Ranma 1/2 no me pertenece. Este fanfic está escrito por mero entretenimiento.

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—Cero—

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Capítulo 12: Fuera de control

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No sentía las gruesas gotas de sudor que rodaban por su espalda. Tampoco el aire denso y caliente que salía de su boca. Ranma solo sentía nauseas y un mareo extraño, como si sus pies flotaran, como si su cabeza se hubiera separado de su cuerpo y volara a varios metros del suelo, desprendida de la realidad.

Escuchaba gritos, oía voces, coreaban su nombre al unísono, era arrollador. En la oscuridad relucían relámpagos de flashes que contrarían sus pupilas con dolorosos impulsos nerviosos. El luchador se levantó, ni siquiera recordaba estar agachado. Alguien le agarró del brazo, la palma de aquella mano resbaló a causa del sudor.

Ranma miró a esa persona, y pensó que la conocía. Su cara le era vagamente familiar.

—Chico, ¡chico! ¡Espabila! ¡El combate ha terminado! —gritó, y hasta sus oídos llegó su voz, pero el mensaje era algo inconexo, eran palabras que en su cabeza no tenían ningún sentido. Era como si su boca hablara y hasta él solo llegara el aire que expulsaba mientras sus labios se movían en grandes gestos. ¿Estaba alegre? ¿Estaba enfadado? ¿Acaso importaba?

Le empujó y Ranma descubrió que sus pies estaban en el suelo, porque por un instante perdió el equilibrio mientras aquellas manos, rugosas y grandes, se empeñaban en sacarlo de malas maneras de allí. Dejó de sentir el resplandor de las luces, en su lugar se encontró descendiendo una pequeña escalerilla donde el aire se volvía un poco más denso, y al mismo tiempo más frío.

Le escoltaron, agarrándolo como si se fuera a escapar, como si en cualquier momento se fuera a volver y… y…

Le empujaron sobre un banco, y acto seguido le tiraron una toalla húmeda sobre la cabeza. El guerrero apenas reaccionó, indolente, actuando como un autómata, como si su cuerpo le fuese ajeno, ejecutor de actos no medidos ni procesados. Ranma se encontraba absolutamente exhausto.

—¡Los últimos segundos! ¡Esos tres golpes! ¿En qué estabas pensando? ¿O es que acaso no lo estabas haciendo?

Ranma alzó la mirada, con la toalla mojada sobre la cabeza parecía un siervo devoto de una secta impía. Miró por debajo de la tela, mientras el agua fría comenzaba a viajar sobre sus sienes, y corría y corría mojando su espalda, su pecho descubierto.

—Yo…

—Estás a esto de cagarla, chico —dijo el hombre frente a él, mientras casi juntaba los dedos en un gesto que quizás, en otras circunstancias, habría tenido algún sentido—. Cuidado.

—¿Qué… qué he hecho? —preguntó con la mirada turbia, sintiendo que el embotamiento comenzaba poco a poco a abandonar su sistema, y en su lugar dejaba espasmos musculares y dolor.

A su pregunta solo le siguió un silencio inadecuado, dubitativo.

—¿No te acuerdas?

—Estaba peleando… estaba…

Y de pronto un escándalo le alejó de sus cavilaciones, a escasos metros de donde se encontraba se estaba produciendo una acalorada discusión.

—¡Dejadme hablar con él! —chilló una voz de mujer, una voz que se le metió dentro hasta reemplazar la confusión y los espasmos, una voz que le provocaba dolor de otro tipo.

—No puede hablar contigo —interrumpió el hombre de las manos grandes.

—¿Pero qué estupidez es esa? ¡Soy su maldita representante! ¡Hablará conmigo lo quiera o no!

—Dije que yo me ocupo, tengo experiencia.

—¡No pienso…!

—¡Echadla!

Y la voz se apagó tras una puerta, no sin ruido, no sin golpes. Ranma alzó una mano y se quitó la toalla de la cabeza, la cual cayó con un chapoteo húmedo sobre las baldosas del suelo. Aún así no levantó la mirada, se concentró en sus manos, vendadas, con nudillos llenos de sangre y algo pegajoso y húmedo, restos del otro luchador.

—Tulungan nawa tayo ng aking diyos —susurró el hombre frente a él mirando hacia el techo, tomó aire lentamente y después lo expulsó de golpe—. No puede volver a pasar.

El luchador comenzó a retirar las vendas de sus manos doloridas, era como si hubiera estado golpeando horas, los dedos le temblaban, las articulaciones se quejaban y doblaban siguiendo un patrón asíncrono.

—¡Ha recuperado el conocimiento! —gritó una de las muchas voces que atestaban el vestuario, alzando la pantalla de su teléfono entre la multitud y aproximándose a toda prisa hacia Santos, el cual recibió la noticia con un gesto de profundo alivio.

—Te sonríe el cielo —dijo apuntando al chico de la trenza con su firme índice—. Serénate y date una jodida ducha. Dale una vuelta a lo que ha pasado allá arriba. Piensa, joder, ¡piensa!

Ranma dejó las vendas empapadas en sangre tiradas en el suelo, se levantó como un autómata e hizo exactamente lo que le habían dicho que hiciera. Se metió en la ducha con pasos erráticos, aún intentando entender qué acababa de ocurrir.

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Estaba en la final. Eso era lo importante. Al menos eso era lo que decía Santos que era lo importante, aunque Ranma no recordara exactamente cómo había pasado.

En un momento estaba sobre el ring, y en otro estaba bajando a empujones. Había perdido el control, eso era lo que decía su entrenador, eso era lo que todos susurraban. Había perdido el control, pero no había habido ningún hecho que pudiera haberle arrastrado a hacerlo. El combate iba bien, se podría decir que hasta avanzaba a su favor, hasta que un buen gancho hizo que su cerebro desconectara de la realidad, un golpe que nubló su vista y despertó sus ansias, que le liberó de forma terrible.

Podría haberle matado, eso también lo susurraban. El comité de competición le había llamado al orden, y él había acatado con el ceño fruncido y palabras cortas.

