Disclaimer: Nada de esto me pertenece, la saga crepúsculo es propiedad de Stephenie Meyer y la trama es del libro "Venganza para Victimas" de Holly Jackson, yo solo busco entretener y que más personas conozcan este libro.


Capítulo 3

Él la pilló mirándolo: la caída de su pelo, el hoyuelo de su barbilla, en el que cabía su dedo; sus ojos verdes y la llama de la nueva vela otoñal con olor a canela de su madre, que bailaba en sus pupilas. En cierto modo, sus ojos siempre brillaban, centellaban, como si alguien los iluminara desde dentro. Edward Cullen era todo lo contrario a unos ojos sin vida. El antídoto.

Bella tenía que recordárselo a sí misma de vez en cuando. Por eso lo contemplaba, absorbiéndolo sin dejarse nada.

—Oye, pervertida. —Edward sonrió al otro lado del sofá—. ¿Qué estás mirando?

—Nada. —Bella se encogió de hombros, sin dejar de observarlo.

—¿Qué significa exactamente pervertida? —La vocecilla de Jake salió de la alfombra, donde estaba sentado jugando con sus Lego—. Alguien me dijo eso en el Fortnite. ¿Es peor que…? Bueno, la palabra que empieza por jota.

Bella soltó una carcajada mientras veía cómo Edward ponía cara de pánico, con los labios apretados y las cejas a punto de desaparecerle bajo el pelo.

Miró hacia atrás, a la cocina, donde los padres de Bella estaban recogiendo la cena que él les había preparado.

—Eh, no, no es tan malo —explicó lo más tranquilo que pudo—. Pero igual es mejor que no lo digas, ¿vale? Y menos delante de tu madre.

—Pero ¿qué hacen los pervertidos? —Jake se quedó mirando a Edward y, durante una milésima de segundo, Bella se preguntó si su hermano lo estaba haciendo a propósito y disfrutaba viendo al pobre chico morirse de vergüenza en el sofá.

—Pues… —Se quedó callado—. Miran a la gente, pero de una forma que da un poco de mal rollo.

—Ah. —Jake asintió, conforme con la explicación—. ¿Como el tío que vigila nuestra casa?

—Sí. Espera…, no —dijo Edward—. No hay ningún pervertido por aquí. —Miró a Bella en busca de ayuda.

—Estás solo, bebé. —Bella le susurró con una mueca burlona—. Te has cavado tu propia tumba.

—Gracias, Bellus Maximus.

—Ahora que lo mencionas, ¿podemos olvidar ese nuevo mote? —dijo, tirándole un cojín—. No me gusta. ¿Podemos volver a Sargentita? Ese sí que me mola.

—Yo la llamo Bellie Boli. —Otra vez Jake—. También lo odia.

—Pero es que te queda muy bien —dijo Edward, dándole golpecitos en las costillas con los dedos de los pies—. Eres la cantidad máxima de Bellidad posible. La Ultra-Belly. Este fin de semana te presentaré a mi familia como Bellus Maximus.

Ella puso los ojos en blanco y le devolvió el golpe con los dedos de los pies. Le dio en un sitio que lo hizo chillar.

—Pero si ya ha visto muchas veces a tu familia. —Jake los miró confuso.

Daba la impresión de que estuviera pasando por una nueva fase preadolescente en la que sentía una necesidad imperiosa de intervenir en absolutamente todas las conversaciones de la casa. Ayer hasta opinó sobre tampones.

—Esta vez estará todo el clan, Jake. Da mucho más miedo. Primos, e incluso… tías —dijo dramáticamente, moviendo los dedos para darle un toque malévolo a la palabra.

—No me asustas —dijo Bella—. Estoy muy bien preparada. Solo tengo que leer mi hoja de Excel un par de veces y todo irá bien.

—Además, también es… Espera. —Edward se calló de pronto, con las cejas casi tapándole los ojos—. ¿Has dicho hoja de Excel?

—S-sí. —Se retorció en el sofá y notó que las mejillas se le calentaban cada vez más. No tenía intención de contárselo. El pasatiempo favorito de Edward era meterse con ella, así que no había necesidad de darle más munición—. No es nada.

—Ya, claro. ¿Qué hoja de Excel? —Se puso recto en el sofá. Si su sonrisa hubiera sido más grande, le habría partido la cara en dos.

—Ninguna. —Ella se cruzó de brazos.

Él se tiró sobre ella antes de que pudiera defenderse, y le pilló justo el lugar donde más cosquillas tenía: la unión del cuello y el hombro.

—¡Para! —Bella se rio. No podía evitarlo—. Edward, ya basta. Me duele la cabeza.

—Pues cuéntame lo de la hoja de Excel —dijo, negándose a apartarse.

—Está bien. —Empezó a toser, casi sin respiración, y por fin Edward la dejó en paz—. He hecho una hoja de Excel en la que he ido anotando todas las cosas que me has ido contando de tu familia. Detalles tontos, para acordarme. Así, cuando los conozca, puede que les caiga bien, no sé. —No quería mirarlo a la cara, porque sabía qué expresión se iba a encontrar.

—¿Qué tipo de detalles? —preguntó él, esforzándose por aguantar la risa.

