La nave descendió lentamente por la atmósfera de Ilum con el Maestro Windu en los controles,al cabo de un rato, Hermione sintió como la nave aterrizaba en medio de la terrible ventisca que azotaba permanentemente al planeta.

Estaba ansiosa, estaba nerviosa. A pesar de sus fallos iniciales había logrado progresar considerablemente con el sable de luz, haber aprendido tantos movimientos de varita en sus años en Hogwarts la había ayudado y las katas habían comenzado a volverse naturales pero no por eso dejaba de preocuparse ¿y si fallaba en la prueba? ¿Cómo diablos era uno evaluado en una prueba que consistía en enfrentar su mayor miedo? ¿y si no podía conseguir un cristal? ¿Y si no podía construir su propio sable de luz?

«Medita» fueron las palabras de su Maestro, meditar era siempre la mejor respuesta a sus vaivenes emocionales.

—Padawans —dijo su maestro luego de unos cuantos minutos—. No hay un lugar más sagrado para nosotros que estas cavernas.

En seguida la puerta de la nave se abrió y los tres pudieron sentir la textura suave de la nieve bajo sus pies, el frio era una de las cosas más infernales que había sentido jamás, era como si sus huesos se hubieran convertido en hielo.

Caminando encontraron frente a ellos cristales rectangulares que formaban una terrible muralla de una altura increíble, y deteniéndose en un círculo grabado en el suelo escucharon nuevamente a su maestro que alzaba sus brazos hacia el muro.

—Concéntrense en la fuerza, solo juntos podemos entrar.

Repentinamente Hermione escuchó el sonido de los gigantescos cristales cayendo, cristales que se deslizaban uno a uno hasta dejar expuesta una puerta.

Una hermosa sala circular los esperaba, mucho más alta que una catedral, con ese aire de antigüedad e historia que a veces se hace difícil encontrar, estatuas de jedi con sables de luz alzados llenando el espacio en el que un pequeño pedestal se encontraba.

—Presten atención, quizás algún día sean ustedes los que hagan esto.

Con un gesto de su mano el Maestro Windu abrió una ventana circular en lo más alto de la sala y sin detenerse giró la estructura con forma de candelabro que colgaba del techo. La luz del sol golpeó entonces el inmenso cristal creando un pequeño rayo de luz que se concentró en un cristal más pequeño y disparó una ráfaga de calor que impactó un gran arco en la pared.

El hielo comenzó a derretirse dejando al descubierto una nueva puerta.

—Confíen en ustedes, confíen en el otro, recuerden sus lecciones. Y una vez tengan sus cristales salgan de la cueva, no se queden dentro que la puerta se congela y quedaran encerrados por un día.

Ajustando su abrigo Hermione entró en la cueva, Malfoy soplándose las manos detrás de ella tratando de atrapar tan solo un poco de calor. Helado como el resto del planeta, el lugar era oscuro y solo unas cuantas gotas de agua rompían el silencio al caer.

—Tenemos que apurarnos, no creo querer pasar la noche encerrado aquí —dijo Malfoy.

—¿Pero cómo vamos a encontrarlos? —preguntó ella

—Vamos por aquí.

Hermione asintió y se puso en marcha por un largo pasillo mientras tocaba las frías paredes de la cueva tratando de encontrar como guiarse, sus ojos pendientes en busca de un cristal.

Tras unos minutos se encontraron con una habitación circular con tres puertas frente a ellos.

—¿Por cuál de ellas? —le preguntó a Malfoy.

—Esa —señalo con el brazo a la de puerta de la derecha.

—No, deberíamos ir por la del medio.

—¿Por qué?

—Siento que es la elección correcta.

—Entonces yo iré por esta —señalo Malfoy nuevamente a la puerta de la derecha.

Hermione vio a Malfoy desaparecer, y sin seguir pensándolo entró por la puerta del medio, era distinto caminar por las cuevas estando sola, no podía dejar de sentir un miedo irracional e imaginarse a si misma como un esqueleto congelado esperando a ser descubierta por algún otro niño en busca de su cristal.

Pero algo en sus sentidos la instaba a avanzar, paso tras paso camino sintiendo los pequeños ruidos de sus pies al plantarse en la roca, era casi como si pudiera escuchar una voz «¡Detente!». Y Hermione se detuvo, frente a ella un gran abismo se abría, silencioso y oscuro, y espantosamente inmenso. Tiró una pequeña roca intentando medir la caída y nada.

Pero en el otro lado una pequeña luz brillaba en la pared.

—Mi cristal.

Hermione quería maldecir su suerte y decir toda clase de improperios que sus padres jamás habrían permitido. Toda su vida había detestado las alturas, había sido una decepción total al intentar volar en una escoba, lo había intentado una vez y luego no más, había detestado escuchar las burlas de sus compañeros, odiaba saber que existía algo que no podía hacer, y más aun aborrecía sentir la idea de fallar.

