La delgada línea a lo desconocido
Por Ladygon
Capítulo 5: Acorralados.
El demonio no se detuvo, pese a que escuchó los gritos a sus espaldas. No podía dejar que los pillaran en esas condiciones. Si los capturaban no tendrían cómo protegerse. Obligó a correr al pobre ángel, quien apenas podía con su pobre estómago. Crowley de a poco se fue alejando de los hombres del camino, pero estaba seguro que uno de ellos lo seguía, quizás el policía.
—Crowley… —musitó el ángel y no dijo más porque se desmayó.
El demonio no alcanzó a sostenerlo con fuerza y cayó al suelo junto con él, pero logró amortiguar la caída.
—Ángel, ángel, ¿estás bien? —preguntaba preocupado.
—Crowley… me duele.
—¿Qué te duele?
—El estómago.
En ese momento, el estómago del ángel rugió con fuerza. Crowley sintió un cariño inundar su ser. Sabía exactamente lo que le sucedía a su angelito.
—Tienes hambre —dijo Crowley—. Eso es todo.
—¿Hambre? No puede ser —respondió el ángel—. Nunca he sentido algo así.
—Nunca hemos tenido la necesidad, pero ahora somos mortales, pese a las alas.
—Debemos buscar un lugar donde resguardarnos y algo para comer.
Crowley levantó la cabeza para ver si podrían encontrar algo. Por lo menos, la voz del policía ya no se escuchaba. Podrían seguir moviéndose por el bosque. Crowley arrastró a su ángel, aunque no podían seguir de esa manera. Debían encontrar luego un refugio o morirían como simples mortales.
Los árboles serían su refugio por ahora. Su ángel no daba más, no podían seguir. Vio un árbol grueso donde recostarse apoyados en él. Ahí se quedaron para pasar la noche, el problema sería el frío. Trató de enroscarlo bien en sus brazos para darle el calor de su cuerpo.
La noche fue extremadamente fría y él, con su naturaleza de reptil, estaba sufriendo mucho. Pensó que moriría de frío en un momento horrible, pero al ver que Aziraphale temblaba, volvió a envolverlo con su abrazo.
Debían resistir como fuera esa noche. Su querido podía enfermarse y eso no podía ser. Esperaba pasar de la noche y no morir como un humano. Aziraphale cayó dormido en sus brazos. Crowley luchó todo el tiempo para no dormir porque, si lo hacía, podía morir en el sueño. Fue la noche más larga de su vida. Ni siquiera de todos sus milenios podía compararlo, ya que estaba profundamente enamorado de su ángel y temía por el futuro, no solo por él mismo, sino por aquel ángel bello.
El despunte del alba fue algo cálido en su cuerpo. Crowley parecía bastante cansado, sin ninguna energía. Ni siquiera para despertar a Aziraphel.
—¿Querido?
La voz se escuchaba muy lejana. Después sintió el zamarreo y pudo tratar de abrir los ojos con bastante somnolencia.
—¡Crowley!
El demonio abrió los ojos muy grandes y pudo ver a su adorado ángel. Eso fue como si viera el cielo delante de él. Su boca dibujó una sonrisa hacia su sol.
—Ángel, ¿qué tal?
—¿Cómo qué tal? ¿Estás bien? Creí que estabas muerto —dijo con angustia Aziraphel.
—No, no estoy muerto.
—¡Oh, querido! ¡Me alegro tanto!
Unas lagrimitas se asomaban en su ángel. Estaba a punto de llorar y Crowley se alarmó por eso. Se levantó con rapidez del suelo. Fue tan rápido que estuvo mareando un poco. Aziraphel lo miró sorprendido con la recuperación milagrosa.
—Estoy bien, muy bien —repetía Crowley.
Aziraphel le dio una sonrisa bella que lo llevó a elevarse su espíritu de nuevo al cielo.
—Estoy tan feliz que casi no me importa que estemos rodeados —dijo Aziraphel.
