Capítulo 12
Desperté en mi cama, sí, pero sola y arropada. Estuve toda la mañana dándole vueltas a lo ocurrido la noche anterior, con una sonrisa tonta en los labios y las mejillas sonrojadas. Todo había resultado perfecto, incluido el incidente de mi inoportuno sueño. Fate había resultado ser una dama, atenta, amable y educada. Me había dejado y se había marchado. Sin más. Y el hecho de que no hubiera hecho si quiera el intento de propasarse, incluso me ofendió. El reloj de pared anunciaba que faltaba poco para el mediodía, no obstante, mi ayudante de enfermería aún no había hecho su aparición. Aquello me preocupó. ¿Acaso se sentía incómoda o violenta conmigo por lo ocurrido? ¿Rescindiría nuestro contrato verbal de colaboración? Apenas llevaba cuatro días contribuyendo con su ayuda y esperaba de todo corazón que no se hubiera cansado. No sabía por qué, pero, la idea de continuar mi trabajo sin la entretenida presencia de Fate, me resultaba desagradable. Me entretuve llenando un maletín de medicinas y efectos de primeros auxilios, pues sabía que Yuuno acudiría esa tarde a recogerlo para continuar su periplo por el módulo de máxima seguridad. ¿Cómo estaría? Me sentía un poco culpable, apenas me había acordado de él en todos estos días. Si llegase a saber lo que había sucedido la noche anterior, probablemente me despediría de inmediato. Caminé tras el biombo para coger unas gasas, cuando advertí voces en el pasillo. Volví a girarme, dejando algodones y alcohol sobre la mesa, y aguardé paciente. Un alguacil se acercaba, lo sabía por el incesante tintineo de las llaves que llevaban siempre colgadas del cinturón. La puerta se abrió y, en efecto, la encargada entró. Pero no veía sola. Abrí los ojos de par en par asombrada ante lo que vi. La alguacil traía a una presa sujeta del brazo, de muy malas formas. La susodicha tenía el labio roto y una brecha en la ceja. Estaba despeinada y con la ropa llena de polvo. Venía esposada. Era Fate.
- Aquí le dejo a esta pajarita, doctora. A ver si puede coserle la cara y meterle en vena algo que le baje los humos. –escupió la encargada.
Fate se giró para mirarla, levantando la cabeza en una clara señal de orgullo. La alguacil la empujó al centro de la enfermería, soltándola y dando un paso atrás.
- No me mires así, Testarossa. –le advirtió, aunque también habría podido ser una súplica– Haga lo que pueda, doctora.
- Enfermera. –corregí, como siempre– Haga el favor de quitarle eso. –me quejé– Suéltela ahora mismo.
La mujer me miró con suspicacia, pero eso no me amedrentó. Di un paso al frente con los brazos cruzados, sabiendo que Fate me miraba con atención.
- ¿No me ha oído? –pregunté.
- Esta mujer es peligrosa. No tiene ni idea de la que ha armado hace un momento en…
- Me trae sin cuidado. –corté– Aquí no es más que una paciente que necesita atención médica. No podré ocuparme de sus heridas si se encuentra en esas condiciones. Suéltela.
- Le advierto que tendrá que quedarse a solas con ella, tengo que ir a recoger a las otras, que están mucho peor.
- Correré el riesgo, es más, lo haré yo misma. Por favor, la llave.
La alguacil me miró anonadada, como si acabase de decirle la barbaridad más grande que jamás hubiese oído en toda su vida. Sin embargo, respiró hondo y sacó una pequeña pieza de metal de su llavero, entregándomela de mala gana.
- Usted verá lo que hace. Queda bajo su responsabilidad. –declaró, marchándose con un portazo.
Me acerqué a Fate y, cogiendo sus muñecas entre mis manos, metí la diminuta llave en la cerradura de las esposas.
- Ya está. –exclamé con triunfo cuando pude quitárselas. Tenía las muñecas enrojecidas– ¿Mejor?
- Gracias. –declaró, e intentó sonreír, pero su labio roto se lo impidió.
Cogí gasas y puntos de papel, así como desinfectante y algodón antes de volver junto a ella, que se sacudía el pelo y los tejanos de tierra.
- ¿Se puede saber qué ha pasado para que te presentes así?
- He tenido que poner a un par de tías en su sitio. –dijo sin más.
- Entiendo. –humedecí el algodón con alcohol.
- Hoy ha entrado una nueva. Una… ratera cutre, ¿sabes? De estas que joden los parquímetros. Una coge carteras. La querían acribillar entre cuatro, solo por ser novata.
