Capítulo 48. No me odies.

Para cuando Itachi abre la puerta, ansioso por verla, se sorprende cuando la encuentra no sólo sentada pacíficamente mirando a la ventana, si no por sus instintos, que le dictan que tenga cuidado.

No porque ella sea una amenaza, hace tiempo que ella no es si no fielmente obediente a él. Desafiante sí, pero al final lo escucha.

El temor que surge en su corazón es porque, más allá de su cuerpo roto tras cuatro días de inconsciencia y casi caer en un coma inducido, es porque algo en su interior le dice que está pasando a nivel emocional algo seriamente grave.

A saber, dos señales. El primero, Bastet está sentado a sus pies en la cama, mirando la misma ventana que ella; no está siendo acariciado, ni está maullando por atención codiciosa, de hecho, parece igual de meditativo que ella, aunque le esté dando la espalda a Itachi. Y dos, la más importante discordancia: ella no lo saluda.

No gira la cabeza para reconocerlo, no hay una sonrisa llena de travesuras mentales retándolo a hacer alguna locura, simplemente no retira de la ventana a su lado aquellos ojos nublados con una oscuridad inusitada.

No dice una sola palabra a pesar de que él estuvo los últimos cuatro días aterrado ante la posibilidad de que no despertara.

Sabe que tiene que ver con el maleante que le hablo antes. No alcanzo a escucharlo, como si su voz no estuviera destinada a que él lo escuchara o cualquier otro para el caso, según los testimonios de los demás chunin que afirmaron no haber escuchado ni una sola palabra del hombre. Algunos ni siquiera recuerdan a dicho hombre.

Era como si sólo ella pudiera oírlo y con cada palabra que decía, la pelirosa palidecía a un ritmo alarmante abriendo con sorpresa sus enormes ojos esmeraldas, congelada en el tiempo.

Él había querido acercarse a ella, pero tres mercenarios se interpusieron en su camino y al mirar por el rabillo del ojo, vio a otro acercarse a ella con un objeto en mano.

Para cuando comprendió – traumantemente - que ella fue atacada, de la manera más fácil, más simple, como si fuera tan sencillo hacerlo, corto cuellos a una ridícula velocidad y se dirigió a ella mientras la veía caer de rodillas mirando su costado izquierdo, como si no entendiera que estaba pasando. Sus dedos empezaron a mancharse de sangre, antes de que él pudiera cargarla.

En los siguientes segundos, Itachi formo parte de una prueba inmensamente complicada para mantener la compostura y no perderse en el terror de lo que le estaba ocurriendo a su kodai.

Observo el objeto con que fue apuñalada: era una roca de río.

Una roca ovalada sin filo, sin orillas, de río. Inocente.

Manchada de sangre. Su sangre. ¿Cómo?

Y ella gritaba y se retorcía como si le doliera más allá de lo inimaginable. Mucho más de lo que su promesa con Sasuke le dolió cuando Hokage-sama la puso a prueba.

Se hacía daño a sí misma, rasgándose crudamente la piel de su garganta, enloquecida por el jutsu de rayo que la estaba estropeando. El corazón de Itachi se apretaba con desesperación y algo muy cercano al miedo cuando noto el dolor que dejaban ver sus esmeraldas enmarcado con sus pulmones colapsando, dejándola en un desagradable tono azul y morado. Las lágrimas de dolor inconmensurable de ella le apretaron el pecho al ver que Sakura no podía regenerarse.

Todos tenían debilidades, pero jamás imagino que ella tuviera un umbral de resistencia tan bajo con el raiton. Eso explicaba porque había parecido sutilmente asustada en su primera pelea con Kakashi y las consecuentes sesiones de entrenamiento con Sasuke. Le temía al chidori.

Sakura no podía controlar el rayo, la electricidad. No como todos los demás elementos y, por el contrario, podía… asesinarla. Siendo un elemento agua, tenía todo el sentido que le temiera al raiton, pero el daño a su cuerpo fue tan… alto, tan grave, la rompió una roca de río empapada en jutsu Ranton, convirtiéndose en una tormenta en el interior de su delicado cuerpo.

¿Un mensaje de un enemigo que conocía su debilidad?

Se estremeció cada vez que entraba a su habitación en la casa de Shisui, y veía su dormida figura pálida y demacrada, luciendo como una muñeca rota, sin señales de vida en sus venas, salvo aquellas veces en que el rayo parecía continuar lastimándola, viajando en pequeñas cantidades y dejando ver líneas deformes de azul eléctrico a través de sus mejillas y parte de su cuello, párpados, frente.

Su corazón no quería sentirse tan perturbado, pero cada vez que veía esas mejillas cada vez más delgadas, decrepitas, se sentía respirar superficialmente y se sentaba a su lado por horas.

