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17

Sentimientos II

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Trataba de no demostrar lo mucho que le afectaba toda la situación con Satoru, y no era porque no quisiera ser una molestia para el hechicero, simplemente aún tenía algo de orgullo-lo que le había sorprendido gratamente-y ya se sentía bastante avergonzada por haber ido a su habitación y que él con suerte le regalara una mirada de dos segundos.

No se lo merecía. Se había repetido todas las noches que el problema no era ella, que no era su culpa no ser lo que él quería, pero aun así no era motivo para que la tratase de esa manea. A momentos el despecho le hacía tener pensamientos que no iban con ella, cuando estaba sola en su dormitorio y recordaba su actitud, su pecho se apretaba y se preguntaba "¿crees que porque eres Satoru Gojou puedes tratar así a las personas?" pero rápidamente se respondía que no era por eso que él la había tratado así, simplemente era un hombre. Ni el gran Satoru Gojou se escapaba de serlo.

Intentaba no pensarlo demasiado, no quería que su experiencia con el adolescente le manchara la admiración que sentía por el sensei que amablemente se había tomado una fotografía con ella. Pero más importante aún, tenía que controlar los picos de energía maldita para no delatarse. Le era difícil, se lo habían enseñado apenas ingresó a la escuela de Kioto y a veces se sentía como una novata dejándose llevar por sus emociones.

Se vistió sin ánimo, cepilló su cabello y se miró en el espejo. Ya había recuperado el color en el rostro, casi no tenía síntomas de su anemia, aun así, le quedaba un mes de tratamiento. Suspiró y se tomó la pastilla de ese día. Casi 6 meses llevaba viviendo en el pasado, 6 meses en los que había pasado por muchas experiencias nuevas, y a pesar del dolor que sentía, no se arrepentía del todo. Suspiró viendo su reflejo en el espejo del sanitario, la mitad del tiempo de su estadía en Tokio había estado con él, y ahora se sentía algo sola.

Miró el calendario en su móvil, faltaba poco para su cumpleaños. Su semblante se ensombreció, sería el primer cumpleaños que lo pasaba sin sus hermanos, pensó por un momento-cuando Satoru seguía visitándola-que su cumpleaños sería igual de divertido que el de los demás, pero ahora no quería decirle a nadie. No solo porque ya no se relacionaba con el hechicero, sino que también porque no tenía los ánimos para celebrar nada.

Ya no se sentía cómoda en Tokio, en la escuela de hechicería ni con sus compañeros. Ya no era la novedad, Satoru ya no la trataba como antes, y ella había tomado distancia también. En cada receso se iba dónde Nanami, entrenaba con el rubio y se iba a misiones con él, y cenaba en su habitación. Hablaba con regularidad con todos y se mostraba amable como solía ser, pero evitaba compartir más de la cuenta. No creía que estuviera siendo indiferente con sus compañeros, porque ellos seguían siendo cordiales, por lo que estaba segura que su distancia había sido sutil y no levantaba sospechas. Claro, Suguru y Satoru sabían el porqué, y al pensarlo, sus mejillas se sonrojaron por la vergüenza.

Tenía muchos sentimientos mezclados. Desde la vergüenza, la tristeza, se sentía humillada e incluso traicionada, y estaba molesta consigo misma, eran emociones peligrosas y cada que lo meditaba, intentaba calmarse para no alterar su energía. Se sentó en el borde de la cama y respiró profundamente por diez segundos. No quería sentirse así por un hombre, pero la rabia no se iba.

—Ya pasaron dos meses y medio… supéralo —susurró para sí misma. Se obligó a no compararse con él y pensar que él por su parte ya lo había superado, pues no tenía nada que superar, porque para Satoru no había sido nada. Lo de ellos no había significado nada. Se mordió su mejilla interna y contuvo el suspiro, dio un profundo suspiro y se puso de pie.

Practicó su sonrisa y salió de su cuarto. Volvió a suspirar y caminó hacia el salón de clases. Detuvo su andar antes de entrar, se quedó viendo la puerta por unos segundos y continuó caminando, sonrió sin ganas al grupo y saludó como de costumbre, avanzó rápido hacia su puesto y se sentó en silencio. Buscó su libro de álgebra debajo de su mesa y lo dejó en la superficie.

—Iremos al cine después de clases —le habló Shoko con su actitud relajada, Kasumi titubeó por unos segundos, obligándose a no preguntar "¿quiénes?", para no exponerse. —irás con nosotros, ¿verdad?

—Tengo cosas que hacer —sonrió a modo de disculpa, y volvió su atención al libro que no tenía nada de interesante, sintió los ojos de la joven aun ella y volteó a verla, Shoko la observaba fijamente, y por un momento se sintió incómoda, como si la estuviera estudiando.

—Ah… ¿qué cosas? ¿entrenarás con Nanami? —preguntó mientras apoyaba su barbilla en su mano.

—Sí —sonrió Kasumi—siento que he mejorado un poco —se rio nerviosa.

—Pero Nanami también va —dijo Shoko y la sonrisa de Kasumi se borró. Sus ojos azules viraron desde la joven hasta el resto de sus compañeros que la miraban atentos, tragó con disimulo y sonrió tontamente.

—Ah… no me dijo —se excusó y volvió su atención al libro.

— ¿Entonces irás? —insistió Shoko, Kasumi hizo una mueca que su largo cabello le ayudó a esconder, levantó la vista hacia la joven y sonrió negando.

—No creo —respondió y dio vuelta la página del libro, buscando en la que se habían quedado en la clase anterior.

— ¿Por qué no? —preguntó Suguru y Kasumi soltó un suspiro, que a los segundos después le avergonzó. Estaba comportándose como una tonta cuando ellos solo estaban siendo amables.

