Capítulo 6
Después de la fiesta, despedimos a los invitados hasta que llegó el momento de que los novios se marcharan camino a su luna de miel. Habían elegido pasar la noche en Londres y al día siguiente emprenderían el viaje hacia Escocia.
—Espero que todo vaya bien mientras no estamos —el tío alzó una ceja, advirtiendo con la mirada a todos los que estábamos allí.
—Ni que la mansión no fuera a estar aquí cuando volvamos —rió Loveday pasando por nuestro lado con varias cajas para depositarlas en el maletero del carruaje.
—No se preocupe, Ser Benjamin. Me ocuparé de que Maria no se meta en líos —dejé de ayudar a la rubia con sus maletas para lanzarle una mirada indignada a mi institutriz.
—No me meto en líos —pude oír la risa de Robin no muy lejos. Con solo una mirada captó el mensaje de que era mejor que se abstuviera de hacer cualquier comentario y alzó las manos en señal de paz. Mi réplica cayó en oídos sordos, sin embargo, haciendo que la señorita Heliotrope continuara.
—Y me ocuparé también de que no se atrase en sus estudios —reprimí un suspiro exasperado. Me gustaba leer y estudiar, pero a ella le encantaba esclavizarme bordando todo el día.
—Entonces, me quedo más tranquilo —asintió satisfecho mi tío. Cuando ya todo estaba listo, llegó el momento de las despedidas.
—¿Qué te gustaría que te traiga del viaje? —torcí el gesto pensando un poco en la pregunta de Loveday.
—Lo dejo a tu elección —asintió, satisfecha porque le diera libre albedrío. Se giró hacia su hermano, el cual también había querido acercarse para despedirla.
—¿Alguna petición? —se encogió de hombros—. Todo queda en mis manos, parece ser —dijo con emoción contenida—. Confío en que cuides de ella, hermano.
—¿Tú también crees que necesito niñera, Loveday?
—Sé bien que te sabes cuidar tú solita, pero no está de más ser precavidos. Eres muy valiente, pero demasiado temeraria para tu propio bien —suspiré con resignación.
—No te preocupes, mantendré un ojo puesto en ella —guiñó en mi dirección. Aparté la mirada de inmediato fingiendo enojo, con la esperanza de que no se me subieran los colores una vez más ese día.
—Coeur, ¿por qué no os quedáis en la casa por esta noche? Está empezando a oscurecer y es un camino largo hasta el castillo —oí que mi tío le preguntó al padre de Robin unos metros más atrás.
—Aprecio la invitación pero no hace falta, estamos acostumbrados a movernos por el bosque de noche —se acercó para darle unas palmadas en el hombro a su hijo, se despidió de Loveday con un último abrazo y se alejó hacia las cuadras para recoger los caballos.
—¡Buen viaje! —ambos subieron al carruaje y Digweed, el cual era el encargado de llevarlos hasta la gran ciudad, montó en el asiento y tiró de las riendas para ponerse en marcha. Agitaron las manos por la ventana y solo aparté la mirada cuando ya no pude distinguirlos en la distancia bañados por la luz del atardecer.
Después de que Coeur De Noir fuera a por los caballos que estaban en el establo, me acerqué a Robin mientras se preparaba para partir. Se arremangaba la camisa sin mucho cuidado. Aquello me arrancó una sonrisa discreta. No me cabía duda de que estaba deseando deshacerse de la prenda en cuanto llegara a casa.
—Tened cuidado por el camino de regreso —dejó de arrugar la prenda y me miró de soslayo.
—¿Temes que nos asalten, princesa?
—No, por aquí solo hay un grupo de bandidos y tengo al cabecilla delante. Así que, por ese lado, estoy muy tranquila —me dio un leve codazo en el hombro, provocando que riera.
—Venga, Maria. Entremos antes de que pilles un catarro —la anciana estaba en la puerta, esperando a que entrara junto a ella. El padre de Robin ya se había subido a su montura y estaba listo para partir.
—¿Vas a poder salir tanto ahora que estás bajo su tutela a tiempo completo? —el chico se mostró algo escéptico.
—Haré lo que pueda —rodé los ojos. Rió por lo bajo, de tal manera que solo lo escuché yo y de un salto subió a lomos del caballo.
—Entonces, nos vemos pronto, princesa —sonreí a modo de despedida y lo vi marcharse galopando junto a su padre hacia el bosque que se extendía más allá de las lindes de la mansión.
Marmaduke nos esperaba junto a Wrolf en el vestíbulo. Para mi sorpresa, todo estaba ordenado, justo en su sitio y donde había estado antes de celebrarse la gran fiesta. Incluso el piano ya no estaba en el salón. Miré boquiabierta al cocinero que sonreía con satisfacción.
—¿Has hecho tú solo la limpieza, Marmaduke?
—No ha sido gran cosa, me ha tomado unos pocos minutos mientras hablabais fuera —¿cómo no? Marmaduke era el único que podía hacer algo así de mágico y tan rápido—. En fin, señora y señorita. Dado que Digweed no está, estáis bajo mi cuidado hasta que él regrese. Será mejor que vayáis a descansar, ha sido una jornada agotadora.
Le di las buenas noches a ambos antes de retirarme a mi habitación. Una vez mi cabeza rozó la suave almohada, caí rendida y mi mente se transportó a un mundo de sueños llenos de música, bailes y flores.