No era normal, nunca antes había actuado así, como un psicópata, como una persona que no recae en que el combate no es a vida o muerte, que tiene frente a él a un rival que late y respira, que sangra y sufre. Ranma había entendido que algo no iba bien, que hacía un par de días que había algo en su cabeza que repiqueteaba, que picaba, al fondo, muy al fondo.

Algo que temía demasiado poner en palabras, una sospecha, un agujero. Algo que, si no frenaba, le arrastraría a la locura, le volvería un desquiciado capaz de hacer algo mucho peor que coser a golpes a su rival.

Y la final estaba allí, el título estaba a un solo combate de distancia.

La pelea contra Jun Ichirakawa.

La adrenalina dio paso a algo mucho más amargo, un sentimiento que por desgracia llevaba demasiado tiempo con él, escondido tras su cobardía. El miedo le engullía con su boca húmeda y fantasmal, devorando absolutamente cualquier otro pensamiento.

—No quiero volver a mi hotel —dijo a Santos aquella noche, con las manos aún temblando y la voz distante. El filipino de rudos modales asintió y se lo llevó con él.

El luchador apagó el teléfono y se conformó con ropa prestada, una cena frugal y una cama blanda en un hotel no tan lujoso como el suyo, pero limpio y cercano.

Su entrenador se ocupó de todo lo demás.

...

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Ranma despertó en la madrugada del segundo día, ni siquiera tenía claro haber dormido más que unas horas salteadas. Su necesario descanso se había vuelto a ver asaltado por pesadillas, esas que creía tener bajo control en las últimas semanas. Se sobó las sienes, se frotó los nudillos.

El espejo del baño le devolvió una mirada perturbada, gris sobre negro en unos ojos apagados e hinchados, una piel desmejorada y casi cetrina, un golpe en el pómulo que se tornaba morado y varios puntos de sutura sobre su ceja izquierda. También le dolía la mandíbula, no sabía si por los golpes o por haber apretado demasiado los dientes en un rechinar nocturno lleno de despertares sudorosos.

Salió a correr por un parque cercano. El frío que se filtraba por su piel le ayudó en el despertar, a volver a respirar y sentirse como una persona y no como una bestia sin cerebro ni alma, devorado por la ansiedad. Las bocanadas calientes de su boca abierta le golpeaban en las mejillas.

Para cuando quiso darse cuenta ya no corría, volaba. Sus piernas daban zancadas portentosas que le alejaban del hotel, y sin saber cuánto le llevó ni en qué momento lo planificó, se encontraba plantado como un idiota tembloroso delante de la puerta de su propia suite.

Llamó con dos golpes y esperó. El sudor corría por sus antebrazos, por su espalda y por sus sienes, el vapor de sus jadeos ya no se tornaba en nubes si no que permanecía en el aire, pesado. No supo qué iba a decir, de pronto se vio tentado a dar media vuelta y regresar sobre sus pasos, a huír a la carrera con sus miedos e inseguridades a cuestas, para que nadie las viera, para que ella no lo supiera jamás.

Su vida y su muerte, eso era. Eso es lo que estaba tras esa puerta, la cual demoró tan solo unos segundos en ser abierta de forma tímida y después de golpe.

Akane vestía un pijama y apenas un chal que se había echado sobre los hombros, sus cortos cabellos estaban despeinados y bajo sus ojos se marcaban rojas ojeras producto de las lágrimas y el desvelo. Él bajó la mirada, quedándose sin palabras, ella apretó la mandíbula enseñando sus perfectos dientes en un gesto de furia temblorosa.

—¿¡Dónde demonios te habías metido!? —gritó empujándolo, colmada de frustración, con sus dos manos apenas consiguió que la regia figura del luchador se moviera unos centímetros sobre su propio eje. —¡Te he hecho una pregunta! ¿Por qué no me hablas? ¿Por qué llevas días sin hacerlo? ¡Contéstame, maldito seas! —Se desgañitó la muchacha en mitad del pasillo, con sus pies descalzos y los ojos cuajados en lágrimas. Ranma no se movió, sostuvo el aire dentro de sus pulmones mientras sus ojos se negaban a enfrentarla.

No sabía qué decir, no sabía cuánto era justo preguntar. Cuando se trataba de ella parecía que no supiera nada.

Akane le enfrentó, resoplando por las fosas nasales tan agraviada como frágil, ella también parecía al límite. Ante su mutua falta de comunicación la chica gimió frustrada y tras darle un nuevo empujón se dio media vuelta y entró en la suite. No cerró la puerta principal, pero sus pisotones resonaron hasta perderse por la estancia y el portazo de su habitación fue como el chasquido de la tapa de un ataúd.

El luchador se quedó unos momentos en el pasillo, después arrastró los pies hacia el interior y cerró tras de sí. Se revolvió los cabellos, se pasó las manos por la cara antes de caminar hacia la puerta de la chica y apoyar la frente contra la fría superficie blanca, dio un par de golpes con los nudillos esperando una respuesta, pero nada ocurrió.

—Akane —inició dubitativo, con voz rasposa—, yo… no quería que pasara esto.

Escuchó sus pasos rápidos al otro lado de la puerta, la cual se abrió revelando a la joven, quien con los ojos rojos y abiertos, y las lágrimas rodando por sus mejillas parecía al borde del colapso.

—¿No querías? ¡Oh, no te preocupes! No es la primera vez que me dejas sin explicaciones, ya estaba empezando a acostumbrarme a tus desplantes, lo sorprendente es que solo hayas tardado tres días en volver. Llegué a pensar que el plazo estándar eran siete años.

Ranma arrugó las cejas, dolido.

—Esto no tiene nada que ver con esa vez —contestó masticando las palabras.

—Ni siquiera te molestes, me dan igual tus explicaciones. Soy tu representante y al menos deberías tener la decencia de decirme si quieres que siga o no con mi trabajo.

El luchador la miró, y lo hizo con unos ojos inescrutables. Eran de un azul lechoso, como si la propia neblina de la duda se expandiera a través de sus iris y se proyectara incontenible.

—¿Tú quieres seguir? —preguntó cargando a su espalda el peso de la cuestión, ahora la que pareció dolida fue ella.

