Capítulo 46- Nuevos horizontes
Era ya un milagro si a Atsushi no le daba un paro cardiaco allí mismo. De repente sus memorias volvieron y el refugio mental que había construido se vino abajo por segundos, tan solo por escuchar ese nombre.
—¿Q-Qui…? ¿Quién te dijo eso? —tartamudeó el mayor.
Para Todomatsu era evidente que Atsushi estaba extremadamente nervioso, asustado y quizá hasta enojado.
—Nadie.
—No digas tonterías… —balbuceó.
—Contéstame. ¿Es Tougou?
—Ya basta, Todomatsu. Ya basta, ya basta… ¡BASTA!
—¡Hey! Calma. Solo quiero saber si tú…
—Hice todo lo que pude con tal de no volver a oír ese nombre, y ahora vienes de la nada a preguntarme algo así… Verlo a la cara fue muy doloroso. ¡Fue espantoso! Ni siquiera fui capaz de mantenerme en pie… Si Yanagida no hubiera estado allí quizá yo…, no lo sé, pude haber muerto de miedo. Otra vez.
—¡Pues lo siento, querido! Pero es algo de lo que debemos hablar —exclamó Todomatsu con voz fuerte y firme. Ya no tenía intenciones de seguir llorando; se mantuvo firme y sacaba a flote todo lo que tenía que decir.
—Todomatsu…
—Entonces, sí es Tougou el apellido de tu padre, ¿verdad? —El silencio detrás de la línea le dio la afirmación que necesitaba—. Si ese es el caso, entonces tenemos mucho en común. Más de lo que crees… —Mas lágrimas se juntaron en sus párpados—. Déjaselo todo a tu primo. Ven aquí ahora mismo, y, si no estás dispuesto a hacerlo, estoy saliendo yo ahora mismo a Shikoku esta noche.
El silencio detrás del otro lado de la línea lo torturó. Finalmente obtuvo una respuesta.
—V-Voy a… dejárselo a él. Solo quería proteger a Kaede y a… todos nosotros. —Su voz sonaba como si fuera echarse a llorar.
—¿Entonces…?
—Volveré a Tokio. Sigo teniendo asuntos pendientes…
—Oye, Atsushi-kun, lo siento, pero la gravedad del asunto lo requiere y quiero aclarar muchas cosas. Siento si te he hecho sentir mal, pero ahora sé que hay muchas cosas que no entiendo porque Futsuumaru fue quien me dijo que… —Se detuvo.
Supo que no debía dejar que supiera que su amigo le había dado información referente a su pasado, por lo que se quedó callado. Sin embargo, grande fue su sorpresa cuando se dio cuenta que Atsushi ya le había cortado la llamada.
Todomatsu se quedó llorando lo que restó del día cada que recordaba el rostro de su amado. Cuánto lo necesitaba…
Más tarde al entrar a la habitación, Yanagida encontró a Atsushi llorando a la orilla de la cama. No llorando como un bebé, sino que sus lágrimas solo recorrían sus mejillas mientras mantenía su típica expresión de sueño.
—¿Qué sucedió?
—Lo sabe… Pero no sé cómo. El nombre de mi padre.
Yanagida se encogió de hombros.
—¿Y?
—¿Cómo que "y", estúpido? —Atsushi hablaba con enojo y preocupación, tenía la cabeza agachada mientras sobaba sus sienes con cansancio.
—Bueno, ¿te preocupa que sepa sobre los crímenes de ese tipo? ¿O… te preocupa que sepa que compartes sangre con ese monstruo?
—No lo sé. Me duele muchísimo la cabeza… C-Creo que…
—¡Hey! ¡Hey! —Antes de que pudiera darle otro ataque o algo similar, Yanagida se aproximó al otro y lo tomó de los hombros, atrayéndolo hacia él—. Ven, vamos por té a la cafetería. También deberías comer algo, mira que pálido estás.
—No quiero té.
—Bueno, pero al menos comamos algo. Deberías de…
—¡No quiero nada! —Gritó y empujó al moreno lejos de él, donde no pudiera tocarlo—. No quiero… hacer nada. Creo que estoy teniendo una crisis de nuevo y… y…
—Hey, ven conmigo —dijo preocupado intentando acercarse otra vez.
—No me toques —se abrazó a sí mismo poniéndose de pie. Iba en dirección al baño—. No quiero nada…
No hablaron por el resto del día. Yanagida se fue a su habitación, aunque seguía preocupado por el otro. Atsushi no estaba dispuesto a dejarse ayudar. Debería partir a Tokio otra vez, aunque no se lo había dicho a Yanagida.
