Disclaimer: Los personajes y la historia no me pertenecen. La historia es de TouchofPixieDust y los personajes son de Rumiko Takahashi, yo únicamente traduzco.
Capítulo nueve: Despertando en tus brazos
Mmmmmm. La brisa era bastante agradable.
¿Brisa?
Kagome entreabrió un ojo solo para descubrir que su mundo estaba borroso. Se sentía ligera, fuera de control. Parecía como si su estómago hubiera caído por debajo de ella, como si estuviera en una montaña rusa. Se agarró con fuerza a lo que estaba más cerca de ella.
Tela… ¿roja?
Era tan familiar. Por un momento no pudo creer lo que veían sus ojos. Le temblaron los dedos mientras abría la mano izquierda y aplanaba la palma contra el pecho del hombre que la abrazaba. Hubo una exclamación ahogada de sorpresa encima de ella, entonces el mundo se detuvo en seco. Brazos de acero se apretaron a su alrededor, amenazando con cortarle la respiración. Pelo plateado…
Ah, de todos modos, ¿quién necesitaba respirar?
—Gracias a los Dioses…
El alivio en su voz preocupó de verdad a Kagome. ¿Inuyasha estaba herido? ¿Había muerto alguien? ¿Su familia estaba bien? ¿Qué pasaba? ¿Quién estaba herido?
—¿Inuyasha?
—Creía… creía… —Se aclaró la voz, apretando los brazos una vez más alrededor de ella antes de ponerla suavemente en el suelo, y enderezándose. Tras darle la espalda, le dijo con voz ronca—: Llegas tarde.
—¿Tarde?
Lo sorprendente era el hecho de que no había ninguna confusión como normalmente había cuando se despertaba tarde, o desorientación sobre cuándo o dónde estaba. O con quién estaba realmente. Este era Inuyasha.
—Yo… —Se le quebró la voz por un momento. Estaba ronca y sonaba grave—. Creímos… —Hubo un largo momento de silencio que Kagome no estuvo dispuesta a romper. Finalmente, simplemente espetó—: ¿Pretendes dejarnos?
—¿QUÉ? —La miko retrocedió un paso de la impresión. Eso era lo ultimísimo que se esperaba que dijese—. ¡Claro que no! ¡No quiero dejarte nunca! —Se retractó un poco, no quería espantar al hanyou con ninguna revelación personal. Incluso después de todo ese tiempo, a él todavía le daba vergüenza—. ¡No quiero dejaros a ninguno!
Tenía los ojos llenos de angustia cuando se giró para mirarla.
—Esta vez estuviste fuera mucho tiempo. Y te fuiste sin más. No me dijiste ni una palabra. A ninguno. ¡Ni una palabra! Te fuiste sin más. —Tenía la voz ronca y tensa, las manos apretadas y temblorosas—. No podía atravesar el pozo hacia ti. —Apartó la mirada y se detuvo un momento—. Creí… todos creímos… que lo habías sellado.
—¡Oh, Inuyasha! —Se lanzó contra él y lo abrazó con fuerza. A la porra con no querer asustarlo—. Nunca. Nunca sellaría el pozo. Me mataría dejarte.
Dejó caer los brazos alrededor de ella y correspondió a su abrazo. Al principio gentilmente, después enérgicamente, como si tuviera miedo de soltarla en algún momento.
—Me dejaste…
A Kagome casi se le rompió el corazón ante sus palabras susurradas.
Inuyasha estaba sentado en el rincón de la cabaña con los brazos rodeando su espada y los ojos cerrados. Era más fácil centrar toda su atención en Kagome de ese modo. Podía filtrar los otros olores y concentrarse en su aroma. Podía guiar sus orejas hacia ella para que pudiera oír incluso sus latidos si escuchaba con la suficiente atención. Durante todo el día, Sango, Miroku y Shippo ya habían sido crueles con sus bromas sobre que no le quitaba la vista de encima a la miko ni por un momento. Al menos de esta forma podía obsesionarse con ella sin parecer que se estaba obsesionando.
—Entonces, no selló el pozo como habíamos temido —oyó Inuyasha que decía el monje. El hanyou resopló, Kagome solo se lo había dicho ya un centenar de veces. ¿Cuántas veces tenía que oírlo?
Un ligero crujido de pelo rozando contra tela indicó que Kagome estaba negando con la cabeza.
—No —dijo con un hilo de paciencia—. No sellé el pozo.
