Disclaimer: Nada de esto me pertenece, la saga crepúsculo es propiedad de Stephenie Meyer y la trama es del libro "Venganza para Victimas" de Holly Jackson, yo solo busco entretener y que más personas conozcan este libro.
Capítulo 4
Era una carrera entre los latidos de su corazón y el golpeteo de las deportivas contra la acera. Su cuerpo cobraba vida con el sonido, desde el pecho hasta los pies, solo amortiguado por la cancelación de ruido de los auriculares. Pero Bella no podía mentirse y pensar que uno estaba provocando el otro. Solo llevaba cuatro minutos corriendo y ya había llegado a la esquina de Beacon Close. El corazón se había adelantado a los pies.
Les dijo a sus padres que iba a salir a hacer ejercicio, como siempre —se puso las mallas de color azul oscuro y una camiseta deportiva blanca—, así que, al menos, ir corriendo hasta allí hacía que en sus palabras hubiera un resquicio de honestidad. Resquicios y fragmentos era lo único que podía esperar. A veces, correr era suficiente, pero esa noche no. No, en ese momento solo había una cosa que podía ayudarla.
Bella bajó el ritmo al acercarse al número trece y se puso los auriculares alrededor del cuello. Se quedó quieta durante un momento para comprobar si de verdad era necesario. Si daba otro paso, no habría vuelta atrás.
Caminó hacia la casa adosada y pasó junto al impoluto BMW blanco aparcado en diagonal. Frente a la puerta rojo oscuro, Bella colocó los dedos por encima del timbre, pero cerró el puño y golpeó la madera. No estaba permitido llamar al timbre, hacía mucho ruido y los vecinos podían enterarse.
Bella llamó otra vez, hasta que, tras el cristal mate, apareció una figura que se hacía cada vez más grande. Escuchó cómo se desenganchaba la cadena y la puerta se abrió hacia dentro, mostrando la cara de Luke Eaton en la rendija. A oscuras, con los tatuajes del cuello y del lateral de la cara, parecía que se le había caído la piel y que había tiras de carne creciendo de nuevo, formando una red.
Abrió lo justo para que ella cupiera.
—Venga, rápido —dijo bruscamente, dándose la vuelta hacia el pasillo—. Dentro de poco viene otra persona.
Bella cerró la puerta al entrar y lo siguió hasta la pequeña cocina. Luke llevaba las mismas bermudas oscuras que el día que Bella lo conoció, cuando vino a hablar con Rose Parkinson sobre Jamie Potter. Menos mal que ella se había largado; la casa estaba vacía, solo estaban ellos dos.
Luke se agachó para abrir uno de los armarios de la cocina.
—¿No dijiste la última vez que no vendrías más?
—Sí que lo dije, sí —respondió Bella con un tono de voz plano, tocándose las uñas—. Es solo que necesito dormir.
Luke revolvió en el interior del armario y sacó una bolsa de papel. La abrió y le enseñó a Bella lo que había dentro.
—Son pastillas de dos miligramos —dijo agitando la bolsa—. Por eso no hay tantas.
—Vale —aceptó ella mirando a Luke. Deseó no haberlo hecho.
Siempre tendía a estudiar la fisiología de su cara, en busca de similitudes con Stanley Forbes. James Green creyó que los dos podían ser el Niño Brunswick, después de descartar a todos los demás hombres de Little Kilton. Pero Luke fue el camino erróneo, el hombre incorrecto, por suerte para él, porque aún seguía vivo. Bella nunca había visto su sangre, nunca cargó con ella como con la de Stanley. Ahora estaba en sus manos, la sensación de las costillas rotas bajo los dedos. El líquido viscoso derramándose sobre el suelo de linóleo.
No, era solo sudor y temblor.
Bella se llevó las manos a la cintura de las mallas y sacó un fajo de dinero, que contó delante de Luke hasta que este asintió. Se lo dio y él extendió la mano en la que tenía la bolsa de papel.
Entonces se quedó paralizado con una mirada distinta en los ojos. Una que parecía aproximarse peligrosamente a la compasión.
—Oye —dijo, volviéndose a agachar al armario para coger otra bolsa más pequeña—. Si tienes problemas, tengo algo más fuerte que el Xanax. Te dejará completamente ida. —Levantó la bolsa y la agitó, llena con blísteres de pastillas verde claro.
