Mismo proceso, golpe a los barrotes. Miguel pega un SALTO, porque estaba de espaldas.

—¿Todo... bien?

—S-Sí. Sí. Si... sí—chasquea los dedos y se gira a él.

—¿Qué haces?

—Nada. Nada. ¡NADA!

—¿Estabas intentándolo otra vez? —sonrisa de lado, tan controlado que estas ahora, claro.

—¡No estoy intentando nada! Estoy… viendo cómo funciona, ¿vale?

—¿Y cómo funciona?

—Pues yo qué sé, ¡me interrumpiste!

—Pues algo habrás descubierto ya.

—Que es… raro y no termina de gustarme.

—Eso es porque SEGURO lo estás haciendo mal.

—¿Por? Es que si tan solo me explicarás BIEN.

—¿Yo te tengo que explicar cómo funciona tu cuerpo?

—Pues es que yo sé cómo funciona, pero no para ESTO.

Dalquiel se humedece los labios, pensando cómo... explicarle.

—Lo que tienes ahí abajo es... como una boca, pero vertical. Tiene unos labios dentro de otros. Sin dientes... espero.

—¿E-Esperas?

—Que no tengas dientes.

—¿Podría tener DIENTES?

—Espero que no.

—¿Hay alguien que los tiene? ¿Es raro? ¿Es malo?

—Hay quien los tiene, pero no es algo que queramos.

Miguel vacila… y chasquea los dedos. Quizás es por esto que Lucifer no ha querido nunca hacer eso con ella.

—Si me dejas ir a sanación, probablemente ellos puedan quitármelos, si es que no me los he quitado ya —comenta un poco insegura de sí misma, cosa rara.

—No creo que los tuvieras, los habrías notado al tocarte.

—Ah… bueno. Ehm… no, entonces no los tengo. ¡Tú también tocaste!

—Yo toque... yo no toque tan adentro.

—Adentro...

—De hecho, mejor céntrate en la parte de delante, hay como una bolita. Tú... juega con eso hasta que sientas algo y haya líquido dentro.

—Una... bolita.

—Una... protuberancia, como si fuera un grano —hace un gesto con los dedos bastante gráfico.

—¿Un... grano?

—Lo sabrás, de verdad, cuando lo encuentres lo sabrás.

—Hum... v-vale.

—Búscalo y cuando lo encuentres... me lo muestras —decide.

—Te lo... muestro...

—Justo eso. Venga.

—¿Así por las buenas?

—A poder ser...

—Ehm... Bueno, vamos a ver, quisiera hablar con algún otro ángel de esto...

—Deberías hablar con Uriel.

—¿Con... Uriel? Bueno ella es una chica y ya perdió la virtud.

—Por eso... y tu amiga... —y la que está con Asmodeo, que viene siendo el motivo principal.

—Pues si me dejaras salir de aquí...

—Te propongo un trato.

—¿Cual trato?

—Haz que tu ejercito me rinda lealtad a mí y te suelto.

Miguel le mira...

—Pfff... eso no lo vas a lograr nunca, demonio —sonríe.

—Entonces pásalo bien ahí dentro —Dalquiel se encoge de hombros.

—Algún día tendrás que sacarme.

—Tal vez algún día puedas conseguirme algo interesante. ¿Inmunidad diplomática? Eso ya lo tengo un poco...

—Pues solo por tenerme encerrada aquí, que si no, te cortaría la cabeza y dejarías de tener inmunidad diplomática.

—Me refiero a que nadie más que tú me corta la cabeza, tu ejercito me respeta bastante después de todo.

—¡Qué te van a respetar! Si vieran quién eres de verdad no te respetarían.

—Hablo también de cuando saben quién soy de verdad, ¿cuántos ángeles además de ti crees que me han cortado la cabeza?

—Bueno, una cosa es cortarte la cabeza y otra es respetarte.

—A veces pienso que hasta les tienes dicho que ese es un privilegio tuyo y hasta celosa te pondrías si otro lo intentara.

—Quizás.

—¿Ves? Ahí tienes mi inmunidad —sonríe de ladito.

—Ugh.

Dalquiel la mira y se muerde un poquito el labio porque quisiera entrar ahora mismo y maldita sea.

—Esa no es propiamente inmunidad es... privilegio mio.

—A mí me parece que el privilegio es mío.

—No es ningún privilegio que te corten la cabeza, idiota.

—El privilegio es que solo lo puedas hacer tú, para todo lo demás... hasta el control del cielo tengo.

