Disclaimer: La franquicia de Naruto y sus personajes, exceptuando a los que explícitamente sean de mi autoría, pertenecen a Masashi Kishimoto.

Éste FanFic está impulsado únicamente por el entretenimiento.

La historia contiene descripciones gráficas de violencia y abuso, lenguaje soez y alteraciones a la trama original de Naruto. Se recomienda leer con discreción.

¡Disfrútenlo!


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Capítulo 1: Amanecer

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Si te postran diez veces, te levantas otras diez, otras cien, otras quinientas: No han de ser tus caídas tan violentas, ni por ley, tampoco han de ser tantas.

(...)

No te des por vencido, ni aún vencido

No te sientas esclavo, ni aún esclavo

Trémulo de pavor, piénsate bravo

Y arremete feroz, ya malherido.

Pedro Bonifacio "Almafuerte" Palacios

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Aquella tarde inspiraba más calma de lo habitual.

Una pequeña planta de albahaca cayó sobre el colchón de cebolla de verdeo y orégano que llenaba la cesta.

El calor era menos que sofocante y más que templado, y unas pequeñas perlas adornaban la tez del chico.

Un pájaro revoloteó en círculos sobre su cabeza, luego se posó a su lado. No era la primera vez que sucedía. Lo miró y dedujo que el pequeño zorzal estaba en busca de alguna semilla para darse gusto. Lo dejó estar. No tenía ninguna planta que fuera de su interés al fin y al cabo.

Esto le recordó que, a diferencia del animalillo, él no tenía para elegir de dónde comer. Nada de carne para acompañar con las verduras de la huerta y las hierbas del cesto, al menos.

La noche anterior había usado la última taza de arroz que le quedaba. Habría sido accesible ir de caza, de no ser por la temporada de apareamiento. Como siempre, la opción restante era la más incómoda.

No le molestó tanto tener que ponerse presentable como la idea de poner un pie en la mentada civilización.

Esa sería su primera vez en meses.

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–Buen día –dijo el guardia.

–Saludos –respondió el joven.

–¿Me permites ver tu registro?

El chico le extendió sus papeles al hombre.

En el documento había una foto de él con unos ocho años, al costado su fecha de nacimiento, datada el 28 de diciembre, junto con su nombre:

Kichiro Matsubara

–De acuerdo, pero están algo viejos, deberías renovarlos en cuanto puedas.

–Eso haré.

El guardia devolvió los papeles y continuó.

El aire le resultaba viciado, más cálido de lo que debía estar. Una mezcolanza exótica de aromas lo asaltó: carne asándose, flores, limón y tierra. No recordaba una ciudad con un perfume tan variado, ni siquiera de las pocas veces que ya había estado en la aldea.

La gente le prestaba una ligera atención a su paso. Pensó que, quizás, a pesar de ser la capital de la Tierra del Fuego, la mentalidad era la de un pueblo de bolsillos chicos, y que todos se conocían entre sí al menos de vista.

Eso, o su melena castaña, desgreñada y salvaje lo hacía destacar por alguna razón.

Sus orbes ámbar escanearon el lugar. Brillaban como un par de dichas piedras, favorecidas por el sol que le daba de frente.

Llegó al almacén, el primero que se había cruzado en dos cuadras de caminata desde las puertas.

Entró con una mano en el bolsillo de la billetera.

–Buenas -saludó.

–Oh, saludos, muchacho. ¿Qué necesitas? –preguntó el vendedor.

-Un kilo de arroz y dos bolsas de fideos. ¿De casualidad vende carne?

–Tengo raciones de carne seca, sí –su voz era gruesa, apelmazada entre sus mejillas rechonchas–, pero si quieres algo fresco deberías echar un vistazo tres calles al fondo, cerca de la fuente –el hombre le entregó a Kichiro lo pedido–. ¿Necesitas algo más?

–No, se lo agradezco –el chico dejó el dinero sobre el mostrador–. Nos vemos -salió del negocio.

Kichiro caminó tranquilamente por las calles de la aldea, sin reconocer a ninguna de las personas que cruzaba.

Algo de estiramiento de piernas le venía bien, pero no era como si lo necesitara.

A lo lejos vio un cartel con dos dibujos versión chibi de una vaca y un cerdo sonrientes.

Carnes Nakamura

Animales felices, ¡Clientes felices!

"Quizás sea de esos que producen lo que venden." Pensó.

Entró y salió a los dos minutos con un cuarto trasero de res y un generoso pedazo de lomo de cerdo.

Si los usaba inteligentemente, durarían una semana y monedas.

Decidió tomar el camino largo, pues le gustó la tranquilidad que gozaba la aldea a esta hora, y su sistema olfativo empezó a degustar mejor el perfume suburbano.

Pasó por una plaza rodeada de cerezos en flor. Sentadas en una banca dos chicas de su edad, una morena de piel trigueña y otra de cabello color escarlata cuchicheaban algo sobre un profesor ebrio. La pelirroja lo vio pasar distraído, con la carne cargada al hombro y la bolsa de arroz en el otro. Una cicatriz en su bíceps derecho le aumentó el tamaño de las pupilas. Una risita ahogada lo hizo girar el cuello sin frenar el paso.

La chica se mordió el labio inferior y le clavó la vista de manera descarada. Su amiga la empujó carcajeándose y reprochándola.

Arqueó una ceja y siguió.

La calle principal lo llevaría a las puertas en menos de cinco minutos. Quizás la aldea no era un lugar tan insufrible. Al menos no a la hora de la siesta.

Giró a la derecha en una esquina, pasado frente a una florería pintoresca y al parecer abundante. Algunas alegrías del hogar descansaban al costado de la arcada que recibía a los visitantes en sus macetas y de algunas vigas colgaban suculentas que no se tomó el tiempo de reconocer.

Caminó hasta encontrar un callejón ideal para doblar y alcanzar las puertas. No era un recorrido para optimizar tiempo ni energía, pero hacía bien al alma.

Se detuvo en seco. En medio de la calleja había un grupo de chicos. Cuatro de su edad, un rubio de cabello estilizado en varios picos y atuendo naranja y una pelirosada de orbes color esmeralda y un vestido rojo con unos modestos diseños blancos. En el contrario, el que más destacaba, vestía de negro y una capucha cubría su cabeza, pero su rostro exhibía algo que Kichiro identificó como tatuajes, líneas moradas que surcaban su cara. Cargaba a sus espaldas una suerte de cilindro cubierto de vendas, peludo en la punta. Sostenía por el cuello de la ropa a un niño vestido como un ninja apenas entrado en los estudios, con una capa azul y gafas en la frente. Otros dos, un pequeño de anteojos y una niña de pelo peinado en dos puntas se escondían detrás del rubio. La otra, una muchacha rubia y algo mayor, tenía cuatro coletas picudas y un vestido gris, en su espalda cargaba algo negro y largo tipo bastón, pero de aspecto plano. Sus bandas eran las de la Aldea de la Arena. Algo, muy en el fondo de su ser, le gritaba violencia, lo incitaba a actuar.

