La delgada línea a lo desconocido
Por Ladygon
Capítulo 1: Parecían alucinaciones.
Después del no Apocalipsis, en el primer día del resto de sus vidas, Aziraphel invitó a Crowley a su casa-librería a tomar unos tragos. Nada había cambiado entre ellos, pero la realidad de decir que nada había cambiado era una ilusión. Durante miles de años, durante seis mil años de su amistad, siempre estuvieron separados por la delgada línea entre el bien y el mal. Los humanos comprendían esa delgada línea, puesto que la cruzaban seguido y bailaban sobre ella todo el tiempo. El ángel y el demonio no se daban cuenta que también estuvieron bailando sobre esa línea durante milenios. Bailaban juntos sin darse cuenta de que bailaban, era una danza hermosa llena de amor, porque de amarse, se amaban.
Crowley, sufriendo desde el principio del mundo, era un experto en mirar al otro sin que diera cuenta de sus sentimientos. Las gafas oscuras ayudaban en esto y podía fijar su vista casi sin pestañar en el proceso. Por esta razón, Crowley estaba en el sofá de Aziraphel, mirándolo sin moverse, con una copa de vino en sus manos. El ángel estaba frente a él, leyendo sentado en su sillón.
El silencio de la habitación solo era interrumpido por el ruido del reloj de Aziraphel. Los tic tac marcaban los segundos que nadie contaba y ninguno de los dos escuchaba. Crowley seguía mirando al ángel con la misma intensidad de hace una hora y con la misma indiferencia del otro, quien solo movía sus ojos en la lectura.
El demonio podría no moverse, pero su mente iba a toda velocidad, así mismo que su Bentley:
"Podría detener el tiempo en este instante y besarlo. Nunca sabría lo que pasó o quizás lo sabría al sentir los labios mojados"
Entonces volvió a pensar:
"¿Y si se entera? Puede enojarse en serio, aunque se le pasará en unos cien años".
Pasó otro pensamiento:
"Es un bastardo adorable, quiero lamer su cuerpo. Debe ser dulce como todos esos pasteles que come".
Y otro:
"Podría violarlo, sería fácil, si después lo sano, nunca se daría cuenta cuando volviera el tiempo a su curso normal".
Y otro más:
"¿Cómo será besarlo o abrazarlo?… Bastardo".
Aziraphel levantó su vista del libro y vio la fijeza de Crowley. No era la primera vez que Crowley lo miraba de esa forma, contaría un montón de veces en el pasado, pero esta vez había algo diferente, así que se movió. Cerró el libro con lentitud como para no exaltar al demonio y luego, con la misma calma, dejó el libro en la mesita que tenía al lado. Se levantó del sillón de la misma forma y comenzó a caminar despacio, como si temiera despertar a la antigua serpiente.
Según Arizaphel, Crowley estaba durmiendo con los ojos despiertos y no quería despertarlo por ningún motivo, aunque nunca había visto esto durante todo el tiempo de sus existencias en el mundo. La curiosidad era fuerte al pensar, que sería la primera vez en ver a Crowley en ese estado.
Sus manos temblaron cuando se acercaron a los anteojos negros de Crowley. Tenía que retirarlos con mucho cuidado, eso hizo y tomó los anteojos. Al retirarlos por completo, se dio cuenta que los ojos estaban fijos, no pestañeaba, pero tampoco parecía dormido. Esos ojos lo llamaban con una atracción poderosa, porque dentro de aquellas pupilas alargadas estaba su reflejo.
Sus labios se tocaron y un hormigueo delicioso atacó los labios de ambos entes sobrenaturales, dejándose llevar. La forma deliciosa siguió por bastante tiempo, las manos tocaron y los brazos abrazaron. Cuando Aziraphel comprendió algo en donde se encontraba, los dos estaban acostados en el sofá, casi desnudos con caricias muy íntimas.
—¿Crowley?
El demonio no le hacía ningún caso y seguía con lo suyo, lo cual era lamerlo por todas partes. Miró el rostro, la forma como lo tenía entre sus brazos lo llenó de curiosidad. Crowley parecía poseído por ese sentimiento que proyectaba por toda la habitación como un aura potente. Aziraphel no podía apartarse de esa fuerza seductora, sexy, caliente, pero lo principal de todo era el amor. Ese sentimiento era demasiado fuerte, ni siquiera podía moverse por ser tan intenso.
Los besos fueron profundos, al igual que fogosos. Tenían mucha fuerza cada uno de sus movimientos, como si fuera lo único que podrían decirse por ese instante. Crowley tocó su entrepierna y, no contento con rozarlo sobre el pantalón, deslizó su mano hacia el interior para tocar su carne. Aziraphel saltó en su lugar lleno de excitación, pero también tuvo un susto. Ese susto le hizo reaccionar al respecto de lo que estaba pasando en ese instante.
