Lo que Espero de ti.

Salimos juntos de la mansión, usamos paraguas de cuero para evitar la lluvia. El sonido de la lluvia y nuestros pasos chapoteando en los charcos es lo único que se escucha.

Ha estado lloviendo toda la mañana y el mediodía se acerca rápidamente, así que debemos apresurarnos a tomar decisiones. Tenemos que arreglar las vidas de las personas cuyos hogares fueron destruidos, aquellos que perdieron a sus familiares.

Quizás, solo quizás, todavía haya una oportunidad de comenzar de nuevo.

Tras unos minutos, llegamos al lugar de los hechos. La vista es desoladora. Desde la entrada, puedo ver que el ataque fue mucho peor de lo esperado. Algunas casas han quedado reducidas a escombros, otras carecen de techo o partes de su estructura.

El problema no fue solo el ataque de las mabestias, sino también el incendio que se generó.

La lluvia ha limpiado la sangre, mezclándola con barro y lodo. Caminamos y vemos que algunas casas han logrado sobrevivir. Nos acercamos a una de ellas y tocamos la puerta.

—Somos los sirvientes del marqués Roswaal L. Mathers —anuncio en voz alta para asegurarme de ser escuchado.

Después de unos segundos, la puerta se abre y una mujer de cabello rojo anaranjado, tez pálida y apariencia mayor aparece frente a nosotros. Al vernos, la mujer se inclina en señal de respeto.

—¡Muchas gracias por salvarnos anoche! —exclama mientras lágrimas de agradecimiento surcan su rostro.

Dentro de la vivienda, hay varias personas, probablemente aldeanos que han sido afectados y encuentran refugio allí. Observo a mi alrededor y comprendo por qué no vi a nadie en las calles. Al menos la gente de este lugar tiene corazón.

La señora nos invita a entrar y ambos aceptamos. A medida que nos ven, la gente se acerca para agradecernos.

—Señor Marco, de verdad, si no fuera por usted, muchas más personas habrían muerto —dice un hombre mientras aprieta fuertemente mi mano.

Este hombre tiene un semblante firme, su cabello rubio y su cuerpo fornido lo hacen parecer un estadounidense. Sin embargo, lo que más destaca es su aura de seriedad.

Algo en él me intriga...

Una idea loca se apodera de mi mente.

Limpio mis pensamientos y respondo el agradecimiento de todos con determinación:

—Hice todo lo que pude, como sirviente y como ser humano. No puedo permitir que sucedan cosas así si hay algo que pueda hacer al respecto. —Sonrío hacia todos—. Es un placer ver que aún hay personas que están bien.

Después de recibir los agradecimientos, las personas nos invitan a sentarnos. Ram simplemente obedece, pero no muestra intenciones de hablar. Supongo que solo vino a ver los daños. Por mi parte, debo descubrir que fue lo que sucedió.

Entonces empiezan a contar lo sucedido.

Casi al anochecer, cuando la oscuridad comenzaba a envolver la aldea, la tragedia se desató de forma inesperada. Varios niños desaparecieron en un abrir y cerrar de ojos. Los aldeanos, sobrecogidos por la situación, decidieron emprender una investigación desesperada. Sin embargo, antes de que pudieran tomar acción, una horda de criaturas monstruosas se abalanzó sobre ellos.

El caos se apoderó del lugar. En un intento desesperado por protegerse, la gente buscó refugio, pero las mabestias ya habían comenzado a atacar. Por suerte, algunas de estas bestias no devoraban a sus presas de inmediato. En cambio, las maldicen para aprovechar su energía vital.

Minutos después del ataque, una de las casas se convirtió en un inferno de llamas, y el fuego se propagó rápidamente, consumiendo otras viviendas. La casa en llamas pertenecía al herrero, quien se encontraba trabajando en ese preciso momento.

—Lamentablemente, no logró sobrevivir. Cuando todo terminó, encontramos su cuerpo dentro de los escombros —confiesa con tristeza uno de los aldeanos.

Un escalofrío recorre mi espalda al escuchar la noticia. Si el herrero ha fallecido, significa que más vidas se perdieron de lo que esperaba. La comunidad se mantuvo en sus hogares resistiendo, esperando desesperadamente nuestra llegada.

—Por cierto, la chica que vino con ustedes... —dice el hombre con temor en su voz, sin atreverse a mencionar su nombre.