—No me siento muy bien —dijo sin mirarlo—si no entrenaremos, la verdad prefiero descansar.

—Se entiende —respondió Shoko.

Para su suerte, el maestro llegó a los minutos y la clase comenzó. Tomó un mechón de su cabello y miró las puntas, notó un par florecidas y frunció el entrecejo. La jornada pasó más rápido de lo que hubiera querido, cuando el adulto salió del salón, se puso de pie rápidamente y salió casi siguiéndolo, escapándose de sus compañeros.

Se sentía incómoda, más que de costumbre, el estar evitándolos no le gustaba, pero tampoco quería fingir y actuar como si quisiera estar allí con ellos cuando no era así. Pensó en ir donde Nanami, pero se arrepintió apenas lo consideró. En cambio, fue hacia el patio trasero del colegio y se sentó en las gradas a tomar un poco de sol de invierno, miró sus pantis negras como si fuera lo más interesante. Oyó pasos cerca y pensó en irse, frunció el ceño ¿de qué huía? Un nudo en la garganta se le formó al mismo tiempo que sintió sus ojos escocer. Simplemente quería estar sola, pensó.

— ¿Estás bien? —volteó hacia atrás al oír a Nanami—te vi pasar —murmuró encogiéndose de hombros.

—Sí, estoy bien —dijo y miró hacia el frente. Pensó que el hechicero se iría, en cambio se sentó a su lado en silencio.

—Pensé que te gustaría ir al cine con los demás —los ojos del rubio estaban fijos en ella, pero Kasumi no le miró en ningún momento.

—No tengo ganas —susurró—tengo cosas que hacer.

— ¿Qué cosas? —frunció el ceño y volteó hacia él—sé que no es asunto mío, pero no deberías aislarte.

— ¿De qué hablas? —preguntó, sudó frío al pensar que él también sabía lo que había pasado con Satoru, y por un momento pensó que quizás todos lo sabían y la idea le asqueó. Realmente tenía ganas de huir en ese momento.

—No lo sé —reconoció—desde hace varios meses que estás diferente. Casi no compartes con nadie, solo conmigo por el entrenamiento y las misiones ¿quieres hablar?

—No —se apresuró en responder, Nanami alzó ambas cejas al oírla, negó meciendo su flequillo y sonrió sin ganas—lo siento, quiero decir. No me pasa nada. Solo… llevo aquí casi 6 meses. Empiezo a angustiarme.

—Entiendo —asintió el rubio—es normal que te sientas así, quizás el distraerte sea lo mejor ¿no crees?

—Tal vez —asintió desviando la mirada—pero por hoy quiero descansar —Nanami asintió y se puso de pie— ¿ya te vas?

—Creo que quieres estar sola —pensó en negarlo, pero ¿qué tenía de malo? Sonrió en respuesta y se quedó en su sitio.

Nanami la miró por unos segundos y regresó por el pasillo. Siguió caminando hacia el salón de sus superiores y se quedó en el umbral. El trío lo miró atento, pero ninguno dijo nada, el rubio se encogió de hombros y pensó en volver a su salón, pero los gritos de Shoko lo interrumpieron.

— ¡Oye! Esa no es respuesta ¿qué te dijo? —preguntó cruzándose de brazos.

—Solo está agotada por su situación —respondió mirándola serio—y es comprensible.

— ¿Qué situación? —preguntó Satoru y el rubio volteó a verlo. El hechicero lucía calmado, demasiado para ser él, pero movía su pie derecho nervioso. Llevaba sus gafas como de costumbre.

—El estar aquí cuando debería estar con sus hermanos en su tiempo —explicó alzando una ceja.

—Ah… es cierto —murmuró Suguru—han pasado varios meses, debe estar preocupada.

—Sí… por lo mismo debería venir —susurró Shoko—convéncela.

—Se lo dije —se encogió de hombros—está cansada. Denle espacio, es normal que quiera estar sola.

—Nadie quiere estar solo. —Susurró Satoru, y el grupo guardó silencio por unos segundos.

—Sí… pero Kasumi-chan necesita espacio —habló Suguru—gracias Nanami, siento haberte pedido esto —sonrió con culpa.

—Está bien —murmuró y salió del salón.

Suguru miró a Satoru, el joven estaba silencioso en su puesto. Pudo suponer qué pasaba por su mente, seguramente se sentía culpable o quería ir a hacerle compañía a la joven y se estaba esforzando por no caer en la tentación. Llevaban casi tres meses distanciados, y no sabía cuál se sentía peor. La joven había tomado distancia de los tres, y lo entendía, sentía que en parte era lo mejor para ella, pero su indiferencia tenía angustiado a su amigo. Aunque no lo decía en voz alta, Satoru parecía más afectado que la joven. No había querido preguntarle, pero la idea de ir todos al cine le decía mucho. Había insistido en que fueran todos, y estaba seguro que con eso quería asegurarse de que Kasumi compartiría con él, aunque no estuvieran solos.

— ¿Estas bien? —le preguntó bajito, Shoko justo se puso de pie y salió del salón con una cajetilla de cigarros en la mano. Satoru giró hacia su dirección y no respondió—no lo estás.

— ¿Crees que me odie? —preguntó en un hilo de voz.

—No —respondió dudoso—quizás sí. Pregúntale.

—No puedo, no tiene sentido que lo haga. No después de que ni siquiera fui capaz de hablar con ella directamente. —Suspiró derrotado y se sacudió el cabello—esto es molesto.

— ¿El amor? —el corazón de Satoru se detuvo por unos segundos y abrió la boca para responder, negarlo, pero nada salió. Giró hacia Suguru sin saber qué responder, cuando por fin se le ocurrió algo coherente, Kasumi entró al salón y su garganta se secó.

