Capítulo 12. El Cuarto de Huéspedes.
El sol todavía no había hecho acto de presencia aquel veintiuno de septiembre. Sin embargo, el duque de Montemar llevaba ya un buen rato trabajando en el escritorio que disponía en la antecámara de sus aposentos en la mansión Malfoy de Wiltshire. Estaba concentrado examinando los últimos documentos redactados por su equipo antes de acudir esa mañana al Ministerio, a otra de las insufribles reuniones a las que estaba obligado a acudir para defender los intereses de su patria, en unas negociaciones que estaban resultando más difíciles de lo que aparentaban, por la poca disposición al diálogo que mostraban algunos de los interlocutores británicos.
Terminó de leer el informe sobre mutua colaboración en materias de seguridad y se levantó de su silla para estirar las piernas un poco antes de seguir con el siguiente informe acerca sobre la aplicación de la ley mágica. Echó la vista a su alrededor para observar los lujosos aposentos que Astoria personalmente se había encargado de preparar tan diligentemente como era costumbre en ella.
El Cuarto de Huéspedes era una de las dieciséis habitaciones que disponía la mansión en la planta noble, donde la familia y sus invitados tenían sus aposentos privados. Se entraba a ellos por una puerta blanca con manecillas doradas, que daba paso a la antecámara, un espacio amplio de paredes verdes adornadas con cuadros y tapices, y algunos candelabros que iluminaban la estancia. Contaba una chimenea de piedra blanca de estilo neoclásico y, frente a ella, una mesita de café, un sofá y dos sillones de estilo Luis XV de madera dorada y con tapizados verdes y dorados en terciopelo y seda. Detrás de ellos, el escritorio de estilo Luis XV y sobre él, además de los documentos, una escribanía sencilla de metal plateado y una lámpara de aceite que ayudaba a iluminar el escritorio. Pegados a las paredes había algunas cómodas, sillas y sillones del mismo estilo. Del techo, pintado en azul simulando cielo y ricamente ornamentado con estucos barrocos de angelitos y serafines tocaban instrumentos, colgaba una araña de bronce dorado de diez brazos que iluminaba el salón.
Frente a la puerta de la antecámara, estaba la puerta que daba al dormitorio del aposento, también conocido como "cámara de honor", una amplia habitación con dos ventanales con vistas al jardín, a cuyos lados colgaban cortinajes verdes con bordaduras y flecos dorados. En el centro de la estancia, frente a los ventanales, una cama con dosel igualmente verde destacaba en el conjunto. Del techo, pintado en azul cielo y adornado también con estucos con detalles en bronce, colgaban dos pequeñas arañas de bronce de cinco brazos cada una. Una gran alfombra, que aparentaba tener varios siglos de antigüedad de color azul verdoso decorada con patrones damascos cubría el mármol blanco del suelo. A la izquierda, un gran armario de madera oscura, con cuatro puertas y a la derecha se encontraba una imponente estantería de madera oscura, finamente labrada, llena de libros sacados de la biblioteca de la casa, para deleite de los invitados, y una puerta daba acceso al aseo privado. El aseo no destacaba por su amplitud, que lo era, sino por la grifería dorada finamente elaborada adoptando formas como delfines y tritones.
El duque reconocía que los Malfoy del pasado tenían buen gusto. Draco le explicó el motivo de la existencia de un cuarto de huéspedes tan lujoso una de las tardes mientras tomaba el té en el salón verde. La Mansión Malfoy, desde su concepción como castillo guardó un lugar especial para invitados ilustres, ya que era común que los nobles acogiesen en sus hogares a ilustres personalidades como nobles y altos dignatarios de otros países mágicos. Cuando Augustus Malfoy reformó la casa de sus antepasados, no reparó en gastos para adecuar esa estancia a la moda de los tiempos, con una clara inspiración francesa. Los Malfoy, en el siglo de las luces, eran una de las familias más poderosas, teniendo gran influencia y prestigio tanto en Gran Bretaña como en el extranjero, llegando a alojar en dicha estancia a muchas personalidades, siendo la más importante el poderoso duque de La Rochefoucauld, el gran ministro de magia francés del siglo XVIII.
