te fuiste y te… —se atragantó por lo que trataba de sacar (¿más pétalos, acusaciones?)—. Yo te lo hubiera dicho.

—¿Y luego, qué? —Contestó, ladeando la cabeza. Ahora mismo parecía una de sus preciadas marionetas. Le resultó una imagen perturbadora… insoportable—. De todas formas te ibas a casar con Izumi.

El Uchiha se abstuvo de mentir y resistió los deseos por tomarle las manos. No había forma de cambiar nada. Sasori ya no sentía ningún tipo de afecto hacia Itachi y él estaba listo para morir con flores dentro de los pulmones, garganta y boca.

Pero no se llevaría ese secreto a la tumba.

—El doctor que me hizo la cirugía lo hizo mal —confesó—. Todavía… Sasori, yo te amo.

Cuando le dijo eso, Akasuna observaba el suelo y su boca yacía contraída hacia abajo. De pronto, cerró los ojos y las comisuras de sus labios se curvaron en una sonrisa.

—Me obligaron a operarme. De verdad, me drogaron, me ataron a la camilla y me llevaron al quirófano —continuó Itachi—. Yo jamás habría vivido mi vida sin sentir lo que sentía por ti. Y esta vez lo haré. Quiero que lo sepas. Me alegro que ese doctor haya sido un incompetente.

—¿Qué impediría que tu familia volviera a detenerte?

—No lo harán. Me aseguraré de ello. De una u otra forma, esta vez… decido yo.

Sasori abrió los ojos y borró la sonrisa.

El pelirrojo se llevó una mano al rabillo del ojo.

—Mi operación salió muy bien —susurró despacio—. Yo no te amo.

Las últimas cuatro palabras le causaron un ataque de tos a Itachi que lo doblaron por la mitad, igual que Atlas levantando el peso del mundo. La gente los miró escandalizado y dos enfermeras corrieron en su dirección.

Itachi les gritó, no sin cierto esfuerzo por el torrente de pétalos, que se fueran.

Sasori aguardó, viéndolo sin pizca de ese recatado anhelo de otrora.

El Uchiha cayó sobre una rodilla y luchó por respirar, sin mayor éxito.

Akasuna se arrodilló frente al moreno, cogiéndole el rostro con las manos y le quitó los lentes. El pelilargo intentó contener sus espasmos y, tras la cortina de lágrimas provocadas por las arqueadas, notó que le tosía sangre al rostro del oji-café.

"No estaría tan mal," pensó Itachi, ahogándose. El cuerpo le ardía, su esófago estaba en llamas. "Morir en sus manos."

De repente, ocurrió lo impensable: el taheño unió sus labios en un beso desapasionado. No debió de ser muy agradable, con el sabor metálico de la sangre y los pétalos de las flores.

La tos menguó, dejando tras de sí un doloroso silbido.

—¿Sabes? —Preguntó el artista, limpiándose la sangre y quitándose pétalos de los labios—. Aunque se lo hice creer a Akatsuki en aquel entonces… lo cierto es que no me tomó demasiado enamorarme de ti. —Hizo una pausa—. ¿Crees que volvería a pasarme?

Itachi, temblando, le rodeó las muñecas.

—Sa-Sasori —la voz del moreno salió ronca y quebrada por la garganta herida que le inducía a tartamudear—, i-incluso si no fuera así, y-y-yo quisiera…

El pelirrojo se levantó y ayudó al moreno a hacer lo mismo.

—Quién sabe —murmuró el taheño—. A lo mejor me operó otro idiota que me hizo propenso a una recaída.

THE END


Y aquí mi contribución chunga, pero estoy satisfecha (a la 1am y a mi edad, es difícil no estarlo, jaja).

Gracias por leerme, quien siga esta historia. Lamento el final abierto (?), pero no lo lamento.