—Pues no sé, cosas como… Por ejemplo, a tu tía Carmen, la hermana más pequeña de tu madre, también le gustan los documentales de crímenes reales, así que ese podría ser un buen tema de conversación. Y a tu prima Tanya le encanta correr y hacer ejercicio, si mal no recuerdo. —Bella se abrazó las rodillas—. Ah, y tu tía Jane no me va a soportar, haga lo que haga, así que intentaré no llevarme demasiado chasco.

—Es verdad. —Edward se rio—. Odia a todo el mundo.

—Ya, me lo dijiste.

Él se quedó mirándola durante un momento, con la risa asomándole a la cara.

—No me puedo creer que hayas tomado apuntes en secreto. —Y, con un movimiento rápido, Edward se levantó, metió los brazos por debajo de los de ella y la alzó. La balanceó mientras ella protestaba, diciendo—: Tras esa fachada de chica dura, hemos encontrado a una pequeña y adorable bicho raro.

—Bella no es adorable. —La opinión obligada de Jake.

Edward la soltó de nuevo en el sofá.

—Es verdad —admitió estirándose—. Tengo que irme. Aquí nadie tiene que despertarse a las asco en punto mañana para sus prácticas de abogacía, pero es muy probable que mi novia vaya a necesitar un buen letrado algún día, así que… —Le guiñó un ojo. Lo mismo que hizo cuando ella le contó cómo había ido la mediación.

Todavía era la primera semana de prácticas, pero Bella ya notaba que le encantaba, a pesar de las quejas por tener que madrugar. Para su primer día, le regaló una camiseta con el lema: «Cargando abogado…».

—Bueno, adiós, Jake —se despidió dándole un golpecito con el pie—. Mi ser humano favorito.

—¿En serio? —Él le sonrió—. ¿Y qué pasa con Bella?

—Es la segunda, pero por poco —dijo Edward, girándose hacia ella.

Le dio un beso en la frente, dejando su aliento sobre su pelo y, cuando Jake no miraba, bajó para presionar sus labios contra los de ella.

—Los he oído —dijo el chico.

—Voy a despedirme de tus padres —informó Edward, pero entonces se paró, se giró y volvió para susurrarle a Bella al oído—: Y a decirle a tu madre que, lo siento mucho, pero tú eres el motivo por el que tu hermano de diez años ahora cree que hay un pervertido observando su casa y que yo no tengo nada que ver.

Bella le apretó el codo, una de sus formas secretas de decir «Te amo», y se rio en silencio mientras él se alejaba.


Esta vez, Bella mantuvo la sonrisa hasta un poco después de que Edward se marchara. Pero cuando subió y estuvo a solas en su habitación, se dio cuenta de que la alegría se había marchado sin despedirse. Y nunca sabía cómo hacer que volviera.

El dolor de cabeza empezaba a golpearle la sien. Tenía los ojos fijos en la ventana, en la oscuridad del exterior. Las nubes se juntaban en una única forma oscura. La noche. Bella miró la hora en el teléfono. Acababan de dar las nueve. Los demás no tardarían mucho en acostarse, en entregarse al sueño. Todos menos ella. Un solitario par de ojos en una ciudad durmiente, rogándole a la noche que pasase rápido.

Se había prometido a sí misma que no lo volvería a hacer. La última vez fue la última. Se lo repetía mentalmente como un mantra. Pero por mucho que intentara convencerse ahora, incluso con los puños cerrados sobre la sien para intentar calmar el dolor, sabía que no había nada que hacer, que perdería. Siempre perdía. Y estaba cansada, muy cansada, de luchar contra eso.

Bella fue hacia la puerta de su habitación y la cerró con cuidado, por si acaso pasaba alguien. Su familia no podía saberlo. Ni Edward. Sobre todo Edward.

Dejó su iPhone sobre el escritorio, entre el cuaderno y los auriculares negros. Abrió el cajón de la derecha, el segundo empezando por abajo.

Empezó a sacar todo lo que había dentro: el bote de chinchetas, el hilo rojo, unos viejos auriculares blancos, un bote de pegamento.

Quitó el paquete de folios A4 y llegó al falso fondo que había hecho con cartón blanco. Metió la punta de un dedo en uno de los lados y presionó para que se levantara.

Escondidos debajo estaban los teléfonos de prepago. Los seis, ordenados en una fila recta. Seis móviles que compró con dinero en efectivo, cada uno en una tienda diferente, con una gorra ensombreciéndole la cara mientras pagaba.

Los terminales la miraban fijamente.

Solo una vez más y se acabó, prometió.

Bella metió la mano y sacó el teléfono del extremo izquierdo, un viejo Nokia gris. Dejó pulsado el botón de encender con los dedos temblando por la presión. Había un sonido familiar escondido tras los latidos de su corazón. La pantalla se iluminó con una luz verdosa, dándole la bienvenida.

En el menú, Bella seleccionó los mensajes, y el único contacto que tenía guardado en la memoria. El mismo que en todos los demás.

Apretó las teclas con los pulgares. El número siete para que saliera la P.

«¿Puedo pasarme ahora?», escribió. Hizo clic en enviar con una última promesa a sí misma: esta era la última vez, de verdad.

Esperó mirando la pantalla vacía bajo su mensaje. Deseaba que apareciera la respuesta y estaba concentrada únicamente en eso, no en el creciente sonido del interior de su pecho. Pero, ahora que había pensado en ello, no podía dejar de hacerlo; no podía dejar de escucharlo. Aguantó la respiración y deseó aún con más fuerza.

Funcionó.

«Sí», contestó él.