La joven no volteó a verlos, caminó directo hacia su puesto. Se quedó viendo su cabello menearse al ritmo de sus pasos. Recordó cómo se sentía el enredar sus dedos entre sus mechones suaves y una mueca se formó en sus labios.

—Cierra la boca —le susurró a su amigo y pegó un brinco en su sitio, volteó hacia él frunciéndole el entrecejo y le dio un empujón.

— ¡Kasumi-chan! —se tensó cuando le oyó, la sonrisa socarrona de su compañero no le auguraba nada bueno. Tragó con disimulo y miró hacia la joven que volteaba a ver a su compañero. Frunció el ceño incómodo al notar que, aunque él estuviera al lado de Suguru, la joven se esforzara por ignorarlo por completo— ¿quieres algo del centro comercial?

—Uhm… —sentía que negarse era maleducado. Ya la habían invitado a salir y no había querido ir, seguir rechazando sus invitaciones o presentes solo evidenciaba su despecho— ¿algunos fideos picantes instantáneos?

—Fideos instantáneos serán —respondió sonriéndole, ella le devolvió la sonrisa y volvió su atención hacia sus libros.


(…)


Cuando estuvo segura de que sus compañeros habían salido de la escuela, Kasumi salió de su habitación. Se preocupó de llevar consigo su móvil, monedero y tarjeta de metro. Llevaba un abrigo azul marino y una bufanda negra que cubría hasta su nariz. Eran las últimas semanas de invierno y seguía sintiéndose sumamente frío. En el vagón del metro se fue de pie mirando por la ventana, normalmente era una tacaña, pero esta vez no podía demorarse demasiado en su viaje, por lo que decidió ir a Kioto en un tren bala.

Llegó alrededor de las cinco y media a Kioto, y a las seis ya se encontraba afuera del hospital psiquiátrico. Grande fue su sorpresa cuando lo vio clausurado. Sintió su corazón latirle deprisa, tembló en su sitio y miró ensoñadora el edificio aun en buen estado. Podía sentir que era el comienzo de su viaje de regreso, si bien extrañaría a sus compañeros-incluso al que le rompió el corazón-lo único que quería en ese momento era volver con sus hermanos.

Caminó a pasos suaves alrededor de la cuadra mirando hacia el edificio, volteó a su alrededor y cuando se vio sola, pegó un brinco al soporte de yeso y escaló la reja hasta llegar al borde, pasó con cuidado su pierna al otro lado y se lanzó con torpeza. Cayó de pie, pero no firme por lo que terminó de rodillas. Con la adrenalina del momento no le importó, se sacudió las pantis y caminó hacia el edificio. Ahora que no había nadie, el edificio lucía algo tenebroso, más aún porque iba sola.

—Debí traer mi katana —susurró mirando las ramas sin hojas sacudirse. Caminó lento hacia el edificio, estaba cerrado con cadenas y un gran candado en la puerta principal. Pensó en buscar alguna ventana abierta, recordó cuando se habían colado de noche con Suguru y Satoru y sonrió nostálgica.

Rodeó el edificio con prisa cuando empezó a oscurecer, encontró una ventana abierta por atrás y no dudó en ingresar. Le costó trabajo sola, pero nadie la rescataría ahora por lo que se esforzó en conseguir su objetivo. Adentro del hospital ya estaba oscuro, buscó su monedero y sacó una linterna pequeña que tenía en el llavero, no alumbraba demasiado, hubiera sido mejor su móvil, pero aún estaba secuestrado por Satoru. Y ya no le hablaba como para pedírselo, por lo que debía conformarse con eso.

Dio pasos firmes, sabía que estaba sola y la maldición aún no se formaba por lo que no corría peligro. Llegó a la entrada principal en minutos, buscó el mueble en donde estaba el reloj y no tuvo que acercarse demasiado cuando notó la energía maldita del artefacto. Sonrió y dio pasos lentos hasta quedar de frente al estante y alumbró hacia el interior, alzó ambas cejas y por un momento se asustó cuando vio al ser diminuto que abrazaba el reloj. Su corazón latió deprisa, su sonrisa se ensanchó y se quedó viéndolo por varios minutos, asegurándose de que era real y no lo estaba imaginando. Tragó saliva y relamió sus labios, retrocedió lentamente, no podía confiarse, aunque fuera pequeña la maldición, seguía siendo una.

Salió animada del hospital, dio unos cuantos brincos de alegría y miró hacia el cielo nublado, parecía aun más tarde de lo que era, miró la hora en su móvil y se apresuró en salir del recinto. Iba tan feliz con su descubrimiento que cuando su panti se enganchó en la reja no le dio importancia, se fue de regreso a la estación con un rasguño en el muslo y un feo agujero en la tela de su panti, pero era lo de menos. No se comparaba a la satisfacción que sentía al saber que la maldición ya se había formado, solo faltaba que tomara fuerzas o tal vez Suguru podía absorberla ahora y tener sus poderes. La idea la hizo sonreír.

Cuando llegó a Tokio ya era de noche. Eran las 7 y media cuando llegó a la estación, y se hicieron las 8 cuando llegó al colegio de hechicería, esperaba no recibir algún regaño del director, pero si fuera así, ya no importaba. Nada arruinaría su felicidad. Caminó con calma hacia la entrada del colegio, oyó el motor de un vehículo y lo vio pasar con curiosidad, el auto negro se detuvo en la entrada del colegio y se tensó al ver a sus compañeros salir de éste. Pensó en esconderse o esperar que entraran para seguir avanzando, pero ¿por qué seguía queriendo huir? Se había propuesto actuar con normalidad y no estaba resultando como se suponía debía ser.