El fuego crepitó. El báculo de Miroku tintineó mientras intentaba acercarse a Sango sin que ella se diera cuenta. Inuyasha no estaba seguro de entender el deseo del monje de que le abofetearan la cara todos los días al menos una vez. Sí, entendía la necesidad de estar cerca de la persona que te importa. Incluso entendía el deseo de tocar. Después de todo, vivía por los momentos en que Kagome le daba la mano o apoyaba la cabeza contra su hombro. Cielos, una de las mejores cosas de las batallas era que Kagome cuidaba de sus heridas y lo curaba, aunque realmente no lo necesitara. ¡Pero el monje SABÍA que le iban a pegar si tocaba AHÍ a la exterminadora!
—Este otro Inuyasha parece estar cortejándote.
Se movió un músculo en la frente del hanyou. Inuyasha quería gruñirle a Sango por mencionar ese pequeño detalle, pero se mantuvo en silencio. Había una ligera posibilidad de que Kagome no fuera muy consciente de ese hecho de que la estaban cortejando, y de verdad que no quería que pensara en ello. O que lo sopesase.
—Fue solo una cita, Sango —dijo Kagome con una risita.
Solo una cita. No un cortejo. No lo ama. No me la puede robar. Inuyasha suspiró. Ojalá pudiera encontrarlo para poder matarlo.
—Pero ¿no dijo usted que es con las «citas» con las que los y las jóvenes encuentran a sus compañeros?
Inuyasha apretó los dientes. Apostaba a que Miroku dijo la palabra «compañero» solo para chincharlo. Bueno, pues era UNA PENA. No iba a acabar metido así en la conversación. De todos modos, ¿por qué estaba Kagome «saliendo» con este tipo? Solo porque tuviera su nombre, no lo convertía en ÉL. Ahora que lo pensaba, ¿no había «salido» con aquel otro chico tiempo atrás? El debilucho. El idiota que llamaba a Kagome «Srta. Caracoles» o alguna tontería cuando habían estado en una especie de «obra de teatro» en su instituto. ¿Cómo era que se llamaba? Juntó las cejas mientras fulminaba con la mirada al chico del pelo de color arena en su cabeza. De todos modos, ¿qué hacía Kagome «saliendo» con nadie en absoluto?
Estaba tan ocupado imaginándose cuerpos masculinos destrozados (algunos con pelo de color arena y otros con colas de lobo) que casi se perdió a Kagome hablando de La Cita.
—Primero fuimos al cine. Tomamos refrescos y palomitas.
Pues vaya, refunfuñó Inuyasha. Kagome lo había llevado a ÉL también al cine con anterioridad. HABÍAN tomado refrescos y palomitas. Además, también habían comido dulces. ¡De dos clases distintas!
—¡Nos lo pasamos muy bien! Era una comedia, así que nos reímos mucho todo lo que duró. Luego, después de la película, fuimos a tomar helado. Los otros Sango y Miroku también estaban allí.
¿Y qué? Kagome lo había llevado a ÉL a comer a sitios en su época cientos de veces.
—Después me dio la mano y caminamos hasta los recreativos para jugar a videojuegos con el otro Shippo. Fue divertido. Jugué a un videojuego en el que tenía que bailar.
Inuyasha apretó la mandíbula y se esforzó por no explotar. ¿ÉL LE HABÍA DADO LA MANO? Fue difícil evitar ponerse en pie de un salto y exigir explicaciones. O reñirle. O sacudirla. O irse al pozo para ir a buscar a este tipo y hacerlo trizas. Trizas diminutas. Trizas diminutas y chiquititas de…
—Parece muy dulce —suspiró Sango alegremente, para irritación de Inuyasha. ¿La exterminadora TENÍA que animarla?
Los celos amenazaron con abrumarlo. Sintió el demonio que tenía dentro arañándole las entrañas, rugiendo en protesta porque alguien estuviera intentando arrebatársela. Exigía un castigo. Exigía sangre. El agarre sobre su espada apenas evitó que se transformara en un demonio completo, aunque podía sentirlo palpitando en su interior, intentando salir. Era algo que solo pasaba cuando su vida estaba en peligro. Pero Kagome ERA su vida y, en ese momento, estaba en auténtico peligro de perderla.
Sí, siempre causaba que destellaran sus instintos protectores cada vez que aparecía Kouga para hacer sus irreales reclamaciones sobre Kagome. Pero Inuyasha nunca había creído REALMENTE que Kagome fuera a dejarlo por el lobo, a pesar de las cosas que le decía. No creía que REALMENTE fuera a quedarse tampoco con cualquiera de esos debiluchos chicos del futuro. Había prometido quedarse con él y la creía.