–¡Suéltame! ¡Me lastimas! –exclamó el indefenso pequeño.

–¡Déjalo ir o te destruiré, idiota! –amenazó el muchacho de ropa anaranjada.

Kichiro caminó en silencio, totalmente ensimismado hasta estar a escasos diez metros y se detuvo.

El silencio abarcó la totalidad del callejón.

–¿Eh? ¿Quién eres tú? –inquirió el ninja que sostenía al niño. Para este punto Kichiro vio con claridad el maquillaje de su rostro y no pudo evitar tentar una risa.

-¿Huh? –la chica de cabello rosado pálido posó su mirada sobre Kichiro.

"Éste no… es de por aquí tampoco." Pensó el rubio.

Kichiro dejó la mercancía cuidadosamente en el suelo y caminó hasta el ninja.

Extendió la mano para bajar al niño y ésta fue repelida con un rápido golpe.

–No quieras hacerte el valiente, amigo –espetó el maquillado.

–Oh, vamos, esto es demasiado escándalo –protestó despreocupadamente la chica rubia al lado del hostil.

Kichiro levantó otra vez una ceja.

El ninja maquillado amagó a escupir una nueva amenaza. El sonido de su nariz crujiendo y un rápido movimiento de cuello de Kichiro desconcertaron a los presentes.

El niño cayó al suelo sentado y gimió.

Kichiro lo levantó por debajo de las axilas y le sacudió el polvo con cuidado.

Los gruñidos quejosos del ninja de la Arena lo dejaban indiferente. Él era el único.

–¿Estás bien? –preguntó.

–Eh… Eh, sí, sí, jefazo, gracias –las palabras del pequeño estaban entrecortadas, bien por el recién pasado pánico o bien por la admiración.

–Konohamaru, dijiste que yo era el jefazo –se quejó el rubio.

–¡Me rompiste la nariz, enfermo de mierda! –gritó el ninja, tratando de contener sus fosas nasales que goteaban como una canilla.

–¿Quién te crees que eres? –habló la rubia.

Su compañero se levantó y arremetió contra Kichiro, que frenó un puñetazo atrapándolo con una palma. El ninja atacante sintió una irregularidad en su estómago.

–Da un paso más –incitó suavemente Kichiro, aferrándose al mango de la kunai, cuya punta amenazaba la tripa contraria.

Kichiro empujó al ninja, que dio unos pasos hacia atrás con desconfianza.

–¿En esta aldea se estila maltratar niñitos? –preguntó.

–Ellos no son de por aquí –dijo la pelirosa.

–Lo noto.

–¿Quién eres? –exigió saber la rubia, poniéndose delante de su compañero

–¿Quién pregunta?

–No tienes ninguna banda distintiva de cualquiera de las aldeas.

–Ajá. ¿Y?

–Eres un… –gruñó el ninja maquillado.

La punta del cilindro de su espalda golpeó el suelo y algunas vendas se desprendieron.

–¿El cuervo? ¿Estás seguro de que…?

–No pienso perdonar semejante insolencia de un tipo como él.

–Kankurô –habló, de pronto, una voz siseante y baja–, retrocede. Estás avergonzando a nuestra aldea.

–¿Dos más? –preguntó Kichiro.

–¿Dos…? –el rubio miró uno de los árboles tras el cerco que delimitaba el callejón.

Parado de cabeza en una rama, como un murciélago dormitando en una caverna, los observaba un muchacho pelirrojo, que cargaba una especie de calabaza enorme en sus espaldas, y en sus ojos pálidos se reflejaba un vacío gélido. Kichiro había leído que los shinobi más veteranos poseían una marca distintiva en su mirada.

La mirada de los mil metros.

Éste chico la tenía, seguramente siendo algo menor que él.

En otra rama había un ninja joven, pelinegro, de semblante orgulloso pero igualmente sorprendido de la repentina aparición del pelirrojo.

–¡Sasuke! –gritó emocionada la chica de pelo rosado.

Un centelleo fugaz seguido de un sonido metálico distrajo al ninja pintado. El filo de la kunai de Kichiro le besó el cuello e hizo palidecer a su compañera. El pelirrojo miró en silencio.

"Es rápido." Pensó.

Kichiro lo dio vuelta y lo hizo arrodillarse pateando el revés de su rodilla.

–¿Es tu compañero? –le preguntó al que seguía ubicado como un murciélago.

–Ellos dos son mis hermanos. Yo respondo por ellos, y me disculpo por los problemas causados.

–Ya veo.

–Eh, Gaara, siento haberme extralimitado, pero ellos empezaron, de veras, eh –se excusó el maquillado, titubeando cada dos palabras.

–Cállate. O te mato.

–Ya, ya, perdón, Gaara.

El nombrado se deshizo en una nube de polvo y arena que se desplazó hasta su hermano y volvió a materializarse.

Los presentes se asombraron y dejaron caer sus mandíbulas al suelo.

–¿Quiénes son ustedes? –preguntó Sasuke, saltando hasta el suelo.

–Soy Gaara, del desierto. Ellos son Kankurô y Temari. Tú me das curiosidad, ¿cómo te llamas?

–Sasuke Uchiha.

Temari se inclinó y tocó con cuidado la cara de su hermano.

–A las tres –advirtió.

–Ya, ya.

–Uno…

–Dos… –la nariz de Kankurô crujió de vuelta y regresó a su posición original–. ¡Au! ¡Bruta!

–¿Qué hay de ti, el que le rompió la nariz al simio de mi hermano? –preguntó Gaara.

Kichiro lo examinó con la vista y pegó media vuelta. Un silencio pesado y molesto invadió el callejón nuevamente. Recogió sus compras y volvió a echarse la carne al hombro.

Caminó unos pasos, se detuvo en seco y suspiró:

–Niño, a tu edad deberías poder liberarte de un agarre como ese. Arregla eso cuanto antes. Si tu hermano se dice ninja, debería encargarse de ayudarte.

Konohamaru sintió un escalofrío por la espalda.

Kichiro siguió su camino.

–¿Hermano? ¿Se refiere a mí? –se cuestionó el ninja rubio.

–¡Detente! ¡Exijo saber tu nombre! –exclamó Sasuke, sin surtir efecto.

Corrió hasta acortar la distancia entre él y Kichiro y repitió:

–¡Exijo saber tu nombre! ¿Quién eres?

–No te interesa quién soy, amigo.

–Yo decido eso. No te he visto por aquí pero eres un tipo bastante fuerte, quiero saber quién eres.

El chico se detuvo de nuevo, agachó la cabeza con molestia y suspiró:

–Haz algo por la vida y enséñale al mocoso a pelear como corresponde, ¿quieres?