— ¿Kasumi-chan? —pegó un brinquito en su sitio cuando oyó la voz de Suguru. El grupo se quedó de pie afuera de la entrada esperándola. Sonrió nerviosa y les saludó con movimiento rápido de su mano, esperó que con eso bastara, pero ellos se quedaron a esperarla—creí que estabas cansada… —dijo en un tono acusador.

—S-sí, pero también dije que tenía cosas que hacer —rio nerviosa— ¿qué tal la película?

—Estuvo buena —respondió Satoru y Kasumi lo miró, fueron solo dos segundos que le observó y desvió la mirada asintiendo—vimos "Ponyo".

—Yo quería ver "Otis: deseos oscuros" —murmuró Shoko.

—Vemos cosas horribles todo el tiempo —sonrió Suguru—ver algo más optimista de vez en cuando no es malo.

— ¿De dónde vienes? —preguntó Nanami—te ves mejor que esta mañana. —Kasumi alzó ambas cejas y se rio bajito, comenzó a caminar hacia el interior y los demás la imitaron.

— ¿Se me nota? —sonrió animada—fui a Kioto, al hospital.

— ¿Eh? ¿por qué no nos dijiste? Te habríamos acompañado —dijo Suguru, y Satoru le agradeció mentalmente, porque era lo mismo que quería preguntar.

—Ya tenían planes —sonrió Kasumi—pero más importante… ¡Ya se formó! —exclamó deteniendo su paso—es pequeño aun, pero ya está ahí —no dejaba de sonreír, tenía las mejillas sonrojadas de pura emoción.

—Oh… —se le escapó a Satoru, pero las voces de sus compañeros se antepusieron a la suya.

— ¡Eso es grandioso! Es cuestión de tiempo Kasumi-chan —sonrió Shoko.

—Estaba pensando, Suguru-san ¿crees que, si lo absorbes ahora, puedas usar su técnica? —preguntó tímida. El joven alzó ambas cejas y miró de soslayo a su amigo que estaba en completo silencio.

—No creo, lo siento —sonrió a modo de disculpa—si la maldición no tiene ninguna habilidad ahora, no nos servirá. Tenemos que esperar que empiece a usar sus técnicas.

—No te apresures —dijo Nanami—no nos daremos cuenta cuando tengamos el primer reporte de esa maldición. Es cuestión de tiempo como dice Shoko.

—Sí… supongo que sí, es solo que estoy emocionada ¡ya quiero irme! —exclamó aliviada, como si hubiera terminado un trabajo importante o una prueba difícil.

Satoru mordió su mejilla interior derecha al oírla. Observó silencioso como la joven sonreía y hablaba animada de la situación que a él le apretaba el pecho. Una cosa era no hablarse, otra muy distinta era no verla más en la escuela. Sus latidos se le hicieron ruidosos de repente, sus manos dentro de los bolsillos de su pantalón estaban apretadas y sus labios dibujaban una escueta línea, sentía la mandíbula tensa y por un momento pensó en ir a encerrarse a su dormitorio. Pero no podía simplemente salir corriendo, él no era así. Satoru Gojou no huía nunca, se repitió una y otra vez mientras miraba a Kasumi sonreír como antes de que la despreciara.


(…)


Habían pasado un par de semanas desde que Kasumi había llegado feliz contando que la maldición se había formado. Y si antes ya se sentía extraño con la distancia que se habían impuesto entre ambos, ahora se sentía peor. La joven parecía más alegre, ya no lucía incómoda o que se esforzaba por reír cuando estaba él, no aparentaba. Realmente estaba mejor desde lo que había pasado entre ellos y no sabía qué pensar o sentir al respecto. Por una parte, le gustaba verla bien, pero por otra, sentía que lo de ellos no había sido tan significativo como creyó, y no era su ego el que sufría-normalmente sería así-sin embargo, ahora solo había un poco de ¿tristeza? -no lo sabía a ciencia cierta-al pensar que ella ya lo había superado y, por ende, solo quería volver a su tiempo.

¿Qué pasaría con él cuando ella se fuera? ¿la recordaría? ¿qué efecto tendría la maldición? Tenía pavor de olvidarla, pero a la vez, pensaba que quizás sería algo bueno, así dejaría de estar desanimado. Pero… los días-y sobretodo noches-que pasó con Kasumi fueron de los mejores que había experimentado en su adolescencia, porque eso fueron, vivió su adolescencia como un chico normal junto a ella. Kasumi había traído una dosis de realidad y una buena a su vida. El tocarla, reír juntos, verla llorar, compartir momentos de alegría genuina, o algo tan cotidiano como dormir juntos por unas horas ¿cómo iba a querer olvidar todo ello? Sí, ahora se sentía mal porque no podía estar con ella, pero se lo había buscado.

Para Satoru, los días parecían más grises a pesar de que la primavera estaba a la vuelta de la esquina. No acostumbraba a estar desanimado todo el tiempo, pero no podía evitarlo. Al igual que Kasumi, cuando estaba con los demás aparentaba estar bien, buscando hacer bromas o compartir con todos mientras comían algo. Pero era extraño estar rodeado de sus amigos y sentirse solo; todo el tiempo la estaba viendo a ella, mientras la joven con suerte le miraba, ni siquiera le hablaba. Aunque se veía mejor, seguía distante con él y sabía que se lo merecía, pero la extrañaba y le dolía su frialdad.

Sabía que él había iniciado esa distancia, pero no pensó que le dolería tanto y eso le confirmaba que su decisión de alejarse la había tomado muy tarde. Quería auto convencerse de que se debía a la costumbre, sin embargo, rápidamente se burlaba de sí mismo pues ya habían pasado 3 meses desde que se alejaron, con eso era suficiente para que cualquier rutina se olvidara.

