Capítulo 9: Mater
Era Attila.
Integra permaneció inmóvil en su sitio, mirando a su hijo con ojos desbordados de horror.
Pues él no estaba maniatado y tirado en un escondite como ella se imaginaba, dadas las circunstancias. Estaba muy cómodamente sentado ante una improvisada mesa, pero aquello no era lo que su madre veía con espanto y al borde del colapso. Sino lo que había encima de ella.
Era el cuerpo de William totalmente troceado, cuya carne molida y desgarrada era devorada por su sobrino de cabellos negros, quien saboreaba su carne y tomaba su sangre como si fueran su platillo favorito. Se detuvo al ver a su madre, y, algo apenado, procedió a limpiarse la boca.
—¡Mater! No esperaba que vinieras —le dijo con un dejo de cinismo en la voz—. Me siento avergonzado, siempre me dices que debo guardar las formas en la mesa y ser ordenado. Te pido perdón por mis fachas…
Pero su madre estaba al borde de la histeria.
—¡¿Te estás devorando a William y tú te disculpas por no estar presentable?! —gimió alterada, sentía que en cualquier momento perdería la conciencia—. ¡¿Por qué estás haciendo esto?! —le increpó con un hilo de voz y lágrimas en los ojos, señalando el espectáculo que se cernía en esa mesa.
Pero su hijo la contemplaba impasible, como si fuera una idiota que no se daba cuenta de las cosas.
—Porque se supone que para ser más poderoso hay que alimentarse de los enemigos, el poder y las habilidades de ellos se transfieren a uno a través de la carne y la sangre —le explicó con simpleza, trayendo a colación una antigua creencia—. ¿No es lo que Pater hacía en sus tiempos de príncipe?
Pero a Integra ya no le resistieron las piernas y cayó sentada sin poder creerlo.
—Pero William era tu tío… él no tenía que morir… por qué… por qué… —musitaba ella, totalmente desencajada, mirando al suelo mientras se agarraba la cabeza; de repente, fijó la vista en su hijo—. ¿Y esa gente de afuera? ¿Quiénes son? El tipo de la entrada… él seguramente te hizo algo, un hechizo… —gimoteaba en busca de una explicación que la aliviara.
No obstante, Attila la contemplaba divertido recargando su mentón en una mano.
—Francamente —dijo de repente una voz masculina proveniente de la oscuridad, que Integra no reconocía—, no esperaba conocerla en estas condiciones deplorables, Frau Brenner; esperaba ver a una mujer altiva y de porte elegante, con carácter y temple de acero… pero verla derrotada sólo porque vio a su hijo haciendo lo que hacen los de su especie me decepciona— El hombre avanzó hasta la luz para revelarse. Era bajito y rubio, muy gordo y encantador; con un escalofrío, a Integra se le antojó que bajo esa máscara de amabilidad y modales había una persona sumamente cruel.
—¿Quién es usted? —demandó saber, poco a poco el temor se fue convirtiendo en ira.
—Oh, que maleducado de mi parte: Mayor Max Montana a su servicio —respondió con gracia el hombre haciendo una reverencia—. Usted no me conoce, Frau, pero sí su abuelo y su padre; así como también su mayordomo y hasta su marido. Por fin tengo el placer de conocerla.
—¡Pues no puedo decir lo mismo! —vociferó la rubia mientras se levantaba con dificultad—. ¡Exijo una explicación! ¡¿Qué es lo que quieren?! ¡¿Qué es todo eso que está sucediendo afuera?! ¡¿Y QUÉ ESTÁN HACIENDO CON MI HIJO?! —al gritar esto último, dos mujeres aparecieron detrás de ella para reducirla a golpes; se veían molestas por la manera en que había gritado a su líder.
—Rip, Zorin, por favor, no sean violentas —pidió Montana con voz suave y comprensiva, mientras otro hombre, al parecer un médico, aparecía detrás de él. Ambas dejaron de golpear a Integra al instante, burlándose de ella.
Desde su puesto, Attila las contemplaba con odio.
—Soy yo quien le explicará todo —demandó con voz potente—. Mater, lamento las circunstancias y el hecho de haber matado a tu de repente adorado William, pero era necesario.
—¿Necesario para qué? —preguntó su madre mirándolo con angustia.
