No todo lo que brilla es oro
Por Nochedeinvierno13
Disclaimer: Todo el universo de Canción de Hielo y Fuego es propiedad de George R. R. Martin.
Esta historia participa del Reto Multifandom #68: "Las estaciones del año" del foro "Hogwarts a través de los años".
Estación elegida: Primavera.
15
Aemond Targaryen
Estado de gracia
Ser Aemond Targaryen sabía que el Rey se encontraba encerrado con su hermano en el Salón del Trono y que ser Arryk custodiaba la gran puerta de madera con una espada en la mano.
«El rey ha pedido tu cabeza —le dijo ser Erryk, el hermano gemelo, cuando lo vio salir de los aposentos de la reina—. No pretendo enfrentarme a vos, Aemond. Pero el resto de nuestros hermanos no dudarán en atacar si el rey lo pide. —Cuando él le preguntó cuál era el motivo para caer en desgracia, el caballero le respondió—: El Consejero de Rumores ha susurrado las palabras equivocadas y esas palabras han despertado la ira del rey. Retiene al Señor de Marcaderiva con él.»
Para Aemond Targaryen no cabía duda de lo que había acontecido: Jacaerys se había enterado de su unión carnal con Lucerys, pero su sobrino lo subestimaba si pensaba que se iba a rendir sin luchar. Afortunadamente, ser Arryk Cargyll había tenido la prudencia de advertirle al respecto; de lo contrario, Aemond habría tenido que abrirse paso con Hermana Oscura para llegar al Salón del Trono.
La sola insinuación de que Luke se encontraba en peligro había alcanzado para borrar de un plumazo su disgusto inicial.
Solo existía una forma de entrar en la estancia sin ser visto y era utilizando la puerta del rey, la cual se encontraba detrás del Trono de Hierro. Se deslizó sigilosamente hasta la columna que separaba el salón propiamente dicho de la galería donde el pueblo permanecía de pie durante las audiencias reales. Se agazapó en su escondite y aguardó.
―¿Quieres saber qué sucedió con la niña de Helaena? —preguntó Jacaerys—. Yo fui quién la mató. ¿Sabes por qué? Porque se atrevió a decir que yo era un asesino que había acabado con la vida de su hermano y luego con su padre. Me dijo que Helaena jamás me perdonaría por ello y que mi semilla estaba maldita.
»La arrojé por la ventana. Se resistió, por supuesto. Gritó y luchó, pero nadie la ayudó. Era la Fiesta del Equinoccio, todos estaban ocupados. ―Aemond tuvo que morderse la lengua hasta sangrar para no delatarse. ¿Cómo podía admitir su crimen sin remordimiento alguno? Su sobrina no era más que una niña—. Cuando encontraron su cuerpo, solamente tuve que fingir desconocimiento.
»Y luego Joffrey se encargó de Daemon que, francamente, ya comenzaba a ser una molestia. Intentó derrocarme por no tener herederos. Pero Aemond fue leal a mí, me advirtió de sus intenciones, y yo fingí no saberlo para que Daemon no sospechara. Cuando nos encontramos para entrenar como hacíamos habitualmente, le hice una herida superficial que lo mató. Joffrey le prometió que le daría el antídoto del veneno si admitía su culpabilidad y Daemon creyó en él.
Y así, de forma tan simple, había confesado lo que Aemond Targaryen llevaba sospechando desde que había ocurrido la tragedia. Llevó la mano a la empuñadura de la espada. Su paciencia era limitada.
—No entiendo. Si los venenos son cosa de Joffrey y él siempre te ha servido, ¿por qué intentó envenenarte? —escuchó que preguntaba Lucerys.
«Te lo dije, mi señor Strong. No todo lo que brilla es oro y aquí estamos todos podridos.»
—Porque no es Joffrey quien manipula los venenos. Él solo aprende sobre ellos para saber a qué enfrentarse —dijo Aemond, saliendo de las sombras—. El rey se envenenó a sí mismo. ¿Verdad, Su Majestad?
Jacaerys se encontraba a los pies del Trono de Hierro; su daga mantenía a Lucerys amenazado.
—Aemond siempre lo supo —admitió, sin inmutarse—. Su lealtad es conmovedora, eso debo reconocértelo.
«No soy leal a ti», quiso decirle, pero eso no era verdad.
Aemond Targaryen había prometido hincar la rodilla y ser fiel al primogénito de Rhaenyra, y había cumplido con su palabra. Incluso cuando Jacaerys se convirtió un rey tan cruel y déspota como Aegon II.
Pero el asesinato de su sobrina era su límite y esperaba que Lucerys lo entendiera.
—¿Qué hemos hecho, Aemond? —susurró Luke mirándolo a él y solo a él.
—Pusimos en el Trono de Hierro a una sombra de Maegor el Cruel —respondió.
Jacaerys, rojo de furia, cubrió a Lucerys con su cuerpo para interrumpirlos:
—Ya te di mi verdad, ahora me debes la tuya.
—Cinco años atrás, le pedí a Aemond que se convirtiera en tu aliado y él, a cambio, me hizo prometerle que sería suyo.
Aemond chasqueó la lengua.
—Me parece que estás pasando un detalle por alto, Luke. —Levantó la mano, enseñando la cicatriz gemela a la que poseía su sobrino—. Nuestro pacto fue sellado con sangre y tú sabes lo que eso significa.
—¡No! —gritó el rey—. ¡Eso no es posible!
—Aemond es mi esposo, Jace. Nos casamos según la tradición Valyria —respondió Lucerys—. Él es mío y yo soy suyo.
El rey se abalanzó sobre Aemond, daga en mano.
El caballero levantó a Hermana Oscura y detuvo el ataque. El puñal cayó al suelo; el rey tuvo que arrodillarse para evitar el filo de la espada. Aemond sintió el impulso de romper su juramento y manchar su capa con la sangre del rey al que juró proteger, pero cuando estaba a punto de hacerlo, Lucerys susurró:
—Es mi hermano, sangre de mi sangre. —Aemond maldijo entre dientes el poder que tenía Luke en él. Quería matarlo y, sin embargo, no iba hacerlo. No cuando su muerte rompería a su amado en mil pedazos—. No puedes matarlo, Aemond. —Jacaerys sonrió, sintiéndose a salvo. Una vez más, la piedad de su hermano ganaría la batalla por él. Luke se agachó para tomar la daga del suelo—. Por Jaehaera —dijo y lo apuñaló en el cuello. Jacaerys se llevó las manos a la herida—. Por Helaena. —Y lo apuñaló en la espalda—. Por Aemond. —Lo hirió en el vientre—. Y por mí, que creí todas tus mentiras. —Dio el golpe de gracia en el corazón.
Lucerys se echó a llorar como un niño; Aemond lo acunó en sus brazos.
—Te tengo —susurró contra su pelo.