Suspiró cansado, se quedó viento el techo de su habitación, le hubiera gustado que fuera el ruido de las aves en el patio lo que le había despertado, pero la verdad era que estaba durmiendo menos que antes.

El primer mes en que decidió tomar distancia de Kasumi, había intentado salir con un par de chicas, con las que solo fue a una cita y lo descartó rápidamente. No pudo seguir perdiendo el tiempo con personas que no le interesaban. Por lo que prefirió concentrarse en lo que solía hacer antes que conociera a la joven de Kioto, salir a los videojuegos, comer y bromear, exorcizar, ver películas… pero ya nada le satisfacía del todo.

Se vio muchas veces yendo a la habitación de Kasumi por las noches, claro no por dentro, sino que, por el patio, se quedaba de pie afuera de la ventana e intentaba ver hacia el interior. El cuarto siempre tenía la luz apagada, y si no fuera por su habilidad con los 6 ojos, creería que no había nadie en el interior. El nudo en su garganta se hacía molesto al imaginar que pronto, cuando volviera a pararse fuera de su ventana, no habría rastros de energía maldita y, por ende, ella ya no estaría allí.

No podía soportarlo.

Sin nada en mente, se levantó y tomó una ducha rápida. No usó su uniforme, pues era sábado. Se puso un pantalón oscuro y una sudadera con capucha de color azul oscuro, debajo una remera blanca. Amarró sus tenis y después de cepillar sus dientes, salió rápido de su habitación. A esa hora la mayoría dormía, al menos de sus compañeros ¿quién se levantaba temprano un día sábado? Solo un idiota que no podía dormir.

Le avisó al director con un mensaje de texto que saldría de compras, no espero respuesta ni permiso. No pidió vehículo del establecimiento tampoco, no tenía algún panorama planeado, solo se dirigió a paso firme a la estación de Tokio.

Hubiera llegado en menos de un minuto a su destino si usaba su habilidad, pero tenía ánimos de perder tiempo, quizás así mientras miraba el paisaje sus ideas se ordenaban un poco.

Cuando llegó a su destino, el sol pegaba fuerte en su cabeza. Bebió un sorbo de su batido dulce de frutas y rodeó la cuadra del hospital psiquiátrico, desde la vereda ya podía sentirse la energía de la maldición. Frunció el entrecejo, no sabía si ahora era más grande o Kasumi no pudo sentirlo simplemente, pero la idea le incomodó. Saltó la reja con facilidad y sin importarle ser visto, se acercó al edificio. Tal como seguramente hizo Kasumi, buscó una ventana abierta y se coló al interior. Dentro, la energía de la maldición era más intensa. Su corazón latió rápido, sintió el pulso acelerársele de repente como si estuviera frente a una gran amenaza y a pasos firmes continuó avanzando hasta quedarse de pie frente al mueble donde la maldición junto al reloj aguardaba.

Sus ojos color cielo se estrecharon detrás del cristal oscuro de sus lentes, miró con desprecio al ser amorfo que rodeaba el reloj como si fuera una almohada. El ente medía al menos 20cm ahora y no tenía idea del peligro, pues seguía durmiendo mientras él estaba al acecho. Sin siquiera pensarlo, levantó sus brazos y en su mano derecha con su dedo pulgar junto al del medio apuntó hacia el reloj y a la maldición, su respiración se aceleró de pronto, como si hubiera corrido una maratón. Sus dientes rechinaron al mismo tiempo que su mano se volvió temblorosa, estuvo así al menos cinco minutos, apuntando a la maldición y dudando.

— ¡Mierda! —exclamó furioso al mismo tiempo que bajó los brazos y pateó el mueble, haciéndole un feo agujero. Su pie quedó atorado en la madera quebrajada y lanzó unos cuantos improperios mientras sacudía su pierna para retirar su pie.

Salió del hospital más frustrado de lo que había llegado. Suspiró cansado y volteó una última vez a ver el edificio. Su teléfono vibró y el sonido a los segundos lo sobresaltaron, miró la pantalla y vio el nombre de su amigo, pensó en colgar, pero hacerlo era sospechoso.

— ¿Qué quieres? —preguntó mientras caminaba hacia la reja y se encaramaba sin problema.

¿Dónde estás? ¿pasó algo? —la voz de Suguru se oía preocupada más que curiosa. Pensó unos segundos qué responder, pero no se le ocurrió ninguna mentira.

—No podía dormir, salí a dar una vuelta. Ya voy de regreso a la escuela —mintió.

Ah… ya veo. Nos vemos luego entonces —Satoru no respondió y colgó, saltó al otro lado de la reja y se sacudió el pantalón que aún tenía astillas del mueble.

Sabía que no lo había convencido, pero ya lo distraería con alguna tontería que se le ocurriera cuando lo vea. Caminó aburrido por las calles de Kioto, a esa hora la mañana ya estaba bastante cálida y no corría tanto viento. Dio unas cuantas vueltas sin ningún destino en mente cuando recordó que Kasumi le había contado alguna vez dónde vivía en esa época. Sonrió emocionado y decidió buscar el distrito en dónde ella había crecido.

No tardó en encontrarlo, para su disgusto, el lugar era bastante feo. Sabía que Kasumi había crecido en un sector humilde-por no llamarlo pobre-, el distrito de Ukyo era grande, y las calles en las que la joven había crecido estaban casi en la periferia, había escuelas y supermercados, pero se notaba que los impuestos no iban para ese sector. Las casas no se veían en mal estado, pero si viejas, imaginó que el alquiler era más barato. Nunca le preguntó si seguía viviendo allí con sus hermanos. Su semblante se ensombreció, sabía muy poco de Kasumi, al menos de su vida, porque sabía qué le gustaba o cómo dormía, si babeaba o si roncaba, qué le gustaba que le tocara, pero de su historia de vida… no tenía idea. Se sintió más miserable al notarlo.

