No todo lo que brilla es oro
Por Nochedeinvierno13
Disclaimer: Todo el universo de Canción de Hielo y Fuego es propiedad de George R. R. Martin.
Esta historia participa del Reto Multifandom #68: "Las estaciones del año" del foro "Hogwarts a través de los años".
Estación elegida: Primavera.
13
Jacaerys Targaryen
He oído el rumor
Después de domar el cielo, cobalto y sin nubes, a lomos de Vermax, el rey Jacaerys Targaryen descendió por la Colina de Rhaenys hasta la Puerta de Hierro, en compañía de ser Erryk Cargyll, vestido como un simple paje.
Llevaba una túnica de lana basta y una capa descolorida que ocultaba su pelo castaño y parte de su rostro. Ser Erryk, con el pelo largo hasta los hombros y la barba del color de la paja sucia, parecía un pescador más de los que se aglomeraban en la Plaza del Pescado. Debajo de su apariencia humilde, se encontraba fuertemente armado.
La casa del Consejero de los Rumores se encontraba junto a la Puerta Vieja. Era una edificación de piedra, modesta, con una puerta de madera y una ventana reforzada.
―Quedaos cerca, ser Erryk. Pero no llaméis la atención.
El caballero asintió.
Jacaerys llamó tres veces a la puerta como era costumbre antes de entrar.
El interior de la casa estaba parcialmente iluminado por la luz que se colaba por la ventana. El mobiliario era rústico: una mesa, dos sillas y una estantería con pergaminos viejos y un girasol marchito.
Ella apareció detrás de una cortina de perlas blancas con una copa de vino en la mano.
―¿Qué os trae por aquí, Alteza?
La mujer le invitó a tomar asiento y le ofreció beber de la misma copa que ella; el rey se sentó, pero no aceptó el vino.
Lady Mysaria ―un título que se le daba por cortesía― era la herencia más valiosa que Daemon Targaryen le había dejado.
La mujer era una bailarina lysena que, en Poniente, había sobrevivido gracias a su cuerpo y astucia. Su logro más importante había sido convertirse en la amante del Príncipe Canalla y haber llevado una semilla de dragón en su vientre. Una vez que su piel dejó de ser tersa y perdió la firmeza de sus pechos, demostró mayor utilidad como espía.
Daemon Targaryen la había usado primero, valiéndose de la influencia que le quedaba desde su época como Lord Comandante de la Guardia de la Ciudad, para que contratara a Sangre y Queso para matar al príncipe Jaehaerys; cuando Daemon murió, Jacaerys consideró un desperdicio prescindir de sus servicios y la volvió su Consejera de Rumores.
―¿Tenéis noticias para mí, Lady Mysaria? ¿Qué os cuentan vuestros informantes de mi hermano Joffrey?
―Vuestro hermano está en la Ciudad, tal como os había dicho, y no planea derrocaros, si es eso lo que os preocupa ―contestó la mujer―. Él en verdad se cerciora de que los Hightower cumplan con la rendición.
―¿Entonces…?
―Mis informantes me dicen que lo han visto en compañía de Daeron Targaryen. Los príncipes vuelan más allá de Mar Angosto, cada uno a lomos de su dragón. Su cercanía es indiscutible.
Jace le miró la cicatriz que le cruzaba la cara.
Era una marca borgoña que, en su piel blanca, parecía un vino derramado. Aquel había sido el precio que Lady Mysaria tuvo que pagar por su conspiración, pues ella sabía que Daemon Targaryen planeaba usurpar el Trono de Hierro.
Jacaerys le ofreció una alternativa a la muerte: una dosis del mismo veneno que había puesto fin a la existencia del Príncipe Canalla. El veneno era tan corrosivo que, al entrar en contacto con la piel, la había quemado y desfigurado. Una vez que la herida cicatrizó, se volvió su Consejera de los Rumores.
―Joffrey y Daeron… ―repitió para asimilarlo.
¿En verdad le sorprendía?
Joffrey era un hermano leal, fiel, que había sabido auxiliarlo cuando Luke lo hizo a un lado por egoísmo y rencor. ¿Por qué iba a querer traicionarlo? Él que se había manchado las manos de sangre por enmendar el error que Jacaerys cometió.
La explicación era mucho más sencilla: Joffrey tenía un amante. Un amante hombre. Que era su tío. Y que pertenecía a los Verdes.
Lady Mysaria le rozó la muñeca por debajo de la manga.
―Si me permitís la osadía, Majestad, ¿por qué os preocupáis por un hermano que está lejos cuando tenéis a otro tan cerca con las mismas inclinaciones?
―¿A qué os referís?
―A que vuestro hermano, Lucerys Velaryon, yace con uno de sus Capas Blancas. ―En sus ojos no había más que diversión. «Un día me pagaréis por haberme desfigurado», le dijo con rencor después de ver lo que había causado el veneno―. A uno que le falta un ojo… No recuerdo su nombre en este momento, pero también es vuestro tío, ¿verdad? Sois tantos Targaryen que a veces me confundo.
Su Consejera de los Rumores se estaba burlando de él. Y Jacaerys no lo soportó.
Arrojó la mesa contra la pared y el vino corrió por el suelo. Lady Mysaria gritó por la sorpresa, pero nadie acudió en su ayuda. El rey sujetó a la mujer por el cuello.
―¿Qué tan fiable es vuestra información?
―¿Cuándo os he fallado? ―Ella sonrió―. Cuando os dije de la Mano y Daeron Targaryen no os inmutaste, ¿qué tiene este hermano que no despierta el otro?
―Nunca lo sabrás ―dijo y le borró la sonrisa con acero.
En un rápido movimiento, él desenfundó la daga que llevaba en la cintura y se la clavó en el cuello. La sangre, espesa y cálida, le llovió sobre el rostro y la mano.
«Tengo que conseguir un nuevo Consejero de los Rumores», pensó.
Al salir al exterior, una ráfaga de viento primaveral le hizo ondear la capa. Ser Erryk, al verlo cubierto de sangre, se horrorizó.
―No es mía, ser.
―¿Qué hay de Lady Mysaria?
―Ya no tendremos que preocuparnos por ella ―le respondió.
Ser Erryk comprendió lo que había hecho y lo miró como si se hubiera vuelto loco.
Quizás tenía razón.
El dolor de la traición era tal que no sentía ningún vestigio de cordura o humanidad en él. Sentía que le habían arrancado el corazón del pecho. ¿Cómo Lucerys, su Lucerys, había podido hacerle eso? ¿Cómo...?
El rey Jacaerys Targaryen, daga en mano y cubierto de sangre, se dirigió a la Fortaleza Roja.