Bella las miró y se mordió el labio.
—¿Más fuerte? —preguntó.
—Ya te digo.
—¿Q-qué es? —preguntó con los ojos paralizados.
—Esto —Luke lo volvió a agitar— es Rohypnol. Te deja KO en un momento.
A Bella se le cerró el estómago.
—No, gracias. —Bajó la mirada—. Ya he tenido experiencias con eso.
Lo que quería decir es que se lo habían sacado del estómago cuando Tatum Prescott se lo había echado en la bebida hacía diez meses. Eran las pastillas que su hermana, Sid, vendía a Mike Newton antes de morir.
—Como quieras —dijo, guardándose la bolsita—. La oferta sigue en pie. Aunque es más caro, obviamente.
—Obviamente —repitió ella, con la mente en otro sitio.
Se giró hacia la puerta y se marchó. Luke Eaton no era dado a despedirse, ni a saludar, en realidad. Aunque a lo mejor debería darse la vuelta, decirle que esta vez sí que era la última y que no volvería a verla nunca más. ¿Cómo, si no, iba a cumplirlo? Pero su mente volvió a ella con otro pensamiento. Se giró para volver a la cocina, y de su boca salieron otras palabras.
—Luke —dijo, más borde de lo que pretendía—. Las pastillas esas… El Rohypnol… ¿Se las vendes a alguien del pueblo?
Él se quedó callado.
—Es Mike Newton, ¿verdad? ¿Te las compra él? Un chico alto, con el pelo rubio, un poco largo, que habla con mucha educación. ¿Es él quien te compra estas pastillas?
No respondió.
—¿Es Mike? —insistió Bella. Se le quebró la voz.
Luke endureció la mirada, dejando la compasión a un lado.
—Ya conoces las reglas. No respondo preguntas. Ni las formulo ni las contesto. —Sonrió ligeramente—. Las reglas también se te aplican a ti. Ya sé que te crees especial, pero no lo eres. Hasta la próxima.
Bella aplastó la bolsa entre sus manos mientras salía de la casa. Se le ocurrió dar un portazo al salir, porque sentía mucha rabia, pero se lo pensó mejor. Ahora el corazón le latía aún más rápido, golpeando contra su pecho, llenándole la cabeza del sonido de costillas rompiéndose. Y esos ojos sin vida que se escondían justo allí, en las sombras que dibujaban las farolas de la calle. Si Bella parpadeaba, también la esperaban en la oscuridad.
¿Le compraba Mike a Luke esas pastillas? Antes se las compraba a Sid Prescott, que las conseguía de Howie Bowers. Pero Luke era el proveedor de Howie, y era el único que quedaba cuando desaparecieron los dos eslabones inferiores de la cadena. Si Mike seguía comprando, debía ser a Luke, era lo que más sentido tenía. ¿Se iba a cruzar con él en la puerta de su casa como cada vez que salía a correr? ¿Mike aún drogaba a las chicas? ¿Seguía arruinando vidas como las de Rose Parkinson y Sid Prescott? Ese pensamiento hizo que se le retorciera el estómago y, ay, Dios, iba a vomitar, allí, en medio de la calle.
Se inclinó hacia delante e intentó respirar, con la bolsa agitándose en sus manos temblorosas. No podía esperar. Se echó a un lado, bajo el resguardo de los árboles. Metió la mano en la bolsa de papel y sacó una de las bolsitas transparentes. Le costaba abrirla, porque tenía las manos cubiertas de sangre.
Sudor. Solo era sudor.
Sacó una de las pastillas alargadas, diferente de las que había tomado antes. En un lado había tres rayas marcadas, la palabra «Xanax» y un dos.
Al menos no eran falsas, ni estaban cortadas. Un perro ladró desde algún lugar cercano. «Date prisa». Bella partió la pastilla por la línea del medio y se puso una de las mitades entre los labios. Tenía la boca llena de saliva, así que se la tragó sin beber nada.
Se colocó la bolsa de papel bajo el brazo justo cuando un pequeño terrier blanco y la persona que lo paseaba doblaron la esquina. Era Gail Yardley, que vivía al final de su calle.