Dio unas cuantas vueltas por el lugar, parecía un barrio viejo, la gente que transitaba era bastante mayor, se veían pocos niños jugando en la calle o parques. Lo que sí había bastante eran maldiciones grado 4. Miró aburrido los seres que saltaban en los tejados y se escondían de él como si no pudiera verlos. Suspiró cansado, pensó en regresar cuando vio una niña caminando por el otro pasaje, le llamó la atención pues era la primera que veía en la hora que llevaba recorriendo los pasajes.

Se acercó un poco sin un motivo claro, pero con interés, a pesar de que no la conocía, sentía la urgencia por verle el rostro. Su intuición se lo decía, sus ojos se lo avisaron apenas se acercó un poco que, a pesar de llevar su cabello negro usando una coleta alta, era ella.

La niña se detuvo de repente al oír sus pasos. Cruzó a la vereda de enfrente para no asustarla, pero no bastó, la niña volteó a verlo y él no pudo evitar sonreírle cuando vio sus grandes ojos azules, su flequillo no estaba orientado hacia el costado, cubría toda su frente y tenía un par de mechones al costado de su rostro. La pequeña Kasumi de 6-7 años lo miró por unos segundos, le frunció el ceño y trotó rápido para alejarse. Satoru alzó ambas cejas al ver su reacción, soltó una carcajada suave al verla huir, pero su sonrisa se detuvo cuando la vio detener su trote y regresar. Parpadeó confundido, se iba a quitar los anteojos para darle más confianza, sin embargo, la niña se agachó rápidamente y agarró una piedra lanzándosela.

La roca no alcanzó a llegar a su vereda, la poca fuerza de la pequeña Kasumi no le sorprendió, lo que si le indignó fue su reacción. La niña salió corriendo antes de que la piedra tocara el suelo y por un momento pensó en ir tras ella y decirle que las niñas bonitas como ella no hacían esas cosas, pero luego lo meditó mejor ¿qué pensaría la gente si lo veía persiguiendo a una niña? Incluso pensarlo le causaba gracia. Se quedó viendo como la niña corría sujetando fuerte la bolsa con sus compras.

—Tienes coraje ¿eh, Kasumi? —medio sonrió y giró sobre su talón.

De regreso se fue más animado a pesar de su experiencia en el hospital. Intentó no darle muchas vueltas y quedarse pensando en la pequeña Kasumi que se había atrevido a lanzarle una piedra. Al recordar su carita redonda y grandes ojos, pensó en lo que nunca había pasado por su cabeza: la diferencia de edad. Eran 11 años que, en el fondo, si importaban. Kasumi ya no era una niña, podía pensar y decidir por sí misma, pero en cierto modo sentía que era un justificativo barato a su aprovechamiento. Porque desde el comienzo fue así, sacó ventaja de la admiración que ella sentía por su versión adulta, ahora que había conocido su versión de niña se sentía algo culpable.

Al llegar a la estación, buscó un espacio aislado sin ojos curiosos cerca, se aseguró que nadie le veía y que no hubiera cámaras y se transportó al colegio de Tokio. Llegó justo a la entrada del recinto, miró la hora en su móvil y notó un par de mensajes de Suguru, se había ido a una misión. Hizo una mueca y subió las escaleras con pereza. Su corazón se detuvo por unos segundos cuando vio a Kasumi subiendo a unos cinco metros de distancia. Llevaba una bolsa con verduras su cabello en una coleta, pero lo lucía natural y no teñido como su versión infantil. Sonrió ¿lo luciría con orgullo ahora? Esperaba que sí, porque era hermoso.

Se apresuró en alcanzarla, ella volteó hacia atrás al oír sus pasos, y le saludó con la mano, un saludo escueto y frío, le dio la espalda y continuó avanzando, más rápido para alejarse de él. Hizo un puchero con sus labios y se quedó detrás de ella, apoyó su cabeza en ambas manos y le siguió en silencio.

Notó que estaba nerviosa o incómoda, pero no le importó. Continuó caminando detrás y cuando la joven dobló hacia su dormitorio, él no dudó en seguirla. Ella volteó por unos segundos al notarlo, pero continuó su camino. Sonrió cuando su energía se alteró un poco por su presencia. La joven llegó rápido a su habitación, por un momento pensó en la niña que huyó esa mañana, Kasumi hizo lo mismo, agradecía que no tuviera alguna piedra cerca, aunque no le llegase a golpear por su infinito.

Kasumi entró a su dormitorio y antes de poder cerrar la puerta tras de sí, Satoru detuvo la puerta con su mano izquierda. Le miró serio, aun con sus lentes puestos, tragó con disimulo y entró a su cuarto y fue él quien cerró y le puso seguro. Se quitó los lentes y los guardó en el bolsillo trasero de su pantalón sin importarle si se raspaban. En ese momento solo tenía ojos para la confundida joven que tenía en frente.

No lo pensó demasiado y se agachó lo suficiente para besarla. Ella no reaccionó, quizás por la sorpresa botó sus bolsas al suelo, algunas verduras rodaron por el piso, pero no le dieron importancia. Kasumi estaba tensa en su sitio, tardó unos segundos en responder su beso y cuando lo hizo, él sonrió contra sus labios.

