Campanas de Boda

Una vez, hacía muchos años, le dijo a alguien que el amor es la maldición más retorcida de todas.

Fue uno de esos pensamientos viciosos que circulaban por su cabeza todo el tiempo —que probablemente no eran adecuados para compartirlos con nadie, especialmente a niño—, pero ahora un par de años después, todavía no estaba ni un poco arrepentido de sus palabras pues Satoru Gojo tenía la certeza de que esa una de las verdades más innegables del mundo de la hechicería y, sin embargo, se estaba preparando para su boda.

Habían planeado juntos cada detalle para la ceremonia: sería algo pequeño y acogedor, algo muy íntimo… algo que pudieran recordar como un pequeño faro de felicidad al que aferrarse en medio de la oscuridad que constantemente los perseguía debido a sus trabajos como hechiceros —además de que querían evitar un posible ataque debido a que era el hechicero más fuerte era quién se estaba casando—.

Miró el reloj en su muñeca para comprobar que le quedaba el tiempo suficiente para alistarse.

Mientras miraba el traje que colgaba de la percha, se tomó un momento para recordar el día en que le dijo a Shoko que quería usar algo nuevo, algo viejo, algo prestado y algo azul, como hacían las novias en las bodas tradicionales de occidente. No fue una broma, pero tampoco fue un deseo genuino, no hasta que se lo dijo a Nanami en una conversación de almohada y este accedió a cumplir con ese pequeño capricho.

Con un suspiro, Satoru comenzó a ponerse el traje. Habría preferido usar un traje dorado, pero, por azares del destino, ahora tendría que usar el de color blanco perla que nunca estuvo destinado para que él lo llevara. La cosa nueva, eran sus zapatos; lo azul, su corbata que además combinaba con sus ojos; la cosa vieja: el arnés en el que Nanami solía llevar su espada; algo prestado: una espada del inventario del clan zenin que Megumi le prestó para la ocasión.

Después de colocarse la venda sobre los ojos, que alguna vez fue parte de la yukata de Geto, estaba listo para el gran día.

Las campanas de la iglesia resonaron en cuanto Satoru apareció en el lugar; se detuvo un momento para mirar al cielo, en dónde el sol estaba oculto por pesadas por nubes grises, el viento sopló enviando un escalofrío a través de la columna, como un mal presentimiento, pronto comenzaría a llover.

Lo encontró de pie frente al altar, usaba su aburrido traje beige de siempre, las mangas de su camisa azul, que podrían ir a juego con la corbata que usaba, estaban arremangadas hasta los codos, su cabello, cuidadosamente peinado hacia atrás, dejando expuestos los puntos de su frente.

Era el día de su boda, pero no había un novio a quién dar el "sí quiero". En su lugar estaba esta maldición, usurpando, por segunda vez, la figura de una persona a la que Satoru amó. Se preguntó por qué, pero en realidad, no quería escuchar ninguna respuesta.

—Debiste avisarme que te vestirías para la ocasión —dijo la maldición con la voz de Kento—. Aunque, creo que ese es mi traje ¿dónde conseguiste un sastre que lo ajustara?

Satoru no respondió, pero apretó los dedos en las palmas de sus manos, en un intento inconsciente de ocultar las heridas que se había hecho con la aguja.

—¿Por qué me hiciste venir? —dijo en cambio.

—Me estoy entregando.

La carcajada de Satoru hizo eco en toda la iglesia, no había forma de que fuera verdad, no después de llegar tan lejos en su plan y haber conseguido que Japón fuera el nuevo Chernobyl del mundo.

—Pero tendrás que quitarme la vida tú mismo —añadió, en un tono grave que transportó a Satoru a otro momento de su vida, uno en el que Nanami usaba ese tono para hacerle perder la cabeza, mientras su manos vagaban por su cuerpo.

Satoru desenvainó el arma y arremetió contra la maldición, que no se movió ni un centímetro, sin embargo, la punta de la espada se detuvo a escasos milímetros del pecho del otro. Infinity lo estaba protegiendo, como había hecho otras veces, porque Six eyes no era capaz de darse cuenta de que el hombre frente a él no era su Nanami.

Satoru apretó los dientes, su saliva sabía amarga y le causaba náuseas, una parte dentro de sí gritó que no tenía porque estar pasando por esto otra vez.

Asesinar a la persona que uno ama, debería ser un castigo de una sola vez, sin embargo, aquí estaba, a punto de perder su ancla nuevamente.

Sin embargo, esta vez era diferente: Kento Nanami, había muerto un año atrás, el 31 de octubre en Shibuya y él no pudo estar a su lado porque cayó en un trampa que involucraba a su primer amor, cuyo cuerpo, Satoru había quemado dos días atrás, cuando la maldición que robo la apariencia de su amado, le envió una invitación a su propia boda junto con el cadáver.

—Tengo una pregunta —dijo ajustando su agarre sobre el mango de su espada—. ¿Cómo es que te ves como él?

La maldición sonrió

—No fue nada fácil ¿sabes? —Una sonrisa maliciosa, que nunca había visto en el rostro de Kento, comenzó a formarse—. Primero tuve que hallar un nigromante, después dos almas compatibles, y un marionetista capaz de crear carne y hueso —hizo una pausa, Satoru se preguntó a sí mismo porque estaba esperando a que terminara de hablar—. pero, lo más complicado fue encontrar alguna parte de su cuerpo, era como buscar la aguja en un pajar, Mahito realmente lo despedazó.

Satoru sintió que el alma se le caía a los pies y sin embargo, la rabia se apoderó de su mente. Obligó a Infinity a retroceder y atravesó el pecho de lo que sea que fuese esa cosa con la espada, con tanta fuerza que esta se clavó hasta el mango.

Kenjaku tuvo el descaro de reírse.

El sonido de esa risa que reverberó por todo el recinto sonaba tan alegre mientras se ahogaba con algo que se parecía mucho a la sangre, que Satoru deseo poder despedazarlo célula a célula con sus propias manos.

Así que lo hizo.

Sacó la espada del cuerpo maldito y se deleitó cuando los ojos del cadáver maldito se abrieron con sorpresa, apenas unas milésimas de segundos antes de que la espada le cortará la cabeza, era como si no hubiera esperado que Satoru fuera tan violento. No conforme con eso, Satoru retiro la parte frontal del cráneo, sacó el cerebro con boca que se encontraba en el interior y lo destrulló usando púrpura para asegurarse de que no volvería nuca.

Mientras el falso cuerpo de Kento se desintegraba a sus pies, Satoru sintió que la paz inundaba su alma.

Quizá, no había sido el gran día que Satoru esperaba, pero al menos, se había asegurado de que una de las personas que más amaba, no tenía que seguir enfrentándose a la crueldad del mundo.