Alfonso era muy consciente de las dificultades para llegar a un acuerdo tan complejo que desestancase las relaciones diplomáticas entre las dos naciones mágicas. Británicos y españoles tenían costumbres, tradiciones y ordenamientos muy diferentes. Mientras que británicos tenían una asamblea, el Wizengamot, que era a la vez, legislador y tribunal, los españoles habían delegado la función de legislar a las Cortes Mágicas, y la de juzgar, a las Audiencias y, como última instancia judicial, la Real Chancillería. El Ministro de Magia británico era a la vez Jefe de Estado y de Gobierno, mientras que en España, la jefatura del gobierno corre a cargo del Secretario de Estado y del Despacho Universal, y la jefatura de Estado, desde hacía casi veinte años, al llamado Consejo de Regencia, formado por 5 magos y brujas, el Quintillo, elegida por las Cortes cada cinco años.
Aquel veintiuno de septiembre era fecha señalada para Alfonso, ya que ese día un tiempo atrás inició la gran revuelta que cambiaría el orden político español, conocida como la Revuelta Gloriosa, y en la que él, sin pretenderlo, tuvo un papel fundamental. Veinte años atrás, estalló en España una revuelta contra el carácter autoritario del último rey de los magos, Felipe de Trastámara. Los últimos reinados de los reyes de la muy desgastada dinastía de los Trastámara fueron un tremendo fracaso, que lo agravó el último de ellos: la hacienda se vaciaba según los caprichos del rey, su familia y la corte; las Cortes, donde el pueblo y la nobleza estaban representados, fueron llevadas a la irrelevancia; y se atacaron muchos derechos y libertades contra las comunidades de licántropos, vampiros y centauros, provocando pequeñas revueltas que eran reprimidas con dureza por el ejercito y la Guardia Cívica.
Si bien la situación era ya una calamidad, los sucesos que ocurrieron aquella tarde de aquel veintiuno de septiembre en el Palacio de Monteleón, sede de las Cortes, encendieron la mecha de los sucesos de los días que le siguieron a ese. Alfonso recordaba agriamente los sucesos de aquel veintiuno de septiembre, cuando era director de la Academia mágica de Guardiamarinas, además de ser diputado en Cortes por el ducado de Montemar.
Las Cortes se habían reunido aquella tarde de septiembre en sesión extraordinaria a petición del propio gobierno, ya que el Secretario de Estado y del Despacho, el conde de Alcudia, iba a hacer una proclama en nombre del Rey ante los diputados. Después de dos meses en los que el gobierno había gobernado por Decretos de Emergencia sin contar con las Cortes, el malestar de todos los diputados era más que evidente y no esperaban nada bueno de aquella proclama.
- Señores diputados, Secretarios de Estado y del Despacho de su majestad y oyentes presentes en esta sala, guarden silencio – mandó el presidente de las Cortes.
Todos los asistentes tomaron asientos en sus escaños y el silencio reinó en el hemiciclo.
- Comienza la sesión extraordinaria de estas Cortes, a fecha del veintiuno de septiembre del año de gracia de 2000 – comenzó solemnemente el presidente de la asamblea – tiene la palabra su excelentísimo señor Secretario de Estado y del Despacho Universal de su majestad.
Apenas unos pocos diputados, los más afines al gobierno y al rey, aplaudieron cuando el primer ministro del rey se levantó de su escaño para ir a la tribuna de oradores. La sensación de malestar y enfado generalizado de los diputados le hizo temblar por un momento. Se aclaró la voz y comenzó con su intervención.
- Excelentísimo señor presidente de las Cortes, señores diputados del pueblo y de la nobleza titulada de estos reinos de las Españas – comenzó saludando a los asistentes – su majestad el rey Felipe de Trastámara, Rey de las Españas y Señor Supremo de los magos ha decidido hacer esta Real Proclama ante sus señorías, con el fin de informarles de su real voluntad, para el bien y la estabilidad de estos reinos y señoríos, ante la situación de crisis e inestabilidad social que los graves y escandalosos acontecimientos de estos últimos meses, que ponen en peligro el Estatuto del Secreto y la supervivencia del Estado.
Hizo una pausa mientras desplegaba el pergamino y se preparaba para su lectura pública. Los diputados se empezaban a temer lo peor con esa introducción y murmuraban entre sí oyéndose frases como "mal empezamos" o "esto no pinta bien".
