Mientras tanto… en el cielo.
Dalquiel está en una sala de juntas aburrido, oyendo a no sé quién criticar a sus compañeros e intentando convencerle como todos son unos inútiles menos ellos dos (gracias a su influencia). Por lo menos está funcionando, pero esto está siendo un poco aburrido, así que en realidad está pensando en... acercar se a la celda de Miguel otra vez.
El cielo tiende a ser aburrido, darling. Es uno de los principales problemas que tiene. Alguien toca la puerta de la sala de juntas y le vemos a través del cristal, la verdad.
Abaddón, abre la puerta y mete la cabeza.
—Holaaaa?
—Ah, Abaddón. Mira, Metatrón, porque no se lo cuentas a Abaddón, yo ahora vuelvo —Dalquiel se levanta viendo esto como una oportunidad de huir.
—¿A dónde vas, Dalquiel? —pregunta Abaddón, curioso.
—Ah, no te preocupes, a resolver unos asuntos, pero Metatrón te ayudará en lo que necesites. Dile a Samael que vaya contigo si necesitas ayuda en la tierra, pero luego que vuelva —se despide.
—Ugh… pero es que… ¡Ugh! ¿A dónde vas? —ahí va tras él mientras el Metatrón los mira.
—A... tengo otra junta, de verdad, ahora no puedo ayudarte, pero te prometo que en cuanto tenga un hueco te busco —le sonríe desde la puerta, tomándole de los hombros y luego sale.
—Yo… no puedo ahora hablar con Mentaron —le ignora como una silla, siguiéndole—
¿Junta con quién?
—¿Por qué no? —protesta un poco harto de TODOS los ángeles.
—Porque tengo un poco de prisa. ¿Con quién tienes junta? —igual le sigue, ignorando las protestas.
—Con Drumah —miente.
—Ah, justo necesito hablar con él —sonríe.
—¿He dicho Drumah? Quería decir Adriel, disculpa —sonríe como disculpa.
—Ahh, es verdad. No, no, veo que Adriel está muy ocupado que yo también tengo junta con él —sigue, tan cínico.
—Ah, entonces ve tu primero, lo mío era improvisado, pero puede esperar —asegura Dalquiel falsamente amable.
—En realidad quisiera hablar antes contigo —confiesa.
—De verdad, dame... una hora y te busco.
—Mmmm, vale —asiente… y es que va a seguirle.
Dalquiel se pasa una mano por el pelo, sonríe y se sonroja un poco porque... pues se va a ir a ver a Miguel.
Abaddón va… metiéndose en cada esquina, a cada despacho, sigilosamente atrás de él. Mandándole un par de discretas moscas a que le espíe
Dalquiel va hasta silbando un poquito con la idea que acaba de tener.
Ugh. Miguel tiene un escalofrío.
La verdad, se sonroja un poco antes de acercarse, mientras habla con la guardia ahí, porque... lo que... estaba haciendo antes
Ya… la guardia le saluda y le dice que no ha pasado nada interesante.
Él asiente haciendo un gesto con la mano en la cabeza en forma de saludo marcial burlón mucho más típico suyo que de Dalquiel mientras le dejan pasar y pide que no entre nadie más mientras está él ahí.
—Uuuuh…. ¡Pero que cabrón! —susurra Abaddón al notar a donde va, dejándolo hacer.
Dalquiel se acerca al agujerito con la reja y golpea con el nudillo uno de los barrotes, sonriendo de ladito.
Miguel… está vestida otra vez de cuello alto y varias capas. Se TENSA cuando escucha sonido y se gira hacia el de golpe.
—Ella... esté... contigo —saluda, lo bastante especiado para que esas tres palabras no formen una frase real. Y por lo tanto no sea una bendición.
—Y contigo también… ¿Saludando con bendiciones, entonces?
—Hay que estar bien atento, las paredes oyen —se defiende, aunque igual aprieta un poco los ojos porque esa si le escuece.
—Ya… ya.
—Quizás no lo has notado, pero has impresionado y asustado a todo el mundo antes... MorningStar.
—¿Y-Yo? ¿Por hacer qué? —pregunta sonrojándose con el MorningStar.