Y, de hecho, ya que lo pensaba mejor, le dijo a Todomatsu que volvería con él, pero no le dijo cuándo. Al menos sabía que el chico no saldría a Shikoku esa misma noche debido a que lo esperaría. Aquello lo tuvo sin cuidado por un tiempo hasta que cayó en cuenta que también tenía asuntos en el trabajo. Grandes asuntos.
Los pensamientos que pudiera tener Todomatsu sobre él lo torturaban. Con mucho esfuerzo y ayuda de los dioses logró conciliar el sueño.
Al día siguiente Yanagida y Atsushi no hablaron en todo el día, sino hasta la noche. De hecho, aquella era la última noche de estancia de Atsushi allí y el moreno no lo sabía. No estaba en el hotel, sino en un bar cercano que encontró cuando deambulaba en la noche por las calles sin el auto.
Le había costado dar con su paradero, pero gracias a que el pueblo era en sí muy pequeño, lo encontró.
Yanagida entró al diminuto bar y se sentó a un lado de Atsushi. Estaba ya demasiado ebrio como para darse cuenta de que el modelo estaba allí junto a él. Se quedó en silencio. Solo veía como Atsushi bebía en silencio mientras su cabeza se balanceaba de un lugar a otro, mientras tenía los ojos llorosos y entrecerrados con las mejillas rojísimas. Estaba encorvado sosteniendo el vaso de whiskey a medio beber. De un trago terminó de echárselo todo y pidió otra ronda. Se lo sirvieron. Lo volvió a terminar y volvió a pedir más, hasta que el barman le negó la bebida.
—Lo siento, señor. Pero su condición no se ve muy bien. Ya no puedo servirle más.
—¡Tengo dinero! —dijo irreconociblemente dejando un fajo de billetes sobre la barra—. Deme una botella.
—Lo siento, pero mi respuesta es "no". Veo por el bienestar del cliente. ¿Cómo se irá a su casa?
—E-Eso a usted no le incumbe… Deme una botella.
—¡Atsushi, ya basta! —dijo Yanagida acercándose al joven mientras ponía una mano sobre su hombro y le devolvía el dinero.
Atsushi no le dio importancia.
—¿Lo conoce? —preguntó el barman.
—Sí, es familiar mío. Disculpe las molestias, ¿puede darnos un momento?
—Si este hombre sigue aquí puede incomodar a los demás clientes, y además usted no está consumiendo nada. Deben irse.
—Si es así… —Yanagida fue ahora el que se sacó unos billetes del saco y se los tendió al empleado—. Deme una limonada.
El hombre no pudo oponerse y se fue a servir el pedido. Yanagida se giró hacia el joven ebrio y lo sacudió débilmente. Atsushi tenía la cabeza hundida entre sus brazos, estaba quedándose dormido.
—Cielos, Atsushi, ¿cuánto bebiste? —preguntó muy preocupado. No obtuvo respuesta.
El barman le trajo la limonada y con un gesto se lo agradeció. Después pidió un vaso con hielos que también le trajo casi de forma inmediata. Obligó a Atsushi a masticar algunos de los cubitos de hielo. Al fin de unos minutos el muchacho por fin dijo unas tenues palabras.
—Te… lo dejo todo a ti… El a-asunto con mi p-padre… Termínalo tú.
—¿Qué dices, Atsushi? Si ya estamos aquí. Lo que pasamos no fue por nada.
—Voy a irme mañana a Tokio, con mi novio. Ya no quiero estar aquí... —Seguía con la cabeza hundida entre los brazos, recostado en la barra. Sus palabras apenas lograban entenderse debido a que se encontraba bajo los efectos del alcohol.
—¿Qué?
—S-Se lo dije… Voy a verlo mañana. Pero… ya no quiero hacer nada. Ni en Shikoku, ni en Tokio, ni en ninguna parte del mundo… No quiero estar en ninguna parte.
—Hey, no digas eso. Ten, mastica otro cubo de hielo.
—Sé que tú vas a hacer un mejor trabajo… Siempre fuiste más fuerte. Termínalo todo. Y… d-discúlpate con Kaede por mí. Yo no tengo padres, pero… ella fue como una madre para mí. Discúlpate con ella p-por mí…
—Ya deja eso. Sabes que no quiero quedarme solo tampoco. ¡No quiero! Solo te tengo a ti. Hemos pasado por lo mismo… Kinko y Nozomi… ¡Ellas nos abandonaron a los dos!
