La lluvia no había cesado y el clima afuera la hizo sentir más prisionera aún. La tormenta volvía todo más triste.
Más contundente.
Más definitivo.
¿Era este su destino? ¿Iba a terminar el juego aquí encadenada por un sádico? No le extrañaba.
Nacer sin amor. Morir sin amor. Le pareció lógico.
"Es sólo que… hubiera deseado..."
Luego, un día, él hizo comida para Naoko, y postre. La puso de pie y la arrastró al comedor, porque su tobillo no funcionaba. El hombre no dijo una palabra durante todo el almuerzo, se limitó a servirle comida a ella y se sentó fuera de la casa a leer. No compartió la mesa con ella, y casi no la miró. Pero lejos de preocuparse, ella lo disfrutó cómo pudo. Quizá la palabra correcta es que lo agradeció.
Más tarde, la dejó sentarse a ver la lluvia. La casa del hombre estaba prácticamente en medio de la montaña, era un bello lugar, con un gran bosque detrás, con muchos árboles de cerezo.
La lluvia, los relámpagos se veían hermosos. El cielo tenía un color grisáceo, muy oscuro, y los rayos dibujaban sus erráticas rutas entre las nubes. Entonces tan fugaz como un relámpago, una pregunta se le clavó en el cerebro: "Toda esta amabilidad...¿es porque va a matarme?"
Repentinamente él la puso de pie y comenzó a llevarla nuevamente a su calabozo. Naoko quiso llorar. Quiso hablarle y decirle que por favor no la encadene, prometerle que no iba a escapar, que no podía aunque quisiera. Pero las palabras no salían.
La arrojó al piso y encadenó sus brazos sobre su cabeza una vez más. Está vez, le arrojó un cobertor sobre las piernas, porque a consecuencia de la lluvia, la temperatura había descendido un poco.
"Vaya caballero" pensó Naoko.
-Por favor...- se oyó susurrar ella.
-Cállate.-dijo él, dándole la espalda. Caminó fuera de la habitación, y azotó el fusuma detrás de sí. Naoko volvió a quedarse sola.
Entonces entendió el propósito de la comida. Y del cobertor. Y de dejarla ver la lluvia y respirar el aire maravilloso de la montaña. No iba a matarla al contrario...Quería revivirla. Le dio de comer y beber y la cubrió porque si seguía a ese ritmo, moriría. Y su inversión se perdería.
Cruel. Fríamente calculado.
Deshumanizante.
Naoko suspiró. Cerró los ojos.
Y rió suavemente. Rió porque no había forma de cambiar nada encadenada y lastimada. Tuvo la esperanza que quizá está noche al menos no iba a ir a divertirse con ella, como parte de su 'recuperación'.
Y tuvo razón. Esa noche lo escuchó ir y venir en la casa. Escuchó ruidos de vasijas de sake, platos. Escuchó silencios y risas esporádicas y cortas. Supuso que estaba leyendo.
Pronto la oscuridad cubrió toda su habitación. Naoko dormitaba y entre sueños escuchaba los pasos y el ruido de una casa cotidiana. Se sentía como si fuera otra dimensión. Y ella un fantasma. Como si su existencia reducida a ese cuarto fuera un universo paralelo.
Entonces...los pasos. No en la habitación de al lado.
En el techo. Sobre la casa.
"Estoy soñando. O ya me volví loca". Pensó Naoko. Alzó la vista, como si fuera a ver algo. Aguardó. No hubo más pasos arriba.
Luego, pisadas apresuradas. Un grito. Algo que se rompió.
Su comprador iba y venía, entonces de repente gritó.
-¡VOY A MATARTE MALDITO!- Naoko juró haber oído el ruido de una espada desenvainarse. Su dueño era, o fue, un samurái. O eso creía ella, a decir verdad no lo conocía realmente.
Pero está casa no era de un campesino común ni de un artesano. Los Samurais ya no gozaban de la misma gloria que hace unas décadas, pero aún eran muy respetados. Y tenían mucho dinero. Tanto como para comprar una esclava y que nadie pregunte nada.
Nadie jamás cuestionó la privacidad de un samurái.
La tormenta en ese momento amainó lo suficiente como para que ella escuche a su esposo blandir la espada y maldecir. Se estaba desarrollando una pelea y cada vez estaban más cerca.
Escuchó una risa luego...una risa que le puso los vellos de la nuca de punta, y estremeció su carne hasta los huesos.
Un demonio. No podía ser otra cosa, era un demonio que se había metido a la casa.
Se estaba cenando a su marido, podía oír claro como el cielo de mediodía de verano los gritos de su hombre. Y sabía que ella sería el postre.
Se quedó quieta. Temblando. Todos sus músculos estaban dolorosamente tensos. Y el sudor apareció levemente en su sien. Los gritos fueron apagándose lentamente, suplantados por un horrible sonido que no supo describir con otra palabra que no sea 'viscoso'. Como si alguien apretara carne cruda entre sus manos.
Sé sintió enferma. Tuvo que contener una arcada para no vomitar pero el reflejo la hizo retorcerse, y por esto, sacudió sus cadenas más fuerte de los que le hubiera gustado.
Antes de que pudiera reaccionar, una figura alta se materializó en su puerta, los ojos amarillos brillando con un brillo animal, la sangre goteando de sus dedos, espesa, caliente, sobre el tatami.