—Lo he dejado todo por este trabajo. Sí, quiero seguir, pero no dejo de pensar que involucrarme contigo de… de otra forma ha sido un error. Te dije que esta relación sólo era profesional y tú…

—Fuiste tú la que se me tiró al cuello en el ascensor —rememoró con rabia, apuntando con el dedo pulgar hacia la entrada de la suite, como queriendo recordar lo que había pasado allí mismo. Akane sostuvo el aire en los pulmones y alzó su fina barbilla en un alarde de dignidad.

—No estaba en mis plenas facultades.

—Sabía que te acordabas —espetó él con una sonrisa sardónica, pero solo sonrió su boca, sus ojos estaban profundamente tristes.

—De cualquier manera no puedes estar días sin hablarme, y luego perder los nervios de esa forma en el ring. Yo no puedo ser un problema para tu carrera, ¡no he venido a eso!

La mandíbula de Ranma crujió, contuvo su lengua pegándola con todas sus fuerzas al cielo del paladar.

—Necesitaba pensar.

—¿En qué? —preguntó con los nervios de punta.

Ranma apartó la mirada sin darle una respuesta, ella apretó los puños conteniéndose para no golpearle.

—Bien, pues espero que hayas reflexionado—continuó—. Mañana te enfrentas a Ichirakawa, debes concentrarte.

Y ese nombre actuó como un resorte en su cerebro, el guerrero se envaró y miró a la chica con gesto grave.

—Sí —dijo sin más—. Estoy durmiendo en el hotel de Santos, recogeré mis cosas.

—¿¡Qué!? —graznó ella plantada donde estaba, tiesa como un palo.

—Tú misma has dicho que necesito concentrarme. Contigo alrededor no puedo hacerlo.

Akane se estremeció fuera de su vista, se abrazó a sí misma como si el frío trato que le despachaba Ranma le hubiese calado hasta los huesos, hubiera invadido todas las fibras de su tembloroso corazón. Se mordió el labio inferior intentando no caer de rodillas, no arrastrarse hasta él suplicando una explicación. Se suponía que ella le daba paz, que dormir cerca le proporcionaba alivio, que su presencia le salvaba del frío y desterraba las pesadillas… y a ella le iba bien así, a ella le gustaba que él le confesara esa vulnerabilidad sin la cual volvía a sentirse a la deriva.

Ranma sacó su maleta y tras rebuscar apenas unos minutos salió con presteza de su habitación, le dirigió una mirada que Akane no supo interpretar, profunda y devastada, tras lo cual abandonó la suite.

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Hasta los oídos del guerrero llegaba el dulce barullo del público asistente a la final.

Una final entre dos japoneses en suelo patrio era algo absolutamente inusual, tanto que la prensa japonesa no había dudado en llamarlo "El combate por el sol", haciendo referencia a antiguas leyendas, y otorgándole el título de "Emperador supremo" al luchador que consiguiera alzarse con la victoria.

Los medios extranjeros no habían parado en deshacerse en halagos y peticiones de entrevistas o declaraciones de alguno de los dos luchadores, pero afortunadamente Ranma había permanecido de forma conveniente alejado de los micrófonos, Santos se había ocupado de ello.

En otro mundo, en otro tiempo, quizás hubiera sido un buen representante. De hecho, Ranma dudaba de si no tendría que pagarle un extra por todo lo que estaba haciendo por él, o de si alguien no lo habría hecho ya.

Santos le ajustó las vendas entre los dedos con minuciosidad y le dió un par de fuertes palmadas en el rostro. Ranma le observó con sus ojos muertos y se esforzó por esbozar un intento de sonrisa que despertó más lástima que tranquilidad en el entrenador.

—Ese chico es duro, le conozco desde hace tiempo y sé como lucha. Si no sacas al genio que tienes dentro va a destrozarte —dijo amenazante apoyando un grueso dedo en su pecho, a lo que el guerrero no pudo más que asentir como si lo entendiera.

—Bien —respondió sintiéndose fuera de sí, como si su cuerpo fuera manejado por algo ajeno, dejándose llevar.

—Y sobre todo no pierdas el foco, controla los nervios. Lo del otro día no se puede repetir.

—Entendido —volvió a asentir, y el filipino le miró sin creerse una sola palabra.

En ese instante unos nítidos golpes se escucharon en la puerta del vestuario. Uno de los chicos que ayudaban con la organización se asomó e intercambió unas palabras con la persona que esperaba fuera. Abrió la puerta del todo para dejarla entrar.

Ranma alzó la vista para encontrarse con los ojos graves de Nodoka, le dedicó esa falsa sonrisa que había sustituido a la suya. La mujer apretó los labios.

—Necesito hablar con mi hijo un momento —declaró a la multitud reinante, Santos miró a Ranma y el guerrero asintió indicándole que estaba bien. Parecía que el entrenador se había convertido en su guardaespaldas personal en los últimos días.

La mujer se quedó tiesa donde estaba y esperó a que les dejaran a solas para retomar la palabra.

—He venido a desearte suerte —declaró con palabras secas, él no se movió de su lugar, estaba sentado en un banco y le dirigía una mirada expectante, como si adivinara las intenciones que se ocultaban detrás de su tono cortante.

—Gracias —dijo con los hombros caídos y la mirada perdida.

—Y también a que me expliques por qué Akane está en el pasillo de vestuarios con cara de estar muerta en vida.

El guerrero miró al suelo, su rodilla comenzó a moverse con ansiedad.

—Es complicado —respondió esquivo.

—Hasta hace unos días las cosas iban mejor que bien entre vosotros —siguió entrecerrando los ojos, observando la miserable postura de su hijo, lo destrozado que se encontraba.

—Ella… —tragó saliva—. Ella no ha hecho nada malo. Y aunque lo hubiera hecho yo no tendría derecho a… Pero no me pidas que no me afecte. No me pidas que lo ignore.

Su madre se mantuvo en un silencio atónito, con el aliento contenido y los ojos exorbitados.

