Disclaimer: Nada de esto me pertenece, la saga crepúsculo es propiedad de Stephenie Meyer y la trama es del libro "Venganza para Victimas" de Holly Jackson, yo solo busco entretener y que más personas conozcan este libro.


Capítulo 1

Ojos sin vida. Eso es lo que se dice, ¿no? Vacíos, vidriosos, vacuos. Los ojos sin vida se habían convertido en unos compañeros constantes que la seguían a todas partes, apenas a un parpadeo de distancia. Se escondían en lo más profundo de su mente y la escoltaban durante sus sueños. Eran los de él, el momento exacto en el que pasó de estar vivo a dejar de estarlo. Los percibía en el vistazo más rápido y en las sombras más oscuras; y, a veces, también en el espejo, en su propia cara.

Y Bella los estaba viendo ahora mismo, mientras la atravesaban. Unos ojos sin vida en la cabeza de una paloma muerta en el camino de entrada a su casa. Vidriosos y vacíos, excepto por su reflejo poniéndose de rodillas.

No para tocarla, sino para acercarse lo suficiente.

—¿Estás lista, florecita? —preguntó su padre a su espalda.

Ella se estremeció cuando la puerta de casa se cerró con un golpe violento, escondiendo la detonación de una pistola en su eco. La otra compañera de Bella.

—S-Sí —dijo, levantándose y recomponiendo la voz. «Respira. Respira hondo»—. Mira. —Señaló—. Una paloma muerta.

Él se agachó para verla. Se le arrugó la piel alrededor de los ojos entornados, y también el traje de tres piezas a la altura de las rodillas.

Luego puso una expresión que ella conocía muy bien; estaba a punto de decir algo ingenioso y ridículo, como:

—¿Esto es lo que vamos a cenar? —soltó.

Sí. Justo en el clavo. Últimamente, casi todo lo que salía de su boca eran bromas; como si estos días se estuviera esforzando especialmente para hacerla reír. Bella cedió y le sonrió.

—Pero solo si de acompañamiento hay puré de ratata —le siguió el juego, apartándose por fin de la mirada vacía de la paloma y poniéndose su mochila cobriza sobre un hombro.

—¡Ja! —Su padre le dio una palmadita en la espalda, sonriente—. Qué morbosa que es mi niña…

Otra vez se le mudó el gesto en cuanto fue consciente de lo que había dicho y de los diferentes significados que tenían esas palabras. Bella no podía escapar de la muerte, ni siquiera en esa mañana de finales de agosto en un momento de relax con su padre. Parecía que era lo único para lo que vivía.

Su padre zanjó la incomodidad del momento, siempre fugaz, y le hizo un gesto con la cabeza para que entrara en el coche.

—Vamos, no puedes llegar tarde a la reunión.

—Sí —contestó Bella.

Abrió la puerta del coche y se acomodó en su asiento sin saber muy bien qué más decir. A medida que el coche avanzaba, su mente se iba quedando atrás, con la paloma.

La alcanzó cuando pararon en la estación de tren de Little Kilton.

Estaba concurrida y el sol se reflejaba en las hileras de coches.

Su padre suspiró.

—El comemierda del Porsche me ha vuelto a quitar el sitio.

Comemierda: otro término que Bella se arrepintió enseguida de haberle enseñado.

Los únicos huecos libres estaban en el otro extremo, cerca de la valla, donde no llegaban las cámaras. El lugar favorito de Howie Bowers. Un fajo de dinero en un bolsillo y una pequeña bolsa de papel en el otro. Sin que Bella pudiera evitarlo, el clic del cinturón se convirtió en los pasos de Stanley Forbes sobre el hormigón, detrás de ella. De pronto, se hizo de noche. Howie no está en la cárcel, sino aquí, bajo el brillo naranja de las farolas, con los ojos entre tinieblas. Stanley lo alcanza y le da el precio que ha de pagar por su vida, por su secreto. Y se gira hacia Bella, con los ojos sin vida y con seis agujeros en su cuerpo, escupiendo sangre sobre su camiseta y hasta el suelo; sangre que, sin saber cómo, ahora está en sus manos. Tiene las palmas cubiertas y…

—¿Vienes, florecita? —Su padre estaba aguantándole la puerta.

—Sí —respondió ella, secándose las manos en sus pantalones más elegantes.

El tren a Londres Marylebone estaba igual de concurrido que la estación. Los pasajeros de pie, chocando hombro con hombro y disculpándose con sonrisas incómodas cada vez. Había demasiadas manos en la barra de metal, así que Bella se agarró al brazo flexionado de su padre para mantener el equilibrio. Ojalá hubiera funcionado.

