Capítulo 14
Fate me miró como si acabase de propinarle una dolorosa puñalada a la altura del corazón, su extrañamente pálido semblante pareció empeorar al tiempo que sus brillantes y borgoñas ojos me enfocaban con nerviosismo. Hacía días que no nos veíamos, pues el fin de semana había estado de por medio y yo lo había aprovechado para irme a mi casa. Necesitaba pensar. Suspiré mientras continuaba metiendo algunas cosas dentro de mi maletín, pretendiendo ignorar la presencia de Fate en la enfermería. Mi mente no había parado de procesar la información que me había llegado el último viernes en que habíamos estado juntas, en ese mismo escenario. «Tienes visita. Date prisa o la rubia que te está esperando se largará por donde ha venido». Nunca una frase tan corta había dado para tanto. ¿Quién sería esa mujer? ¿Quién era y qué tipo de relación tenía con Fate? ¿Su amiga? ¿Su amante? Las miles de posibilidades se habían arremolinado en mi mente robándome el sueño durante horas, arrancándome la calma sin piedad. Ella me había dicho que no había nadie esperándola fuera. ¿Acaso había mentido? Y aunque así fuera, ¿por qué demonios tenía eso que afectarme tanto? Después de todo, yo solo era la enfermera de su módulo y, por cordial que fuera nuestra «amistad», no pasaba de ahí. Y jamás pasaría. Durante esos días había revoloteado a mi alrededor una inquieta posibilidad que me atemorizaba, una probabilidad a la que pretendía no dar cabida, por miedo. Ni siquiera quería pensar en ello. Fate dio un paso al frente y se cruzó de brazos. Mi estómago dio un vuelco, pero seguí recogiendo.
- Veo que tienes prisa en irte. Ni siquiera es media tarde y ya estás dejándolo todo impoluto. –me increpó con mal humor.
Respiré hondo sabiendo que el tenso pero cómodo silencio había sido roto de forma irreparable.
- Aún tengo que arreglarme, no quiero llegar tarde. –me excusé.
- Claro. Supongo que querrás ponerte guapa para tu cita… y para él.
Giré la cara mirando la expresión ceñuda y malhumorada de Fate, pero no le dije nada. Era cierto. Esa noche iba a cenar con Yuuno. Me había estado llamando durante todo el sábado, insistiendo y prometiendo planes que parecían ser perfectos y entretenidos. Mi mente apenas le había prestado atención, más ocupada imaginando tórridas escenas entre Fate y su misteriosa compañera de pelo rubio en el bis a bis que habían compartido. Al final había aceptado, pues aquello era lo mejor y lo más inteligente. ¿Qué sentido tenía seguir aferrándome a algo que en realidad jamás habías tenido?
- He decidido darle una oportunidad. –expliqué, aunque no me lo hubiese pedido.
- ¿Ah sí? ¿Y por qué? ¿Vas a decirme que de repente le has encontrado el atractivo? ¿Así, sin más? –cuestionó Fate, elevando sutilmente la voz.
- Simplemente lo he decidido así. –repetí– Yuuno no es el hombre perfecto, pero quizá ha llegado el momento de dejar de esperar al príncipe azul y aferrarme a la realidad.
- Hablas como una solterona vieja y amargada, lo cual no eres. No tienes que agarrarte a un clavo ardiendo como si no hubiera más posibilidades. ¡Sigue buscando!
- Todo esto no es asunto tuyo, Fate.
Levantó la vista mirándome con aflicción, pero no dijo nada. Me arrepentí de mis palabras en el preciso momento en el que abandonaron mis labios. Estaba tan enfadada por algo sin sentido que ni siquiera era consciente de lo que decía.
- Tienes razón, no soy nadie para opinar. –determinó, yendo hacia la puerta con pasos cortos y tambaleantes.
- ¿Por qué tendría que estar mal que me agarrase a ese clavo ardiendo? ¿Qué sugieres? ¿Que siga esperando con paciencia algo que tal vez no llegue? ¿Que siga aguardando un imposible?
- Entonces admites que hay algo más, ¿no? –susurró– Pues pelea, joder. Rendirse es lo fácil, lo cómodo, es de cobardes y tú no lo eres. ¡Mírate! Trabajas en un penal.
- Cuando la guerra está perdida, no merece la pena seguir peleando, Fate. –murmuré, mirando al suelo.
- Ninguna pelea está perdida mientras quede una sola loca dispuesto a jugarse la vida en ella. –declaró ella con solemnidad.
Se dio la vuelta dispuesta a marcharse, pero entonces, de mi garganta brotó aquello que durante tanto rato había querido decirle, aquello que me había dolido más que la más dolorosa de las bofetadas.
- Mi decisión ya está tomada. Le daré a Yuuno esa oportunidad en la cena de esta noche, tal y como tú se la has dado a esa persona que vino a verte.
Fate se dio la vuelta mirándome con un asombro que no pudo disimular. Si pensó o tuvo la seguridad de que mi cita con el doctor Scrya se debía en exclusiva al despecho, no lo dijo. Guardó silencio y se limitó a asentir con la cabeza. Alcé los ojos, viendo cómo la palidez de su rostro se mezclaba con un extraño sudor que le perlaba la frente. Demasiado calor en la enfermería, supuse.
- ¿No vas a decirme nada? –pregunté, temerosa.