—¿Emilia? —pregunto, tratando de confirmar sus sospechas.

Observo a mi alrededor. Cuando menciono el nombre de Emilia, veo cómo los rostros de las personas se transforman en una mezcla de miedo y preocupación. Sin embargo, hay un hombre de cabello rojo que permanece impasible, escuchando la conversación sin mostrar signos de afectación.

—Sí, ella. Esa dama fue nuestra principal salvadora. Exterminó a todas las mabestias y, además, comenzó a curar a la gente herida.

—Fue ella quien se adelantó, quien corrió hacia el peligro. Gracias a su valentía llegamos a tiempo —les digo a todos, intentando calmar sus temores—. Sé que hay problemas con su apariencia, entiendo que no es fácil de aceptar, pero les aseguro que Emilia no es lo que creen.

La gente se mira entre sí, dejando que mis palabras se asienten en sus corazones. Después de todo, fue ella quien los salvó antes, quien puso todo su esfuerzo hasta el punto de desmayarse frente a todos.

—Lo sabemos, pero es difícil aceptar algo así —comenta un anciano, cuyo rostro arrugado refleja décadas de tristeza y desesperanza.

—Les pido que intenten dejar atrás sus prejuicios —respondo, con voz firme y determinada —Emilia no es tan mayor como aparenta. Toda su vida ha sido marcada por el trato injusto que ha recibido simplemente por haber nacido diferente. Pero ella solo desea el bien para aquellos que la rodean.

Mis palabras no parecen suficientes para aplacar sus dudas y temores. En ese momento, Ram interviene.

—Además, debemos abordar los daños causados por el ataque. Necesitamos información sobre los afectados y los daños materiales —agrega, buscando orientar la conversación hacia lo que originalmente vinimos a investigar.

El anciano se acerca lentamente y comienza a relatar los sucesos. Al no haber obtenido información suficiente de las personas presentes, tendré que esperar a que otros sepan algo más. La impotencia me embarga mientras escucho los detalles.

Treinta y dos vidas perdidas, con cuatro personas desaparecidas. Esa es la cifra total de la tragedia. En un pueblo que cuenta aproximadamente con más de cien habitantes, aunque sin un censo oficial, estas pérdidas son significativas. Entre los fallecidos se encuentra el herrero, cuyo trabajo era vital para proveer materiales a los agricultores y a los demás artesanos.

También ha fallecido la anciana, la sabia mujer que se encargaba de los partos en el pueblo. Aunque pueda parecer un rol insignificante, su ausencia deja un vacío profundo. El resto de las víctimas puede que no tuvieran roles destacados, pero el desequilibrio y la pérdida son evidentes.

Tendré que reunirme con Roswaal y tomar medidas en cuanto llegue. Es crucial abordar esta situación con prontitud y sabiduría. Además, necesito conocer el número exacto de personas que quedan en el pueblo, así que iré de casa en casa junto a Ram para recopilar información durante las próximas horas.

El tiempo pasa lento mientras recorremos las calles y entramos en cada hogar, sumergiéndonos en el dolor y la tristeza que embarga a la comunidad. Cuatro horas se convierten en un peregrinaje doloroso por los rincones destrozados de esta aldea desolada.

El recuento de muertos, por suerte, no ha cambiado. Sin embargo, de las setenta y dos casas que conforman este pueblo, la mitad ha sido devorada por las llamas que, avivadas por la densa vegetación circundante, se han extendido despiadadamente. El pueblo, dividido por dos carreteras, ha visto cómo el lado izquierdo, desde la majestuosa mansión, ha sido víctima del desastre.

El fuego, en su implacable avance, ha cruzado al otro lado de la carretera, amenazando con arrasar todo a su paso. Pero, afortunadamente, hemos llegado a tiempo para combatir las llamas y salvar lo que queda.

Aun así, el número de casas afectadas se eleva a cuarenta y cinco. Treinta y seis de ellas completamente reducidas a cenizas y las restantes gravemente dañadas.

No ha sido un evento trivial. Sin embargo, paradójicamente, el fuego había logrado ahuyentar a las mabestias, creando zonas de relativa seguridad. En mi recorrido por el pueblo, he contado a ciento setenta y cuatro personas que aún sobreviven en este oscuro panorama. Aproximadamente el doce por ciento de la población ha perecido en esta catástrofe.