Pero eso fue antes de que tuviera a Inuyasha, el amable, dulce y glorioso señor de la perfección. ¿Cómo podía un hanyou sin un hogar de verdad, o modales, o refinamiento, o educación, o dinero, o…? Mmmm… ¿Qué podía ofrecerle? Inuyasha frunció el ceño.
—¿Le amas? —preguntó Shippo.
Inuyasha se puso en pie de un salto, casi tirando su espada al suelo. Ante la mirada sobresaltada de ella, apretó su agarre, luego envainó la espada antes de salir echando humo de la cabaña. Quería cortar cosas o darle una paliza a algo. En cambio, se conformó con saltar al tejado y apartarse todo lo que pudo del sonido de sus voces, intentando desconectarse de ellas. Quería ser capaz de oír su voz, pero no de oír sus palabras.
Gritaba cobardía, pero ya no podía seguir escuchando. No podía soportar oír si amaba o no a este otro Inuyasha. Tenía… miedo. Por primera vez, cabía la posibilidad de que fuera a perderla ante otro varón. Perderla de verdad.
Después de todo, este otro Inuyasha era amable con ella. Decía cosas dulces y hacía cosas dulces y, era simplemente… bueno… dulce. Y esa era siempre la clase de cosa que la ponía tan extasiada. Le gustaba lo dulce. Le gustaba lo romántico. Le gustaban todas las cosas que era este otro Inuyasha. Cosas que ÉL no era. ¡Y el otro Inuyasha incluso era humano! Era alguien con quien podía salir al mundo y no sentir vergüenza. Alguien que no tendría que ponerse una gorra para esconder sus orejas. No tendría que preocuparse porque… porque sus hijos (Inuyasha enterró las garras en los brazos, haciéndose sangre al pensarlo) tuvieran orejas de perro y los ridiculizaran por ser monstruos o bichos raros. Podía tener una agradable vida normal con un agradable hombre normal.
Le gustan mis orejas, se recordó, sintiéndose un poco patético por aferrarse a un clavo ardiendo.
Fijó la mirada en la noche, deseando que pudiera encontrar las respuestas allí. Agachando la cabeza, se dio cuenta de que las respuestas no estaban allí. Estar con el humano… eso podía hacerla feliz. Sería noble, suponía, rendirse con ella en favor del humano. Podía retirarse de su vida y dejar que fuera agradable, normal y feliz.
¡NO!, rugió su alma con fiereza. ¡No! ¡Su lugar está conmigo! Nadie puede protegerla como yo puedo. Nadie… nadie puede amarla como lo hago yo.
¿Cómo podía hacer que lo escogiera a ÉL? ¿Cómo podía hacerle ver que él sería el mejor compañero? ¿Cómo podía asegurarse de que se quedase con él para siempre? ¿Cómo podía asegurarse de que no la perdiera?
—Haré lo que sea —les juró Inuyasha a las estrellas.
—¿Lo que sea?
Inuyasha casi se cayó del tejado cuando habló Kaede. ¿Cómo no la había oído? Se dejó caer al suelo grácilmente, encubriendo su sorpresa. Cayendo como si eso fuera lo que había pretendido hacer.
—¿Qué quieres, anciana?
—Parece —dijo Kaede—, que no soy yo la que desea algo, Inuyasha.
—Feh.
Por un momento se quedó callada y miraron juntos las estrellas. Aunque cinco segundos de eso fue lo único que pudo soportar Inuyasha antes de ponerse como un flan.
—Escúpelo de una vez, anciana.
—Harías bien en aprender a ser paciente, Inuyasha. —Su expresión era de reprimenda, pero pronto cambió a algo más suave—. ¿Te convertirías en humano, Inuyasha? ¿Si eso significase que podrías vivir en la época de Kagome y estar siempre con ella? —Kaede volvió a mirar a las estrellas con serenidad mientras hacía la pregunta.
Inuyasha mostró su mirada de furia más amenazadora.
—No es posible, anciana, así que es una estupidez hablar de ello.
—Sí. Pero ¿si fuera posible?
¿Era posible? Al mirar dentro de la cabaña, vio a Kagome colocando sus sábanas. Todavía tenía las mejillas sonrosadas por haberse sonrojado ante los comentarios de Sango y Miroku sobre la cita. Sus ojos entraron en contacto con los de ella, quien le dirigió una sonrisa que hizo que su corazón se saltara un par de latidos.
—Le gusto tal como soy.
—Eso es verdad. —Kaede estuvo callada otro momento—. ¿Sería posible una vida con ella en su lado del pozo si te quedases como estás?
—Le gusto tal como soy. —Enterró las garras en la madera del marco de la puerta.