Ninguno de los dos habló luego de eso. Kichiro reanudó su andar. Tenía realmente pocas ganas de tratar con gente que entablaba luchas ínfimas y aburridas.

La lucha era, a sus ojos, algo en lo que uno se dedica en alma y cuerpo, no así para perder el tiempo intimidando niños.

La tarde era apacible, y decidió que después de almorzar un buen pedazo de cerdo era ya hora de ponerse a entrenar.

Los lunes tocaba serie de abdominales, piernas y algo de práctica con la espada. Había visto a su padre afilarla día por medio de manera religiosa durante toda su vida con él. Ahora, él seguía esa tradición familiar.

El arma era simplemente hermosa, imponente.

Desde la empuñadura nacía una hoja filosa hasta el punto de lo microscópico en sus dos filos, grabados en el dorso unos caracteres que no correspondían con el idioma oficial de la Tierra del Fuego, ni la del Viento, ni ninguna otra. Patrañerías místicas, quizás, pero estéticamente intrigantes.

Desde su nacimiento comenzaba un leve pero cada vez más notorio ensanchamiento. Al principio de la hoja, en el recazo, se notaba una ausencia de filo en la parte posterior, cosa que cambiaba después de diez centímetros.

Su longitud de un metro treinta contrastaba con su masa, pues en manos de su dueño pesaba cerca de dos kilos. El patrón en su acero danzaba en un diseño armónico y coherente, ondulado, como esas famosas pinturas de océanos que su madre compraba de vez en cuando.

La punta era ancha y gruesa, no era un diseño ideal para estaquear. Los dos filos formaban un final triangular que recordaba muy vagamente a una pica, solo que de ángulo más abierto. Ese acero estaba diseñado para guillotinar al enemigo por su propio peso.

"No bajes el cuello, controla tu postura. Vista al frente. Espalda recta. Pies separados, altura de los hombros, izquierdo al frente. ¿Eso es un ceño fruncido?"

Más de una vez había ligado un varillazo por cosas del estilo.

El chico golpeó el maniquí con su hoja luego de abanicar el aire tres veces en diagonal. La cabeza del muñeco se desprendió del cuerpo. Kichiro sonrió.

–Estoy impresionado, muchacho –dijo una voz tranquila.

La música se detuvo.

Kichiro giró el cuello a su derecha. Un hombre de cabello cano, con medio rostro cubierto por una máscara lo miraba apoyado contra un pino.

En una mano tenía un libro de la serie Haciéndolo, guardando la última página leída con su dedo índice.

Apretó ligeramente la empuñadura de su espada. Jamás recibía visitas.

–Hola –saludó suavemente, levantando su mano vacía–. Lamento interrumpir. Veo que estabas muy entretenido.

–Estaba –el joven castaño lo analizó de pies a cabeza. Parecía un tipo promedio, tirando a insulso–. Es de mala educación tocar el equipo de música de alguien, eh.

El shinobi no respondió. Siguió mirándolo con cierta diversión, disparando un ceño fruncido y más presión sobre la empuñadura.

–Me presento: Soy Kakashi Hatake. El jōnin a cargo de Naruto Uzumaki, Sasuke Uchiha, y Sakura Haruno. Los conociste hoy.

–Depende. ¿Eran el rubio, la chica y el emo?

–Esos mismos.

–Ya –asintió Kichiro luego de algunos segundos de silencio.

El sol comenzaba a bajar.

–¿Se te ofrece algo?

–Bueno, primero lo primero, supongo. ¿Cómo te llamas? Ví que sabes defenderte muy bien, una persona así ha de tener un nombre, ¿verdad?

–¿Lo viste? –no hubo respuesta–. ¿Y no interviniste para ayudar al mocoso?

–Tenía la idea de dejar que mis pupilos se curtieran un poco, pero entraste tú, y bueno, pasan que cosas –el chico captó ese penoso chiste.

Los dos, el jōnin y el joven, sostuvieron una mirada analítica por unos segundos.

–Kichiro. Kichiro Matsubara.

–Kichiro. Vaya, apenas nos conocemos y ya siento que serías un buen compañero de los demás.

–¿Compañero?

–Oh, sí. Aunque no parezcas estar muy adaptado a la vida en la ciudad, estoy seguro de que eso no será ningún problema.

–Si vas a invitarme a formar parte de tu escuadrón de ninjas, ahórratelo –Kichiro se echó el acero al hombro.

La funda en su espalda estaba bellamente trabajada con contornos blancos y dorados en un fondo negro y brillante, casi cromado. Kakashi se sintió hipnotizado por un breve instante.

–Al menos déjame que te detalle lo que tengo pensado.

–Estaba teniendo una excelente y tranquila tarde. ¿Sabes qué? No tengo ganas.

Kakashi cerró el libro y se lo metió en el bolsillo. No sacó la mano de ahí.

"Me molesta que se quede así de quieto. Es… inquietante." Pensó el chico.

Se apretó el puente de la nariz, inhaló y exhaló una maldición

–No vas a aceptar un no por respuesta, supongo. Tú ganas, tienes un minuto.

El shinobi de la Hoja se cruzó de brazos y comenzó:

–Niño, tienes un potencial único que no vale la pena desperdiciar, eso sería una picardía. Ví lo que hiciste hoy ante esos genin de la Arena. Difícilmente alguno de los ninja locales se les habrían plantado de esa manera si hubieran estado en tu lugar, y más aún, tú lo dejaste contra las cuerdas.

–Apenas lo único que hice fue intervenir para que no dañaran a un niñito. Hice lo que cualquiera de tus compañeros debería haber hecho de haber estado presentes.

–Tus razones dan igual –Kakashi no inmutaba aún su tono suave y simpático, tirando a perezoso–. Un chico de tu… ¿Cuántos tienes? ¿Trece?

–Quince a fin de año.

–No es normal ese nivel de potencia y templanza juntas en alguien de tu edad. Sea cual sea tu objetivo en el mundo, suponiendo que lo tengas, podemos discutirlo luego. Pero si algo puedo asegurarte es que te ayudaré a fortalecerte para conseguirlo.

Kichiro se tronó el cuello y llevó su mano libre a la cintura. El sudor de sus macizos brazos centelleó con la luz del atardecer.

–Suponiendo que aceptara, tu equipo ya consta de tres miembros. Hasta donde sé, la norma es esa y no tengo constancia de que se altere.

–Algunos de mis superiores me deben favores, puedes ser una excepción si lo ves de esa manera. Todos los jōnin hacemos uso de estas ventajas alguna vez en la vida, ahora me toca a mí –Kakashi sonrió bajo su máscara.

Algo más pacífico, Kichiro se rascó la barbilla, expresando un dejo de curiosidad.