Pero por mucho que pensaba no veía una alternativa, no existía un puente, no habían mas pasillos. Podía regresar e intentar encontrar otro camino ¿pero era posible? El tiempo se agotaba y algo le decía que hacerlo era fracasar.

«¿Qué hago?» pensaba, y fue justo ahí cuando se dio cuenta, el abismo no estaba completamente vacío. Era difícil verlo por la oscuridad pero estaban ahí, columnas, formaciones de piedra, algo irregular y aleatorio. Casi como un tablero de ajedrez en el que hubieran desaparecido muchos de sus cuadros.

Unas cuantas groserías pasaron por su mente, pero ya sabía lo que tenía que hacer.

Había comenzado a practicarlo, pero no era lo mismo hacerlo con su maestro o con Malfoy, tenía que hacerlo sola. «Respira, respira» se repetía a si misma tratando de calmar su agitación.

Hermione cerró sus ojos, la fuerza era poderosa, se lo habían dicho mil veces casi como si se tratara de un mantra. Inhalar y exhalar, y sintiendo su cuerpo llenarse con la fuerza, saltó.

La primera columna era estrecha con no demasiado espacio para sus pies, pero al sentir el contacto sintió que podía relajarse. Claro, ahora estaba parada y aislada en medio del abismo, pero eso no era lo peor, eran las voces. Podía escuchar cada cosa que le habían dicho alguna vez, que no podía ser una verdadera bruja si no podía volar. Que para ser una gryffindor era una cobarde. Eran las voces de Malfoy, Parkinson y hasta podía escuchar a Ron con algún mal chiste sobre ella. Insoportable, por eso no tiene amigos ¿Qué le había pasado a su confianza? ¿Qué le había pasado a esa niña que creía ser capaz de todo?

Pero había logrado dar un salto, si, tenía miedo ¿pero no era esa la prueba? ¿Por qué no hacerlo otra vez? Y Hermione saltó, las voces seguían susurrando en su cabeza, pero no era momento de detenerse ¿Qué importaba lo que otros pensaran? Otro salto, otro, otro y otro, cada vez más cerca, otro, otro y ya casi estaba ahí, uno más, eso era todo.

Otro respiro profundo y sintiendo la fuerza recorrer cada centímetro de su ser, volvió a saltar. Y ahí en la pared el cristal brillaba más fuerte, vibrando y resonando en la fuerza, no era igual que el del sable de práctica que había estado usando, este era su cristal y podía sentir claramente que era más.

Hermione estiró su brazo hasta que pudo sentirlo en sus manos, lo despegó y lo apretó en sus manos, era pequeño y cálido, podía escuchar una canción de su infancia y la risa de sus padres, podía oler la comida de su madre, era indescriptible, como si le hablara con una felicitación, bien hecho, lo lograste.

—DMyHGelGdlC—

Draco había dejado atrás a Granger y caminaba con calma por los pasillos helados de las cavernas. No había querido quedarse solo pero tampoco había pensado en protestar su decisión. Sus instintos le decían que su camino era el correcto. Pero ahora después de varios minutos comenzaba a dudar. El pasillo había acabado y frente a él no había nada, solo una pared.

Salazar, había fallado, había estado tan seguro, se había sentido tan cerca, pero resultó una pérdida de tiempo. Se sentía tan frustrado que estiró sus brazos con los puños cerrados queriendo golpear y deshacerse de la rabia que lo inundaba.

«No es roca, es hielo» pensó al sentir sus nudillos chocar contra la pared.

Fue como si su mente se encendiera, no era imposible, solo difícil. Miro rápidamente alrededor buscando algo que pudiera usar, y ahí estaba, una gran piedra que resaltaba entre otras más pequeñas. Queriendo seguir adelante, caminó rápidamente y la sostuvo entre sus manos. Con el mayor de sus esfuerzos la aventó contra el muro pero nada, ni una grieta.

¿Qué podía hacer ahora? Todas sus emociones negativas se estaban juntando, era como estar otra vez en Hogwarts viendo a Potter caminar como si fuera el Rey del mundo mágico. Era verse de nuevo superado sin la snitch en su mano. ¿Por qué no podía lograrlo? ¿Por qué tenía que ser el segundo siempre? Pero no era el momento, no se trataba de Potter, tampoco de Granger, se trataba solo de él.

Cerró sus ojos y se concentró, había practicado telequinesis y podía hacerlo. La fuerza estaba con él y era uno con la fuerza había repetido muchas veces su maestro en esos momentos en los que le enseñaba algo que no lograba dominar. «Vamos piedra, flota» pensó, no importa el tamaño, solo la fuerza. El muro cayó hecho mil pedazos.

Frente a él ya no había un obstáculo, solo una caverna inmensa. Pero Salazar que su suerte era mala, no sabía que había hecho, solo que el ambiente se había vuelto pesado, oscuro, negro, maligno. Lleno de formas que no podía ver con claridad.