- "En el Palacio Real de la Granja de San Ildefonso, a veinte de octubre del año 2000, en presencia de la Junta de Estado, damos a conocer nuestra real voluntad para mantener la paz, la seguridad y una mejor gobernación de estos mis reinos y señoríos, dada la situación de inestabilidad y peligro debido a los graves acontecimientos que agitan a nuestra bienamada nación. Es mi voluntad mediante esta Real Proclama de declaración del Estado de Excepcion lo siguiente:
Primera. Quedan suspendidos de forma provisional los derechos y libertades de expresión, manifestación, reunión, imprenta y difusión, y de cátedra. Quedan limitados a lo que disponga la Junta de Estado por Decreto la libertad de circulación, el derecho de aparición libre por el territorio y la libertad de residencia, así como cualquier otra norma que altere el orden público mágico.
Segunda. Quedan suspendidos los derechos al Juez ordinario, a la defensa letrada, los derechos del detenido y al habeas corpus. Así también se podrán incautar los bienes de los detenidos y puestos a disposición del Estado.
Tercera. La Audiencia militar conocerá de todos los asuntos civiles, quedando las Audiencias sin conocer ningún asunto hasta nueva orden.
Cuarta. Quedan suspendidos de manera íntegra los Estatutos de licántropos, vampiros, centauros, y duendes. Será de obligación a estas comunidades registrase en el Registro de Criaturas Mágicas.
Quinta. Será de vigencia lo dispuesto en las leyes militares para tiempos de Estado de Excepción.
Sexta. Las Cortes quedarán disueltas hasta nueva orden, quedando sus funciones asumidas por la Junta de Estado.
Séptima. Aquel quien incumpla estas normas será procesado como reo de Alta Traición contra el Reino, rehabilitándose la pena de muerte para los casos de gravedad.
Mando al Secretario de Estado y del Despacho Universal que haga cumplir esta Real Proclama a todos los magos y brujas, funcionarios o autoridades, nobles o comunes.
He dicho."-
Los murmullos de desaprobación no se hicieron esperar cuando acabó de hablar desde la tribuna. Desde los más progresistas a los más conservadores estaban indignados y enfadados. Muchos habían empezado a abuchear otros murmuraban entre sí, otros se habían puesto en pie haciendo signos de desaprobación. El ambiente se había caldeado demasiado en escasos minutos, y por más que el presidente de las Cortes llamaba al orden a aquella asamblea, que parecía un corral, terminó desistiendo. De pronto una voz se escuchó por encima de todo el ruido sorprendiendo a todos, haciendo cesar aquel jaleo.
- ¡Pido la palabra, señor presidente! – exclamó el duque de Montemar, vestido con su uniforme de Capitán de Navío y todas sus condecoraciones.
- Duque de Montemar, tiene usted la palabra – confirmó el presidente de la Cortes ante el asombro del conde de Almeida, que esperaba que cerrara ya la sesión.
- Señores diputados – comenzó Alfonso su discurso-Me encuentro verdaderamente conmocionado con esta Real Proclama que acabamos de escuchar. No puedo en esta ocasión callar y obedecer ciegamente, tal como nos pide su majestad o como sería la obligación de mi empleo. Si no lo hiciera hoy, si no hablara hoy desde mi escaño en estas Cortes, mi conciencia me atormentaría de tal manera que me sería insoportable seguir viviendo. La lealtad al rey, exigida a algunos de los que estamos aquí, no puede amparar cualquier cosa que este haga, y pese a que tendría que callar por ese deber de lealtad, hoy debo romper mi juramento, si acaso no puede considerarse ya roto por parte del mismo rey al actuar contra su propio pueblo. Hoy tengo que hacer valer otro juramento que está por encima del de lealtad al rey. Sí, hay otro que está por encima de él. Porque cuando juré el cargo de oficial de la armada y posteriormente el de diputado, juré también proteger los Fueros, Leyes y Costumbres de estos reinos y señoríos. Hoy mi conciencia me exige que cumpla con aquello que juré con el arma más peligrosa, más letal y más eficiente de la cual dispongo en estos momentos, mi voz. Debo alzar la voz por aquellos que no tienen la posibilidad de hacerlo, por todos aquellos que se sienten oprimidos y despreciados, por todos aquellos cuyos derechos han sido reducidos a cenizas por el carácter despótico de un rey, que enfermo de poder y de gloria, ha sumido a la nación en el desastre más absoluto. Mientras los magos y brujas, vampiros y licántropos, duendes y elfos, centauros y otros seres pasan penalidades, él está en su palacio de la Granja o en cualquiera otra de las residencias reales, gastando el erario público en fiestas y banquetes para él y sus cortesanos. Y ante las protestas de un pueblo que pide justicia, responde con esta ignominiosa orden real. No contento con haber asfixiado a todos con impuestos y desempleo, ahora pretende despojarnos de los derechos y libertades que durante tantos siglos se han conseguido. A golpe de proclama, pretende su majestad eliminar a todos quienes puedan oponerse a su poder. ¡Eso señores diputados tiene un nombre, se llama tiranía!