—ES un privilegio MÍO, no de los demás. Y bueno, ESO es temporal.

—Seguro, seguro —sonríe de nuevo.

Ella le mira tan frustrada en todos los aspectos.

—Te ves bien cuando nada sale como tú quieres, ¿lo sabías? —se burla.

Ojos en blaaaaaaaaaaanco.

—Ehm... Dalquiel... —llama Abaddón atrás de él y mete un salto perdiendo toda su actitud relajada y de coqueteo que estaba teniendo con Miguel.

Ahí está Abaddón con su cara de angelito.

—Ehm... tú. O-Otra vez.

—Sí —Más sonrisita.

—¿Qué quieres ahora? No ves que sigo ocupado —le señala a Miguel.

—Bueno, sí, pero... me pareció...

—¿Qué?

—Que no estaban llegando a ningún sitio.

—Eso... no es asunto tuyo. Estas cosas requieren tiempo.

—Ahhh... vale, vale. Sí, sí, yo lo sé...

Dalquiel se humedece los labios y mira a Miguel de reojo.

—Bueno, ¿y qué quieres?

—Ehh... A-Abaddón —saluda Miguel que no se ayuda a sí misma.

Abaddón ni caso a Miguel.

—Hablar contigo a solas.

—Vale, vale —ojos en blanco de Dalquiel.

—Maravilloso... solo antes quiero una palabrita con Miguel.

Dalquiel le mira de reojo y se aparta un poco para que pueda hablar con ella.

—Nos das un segundito a solas.

—No, Abaddón, es un demonio peligroso.

—Pero está encerrado en una celda.

—Igualmente no quiero arriesgarme.

—¿Tú sí puedes arriesgarte y yo no? Venga...

—Yo soy el nuevo general del ejército.

—Tú eres todo... No compras la verdura porque no se come aquí.

—Para tu protección y cuidado —le sonríe.

—Bueno, yo también quiero cuidarte a ti.

—Entonces mejor vayámonos ambos.

—Bueno, igualmente, por favor déjame hablar con Miguel.

—No es Miguel.

—Bueno, con el preso.

—No tenemos nada que hablar con los demonios, Abaddón.

—¡Tú estabas hablando con él hace un segundo! Yo tengo que preguntarle una cosa de unos cuerpos que encontramos... sabes, para mí... trabajo.

—Es contraespionaje. Él no sabe nada de ningunos cuerpos.

—¡Tú qué sabes lo que sabe él o no!

—Lo sé porque le he estado interrogando.

—Bueno, quiero interrogarle yo.

—Esa no es una buena idea. De eso me encargo yo, ¿qué pensarías tú si ahora fuera yo a recoger almas? No te gustaría ¿verdad? Pues esto es lo mismo.

—Si quieres ve a recoger unas almas por mí, te lo intercambio...

—Bueno, quizás a ti no te molestara entonces que nombre a otro como nuevo Arcángel de la Muerte. Samael parece una opción —le tienta al orgullo

Abaddón frunce el ceño con eso, picándose de golpe, peeero... es que le reconoce en seguida.

—Quizás tú tengas un poco de hambre... —le tienta a la gula.

Dalquiel parpadea con eso porque a lo mejor si le hubieran tentado a la pereza estaría menos acostumbrado, pero la gula...

—Es decir... Ugh, vale, vale. Tienes razón, hermano ángel.

—Ehm... —parpadea un poco descolocado porque aún estaba intentando entender lo del hambre.

—Disculpa, nuestra, señora... maría, santa sea... vamos —medio escupe y se atraganta.

—Vamos, vamos a mi despacho —Él aprieta los ojos también, porque el par de estúpidos.

—¿Tú despacho? ¿Ahora tienes un despacho?

—Tú también tienes uno.

—Te refieres al de… —pausa—. Al mío. O sea... la pregunta era si te habías mudado al de Miguel.

—Sí. Eso mismo.

—Ah. Así que yo me mude al de…

—Al de recoger las almas. Todas.

—¿TODAS?

—Sí.

—Ehh… bueno, vale, le pediré a alguien. Pero ese no es el asunto.

—No, no le puedes pedir a nadie. Ya te he dicho que había que hacer sacrificios en la nueva configuración del cielo.

—Pero… o sea ¿es que tú sabes los muertos qué hay por hora?

—Sí, por eso no entiendo que haces aquí.