—El problema radica en que han fallecido personas más o menos relevantes —comenta Ram, sin mostrar el menor atisbo de empatía.

—Una cosa es pensarlo y otra muy distinta es decirlo en voz alta. Si alguien nos escucha, desencadenaremos una serie de problemas —advierto, mientras ella resopla y me da la espalda.

Decidimos convocar a todos los supervivientes al atardecer. Necesitamos deliberar cuidadosamente sobre los pasos a seguir, ya que muchas personas han perdido sus hogares y las casas restantes no son suficientes para albergarlos a todos. Además, la pérdida de alimentos y suministros es inimaginable, lo que nos plantea un problema adicional.

—Es una verdadera catástrofe lo que ha sucedido —murmuro, sin tener claro cómo esto nos va a ayudar en última instancia.

—Entonces, tenemos treinta y seis muertos y debemos tener en cuenta a quienes han desaparecido también. Eso nos da un total de doce niños, quince hombres y nueve mujeres. ¿Qué deberíamos hacer? —cuestiono, buscando alguna pista, alguna guía en medio de este caos.

—Nuestra tarea es simplemente recopilar información y esperar la llegada del señor Roswaal —responde Ram, recordándome nuestro papel limitado en esta tragedia.

Los cuerpos de las víctimas yacen aún afuera, abandonados como si fueran insignificantes. Algunos han sido reducidos a cenizas por el fuego despiadado, pero al menos deberíamos asegurarnos de brindarles un entierro digno a aquellos que han perdido la vida.

—¿Qué crees? —coloco mi mano en el hombro de Ram, buscando su apoyo en medio de esta abrumadora situación—. Vas a tener que ayudarme.

—¿Por qué debería ayudar? Es más, ¿por qué debería ayudarte a ti? —Ram aparta mi mano de su hombro con un golpe ligero pero firme.

—Porque no sabemos cuándo vendrá Roswaal, dejar los cuerpos allí afuera solo provocará su putrefacción, y eso puede desencadenar infecciones. Eso afectará tanto a las personas que alimentan a Roswaal como a ti misma. Así que, presta atención y comienza a talar árboles.

Ram resopla en un estallido de furia. Al final, se rinde y me ayuda, junto a otros aldeanos, a fabricar ataúdes para las víctimas. Para mi sorpresa, descubro que esta práctica no es común en este lugar. Simplemente entierran a las personas en fosas comunes, sin honor ni gloria.

—Esto es solo algo para los nobles —comenta un hombre mientras coloca las tablas en el suelo.

Desde mi perspectiva, no hay motivo para no hacerlo. La población es lo suficientemente grande como para tener un cementerio propio. Los cuerpos, sin duda, afectarán la productividad de la tierra, por lo que es crucial evitar una contaminación directa, especialmente si se entierran cerca de fuentes de agua.

Los productos químicos liberados por un cadáver pueden aumentar la acidez del suelo e incluso contaminar el agua. Esto podría desencadenar enfermedades y otros problemas graves.

Aprovechamos un terreno baldío y todos los que ya habían sanado se unieron para cavar las tumbas. Al principio éramos pocos, pero rápidamente se sumaron todos, sintiéndose conectados con aquellos que pronto serán sus vecinos, amigos y familiares en el último descanso.

Cerca del atardecer, habíamos terminado, gracias a la ayuda de algunos magos con habilidades en el viento y la tierra. El trabajo resultó más sencillo gracias a sus dones mágicos. Siempre me ha intrigado conocer los diversos elementos mágicos que poseen las personas. Quizás no sean poderosos, pero tener conocimiento sobre sus capacidades me ayudará a planificar para el futuro.

Una vez cavadas las tumbas, cada uno de los familiares inicia el doloroso proceso de bajar los cuerpos a los ataúdes. El ambiente se llena de llantos y sollozos, los únicos sonidos que resuenan en el aire. Es una sensación abrumadora para mí, ya que nunca tuve la oportunidad de despedirme y enterrar a mis seres queridos.

Espero que puedan perdonarme por no haberlo hecho.

Dirijo mi mirada hacia el cielo, buscando alguna respuesta, consciente de que la magia y lo sobrenatural existen en este mundo. Si existe la remota posibilidad de que mis padres estén observándome desde algún lugar, si mi padre ha partido hacia un mejor destino y me está cuidando en espíritu... Cierro los ojos con fuerza y aprieto los puños. No es momento de lamentarse.