Vio a James Green dos veces en el tren. La primera por detrás de la cabeza de un hombre, antes de que la moviera para leer mejor el periódico.

La segunda era un hombre esperando en el andén con una pistola en la mano. Pero en cuanto cogió el carrito, su cara se transformó y perdió cualquier parecido con James, y la pistola solo era un paraguas.

Habían pasado cuatro meses y la policía aún no lo había encontrado. Su mujer, Victoria, se había entregado en una comisaría de Hastings hacía ocho semanas. Parece que se separaron en algún momento de la huida. Ella no sabía dónde estaba su marido, pero, según los rumores de internet, había conseguido llegar a Francia. Aun así, Bella lo buscaba. No porque quisiera que lo pillaran, sino porque necesitaba que lo encontraran. Y esa diferencia era esencial, la razón por la cual las cosas no volverían jamás a la normalidad.

Su padre la miró.

—¿Estás nerviosa por la reunión? —le preguntó por encima del chirrido del freno del tren al entrar en Marylebone—. Todo irá bien. Solo tienes que escuchar a Thomas, ¿vale? Es un abogado excelente, sabe de lo que habla.

Thomas Rosier era un compañero de bufete de su padre; un hacha en casos de difamación, por lo visto. Lo encontraron unos minutos más tarde, esperando fuera del viejo edificio de ladrillo rojo en el que habían reservado la sala para la reunión.

—Hola de nuevo, Bella —dijo Thomas extendiéndole una mano. Ella comprobó rápidamente que las suyas no estuvieran llenas de sangre antes de estrechársela—. ¿Qué tal el fin de semana, Charlie?

—Bien, gracias, Tom. Y hoy tengo sobras para comer, así que todo apunta a que será un lunes estupendo.

—Pues vamos a ir entrando, entonces. ¿Estás lista? —Tom le preguntó a Bella mientras miraba el reloj; llevaba un maletín brillante en la otra mano.

Bella asintió. Notaba de nuevo las palmas mojadas, pero era sudor. Solo sudor.

—Todo irá bien, cariño —le dijo su padre colocándole bien el cuello de la camisa.

—Sí, he hecho miles de mediaciones. —Tom sonrió echándose hacia atrás el pelo grisáceo—. No tienes que preocuparte por nada.

—Llámame cuando acaben. —El padre de Bella se inclinó para darle un beso en la cabeza—. Nos vemos en casa esta noche. Tom, a ti te veo luego en la oficina.

—Sí, hasta luego, Charlie. Después de ti, Bella.

Estaban en la sala de reuniones 4E, en la última planta. Bella pidió que subieran por la escalera porque, si su corazón se aceleraba por eso, no lo haría por nada más. Así era como lo racionalizaba, por eso salía a correr cada vez que notaba presión en el pecho. Corría hasta que apareciera un dolor diferente.

Llegaron a la última planta, el viejo Tom iba varios pasos por detrás de ella. En el pasillo, frente a la sala 4E, había un hombre con un traje muy elegante que sonrió cuando los vio.

—Tú debes de ser Isabella Swan-Black —dijo. Otra mano que apretar, otra comprobación de que no hubiera sangre en las suyas—. Y tú, su abogado, Thomas Rosier. Soy Aro Vulturi, su mediador independiente.

Aro sonrió, levantándose las gafas con un dedo. Parecía amable y tan entusiasmado que casi daba saltitos. Bella no quería arruinarle el día, pero iba a hacerlo, sin ninguna duda.

—Encantada de conocerte —dijo carraspeando.

—Lo mismo digo. —Para sorpresa de Bella, le chocó la mano—. La otra parte ya está en la sala, listos para dar comienzo a la reunión. A no ser que tengan alguna pregunta antes. —Miró a Tom—. Creo que deberíamos ir empezando.

—Sí, perfecto.

El abogado dio un paso adelante mientras Aro sujetaba la puerta de la sala 4E. Dentro había silencio. Tom entró y le hizo a Hassan un gesto de agradecimiento con la cabeza. Y luego pasó Bella. Inspiró, estiró los hombros y expulsó el aire entre los dientes apretados.

Lista.

Lo primero que vio al entrar en la sala fue su cara. Sentado al otro lado de una mesa muy larga, con los pómulos alineados con la boca y el pelo rubio despeinado hacia atrás. Levantó la mirada y la miró con un brillo algo oscuro y malévolo en los ojos.

Mike Newton.