La mención de esos nombres hizo que Atsushi se sumiera más en su tristeza. No quería ver a su primo.
—Déjame solo.
—No, Atsushi. Ven, vámonos. —Lo tomó del brazo con la intención de apoyarlo encima de él y llevarlo así hasta el hotel, pero le fue imposible.
—¡Déjame! ¡Su-Suéltame! Tonto hipócrita…
—¡Te vas a arrepentir de lo que estás haciendo! Ya no voy a echarme para atrás, tonto cobarde. Si te dejo aquí vas a terminar muerto.
—No me importa, lárgate de aquí.
—¡¿Esa es tu intención?! ¿Embriagarte hasta la muerte como hiciste hace años? Te dije mil veces que el maldito suicidio no debería ser una opción ni para ti ni para nadie, idiota. Lloré como imbécil sobre tus piernas al lado de tu camilla en el hospital. ¡Piensa por un segundo! Ven, levántate. Vámonos.
—Su… Suéltame.
Atsushi estaba irreconocible, sin embargo, Yanagida logró poner de pie a Atsushi. Se tambaleaba terriblemente y ni siquiera podía permanecer erguido. Pensó que ya tendría sus razones para portarse así.
«Yo no soy fuerte, Atsushi. Tú eres muy débil», pensó. Aunque la verdad fuera que, en realidad, Yanagida sí era muy fuerte como águila en vuelo.
Para compensar la incomodidad, Yanagida terminó pagando más de lo debido. El barman no objetó. Salieron del lugar.
Casi a rastras el modelo se llevó al joven empresario hasta el hotel, mientras oía sus protestas y lo maldecía entre dientes.
—Cuando lleguemos al hotel voy a bañarte con agua fría para que se te baje el maldito alcohol, imbécil. Luego te largas a donde quieras.
—C-Claro que… me largaré a donde quiera.
—Shh, no hables. No te entiendo ni una mierda y no quiero oírte. Detesto hablar con borrachos, me saca de quicio.
Y Atsushi no volvió a hablar el resto del camino.
Llegaron al hotel y subieron con ayuda del ascensor. Se metieron al cuarto de baño y Yanagida le sacó la ropa y lo metió a la bañera con el agua de temperatura muy baja. Verlo tiritar le dio gracia y lástima al mismo tiempo… «Te lo mereces».
Al verlo se preguntó cómo era que se habían distanciado tanto. Cuando Atsushi se ponía ebrio volvía a ser como cuando era niño; necio, llorón y torpe. Y de pronto recordó cuando ambos se bañaban juntos de pequeños y jugaban con patitos de goma. Había pasado un buen tiempo desde que no compartían un baño en las aguas termales o algo parecido. Suspiró.
—Está friísima —dijo abrazándose a sí mismo y rechinando los dientes.
—Espero que ya se te haya despejado la cabeza un poco.
—P-Pero… me va a dar fiebre.
—¡Si te da fiebre yo te curo! No te preocupes.
—Tarado.
—Quédate remojando un poco. Voy a traerte ropa. Volveré.
Al cabo de unos minutos Yanagida volvió con ropa suya para Atsushi. Ya no disponían de tantos cambios limpios, por lo que ir a la lavandería sería su próxima opción. Por fin había decidido que dejaría que Atsushi se marchara. No lo necesitaba. Mientras lo ayudaba a vestirse, le dijo:
—Yo voy a llevarte.
—¿Eh?
—A Tokio. En tu auto, no te preocupes. A mí ese horrible Mazda blanco ya no me sirve tanto. La agencia va a conseguirme otro.
—Mañana ya podré conducir…
—¿Seguro? —le preguntó mientras le ponía la camiseta para dormir.
—Que sí. Tú déjame.
—Bien. —Se puso de pie y se fue a la puerta. Ya no quería discutir más—. Me voy a descansar. Al menos no seas imprudente y avísame cuando te vayas.
¡Ja! Lo que los sextillizos darían por ese "horrible" Mazda.
Estuvieron separados durante toda la noche. Si bien no pudo recuperarse del todo lo cierto es que el baño le había ayudado mucho para bajar los efectos del whiskey. Ahora sí, lo tenía claro: mañana volvería a Tokio. No importaba que traicionara a Kaede o a Yanagida… No quería perder a su persona especial, Todomatsu.
Al día siguiente Atsushi se levantó a las 10:00 de la mañana con una resaca terrible, sin embargo, recordó las palabras del otro y después de tomar un baño otra vez, fue en su busca. Estaba en la cafetería, como había acostumbrado durante su estancia. Atsushi ya llevaba consigo el maletín con sus cosas, su traje bien limpio y planchado y los zapatos brillantes y pulcros. Se aproximó a su acompañante con calma.