—Para el objetivo al que me tenías destinado: ser sólo yo el amo de la Organización Hellsing —respondió el azabache como si fuera obvio—. La adición de la Organización Millenium fue algo fortuito que no valía la pena informarles a ti y a Pater… ¿Para qué, si estábamos bien encaminados? —y continuó—. El Letzte Bataillon se unirán a las fuerzas de Hellsing, que están bastante mermadas, así que imagínate, Mater: un ejército de mil vampiros comandados por mí, el último heredero de nuestra familia. Pero no hemos terminado nuestro trabajo, Mater.
—¿A qué te refieres?
—A que no he matado al último Hellsing —dijo Attila—. El último miembro Hellsing que queda está enfrente mío: tú, Mater —pero la miró con piedad—. Pero no soy un monstruo parricida, jamás mataría a mi propia madre, no te preocupes.
El terror y la incredulidad azotaron la columna de Integra.
—¿Por qué haces esto? —le preguntó sollozando, queriendo acercarse a él, pero las mujeres de Millenium no se lo permitieron.
—Fácil, Mater: porque los odio a los dos.
Cinco años atrás.
Un Attila Brenner de 17 años caminaba en las calles de la ciudad medieval de Friburgo de Brisgovia. Desde que había terminado sus estudios en una ciudad austríaca cercana al castillo de sus padres, se había trazado el objetivo de estudiar en Alemania, algo a lo que sus progenitores no pusieron objeción. Historia, Política, Cultura General, incluso una carrera militar, eran las opciones que Integra y Alucard le habían planteado hacer para prepararse; como futuro líder de Hellsing designado por ellos, tendría que dominar varios temas profesionales.
Pero él no había elegido la Universidad de Stuttgart para estudiar, sino que había optado por ese lugar para comenzar con su búsqueda. Una búsqueda de cierta organización sobre la que había leído en uno de los apuntes de su madre referente a la historia de Hellsing. Consistía en el desbaratamiento de la Organización Millenium y su ejército de vampiros, de la mano de su bisabuelo Sir Albert y ejecutado por Walter y su padre. Su abuelo Arthur era apenas un adolescente que se iniciaba en los trabajos de la organización como cadete.
Y las novedades sobre el renacimiento de Millenium le llegaron unos pocos meses atrás; en Salzburgo, estando de vacaciones de Navidad con sus padres, escuchó casualmente sobre una reunión nazi clandestina. No dudo en usar su poder de persuasión y su labia para recabar más información y asistir. Sentía que tal vez pudiera saber más sobre esa misteriosa organización que no figuraba en las páginas de la historia oficial.
A Attila le daba igual la ideología nazi. En realidad, le daba igual cualquier ideología; sólo quería satisfacer su curiosidad, además de que tenía el presentimiento de que algo importante le sería revelado.
Y así fue.
Se enteró, por medio de una conversación secreta, que el Mayor Max Montana no estaba muerto, así como varios de sus subalternos. Que lograron alcanzar el estado de vampiros y estaban tratando, con todas sus fuerzas esta vez, de llegar a un buen puerto con su ejército. Sonriendo, el chico recaudó más información de esa conversa dada entre dos ex jerarcas y desapareció de la reunión.
Y ahora estaba allí, llegando a las afueras de esa ciudad en el estado de Baden-Wurtemberg para dar con su objetivo. Y, habiendo caminado varios kilómetros con suma tranquilidad y sin cansarse, admirando a su paso a la legendaria y embrujada Selva Negra, lo encontró.
Era un búnquer abandonado que hacía las veces de cuartel secreto. Siendo consciente de lo que sucedería, fue recibido por disparos de soldados apostados en la densa vegetación de la del lugar. Asombrados, los vigilantes observaron que esas balas caían sin efecto en el suelo, producto de algún poder del enigmático visitante. Fueron a dar aviso a sus autoridades, mientras Attila, sin haberles dirigido la palabra y sólo habiendo mostrado parte de su poder, fumaba con calma a la espera de ser recibido.
Fue el mismo Max Montana quien lo admitió en su despacho, embelesado minutos después con la historia del muchacho. Se sentía con suerte: la renovación de su ejército iba bien encarrilada, ¡y ahora un mitad Hellsing y mitad Dracul se le presentaba en bandeja de plata para lograr con más facilidad sus metas!
Millenium estaba siendo bendecida por los mismos dioses del Averno.
Además, no podía dejar de sentir cierta simpatía y curiosidad por el niño. Pero no le sorprendía: el mundo era un lugar donde todos eran instrumentos de todos.