—¿Rodeados?
Crowley abrió los ojos. Sus pupilas estaban dilatadas al máximo y vio a los policías como en las películas. Detrás de sus patrullas, apuntando sus armas, y uno con uno de esos conos para anunciar que se rindieran.
—¿Cuándo pasó esto? —pregunta Crowley muy confundido.
—No lo sé, desperté y los vi así. No se atreven a acercarse —informó Aziraphel.
—¿Y por qué no se acercan?
—No lo sé, parece que nos tienen miedo.
—Pues eso parece.
—¿Qué pasa si nos vamos?
—Nos dispararán.
—¿Cómo lo sabes?
—Tengo la sensación de que lo harán.
Crowley miró a los humanos y en realidad se veían asustados. Los humanos cuando estaban asustados eran peligrosos. Eso lo había visto innumerables veces durante sus milenios. Era mejor ser precavidos, no hacer movimientos bruscos, tal como lo decía su angelito.
—Sé que no nos podemos mover, pero tampoco podemos quedarnos aquí —observó Crowley.
—¿Y qué hacemos entonces?
—No lo sé.
Los dos guardaron silencio al mirarse a los ojos. Hubo un movimiento brusco por parte de los policías y los dos se asustaron. Miraron hacia adelante. Uno de los policías se había acercado, haciendo que sus compañeros se alteraran.
Los dos se mantuvieron estáticos, viendo como el humano se acercaba a ellos. No sabían qué movimiento hacer, porque si venía con malas intenciones las cosas saldrían muy mal. El problema era que no sabía para quién en realidad. Mientras tanto, ese humano seguía caminando hacia ellos. Las alas de Crowley se recogieron de improviso. Sonoros clicks de todos los tipos llegaron a sus oídos.
—¿Y ahora qué? —preguntó Aziraphel.
—Podríamos correr —aventuró Crowley.
Aziraphel lo miró como si le hubiera salido otra cabeza. No podía creer que salía con eso en ese momento tan peligroso. Quería golpearlo, pero el hecho de que estaban en peligro lo hizo descartar la idea con rapidez y pensarlo, concienzudamente, con seriedad. Era una buena opción si los asustaban lo necesario como para que no respondieran con fuego. Lo miró hacia su espalda, es decir, donde estaban sus alas cubiertas.
—¿Mostrar las alas?
El demonio entendió casi inmediatamente. Sacaron con rapidez las ropas. Sus alas quedaron al aire y se sintió un rumor de asombro. Eso es lo que esperaban para plantar el vuelo. Aziraphel apenas agarró la prenda de ropa para taparse su desnudez y tomó la mano de Crowley.
Un salto, abrieron las alas y sintieron un disparo. Aziraphel se sintió caer, arrastrado por el peso hasta el suelo.
—¡Crowley, Crowley! ¿Estás bien? ¿Querido? —preguntó arrodillado a su lado.
Tenía una herida de bala muy sangrante. Aziraphel comenzó a perder la cabeza producto de la desesperación de no poder hacer nada por su amado demonio. No sabía dónde estaba herido y, con la desesperación, no podía concentrarse para ver la herida. Su cabeza le estaba dando vuelta sin sentido y no tenía ojos para nadie más, salvo para su adorado.
—Háblame, por favor —suplicó llorando.
Crowley estaba sangrando por todas partes, parecía que lo hubieran acribillado, pero no era así. Entre más lo revisaba, más pánico sentía.
—Ángel…
—Crowley, Crowley… dime…
No dio cuenta de que había un grupo de personas que se estaban acercando. La policía quería capturarlos vivos y traían redes de pesca. Aziraphel no dio cuenta de ellas hasta que fue muy tarde y las vio encima de los dos. Trató de zafarse sin lograrlo y, todavía preocupado por Crowley, solo atinó en protegerlo con su cuerpo. Cerró los ojos con fuerza.
Fin capítulo 5.-