—Hablar contigo. No puedo estar yo recogiendo millones de almas al minuto mientras tú haces cosas raras con Miguel.

—¿Entiendo que lo que me estás diciendo es que no quieres seguir teniendo esta responsabilidad y poder?

Abaddón hace los ojos en blanco.

—Bueno, eso... da lo mismo, a mi qué me importa. Sí, sí la quiero seguir teniendo. Me pondré al día... hermano ángel.

—Bien. ¿Qué te trae por aquí entonces? —le abre la puerta del despacho de Miguel.

—Pues ciertos temas qué hay que discutir sobre el control del cielo.

—¿Aja?

—Y… los Arcángeles y qué vas a hacer ahora que tienes el control del juego.

—¿Por? ¿Tienes alguna idea?

—Pues, algunas… depende de lo que quieras hacer con el cielo.

—A ver, cuéntame.

—Pues piensa en… un cielo más libre.

—¿Aja?

—Con menos restricciones.

—¿Qué restricciones quitarías?

—Pues primero tantos rezos.

Levanta las cejas con eso porque no es el primer ángel que viene a pedirle cosas, pero... sí es el primero que le pide eso.

—¿No crees que podríamos usar el tiempo de mejor manera?

—Creo que los rezos nunca son obligatorios y forman parte de tu relación personal con Dios... sí consideras que rezas demasiado, solo deja de hacerlo.

Abaddón bufa un poco porque quiere molestarle y esto no ayuda mucho. No es tan idiota para proponer eso a los ángeles.

—¿Qué tal un poco de... —Abaddón se humedece los labios—. ¿Qué tal que castigáramos a Lucifer?

—Oh... —levanta las cejas con eso y sonríe de una forma delatora—. Uhm... ¿cómo? Espero que no vengas a proponer otro exorcismo o cosas con agua bendita.

—Bueno, agua bendita no sería castigo para ella.

—No, pero lo sería para él... No serías el primero en proponerlo.

—¿No? ¿Y? ¿No lo han hecho?

—No, claro que no.

—Sería un poco bestia con Lucifer.

—Además.

—¿Qué hay de un exorcismo?

—Eso llamaría mucho la atención y no queremos causar el pánico entre los demás. Ya le tenemos contenido y así nos sirve para el contraespionaje.

—¿Y qué has averiguado con contraespionaje?

—Que... —vacila un instante pensando "están perdidos, como gallinas sin cabeza" no—. Están conspirando con los demonios para hacer algo contra el cielo y tal vez deberíamos mandar un ataque preventivo.

—¿Vas a mandar un ataque al infierno?

—Deberíamos... ¿no te parece?

—¿Qué clase de ataque? ¿Vas a… mandar al ejército del cielo contra el infierno?

—Solo sería... algo preventivo.

—¿Preventivo de qué? El infierno no va a atacarte.

—Eso no lo sabemos, ya tenemos a un demonio aquí.

—¿Y vino con el ejército? No, ¿verdad?

—Pues no, pero... es... posible que lo hagan. Ya echamos a Belcebú dos veces, ¿recuerdas?

—Ehm… ya, ya… Ese asunto.

—A mí me parece que ese es un ataque claro. Ahora imagina esto, tomamos el infierno, subyugamos a los demonios y tenemos el control total de ambos mundos para hacer lo que queramos.

—Vamos a decir que ahora mismo podríamos hacer eso ya…

—Bueno, más o menos. Aún tiene el poder Belcebú y, por defecto, Gabriel.

—WHAAAAT?

—Aunque ella lo niegue. ¿Sabes que estaba él ahí abajo llevando el infierno no hace tanto?

—¡Pero era porque ella estaba incapacitada!

—¿Cómo sabes eso?

—P-Pues porque... tengo amigos en la enfermería.

—¿Y qué más te contaron de eso? —entrecierra un poco los ojos. Abaddón se encoge de hombros.

—Ehh... no mucho, en realidad. Solo... Pues eso, que Belcebú estaba KO.

—¿Y hablaste con ella?

—Ehm... poco, poco.

—No me vas a decir que sabías que estaba aquí encerrada y no fuiste a hablar con ella. ¿Qué te contó?

—Pues... Se decía en los pasillos que estaba encerrada aquí. Solo es que... n-no... no estaba haciendo mucho sentido, parecía como... drogada.

—Mmmmm... ya, bueno.

—¿Tú sabes algo de eso?

—Yo hablé con ella antes de echarla.

—¿Y qué te dijo? No sabía que siquiera la conocieras.