Todos escuchaban atentamente sentados en sus escaños el discurso del duque, asombrados por la dureza de sus palabras y su valentía para enfrentarse al rey y su gobierno.
- Durante estos últimos años, hemos presenciado día a día como el rey, ayudado por esa banda de inútiles mequetefres que se hacen llamar Junta de Estado, y que no tienen la dignidad necesaria para ocupar el cargo que ostentan, han intentado destruir poco a poco cada una de las instituciones de nuestra nación. Amparándose en oscuros pretextos han ido reduciendo a cenizas cada una de los derechos de los magos y de otras comunidades mágicas – continuaba el duque señalando con el dedo a la bancada del gobierno – y hoy, se ha dado el golpe definitivo, por el cual se pretende la destrucción total de nuestra nación con la disolución de estas Cortes. ¡Estas Cortes mágicas son la expresión de la soberanía del pueblo, y cada uno de nosotros señores diputados tenemos la obligación de defender al pueblo, con nuestra vida si fuera necesario contra todos aquellos que pretenden atacarlo!
La asamblea empezó a aplaudir y a vitorear por sus palabras, mientras que otros pedían silencio para que siguiera con sus palabras.
- ¡Hoy es el mismísimo rey y su gobierno los que han atacado a los representantes del pueblo disolviendo estas Cortes sin tener derecho a ello! ¡Hoy el rey ha roto nuestros Fueros, nuestras Leyes y Costumbres más sagradas! ¡Hoy la infamia ha llegado demasiado lejos! – los diputados volvieron a aplaudir – ¡No abandonaré estas Cortes hasta que la legalidad sea reestablecida de inmediato, y solo por medio de la fuerza podrá hacer que abandone mi escaño! ¡Señores diputados, os conmino a hacer lo mismo!¡Viva España!
Alfonso se sentó en su escaño mientras toda la asamblea se puso de pie a aplaudir durante un largo tiempo y a vitorear, Todos aplaudían sus palabras: los más conservadores por proteger los Fueros y las costumbres y los más progresistas por alzar la voz por la libertad. Pero entonces, todo se salió de control. El Conde de Almeida con un gesto a uno de los ujieres mandó llamar a los guardias cívicos para que arrestaran al duque de Montemar y desalojaran la asamblea. Los soldados entraron en el salón de sesiones y se dirigieron hacia la tercera bancada, donde se sentaba el duque. Algunos diputados alzaron sus varitas, dispuestos a defender a su compañero. El presidente de las Cortes exigió que los guardias abandonasen el edificio, y ante su negativa, varios diputados se lanzaron a batirse en duelo contra el gobirno, que escapó de milagro de la furia de los diputados, escoltados por un grupo de guardias. Los guardias que habían subido a los escaños consiguieron apresar al duque, que se dejó prender para evitar el derramamiento de sangre y los diputados fueron sacados por la fuerza del salón de sesiones.
Alfonso fue llevado a los calabozos del palacio de Buenavista y, más tarde, mientras estaba siendo trasladado a la prisión de Loarre, ayudado por partidarios que se encontraban entre la guardia, pudo escapar a su fortaleza de Almodóvar del Rio, donde nadie podía tocarlo.
La detención del Alfonso de Montemar, uno de los grandes nobles del reino y diputado de las Cortes fue la mecha que encendió la Revuelta Gloriosa, que se alzaría días después, cuando los guardias intentaban cerrar las imprentas y periódicos, y disolver manifestaciones. Las copias de su discurso y las crónicas de aquellos que asistieron a esa sesión de Cortes corrieron como la pólvora por todo Madrid, y se distribuyó por el resto de España con gran rapidez. La nobleza y el pueblo se amotinaron en las principales ciudades con graves disturbios que pusieron en riesgo el Estatuto del Secreto. Los Guardiamarinas se alzaron en armas contra el rey cuando se enteraron de la noticia de la detención de su director, y el resto de la Armada los siguió. Los aurores y guardias cívicos terminaron por unirse y se posicionaron con los rebeldes. El rey y su gobierno se habían quedado solos, apenas con la lealtad de sus fuerzas de protección personales y de la Guardia Real. Temiendo un final sangriento, el gobierno dimitió en bloque y partió al exilio, obligando al rey a huir del país con toda su familia, a excepción del conde de Barcelona, tío del rey, que se había unido a los rebeldes con sus fuerzas en Valencia.