–Quizás tengas un punto, y quizás seas más fanfarrón que otra cosa. Pero no vivo bajo una piedra, y claro, quién no ha oído sobre el Colmillo Blanco de la Hoja y su vástago, el Ninja que Copia.

–Ay, qué lindo, un fan.

–No he dicho que sí –hizo una pausa, miró al suelo. Sus ojos reflejaron una angustia salida de ningún lado–. Pero no he entrenado como es debido desde que mi abuelo falleció.

–Lamento oír eso. Supongo que tú también tienes algún drama familiar…

–Nada a lo que no estés acostumbrado ya.

Por primera vez, Kakashi notó en el chico una actitud más laxa. Su boca se curvó ligeramente y su mirada abandonó la postura defensiva.

–No tienes que darme tu respuesta ahora. Pero los exámenes chūnin están al caer, yo diría que dentro de dos semanas, un mes a más tardar. Sería bueno tenerte con algo de antelación.

–Y saltarse toda la mierda legal, la academia y todo eso, ¿pasaría a ser directamente un genin?

–¡Yo no lo habría explicado mejor!

Kichiro miró a sus costados: Las dianas y los maniquíes ya no le inspiraban algo siquiera parecido a un desfío. Se rascó la cabeza, respiró hondo y dijo:

–Lo consultaré con la almohada.

–¡Ah! Esa es la actitud. Ya te he quitado demasiado tiempo, y ya obtuve lo que quería, así que nos vemos. Búscame en la aldea si aceptas la propuesta. A más tardar mañana al mediodía estará todo listo para registrarte.

Kakashi levantó el libro a la altura de su pecho y lo abrió de manera casi mecánica, sin perder de vista a Kichiro.

Su expresión ahora reflejaba algo que el muchacho identificó como nostalgia.

–Sé que pensarás que es extraño, pero soy sincero cuando te digo que veo en ti un potencial inigualable. Si estás preparado para una dura trayectoria, confío en que llegarás lejos.

Y dicho esto, el jōnin emprendió su retirada.

–¿Dónde estaba? Oh, página cincuenta y tres.

Kichiro se quedó plantado en el lugar.

Uno.

Dos.

Tres minutos.

Su sombra tendida sobre la hierba que cubría el claro que ocupaba su casa comenzó a estirarse.

Perdió la noción del tiempo, pero no reparó en eso cuando volvió en sí y recogió su espada y el equipo de música.

Guardó el arma en su cuarto, tomó un té para aflojar el cuerpo y se metió de cabeza a la ducha.

Pensó largamente mientras el agua caliente se deslizaba por su cuerpo.

"No lo he atestiguado, pero apuesto a que la reputación de ese tipo lo precede. Estoy harto de golpear maniquíes. Hace meses que no sudo correctamente. Necesito enemigos y pruebas de verdad. Puede que tenga razón… puede que sea hora de tomarme las cosas más en serio."

El mediodía lo recibió ya ataviado con un atuendo modesto pero adecuado para cualquier eventualidad: una chaqueta caqui superpuesta a una manga corta negra, sandalias tradicionales y pantalones reglamentarios de ninja, obviamente heredados. Temía que la espada en su espalda llamara la atención, pero a grandes rasgos no debería ser más escandaloso que un kunai o una shuriken a la vista.

Caminó una tranquila media hora, divisando gorriones, zorzales y una que otra liebre.

La luz del sol se filtraba entre las ramas de los pinos, cipreses y álamos. El bosque era mixto con su flora más que con su fauna, tampoco carecía de algunos árboles y arbustos frutales que él mismo se dedicaba a despejar de lo que producían cuando era la época.

El guardia de la aldea lo recibió asintiendo levemente. Aún no eran amigos ni conocidos.

Caminó por la avenida principal. Un grupo de chicos enfilaba en sentido contrario a él, eran tres.

–Basta, te dije quince millones de veces que no volveré a pagarte el almuerzo –dijo recelosamente una chica rubia, de ojos celestes.

–¡No sean malos! Ya les dije que mi padre no me ha dado la mesada aún. ¿Eh, Shikamaru, no te doy un poco de pena? –suplicaba un muchacho regordete.

–Chôji, no eres el único pobretón aquí. Mi viejo se bebió quién sabe cuánto de su sueldo ayer, no pienso ni gastarme en preguntarle si me va a ceder un poco. Deberías aprender a cocinarte tú, demonios –replicó somnoliento un joven de cabello negro y atado.

Pasaron al lado de Kichiro sin que éste les diera más importancia que al puestero ambulante que vendía collares y anillos. Ninguno valía lo que decían sus carteles, ni estaban hechos del material que el exaltado comerciante aseguraba. Probablemente el más costoso no lo era más que un pedazo de pirita.

El de pelo atado se giró sin dejar de caminar.

–¿Qué onda con ese? ¿Un rônin acaso?

–Es muy joven para ser un rônin –dijo el gordito.

–Forastero, y sin banda shinobi –agregó intrigada la rubia.

El andar de Kichiro era lento, rítmico. La despreocupación que no tenía la atareada gente de la aldea.

Llegó a un puesto de ramen.

Ramen Ichiraku. ¡Ahora con doble ración de cerdo!

Su reloj de bolsillo marcaba las doce y media. Tal vez era el hambre que le surgió de repente, o la chica detrás del mostrador vestida con el atuendo convencional de un chef, pero sus ganas de sentarse ahí lo hicieron desviarse.

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–¡¿Quééé?! –exclamaron los tres jóvenes al unísono.

La gente de la plaza los miró extrañada. Kakashi pensó que debería haber anticipado su reacción y escoger un lugar más apropiado.

–Niños, niños, yo sé que es precipitado y quizás desconfíen, pero yo sé lo que hago.

–¡Por favor, Kakashi Sensei! ¿Desde cuándo empezó a vernos como unos debiluchos que necesitan un cuarto compañero? -dijo Naruto.

–Otro más es exceso –dijo sin ganas Sasuke.

–¿Siquiera es legítimo hacerlo? –preguntó Sakura.

–Bueno, verán… –Kakashi se aclaró la garganta–. La única forma legal de formar un equipo de cuatro shinobi es que uno sea un ninja médico o…

–O… -repitió el trío, impaciente.

Kakashi derramó una gota de sudor del tamaño de una manzana por la nuca.

–O en todo caso el cuarto miembro debería ser… hijo del jōnin a cargo del equipo. Biológico o adoptivo.

El jōnin recordó las palabras del Tercer Hokage.

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–Kakashi, quisiera poder hacerlo más fácil para ti, pero la única manera de agregar otro miembro a tu equipo es adoptándolo tú y volviéndote su padre legalmente o convenciendo a uno de tus pupilos de que se convierta en un ninja médico. En teoría tener uno en tu escuadrón es obligatorio, pero normalmente un shinobi no se especializa en jutsu médico hasta los quince años. Si quieres acelerar el proceso, te recomiendo que lo hables con los niños.

