«Entonces, yo recogeré todos los días las flores más lindas.»

—María.

—Le gustas —soltó Shura de repente. Aioros miró a su amigo confundido.

—¿Cómo dices? —preguntó.

—A la señorita Ling. Le gustas —repitió el Santo de Capricornio, señalando con la barbilla a la mujer de largos cabellos oscuros que bajaba de la casa de Sagitario. Aioros frunció el ceño al comprender a qué se refería Shura.

—No digas estupideces, Shura. No deberías asumir algo tan personal como eso —lo reprendió Aioros.

Shura sólo rodó los ojos: —¿Que yo estoy asumiendo dices?

La verdad es que tanto Shura como Aioria y los demás Dorados —incluyendo a Saga— habían notado hace rato que la forma en la que Mei Ling se preocupaba por el Santo de Sagitario no era exactamente común si se tratase sólo de una amistad. No porque la híbrida fuese huraña o seca con el resto del mundo, de hecho era amable con casi todos —exceptuando a Deathmask o a Saga—. Pero la manera en la que el tono se le dulcificaba cuando hablaba con el hombre castaño, la delicadeza con la que ella lo trataba y también la forma en la que lo miraba la delataban. No podía ser solamente una amistad.

Qué lástima que el noveno guardián al parecer ignoraba olímpicamente todos estos comportamientos que para los demás eran de lo más obvios.

—No estoy asumiendo nada —se defendió el capricorniano—. Es evidente que... —suspiró y negó con la cabeza. Sabía que no tenía ningún sentido discutir con su obstinado amigo— Olvídalo. Tengo que irme.

Shura se puso de pie y tras despedirse de Aioros salió lentamente del lugar, siendo seguido por la mirada de este. Aioros también negó con la cabeza y devolvió su atención al libro en su regazo, el que había dejado de lado debido a la visita de Shura. Pero llegó un momento en que no pudo concentrarse en la historia porque se quedó dándole vueltas a lo que Shura acababa de decir, contra su voluntad o de eso se quería convencer. Eso de que Mei estaba enamorada de él.

No, no podía tratarse de eso. Sabía muy bien que la Kunoichi tenía un enorme afecto hacia él y Seiya y quizá sus compañeros habían malinterpretado eso. La señorita Saori a menudo les reprochaba su nula comprensión acerca del comportamiento femenino —aunque no los culpaba debido a que su contacto con mujeres había sido casi nulo durante toda su vida—. Pero ni él era tan ingenuo como para confundir la amabilidad de Mei con amor, que eso ya era otro nivel ¿Verdad?

Si era así ¿Por qué ahora no podía dejar de pensar en muchos momentos que había compartido con la mujer pensando que quizá, sólo quizá Shura no hablaba completamente sin fundamentos?

Recordó primero una ocasión, una en la que se encontraba abatido después de una discusión con Aioria. Una que había sido especialmente fuerte debido a que se habían sacado a colación asuntos relacionados con el pasado y lo que había tenido que vivir el leonino en su infancia tras la primera muerte de Aioros. Cosas que no había que mencionar que eran aún demasiado sensibles para los dos. Aioria se había marchado a la casa de Escorpio con su cosmo alterado y Aioros se había quedado allí sentado, tratando de calmarse para evitar romper algo como le decían sus impulsos. Pero en cuánto más pensaba y más procesaba lo que había sucedido, más duro le daban las palabras que su hermano menor le había soltado producto de la rabia.

Estando allí sentado en su habitación, cabizbajo y con los codos apoyados en sus rodillas. No notó en ese momento que alguien más había entrado en su habitación —eso le hubiera costado en serio de haberse tratado de cualquier enemigo—, hasta que sintió su cama moverse por el peso de alguien más y un tacto delicado en sus hombros, que acariciaban, masajeaban y se deslizaban a su espalda como si intentase quitarle algo de tensión del cuerpo.

—Hola —habló atrás de él una voz femenina que conocía bastante bien, en un tono tan dulce que cualquier instinto de defensa desapareció en un instante—. Me encontré con Aioria mientras subía hasta acá y se le notaba alterado ¿Todo bien?

El arquero suspiró pesadamente, y al instante volvió a mostrarse decaído y estresado. Las manos de Mei Ling presionaron un poco más y se deslizaban con ternura, como queriendo quitar los nudos en su cuerpo.

—Discutimos —confesó. A lo que Mei no respondió, pero tampoco se alejó de él, y esto de alguna manera le hizo sentir a Aioros seguro. Libre de desahogar todo lo que estaba sintiendo en esos momentos.

Mei lo escuchó en silencio sin dejar de masajearle los hombros y la espalda, también había momentos en los que el hombre tomaba pausas para tomar aire y ella le daba una caricia alentadora en el pelo. Cuando por fin Aioros pudo dejar de hablar y sentir que se había sacado algo enorme del pecho fue cuando Mei decidió decir algo.