Draco entrecerró los ojos, no podía ser, no era posible, sintió los vellos de su piel erizarse, porque ahí sentado al fondo estaba el señor oscuro con su piel pálida, ojos rojos, orificios por nariz y una gran capa negra que lo cubría como un manto, era macabro y terrible. ¿Pero quién era el señor oscuro sin sus mortífagos? No tenía respuesta, excepto que ahí a su lado, su padre se paraba erguido, como un guardaespaldas. Y justo encima de su trono, brillando casi como si de una corona se tratara estaba su cristal.

—Draco, te esperaba —susurró el señor oscuro con esa voz como de serpiente. Su padre callado solo con una mueca de desagrado.

—No puedes estar aquí. —respondió él.

—¿En serio? Soy el mago más poderoso que ha existido jamás ¿pensabas que no podía encontrarte?

Los pensamientos de Draco comenzaron a correr en todas direcciones ¿y si era cierto? ¿y si lo habían encontrado?

El señor oscuro estiró su varita.

—Ven, es hora de marcarte, estira tu brazo niño.

El sudor comenzó a correr por su frente, el frio no podía impedir el miedo que recorría su cuerpo, lo habían preparado toda su vida para eso, para tener la marca, ser un mortífago, limpiar el mundo mágico de impuros.

—No lo hará, Draco es débil, siempre ha sido débil, ni siquiera es capaz de sacar mejores notas que una sangresucia —dijo su padre.

Era lo que su padre le había dicho mil veces, que era débil, que no era capaz, que si seguía así solo iba a humillar a su familia, avergonzarlos, que debía ser fuerte, que solo así tendría el poder para estar por encima de todos.

—Entonces hay que matarlo —dijo una nueva voz que salía de una nube negra y tomaba la forma de su tía Bellatrix.

Draco miraba atónito, su padre nunca lo había maltratado físicamente, nunca le había puesto una mano encima, si, era duro, era exigente y su actitud siempre dura, pero hasta ahí, su padre lo amaba ¿no? ¿Seguro que él sería más importante que el señor oscuro? Pero su padre callaba ¿es que no pensaba defenderlo cuando su tía hablaba de matarlo como si fuera tan solo un animal?¿Por qué dejaba a otros decidir por él? ¿Es que su vida no tenía valor?

—No Lucius, no es necesario, pero dime algo ¿Y Narcissa?

Las manos de Draco comenzaron a temblar, comprendía perfectamente las palabras que escuchaban, si no se rendía, si no tomaba la marca entonces su madre pagaría.

¿Pero qué le diría ella? ¿Le pediría que lo hiciera? ¿Qué tomara la marca? Su madre lo había amado siempre, si, quizás no era demostrativa o abierta, pero lo había protegido ante la dureza de su padre diciéndole siempre que debía esperar, que debía ser astuto como una serpiente, inteligente, y justo ahí atacar.

Pero… ese era el problema, había aprendido en los últimos días que no necesariamente todos los rasgos de slytherin eran convenientes, que ser astuto, paciente y cauto era bueno, pero que había momentos en los que tenía que actuar, que decidir, que tomar el riesgo y dar un paso al frente. Tenía que confiar en que su madre sabría qué hacer para sobrevivir. Que las decisiones de su padre eran suyas, no su responsabilidad. Que él solo podía responder por las que tomara.

El señor oscuro solo era tiranía, nada más, otro Palpatine, había pensado distinto, no lo negaba, pero ahora lejos de todo podía verlo con claridad. Era cierto que tenía sus ideas, que nunca las había cuestionado, pero eso no significaba que quería convertirse en un asesino, un violador como los otros mortífagos. ¿Querría su madre que él fuera un monstruo?

—¡NO! —grito Draco sin pensar que era capaz de hacerlo.

—Entonces tu madre pagara por tu desobediencia.

—Mi madre nunca querría que me convirtiera en un esclavo, haz lo que quieras, nunca tomare tu marca —respondió pensando en que su madre se sentiría orgullosa de él.

Las risas de Bellatrix comenzaron a sonar estrepitosamente por la caverna, era como una sinfonía de la muerte, la última canción que escucharía.

El señor oscuro levantó su varita casi que con aburrimiento.

—¡AVADA KADAVRA!

Draco cerró sus ojos una vez más sin querer ver el rayo verde, sin querer sentir su cuerpo paralizarse y su corazón detenerse. Cerró sus ojos esperando su muerte.

Pero la muerte no llegó. Abrió los ojos sorprendidos, nada, la caverna estaba vacía, y ahí donde antes estaba el trono solo había una estalactita con un pequeño cristal que gritaba su nombre.

Corriendo lo tomo en sus manos, y si, era como aquella vez en la tienda del Sr Ollivander, al cerrar su mano solo sintió paz y calma, algo que lo llenaba y conectaba enseguida con él. Sus dudas se disiparon, había enfrentado a su mayor miedo y había triunfado.