—Pues... no mucho, ya sabes.

—No, no sé.

—Pues quien no sabe quién es.

—Una cosa es saber quién es y otra es hablar con ella. Bueno, igualmente... ¿Tú qué opinas de las cosas que se dicen de Lucifer y Miguel?

Dalquiel se humedece los labios con eso.

—B-Bueno, es todo... m-mucho más exagerado de lo que realmente es, ¿no? O sea, ya os he contado antes que ella...

—Te parece mucho más exagerado… o sea ¿no es verdad que han tenido sexo?

—No, eso sí es verdad, ella misma lo dijo.

—Pero dicen también que Lucifer está realmente enamorado de ella…

—WHA... —Se para a sí mismo y carraspea—. Eso es... la verdad, yo... no lo creo. No creo que los demonios... o sea, que van a sentir amor.

Abaddón tiene que hacer un esfuerzo para no reírse con ese "WHA"

—Ya, ya, pero parece ser que Lucifer es diferente. Y… tiene un interés muy emocional con ella.

—Eso dice ella también, pero a mí me parece que solo está... irremediablemente encandilada.

—¿Ella? No será que ÉL está encandilado con ella. Dicen que en el infierno solo habla de ella.

—¡Claro que no! Es un demonio. Ellos no pueden encandilarse, ni enamorarse, ni nada parecido.

—¿Nada de nada? Pero… si yo he sentido amor venir de él cuando hablas con él. Supongo que de Miguel. ¿No lo sientes tú?

—Es el de Miguel. ¿Tú has sentido amor de un demonio?

—Pero Miguel está inconsciente.

—A lo mejor no lo estaba cuando lo sentiste. No está inconsciente del todo, creo, a veces grita y esas cosas.

—¡Como no va a estar inconsciente del todo, Dalquiel! ¡Si no lo está hay que sacarle de ahí de inmediato y llevarla a sanación!

—Debe estar hablando con él, en ese nuevo acuerdo de cooperación que tienen.

—¿Me estás diciendo que Miguel está aquí… encerrada, COOPERANDO con él? ¿Es una traidora?

—Por eso les hemos echado del cielo a todos, Abaddón.

—O sea, sí, pero no pensé que… estuviera aquí despierta.

—Pues yo tampoco, pero no hay otra explicación para esto que dices.

—Entonces si está hablando con él, están teniendo sexo ardiente en su cuerpo.

—¿Cómo, con un solo cuerpo? —igual se sonroja un poco.

—Pues toqueteándose y dándole orgasmos cada que se le mete.

—¿Qué sabes de eso de toquetearse? —frunce el ceño, porque Miguel no sabía cómo hacer eso hace unos minutos y este ni siquiera parece mucho más despierto. O sea, en ella parece mono que no lo sepa y... ciertamente apetecible como un caramelito.

—Yo solo te repito lo que escucho en los pasillos... y en sanación —se sonroja un poco, atrapado.

—¿H-Has oído por ahí sobre... ella toqueteándose? —joder con los rumores en el cielo ¡y lo poco discreta que es ella!

—Ahm... bueno, claro, la gente habla de eso...

—¿Y qué dicen?

—Pues que él la… que ella se toquetea pensando en él —Abaddón no sabe ni cómo han llegado a esto.

Dalquiel le mira con la boca abierta y sonrojado pensando en las fotos en el cajón... pero... no. No sabía ni cómo hacer eso. ¿Verdad? No podría haberle dicho solo para que él le explicara.

Ojalá Miguel fuera tan poco inocente.

—Y tiene fotos de él desnudo —agrega—. En su teléfono.

—¿L-Lo ves? Y por eso es que hay que... —igualmente se sonroja porque sabe de qué habla, pero no pensó que las hubiera mostrado a alguien más.

—Y se las mandó él. Unas selfies.

—Bueno, probablemente lo hizo para tentarla, es... su trabajo. Eso no demuestra una conexión emocional —carraspea sin mirarle.

—Parece ser que eran con su armadura, pero… pornográficas. Eso no parece tentar especialmente. ¿Ella le habrá mandado fotos a él? ¿Te has sonrojado?

—No eran... —se detiene a a si mismo de decir "pornográficas" porque mira que son exagerados los ángeles y el problema principal es que se las tomó aquí. En el despacho de Miguel, no en la celda infernal.

La verdad es que Abaddón está solo describiendo lo mismo que dijeron Los Ángeles antes.

—¿No eran?