Sentía el corazón latirle fuerte y rápido, casi en la garganta. Estaba perpleja mientras los labios de Satoru se movían como de costumbre sobre los de ella, como si no hubieran pasado todos esos meses separados. Quiso alejarse, pedirle que se fuera o explicaciones, pero su cuerpo no se movía, no respondía a ninguna de sus ideas. Él la acercó a su cuerpo, le rodeó la cintura con sus largos brazos y la tomó sin esfuerzo para guiarla hasta su cama que aún estaba desecha. La recostó con suavidad, cosa extraña en él. Kasumi sentía que en cualquier momento se le saldría el corazón por la boca, el calor en su rostro le auguraba que seguramente estaba ruborizada. Las palabras no salían de su boca, se quedó viéndolo aún confundida ¿qué significaba ese cambio?

Rápidamente se hizo una idea: no significaba nada. Él estaba buscando sexo solamente, y a pesar de saberlo, de que su ego le decía que por favor no le permitiera tener más de ella, no pudo hacerlo porque lo extrañaba. Necesitaba sentir sus labios, sus manos recorrerla, que la abrazara y jadearan juntos, aunque al día siguiente no le hablara.

No tenía remedio cuando se trataba de Satoru Gojou.

Él por su parte, quería besarla con pasión y follarla duro, demostrarle lo mucho que necesitaba de ella, pero temía que lo alejara de repente, por lo que cada movimiento suyo fue despacio e incluso con duda. Dándole instancias para que lo detuviera y le pidiera que se fuera, porque lo haría sin protestar si se lo pedía.

Pero no lo hizo.

A plena luz del día se desvistieron en silencio, ambos prefirieron no pedirse explicaciones o hablar de lo que estaban por hacer o de lo que había pasado, simplemente se concentraron en lo que pasaría ahora. Se besaron muchas veces, se abrazaron sin soltarse y como no había sido premeditado, lo hicieron sin protección. Pero no les importó, una impudencia más ¿qué podía afectarles? Jadearon al unísono, él besó su mejilla y labios una y otra vez mientras empujaba suavemente en su interior. Kasumi no dejó de abrazar su espalda, temiendo que se alejara, movía su pelvis al mismo ritmo que el hechicero más fuerte, no tardaron en gemir en la boca del otro.

Tarde se lamentó el no usar preservativo. Respiró agitada debajo de él sintiendo como los fluidos se escurrían en las sábanas. Hizo una mueca al pensar en lavarlas, cuando él se bajó de su cuerpo, le dio la espalda evitando mirarlo, no quería ver como se vestía y la dejaba sola.

Sintió sus ojos escocer, pero se esforzó en no derramar ninguna lágrima, aunque ahora el remordimiento le estuviera gritando mil y un insulto por caer nuevamente en los encantos de Satoru. Sentía el pecho apretado, quería que se fuera pronto para poder lamentarse tranquila por lo tonta que era, sentía vergüenza cada vez que respiraba agitada intentando recuperar el aliento.

Se sentó en el borde de la cama mirando su miembro en reposo, su respiración seguía agitada igual que la de ella, volteó a verla y se quedó mirando su cabello esparramado en la cama, sonrió con ternura y se acercó y la abrazó por detrás. Ella exclamó en sorpresa, besó su hombro con suavidad y apoyó su barbilla en la curva de su cuello.

— ¿Ibas a cocinar? —le preguntó como si nada hubiera pasado, como si no se hubieran distanciado tantos meses e ignorado ni sufrido extrañándose.

Kasumi abrió la boca, pero nada salió ¿qué respondía? ¿qué quería decirle o más bien, qué se atrevía a decirle? El corazón le latió fuerte otra vez, y las ganas de llorar iban en aumento ¿debía decirle lo mierda que era? ¿lo cruel que era el venir de repente y hacer como si nada hubiera pasado? ¿decirle lo mucho que había sufrido con su actitud? No podía.

Porque no tenía sentido, a él no le afectaba el cómo se sentía y tampoco era responsable. Era ella quien lo había puesto en un pedestal que no merecía y estaba pagando las consecuencias de ello. Incluso ahora, el permitirle que la tocara otra vez cuando sabía lo mal que se sentiría después.

— ¿Quieres que me vaya? —preguntó en un susurro cuando ella no respondió. Sentía un nudo en la garganta, estaba alerta esperando por su rechazo, pero ella volvió a guardar silencio.

—Sí, iba a cocinar… ¿ya comiste? —preguntó después de un tenso silencio. Satoru sonrió aliviado e inhaló el aroma de su cabello, besó su mejilla y negó haciendo un sonido infantil—ah…

— ¿Puedo comer contigo? —Kasumi volteó a verlo, no pudo esconder su sorpresa y él lo entendía, pero prefirió obviar la situación. Si ella no iba a reprocharle nada, prefería no darle explicaciones porque no estaba listo para asumir nada.

—E-está bien. Ehm… debo ir a limpiarme —susurró apenada. Satoru soltó una risa burlesca y se alejó un poco.

—Lo siento —dijo al verla bajarse de la cama con las piernas bien juntas para no ensuciar. Kasumi lo miró por unos segundos, y él se sonrojó. Aquella disculpa podía servirle para más de una situación en la que se había equivocado con ella. La joven desvió la mirada y se alejó, pero él la detuvo de su muñeca y la acercó a él. Su cabeza estaba a la altura de sus pechos desnudos, observó atento la curva natural de su caída y la miró a los ojos. Estaba sonrojada, expuesta a sus ojos que no se perdían detalle de nada, le sonrió en respuesta y besó entre sus senos al mismo tiempo que la abrazaba.

Confundida, pero más enamorada que nunca, respondió su abrazo y le acarició el cabello. Lo decidió en ese momento, no le diría nada. Su estadía en Tokio tenía los días contados, no seguiría amargándose por sus desprecios o inquietándose por su actuar inconsecuente. Si él quería estar con ella, lo recibiría, si no, lo entendía.