Miró a Crowley, quiso decirle algo como para detenerlo todo, pero no pudo, la mirada del demonio le permitió seguir adelante. Conectarse con él fue casi un accidente muy hermoso. Estar conectado con sus sentimientos era verse a sí mismo reflejado, así como ver el amor de Crowley sobre él eso fue suficiente para mantenerlo inmovilizado casi sin aliento. Esa faceta lo sorprendía enormemente, pues nunca lo hacía sospechar la forma tan arrebatadora que era su amor por él. Ese amor lo desbordaba y contagiaba, haciendo que su placer fuera el mismo suyo. Por primera vez, sentía el placer lujurioso, del cual los humanos hablaban tan seguido y con tanto entusiasmo. No era un placer directo suyo, pero sí, uno contagiado por su pareja en el sexo, aunque había algo más que simple lujuria: había amor, el amor de Crowley por él.
Aziraphel lo sabía, pero ni en sus más perfectas imaginaciones vio la verdadera profundidad del amor de Crowley. Era tan infinito que se sintió pequeño y no pudo rechazar algo así, sino solo dejarse invadir por ese amor, que también es reflejo del suyo. Entre más se dejó hacer por el otro, más sentía los sentimientos tan profundos guardados solo para él.
Los besos siguieron como solo entre ellos debían ser: necesitados por seis mil años de sequía. Todo lo demás entraba con la misma necesidad y con el mismo impulso de sentirse completos, libres y con ese tipo de sentimientos invadiendo toda su alma. Era increíble sentir eso tan terrenal, porque no era humanos y ahí estaban haciendo cosas de humanos. Habían hecho muchas cosas de humanos durante todos esos milenios y casi ya se consideraban uno de ellos. Las razones estaban justificadas después del no Apocalipsis.
Aziraphel tronó los dedos y quedaron en una cama de la habitación de arriba, que ocupaba como otro estudio más, así que quedaron rodeados de libros. Crowley no dio cuenta de nada, porque estaba muy entretenido. Así que terminaron en ese lugar, entre orgasmos mezclados tanto de Crowley y de rebote suyo. El demonio cayó casi inconsciente sobre él y Aziraphale lo deslizó con cuidado a su lado para taparlo.
Permaneció a su lado mientras el demonio dormía. Aziraphale lo abrazó y lo atrajo a su cuerpo. Quedó ahí, porque no pudo dormir nada ni pegar pestaña, ya que él no acostumbraba a dormir y se le hacía extraña la situación. Trató de cerrar sus ojos en un intento fallido de llamar al sueño y este no se presentó de ninguna forma. Su corazón seguía acelerado sin ninguna posibilidad de tranquilizarse. Así que le fue muy difícil permanecer en ese lugar, sin despertar a Crowley, pero hizo el máximo de su esfuerzo y logró acostumbrarse un poco a la situación.
Estuvo bastante tiempo así, hasta que el demonio en sus brazos despertó. Aziraphale dejó de pensar cuando vio los ojos amarillos. Estos estaban fijos en él y parecían una perfecta serpiente, una bastante hermosa a decir verdad.
—Hola —dijo Aziraphel.
—Nhg —respondió Crowley.
—¿Pasa algo? ¿Te duele algo?
Crowley lo miró extrañado y su cara adquirió un tono rojo. Fue cuando al ángel lo asaltaron con un beso, sin que se diera cuenta cuando los grandes ojos amarillos se le abalanzaron. Este atrapó sus labios con fuerza, un tanto desesperado y eso lo conmovió profundamente. Crowley estaba inseguro, después de tantos milenios podía leerlo como si se tratara de un libro abierto.
—Crow… ley… tranquilo… entiendo.
El demonio se detuvo y lo quedó mirando con curiosidad.
—¿Qué… qué cosa?
Aziraphel le sonrió con dulzura. Crowley se puso más nervioso de lo que estaba, pero sonrió como espejo de su amor. El ángel fue quien lo besó ahora y se sentían muy felices juntos por todo lo pasado.
—¿Estás feliz? —preguntó Aziraphel.
—Mucho.
—Me alegra, querido. Quizás podamos levantarnos y tomar una rica taza de chocolate.
Eso hicieron, aunque Crowley se veía un poco torpe con la situación. Al parecer, todavía estaba en un limbo de felicidad o no podía creer lo que estaba pasando: uno de esos sentimientos o los dos al mismo tiempo. Difícil de saber en esos momentos a cuál correspondía.
Tomaron desayuno en completa armonía. Aziraphel tenía un hambre difícil de comprender, así que acarició su taza de chocolate en cada sorbo que le dio. Comió unos panecillos deliciosos bajo la mirada de la serpiente. El ángel al principio solo saboreaba sus exquisiteces como siempre, pero luego, puso atención al demonio y este estaba con esa mirada ausente con la que lo miraba a veces, en especial, la última vez.
—¿Crowley? ¡Crowley! —llamó.
Tomó su mano, la cual estaba encima de la mesa y la apretó con fuerza.
—¡Crowley! —llamó otra vez.
Crowley reaccionó y lo miró, luego miró su mano. La retiró como si quemara y su rostro se sonrojó.
—¿Estás bien? —preguntó Aziraphel.
—Sí, sí. Solo estaba pensando algo.