—Imposible —dijo con orgullo la adusta mujer, se cruzó de brazos por encima del precioso obi dorado que lucía sobre su carísimo kimono de gala—. Conozco a esa muchacha, tú también deberías saberlo.

—Mamá… hemos estado mucho tiempo separados —razonó él.

—¿Se lo has preguntado siquiera? ¿O es que te da demasiado miedo hacerlo?

Ranma suspiró y soltó el aire con un resoplido agónico.

—No deberíamos hablar de esto ahora —murmuró con voz ronca, fijando la mirada en las luces fosforescentes de la sala—. Tengo que salir a pelear.

—Precisamente no puedes salir a pelear en este estado —dijo ella de forma calculada, se dio la vuelta y sus sandalias de madera chasquearon sobre las baldosas de forma rápida, Ranma se levantó como un resorte sabiendo exactamente lo que estaba a punto de pasar e intentando impedirlo con toda su alma.

Nodoka corrió más deprisa y en última instancia antes de abrir la puerta sacó de su obi un pequeño tantô guardado en una funda de madera de bambú, que enseñó a su hijo con una fiera advertencia en sus ojos. Ranma se detuvo y recordó a la segura (y ligeramente perturbada) mujer que conoció a sus ya pasados dieciséis años, con su katana lista y afilada que siempre llevaba consigo. Ahora parecía haberla cambiado por un modelo portátil.

—Lo hago por tu bien —declaró saliendo al pasillo e imponiéndose en mitad del estrecho lugar, donde todos los hombres que formaban parte del equipo de entrenamiento del artista marcial guardaron silencio ante la inesperada presencia—. ¡Akane! —llamó con voz firme, y la temblorosa muchacha apareció de entre el gentío, como si acabara de ser invocada.

La chica de cortos cabellos tenía aspecto cadavérico. Su tez, habitualmente pálida ahora parecía cerúlea. A la vista estaba que se había esforzado por no parecer el despojo que debía sentirse por dentro. Llevaba un elegantísimo traje de pantalón y chaqueta que le marcaban la fina figura y unos hermosos zapatos negros de tacón. Hubiese parecido toda una representante profesional de no ser por su expresión perdida, por el hecho de tener las uñas de las manos mordidas y los pellejos de las cutículas arrancados y sangrantes.

La mujer del kimono cogió aire y se dirigió a ella con las zancadas más grandes que le permitía su atuendo. La tomó de la mano y la arrastró sin miramientos hacia el vestuario. La empujó dentro de forma deliberada, tomó la puerta y la miró grave.

—Por algún motivo que desconozco, el estúpido de mi hijo piensa que andas enredada con otro hombre —concluyó cerrando tras de sí y dejándola a su suerte. Akane abrió la boca, sintiendo el golpe del portazo y de sus palabras, su mandíbula se descolgó y miró con pasmo al luchador que tenía frente a sí.

Ranma le sacaba dos cabezas, vestía su calzón de lucha y una camiseta deportiva ajustada. Los músculos de sus brazos y de su torso estaban rígidos. Sus puños estaban bien vendados, firmes. Y aún así el chico se sintió intimidado cuando los enormes ojos marrones se tiñeron en fría ira.

—No es cierto… —murmuró ella con incredulidad acusadora—, dime que no es eso lo que te ha tenido en este estado —concluyó con lo que parecía una pregunta, pero estaba claro que no lo era.

Ranma sintió el gusto de la bilis en la boca, el corazón en la garganta y un extraño picor en los ojos. Hizo de tripas corazón y se obligó a enfrentarla con toda su vergüenza a cuestas.

—Intentaba ser mejor que esto —dijo meneando la cabeza, casi para sí mismo—, quise ignorarlo, que ni siquiera te enteraras, pero en ese combate salió todo y no fui capaz de frenarlo —concluyó con su sonrisa triste. Akane se había cruzado de brazos y fruncía el ceño, vista de cerca volvía a tener los ojos rojos.

—Pensaba que no nos fiamos de la prensa —soltó ella acusadora, profundamente dolida, y Ranma alzó sus hermosos iris azules con la neblina adherida a ellos, la observó en su silencio atroz.

—No lo lei en la prensa, me lo dijo Ichirakawa —confesó mirando su rostro de muñeca mudar desde la indignación al pavor más absoluto. Los labios de Akane se tornaron tan blancos como sus mejillas y comenzaron a temblar. El guerrero observó su reacción y ahora el turno de fruncir el ceño fue suyo. Ranma apretó los dientes sintiendo como su palpitante interior saltaba un latido, no necesitaba más confirmación, no le hacía falta escucharlo de sus labios ni que le aplastara los sangrantes restos de su corazón con sus nuevos y brillantes tacones.

Tomó aire e intentó alcanzar la puerta, quería llegar al ring cuanto antes y hacer lo que mejor sabía, lo único que le quedaba, pero Akane atrapó su brazo con manos rígidas y gesto exánime.

—No es lo que piensas —dijo temblando entera, intentando retenerlo a su lado solo un poco más.

—¿Era eso lo que me estabas ocultando? —atacó rendido—, ¿era por eso que estabas tan rara?

Akane quiso gritar de pura frustración.

—No sé que te ha dicho ese desgraciado, pero te aseguro que tiene una explicación.

—Dijo que os conocisteis en Singapur —soltó una vez más Ranma, a la expectativa. Las cejas de Akane se alzaron mientras en sus ojos se adivinaba el pánico—. ¿Es cierto? ¿Le conocisteis entonces y os pusisteis de acuerdo para disimular delante de mí?

—P-puedo explicarlo… sólo deja que…

Ranma se tapó el rostro con una de sus manos enguantadas, temblaba como una hoja azotada por el viento. Se le veía tan frágil, tan horriblemente frágil.

—¿Por qué? —exigió como respuesta.

—No es lo que crees, por favor, Ranma… —suplicó viendo como él se libraba de su mano, como la ignoraba y caminaba directo a la salida del vestuario, retorciendo los dedos en garras, tornándose de piedra, convirtiéndose en un bloque de hielo impenetrable a sus palabras.