—No te preocupes, muchacho, aquí nadie va a dirigir tu camino —le decía en tono paternal después de escuchar la historia del azabache.
—Bueno, convengamos que mis padres ya lo están haciendo, pero quiero probarles que no tendrán suerte —repuso Attila con simpleza.
Montana reía ante su carta de triunfo asegurada.
—¿Cómo alguien podría sospechar de ti? Hijo de nobles, nieto y bisnieto de aristócratas considerados héroes nacionales —reflexionaba en voz alta—. Y yo también necesito ayuda para penetrar Inglaterra y cumplir con mi objetivo de una guerra interminable —y quiso probarlo—. Pero, nuestros intereses no son suficientes como para decir que somos amigos o aliados.
Attila lo miró a los ojos con astucia.
—Eso sucederá si tú quieres —replicó—. Mi madre cree que es irremplazable en mi escala al poder, y mi padre, como buen perro que es, será su brazo ejecutor sin pensarlo —luego comenzó a reír—. ¿No es gracioso? ¿Qué todo sea para que yo me convierta en el líder supremo de Hellsing y que sean otros los que decidan todo? —y terminó, con una sonrisa maligna—. Quiero convertirme en dueño de todo, pero también de mí mismo.
—Y ellos se engañan pensando que pueden tomar las decisiones por ti —le daba la razón un dichoso Montana—. No te preocupes, suceda lo que suceda, para cuando todo salga a la luz ya no habrá otro heredero que designar, pues ellos ya tienen al único que querían: tú, Attila. Tendrías que buscar la manera de neutralizarlos, incluso eliminarlos…
—No tengo miedo, esperé toda mi vida por esto —le aseguró el chico.
—Estamos hablando de tu padre, el primer vampiro.
Ante la mención de su padre, el rostro de Attila se desencajó en una mueca de desprecio.
—Podría hacer cualquier cosa por destruir su seguridad, su fuerza y su poder —dijo con voz ronca—. Siempre protegiéndome como si fuera un cachorro inofensivo, con esa suerte de instinto paterno olfateando y cubriéndome de todo. Puede que mi madre, en su humanidad, me ame, pero lo de él es puro instinto —y agregó, con tono aburrido—. Y, al paso que vamos, estoy destinado a ser un eterno príncipe heredero, que nunca heredará la corona debido a la inmortalidad absoluta de su padre soberano.
—Pero es muy probable que te ame, al igual que tu madre.
—Pero no es correspondido —objetó el muchacho—. Si alguna vez sentí amor por ellos, se ha convertido en odio. Un odio que supe camuflar —y le comentó animado—. ¿Puede creer que hay algo en lo que he superado a mi padre? Se dice que el vigor híbrido hace a los hijos más poderosos que sus progenitores, pero no es mi caso. Si él quisiera, podría acabar conmigo sólo de un manotazo bien dado, pues mi naturaleza humana no tiene nada que hacer contra la suya. Pero hay algo, ínfimo, en lo que le pude sacar ventaja, sin que siquiera él se diera cuenta: puedo cerrar mi mente y revelar lo que quiero a mi antojo, así como puedo crear ilusiones —reveló—. Él siempre pudo leer mis pensamientos, lo podía sentir de niño husmeando en los recovecos de mi conciencia; pero, llegada a una edad, pude lograr mantener una pequeña parte de ella bajo llave, que ni él pudo percibir: allí he guardado todo el odio que les tenía a los dos y he disfrazado su existencia.
El Mayor no podía estar más feliz. Se figuraba que ese niño podría ser alguien peligroso a largo plazo, a juzgar por sus cambios de humor constantes, pero ya vería cómo controlarlo.
—¡Bravo, muchacho! —se limitó a felicitarlo.
—Quiero verlos débiles, arruinados y solos, separados y sufriendo —continuó Attila con macabra diversión—. Ellos creen que están ayudándome en mi camino, pero sólo son un estorbo. Con ellos fuera del juego, podré ser el amo de todo lo que quisiera.
—¡Y aquí entro yo! —gorjeó el Mayor inflando el pecho.
—Claro. Y, además, no tendrán que hacer nada; verán derrotada a la nieta de Albert Hellsing y eliminado al vampiro Alucard. ¿No es lo que usted quería, Mayor?