—Dale un tiempo para que piense, y hablen cuando estén más tranquilos —dijo la joven—. Será muy obvio pero es así. Sabes que Aioria es de cabeza caliente y a veces puede ser mordaz, y a pesar de todo él te adora. Seguro cuando se tranquilice se disculpará.

Aioros suspiró: —Sí, puede que tengas razón... Y gracias, Mei. Debe ser agotador para ti sólo oír quejas mías —el hombre la miró por encima del hombro y sonrió cansino, a lo que Mei respondió con otra sonrisa, puramente amorosa. Ella le acarició el brazo.

—Descuida. Ver de nuevo esa sonrisa tuya es más que suficiente para mí —contestó Mei.

Esa última frase consiguió sonrojar al castaño.

Hubo otro momento en que recibió a la mujer luego de que esta hubiese hablado con la señorita Saori y el joven Pegaso le insistió y le insistió para que comiese con ellos, y para sorpresa del centauro ella accedió. La mujer parecía tener alguna extraña debilidad hacia el Pegaso y Athena que ni siquiera con el propio Aioros se hacía presente. El arquero se reía a veces cuando pensaba que quizás el motivo era el amor de Mei hacia los niños, y les gustase o no, tanto Seiya como la señorita Saori seguían siendo niños.

Estando los tres en el comedor, con Seiya en su mayor medida impidiendo que el silencio se apoderase del almuerzo mientras que Mei sólo los escuchaba y por momentos contribuyese a la conversación. Hubo un momento en el que Seiya casi se atraganta por estar riéndose mientras comía pan —ignorando las veces en las que Aioros le reclamó por hablar con la boca llena y más delante de una dama—, tanto el arquero como la Kunoichi se asustaron y corrieron a ayudar a la menor. Cuando posaron al mismo tiempo las manos en la espalda del chiquillo sus manos se juntaron, ambos cruzaron miradas por un momento, pero Mei sólo apartó la mirada y apartó con suavidad su palma del dorso de la mano de Aioros que frotaba la espalda de Seiya.

—Estoy... ¡Estoy bien estoy bien! —exclamó Seiya moviendo una mano entre toses— ¡Estoy perfecto!

Aioros en el momento no le prestó demasiada atención por estar preocupado por su torpe discípulo. Pero al mirar de reojo a Mei pudo jurar que la había visto sonrojada.

Luego de un buen regaño por parte del Centauro y de que Seiya se hubiese marchado entre mohines a su habitación a hacer los dioses sabrán qué cosa. Mei y Aioros se quedaron solos, la mujer se ofreció a ayudar a Aioros a levantar la mesa e incluso lavar la vajilla que quedó. Por más que Aioros insistiese en que no era necesario. Hicieron estas tareas en silencio, uno que pocas veces rompían, pero no era incómodo en lo absoluto. Eso era algo bueno de estar cerca de la Kunoichi al menos en opinión de Aioros. Ni siquiera el silencio con ella podía ser extraño. Siempre se sentía cálido, suave y bello como lo sería ver una madreselva trepando por su ventana e impregnando su aroma en el aire.

Aunque habían veces en las que pillaba a Mei observándolo, ella sólo apartaba la mirada y la fijaba en sus manos. Aioros volvía a prestarle atención a lo que hacía pero al cabo de un rato volvía a verla, y volvía a descubrirla viéndolo a él.

¿Era algún tipo de juego? No estaba seguro.

Al cabo de un momento, cuando ya ambos habían terminado de colocar todos los platos la joven dijo que había llegado el momento de irse. Diciendo que tenía una obra en media hora. Aioros decidió acompañarla a bajar al final de las Doce casas, en parte porque no quería dejarla sola cuando estaba anocheciendo y en parte para impedir que la Kunoichi tuviese problemas con Saga o con Deathmask. Una vez que llegaron al pie de las escaleras de la primera casa se despidieron.

—¿Qué papel interpretarás?—se atrevió a preguntar el de cabellos rizados. Avergonzado porque se le hubiese ocurrido justo cuando Mei se iba a ir.

Ella sonrió:—No quiero arruinarte la obra si vienes. Sólo diré que soy el estelar.

Esta vez fue el turno de Aioros de sonreír.

—No me sorprende. Tú actúas increíble.

—En ese caso. Podría actuar para ti siempre si me lo pidieras.

—Espera ¿Qué?

—Nos vemos Aioros—sin responder ella le sonrió y se alejó.

—¡Espera! ¡¿Qué quisiste decir, Mei?!

Era tarde. Ella ya se había marchado.

Y el Santo de Oro se dio cuenta de que estaba sonrojado porque la brisa fría nocturna le llegaba a todos los lugares excepto el rostro.