–Ah… –la primera opción hizo palidecer al shinobi–. ¿No puede ser más sencillo? ¿Ni por esa edición especial del libro que le conseguí una vez?

–Aprecio mucho ese favor, y por eso te aconsejo que te apresures a hablarlo con tus muchachos o a firmar los papeles de adopción. Claro, el niño en cuestión no participará este año de los exámenes chūnin al ser un shinobi con poca experiencia.

–Supongo que nada sale como uno lo quiere.

–Es lo más que puedo hacer por ti.

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–¿Y quien es este tipo que tan loco lo tiene a usted para traerlo con nosotros? –inquirió Naruto.

–Ahh, es alguien que ustedes ya conocieron el día de ayer. Su nombre es Kichiro, es el que intervino para rescatar a Konohamaru de los ninja de la arena.

Los tres alumnos de Kakashi compartieron miradas de asombro entre ellos.

–Y… ¿Usted tiene que adoptarlo para que se nos una? –la pregunta de Sakura disparó una caricatura del chico vestido de manera idéntica a Kakashi, leyendo el mismo libro con la misma expresión de tonto.

Los tres jóvenes se estremecieron ante la idea.

–Que el cielo lo guarde –dijo la chica.

–¿De qué? –preguntó Kakashi.

–Eh, nada, nada, sensei.

–No es tan mala idea –habló Sasuke–. Todos vimos de lo que ese sujeto es capaz. Naruto, tú debes estar aunque sea un poco interesado en conocerlo mejor. Yo mismo me muero de ganas de ver sus habilidades en un combate real.

–Entonces, ¿cuál es tu idea? -preguntó el rubio.

–Sakura, tú eres la que mejor manejo de chakra tiene de nosotros tres. Aprender jutsu de curación para ti no debe ser la gran cosa. Sería de gran ayuda para las misiones, de hecho lo habría sido ya en el País de las Olas. Yo lo veo como una cuestión de ganar-ganar.

"Creo que estos niños están implicando que yo sería un pésimo padre." Pensó Kakashi

–¿Lo crees de verdad? –la chica se ruborizó, sacándole una mueca de asco a Naruto.

–Sí, lo hago.

–Bueno, yo digo que está bien. ¡Si lo piensan, seremos la envidia de los otros equipos! ¡De veras!

"Presiento que Gai va a encontrar en esto otra cosa para competir. Ay, qué se le va a hacer."

–Bien, yo estoy dispuesta a entrenarme en el jutsu médico, sensei.

Kakashi sonrió bajo su máscara.

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–Disculpa la molestia, pero tú no eres de por aquí, ¿verdad? –preguntó el hombre del puesto de ramen.

Kichiro sorbió sus fideos y levantó la vista.

–Sí y no. Vivo por aquí cerca, pero rara vez salgo de mi casa.

–Oh, ya veo. Pues yo me llamo Teuchi, y ella es mi hija, Ayame.

La chica se giró, levantó la mano y lanzó una sonrisa deslumbrante. Kichiro correspondió con amabilidad y asintió.

–Sabes, por alguna razón me recuerdas a mi mejor cliente, no sé si lo conozcas.

–¿Por qué? ¿Misma cara de trasnochado? –en efecto, Kichiro tenía unas leves ojeras surcándole los ojos. Había estado pensando en su decisión toda la noche.

–Oh no, de hecho este chico es muy, muy, y hablo en serio, muy activo. Usualmente a esta hora viene a almorzar, no sé que lo estará retra…

–¡Viejo, una orden con doble ración de cerdo, por favor!

Kichiro sorbió sus fideos nuevamente y arqueó una ceja.

–¿Éste es su mejor cliente?

–¿Pero…? ¡Oye! ¡Eres tú!

–El mismo, el mismo. Veo que al final sí se conocían, qué sorpresa –dijo Teuchi.

–Eres Kichiro, ¿verdad? –habló exaltado Naruto–. ¡Kakashi Sensei estuvo hablando de ti todo el día, dijo que te buscaría en más rato!

–Ah, ese Kakashi es un amor de persona, ¿no? –dijo Kichiro, juntando los pocos fideos que quedaban en el tazón con los palillos.

–Se supone que venía detrás de mí junto con los otros dos, ¿dónde se habrán metido? –el rubio se ajustó la banda de la frente y miró alrededor.

–Esto está increíble. Quiero otro de lo mismo, por favor –pidió Kichiro, dejando el dinero sobre el mostrador.

–¡Oiga, Kakashi Sensei, mire a quién encontré! –gritó Naruto. Kakashi, Sasuke y Sakura iban una cuadra rezagados.

Ayame comenzó a preparar dos tazones de ramen, conociendo perfectamente los gustos de Naruto. Kichiro, viéndola desde su posición, apreció con claridad que sus caderas llenaban generosamente su delantal de cocina. Sonrió de lado, con un poco de rubor salpicándole el rostro.

Desde que su abuelo lo había llevado de expedición al País de los Ríos hacía tres años, no había visto a ninguna mujer.

Para su corta edad, su actitud general era la de un ermitaño. Bien podrían haber sido los duros entrenamientos marciales a lo que el anciano lo había sometido, o los constantes sueños de sangre y fuego que lo incordiaban unas cuantas veces a la semana lo que había templado su ser de esa manera.

El jōnin de cabeza plateada llegó con sus dos alumnos. Kichiro levantó la cabeza del plato mientras Naruto ponía a Teuchi al día sobre los exámenes chūnin.

Sasuke clavó sus ojos en quien portaba la espada en la espalda y apretó los puños dentro de sus bolsillos. Su estómago cosquilleó.

–Oh, qué grata sorpresa -sonrió Kakashi-. Debo suponer que viniste a la aldea para aceptar mi propuesta. Por mi parte, tengo buenas noticias.

–¿Usaste esos favores que me dijiste? –preguntó Kichiro.

–Sí que sí. Tuvimos un pequeño bache para incluirte en el equipo, pero ya todo está encaminado.

Kichiro suspiró mientras tragaba. Pareció molesto, pero esbozó una diminuta sonrisa.

–Bien, bien. ¿Y mi banda shinobi? ¿Y mi chaleco? –sonaba entre fanfarrón y bromista, pero natural a la vez.

–Ahh, eso es para más adelante. Quedan algunos trámites de por medio. ¿Está rico el ramen? –Sakura intuyó algo extraño en la pregunta de Kakashi.

–Mucho, sí. ¿Van a ordenar? Supongo que si somos equipo no hay problema con compartir el almuerzo. Gusto en verlos, por cierto.

–Claro.

Los cinco estaban ya sentados. Teuchi cocinó con entusiasmo, aguardando una propina adecuada.

–Entonces, ¿cuál fue el problema que mencionaste? –preguntó Kichiro.