Al día siguiente, me desperté y junto a mi cama estaba el vaso de leche con galletas como todas las mañanas. Tomé un poco antes de incorporarme y pensar en los acontecimientos del pasado día. Aún no asimilaba que el tío y Loveday se habían casado finalmente después de tanto tiempo.
Bajé las escaleras una vez vestida y arreglada para desayunar. Al pasar junto a la chimenea donde estaba Wrolf, el animal se incorporó y me siguió hasta el comedor. Me detuve al ver que era la primera en llegar, algo raro, ya que siempre solía ser de las últimas al levantarme un poco más tarde que el resto.
—¡Buenos días! —saludó Marmaduke desde el umbral de la puerta cargando con un carrito lleno de comida.
—Buen día. ¿Dónde está la señorita Heliotrope? —de normal a esas horas ya estaría terminando con todo lo que estaba colocando en la mesa. Lo ayudé con las tazas y los platos. Se me hacía extraño ver tan poca vajilla. Esbocé una sonrisa melancólica. Sin duda iba a echar de menos a ese par.
—Aún no se ha levantado —me extrañó en un primer momento, pensando que a lo mejor se sentía mal o indispuesta, pero luego recordé que se pasó toda la noche bailando con cierto mayordomo. Reprimí una sonrisa pícara.
«Debe estar agotada...» —pensé irónicamente.
—¿Y Digweed? ¿Aún no ha vuelto de Londres?
—Es un camino largo el ir y volver, le debe haber tomado toda la noche. No creo que tarde en llegar —dio varias palmadas con orgullo al ver la mesa puesta.
Ambos nos sentamos a desayunar y al terminar decidí dar un paseo por el jardín observando las pocas flores que quedaban debido al otoño. Así mataba un poco el tiempo hasta que la mujer se despertara y empezara con el horario habitual de estudios. Con suerte y al ser un día algo raro por el agotamiento de la fiesta, puede que me diera algo de tregua. En ese momento oí el traqueteo de la madera contra el pavimento. Me asomé a la entrada para ver a Digweed descender del carruaje.
—Hola, Digweed. ¿Cómo ha ido?
—Muy bien. Ayer llegamos un poco antes de la medianoche sin muchos contratiempos —respiré tranquila al saber que todo había ido según lo planeado—. ¿La señorita Heliotrope? —preguntó al no verla cerca.
—Aún duerme —observé su reacción. Se mostró algo tímido antes de excusarse. Negué con la cabeza. Ese romance iba a pasos de tortuga, pero se les veía felices y era lo que importaba.
Me dispuse a seguir con mi paseo hasta que el mayordomo llamó mi atención de nuevo.
—Por cierto, señorita. Esto me lo han dado para usted —me extendió una carta.
—¿Del tío? —negó con la cabeza. Tomé el sobre algo perpleja. No había firma en el dorso—. ¿Loveday? —volvió a negar—. ¿Entonces de quién? —alzó la mano para que callara un momento, buscando algo más en su bolsillo. Todo cobró sentido para mí cuando me dio una pluma de color marrón. Una pluma de halcón.
— Me dijo que se la entregara en cuanto la viera.
Asentí agradecida y se retiró hacia el interior de la mansión, seguramente esperaría a que la institutriz bajara para desayunar. Abrí la carta con rapidez, leyendo las pocas palabras que contenía con el corazón latiendo un poco más rápido que de costumbre.
Si no estás ocupada, nos vemos en la morada de la Princesa de la Luna. Tengo algo que mostrarte.
Robin.
Sonreí emocionada, me agarré el bajo de la falda para correr más rápido hacia la entrada. Al menos ese día nadie iba a reprocharme que corretear por la casa no era algo apropiado para una dama.
Subí de nuevo a mi cuarto para cambiarme de vestido al que me regaló Loveday. Si íbamos a ir de expedición, tenía que ir preparada. Antes de salir, fui a la cocina para avisarle a Marmaduke de que me marchaba por un rato. Al cocinero no le importó, en todo caso se alegró de que fuera a estirar las piernas un rato. Estaba por marcharme pero me fijé en el plato lleno de galletas que había en la mesa junto a los postres que se sirven para la hora del té. Una idea cruzó por mi mente.
—¿Puedo llevarme unas cuantas? —las señalé mientras me apoyaba en la mesa.
—¡Por supuesto! No vaya a ser que te dé hambre a media mañana —se teletransportó junto a mí en un abrir y cerrar de ojos—. Toma, pon aquí las que quieras —me extendió una bolsa de cuero marrón.
—Si la señorita Heliotrope pregunta por mí, dile que he ido a dar una vuelta por el bosque y que sin falta estudiaré cuando regrese.
—No creo que le importe mucho. Después de todo lo que tomó ayer dudo que tenga la cabeza para impartir lecciones el día de hoy —se encogió de hombros, volviendo a sus tareas.
Cuando terminé de empacar las galletas, mis ojos se detuvieron en varias botellas de leche al otro lado de la mesa. Un acompañamiento perfecto. Agarré dos de las que había allí ordenadas bajo la mirada del cocinero. Vi que sonreía a medias observando como las ponía dentro de la bolsa.
—¿Qué? —negó con la cabeza, restándole importancia pero sin dejar que la curva de sus labios bajara en lo más mínimo.
—Nada. ¡Pásalo bien! —me despidió agitando una mano, enfocando su atención en los fogones. Me encogí de hombros ligeramente, dejándolo estar.
Salí del recinto para adentrarme en el bosque en busca del chico de cabellos rizados, ansiosa por saber qué aventura nos esperaría ese día.
