Estantería Eket de Ikea en perfecto estado.

Color gris.

Medidas: Ancho 28 cm; Fondo 14 cm; Alto 28 cm.

Precio no negociable.

Sasori pasó la vista por el mueble, quitando una mota de polvo aislada de una de las baldas. Ni un solo desperfecto apreciable. Nada sorprendente, dada su costumbre de tratar sus pertenencias con extremo cuidado, preservándolas perfectas el máximo tiempo posible. Incluso tenía esa deferencia para con un mueble que le provocaba deseos de arrojarlo por las escaleras de su bloque de pisos, liberando su espacio y su vida de su grisácea presencia.

El futuro comprador no podría quejarse de nada.

La estantería había sido una compra necesaria y bienvenida en su momento. Hasta hacía bien poco había albergado varios libros de anatomía y medicina general, un tomo enorme sobre farmacología, algunos números escogidos de The Lancet, e incluso algunos apuntes tomados a mano y encuadernados con cuidado. Coronaba el pequeño espacio una colección en varios volúmenes sobre historia de la medicina, que había sido su favorita de todo el lote.

Todo ello había desaparecido ya, incluyendo una pequeña maqueta de un corazón humano hecha a escala, con exquisito detalle, y del tamaño de balón pequeño. Todo había desaparecido dentro de la maleta de Shizune hace unos días, tras un corto saludo y un intercambio verbal educado en el que la tensión se cortaba con un cuchillo. Fue un alivio verla desaparecer finalmente por las escaleras del edificio. Alivio que esperaba volver a sentir una vez se librara del grisáceo recordatorio de los años pasados en común.

La luz del atardecer iluminaba al único ocupante de la estantería: una pequeña estatua de un escorpión, de un color rojo intenso, tan realista que parecía estar a punto de atacar. Shizune no había querido ni siquiera tocarlo sabiendo quién se la había regalado.

- No es más que un compañero de trabajo, déjalo estar.

Y no mentía. O al menos, no había mentido en ese momento. El escorpión parecía mirarle de forma acusadora mientras lo dejaba con cuidado en el suelo. Quedaba un último paso delicado: la instantánea perfecta. Por muchas ganas que tuviera de librarse del mueble, su sensibilidad artística era más fuerte. Nada de fotos borrosas, hechas de cualquier manera; había que buscar el ángulo adecuado, la luz correcta. Incluso el trozo de madera más humilde tenía potencial, y a Sasori le gustaban los retos.

No se podía apresurar la búsqueda de la belleza.

Aunque fuera fotografiando el último recordatorio de una relación fallida (de un proyecto fallido) para ser expuesto a los ojos de un público indiferente e incapaz de apreciarlo.

Estaba atardeciendo. Pronto la luz sería inadecuada. Tendría que ponerse a trabajar de inmediato.

Su concentración fue interrumpida por una llamada de la última persona con la que querría hablar en ese momento: su abuela Chiyo. Por un momento tuvo la tentación de estampar el móvil contra el suelo. Pero llevaba ya demasiados días evitándola; mejor pasar por el mal trago de aguantarla por teléfono que arriesgarse a una visita sorpresa para ver a su querido nieto, que hace tanto que no sé de ti, ya pensaba que te había pasado algo y me vas a matar a base de disgustos.

Descolgó el teléfono.

Y como era de esperar, ahí estaba el monólogo de siempre. Que si nunca me llamas ni vienes a verme, me voy a morir sin verte otra vez, ¿ya te han dado ese ascenso en el trabajo?, me voy a morir antes de saber si han ascendido al desagradecido de mi nieto, ¿y cómo va todo con la chica esa tan guapa con la que estás, Shizune?, ya son muchos años, ¿no?, ¿para cuándo la boda?, ¿ya le has hecho la pregunta?, a tu edad tus padres ya estaban casados y te tenían a ti, si esperas mucho se os va a pasar el arroz a los dos, me voy a morir antes de conocer a mis bisnietos

No podía soportarlo más.

− Shizune y yo hemos terminado.

Silencio al otro lado de la línea.

− Shizune era perfecta para ti, Sasori. Buena familia, estudiosa, trabajadora y educada. ¿Qué ha pasado?

Sasori no respondió. Podía ver con total claridad el dardo envenenado que se aproximaba en su dirección, camuflado de falsa preocupación hacia su persona.

− Dejaré este mundo sin tener bisnietos.

Silencio.

− ¿Cómo has podido hacerme esto a mí, a tu propia abuela?

Las historias que te hayas montado en tu cabeza sobre nuestra relación no son asunto mío, vieja, quiso gritarle al teléfono, como si fuera a arreglar algo. Chiyo tenía sus propias ideas sobre cómo debía ser la vida de su nieto: qué estudios, trabajos, aficiones y parejas eran los adecuados, y nunca había sido especialmente sutil en sus intentos de controlar su vida.

− Con todo lo que he hecho por ti…

Sasori colgó de golpe y se dejó caer al suelo, sentándose en el mismo sitio en el que se había situado para sacar la foto perfecta. La tarde avanzaba, la luz era cada vez más escasa, y en el suelo, el escorpión rojo perdía su brillo por momentos.