Mientras hablaba, Attila también estudiaba al regordete hombre que tenía enfrente. Le había leído la mente y sabía que su alianza se terminaría en cuanto se lograra el objetivo de derrotar Hellsing. Pero él era consciente de que, después, irían por él, por el simple hecho de ser un Hellsing y descendiente del vampiro a quien tanto odiaban.
—¡Claro que sí! —seguía festejando Montana—. Ya tengo a Walter en mis manos… con su traición comienza mi venganza por lo que me han quitado hace más de medio siglo. Puedo informarle que…
—No, creo que será mejor que no —le pidió Attila con suma amabilidad—. Es un elemento infiltrado importante dentro de la mansión y será mejor que no sepa nada por el momento. A su debido tiempo, se le revelará la verdad.
Esa justificación pareció suficiente para el Mayor, pues el chico tenía razón. Si Walter supiera de él estando involucrado con Millenium, se verían frustrados sus planes de derrotar solo a Alucard y jodería todo lo proyectado.
Miró al muchacho, quien encendía otro cigarrillo con parsimonia.
—¿Sabes que has sacado a la luz algo realmente extraordinario esta noche, Attila? —le dijo—. La brutalidad de tu padre, la ambición de tu madre, incluso tu propia crueldad. Pero eso no es nada comparado con lo que ya tienes: ¡Odio, Attila! ¡Tú tienes odio! —exclamó extasiado, el aludido lo miró levantando una ceja—. Un odio joven, puro y absoluto. Pero cuidado, ese potencial de energía y furia es demasiado importante como para que lo derroches y lo dejes rebalsar descuidadamente. Millenium te ayudará a administrar esa inmensa fortuna e invertirla mejor.
El chico sólo le sonrió y se dispuso a despedirse. Pronto tendría que volver a su vida cotidiana de estudiante aplicado e hijo obediente de sus padres. Pero se iba satisfecho, había logrado lo que quería.
Y el Mayor también.
—No puede ser... —murmuraba Integra con los ojos salidos de las órbitas. Acto seguido, se desmayó, pues ni su cuerpo ni su mente pudieron soportar esa calamidad que le habían impuesto vivir: la traición de su propio hijo.
—Bueno, parece que Frau Brenner no soportó semejante golpe a su maternidad —concluyó burlón Montana, mientras Rip y Zorin se disponían a cargarla y llevarla a un rincón.
—No se atrevan a tocarla —gruñó Attila, quien se veía más peligroso mientras mostraba los colmillos de su boca cubierta de sangre.
Zorin Blitz estaba harta de ese mocoso sin modales.
—¡Rip, vamos a enseñarle a este niñato cómo son las jerarquías en Millenium! —arengó a su compañera mientras se dirigía al muchacho. Rip, más cautelosa, la siguió con su mosquete listo para propinar un golpe rápido ante cualquier eventualidad.
Las dos no llegaron ni a un metro cerca del joven cuando este, de un movimiento rápido y certero, las aplastó contra el suelo, dejándoles varios huesos rotos que les llevaría un buen rato recomponer.
—Creo que las que no entienden de jerarquías son ustedes —susurró Attila mientras se limpiaba las manos.
—Señoritas, creo que exageraron un poco, pero Attila, tú sí que te propasaste —observó serio el Mayor—. Como tu nueva figura paterna, he de reeducarte en todo lo que ese vampiro incompetente no supo hacer. Y lo primero es ser considerado con las damas, sean despreciables o no... —se calló ante la mirada fría del aludido.
—¿Quién le dijo que usted sería mi padre y que me educaría al respecto?
—Bueno, ten en cuenta que llegaste a este punto gracias a mí —se excusó el hombre con una sonrisa nerviosa—. Eres parte de Millenium, y, por lo tanto, estás bajo mis órdenes.
—Y no sabe cuánto le agradezco, Mayor —replicó Attila—. Pero, a decir verdad, ahora que lo pienso, creo que no se me pega la gana ser parte de Millenium ni ayudarlo en nada. Gracias por el Último Batallón, pues será mío —miró a Rip y a Zorin, quienes lo miraban con odio estando inmovilizadas—. Me quedaré también con estas mujeres y con el hombre lobo.
Los controlaría para sacarles el jugo lo más que pudiera, y, eventualmente, los mataría.
Y, a una velocidad terrorífica, sacó un arma que le había robado a su tío Richard antes del asesinato, y disparó varias veces contra el Mayor. Este terminó con el cuerpo destartalado en cuestión de minutos.