—Ahm... tan escandalosas como esta que le quité yo —saca la que hizo Leviatán de ella con Gabriel.

Abaddón levanta las cejas hasta el… techo del cielo y casi se lo ARRANCA. Dalquiel levanta las cejas, dejándole, porque no se lo esperaba.

—¡¿Y e-esto?!

—Pues... es Gabriel.

—¡Eso veo! —La cara de horror.

—Esto no es con demonios, esto son... perversiones entre ellos.

—Eso… ¡No tenía ni idea! —frunce el ceño.

—Lo hace todo peor, ¿no es así? Cuando son los demonios quienes les tientan aún tiene lógica, pero esto... es que imagina lo que pasaría aquí si todos los ángeles hicieran esto.

—¡Ugh! —protesta Abaddón pensando que... Maldita sea, no le interesa una MIERDA que hagan los otros ángeles, pero sí Gabriel—. Quizás deberíamos ir a hablar con Miguel.

—Es Lucifer, Abaddón, no te va a saber decir sobre eso.

—Tendría que... ¡Tendríamos que hablar con ELLA! —es que quiere matarla, confundidamente.

—No sabemos cómo sacarle el demonio de dentro por ahora.

—¿Por qué a ti no te molesta? —Ojos en blanco de Abaddón y se cruza de brazos, refunfuñando un poco.

—Me molesta, claro que me molesta —le mira fijamente.

—Bueno, esto... es para más tarde —mira de reojo hacia afuera pensando en ir con Miguel y preguntarle AHORA si tiene esa relación con Gabrielito.

—¿A qué te refieres?

¡A qué has conseguido molestarla tú en vez de ella molestarte a ti!

—Entonces... —sigue Abaddón.

—¿Qué opinas? —pregunta Dalquiel.

—¿De los dos ángeles? Que son...

—Unos cínicos —acaba la frase por él.

—¡Y todavía diciendo que es pecado! —protesta asintiendo.

—Bien, veo que estás de acuerdo en mandarles un ataque preventivo.

—¿Ataque preventivo a los Arcángeles?

—Sí.

—¿En dónde vas a atacar a los Arcángeles?

—¿Sabes dónde están? Creo que se reunían en la librería de Aziraphale.

—Vas a hacer una pelea Ángeles contra Arcángeles… ¿pelea pelea?

—Espero tomar rehenes.

—Vale, vale… o sea solo digo que vas a terminar pronto.

—Podemos intentar hacernos con el infierno también. Belcebú parece distraída con este asunto, igual que los demás príncipes del infierno.

—N-No es... no sé si esté... ¡No sé si sea la mejor idea! —abre la boca.

—Además tenemos encerrado a Lucifer, así que no va a poder ayudarla.

—P-Pues... no. Pero igualmente tienen todo un ejército. No es como que... no se defiendan los demonios.

—¿Alguna vez lo has visto? Es un absoluto descontrol y desastre. Y aún más sin Lucifer.

—¿Qué? No lo son tanto.

—Créeme, yo he peleado en incontables ocasiones en el infierno.

—¿Y ahora te parece que el ejército celestial es mejor y el infernal una basura?

—Toda la clave está en los líderes.

—¿Que insinúas?

Dalquiel se encoge de hombros sonriendo de lado.

—¿Te parece que Belcebú no dirige bien al infierno?

—¿A ti te parece que sí lo hace?

—Desde luego… —pausita—. ¡Q-Que no!

—En fin... será mejor que me vaya.

—¿A dónde? No, espera…

—Pues a preparar la ofensiva.

—Pero hay que consultarlo con los demás —y yo tengo que avisar al infierno.

—¿Consul...tarlo?

—Así funciona el cielo, ¿no? Todo se consulta y se vota.

Ojos en blanco.

—Siempre hemos funcionado así, hermano ángel.

—Ya lo sé. Me parece una mera formalidad, pero...

—Indispensable.

—Vale, vale, convoca la junta entonces.

—Bien… ahora lo hago —se rebusca a ver si trae un teléfono.

—Nos vemos en la sala seis.

—Ehh… vale. Seis —asiente esperando que se vaya.

Ahí va a salir, la verdad, pensando en que... tan sospechoso será ir con Miguel OTRA VEZ.

Solo es sospechoso para Abaddón. En realidad, eso es lo bueno de los ángeles.

Abaddón busca por ahí a cualquier ángel y le pide que convoque a todos a la sala

(Orta ventaja de Los Ángeles).