—Romper la celda del infierno cuando casi entran a rescatarme y luego reconstruirla.
—Ohh… ¡eso no he sido yo! —protesta.
—No es necesaria la falsa modestia, todos te han visto.
Ella pone los ojos en blanco. Aunque piensa que menos mal eso es lo que vieron.
—Y no creerás que sabrán lo muy poco que te estabas resistiendo —agrega.
—Wh-Whaaat? —vuelve a protestar.
—A penas si te toqué y estabas ya mojada como una fuente —Dalquiel sonríe y vuelve a meter las manos entre los barrotes.
—¿Mojada cómo… qué? —parpadea sin entender eso.
—Como un pez. Mojada de ahí abajo. Lo sentí —le señala donde.
—¿Y eso qué? ¿Tenía sangre? —parpadea sin entender.
—No. Eso... ¿te había pasado antes?
—Es que no sé bien de qué hablas —aún no se avergüenza.
—Es como... si... saliera saliva, de ahí. ¿Lo habías notado alguna vez?
—¿De… ahí? No. No suelo hacer nada con eso —se sonroja un poco.
—Vas a tener que hacer más cosas con eso —pone los ojos en blanco porque si no le entiende, no tiene gracia burlarse de ella.
—¿Y-Yo? ¿Tú haces cosas con eso?
—Sí.
—¿C-Con qué de eso? ¿Qué haces?
—Tocarme. Y tú vas a hacerlo también.
—¿A tocarte?
—Sí... —carraspea—. Pero no ahora. Ahora vas a tocarte tú.
—¿Ahora yo voy a qué? Tienes mucha fe.
—A hacerlo —chasquea los dedos, la desnuda y se sonroja, porque esto le da bastante morbo.
—Ahhhh! —protesta Miguel sin esperarlo.
—Venga...
—¿Quieres que YO me toque? ¿P-Para qué?
—Quiero que aprendas cómo funciona tu cuerpo... —para que la próxima vez que te diga que estás mojada pilles la indirecta y te sonrojes como me gusta en vez de tener que explicarte lo que significa.
—¿Cómo funciona de qué? ¿Tiene alguna gracia esto? —se mira a sí misma…. Y vacila un poco pensando en ponerse como un muñeco ken. (Una Barbie, Miguel, lo que te toca ser es una barbie)
—La tiene. No voy a volver a hacerlo yo hasta que no vea que lo haces tú.
—¿P-Pero por qué? ¿Esto es pecado? —pregunta mirándole, entrecerrando los ojos. él vacila un poco.
—No —decide al fin—. Claro que no, yo ni siquiera estoy cerca.
—Aun no entiendo la gracia de esto —se toca el estómago con los cuadritos que tiene porque… bueno.
—Ya... Ya te darás cuenta. Pronto. Si lo haces bien —él se pasa una mano por el pelo, mirándola.
—¿Hacer bien qué?
—T-Tocarte. Sí lo haces bien, verás que gracia tiene.
—V-Vale. Vale. Vamos a ver... Ehm… y qué... Ya me toqué —se pone la mano ahí un segundo y la quita, mirándola.
—Tienes que sentir lo mismo que sentías cuando lo hice yo. Hazlo lentamente y con movimientos suaves, con la yema de los dedos... hasta que sientas algo.
—¿¡L-Lo mismo que sentía cuando lo hiciste tú?! —Miguel parpadea y le mira, tragando saliva.
—Parecido. Un poco menos violento y más controlado, la verdad...
—Pero tú vas a estar… v-viendo.
—Sí. No me fío que lo hagas si no te veo... —se humedece los labios y chasquea los dedos haciendo que el sofá que ella se ha conseguido algo se ponga frente a la puerta—. Puedes sentarte ahí y abrir las piernas.
—No te parece que esto es DEMASIADO cínico.
—¿Por?
—Pues quieres MIRARME mis partes íntimas. Es… eso es pecado para ti.
—Bueno, yo ya estoy condenado. Aquí lo importante es que no peques tú —se encoge de hombros.