Las lágrimas de la representante caían cálidas e imparables por sus mejillas siendo testigo de cómo el guerrero se alejaba de su lado. No supo hacerle ver, no pudo frenarlo. El público le recibió con un abrazo abrasador que no logró hacer mella en su expresión de granito.

Con el corazón en un puño Akane vio como Ranma se subía al ring dispuesto a matar a golpes a su adversario, o al menos a morir en el intento.

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La sangre caía a borbotones por sus fosas nasales. Chorreaba lánguida hasta sus labios, otorgándole una sonrisa siniestra y espeluznante. La cabeza de Ranma había sido golpeada sin compasión, haciendo que su cerebro rebotara en sus paredes. Debía tener una conmoción, y aún así se las apañaba para permanecer en pie y de una pieza.

A su alrededor los gritos eufóricos se mezclaban con los de angustia. Estaban en el tercer round, o al menos eso creía, e iba perdiendo. Ichirakawa estaba centrado, su técnica era perfecta. Era un guerrero en el apogeo de su carrera demostrando que el deporte japonés nunca había estado más fuerte. El chico de la trenza entornó los ojos sintiendo el sabor ferroso en la lengua, la saliva bajando por su garganta y el protector bucal con su tenue sabor a plástico.

Puso las manos por delante de su cara e intentó, una vez más, atacar. El luchador que tenía enfrente bloqueó todos y cada uno de sus vacuos intentos por encajarle un golpe. Ranma se sentía lento, con los pies demasiado pegados al suelo y la cabeza demasiado lejos.

Un nuevo golpe en las costillas le hizo jadear, Ichirakawa aprovechó el momento para tirarse sobre él e intentó inmovilizarlo en la lona, pero el guerrero se retorció como una anguila en una red. Se libró in extremis y salió de la asfixiante llave sin aire y jadeando, mordió con aún más fuerza la goma entre sus dientes.

El sudor corría sobre sus marcados músculos, escuchaba de fondo a Santos, gritándole que espabilara de una vez. Y lo sabía, sabía lo que tenía que hacer, sólo que su cuerpo no respondía.

En su mente había un gran espacio en blanco en el que estaba ella, agarrándolo con desespero. Ella, que le había mentido. Ella, que con tanto celo se había cuidado de parecer distante y recatada todas esas semanas. Ella, que temblaba ante el nombre de su contrincante.

Ranma no se sentía traicionado, era algo peor. Hubiese preferido que intentara estrangularlo mientras gritaba que lo odiaba, incluso que le atacara salvaje, que rechazara su oferta de trabajo de forma tajante. Todo habría sido mejor que aquella crueldad.

Había jugado con él en su propia cara. No le importaba si su aventura había sido algo pasajero en un momento de vulnerabilidad. Él había sido sincero, se había abierto por completo y a cambio había conseguido mentiras y una puñalada por la espalda. Desde luego que no se lo esperaba, mucho menos de Akane, porque en el fondo pensaba que aún la conocía, que ellos no habían cambiado tanto, o que al menos no lo habían hecho en lo esencial.

—¡Salta, maldito seas! —gritó la voz de su entrenador desde algún lugar indeterminado—. ¡Deja de comerte los golpes y esquívalos!

Pero eso no le ayudaba. No, de hecho ya no había nada que pudiera ayudarle, porque su mayor anhelo había muerto ese mismo día, condenado por sus labios vacilantes y sus ojos llenos de lágrimas.

La rabia se lo comió vivo, hasta convertirlo en un vestigio de ser humano. Ranma miró a Jun Ichirakawa, quien estaba golpeado y sudoroso. Ni siquiera recordaba haberle hecho eso.

Le observó con el odio hirviendo en sus tripas. Ya no le importaba nada. El torneo podía irse a la mierda, el estadio podía hundirse hasta sus cimientos con todo el público dentro. Quería verlo sangrar, quería que sufriera tanto como lo estaba haciendo él.

Ranma dejó ir el aire que contenían sus pulmones y se transformó en algo nuevo, un fantasma, un espíritu. El siguiente golpe que tiró su contrincante abanicó el aire, y el chico de la trenza, entrenado y mortalmente certero, saltó tal y como le había ordenado su entrenador. Con su conocida agilidad, consiguió encaramarse a una de las paredes de la gran jaula, el público contuvo el aliento.

Desde la altura planeó. El aterrizaje fue elegante, perfecto hasta el último grado. El pie derecho de Ranma apoyó sobre la lona a la vez que flexionaba la rodilla izquierda y ejecutaba un portentoso giro con la pierna que golpeó a Ichirakawa más duro que un tren de mercancías.

El luchador trastabilló y el juez le dio el round al chico de la trenza. A Ranma no le gustó que le detuvieran. Regresó a su rincón a regañadientes, se le echaron encima todos sus muchos ayudantes, le dieron agua para enjugarse la sangre y las babas, Santos le perforó con sus ojos pequeños y oscuros.

—No vuelvas a perder la cabeza. Te lo juegas todo.

El chico de la trenza le ofreció una sonrisa lacónica, con ojos muertos y hombros caídos. Él ya no tenía absolutamente nada que perder. Juntó los puños apretando las vendas bajo los guantes, alzó la vista hacia ese bastardo al que pensaba humillar hasta que se arrepintiera de haber nacido, y una sombra se interpuso en su visión.

Tuvo que pestañear para entender que Akane se había subido al ring, con su traje de chaqueta y sin sus zapatos de tacón parecía incluso más bajita de lo normal. Ranma le dirigió una mirada asesina a Santos, el cual negó con la cabeza, como si no tuviera absolutamente nada que ver.

—¡Eres imbécil! —gritó la chica sobre el barullo, el cual pareció amainar ante su presencia—. ¡Un estúpido! ¡No puedes pensar eso de mi! ¡No te lo consiento!

—Agora bo —Le costaba hablar con el protector dental puesto, lo escupió sobre su guante mientras el árbitro parecía impaciente por reanudar el combate—. ¡Estoy en… !

—¡Estás luchando como un desquiciado porque no confías en mí! —gritó ella mientras Santos la sacaba a rastras de la lona—. ¡Si ese cerdo no te machaca lo haré yo! ¡Y si ganas también!