–Verás, para reclutarte de manera extra-oficial y en poco tiempo solo tenía dos opciones: Que uno de mis alumnos se convirtiera en un jutsu médico…

–Lástima, yo no hago esas cosas -dijo Kichiro.

–O que yo te adoptara. Pero para evitar ese tipo de trámites, Sakura aceptó entrenarse en el jutsu médico. Agradécele a ella.

–Conque es así. Bueno, te la debo, Sakura. Yo invito el ramen.

–¡No es nada! Será un gusto tenerte con nosotros. Además, nosotros no te agradecimos por ayudarnos ayer con esos ninja de la arena –respondió ella.

–Ja. Admito que me divertí un poco con ese titiritero. Me pregunto si habrá más de esos por aquí ahora.

–¿Titiritero? –habló Sasuke–. Él no reveló ser un titiritero, ¿cómo sabes que usaba ese tipo de jutsu?

–Uno no carga con un mamotreto cubierto de cintas a menos que lleve armas, un cuerpo o títeres –Kichiro enumeró esas tres cosas con los dedos y siguió comiendo.

–¿Cómo lo sabes? –inquirió Naruto, intrigado.

–Mi abuelo era militar. Él me enseñó a identificar el estilo de pelea de cualquiera.

–¿Y cuál es el tuyo? –volvió a preguntar el ninja con bigotes. Kichiro palmeó la empuñadura de su espada.

–Me muevo bien con las armas. No soy de usar genjutsu –fue la respuesta algo sosa de Kichiro.

Kakashi escaneó de pies a cabeza al chico.

El arma en su espalda no le llamó tanto la atención como la persona en sí. Sus ojos ámbar tenían un brillo inocente y genuino.

Su ojo bueno, tapado por la banda, habría tenido dificultad para leer a ese muchacho, pensó.

El almuerzo terminó con cuatro púberes hablando trivialidades. Kichiro rara vez había conversado con gente de su edad, y trataba de mantener el ritmo explosivo de las interacciones de Naruto y Sakura, bien manteniéndose al márgen o bien soltando una risotada cada tanto. Se sentía tonto por estar pendiente de regular sus reacciones.

Sería temporal, supuso. De todos modos, él no era el más callado del grupo. Identificó rápidamente que Sasuke era de esos que se desmarcaban de sus compañeros con total desprecio.

Quizás era necesario balancear el equipo con alguien así.

–Bien, Kichiro, ¿disfrutaste la comida de ciudad? –preguntó amablemente Kakashi.

–Uff, todo un lujo –Kichiro se palmeó la barriga. Su ánimo estaba en aumento.

–¡Genial! Porque esa podría ser tu última comida en un buen rato.

Naruto, Sakura y Sasuke clavaron la vista en el jōnin. Kichiro abrió los ojos como platos.

-Encuéntrame al atardecer en el campo de entrenamiento de la aldea. Queda a cuatro calles de aquí, a la vuelta de aquella esquina.

–Exactamente ¿qué tienes en mente? –preguntó Kichiro.

–No esperarás que te dejara entrar sin una evaluación previa, debo suponer. He visto que eres fuerte y disciplinado, pero necesito que me hagas una demostración real. El resto queda libre por hoy. Kichiro, nada de merendar ni cenar. ¿De acuerdo?

El nombrado cruzó los brazos y sonrió. Su semblante ahora reflejaba emoción, pasión pura exudada y plasmada en su expresión jovial.

–Eso es lo que esperaba de usted, sensei. Al atardecer será.

"Qué modales. Naruto y Sakura deberían aprender una cosa o dos por aquí."

"Empezó a tratarlo de 'usted'." Pensó Sasuke.

El resto de la tarde Kichiro la pasó en su casa, regando la huerta, cuidando el filo de su espada, limpiándola y practicando su taijutsu.

A veces su mente se perdía en tonterías mientras asestaba patadas al poste cubierto de pedazos de colchón que tenía en el patio.

La imagen de las caderas de Ayame moviéndose con cuidado dentro del pequeño puesto de ramen lo hizo bajar el ritmo un par de veces.

La casa estaba ubicada en un claro de unos mil metros cuadrados. Todo fuera de ese perímetro era un bosque profundo e imposible para edificar. El patio había sido bien aprovechado por su abuelo, quien había dispuesto cada sección cuidadosamente para asegurar la practicidad de su rutina.

La casa era de troncos de abeto, que el viejo se había tomado el trabajo de talar y cargar él mismo desde las montañas, buscando los especímenes más sanos y resistentes.

La huerta era abundante en tomates, papas, cebollas, unas pocas calabazas y llena de hierbas aromáticas como orégano, albahaca, romero y salvia. Todo dentro de un invernadero que estaba hecho de nylon y levantado sobre postes y varillas de madera.

El anciano se tomaba su tiempo para entrenar, cosa que hacía en una sección ubicada a diez metros de la casa, donde había varios postes acolchados, dianas y maniquíes de arpillera.

Se había ocupado de excavar él mismo el pozo. Costó el triple de lo que habría llevado arreglar con el municipio para que le hiciera la perforación y la instalación de cañerías, pero ese no era su estilo. Sólo en los últimos años de su vida, cuando su estructura ósea comenzaba a deteriorarse, aceptó pagar la instalación eléctrica subterránea de la Aldea de la Hoja, a fin de dejar de utilizar el pozo para sacar agua y reemplazarlo por la bomba.

Tres escalones llevaban al porche, donde habían dos sillas mecedoras, las cuales no le importaban al abuelo que fueran un triste arquetipo de vejez. Su costumbre era sentarse luego del té a cantar y fumar su ancestral pipa, que hasta donde él aseguraba era más antigua que la Aldea de la Hoja. Según contaba, había pertenecido a un clan de samurái respetado durante el dominio de los daimyo sobre las grandes naciones shinobi, antes de que éstos perdieran prestigio y acabaran perdiéndose en el tiempo, igual que aquella casta de valerosos soldados. Ahora cada kage era la cabeza de su respectivo país, y las aldeas escondidas sus capitales administrativas.

Las clases de historia con el viejo eran un viaje de ida cuando no estaba divagando para sí mismo en el pórtico.

Solo mirar el bosque, cantar y fumar. Si acaso alguna anécdota o recuerdo vago de un campo de batalla. Vívidas descripciones del aroma del óxido, la sangre, carne, humo y cabello quemado. Es el tipo de fragancia que inunda el aire cuando conoces a tus mejores amigos, decía.

Kichiro no lo entendía.

Al atardecer, por fin partió.

Pasó cerca de un cerezo y estiró el brazo para recoger unos pocos frutos.

–Eh, mucho ojo, tu nuevo sensei podría molestarse –hacía días que no oía esa voz susurrar desde ningún lado.

–¿Has aparecido solo para eso? –pensó, más no dijo, Kichiro.