Con un tono profundo y resonante, pronuncio con determinación:

—En este día sombrío, nos congregamos para rendir homenaje a las almas valientes que han sido arrebatadas en medio de la tragedia y la desolación. Sus vidas fueron cruelmente segadas por un ataque implacable de mabestias y el abrazo voraz del fuego.

Las personas, conmovidas, entrelazan sus manos, algunos se abrazan en un intento de encontrar consuelo, mientras otros simplemente alzan la mirada hacia el cielo.

—Hoy, con el corazón cargado de pesar y lágrimas que empañan nuestros ojos, recordamos a aquellos que sucumbieron en este acto de brutalidad. Eran nuestros amigos, nuestros vecinos, nuestros seres queridos, cuyos corazones latían en sincronía con los latidos de esta aldea. Eran almas nobles, cuyas risas y sonrisas iluminaban nuestros días, y cuyo amor y bondad nutrían nuestra comunidad.

No los conocí personalmente, pero puedo sentir en mi ser que no eran personas malvadas. En este pueblo, todos parecían cuidarse y amarse mutuamente.

Ram me mira con asombro ante mis palabras. Sin darle tiempo a reaccionar, tomo su mano, uniéndonos a todos en un gesto de solidaridad. Ella me observa, consciente de que no es el momento para protagonismos.

—Que sus espíritus descansen en paz, mientras nosotros, los sobrevivientes, nos unimos en solidaridad, abrazando la memoria de aquellos a quienes amamos y jurando que nunca permitiremos que el fuego de la tragedia consuma nuestra determinación y amor por esta aldea.

Varias personas caen de rodillas, sus llantos se vuelven frenéticos y desesperados. Los hombres arrojan los últimos puñados de tierra, alejando a esas familias de su ser más preciado.

—Rendimos honor a los caídos. Lloramos su pérdida. Y nos comprometemos a mantener viva su llama en nuestros corazones, prometiendo construir un futuro mejor en su honor —suelto la mano de Ram, simbolizando el final del tributo—. Que su recuerdo sea eterno.

El atardecer se cierne sobre nosotros, tiñendo el entorno con tonalidades anaranjadas. A pesar de la lluvia que acompañó la mañana, la tarde se muestra cálida. Aun en medio de lo ocurrido, todos debemos seguir adelante, todos debemos tomar acción por el simple hecho de que aún estamos vivos.

Pasado un tiempo, un llamado resonó en todos los rincones del pueblo, instamos a todos a reunirse en la plaza principal. Allí, tomaríamos decisiones sobre nuestro futuro mientras esperábamos la llegada de Roswaal.

A mi parecer, su demora se me hace inquietante.

Casi la totalidad de los habitantes se congregaron en la plaza, salvo aquellos que yacía recuperándose. Es evidente que el lugar estaba abarrotado de personas. Una pequeña tarima de madera se alza en el centro, mientras todos esperan ansiosos por lo que estaba por acontecer, desesperados por conocer el destino que les aguardaba.

Los sentimientos se agolpaban en el ambiente, otorgándole una pesadez opresiva. En los rostros se podía percibir la desesperación, la tristeza, la rabia y el miedo, todo mezclado en un torbellino emocional. Las personas anhelaban que su marqués llegara para salvarlos, pero en su lugar se desencadenó este caos.

Ram me insta a subir a la tarima y hablar, argumentando que fui yo quien rescató personalmente a varias personas y que esto generaría confianza en mí. Sin embargo, sé que no fui yo quien los salvó. Fue Emilia, con sus poderes, quien evitó que decenas de personas encontraran la muerte.

Ella es la verdadera heroína de esta historia, yo solo actué según mi deber.

Avanzo hacia la tarima, observo a todos aquellos rostros que no apartan la mirada de mí. Siento la tensión en el aire, pero no puedo permitir que las personas sigan esperando indefinidamente. La noche se acerca rápidamente y muchas de ellas ni siquiera tienen un lugar donde descansar.

Aclaro mi garganta, dispuesto a alzar la voz, pero justo en ese momento diviso a lo lejos una figura que se aproxima corriendo a toda velocidad.

Vestida con su traje blanco ondeando al viento, Emilia se abre paso entre la multitud desesperadamente, tratando de llegar hasta aquí.