Ranma observó atónito como la jaula se cerraba a su espalda, y la muchacha de ojos ardientes y cortos cabellos enredaba sus manos a los barrotes y le dirigía una mirada amenazante. Eso le gustaba mucho más que aquella expresión de tembloroso pánico, una pequeña sonrisa apareció en el borde de sus labios mientras volvía a ponerse el protector bucal. Sintió la llama prenderse en su interior, sintió las fuerzas volviendo a correr por sus tendones.

Pensó que tenía que terminar con Ichirakawa cuanto antes para obtener sus ansiadas explicaciones, acompañadas de esa paliza prometida. Empuñó las manos y atacó primero. El intercambio de golpes adquirió un nuevo cariz, eran rápidos y poco certeros, pero tremendamente peligrosos. El chico de la trenza encadenó un movimiento de patadas y puñetazos que culminaron con otro de sus acostumbrados saltos, pero esta vez en lugar de golpear tiró a Ichirakawa al suelo y empleando a fondo todo el entrenamiento recibido le hizo una llave aprisionando su cuello. Ranma jadeaba por el esfuerzo mientras su compatriota gemía intentando librarse de él.

El juez otorgó otro punto más a Ranma y el público estalló en vítores. De nuevo a regañadientes dejó ir a su presa, observándolo con muda quietud, viéndolo levantarse mientras se sobaba el cuello al borde del ahogo.

En otras circunstancias el guerrero de la trenza se hubiera incluso atrevido a bromear con su adversario, pero para su gusto aquello ya se estaba alargando demasiado.

Nada más sonar la campana Ichirakawa comenzó a alejarse de él, haciendo valer su buen juego de pies sobre la lona. Ranma le dedicó una sonrisa taciturna antes de comenzar a atacar. El otro japonés defendía como podía, pero ahora era su turno de verse lento y alterado, y Ranma no pudo evitar preguntarse si la inesperada presencia de Akane podría haberle perturbado de forma contraria a cómo había hecho con él. Apretó los dientes sintiendo el protector crujir ante la presión.

Ranma lanzó un ataque protagonizado por sus duros puños. Esta vez no saltó ni trató de buscar un mejor golpe, se dedicó a machacar su línea de defensa hasta que cedió, rota en pedazos. Ichirakawa alzó una mano enguantada, intentando protegerse la cabeza, pero al ver los ojos inyectados en sangre de su adversario comprendió que era inútil. El actual campeón no se iba a detener.

Golpeó, golpeó y golpeó. Hasta que la cabeza de su adversario cayó sobre su pecho tras el último golpe en la mandíbula. Un TKO de manual. Ranma jadeaba ingobernable, escupió el proyector sobre el cuerpo caído de su rival en un acto tan asqueroso como antideportivo, y antes de que pudiera seguir con su particular toma de justicia el árbitro le declaró ganador.

La jaula se abrió y varios técnicos sanitarios comenzaron a intentar despertar al luchador que yacía tendido boca abajo en la lona. Había sido un combate espectacular.

Ranma acaba de revalidar el título ante las cámaras de todo el mundo, dio un giro alrededor mientras le hacían entrega del cinturón de campeón en una ceremonia que le resultó tediosa y absolutamente prescindible. Para cuando bajó del ring la sangre ya había comenzado a coagularse sobre sus heridas y los moratones a manifestarse en su torso y brazos. No hubo apretón de manos deportivo con su rival, pero Santos parecía moderadamente satisfecho de que no se le hubiera terminado de ir la cabeza como la última vez.

Jun Ichirakawa estaba bien, sólo tenía una pequeña conmoción que cedería con descanso y los cuidados adecuados. Nada irreparable.

El campeón marchó entre felicitaciones y palmadas en la espalda de regreso al vestuario, con el cinturón colgando de uno de sus hombros. Y cuando se encontró de nuevo en el silencio de la estancia, en el funesto frío lejos de los focos se permitió cerrar los ojos y temblar. Le poseían las endorfinas, la euforia posterior a la victoria. Todo el equipo se había marchado a celebrarlo, o al menos eso parecía porque allí no había nadie más.

Dejó el cinturón sobre una bancada cualquiera y deshizo su trenza, la cual después del combate era un revoltijo de pelo negro con mechones sueltos. Su melena se desperdigó por su golpeada espalda y con un gesto de dolor alcanzó una toalla antes de encaminarse a la que sería una larga y merecida ducha.

Escuchó la puerta de la sala cerrarse con pestillo, y unos tacones conocidos caminar hasta él. No sabía si estaba preparado para aquello, no sabía si su estado mental podría soportar más emociones.

Encendió el agua y se encerró en la cabina. El calor de los chorros recorrió su espalda y Ranma soltó una maldición al sentir el agua meterse dentro de sus heridas. Se frotó la cara con fuerza, retirándose los restos de sangre de los labios y de la boca.

Se examinó uno de los golpes del costado, palpando por encima de las costillas y llegando a la conclusión de que no debían de estar rotas. Necesitaría un vendaje, analgésicos y pomada cicatrizante.

Media hora después, cuando sus músculos se encontraban relajados y en él no quedaban más regueros de sangre ni de sudor apagó el agua. Se anudó una gruesa toalla a la cintura y salió de su escondite. Por supuesto que ella estaba allí, en pie, tamborileando con los dedos y con una expresión llena de rabia y ansiedad.

El guerrero la miró de forma esquiva antes de dirigirse a la bolsa donde estaba su ropa. El pelo le caía suelto y mojado sobre la espalda, se lo sacudió con las manos mientras se esforzaba lo inimaginable por no cruzar sus miradas.

—¿Y bien? —inquirió Akane con el ceño fruncido, pasando por alto cualquier atisbo de felicitación.

—Esa es mi frase —contestó él, poco dispuesto a iniciar una conversación en la que estaba claro que era ella quien tenía que confesar.

—¿Cómo has podido…? ¿Cómo te atreviste a pensar eso de mi? —preguntó con una de sus manos sobre su corazón, agraviada hasta lo más hondo de su ser.