Él mismo se había deshecho de cualquier rastro de rayo en su sistema, y se sentía tan desconsolado al ver que ella no reaccionaba. Incluso Hokage-sama lucía incrédula ante la revisión diurna a Sakura; el rayo continuaba mostrando quemaduras en la piel externa, pero dejo lastimados los órganos, como si realmente la hubiera atacado con la fuerza de una tormenta. Lo que fue horrible, fue la quema de sus bobinas de chakra en las terminaciones nerviosas más importantes. Extremidades y cabeza sufrieron la mayor pérdida de control sobre el chakra; le costaría mucho sanarlas, llevaría entrenamiento mínimo y meditación por meses antes de siquiera poder practicar un simple futon. No sería iniciar cual infante; pero estaría muy cerca. Sus tendones quedaron tan atrofiados que cualquier cosa que intente hacer a partir de ahora le dolerá hasta que tome las terapias físicas.

Un jutsu tan pequeño causo ese nivel de estragos, así que quien haya mandado a atacarla, sabe exactamente como herirla.

La primera noche, terminaron acampando cerca de una cueva y él mismo tuvo cubrirla con su calor, angustiado por su piel tan pálida y helada, como si estuviera a punto de fallecer si no obtenía algo de calidez en la sangre. Su respiración era mínima y sus labios azules lo asustaron al grado de meterse bajo la manta con ella, tomándola cuidadosamente entre sus brazos y procurando que el katōn no quemara su piel, si no solo la animara. Estuvo en vela esa noche y las tres siguientes, cuando no había recuperado su tono melocotón natural, pero al menos ya respiraba mejor.

Itachi está seguro de que Bastet tiene idea de quien fue, debido a que el bakeneko entrecerró los ojos y guardo un silencio sepulcral esos cuatro días desde que devolvieron a Sakura a Konoha, pero por más comida o regalos que Shisui le ofreció el neko no hablo ni se separó de su amada sierva.

Pero todo eso se desvanece en la mente de Itachi, porque cuando abrió esa puerta, la vio despierta al fin despidiendo cualquier pensamiento al cosmos.

Y ahora que tiene aquellos ojos magnéticos esmeraldas abiertos, sólo desea que lo vuelvan a ver una vez más.

En cambio, es recibido por la voz de Bastet segundos después de que ha abierto la puerta.

- Seikō debe de descansar.

El neko se dio la vuelta sin dedicarle a Sakura una mirada. La joven no reconoció el movimiento, ni los despacho con alguna palabra. Simplemente se quedó quieta, mirando al cielo caer con formas de tristes gotas, parecía tan… perdida y de alguna manera, aunque su rostro estaba quieto, se notaba desconsolada.

Comprendiendo que Bastet y Sakura han hablado, algo demasiado personal al parecer, la ha dejado cansada pero no es suficiente como para saber si está bien o no, así que decide arriesgarse:

- Sakura.

No hay reacción. No hay movimiento, ni siquiera un pestañeo a su dirección.

- Sakura.

Lo intenta de nuevo, incluso desplegando un paso hacia la cama, pero es detenido por la voz molesta de Bastet:

- Uchiha.

La palabra es cortante y dura, haciendo que Itachi gire la cabeza ligeramente abajo para ver al neko esperándolo afuera con un rostro de total indiferencia.

Dedicándole una larga mirada a una quieta Sakura, se da media vuelta cerrando detrás de si la puerta.

Siente como su corazón se aprieta al cerrar.

Encuentra a Bastet en la engawa donde se sienta totalmente erguido, dirigiendo su vista al jardín de Shisui y la lluvia que cae ligera. Espera a que Itachi tome asiento a su lado antes de preguntar con su tono felino:

- ¿Escuchaste lo que le dijeron a Seikō, Uchiha?

Esta era otra alarma que crujía en el corazón de Itachi. Bastet, el neko más caprichoso y egocéntrico que ha conocido, reconociendo su nombre.

- Iie, Bastet-sama, como expliqué, sólo pude percibir que el hombre no se movía y su cabello interrumpía la lectura de labios.

- Entonces seikō tiene razón.

- ¿Qué está ocurriendo, Bastet-sama? – pregunta Itachi no queriendo reflejar preocupación, pero no puede evitarlo.

- La anciana le dejo un recado.

Itachi estaba sorprendido haciéndolo capaz de elevar un tanto sus cejas y su barbilla.

- ¿Su abuela? – El Uchiha estaba impactado más allá de lo imaginable con este nuevo detalle.

El neko no respondió. Su mente parecía a leguas de donde estaba su cuerpo voluminosamente negro y peludo.

- ¿Qué clase de mensaje puede dejarle para inducir a su nieta en el más extremo de los dolores?