–Ese tipo oculta algo. Debe ser de esos que tiene ojos en todos lados.

–En serio, a veces quisiera apagarte como una radio. ¿No tienes un hobby ahí dentro? ¿No puedes invocar un mazo de naipes o algo?

–Las palabras duelen, pendejo mal enseñado.

–No, no duelen. La migraña duele, y me vas a provocar una si llegas a molestar durante lo que sea que venga ahora.

El chico suspiró y dejó las cerezas en paz.

Hasta ese momento no se acostumbraba a las impredecibles intromisiones de esa voz etérea que sólo él captaba.

A pesar de aquello, muy en el fondo, sospechaba que lo que le decía era cierto.

Pasó frente a Ichiraku veinte minutos después. La aldea gozaba de un encanto peculiar, pacífico cuando las linternas se encendían fuera de los locales y las casas.

Siguió la indicación de Kakashi y giró en la esquina luego del puesto de ramen.

Un dúo de jóvenes, los mismos que había ignorado antes del almuerzo, volvía a ir en dirección contraria. Esta vez pararon en seco.

El de cabello atado le clavó de lleno la vista, pero Kichiro iba en la suya totalmente.

–¿Qué pasa, Shikamaru? –preguntó el muchacho regordete, tomando un puñado de papas picantes y llevándoselas a la boca.

–Es éste tipo otra vez. Escuché a Asuma y Kakashi sensei hablar de un alumno nuevo o algo así. ¿Será que…?

El campo de entrenamiento era extenso: Una buena porción de bosque con algunos sectores de dianas ya ubicadas y llenas de huecos.

Llegó y se sentó a la sombra de un sauce. Desde ahí vio con envidiable detalle cómo la luz del sol moribundo se derramaba sobre los rostros pétreos de los Hokage.

Tallados con especial esmero, lucían orgullosas e inamovibles. Cualquiera se sentiría seguro si de camino al trabajo posara sus ojos sobre la montaña.

El abuelo le había contado que Hashirama Senju, el primer Hokage de la Aldea de la Hoja, y un guerrero de habilidades sobrehumanas llamado Madara Uchiha, habían sido quienes habían derrocado al daimyo del País del Fuego hace medio siglo, y luego el primero se había proclamado soberano de esa nación. Muchos señores de la guerra corrieron el mismo destino en el resto de grandes naciones y, para entonces, solo unas pocas pequeñas y débiles se regían por daimyos. Esa gente era mezquina y carente de todo honor. No eran imponentes líderes como los de los poemas y las épicas que solía leer. Por acrecentar sus propiedades y sus lujos habían llevado a sus respectivos países a pasar hambre y a perder obscenas cantidades de habitantes.

Paz e independencia eran lo que lo había impulsado a Hashirama. Kichiro, para su edad, sentía que era un gesto de nobleza pura, dar una patada al tablero de aquella forma, de parte de una persona incompetente, habría sido un remedio que provocaría en la población el deseo de que retornara la enfermedad. Y ahí estaba, inmortalizado en la piedra.

De Madara apenas sabía su nombre y un pequeño esbozo de su poder. Poco importaba, porque no era él quien estaba tallado de cara al pueblo. Pero su apellido le daba razones para pensar que Sasuke sería un compañero envidiable.

–¡Hola! –Kakashi lo sacó bruscamente de sus cavilaciones.

–Llega algo tarde, ¿no?

–Lo siento, una ancianita necesitaba ayuda para encontrar a su gato y perdí la noción del tiempo –eso sonaba tan obviamente falso que Kichiro ahogó una risa seca.

–No hay por qué. Ya estamos los dos aquí, y yo estoy ansioso por entrenar de verdad. ¿Qué sigue?

–Admiro tu emoción, eso es lo que todo maestro espera de un alumno –Kakashi se echó la mano al bolsillo.

Un tintineo disparó la alarma en el cerebro del joven de greñas color café.

–Éste ejercicio es de lo más sencillo. ¿Ves este cascabel? Lo único que tienes que hacer es quitármelo antes de las nueve de la noche.

Kakashi sacó de su mochila un reloj y lo colocó sobre un tocón.

–Son exactamente las siete y media. Si no logras tomar el cascabel para las nueve, te ataré a ese poste de allá y me voy a dar un festín delante tuyo.

El estómago de Kichiro rugió. Éste, lejos de expresar frustración, sonrió de lado. Sus dos ámbares centelleando renovados, como si el hambre y la presión por la victoria avivaran un fuego interno.

–No pediría esto de otra forma. ¿Sabe una cosa, sensei? Empieza a caerme cada vez mejor –admitió juguetonamente mientras se retiraba la la espada con funda y todo de su espalda.

–Eres muy halagador, niño, pero no veo por qué deberías dejar tu espada. Parece que estás muy familiarizado bien con ella, y la clave de este ejercicio es estar listo para matarme si quieres el cascabel.

Una mueca de sincero asombro le cruzó el rostro al alumno. Duró poco.

Volvió a sonreír y devolvió el arma a su lugar.

El péndulo del reloj comenzó a sonar.

Tic, tac, tic, tac.

Kichiro sacó de su mochila una vincha de hierro. La apoyó sobre su cabeza y su cabello quedó asegurado. Luego llevó su costado izquierdo al frente. No realizó más movimientos. Nada de guardia, ni movimientos previos al combate.

–Cuando estés listo.

Tres palabras bastaron para dispararlo de su lugar.

Kichiro se agachaba ante los golpes y correspondía desde abajo, haciendo un juego de pies y caderas serpenteante y extraño. Kakashi bloqueaba sin problemas, pero encontraba curiosa la soltura de sus evasiones. Como un gato escabulléndose bajo un aparador.

Kichiro respondía con puñetazos acelerados. Saltó hacia adelante, elevándose dos metros sobre el suelo. Su talón descendió como una cuchilla sobre la cabeza de Kakashi. Éste lo atajó en el aire y lo lanzó contra un árbol. El impacto lo aturdió, pero no demasiado. Giró sobre el césped, sonrió, volvió a la carga.

"No puedo golpearlo. Parece una víbora danzando…"

El jōnin se divirtió con el recuerdo de lo fácil que había sido sacar del juego a Naruto en su primer día. Ahora, alternaba entre la ofensiva y la defensiva, con un ritmo que habría mareado a cualquier espectador.

Decidió que era hora de ponerse serio y atrapó el puño de Kichiro dirigido a su nariz.

–Excelente, simplemente genial. Ahora, terminemos con el calentamiento.

Descargó el dorso de su mano vuelto un puño contra el rostro del chico. Éste se hizo hacia atrás y reculó su siguiente movimiento, aguantando las ganas de estornudar. Se sacudió, contraatacó.