—¿Qué cosa?
—Urg… ¿Cómo?
—Cómo qué…
—¿De qué hablas?
Aziraphel comenzó a asustarse con la actitud de Crowley.
—¿En qué estabas pensando Crowley?
—Erg, en lo de siempre.
—¿Y eso de qué trata? Vamos querido, necesito saberlo.
—Ummmh.
Crowley balbuceaba cuando se ponía nervioso y Aziraphel lo sabía de sobra. Seis mil años de conocerse tanto cobraban su precio, aunque las cosas cambiaron cuando tuvieron sexo.
—¿Es por lo que pasó ayer? —preguntó Aziraphel.
El demonio quedó confundido:
—¿Qué pasó ayer?
Eso fue bastante extraño. Aziraphel arrugó la nariz, Crowley supo al instante que había metido la pata.
—Creo que bebí mucho ayer —dijo Crowley como disculpándose.
Aziraphel lo miró con fijeza, luego dijo:
—Nos amamos.
Crowley quedó de piedra. En shock no se movió, como pensando qué había dicho el ángel. Él recordaba una escena candente, pero la achacó a su imaginación hiperactiva por causa de su cercanía de Aziraphel. Algunas veces le pasaba, aunque ahora, después del no Apocalipsis, la cosa se intensificó. Ya no sabía lo que era realidad o producto de su mente ansiosa.
—¡Crowley! —le gritó, como siempre lo hacía para llamar su atención de forma desesperada.
—Aziraphel, yo… yo… hice algo que te molestó. ¿Te lastimé? —preguntó Crowley con miedo.
El ángel solo lo miró con ternura y supo de inmediato que no hizo nada malo. Eso no pudo identificar si era buena o mala situación, pero si Aziraphel tenía una sonrisa, sentía que no era tan malo.
—No, amor, no hiciste nada malo.
El ángel se acercó tanto que el otro se retiró por susto, pero luego quedó hipnotizado y Aziraphel aprovechó para tomar su mentón con una mano. El beso fue suave y muy bello. Crowley veía derretirse en cualquier momento como si le echaran agua bendita con un efecto indoloro.
—Te amo Crowley, te amo mucho.
—Yo también te amo.
Eso fue todo. Sabía que las cosas de ahí para adelante eran reales, ya nunca más imaginando cosas que podían pasar y no pasaban. Alucinaciones muy vívidas para ser alucinaciones, pero esto no lo era, y debía comprender su significado en todo el amplio espectro de la existencia.
—Creí que era un sueño o una alucinación mía —confesó Crowley.
—Nada de eso querido mío.
Crowley sonrió feliz de lo que estaba experimentando con su ángel. Volvieron a los besos y ahora las alucinaciones se volvieron realidad. Crowley seguía sin creerlo del todo, pero no estaba dispuesto a dejarlo ir, como tampoco estuvo dispuesto a dejar ir las alucinaciones cuando era lo único que tenía de Aziraphel. Él disfrutaría de todo aquello con el máximo de satisfacción, porque lo necesitaba para su existencia.
Tocaron sus cuerpos desnudos con tranquilidad agonizante. Podían sentir sus pieles junto a ellos y esa sensación era nueva, por lo menos para Crowley, ya que ahora tenía todos sus sentidos despiertos. Lo sorprendía el poder sorprenderse con esos sentidos. Comenzó a amar todo lo relacionado que le hacía sentir Aziraphel. Era tan suave su angelito que le daba confort el tener de dónde agarrar. Su Aziraphel era gordito, suavecito y le encantaba. Su piel tan blanca rebozaba de ese color rosado a medida que se calentaba.
Crowley pasó su mano por la entrepierna del ángel, despertando algo que parecía estar dormido durante muchos milenios. No era tan extraño de decir de esa forma o de observar según la historia de vida de esos dos. Les gustaba lo que se hacían el uno al otro, pese a que no estaban construido, originalmente, para eso. Los hacía feliz, tenerse en ese estado con tanto cariño. Los besos se hicieron fogosos. Le encantaba tenerlo dentro. El movimiento quedo, de entrar y salir, también era hilarante. Sentirlo de esa forma tan humana lo asombraba, junto con una adoración sin fin. Crowley vio alguna vez como se apareaban los humanos, pero lo atribuyó a una especie de ritual extraño, donde la especie caía en una especie de delirio chistoso en su coreografía. Nunca entendió ese delirio y ahora que lo vivía, lo sentía en todo su esplendor. Era maravilloso y lo más maravilloso eran esas como contracciones que le daban.
Cuando pudo entender esas contracciones, tuvo su orgasmo y varios más en el camino. Cosa que debía ser imposible, pero en esos seres, tan reprimidos sexualmente por propia naturaleza, parecía un milagro cuando en realidad era un milagro, uno muy hermoso.
Cayeron agotados uno al lado del otro y se acurrucaron en la cama para quedar juntitos. Sonrieron al mirarse, estaban tan relajados con todo lo experimentado porque parecía normal. Así abrazados, Crowley se quedó dormido.
Fin capítulo 1.-