- Espero que lo paséis muy bien. –soltó con tanta ironía y falsedad que me pitaron los oídos.
- Nadie te ha pedido que mientas, Fate. Te agradecería que fueras sincera.
Ella asintió, girándose hacia mí y mirándome con enfado y dolor a partes iguales.
- Muy bien. Pues espero que resulte una cena tan aburrida e insoportable que acabes arrepintiéndote de haber salido con el gilipollas ese durante el resto de tu vida. Espero que la comida sea horrible, la conversación absurda, el vino barato y a la salida os llueva encima convirtiendo la idea de velada romántica que debéis tener en la peor pesadilla que se te pase por la cabeza poder vivir. ¿Te parece lo bastante sincero o quieres más?
Sin decir una sola palabra más, se dio la vuelta y asió el pomo de la puerta con brusquedad.
- ¡Ah! Por cierto, la chica rubia que vino a verme es Alicia, mi hermana. ¡Aunque dudo que eso te importe en lo más mínimo!
Y entonces cruzó el umbral, cerrando la puerta con un sonoro y profundo portazo.
La tarde se me hizo larguísima hasta que llegó el momento de salir de la enfermería con el maletín, escoltada por un muy sonriente Yuuno, que no paraba de parlotear alegre mientras cruzábamos el largo pasillo contiguo a las celdas, rumbo a la salida.
- ¿Paso a buscarte a tu casa? Será más cómodo que volver a encontrarnos aquí, y menos desagradable, ¿no te parece?
- ¿Hum? Sí… sí, claro. Como quieras.
- He pensado que podemos ir a un tailandés del centro y después pasear por la plaza, frente a la catedral. Es preciosa, ¿la has visto alguna vez? Iluminada es un espectáculo.
- Claro, claro.
Yuuno paró en seco, mirándome sin perder la sonrisa, pero con un deje de temor incipiente que no se molestó en ocultar.
- ¿Existe algún motivo para que actúes como si todo te fuera indiferente?
- Yuuno, yo… Verás…
Mi frase se vio interrumpida cuando una de las alguaciles nos alcanzó por detrás, corriendo y llevándose una mano al pecho, asfixiada.
- ¡Doctora! Menos mal que no se ha ido.
- Enfermera. –repetí por enésima vez, aunque ya no sabía por qué lo hacía– ¿Ocurre algo?
- Sea lo que sea podrá esperar a mañana, la señorita y yo hemos acabado nuestro turno, vamos a salir. Si alguna se ha puesto con dolor de barriga, seguro que sobrevive. –escupió Yuuno mordaz, ganándose una mirada airada de mi parte.
- Acabo de hacer la revisión de las celdas, para apagar las luces. Testarossa estaba echada en su catre hecha un ovillo y temblando como si la hubiéramos sumergido en hielo.
Abrí los ojos de par en par, notando cómo el nudo de la preocupación y la desesperación se hundían en el interior de mi estómago.
- Parece un cuadro vírico con un poco de fiebre, ¡no se va a morir por eso! –dijo Yuuno.
- Le castañetean los dientes. Está amarilla y no para de sudar la muy condenada. Parece que le va a dar algo. –prosiguió la alguacil.
- Lléveme inmediatamente a su celda y llame a su compañero, con toda seguridad tendrán que ayudarme a trasladarla a la enfermería. –ordené.
Seguí a la encargada por el pasillo, mientras un muy molesto doctor Scrya intentaba por todos los medios conjugar unas frases que yo solo oía a medias. La gris y metálica puerta de la celda quedó abierta y yo casi me abalancé sobre el ovillo cubierto de mantas que yacía en el catre, temblando como un niña asustada.
- Fate. –susurré, tocando su frente. Ardía– Fate, ¿puedes oírme?
Sus borgoñas ojos se abrieron, acuosos y perdidos, enfocándome con incredulidad y agradecimiento. Acaricié sus cabellos mojados sonriéndole con ternura, mientras oía cómo la alguacil llamaba por su walkie-talkie a otro de los funcionarios. Yuuno me miró a los ojos duramente con una extraña expresión que no pude comprender.
- Ingrésala y ya la atenderás mañana, tu turno ha acabado. –ordenó con superioridad.
- No pienso moverme de aquí hasta haberle bajado la fiebre. Lo siento, Yuuno, no puedo dejar sola a Fate estando tan enferma.
El susodicho volvió a mirarme e intentó abrir la boca para susurrar unas palabras que no lograron salir de su garganta. Proseguí acariciándola, al tiempo que los pasos del nuevo alguacil se cernían sobre nosotros.
- Tranquila, estoy aquí, ahora mismo te pondrás mejor. Dios, debí haberme dado cuenta esta mañana de que estabas enferma. Lo siento muchísimo, Fate. Lo siento.
Entre los dos alguaciles la levantaron de la cama con máximo cuidado, guiándola hasta la enfermería, donde me apresuré a preparar una cama con sábanas limpias y varias mantas, al tiempo que sacaba el instrumental del maletín. Me disculpé con Yuuno a través de una mirada, pero él tenía los ojos clavados en Fate, que permanecía tumbada muy débil y temblorosa, a expensas de mis cuidados. No pude estar segura debido a mi nerviosismo, aun así, juraría que vi una sonrisa triunfante y burlona dibujarse durante un segundo en los resecos labios de Fate, dirigida a Yuuno con socarronería justo antes de desmayarse por la alta temperatura.