—Sí
—Así que... —vacila porque no está mentalmente preparado para la réplica que iba a dar y MUCHO MENOS lo está ella.
—¿Aja?
—Ehm... No es pecado en ningún caso, así que no veo porque protestas.
—¿Cómo estás tan seguro de eso?
—P-Pues porque... el pecado es desear la mujer del prójimo, con la propia nunca hemos tenido tantos problemas —le suelta pro fin, sin mirarla.
—Ohh… y…
Él la mira de reojo con eso porque... no parece haberlo pillado.
—E-Espera, has dicho la propia —Miguel parpadea un poquito.
—¿Vas a hacerlo o no? —Gira la cara intentando escapar de eso.
—¿Qué me das a cambio?
—Créeme, no puedes ni imaginarte lo que vas a conseguir a cambio.
Miguel piensa que seguro consigue ESO. Así que… cierra los ojos y… ahí va.
Él se sonroja, pero no aparta la mirada... y luego se gira un poco alrededor a ver qué tanta gente le está mirando y que tan factible sería meterse la mano él debajo de la faldita.
Seguro sí que puedes.
—Esto es raro. Era mejor cuando tú…
—Ya, bueno, no creo que pueda entrar otra vez...
—No me gustaba… S-solo era un… análisis objetivo.
—Voy a... hacerlo yo a la vez que tú. No. Grites.
—¿A hacer… tú qué? —abre los ojos y le mira.
—Pues lo mismo que tú.
—¿C-Contigo?
—¡Sí! ¡Sigue!
Miguel traga saliva y le mira… y es que el maldito se ve súper guapo con la estúpida armadura.
—¿E-Estas seguro de que esto no es p-pecado?
Dalquiel cierra los ojos y gime un poco como respuesta. Ella para de tocarse y le mira con la boca abierta, sintiendo… mojadita la mano.
Él apoya la cabeza en los barrotes y abre la boca respirando un poco como si le faltara el aire.
—L-Lucifer… —le llama ella con voz entre cortada. La verdad, bastante estupidizada con la vista, sin tocarse del todo bien ni saber cómo.
Eso ayuda. Gracias. Gime otra vez.
Ella hace un ruidito extraño sin saber bien como… qué más hacer, pero queriendo que Lucifer entre aquí y la toque él.
Él la mira, de repente, de forma intensa y ella tiene un escalofrío. Aún está lejos, Lucifer, porque nunca ha hecho esto, pero… Vas por buen camino.
Y la verdad, le van a llamar, así que vuelve a subirse la puta falda y a darse la vuelta con una tienda de campaña bastante pronunciada.
—No! Lucifer! Ugh! —Miguel para, apretando los ojos.
La verdad, él suelta una maldición que hace que el ángel que le ha llamado tenga un escalofrío, pero es que estaba... parecían estar pasando cosas raras y... ¿está Miguel desnuda?
—Ella estaba... intentando seducirme. Es un demonio, ya os lo he dicho —se excusa Dalquiel.
Abaddón, que ha estado espiándole todo este rato bastante de lejos y sin saber bien que hacían se les acerca.
—¡Yo no estaba intentando seducirte! —chilla Miguel desde dentro.
Dalquiel da un golpe a los barrotes para que se calle y para relajar la frustración un poco. Y luego le asegura al ángel que les ha interrumpido que todo está bien, nada de qué preocuparse.
—¡Hay todo de que preocuparse! ¡Vuelve aquí! —Miguel histérica, se vuelve a vestir completa.
—¿Qué está pasando, Dalquiel? —pregunta Abaddón solo para meter presión.
—Ah, Abaddón... supongo que estabas fuera y no te has enterado, tenemos aquí encerrado a un demonio peligroso, está poseyendo a Miguel —le explica, pensando que no estaría mal que le curara un poco, pero nooo, claro, eso no va a pasar. Se va a tener que ir todo puto frustrado y excitado a hacer esta junta con este imbécil.
—¿Qué demonio peligroso? —pregunta mirándole de arriba a abajo.
—Lucifer —ojos en blanco.
—Está… poseyendo a Miguel…
—Sí, no sabemos lo que quiere, así que es mejor no acercarse —le mira de reojo, empezando a caminar hacia el despacho de Miguel.