Kakashi iba y venía vuelto una sombra, golpe tras golpe, bajando del podio a su rival. Estalló el empeine del pie en la sien de Kichiro cuando éste tenía sus dedos a milímetros del cascabel. El chico rodó por el suelo y se repuso a mitad de su revolcada.

Se paró y tronó el cuello.

Llevó la mano a su espada y apretó la empuñadura.

–Vamos por el round dos, ¿qué le parece?

El acero dibujó un círculo sobre la cabeza de Kichiro. La presencia del arma era mucho más pesada que su simple masa. Kakashi la sintió cargada de chakra.

El primer corte fue esquivado por poco. Kichiro continuó intentando, apuntando con cuidado a la mano que llevaba el cascabel, prevenido de no causar mutilación alguna; si bien no era la consigna, se negó a causar daño real en Kakashi.

–Vamos, él ya está grandecito, un dedo menos no le va a arruinar la vida –incitó la voz etérea.

–¡Carajo, anciano! Resérvate los consejos para cuando sea un genin.

Kakashi rechazó un golpe horizontal con su kunai. Se apresuró a atacar el brazo hábil de Kichiro, viendo que tenía vida libre, pero entonces la hoja volvió con renovado envión y lo rasgó en el bíceps. Se estremeció y gruñó mientras saltaba hacia atrás. Apenas sangraba, pero lo tomó desprevenido.

"Cómo… ¿Cómo contraatacó? Acaso…"

Kichiro posó la espada en su hombro y echó un rápido vistazo al reloj: Había pasado media hora desde el inicio de la lucha.

"Golpeó la espada con el hombro. Claro, contrarrestó el retroceso de mi movimiento defensivo con su propio cuerpo."

El jōnin estaba complacido. Más que complacido. Su pecho bullía de emoción.

–Te mueves bien, pero veamos qué tal son tus habilidades para perseguir a tu objetivo.

Kakashi desapareció de la vista. Kichiro, sin retirar la hoja de su hombro, se internó en el bosque.

Todo estaba, como imaginó, demasiado en calma. Sin aves, sin brisa, ni siquiera un enjambre de mosquitos tan comunes en esa época del año. Un haz de sol atravesó el follaje e iluminó algo que llamó su atención: Lanzó una kunai y la soga se cortó, liberando una ráfaga de kunai y shuriken que acribilló un árbol cercano.

"No debió considerar que el sol está ocultándose. O quizás solo es una trampa dentro de una trampa."

–Qué destreza, niño. Pero yo diría que el tiempo corre –el tono de la voz sonaba adormilado.

–Me tomaré mi tiempo. Hace bastante que no experimentaba una sesión de entrenamiento adecuada, quiero saborearla un poco.

Un suave tintineo lo alertó y sus orbes ámbar se clavaron en un arbusto a veinte metros. El brillo del pequeño cascabel se intensificó por el sol poniente. Corrió hasta allí y lo observó. Agachó la vista con una sonrisa modesta.

–¿Ésto es ponerse serio, sensei?

Su mano libre hizo un gesto y se giró a la velocidad de un parpadeo.

"La seña del tigre. Pero no…"

–Estilo de fuego, jutsu bola de fuego.

El de cabeza plateada saltó de su escondite antes de que éste se viera envuelto en lenguas ardientes.

-Excelente deducción, niño. Y me impresiona que domines un jutsu de ese nivel para tu edad. Pero yo también tengo mis trucos, sabes.

Kakashi se puso en guardia. Kichiro cayó en cuenta de la laguna a espaldas de su maestro.

"Veamos si ésto te baja los humos."

Una veloz sucesión de sellos de manos disparó una alarma en la mente de Kichiro. Rápidamente envainó su espada y se colocó cerca del incendio que había provocado. Kakashi palideció al verlo realizar un movimiento similar al suyo, pero más corto, aunque eso no lo detuvo.

–Inu, I, Tori, Tatsu, Uma, Hitsuji, Tatsu, Inu, I, Saru, ¡Tora!

–¡Estilo de agua, jutsu dragón de agua!

–¡Estilo de fuego, jutsu corcel llameante!

El fuego transmutó en la figura de un caballo enorme, robusto e incandescente. El ser relinchó y se paró en dos patas antes de romper a galopar. Ambas bestias, ígnea y acuática, colisionaron liberando una explosión de vapor que dificultó el aliento de los dos contendientes.

"Es imposible. Ese tipo de jutsu fue de nivel chūnin como mínimo."

Kichiro rugió y arremetió una vez más.

Las primeras estrellas empezaban a salpicar el firmamento.

Espada y kunai se trabaron y chirriaron. Kakashi volvió a atajar un puñetazo. Esta vez no tenía ninguna broma en su mente. Ningún comentario sarcástico, ningúna observación.

Kichiro se soltó del agarre y dio un salto, girando sobre su eje en el aire y lanzando una ráfaga de kunai. Kakashi bloqueó dos, y una tercera pasó a su lado sin tocarlo.

El joven castaño volvió a empuñar su arma con ambas manos.

Sus ojos y los del veterano fijos entre sí.

Cargó una vez más, alzó el arma sobre su cabeza.

Su espalda besó el suelo y Kakashi vio confundido al chico pasar entre sus piernas como una saeta. No tuvo tiempo de reaccionar.

Un escalofrío se abalanzó sobre su columna: Su bolsito estaba clavado en un sauce a diez metros.

"¡¿Cuándo llegó eso ahí?! No… esas kunai no iban dirigidas a mí."

Comprendió por qué no hizo falta bloquear el tercer cuchillo.

Por su parte, Kichiro se deleitó sacudiendo el cascabel. Su tintineo siendo la banda sonora que coronó su inclusión en el mundo ninja.

–Esta sesión estuvo increíble, sensei. Pero ya conozco todos estos trucos. Mi abuelo me daba un ejercicio de estos una vez a la semana -sus labios curvados en una sonrisa tierna dejaron a Kakashi más atónito que antes.

–Estoy genuinamente sin palabras, Kichiro. Jamás un alumno me había puesto contra las cuerdas de esa manera –la expresión del jōnin se relajó y reflejó una tranquila jovialidad–. Oficialmente eres un miembro del Equipo 7. ¡Bienvenido!

Kakashi extendió su pulgar frente al rostro del chico. Kichiro sintió sus entrañas cosquillear.

"¿Qué dirías si me vieras, viejo?" Pensó con añoranza.

-Ahora, eso sí, tenemos que apagar esto, o nos vamos a meter en problemas –dijo Kakashi, mientras las llamas comenzaban a consumir algunos árboles grandes.

–Ah… sí, creo que olvidé que el fuego se expande rápido, perdón –Kichiro se rascó la cabeza.

–No hay problema. Por cierto, ¿me devuelves el cascabel?

A lo lejos sonó la alarma del reloj. La aldea resplandecía en el valle como una antorcha en una caverna.

El fuego acrecentó su rango aún más.

–No.