Kagome estaba colocando su ropa de cama al otro lado de la fogata respecto de Sango y Miroku. Cerca del rincón donde dormía él siempre. Le dirigió otra sonrisa mientras cogía a Shippo en brazos y empezaba a contarle un cuento para dormir, con Kirara sentada junto a su rodilla, escuchando atentamente el cuento de hadas sobre tres cerdos inusualmente inteligentes y el lobo feroz.
Allí estaba su lugar. Con él.
—No hay ninguna duda de eso, Inuyasha. Lo que pregunto es si puedes vivir en su época si permaneces como medio demonio. ¿O esperas que renuncie a su familia y amigos, a su vida, para vivir aquí contigo? ¿Dónde harás vuestro hogar?
Inuyasha gruñó su respuesta.
La voz de Kaede se volvió más baja, más amable.
—Solo deseo que pienses en el futuro, Inuyasha. Que pienses en lo que será mejor para Kagome. —Se detuvo—. Y para ti.
Con esas palabras de despedida, volvió dentro de la cabaña.
El lugar de Kagome estaba en el pasado, estaba seguro de ello. Solo mírala con Shippo. Mira lo feliz que está aquí. Mira lo felices que nos hace a todos. Pero sabía que aquí no podía darle un hogar, no del modo en que estaba acostumbrada. No uno con agua fría y caliente que entrara en su casa a través de tuberías. Ni aires acondicionados que mantuvieran la casa fría en verano o calefactores que la mantuvieran abrigada en invierno. Ni microondas que hicieran ramen en tres minutos o menos. Ni centros comerciales, cines o heladerías. Y su madre, hermano y abuelo. Los echaría de menos.
Él podía vivir en la época de ella, suponía. Era confusa y apestosa, y odiaba ponerse aquellas estúpidas gorras. Pero… si ese era el único modo en que podía estar con Kagome… Por supuesto, no había garantías de que la perla pudiera conceder su deseo de ser humano. Nadie lo había intentado nunca realmente. No, convertirse en humano no era buena opción. No podía protegerla tan bien como humano.
A Kagome le gustaba él tal como era.
Le gustaban ambas épocas, así que debería ser capaz de viajar a ambas épocas. Bueno, a menos que él se viera obligado a destruir el pozo para quedársela… De todos modos, ¿por qué no podían seguir yendo atrás y adelante por el pozo? ¿Por qué tenían siquiera que tomar la decisión en absoluto?
¿Por qué las cosas no pueden quedarse como están?
Se preguntó si ese deseo funcionaría en la perla. Un deseo que mantuviese las cosas tal como estaban durante el resto de su vida. Las cosas estaban perfectas de la forma en que estaban. Viajando juntos. Pasando días y días juntos. Hablando bajo las estrellas cuando todos los demás estaban dormidos. Momentos en los que podía mirarla a los ojos y pensar que veía ternura y amor. Sabiendo que aquí era donde estaba su lugar, su familia. Peleando juntos. Sonrió, incluso pelearse era divertido.
Pero ¿Kagome sería feliz con una vida como esa?
Kaede se está preocupando por las cosas equivocadas, decidió Inuyasha. No es cuestión de escoger el DÓNDE. Es cuestión de escoger el QUIÉN. Seguiría a Kagome a cualquier lugar o a cualquier tiempo mientras lo escogiera a él.
Las inseguridades empezaron a batallar con irritación.
¿Por qué está considerando siquiera esta pálida imitación, de todos modos? ¡La protejo! ¡Cuido de ella! ¡Prometió quedarse a MI lado! El fuego empezó a consumirlo. ¡Cómo se atreve ese humano a intentar arrebatármela! ¡A MÍ!
Además, tenía una conexión con Kagome que no tenía nadie más en el mundo. Estaba conectado a ella a través del pozo. No era ninguna particularidad del destino que la hubiera traído a él, estaba destinado a pasar. Ella estaba destinada a encontrarlo. El pozo solo los dejaba pasar a los dos. No lo enviaba a él al futuro o la llevaba a ella al pasado, los transportaba hacia el otro.
Por supuesto, estaban conectados por magia de más de una forma. También estaban conectados a través del rosario que tenía alrededor del cuello. Tocó las cuentas alrededor de su cuello. Puede que fuera una conexión que odiase en ocasiones y tal vez era un poco dolorosa cuando la enfadaba de verdad, pero seguía siendo una conexión.
Estaban unidos.