—Ah, Bella —dijo relajando los hombros—. Qué sorpresa. —La miró de arriba abajo—. Juraría que te acabo de ver hace un segundo a la puerta de tu casa, imagino que volviendo de correr. Supongo que la cabeza me la está jugando.
—Nos pasa todos —dijo Bella, relajando la expresión.
—Sí, bueno. —Gail se rio incómoda—. No te entretengo más. —Se apartó y el perro se quedó olisqueando las deportivas de Bella hasta que la correa se tensó y se fue trotando tras su dueña.
Bella dobló la misma esquina de la que había salido Gail, con la garganta por donde había bajado la pastilla totalmente seca. Y ahí estaba, esa otra sensación: culpa. No se podía creer que lo hubiera hecho otra vez. «La última —se aseguró mientras caminaba hacia su casa—. Esta es la última vez. Se acabó».
Al menos esa noche conseguiría dormir algo. No debería tardar en sentirlo. La calma innatural, como un cálido escudo sobre su piel, cada vez más delgada, y el alivio cuando los músculos de la mandíbula por fin se relajaban. Sí, esa noche dormiría. Tenía que hacerlo.
El doctor le puso un tratamiento de Valium justo después de la primera vez que ocurrió. Cuando vio la muerte y la sostuvo entre sus brazos. Pero se lo quitó al poco tiempo, incluso aunque ella le rogó que no lo hiciera.
Todavía se acordaba perfectamente de lo que le dijo, palabra por palabra: «Tienes que encontrar tu propia estrategia para superar el estrés postraumático. A la larga, esta medicación solo hace que te sea más complicado recuperarte. No las necesitas, Isabella, puedes hacerlo».
Cuánto se equivocó. Sí que las necesitaba, tanto como dormir. Esta era su estrategia. Y, al mismo tiempo, lo sabía. Era consciente de que el médico tenía razón y de que solo estaba empeorando las cosas.
«El tratamiento más efectivo es la terapia con un especialista, así que vamos a seguir con las sesiones semanales».
Lo había intentado, de verdad. Y, después de ocho sesiones, le dijo a todo el mundo que se encontraba mucho mejor. Estaba bien. Una mentira lo bastante practicada, puesto que todo el mundo la creía. Incluso Edward.
Pensaba que, si tenía que ir a una sola sesión más, se moriría. ¿Cómo podía hablar de ello? Era algo imposible que escapaba del lenguaje o el sentido común.
Por otro lado, podría decir que, en el fondo de su corazón, no creía que Stanley Forbes mereciera morir. Que su vida era valiosa y que ella hizo todo lo que pudo para traerlo de vuelta. Lo que hizo de niño, lo que le obligaron a hacer, no era imperdonable. Estaba aprendiendo, intentando mejorar día tras día, Bella lo creía con cada fibra de su ser. Eso y la culpa insoportable de que ella fue la que condujo a su asesino hasta él.
Aun así, al mismo tiempo, creía todo lo contrario. Y esto venía de un lugar aún más profundo. De su alma, quizá, si creyera en esas cosas.
Aunque fuera solo un niño, Stanley era el motivo por el que la hermana de James Green había sido asesinada. Bella se había planteado alguna vez ese dilema: si alguien cogiera a Jake y lo llevara a un asesino para que sufriera la muerte más horrible que alguien pueda imaginar, ¿se pasaría dos décadas buscando, reclamando justicia y persiguiéndolo hasta matarlo? La respuesta era que sí. Sabía que lo haría, sin dudarlo ni un segundo. Acabaría con la persona que hubiera secuestrado a su hermano, tardara lo que tardase. James tenía razón: eran iguales. Había una conexión entre ellos, una… similitud.
Por eso no podía hablar del tema. Ni con un profesional, ni con nadie.
Porque era imposible, incompatible. La había partido en dos y no había forma de volver a unir las mitades. Era insostenible. Iba más allá del sentido común. Nadie podía entenderla, excepto… él, quizá. Dudó un poco cuando llegó al camino de la entrada, y se quedó mirando la casa que la esperaba al final.