Su último pensamiento fue recriminarse lo lento que había sido para actuar, pues era obvio que el niño Hellsing terminaría por incluirlo en su lista de traicionados.
El Doc chilló de espanto, paralizado ante la mirada penetrante y hambrienta del chico.
—¿Sabe Doc? Creo que usted ya no es necesario; puedo hacerme cargo yo mismo de los experimentos que la involucran a Ella y podré crear más vampiros por mí mismo —y agregó con una sonrisa tenebrosa—. Además, no planeé preparar esta mesa sólo para que ustedes me vieran devorar a mi tío como un animal salvaje. Tengo planes de seguir alimentándome, Doc, y creo que puedo hacer buen uso de sus habilidades.
El grito del científico fue lo último que retumbó en aquellos pasadizos subterráneos.
Integra despertó en su habitación, sintiéndose aún más agotada. Había sido una pesadilla, una horrible pesadilla. Pero no podía evitar sentir angustia y miedo por ello, buscaría a Attila para hablar con él; esperaba que Alucard llegara pronto para poder departir en familia. Ese mal sueño fue una fuente de susto muy grande y necesitaba prevenir cualquier cosa.
Cuando acomodó sus anteojos y enfocó la vista, pudo ver a su hijo que había velado su estado de inconsciencia. La miraba con indiferencia, cubierto de sangre, desde su puesto en un mullido sillón junto a la cama.
Fue entonces que los ojos de Integra se llenaron de lágrimas. No había sido una pesadilla.
Pero intentaría confrontarlo.
—¿Tanto odias a tu padre? —inquirió—. ¿Y a mí? ¿Tu madre?
Su hijo la miraba con desdén mientras encendía un cigarro.
—¿Qué? ¿Debería confiar en ustedes? —le espetó.
—Attila…
—En realidad, sí hubo algo a lo que le tuve miedo siempre —admitió el joven—. No mi padre, sino tú, Mater. Tú siempre fuiste mi pesadilla; con tu opresión, con tu deseo de someterme a toda costa y en todos los sentidos. Tú nunca me has querido…
Con los ojos muy abiertos y fijos en su hijo, Integra se arrodilló junto a él. Sabía que, si Alucard la viera en esa actitud de súplica ante su propio hijo, montaría en cólera. Pero no le importaba.
—Puede que en un principio sólo buscaba un medio para el poder —confesó mientras intentaba tomar las manos de Attila, pero este se soltaba de ella—. Pero en cuanto te pusieron en mis brazos cuando naciste te amé de una manera que me dio miedo y me hizo temblar. Hasta consideré por un minuto dejar todo y seguir en Austria contigo y tu padre como una familia normal —y añadió en un gemido entrecortado—. Yo te amo desde que te vi por primera vez, hijo mío.
Ahí fue que su hijo se soltó bruscamente de ella para levantarse.
—Pues qué amor tan flojo, para que sólo un minuto te duraran las fantasías de una vida normal —le recriminó—. Además, siempre lo preferiste a él, a tu vampiro.
—Tu padre —le corrigió ella arrastrándose hacia él—. Y él también te ama; si hay algo que recuerdo de tu nacimiento como si fuera ayer, fue la manera en que te miró cuando te tuvo en sus brazos. ¡Vi a un humano! ¡Vi a Vlad Drăculea acunando a su propio hijo!
—¡Cállate! —gritó Attila, queriendo dar por acabada la conversación—. ¡No puedes ni imaginarte las desgracias que les deseo a los dos! Te destruiré, Mater, así como también lo haré con Pater.
Integra sólo sollozaba en silencio en el piso. Su hijo la contemplaba con lástima: tantos años presumiendo de ser la Doncella de Hierro para sólo terminar como una piltrafa a sus pies.
Suspiró.
—Pero, como te dije, no soy un parricida —dijo mientras se encaminaba hacia la mesita de luz. Colocó sobre ella un pequeño frasco con un líquido incoloro adentro; Integra vio con espanto que era cianuro—. Así que aquí tienes —le ofreció—. Te daré una última posibilidad para elegir: si quieres ver cómo esclavizo al vampiro Alucard, o si no lo soportarás. Ahí tienes la salida, Mater.
—¡Attila! —gemía su madre con el rostro cubierto de lágrimas, totalmente desgarrada.
