Las luces del casco se encendieron automáticamente al detectar niveles escasos de luz y un filtro de visión térmica se desplegó frente a los ojos de Hikaru.
El joven piloto aún tenía las manos en los mandos del caza, pero estaban temblando. También sintió el abrazo de Mao; la joven doctora lo abrazaba con fuerza temblando igual que él.
Algo… algo no estaba bien y Hikaru lo sintió de inmediato; estaban inmóviles. El avión no se movía, tampoco estaban en caída libre, ni en microgravedad…. simplemente estaban detenidos en… algún sitio.
Mao… ¡Mao! exclamó el piloto soltando los mandos del caza mientras abrazaba a la joven. ¿Estás bien? —preguntó con desesperación.
Para su alivio la muchacha dejó de temblar y pareció reaccionar a su voz. —Creo… creo que si. —dijo. —No… no veo nada.
Hikaru activó un botón en su traje de vuelo y las hombreras se iluminaron lo suficiente para poder ver la cabina. —¿Puedes ver ahora?
—Si… ¿Dónde estamos? —preguntó la joven.
—No tengo ninguna idea, pero no parece ser que estemos debajo del agua. —dijo mirando la oscuridad que lo rodeaba. —Tampoco parece que sea la oscuridad de la noche…
El piloto volvió a poner las manos en los controles y los movió en varias direcciones. —El caza está completamente muerto… no tengo energía de las baterías y tampoco parece que las superficies de control funcionen. —dijo mientras probaba diferentes teclas frente a él y a los costados de su asiento. Finalmente al accionar uno de los contactos una pantalla se iluminó mostrando datos de temperatura y presión.
—Hay una atmósfera ahí fuera. —dijo el piloto. —Creo que es seguro abrir la cabina.
Mao abrazó con más fuerza al joven mientras la cabina se abría con el sonido de despresurización. Hikaru tuvo que extender el brazo y ayudar a levantarla por completo, más solo pudo hacerlo hasta la mitad de su recorrido antes que un golpe sordo le indicara que había algo sólido encima de ellos. Hikaru proyectó la luz de su casco como si fuera una linterna y pudieron ver un techo de rocas por encima de ellos.
—Parece… una cueva. —dijo el joven dirigiendo la luz hacia ambos lados de la cabina y luego hacia abajo. —Veo un piso de rocas… creo… creo que es seguro bajar.
Con cuidado dejó a Mao en el asiento mientras descendía sujetandose del borde del fuselaje. La nariz del avión estaba inclinada hacia abajo por lo que llegar al suelo no le costó demasiado. Una vez que Hikaru estuvo en tierra firme intentó examinar el resto de su aeronave y al hacerlo lanzó una exclamación de sorpresa.
—¡Rayos!
—¿Qué pasa? —preguntó la doctora Nome asomándose desde la cabina.
—No vas a creer esto. —dijo el piloto extendiendo la mano.
Mao la tomó y ayudada por el piloto descendió del aparato.
—Mira. —dijo su compañero dirigiendo la luz hacia el avión.
—¡Oh!
El VF-1 estaba incrustado casi en su totalidad en la pared de roca, pero no de la forma en la que hubiese quedado atascado al colisionar contra la misma… simplemente el metal de la aeronave y la roca se fusionaban sin ninguna clase de juntura o grieta visible.
—Es como si el avión hubiera aparecido directamente dentro de la roca. —exclamó Hikaru pasando la mano por la lisa piedra allí donde se unía con parte de la toma del aire de la turbina de estribor. —Ahora comprendo por que ningún sistema funciona.
—¿Tu avión está perdido entonces? —preguntó la joven.
—Ni hablar… cero chances de sacarlo de ahí. —respondió el joven mientras volvía a subir a la cabina. —Por suerte el kit de rescate detrás del asiento no quedó incrustado en las rocas… intentaré sacarlo.
El paquete contenía raciones y un sistema de localización para que los pilotos derribados pudieran ser rescatados. Hikaru desplegó el aparato y tras comprobar que estuviera intacto activó la baliza. Una luz verde parpadeante se encendió indicando que estaba en funcionamiento. —No se si esta cosa pueda transmitir a través de la piedra… pero no perdemos nada con intentarlo. —dijo volviéndose hacia la joven, quien lo observaba en cuclillas en el suelo. —¿Estás bien? —preguntó.
—Si. —respondió su compañera.
Hikaru miró hacia la oscuridad del túnel. —Tenemos que explorar esta cueva y ver si hay alguna salida. —dijo.
—Iré contigo. —dijo Mao incorporándose. —No tiene sentido esperar aquí.
El joven asintió y para alarma de la doctora desenfundó una pistola. —¿Crees que haya peligro? —preguntó.
—No lo sé…. pero mejor estar preparados. —respondió el piloto. —Sígueme de cerca.