—Bueno, quizás si no te trajeses tantos misterios entre manos no habría perdido la puta cabeza, ¿no crees? —atacó dejando lo que estaba haciendo, estaba claro que llegados hasta ese punto las llamas de la discusión eran imposibles de apagar.

—¡No quería que perdieras el foco! ¡No creí que él…!

—¡Qué! —dijo Ranma con el corazón palpitándole tan rápido como durante el combate, más aún.

—¡No creí que estuviera tan loco como para confesar que me atacó en los pasillos de vestuarios! —chilló empuñando las manos y mirando al chico de la trenza llena de una vergüenza que sabía que no tenía porqué sentir—. Sí, le conocí en Singapur ese maldito día en el que se te ocurrió que era una buena idea decirme que aún sentías algo por mí, y estaba lloviendo, y me puse histérica, y yo… —cogió aire antes de cometer la última de las torpezas— …me choqué con él, me encontraba en un estado lamentable y me ofreció su paraguas. No le di ni mi nombre. Pero después me dio demasiado miedo que lo supieras, sé que fue una estupidez…

—Un momento —la detuvo mientras tomaba aire—. ¿Te atacó? —repitió con los ojos exorbitados.

Akane se mordió el labio inferior mientras retorcía el puño de su chaqueta, la estancia estaba llena del vaho de la ducha, hacía demasiado calor.

Asintió bajando la vista.

—Me besó de repente —dijo queda—, me asusté tanto que se me cayó el teléfono. Debería habértelo contado, de saber lo que se proponía sin duda lo habría hecho.

Ranma rebuscó entre su ropa y se puso rápidamente una camiseta deportiva, ella le observó paralizada un segundo antes de verle avanzar a grandes zancadas hacia la puerta, descalzo y vistiendo esa estúpida toalla a la cintura.

—¿Dónde vas?

—¡Voy a matarlo!

—¡No! ¡No harás nada! —chilló interponiéndose en la puerta—. ¡Eres el campeón internacional, no te puedes permitir otro escándalo!

—¡No me digas lo que puedo o no permitirme! ¡Ese cabrón va a lamentar hasta sus últimos días el momento en el que te puso la mano encima!

Akane emitió un grito frustrado desde lo más profundo de su garganta, apoyó las manos sobre su pecho e intentó con todas sus fuerzas frenar a la masa de músculos enfurecida que tenía enfrente.

—¡Ya le has ganado, no le des la satisfacción de verte arrastrado por el suelo! ¡Podrían retirarte el título!

—¡Me importa una mierda!

—¡Ranma, mírame! ¡Mírame! No vale la pena, cálmate por favor… Hazlo por mí —suplicó con un susurro áspero, y el guerrero tomó aire y se tapó la boca con una mano en su mejor esfuerzo por tragarse el ramalazo de violencia, la desatada furia que envolvía todo.

Respiró dos veces, tres veces. Se vació por completo.

—Todo lo que hago, siempre es por ti —respondió en voz baja, subiendo la mano hasta taparse los ojos en una confesión con muescas de rabia, haciendo que Akane se sonrojara confusa. Las manos que aún seguían apoyadas sobre su pecho se apartaron de repente, percatandose de la cercanía, del absurdo calor. Akane intentó pasar saliva por su garganta pero Ranma apartó la mano de su cara con un suspiro y la miró de forma intensa. Los ojos firmes del chico le cortaron la respiración.

Ella dio un paso hacia un lateral y se chocó contra una taquilla que siquiera había visto. Y las manos de Ranma estaban llenas de golpes, las vendas que cubrieron sus arañados nudillos se encontraban a escasos centímetros de sus zapatos, hechas un burruño blanco y rosaceo, pero ni los golpes ni las heridas parecieron detener el avance imparable de sus manos, las cuales estaban poseídas por el empuje de la necesidad, la acorralaron en un arrebato de falta de criterio absoluto. El chico ya no razonaba, ya no pensaba en el mañana ni en el ayer.

Quizás le habían golpeado en la cabeza mucho más fuerte de lo que creía, pero de cualquier forma se apoyó contra la taquilla, a ambos lados de su cuerpo en la fría superficie metálica. Ella le devolvió una mirada suplicante, sus labios se separaron buscando las palabras adecuadas, pero él los silenció con una caída a plomo sobre ellos.

Sus alientos colisionaron en un gruñido húmedo. Era la forma y no el hecho, la degradación de toda contención, la renuncia implícita a lo que en otro momento había sido un pacto entre dos voluntades. Ambos perdiendo ante los embates de los acontecimientos, cayendo en las garras de aquella necesidad que con los años no había hecho más que crecer, hasta convertirse en un monstruoso e insaciable huracán.

La avidez del beso era una escalada, una melodía in crescendo, un retumbar de corazones y respiraciones. Akane no tardó en pasarle las manos por el cuello y Ranma siquiera se lo pensó en apresar su cintura, apretándose de forma indecente contra su pelvis.

Ella gimió sonrojada mientras sentía la lengua del guerrero acariciar la suya propia, la pasión desatada que de tanto contenerse se escapaba a borbotones de espuma y fuegos artificiales. Era tan exquisito que ambos se preguntaron qué demonios habían estado posponiendo tanto tiempo, ¿cómo podían vivir sin aquello, sabiendo que eran unos adictos?

Los labios se presionaron calientes, y las manos del chico se alzaron perfilando de forma marcada las curvas de la muchacha, ascendiendo hasta sus hombros para hacer caer la chaqueta. Volvieron a bajar por el lateral de sus pechos, y llenas de descaro levantaron la camisa oscura de Akane hasta que se toparon con la piel caliente y desnuda de su abdomen. Ella suspiró mientras se empujaba contra él, aspirando su maravilloso olor a jabón, y enterraba las manos entre sus cabellos azabaches, mojados y sueltos.

El beso se extendió hasta el extremo de la asfixia, hasta que sus labios hinchados y húmedos hicieron una pausa sofocada en busca de oxígeno.

—Quiero… necesito… —jadeó él con los ojos entornados, las manos perdidas dentro de su camisa y los labios sobre su níveo cuello, succionando y mordiendo.