—Yanagida…
—Buen día, bello durmiente. ¿Cómo te sientes?
—Ayer me dijiste que te avisara cuando me fuera, y aquí estoy, avisándote que ya me voy.
—Oh.
—No sé cuándo vamos a volver a toparnos, así que, si tienes algo que decirme, hazlo.
—Cuídate, Atsushi —dijo sin más. Se puso de pie al igual que el otro y le tendió la mano. Mano que Atsushi estrechó con fuerza y efimeridad.
—Por supuesto, tú también. Mucha suerte con el asunto.
—Con o sin ti me va a ir bien, problemático.
—Perdón por la escena que hice ayer.
—Da igual.
—Entonces… me voy.
—Claro —sonrió con fugacidad—, adiós.
—Adiós —hizo una reverencia y se dio la media vuelta para salir del lugar.
Subió al auto sin ver hacia atrás, cosa que Yanagida tampoco hizo en un principio. Atsushi partió rumbo a Tokio. Al oír el motor arrancar y marcharse lejos, Yanagida se giró para desearle mucha suerte a su primo y decirle en su mente y corazón: «No te preocupes, déjamelo a mí. Tú debes irte y conquistar nuevos horizontes».
Pasaron varias horas de viaje. Por suerte ningún policía se cruzó en su camino y pudo llegar a tiempo. Luego de varias horas de viaje se vio entre el bullicio de Tokio, estaba en casa. En aquellas horas Todomatsu no debería estar en casa, pues era su hora de trabajo. Se alegraba de que después de todo no hubiera ido a por él hasta Shikoku.
Entró a la casa y el aroma de ésta lo embriagó de nostalgia. Se quitó los zapatos en el recibidor y dejó el maletín en el sofá de la sala. Se recostó.
Al cabo de unos treinta minutos desde su llegada luego de tantas horas en carretera decidió tomar el celular e interrumpir al joven que se encontraba en el trabajo. Timbró un par de veces.
—¡Totty! —gritaba Aida desde la cocina—. ¡Tu celular está sonando!
—Enseguida voy —dijo mientras estaba terminando de cobrar a una clienta—. ¡Sacchi! ¿Podrías ocuparte de la caja un momento, por favor? Volveré pronto. Lo siento, es importante…
—Claro, no tardes, Totty.
—Será rápido.
Todomatsu se volvió a atar el delantal y salió corriendo rápido en dirección al área de cocina. Tomó el celular en sus manos. Cuando vio el nombre de Atsushi en la pantalla del teléfono se puso ansioso, ya no sabía qué podía esperar de aquel hombre. Respiró hondo antes de contestar.
—¿Hola?
—Todomatsu, ¿qué estás haciendo ahora?
—En el trabajo… —dijo sin rodeo. El hecho de que Atsushi hubiera empezado la frase con su nombre hizo que la piel se le erizara.
—Sales a la misma hora de siempre, ¿no?
—Hoy llego a casa más temprano. Eh… ¿Qué sucede? Hablas como si tuvieras prisa.
—Es el estrés del viaje, no le prestes atención.
—¿El viaje? ¿O sea que…?
—Ya estoy en Tokio. De hecho, ya estoy en la casa. Estoy esperándote para que… podamos hablar.
—¡¿Ya estás en…?! Dios mío, qué bueno, Atsushi-kun. Solo es una hora… ¡Una hora! Espérame.
—No iré a ninguna parte, tranquilízate.
—Tengo que irme… Hagas lo que hagas, no te vayas. Adiós, voy a apurarme.
Todomatsu sintió que la hora que le quedaba de trabajo duraba más de lo normal. Como si fueran tres o cinco horas. En cuando llegó la hora de salida salió casi corriendo, olvidando despedirse de las muchachas, y tomó el metro.
El trascurso no fue largo.
Una vez estando frente a la casa no se sentía tan nervioso como cuando estaba lejos. Abrió la puerta y dejó los zapatos en el suelo justo a un lado de los de Atsushi. Una vez pasando y llegando a la sala, pudo verlo de espaldas sentado en el sillón. Estaba recargado con la cabeza hacia atrás, en completo silencio y todavía con la ropa formal. Quizá dormía… quizá no.
Todomatsu se acercó a él con cautela y se quedó de pie en el marco de la puerta sin saber cómo encararlo.
—Ya estoy en casa, Atsushi-kun. Y, a ti también… Bienvenido.