—Pero —prosiguió Attila, como recordando algo—, quiero contarte un pequeño secreto, porque es lo menos que puedo hacer por ti: fui yo quien mató al abuelo Arthur —reveló con una gran sonrisa.
Paralizada de pies a cabeza, Integra sentía que vomitaría en cualquier momento.
—¿Cómo...? —farfulló con dificultad.
—Fácil, haciendo un simple hechizo de ilusión —le explicó él—. Según todos, yo estaba con Jeremy Islands en la biblioteca, pero no fue así: creé una alucinación para que él me viera durante todo ese tiempo allí, mientras en realidad me dirigía a los aposentos del abuelo —estaba orgulloso de su logro—. Ese fue sólo el principio para quebrar a Hellsing desde adentro y dar la primera señal a Millenium.
El joven reía recordando esos momentos en la biblioteca con Jeremy.
De repente, un rayo lo iluminó todo en una fracción de segundo, haciendo que Attila por fin levantara la vista de su libro.
— Perdóname, Jeremy, ¿me decías algo? – preguntó confundido, seguido por el retumbante trueno que daba cuenta de lo torrencial que se había vuelto el panorama en el exterior.
Jeremy lo miró ofendido.
— Deberías de haber aprendido modales en Austria. – le espetó – Qué vergüenza que tu madre Hellsing y tu padre conde no te hayan enseñado nada.
Attila sólo le dirigió una sonrisa amable. – Es que estaba lejos de mí y de este lugar a causa de la lectura, disculpa.
Hasta llegar al descubrimiento del cadáver de Sir Arthur Hellsing.
Todos se habían marchado, menos Attila. El muchacho contemplaba impresionado el cadáver de su abuelo, apenas acreditando lo que sucedía... era un espectáculo demasiado macabro de presenciar... era algo...
¡MARAVILLOSO, Y HECHO POR ÉL!
—Ahora llamaré a Pater —le indicó el muchacho risueño, mientras alejaba esos buenos recuerdos—. Mientras tú decides si matarte o volverte loca, yo tengo asuntos que resolver con él en los calabozos —y desapareció por la puerta, echándole llave.
Durante un rato, Integra permaneció llorando amargamente sobre la alfombra de su habitación, en un estado calamitoso en el cual no podía creer que la peor de las traiciones había venido de su propia carne y sangre. Lo hubiera esperado de cualquiera, incluso de Alucard, pero no de su hijo.
De repente, dejó de llorar, y, enjugando sus lágrimas, se arrastró hasta un chiffonier, y de uno de los cajones sacó una bonita caja de plata. Como ida, sonriendo debido a la nostalgia mientras hipaba y lloraba, abrió la caja y sacó de allí un par de zapatitos de bebé. Eran los primeros que le habían colocado a Attila cuando este nació, de terciopelo negro y con forma de guillerminas.
Poco a poco, fue sacando otros objetos personales de su hijo que iba besando y abrazando largamente: una gorrita de marinero que había sido parte de su uniforme de kínder, su cuaderno de notas con un rótulo que rezaba "Attila Brenner", un mechón de su cabello negro atado en una cinta celeste... Integra lo olía y se lo pasaba por el rostro con añoranza, como cuando de niño él refregaba su cabecita contra su cuello, pudiendo ella disfrutar de su olor a bebé.
Por último, sacó un dibujo hecho por su hijo cuando era infante, en donde se podía leer "Mutti und Attila" (Mami y Attila) en letras grandes y torpes. Era su primer dibujo hecho para el Día de las Madres. Desde entonces, lo había guardado con amor en esa caja de tesoros en donde había rescatado los momentos de la infancia de su pequeño. Sabía que no era la única; Alucard guardaba un dibujo de ese estilo dentro de la funda de su ataúd.
Y, con creciente angustia, pensó en Alucard.
Cuando él regresara se terminaría todo. Y ella no quería verlo.
Sólo uno de los dos saldría ileso esta noche: o Alucard eliminaba a Attila (una orden que ella jamás daría, aunque el vampiro ignoraría cualquier orden de alejamiento que le diera), o su hijo terminaría sometiendo al padre de alguna manera.
Y ella no quería presenciar tal cosa.
Así que, cerrando su caja y devolviéndola a su sitio, se levantó tambaleante y se dirigió hasta la mesita de luz. Con el miedo y la tristeza reflejados en sus enrojecidos ojos azules, Integra Hellsing tomó su última decisión.
Bebió de un trago el contenido del frasco.
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