Naoko no hizo nada, no veía más que lo que los relámpagos le permitían ver, fugaces vistazos.
Algo blanco.
Líneas. ¿Tatuajes?
Cuentas rojas.
La barbilla empapada del inconfundible carmesí de la sangre. Él la miraba sin decir una palabra.
-Largo.- Soltó Naoko casi como si escupiera la palabra porque se rehusó a salir, y tuvo el instinto de acercar sus rodillas a su pecho, quería hacerte pequeña, y desaparecer. Tiró de las cadenas con toda la fuerza que tuvo. En vano. Obvio que en vano, lo sabía, pero lo hizo sin pensar.-No me toques, no te atrevas...-
El demonio ladeó la cabeza suavemente y frunció el ceño. No contaba con esta presencia. Lo importunaba. Y odiaba eso.
Esto no estaba bien para nada. No sólo ella ahí sino... cómo estaba ahí. ¿Era una prisionera? Claramente si. ¿Por qué? Algo no le cuadraba. Le molestaba. ¿Qué era este lugar? Había visto esta casa muchas veces pero nunca vio una mujer. Por eso la eligió como lugar para la cena.
Se acercó a ella y entonces fue como si hubiera tirado una antorcha a una montaña de paja. El espíritu de lucha de esta mujer, pequeña y rota, se prendió magníficamente. Comenzó a echar patadas, a sacudirse y lanzar arañazos, gritos, rugidos, insultos. Ahora era la mirada de ella la que brillaba con un vigor inesperado.
Él sonrió. Le pareció admirable en cierto punto. No había forma en esta vida ni en la que viene ni en mil vidas más que esta humana pudiera siquiera hacerle un rasguño superficial. Pero ahí estaba ella, dando pelea o pensando que lo hacía.
En un movimiento rápido como un relámpago, él golpeó las cadenas en la pared y los brazos de Naoko salieron disparados hacia adelante en una catarata de puñetazos. Para cuando cayó en la cuenta de que estaba libre, él estaba en la otra punta de la habitación.
Naoko jadeó. Se puso de pie y cargó contra él, ignorando el tobillo hinchado, las rodillas lastimadas, las costillas rotas.
No iba a morir ahí. Y si lo hacía al menos moriría peleando.
Él sonrió. Era como un animalito acorralado. Estaba muy maltrecha y su visión perfecta le permitía ver todos los moretones en su piel, la sangre seca en su ropa. Pero estaba peleando por su vida, valientemente, con su último aliento. Era tan lenta como una tortuga para él, pero dejó que llegara a su cuerpo. Sintió los golpes de puño, los arañazos...y sintió el corazón bombear como loco dentro del pecho de la chica. Demasiado rápido.
Entonces se terminó.
Cayó al suelo, desmayada. Agotada. Estaba muy delgada y débil.
"Ese hijo de puta...eras su esclava ¿verdad?" Pensó Akaza. Y sintió una extraña ira en el pecho. Como si su estómago se enredara.
La miró ahí. Tirada. Estaba despeinada, su cabello negro desparramado a su alrededor, su piel era blanca pero estaba sucia, y tenía cortes y magulladuras. Parecía un animal.
Tenía el tobillo monstruosamente hinchado, de un color violeta profundo, con vetas verdes. No iría a ningún lado así, eso ya no servía para caminar. Tocó su costado con un dedo, y sintió el crujir de las costillas destrozadas. Akaza alzó las cejas...debía estar en un dolor insoportable pero de todas formas quiso enfrentarse a él. "Tienes un espíritu fuerte" pensó.
Cerró los ojos, bufó y fue a buscar otra pieza de hijo de puta para comer. Arrancó una pierna y volvió con la chica.
Mientras masticaba, decidía qué hacer. No podía dejarla así...una mujer en su estado, además tan débil, no podría subsistir mucho. La casa estaba muy alejada del pueblo. O de cualquier otro rastro de civilización, es claro que el tipo iba y venía al pueblo cercano cuando necesitaba algo, hasta vio un pequeño huerto a un lado del terreno, pero ella en ese estado no podría ni recoger una flor.
Podría cargarla y llevarla al pueblo...pero no faltaba mucho para el amanecer, y no se arriesgaría a rostizarse o a llamar la atención. En todo el tiempo que se alimentó en esa zona, no hizo sonar las alarmas del Cuerpo de Cazadores y pretendía que todo siga así. Esa gente era sumamente molesta.
-Odio cuando pasan estas cosas...iba a ser una cena rápida.- Masculló Akaza entre dientes, y con sus manos rompió los grilletes que habían quedado en las muñecas de Naoko. La miró, largamente. Y la tomó en brazos. La llevó a la otra habitación, y la acostó en el futón.-¿Por qué tenías que estar aquí, mocosa?-
Se sentó a su lado, en total oscuridad. Le dejó a su alcance un cuenco de agua, y algo que encontró para comer...ya había olvidado cómo sabían las frutas, pasó demasiado tiempo desde que comió una, pero supuso que eso le agradaría.
El sol saldría en cualquier momento...era hora de irse.
Pero pensó en volver. Sólo por ver cómo estaba ella.
Se había ganado ese honor porque en su miserable estado, en su patética existencia, quiso hacerle frente.
Y no lloró. En ningún momento soltó una lágrima.
Esta humana le despertó curiosidad.