Sin embargo, a pesar de haber sido una pieza clave en el desarrollo de aquellos acontecimientos, la llegada a la jefatura del gobierno de don Juan Gómez Ferrer, marqués de Comillas, siete meses después cuando se constituyó el nuevo gobierno fue como un balde de agua fría. El marqués, temeroso de la popularidad de Alfonso de Montemar, al que muchos veían con buenos ojos como Secretario de Estado y del Despacho Universal, en vez que él, decidió que debía alejarlo de Madrid. Decidió nombrarlo Consejero de la embajada española en Paris. El duque entendía la maniobra a la perfección, un destierro encubierto para asegurarse de que su popularidad no supusiera un problema. Aunque no estaba de acuerdo, tuvo que obedecer y partir a París.
Sin embargo, desde la comodidad de sus aposentos en aquella magnifica mansión de la campiña inglesa tuvo que reconocer que aquel destierro tuvo su parte positiva. Después de todo, gracias a aquel destierro había conocido a su anfitrión. En Francia, durante una fiesta en casa de una rica bruja francesa llamada madame de Fleury, conoció a Draco Malfoy, con quien rápidamente hizo migas. Aun recordaba aquel día, que curiosamente, también fue veintiuno de septiembre.
Madam de Fleury solía dar grandes fiestas a las que invitaba a toda la alta sociedad francesa, a funcionarios y autoridades del ministerio francés y a los altos cargos de las embajadas. Alfonso solía acudir acompañado de su esposa a aquellas fiestas que más que diversión, eran parte del trabajo diplomático. Pero en esta ocasión, se había visto obligado a acudir solo al estar su esposa en Viena visitando a su hermano, que había caído enfermo de gravedad.
Estaba de pie en un rincón de aquel lujoso salón, se entretenía escuchando la polca que la orquesta tocaba y observando como las parejas bailaban y se divertían. Observó de lejos al embajador sueco, Jan Stamberg, flirtear con una dama mucho más joven que él, y también al conde Orlov, hablar con James Florick, un conocido mercader de criaturas mágicas exóticas de dudosa legalidad. Todo discurría con normalidad en aquella fiesta en la que toda la alta sociedad ostentaba de sus posibles ante sus semejantes. Vino entonces al encuentro de Alfonso un joven de piel oscura y cabello corto, que vestía una elegante túnica de gala que aparentaba ser muy costoso y se acercó a saludarle.
- Excelencia, os veo muy solo y aburrido en este rincón – dijo el joven de forma socarrona mientras le ofrecía una copa de champán al duque - ¿Acaso no es esta fiesta de vuestro agrado?
- Muchas gracias Lord Zabini – agradeció aceptando la copa – pero la verdad es que hoy estoy más por obligación que por placer.
- Si bien seguro que sabéis buscar el placer dentro de la obligación – dijo Blaise
Blaise Zabini era uno de los jóvenes aristócratas más famosos del mundo mágico, conocido por ser un mujeriego y un gran amante de las fiestas. Había conocido a Alfonso en fiestas anteriores y se llevaba bien con él, aunque no podían considerarse amigos. Para el duque, acostumbrado a la vida castrense, el comportamiento excéntrico del joven no le encajaba en sus estándares.
- No es bueno que estéis solo y aburrido esta noche – dijo Blaise – nuestra anfitriona se sentirá mal si os ve así.
- No creo que tarde mucho en marcharme – dijo Alfonso – Ya he cumplido con "mis obligaciones diplomáticas".
- Pero mientras no lo hacéis, permitidme que os presente a dos buenos amigos que seguro os animan la velada – insistió Blaise.
Blaise Zabini y él se movieron a otra parte del salón donde dos jóvenes vestidos de gala, uno con el pelo negro y otro rubio platino conversaban. Había estado observando al rubio antes y parecía incomodo en aquel lugar abarrotado de gente.
- Amigos, amigos míos – dijo Blaise cuando llegó con Alfonso – quiero presentaros al duque de Monemar, don Alfonso Álvarez de Toledo.