Ya no se cuestionaría nada más.


(…)


Esa mañana, Satoru estaba más animado que nunca. Había recuperado su actitud juguetona y habladora. Suguru lo miraba atento, intentando descifrar cada gesto y palabra que salía de su boca. Les habían asignado unas misiones importantes, pero como siempre, no eran un desafío para el hechicero más fuerte. Miró la punta sus zapatos por unos segundos y luego a su compañero que no paraba de hablar del capítulo de anime que habían transmitido por la noche.

—Pero ese lo dieron hace dos días —dijo confundido Suguru.

—Ah… entonces vi la repetición —murmuró pensativo— ¿por qué no me lo habías comentado? —se quejó haciendo una mueca exagerada con sus labios.

Suguru lo miró extrañado, observó hacia ambos lados y le susurró mirándolo con sospecha.

—Normalmente eres tú el que me recuerda ¿Qué has estado haciendo estas noches que andas tan distraído o viendo las repeticiones de los estrenos? —sus afilados ojos negros se estrecharon aún más cuando lo vio titubear nervioso mientras aceleraba el paso hacia el vehículo que lo esperaba en la entrada del colegio—Satoru… —dijo en tono de sospecha.

—… ¿Si ya sabes la respuesta porque me preguntas? —respondió dándole la espalda. Suguru resopló cansado y negó meciendo su mechón de la frente.

— ¡Eres un idiota! Sabes que está mal y lo sigues haciendo ¿qué tienes en la cabeza? ¿mierda de pájaro? ¿tu cerebro se derritió de tanto usar el infinito? —lo regañó, pero su amigo no contestó. Solo se quedó de pie sin mirarlo, "esto es grave" pensó y se acercó por el costado para verlo. Sus ojos estaban escondidos detrás de sus lentes negros, pero en sus labios había una mueca difícil de ignorar. —Tú… ¿sientes algo por Kasumi-chan? —preguntó bajito.

Satoru no respondió ni se movió de su sitio. Tragó saliva y negó suspirando cansado. Se acarició la sien, pronto le dolería la cabeza, ya lo podía sentir. Volvió a suspirar y apoyó su mano izquierda en el hombro derecho del hechicero y lo miró fijamente.

—Satoru —comenzó diciendo con suavidad, pero firme, su amigo lo miró por el rabillo del ojo y continuó hablando—por lo mismo debes mantener distancias de Kasumi-chan.

— ¿Por qué? —solo pudo responder, con las manos en los bolsillos y un puchero en sus labios, si bien estaba molesto, realmente quería saber la respuesta porque él no la encontraba, o no quería verla.

— ¿Cómo que "porqué"? —dijo confundido frunciéndole el ceño— ¡ella no pertenece a esta época Satoru! Debe irse en cualquier momento… y solo se están haciendo daño. No solo a ella, también tú… En serio, deben parar. Ella debe irse. —Repitió en un tono más suave.

— ¿Realmente es necesario que se vaya? —preguntó en un hilo de voz. Tragó en seco y volteó a ver a su compañero—yo… estuve a punto de…—el titubeo era algo anormal en él, pero no podía evitar sentirse nervioso cuando estaba a punto de confesar aquello—yo… estuve a punto de exorcizar la maldición y romper el reloj. —Dijo avergonzado.

—… Satoru —solo pudo decir. Pensó en mil argumentos para regañarlo o hacerle entender que estaba pensando y actuando como un crío. Pero ver lo afligido que estaba le hizo pensar que no era el momento, y, sobre todo, que ya sabía todo lo que le iba a decir, simplemente no quería o no podía asimilarlo, no aún.

—Soy una mierda —susurró riendo sin ganas.


(…)


Llevaba varios días con una molestia estomacal, ya se había hecho exámenes y no estaba enfermo. "Estrés" le había dicho Shoko.

¿Cuándo el gran Satoru Gojou había estado estresado? A pesar de la gran carga laboral que tenía-que distribuía amablemente con sus estudiantes-nunca se había estresado tanto tiempo, a veces se irritaba con las decisiones de los peces gordos, pero no estaba días y semanas enfermo o cabizbajo.

Ya era un adulto, sabía muy bien qué le pasaba. Tragó un sorbo de su jugo de frutas, le supo amargo, hizo una mueca de desagrado y dejó el vaso sobre el mesón. Estaba en un salón vacío del colegio mirando la puesta de sol. A menudo le gustaba quedarse así en silencio, observando el paisaje. Sin nada en la cabeza, pero ahora era muy diferente. Estando a solas podía evitar las miradas curiosas de sus estudiantes, pero no podía huir de sus pensamientos.

Sentía el abdomen pesado, como si se hubiera dado un gran banquete, el pecho le oprimía un poco y suspiraba a cada rato. Apoyó su espalda en el respaldo de la silla y miró hacia el techo. Pensó en la sonrisa de Kasumi, en lo mucho que le gustaba verla feliz y no distante ni seria como cuando la había hecho sufrir. Hizo una mueca y volvió a suspirar, cansado y un poco derrotado con la revelación que le había costado reconocer, tanto o más que a su versión joven.

—Definitivamente… el amor es la peor de las maldiciones —susurró.

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N/A: Holi por acá de nuevo hahah, no he podido dejar de pensar en el fic, así que en mi día libre empecé y lo terminé recién, estaba ansiosa así que lo subí ahora ya, lamento si tiene muchos errores de redacción u ortografía.

Había pensado originalmente tenerlos separados más tiempo, pero sentí que podía ir avanzando en el mismo capítulo todo lo que tenía pensado, así que junte cositas y este es el resultado.

Espero les guste y poder subir la conti pronto,

Nos leemos!