Comenzaron a caminar por el túnel en silencio mientras el casco del piloto iluminaba las paredes irregulares de la extraña caverna. No tardaron mucho en encontrar un pasaje descendente pero igual de estrecho, cosa que los inquietó aún más.
—Me gustaría subir antes que bajar. —observó Hikaru. —Pero es la única dirección en la que podemos avanzar.
—¿Crees que estemos aún debajo del mar? —preguntó Mao.
—No había islas cerca, de eso estoy seguro. —afirmó el piloto. —¿Nuestra vista se ha acostumbrado ya a la oscuridad? Me parece ver algo de claridad allá adelante. —dijo.
—Yo también lo veo. —respondió Mao.
Avanzaron con cautela y salieron a una caverna de dimensiones mayores, cuyo techo se elevaba a por lo menos una docena de metros por sobre sus cabezas y tal como habían percibido, allí existía una tenue iluminación de tonos azules y verdes que parecía provenir de las paredes y de pequeños estanques de agua cristalina.
—¡Oh! —exclamó Mao de pronto corriendo hacia la pared más cercana. —¡Hikaru, mira!
—De-Deculture! —exclamó el joven.
Las paredes de roca eran completamente lisas allí, como si hubieran sido pulidas por alguna herramienta, pero lo más extraordinario eran las miles de runas brillantes que parecían crecer desde la roca como pequeñas colonias de líquenes luminosos.
—No hay duda de ello. —dijo Mao emocionada mientras sacaba su Pad y comenzaba a grabar un video. —Esto tiene que ser obra del Tori no Hito.
—¿El Hombre Pájaro? —preguntó Hikaru. —Es la segunda vez que nombras a esa cosa.
—Es el nombre que mi pueblo le dió a la Sonda de la Protocultura. —explicó la joven. —En los alrededores de la Isla Mayan había muchos símbolos y runas como estas. —explicó pasando la mano por la extraña escritura. —La mayoría fueron escritas por mis antepasados copiando las que encontraron en cavernas submarinas… como esta en la que estamos. —afirmó.
—¿Sabes que dice? —preguntó el piloto.
—No, aún no hemos logrado traducir por completo el lenguaje de la Protocultura. —respondió la muchacha dando un paso atrás para observar mejor. —Esto es lo que estábamos buscando con nuestra investigación; evidencia de la presencia de la sonda de la Protocultura en esta parte del océano Pacífico.
—Como evidencia me parece muy convincente. —respondió el joven cruzándose de brazos. —¿Entonces esa cosa nos transportó hasta su guarida? —preguntó.
Mao sacudió la cabeza. —No. —aseguró. —Es imposible; El Tori no Hito abandonó el planeta hace años; esto que experimentamos está de alguna forma relacionado a su presencia o actividades que realizó en el pasado.
Continuaron explorando la gran caverna caminando con cuidado entre charcos de agua y rocas que habían caído desde el techo; el túnel mostraba señales de daños, posiblemente a causa del paso del tiempo y en las paredes y techos podían verse grandes grietas en la roca decorada con aquella escritura brillante.
Tras caminar algo así como medio kilómetro la caverna volvió a cerrarse sobre si misma y se convirtió nuevamente en un túnel de unos pocos metros de ancho. Tras un recodo Hikaru soltó un grito de asombro en cuanto el metal brillante del fuselaje de una aeronave devolvió el reflejo repentino del haz de luz de su casco
—¡Es el Ojo de Gato! —exclamó el joven reconociendo la disposición de la cabina de la desaparecida.
Ambos corrieron los últimos metros pero se detuvieron al comprender lo dramático de la situación. —¡Mierda! —exclamó Hikaru al ver aquello.
La aeronave, al igual que su propio avión, habian aparecido en aquellos túneles incrustandose en la roca, pero en el caso del Ojo de Gato sus pilotos no habían sido tan afortunados; solo la cabina inferior asomaba parcialmente de la pared de roca y cuando Hikaru inspeccionó el interior de la misma a través del cristal pudo ver las piernas inertes del desgraciado piloto sobresaliendo de la piedra que ocupaba la mitad de la cabina.
—Eso podría habernos pasado también a nosotros. —dijo Hikaru desviando la luz para que Mao no pudiera ver aquello. —Tuvimos mucha suerte.
—Tal vez los otros pilotos hayan tenido la misma suerte. —dijo la joven tratando de dar ánimos al piloto.
Continuaron avanzando dejando atrás aquella horrible escena, pero no pudieron llegar más lejos. A unos doscientos metros una parte del túnel parecía haberse desmoronado sobre un lago de aguas transparentes y no vieron salida posible. Mao examinó las aguas claras y señaló la roca húmeda. —Mira, hay una marca de marea… eso quiere decir que este lago tiene conexión con el océano o forma parte de un sistema de cuevas interconectadas.
El joven miró las tranquilas aguas con preocupación.