- Un placer excelencia – saludó el castaño ofreciéndole la mano – soy Theodore Nott.
- Draco Malfoy – dijo el rubio extendiendo la mano.
- Un placer conocerlos – dijo el duque mientras saludaba – Alfonso de Montemar.
- ¿Sois Almirante? – preguntó Nott al fijarse en el uniforme de gala que llevaba el duque.
- No Theo, Capitán de Navío – corrigió el rubio – tres galones y uno con lazo.
- Veo que sabéis de graduaciones militares, Lord Malfoy – alabó el duque – no es lo normal, ni siquiera en estos ambientes.
- Draco es experto en saberse hasta los mas pequeños e insignificantes detalles – dijo Blaise Zabini y justo en ese momento terminó la canción que estaba sonando – si me disculpáis, tengo un baile comprometido ahora con una bella señorita, y no debo hacerle esperar si quiero conservar su afecto.
- Yo también debo marcharme, Daphne me espera en la pista también – dijo Nott – ha sido un placer conocerle, espero volver verle.
- Lo mismo digo – dijo Alfonso despidiéndose con una inclinación de cabeza.
Malfoy y Montemar se quedaron solos en ese momento. Draco había vuelto a su mueca habitual de desgana en aquellas celebraciones a las que su madre le obligaba a asistir y Alfonso se dio cuenta de ello.
- Veo que al igual que yo, no estáis disfrutando de la fiesta – dijo Alfonso.
- Bueno, cuando te insultan y amenazan tres veces en la misma fiesta uno no suele disfrutar tanto como quisiera.
- Si os contara cuantas veces me han insultado e intentado ofender os asombraríais.
- ¿A usted? – preguntó Draco extrañado – conozco vuestra fama, y prácticamente sois un héroe en España.
- Un héroe desterrado por sus enemigos – matizó el duque.
- Al menos no pasaréis a la historia como un traidor o un mortífago – le dijo Draco en voz baja.
- Ni vos tampoco – dijo Alfonso sorprendiendo a Draco – conozco quien sois y quien es vuestra familia, Lord Malfoy. Sois el cabeza de una de las familias más antiguas de Gran Bretaña, una de las fortunas más grandes de Europa y vuestra influencia es notable importancia en todo el continente.
- Creo que eso era antes de la guerra, señor – dijo Draco – ahora mi apellido vale unos pocos galeones.
- Tiempo al tiempo – dijo Alfonso mientras echaba un trago de champan a su garganta.
- Sabéis, la gente me conoce principalmente por la fama de mi familia, los adalides de la pureza de la sangre.
- Al fin y al cabo, la aristocracia británica se basa en eso, la sangre pura de los magos, o eso es lo que tengo entendido – comentó Alfonso.
- Una solemne estupidez – dijo Draco – todos sangramos de la misma manera, mi sangre es igual de roja como la de los muggles.
- Me alegra escuchar eso de vos – dijo Alfonso – estoy en contra de la discriminación por motivos racistas.
- Antes, cuando era un adolescente estúpido yo era de aquellos que se creían mejor por ser un sangrepura.
- ¿Y que os hizo cambiar de opinión? – preguntó el duque sorprendido.
- Voldemort – dijo Draco – ese maniaco con aires de grandeza.
- No me digáis más – dijo Alfonso haciendo una pausa – deberíamos disfrutar lo que podamos de esta fiesta ¿no crees?
- Haremos lo que podamos – dijo Draco, algo mas animado por el cambio de conversación – no creo que me quede mucho, mañana tengo intención de ir a cabalgar.
- ¿Montáis a caballo? – preguntó Alfonso
- Me gusta hacerlo, si – dijo Draco – me ayuda a despejarme del trabajo.
- ¿Me permitís que os acompañe mañana? – dijo Alfonso – Me gustaría conversar más con vos, me habéis caído bien.
- Por supuesto – dijo Draco animado – si os parece, venid a mi mansión en el Bois de Boulogne, mañana, a las siete de la mañana.
- Allí estaré.
Alfonso recordaba ese encuentro con cariño. Gracias al extravagante y alocado Blaise Zabini había hecho una amistad que duraría muchos años, y ambos le estaban muy agradecidos al moreno por su actuación aquella noche. El sol empezó a salir tímidamente por el horizonte, y Alfonso tuvo que salir de su ensoñación y volver a retomar el trabajo antes de marcharse a la reunión, de la que esperaba poder sacar algo positivo por una vez.