James Green. Por eso necesitaba que lo encontraran, no que lo atraparan. Él la había ayudado, le había abierto los ojos con respecto al bien y al mal y a quién decidía lo que significaban esas palabras. Puede que… si conseguía hablar con él, lo entendería. Era el único capaz de hacerlo. Había tenido que encontrar la forma de vivir con lo que había hecho, y a lo mejor podía enseñarle a Bella a sobrellevarlo. Enseñarle una forma de arreglarlo todo, de volver a unir las partes. Pero también tenía pensamientos encontrados respecto a esto. Tenía todo el sentido y ninguno al mismo tiempo.
Escuchó un rumor en los árboles frente a su casa.
Se le cortó la respiración mientras se daba la vuelta para mirar, intentando darle forma de persona a la oscuridad y transformar el viento en una voz. ¿Había alguien escondido entre los árboles, observándola?
¿Siguiéndola? ¿Eran troncos o piernas? ¿James? ¿Era él?
Forzó la vista intentando dibujar las hojas individuales y sus ramas esqueléticas.
«No, no puede haber nadie ahí, no seas estúpida». Solo era otra de las cosas que ahora vivían en su cabeza. Asustada por todo. Enfadada con todo.
No era real y tenía que aprender a discernirlo otra vez. Lo de sus manos era sudor, no sangre. Caminó hacia su casa y miró solo una vez hacia atrás. «La pastilla se lo llevará pronto», se dijo. Junto con todo lo demás.
¿Cómo determinan los forenses la hora de la muerte en un caso de homicidio?
Lo más importante que hay que tener en cuenta es que la hora de la muerte solo puede ser un rango estimado; un forense no puede dar una hora concreta, como vemos a veces en películas y series de televisión. Para determinar la franja estimada hay tres factores principales, y algunas de estas pruebas se realizan en la misma escena del crimen, lo antes posible tras encontrar a la víctima. Como norma general, cuanto antes se halle el cadáver, más precisa será la estimación.1
Rigor mortis
Inmediatamente después de la muerte, todos los músculos del cuerpo se relajan. Luego, al cabo de unas dos horas, el cuerpo empieza a ponerse rígido debido a una acumulación de ácido en el tejido muscular. 2 Esto se conoce como rigor mortis. Comienza en los músculos de la mandíbula y el cuello, y continúa bajando por las extremidades. El rigor mortis se completa, normalmente, en unas 6-12 horas, y empieza a desaparecer aproximadamente a las 15-36 horas del deceso.3 Como más o menos se conocen los tiempos de este proceso, puede ser muy útil para estimar la hora de la muerte. Sin embargo, hay otros factores que pueden influir en el comienzo y en los tiempos, como la temperatura. El calor aumentará la tasa del rigor, mientras que el frío lo ralentizará.4
Livor mortis
También conocido como lividez, el livor mortis es la acumulación posicional de la sangre a causa de la gravedad y de la pérdida de presión sanguínea.5
La piel se coloreará con un tono rojo/morado en las zonas en las que se ha acumulado internamente la sangre.6 El livor mortis empieza a desarrollarse unas 2-4 horas tras la muerte, se vuelve no fijo entre las 8-12 horas y fijo unas 12 horas después del deceso.7 Que sea no fijo implica que la piel puede blanquearse, es decir, si, cuando hay lividez, y se presiona un punto, el color desaparece. Más o menos como cuando tú te aprietas la piel.8 Pero este proceso puede verse afectado por factores como la temperatura y el cambio de posición.
Algor mortis
El algor mortis hace referencia a la temperatura del cuerpo. Después de la muerte, el cadáver empieza a enfriarse hasta que se equilibra con la temperatura ambiente del lugar en el que se haya descubierto.9
Normalmente, el cuerpo perderá unos 0,8 grados por hora, hasta alcanzar la temperatura ambiente.10 En la escena del crimen, además de las observaciones del rigor y la lividez, lo más probable es que un examinador médico también tome la temperatura interna del cuerpo y la compare con el ambiente, para así calcular aproximadamente cuándo asesinaron a la víctima.11
Aunque estos procesos no nos pueden indicar el minuto exacto en el que ha fallecido una persona, son los factores principales de los que se sirve un forense para estimar la hora aproximada de la muerte.
NOTA:
Hola,lamento no haber podido actualizar estos días, anduve ocupada. Muchas gracias por sus reviews, nos leemos después.