—¿Sabes nadar? —preguntó la doctora al ver el rostro de preocupación del piloto
—Si… si claro. —respondió Hikaru.
Mao se contentó con la respuesta y sin esperar comenzó a desvestirse ante la atónita mirada del joven. Tras quitarse la bata del laboratorio y la blusa se quitó también los zapatos y los jeans, quedando en ropa interior deportiva. —Voy a explorar el pasaje. —dijo amontonando la ropa en una ordenada pila junto a Hikaru. —No te preocupes, soy una excelente nadadora.
El piloto asintió con la cabeza y vió como la joven se arrojaba al agua con un clavado que hubiera causado asombro hasta en un atleta olímpico.
Pasó un par de minutos sin señales de la joven y Hikaru comenzó a ponerse nervioso, cuando el reloj de su muñeca marcó que habían pasado casi cinco angustiosos minutos se incorporó y comenzó a quitarse la ropa para lanzarse al rescate, en ese momento la joven emergió del agua en medio de una explosión de salpicaduras.
—¡Pude ver una salida del otro lado! —exclamó tras tomar una enorme bocanada de aire fresco. —¡El túnel continúa por allí en forma ininterrumpida!
Hikaru respiró aliviado como si él mismo hubiese estado aguantando la respiración. —¿Qué tan largo es el tramo bajo el agua? —preguntó.
—Calculo que unos ciento cincuenta metros. —respondió la joven.
Ciento cincuenta metros… eso era una distancia enorme, incluso para buzos expertos. —No se si pueda hacerlo. —dijo el joven piloto mirando las aguas cristalinas.
—Yo te ayudaré. —aseguró la joven. —No te preocupes.
Hikaru asintió y terminó de quitarse la ropa. —Es una lástima que no tuviera el traje de vuelo para el espacio. —dijo depositando el casco sobre la pila de ropa. —Viene equipado con una cápsula de varias horas de suministro de oxígeno.
Tras quedar el también en ropa interior se adentró en el lago hasta el cuello. La temperatura del agua era agradable y debido a lo cristalina de la misma podía ver perfectamente las rocas destrozadas que habían caído al fondo del estanque.
Recordó el entrenamiento de acuatizaje forzoso y comenzó a hacer ejercicios de respiración para aumentar su capacidad pulmonar; debía relajarse para que su corazón no consumiera oxígeno de más y así prolongar su tiempo sumergido. Tras varias inspiraciones e inspiraciones prolongadas se sintió preparado.
—Estoy listo. —dijo. —Vamos.
Exhaló todo el aire que pudo y se zambulló en las cristalinas aguas seguido de Mao, pero pronto la joven lo adelantó con una increíble velocidad; la joven nadaba como un delfín, usando todo su cuerpo para impulsarse con facilidad por el agua.
Pasaron debajo de una gran roca que creaba un pasaje estrecho, pero lo suficientemente ancho para pasar con comodidad sin tocar las paredes de roca. Allí también había restos de aquellas runas que habían caído junto con los restos del túnel y gracias a ellas podían ver el túnel que atravesaban.
Hikaru perdió la cuenta del tiempo que llevaba nadando allí abajo. Podía ver a Mao unos diez metros por delante de él, pero nada más ¿Estaba segura que eran solo ciento cincuenta metros? Sintió que sus pulmones comenzaban a doler por el esfuerzo y comenzó a impulsarse más rápidamente con sus piernas, pero aquel esfuerzo extra hizo que consumiera el poco oxígeno que le quedaba aún más rápidamente.
Se estaba quedando sin aire y comenzó a desesperarse. La visión del túnel iluminado comenzó a oscurecerse y el joven sintió miedo por primera vez en mucho tiempo, pero en ese momento sintió la mano de la joven que lo tomaba de la muñeca y se vió impulsado hacia delante con increíble velocidad.
Ambos emergieron del agua en medio de una explosión de gotas de agua y el sonido de las olas que su repentina llegada producían como ecos en las paredes de la cueva.
—¿Estás bien? —preguntó Mao sosteniendo al joven para que su cabeza se mantuviera fuera del agua.
Hikaru respiró profundamente y exhaló con alivio. —Si… gracias, esos últimos metros fueron terribles… creí que me ahogaba.
La joven sonrió. —Si te hubieras quedado sin aire, hubiese tenido que compartir el mío. —dijo señalando sus labios.
—No se que hubiera preferido; si ahogarme o tener que explicarle eso a mi mujer. —dijo el joven ante la idea.
La muchacha soltó una carcajada y comenzó a nadar hasta la orilla seguida del joven piloto. Una vez allí se secaron como pudieron y continuaron explorando el túnel que se abría ante ellos, tras lo cual desembocaron en una caverna de mayores dimensiones en la cual pudieron ver, para su sorpresa y alivio, a los cuatro aviones del escuadrón desaparecido.