- Y yo que pensé que las novatadas eran solo cosa de las residencias universitarias… –murmuré, impactada– ¿Fuiste en su defensa?
- Fui a poner orden. No me gustan los jaleos en el patio cuando paseo. Me distraen de pensar en mis cosas, ya sabes, intentos de fuga y cosas así.
La miré, con las cejas alzadas, ella solo se encogió de hombros. Pasé el algodón por su ensangrentado labio inferior. Dio un salto en la camilla.
- Qué vergüenza, una mujer tan grande con miedo al alcohol. –reñí, riéndome.
- Escuece. –se defendió Fate.
Sustituí el algodón con alcohol por una gasa limpia, para no acrecentar su incomodidad y darle periodos tranquilos antes de volver a desinfectar.
- Algo más ha tenido que pasar, ¿no? No creo que solo por mantener el orden en el patio te hayas estado revolcando por el suelo con otras presas, ¿no es verdad? –tanteé.
- Le tenía ganas a una de esas cabronas desde hace tiempo. –declaró Fate, viendo cómo yo preparaba uno de los puntos de papel para su ceja.
- ¿Por qué? –cuestioné.
- Había dicho… cosas… sobre ti. Comentarios. –aquello me dejó muda. Levanté la cabeza mirándola con seriedad. Ella sostenía la gasa en su boca, cortando así la hemorragia. Evitó mi mirada durante unos instantes, antes de iluminarme con sus borgoñas ojazos.
- ¿Qué cosas decía? –Fate negó con la cabeza esbozando una tenue sonrisa de medio lado.
- No volverá a hacerlo. Nunca. Ahora sabe que debe respetarte.
Me sentí muy agradecida por una parte, y algo asustada por la otra. Imaginaba que me traerían a la «angelita» en un rato, y suponía que debería reconstruirle buena parte de la cara, y quién sabe qué más.
- Te lo agradezco… pero no te metas en peleas por ese motivo. Puedes ganarte una temporada en la celda de castigo.
- Ya he estado. Es muy tranquilo. Salgo de ella como nueva.
Ni siquiera me molesté en constatar. Apliqué los puntos en la ceja y volví a desinfectarle el corte del labio, soplándole con ternura para evitar el escozor.
- Aún no te he agradecido lo de anoche. –susurró.
Bajé la vista, pues yo me encontraba de pie y ella, sentada en la camilla. Movió la cabeza, apartándose el flequillo de la frente. Desde mi perspectiva veía cómo se le marcaban un poco los huesos de la mandíbula y las heridas le daban un aire peligrosamente sexy que me hacía perder la concentración.
- No hay de qué. Estamos en paz, luego tú… hiciste que no me quedara dormida en el sofá. Gracias.
- No tienes idea de lo mucho que me costó. –añadió.
- ¿El qué?
- Dejarte en la cama y darme la vuelta. –murmuró, mirándome– Fue toda una prueba de dominación. Creo que solo por no haberte tocado un pelo, merezco una reducción de la pena, ¿no te parece?
Tragué saliva, apartándome de ella y guardando los enseres de las curas en su sitio. El ambiente permaneció tenso durante unos segundos. Poco después, ella volvió a sus labores, organizando cajas de medicamentos y yo tomé notas en mi cuaderno, hasta que la puerta se abrió y por ella entró Yuuno. Me sonrió con candor y amabilidad, gesto que no compartió con Fate, que permanecía medio oculta y en silencio detrás del biombo.
- Veo que sigues enfrascada poniendo parches a lo peor de esta sociedad. Tediosa labor la tuya. –declaró con mala intención, en referencia a Fate.
- Hago mi trabajo. –apacigüé– Te he preparado el maletín. ¿Cómo va todo en el módulo de alta seguridad?
- Avanzando, lento pero seguro. Gracias por lo del maletín, eres una joya. –me dijo, guiñándome un ojo.
- No es para tanto, solo… bueno…
- Tuviste guardia anoche, ¿verdad? –me cortó– Pasas demasiado tiempo encerrada en estos muros. No es justo para ti. Tú no estás presa.
- Lo sé. Yuuno. Solo intento ser útil y hacer bien mi trabajo. –repetí.
- Lo haces magníficamente. Demasiado bien, quizá. No debes consagrar todo tu tiempo a ello, necesitas salir y distraerte, dormir en casa, lejos de todas estas… –respiró hondo– Creo que tengo la solución.
- ¿Solución? ¿Qué solución? –cuestioné, confusa de adónde pretendería llegar con todo aquello.
- Una cita. Tú y yo. Lejos de aquí. ¿Qué me dices? ¿Quieres cenar conmigo?
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