—Es decir, tienen a un demonio dentro de Miguel y no se les ha ocurrido, ¿No sé? ¿Traer a otro demonio a que chasquee los dedos y deshaga la caja?
—No vamos a dejar entrar a otro demonio aquí. Por eso construimos una celda celestial alrededor.
—Ya… ya. ¿Y qué ha hecho Miguel ahí dentro?
—¿En general? Ser un puto grano en el culo que es lo que es siempre —carraspea y da un pequeño saltito porque aún no está del todo tranquilo y con algo se ha pellizcado al andar—. O sea, lo que son todos ellos, siempre... los demonios, vamos.
—Un puto grano en el culo —repite Abaddón un poco divertido—. ¿Y ya se acostaron?
—Ehm... ¿Qué?
—Pues Miguel y Lucifer, ¡todo mundo habla de ello!
—Literalmente, nadie habla de ello. Eres el primero en preguntarlo —asegura, en realidad, sonrojándose un poco—. De todos modos, no estoy seguro que eso sea posible compartiendo el mismo cuerpo.
—Al menos un orgasmo sí que habrá tenido
—Eso es asunto de Miguel... y por eso es que les hemos echado del cielo. No te olvides.
—Ehm, claro, claro… es verdad. Eh… ¿y qué otras novedades hay aquí en el cielo?
—Más bien, ¿qué haces tú aquí que no estás recogiendo almas?
—Ehhh… Ya he recogido todas las que tenía que recoger hoy.
—No creo, Abaddón, te lo he dicho claramente antes, los ángeles de Azrael están formándose en el ejército, tú tienes que recoger las tuyas y las suyas.
—Ya, bueno… iré ahora que terminemos.
—¿Entonces? —pregunta, incomodo y ansioso porque quiere ir a acabar esto. No debió hacer esto, es que parece imbécil.
—Bueno, quería saber que más novedades…
—No hay más novedades, gracias por tu preocupación y que la paz... sea contigo —se despide. Porque es que ya le han preguntado antes algunos ángeles que, porque no les bendecía que, si estaba enfadado, así que ha apretado los ojos y ahora estamos en el ciclo de vamos a probar los límites de lo que sí es una bendición.
Abaddón parpadea porque nota que… la bendición no escuece como habitualmente.
—Bueno igualmente yo quería hablar contigo —le sonríe un poco, maliciosamente.
—Ahora estoy un poco ocupado —ojos en blanco.
—No te veo realmente ocupado.
—Bueno, eso no significa que no lo esté.
—¿Qué tienes que hacer?
—Unos informes urgentes, Abaddón, no te estoy cuestionando yo a ti.
—¿Por qué estás de mal humor, hermano ángel?
—No me gusta que me interrumpan y tampoco que me atosiguen como estás haciendo tú.
—¡No te estoy atosigando! Solo busco hablar contigo para que me guíes.
—Y te he pedido que viniera luego.
—Tú y yo siempre nos hemos llevado muy bien y siempre estamos juntos casi para hacer cualquier cosa… —lloriquea Abaddón.
—¿Desde... cuándo? —Parpadea con eso.
—Desde hace centurias. Estás muy raro hoy, Dalquiel.
—Solo... tengo mucho trabajo con este asunto de los Arcángeles. A ti te pasa lo mismo.
—Pues justamente por eso he venido a hablar contigo y a recuperar fuerzas, pero tú te estás portando de manera un poco extraña.
—Entiendo, pero es que este no es un buen momento. No es por ti.
—Mmmm, vale, vale...
—Gracias.
Se va a ir ooootra vez a seguirle.
No, pretendía quedarse en el despacho y... glasear los cristales.
Ohhh… Abaddón va a dejar un par de moscas y a irse a… espiar el despacho de Gabriel.
Lo que va hacer Dalquiel es pues... acabar de masturbarse porque está claro que es una mala idea ir a hacer esto ahí con ella aquí. Aunque hacer que ella lo haga aun le da morbo. Pero mejor estar un poco más saciado antes de... regresar con ella.
#Miguelfrustración