Vale, sí, nunca se habían pronunciado las palabras formales, pero siempre se entendía que ella le pertenecía a él. Y, admitió para sus adentros, que él le pertenecía también a ella. Lo sabía todo el mundo. ¡Todo el mundo! Se entendía que eran compañeros, o que lo serían cuando fuera el momento adecuado. Estaban prometidos el uno con el otro… más o menos. Ella prometió quedarse con él durante todo el tiempo que le dejase, y él prometió protegerla siempre. Eso significaba que estaban prometidos para siempre. Así que este humano se había pasado MUCHO de la raya al intentar cortejar a su compañera. ¡Tenía todo el derecho a defender lo que era suyo!
Justo cuando Inuyasha había llegado a una blanca y caliente ira, sus orejas se levantaron ante el sonido de Kagome soltando un suspiro de satisfacción al quedarse dormida. Se asomó de nuevo al interior y la vio acurrucándose en su saco de dormir. Parecía feliz y era terriblemente duro mantener su ira encendida cuando parecía tan tranquila.
Como si estuviera exactamente donde quería estar.
Se metió silenciosamente dentro de la cabaña y se agachó al lado de ella, dejando que su aroma lo envolviese en una manta de paz. Tenía los ojos cerrados, pero a juzgar por su respiración, podía ver que todavía no estaba dormida. Por un momento, recordó cómo había sido cuando se había despertado en sus brazos ese mismo día. Se sentía correcto. No podía perderla. Lo mataría.
—Eh —dijo en voz baja mientras le empujaba la pierna, intentando no despertar al zorrito que estaba empezando a quedarse dormido al lado de ella.
Abrió los ojos somnolientamente.
—Oye.
Quería pedirle que fuera a dar un paseo con él. Quería hablar con ella. Quería hacerle entender que no podía dejarlo. Quería…
—… Kagome…
Ella se incorporó lentamente.
—¿Sí?
Inuyasha parpadeó. ¿Sí? Durante un confuso momento, pensó que había estado hablando en voz alta, que había accedido a ser suya. Oficialmente. Por supuesto, en cuanto se dio cuenta de que solo estaba preguntando qué quería, se sintió un poco desinflado.
—¿Quieres algo? —preguntó mientras bajaba silenciosamente la cremallera de su saco de dormir y empezaba a incorporarse.
Sí. Quería tantas cosas en ese momento que no pudo encontrar la forma de decir ninguna. Abrió la boca, pero la cerró rápidamente de golpe. Esto era demasiado importante. Estropearlo NO era una opción. No podía arriesgarse a decir algo equivocado. Necesitaba tiempo para encontrar las palabras correctas. Palabras que le dijeran todo lo que necesitaba decir. Las que la mantendrían con él para siempre. Soltar cosas estaba destinado a meterlo en problemas. Siempre lo hacía.
¿Debería pedirle ayuda a Miroku? Nah, no se puede confiar en nada que diga ese libidinoso en lo referente a mujeres. Shippo solo era un niño. Un niño avispado, pero aun así un niño. Quizás Sango. Mmm… tal vez no. Seguro que le diría que le hablase todo meloso como ese OTRO Inuyasha, además, lo delataría con Kagome y estropearía la sorpresa antes de que llegase a decir nada. También estaba el hecho de que eran unos entrometidos y que seguro que iban a espiarlos constantemente si lo supieran. La madre de Kagome siempre tenía buenos consejos, pero era improbable que fuera a ayudarlo a convencer a su hija de quedarse en el pasado con él.
—¿Inuyasha?
Una cálida mano le tocó la frente y cerró los ojos. Inhalando profundamente, intentó ahogarse en su aroma. La mano se movió a su mejilla.
—¿Inuyasha? ¿Estás bien?
—Keh —dijo en respuesta, abriendo los ojos a regañadientes—. No soy un débil humano, estoy bien.
Con el corazón martilleándole, levantó la mano lentamente y cubrió la de ella con la suya, atrapándola contra su mejilla. Cuando reunió su valor, la miró a los ojos. Su corazón dio una pequeña voltereta al ver cómo había suavizado la mirada. Su sonrisa era amable y dulce. Y no intentó apartar la mano de la suya.
No podía pensar en una sola cosa que decir. Lo único que podía hacer era sentir.
Mañana encontraría las palabras. Aunque lo matase (o peor, lo humillase), encontraría las palabras. Solo necesitaba un poco más de tiempo. En realidad, como que esperaba que simplemente lo SUPIERA para que no tuviera que decírselo, pero hasta el momento no le había funcionado. Era doloroso hacer esto al modo humano. Es que, ¿por qué tenían que confiar tanto en las palabras? ¿No tenían ningún instinto?
—Duérmete, Kagome.
Mañana iba a ser uno de los días más difíciles de su vida.
