No todo lo que brilla es oro
Por Nochedeinvierno13
Disclaimer: Todo el universo de Canción de Hielo y Fuego es propiedad de George R. R. Martin.
Esta historia participa del Reto Multifandom #68: "Las estaciones del año" del foro "Hogwarts a través de los años".
Estación elegida: Primavera.
14
Lucerys Velaryon
El verdadero poder
Lucerys Velaryon, Señor de las Mareas, llegó a Pozo Dragón, dispuesto a liberar a Arrax de sus cadenas y emprender vuelo hacia Marcaderiva, pero cuando Luke estaba a punto de ordenarle a su dragón que volara, desistió de su cometido.
«No puedo irme así.»
Regresó sobre sus pasos, trazando el camino hasta la Fortaleza Roja en el orden inverso que lo había recorrido. Las callejuelas que conectaban la Colina de Rhaenys con la Colina Alta de Aegon eran estrechas y estaban abarrotadas de vendedores ambulantes. El aire era una mezcla rancia de olor a comida callejera y suciedad. El crepúsculo rasgaba el cielo con rosa y púrpura.
Apresuró el paso.
«Tengo que hablar con Aemond.»
Era cierto que cinco años atrás había usado el deseo que despertaba en su tío para fortalecer el reclamo de su hermano, pues reconoció en su mirada ese brillo malicioso de querer poseer, el mismo que veía en Jacaerys antes de que le rompiera el corazón.
Cuando Aemond le respondió: «quiero que seas mío, mi señor Strong», su alivio fue instantáneo. Lucerys sabía cómo besarlo y cómo acariciarlo para ir encendiendo su pasión. Con Jacaerys había aprendido la teoría; con Aemond, puso todo en práctica. En ese instante, su corazón estaba con su hermano en Rocadragón, pero a través de su piel, su tío se iba a aproximando a él.
El último día en la isla, pensó que su tío volvería más específica su petición, que buscaría la forma de retenerlo a su lado, pero no fue así. Sus caminos se separaron. Aemond fue nombrado caballero y, posteriormente, hermano juramentado de la Guardia Real, por lo que permaneció en Desembarco del Rey; y Lucerys, por otro lado, ocupó su lugar como heredero de Marcaderiva, a cientos de millas de distancia de la capital.
Durante los años que permaneció alejado de la corte, recibió cientos de cartas de su hermano, una por cada ciclo lunar. Lucerys echaba todas al fuego. Y a menudo se preguntaba si el amor que sentía por su hermano no sería fruto del capricho infantil. ¿Y si Jace lo consideraba tonto e ingenuo y por eso lo había engañado para romper su compromiso? ¿Y si Jace en realidad no lo quería y la prueba máxima de ello era que nunca habían tenido sexo?
Y, a medida que todas esas inseguridades con respecto a su hermano aumentaban, Aemond Targaryen se apoderaba de sus pensamientos. Muchas veces había sentido la necesidad de verlo y de tenerlo de todas las formas que lo había tenido en la isla, pero, simplemente, no podía aparecerse en Desembarco del Rey después de años de haber evitado ese reencuentro. Su reencuentro con ambos: tío y hermano.
Viéndolo con retrospectiva, Lucerys no debió permitir que Jace lo besara y acariciara como Aemond lo había hecho segundos antes, pero una parte de él necesitaba comparar lo que cada uno le despertaba. Y ese contacto piel a piel con su hermano le confirmó lo que ya sospechaba: lo que hubiera sentido por él, había menguado hasta desaparecer. En cambio, cada vez que pensaba en su tío, algo se encendía en su interior.
Y Aemond tenía que saberlo.
Al llegar a la Fortaleza Roja fue recibido por Lord Beesbury. No recordaba su nombre, pero identificaba la colmena en el escudo del jubón.
―¡Por fin llegáis, Lord Velaryon! El Rey os busca. Os espera en el Salón del Trono.
Luke le agradeció y se encaminó al salón principal del castillo.
Cuando ser Erryk ―o ser Arryk― abrió la puerta para permitirle el paso, Lucerys quedó impresionado por la monstruosidad que era el Trono de Hierro. Cientos de espadas habían sido fundidas por el fuego de Balerion el Terror Negro para poder erigirlo. Allí era donde residía el verdadero poder.
Jacaerys estaba sentado a los pies del trono, con el pecho desnudo y una larga capa dorada cayendo sobre sus hombros. Tenía el rostro y las manos teñidas de sangre. Su expresión era indescifrable.
―¿Qué sucede, Jace? ―preguntó, cauteloso.
Había algo en la atmósfera que le erizaba el vello de la nuca.
―Siempre me llamó la atención que, después de romper el compromiso con Rhaena, no buscaras otra chica para desposar, pero me dije a mí mismo que eso no era extraño, pues la Serpiente Marina te ha mimado desde que eras pequeño. ―Jacaerys se puso de pie y caminó hasta Luke. La luz de las antorchas bailaron en su rostro―. Y pensaba que tu soltería se debía a mí, que yo era la razón por la cual te guardabas.
―Nunca quise que me malinterpretaras. Pensé que...
―¿Qué, Lucerys? ¿Qué te había olvidado? ―increpó―. ¿Qué podría seguir adelante?
―Yo lo hice, Jace. Te dejé atrás. ¿Por qué no puedes hacer lo mismo?
Jacaerys lo empujó, haciendo que trastabillara.
―Porque yo no puedo olvidar. Todo el día, todos los días, vuelvo a Rocadragón. ―Jace lo sujetó por el jubón; Lucerys pensó que iba a besarlo, pero le colocó una daga en el cuello―. ¿Hasta cuándo ibas a mentirme? ¿O pensaste que nunca me iba a enterar?
«Lo sabe ―comprendió Lucerys con temor. Quería retroceder, pero los pies no le respondían. El acero vibraba en su garganta―. Sabe lo mío con Aemond.»
―Yo... Debí decírtelo. Asumo mi culpa.
Jace lo miró con repugnancia.
―No eres más que una puta ―escupió―. Como no te di lo que querías, lo fuiste a buscar en otro. ¿Pero Aemond? No pensé que podías caer tan bajo.
―Eso no fue lo que pasó, Jace...
―¡Dime entonces qué fue lo que sucedió! ―interrumpió.
Lucerys calló, incapaz de hablar.
¿Cómo iba a decirle a su hermano que lo había perdido el día que ganó el Trono de Hierro? Él no lo iba a perdonar. Nunca lo había visto tan enojado y dolido al mismo tiempo. Ya no eran confidentes. Ni siquiera amigos.
Entonces, hizo lo único que se le ocurrió: ganar tiempo y confiar en que Aemond pudiera regresar a él.
―Te diré la verdad si tú me dices quién mató a Jaehaera.