Akane se sintió desfallecer, con las mejillas arreboladas y totalmente rendida a sus caricias no podía más que suspirar de placer ante sus osados avances. Discusión, ¿qué discusión? ¿cual rencor y cuáles secretos?

Escuchó golpes en la puerta del vestuario y con todas sus fuerzas trató de articular palabras que tuvieran algún sentido.

—Tus… padres. Debemos… rueda de prensa —gimió cuando sintió una de sus manos apretarle un pecho sobre el sostén—, luego volvemos… a la suite.

Ranma escuchó el plan, o al menos partes de él. Apretó los labios sobre su clavícula mientras se empapaba de su olor, bebiéndolo a sorbitos narcotizantes.

—Ahora —ella bajó las manos hasta sus antebrazos, intentando crear un espacio entre ambos.

—Aquí no —rogó intentando imponerse, aunque estaba claro que su voluntad se encontraba gravemente perjudicada.

Los golpes volvieron a sonar en la puerta, aunque esta vez más tímidos.

El guerrero gruñó, la tomó con rabia, con saña, clavó los dedos en su trasero y la besó hondo antes de dejarla ir con el mismo ímpetu.

—Cinco minutos —dijo en tono lúgubre, se alejó sin perderla de vista y comenzó a vestirse y a meter sus enseres en la bolsa deportiva de cualquier manera.

Akane intentó recomponerse, volvió a meterse la blusa dentro de la cinturilla del pantalón de pinzas y se ajustó los zapatos, recuperó la chaqueta del suelo y la sacudió un par de veces. Cuando comenzó a arreglarse los cabellos Ranma ya estaba en pie y con la bolsa cruzada sobre su pecho, con expresión seria y los ojos llenos de un brillo desesperado.

Ella agarró el olvidado cinturón de campeón y se lo tendió.

—Que no se te olvide —dijo con algo de sorna, él se lo aceptó con un cabeceo y una media sonrisa.

Pareciera que no era eso lo que habían ido a buscar, el origen de todo. La revalidación del título se les antojaba ahora como una victoria menor.

Ranma se echó el cinto sobre un hombro y se aclaró la garganta, ambos tomaron aire antes de abrir la puerta del vestuario.

Al otro lado se desarrollaba un caos de tensa espera, todas las cabezas se giraron hacia ellos y el ruido ambiente se volvió ensordecedor. Manos, cámaras, flores. Akane agarró al menos tres ramos mientras intentaba apretar las manos tendidas hacia ella con una sonrisa atónita, Ranma no corría mejor suerte. Fue abrazado por su madre, quien se abrió camino a empujones y codazos, Genma también estaba allí. Akane se sorprendió al verlo pues hacía años desde la última vez, le encontró más gordo, mucho más viejo.

Palmeó la espalda de su hijo con un ímpetu seco, corto en palabras. Ranma asintió dedicándole una mirada dura y una sonrisa tensa.

Los micrófonos comenzaron a emerger como un campo de champiñones de colores y de espuma. Akane intentó evitar declaraciones abriéndose camino hacia su representado, Ranma también negó con la cabeza. Y entonces la tomó de la mano.

Ella pestañeó sintiendo el contacto cálido, los dedos enredados de una forma muy concreta. No como si pretendiera ayudarla, no como si le hiciera una seña. Los dedos se entrelazaban en un gesto claro de pertenencia. Intimo, privado. Ella agarró más fuerte los ramos de flores mientras nadie perdía ojo de cómo el chico sonreía con su secreto a voces, con picardía, confesando con actos y no con palabras.

Tiró de ella con el brío de un adolescente, Akane cabeceó a modo de disculpa mientras el guerrero, sin vergüenza alguna esquivaba a prensa, amigos y enemigos con una sonrisa cargada de seguridad. La condujo hacia una de las salidas traseras del estadio, donde les esperaba su transporte, lejos de tantas miradas.

El conductor habitual permanecía en pie fumándose un cigarrillo, al verles aparecer lo lanzó y se dio prisa en abrir la puerta para ellos. Ranma le estrechó la mano mientras intercambiaban palabras de aprecio y felicitaciones. Akane se metió a toda prisa dentro del vehículo, esparció los ramos de flores por el suelo, él la siguió, se dejó caer a su lado desprendiéndose del cinturón de campeón mientras el chófer terminaba de meter más regalos y la bolsa de deporte en el maletero.

Ambos suspiraron de puro alivio cuando al fin se pusieron en marcha, la tensión les abandonó como si se desprendieran de un grueso abrigo. Ranma se dio cuenta, para su propia consternación, de que estaba hecho una mierda.

Akane le sonrió avergonzada, él se inclinó sobre ella dejándose llevar por el sopor tras la descarga de adrenalina. La besó de modo consciente, cálido. Sus bocas se encontraron lentas, sus lenguas se descubrieron en suspiros y susurros ebrios de victoria.

El conductor tuvo el buen juicio de conducir por calles poco concurridas, e intentó no usar demasiado el espejo retrovisor.

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¡Hola otra vez!

Aquí estoy de regreso con un nuevo capítulo, ya sé que tardé, el verano me ha tenido muy ocupada.

Tenía este capítulo en la cabeza desde que empecé a escribir el fic, ahora que lo leo no sé si he conseguido imprimirle el peso que deseaba, pero no me digusta el resultado.

Os alegrará saber que me encuentro escribiendo el capítulo final, por lo que no creo que las actualizaciones se alarguen tanto como hasta ahora. Gracias a todas por vuestra infinita paciencia.

Gracias también por todas vuestras maravillosas reviews que ya sabéis que me alegran el día. Gracias por darle una oportunidad a este pequeño proyecto.

Gracias a mis betas SakuraSaotome (Cuyo fic, "Lost in my memories" está a punto de terminar, y nos ha dejado en la parte más interesante) y Lucita-chan (Que en breve iniciará un long fic, cuyo adelanto participa en la temática de #sextember bajo el título "Por qué tenía que ser ella") que tan bien aguantan mis venazos dramáticos y mis idas de pinza en los planteamientos.

Muchos besos y nos leemos en breve.

LUM