Captando la incredulidad indignada de Itachi, Bastet explica sin dejar de ver las rosas que sembró Naruto en marzo, ahora manchadas con agua de lluvia:

- Uno para recordarle quien es.

- Bastet-sama-

- El mensaje no fueron las palabras, niño. La anciana siempre ha creido que la letra con sangre entra.

- El raiton entonces…

- Comprendes rápido.

Itachi no comprendía que pudo orillar a una… abuela… a castigar así a su adorable nieta, en especial, cuando realmente no ha hecho daño; al contrario, ha ayudado a defender, cuidar a tantas personas, escondida entre las sombras. La razón misma por la que estaban en Oto era para verificar la factibilidad de un humanitario plan, entonces ¿Por qué?...

- Esta… persona… ¿Por qué castigaría así a Sakura, Bastet-sama? – pregunto complicado Itachi.

- Iie Uchiha, ella no la ha castigado. Le ha recordado lo débil que es; es diferente.

- … ¿Por qué necesitaría…recordarle… algo tan innecesario? – Itachi no entendía la lógica tras el ataque.

Bastet respiro profundo antes de contestar:

- He visto la humanidad durante casi un siglo, niño. He tenido oportunidad de ver como educan a sus crías; pero en mis años de vida, he presenciado pocas personas como a la anciana. Tiene una visión más pragmática de las cosas que cualquier otro ser humano. Sabe lo que quiere y lo que no quiere con una eficiencia que te forzaría a admirarla.

El bakeneko ve el cielo por un momento antes de continuar:

- Definitivamente no desea a una heredera deficiente. La necesita fuerte y al parecer, lo que sea que haya visto, dentro de este lugar, dentro de la aldea, la hizo cuestionarse si Sakura sigue siendo la niña que crio.

Ni Sakura ni Naruto-kun habían dicho mucho sobre su abuela. Por lo general, hablaban más de sí mismos y algunos episodios – evasivos – de sus infancias, pero jamás una palabra de ella. Es como si una reverencia invisible y considerada hiciese que ellos temieran y venerarán cada vez que algo remotamente cercano a ella es nombrado.

Al principio, Sakura se dirigía a ella como la Yama-uba, la bruja, pero pensó que era una forma de burlarse del linaje shinobi, cuando ella era tan cerrada a cualquier conversación.

Ciertamente, el grado de poder involucrado por esta mujer era desconocido. Nunca había visto algo así. Sin rastros de elementos de sellos, con un chakra extraño en el lugar, sin escondites ni trampas, la mujer de la que habla Bastet había controlado cadáveres bajo ningún jutsu de alguna misteriosa manera, eludiendo al Sharingan y a cuatro sensores; y peor aún, había atacado a su propia nieta.

Ahora Itachi se pregunta si todo el tiempo Sakura realmente decía la verdad sobre la escurridiza anciana.

- ¿Por ello la lastimo al grado de paralizarla? – Itachi se estaba cuestionando como alguien podría lastimar así a una niña que crio por si misma, como si fuera una… cosa cualquiera. La indignación subió por su columna en nombre de su kodai - ¿Qué podría heredar Sakura que necesita lastimarla para lograr su objetivo?

- Uchiha, aunque te lo contará, no podrías entender la lógica bajo la crianza del simio rubio y de seikō.

- Inténtalo, Bastet-sama por favor.

- … A la anciana no le agradarías. Preguntas mucho y observas aún más.

- Bastet-sama-

- Pero no le agrada nadie. ¿Cómo sabrías que tardo años en aceptar al moreno toro en su casa y a la portadora de mi one-chan, Matatabi-sama? Y aún a veces, podías encontrarla mirándolos con rencor, retorciendo sus dedos anhelando usar su poder para estrangularlos, cuando les enseñaban cosas que les parecían excitantes a los niños.

- Es una mujer celosa y posesiva.

- Como no tienes una idea, Uchiha. Mi teoría es que la anciana noto algo en Seikō, algo que definitivamente no le gusto y se lo reclamo a seikō antes de que le recordara su mayor debilidad.

- Una abuela que lastima así a una niña…

- Mi sierva rosa difícilmente sería considerada una niña en tu reino, humano, menos una tan indefensa como dices. Y a la anciana, no la juzgues. – la voz del neko sonó agresiva por un momento, defendiéndola - La anciana tiene sus formas de hacer las cosas, ella tiende a considerar todas las variables más allá de la consciencia, por eso crio con conocimiento y poder a sus niños; sin embargo, mientras más averigües de ella en el futuro, más la consideraras maligna y perversa. – Bastet miro con conocimiento de causa al pelinegro a su lado - Y le gusta ser considerada así.

- ¿Cómo puedo contactarla?

Bastet dejo ver una cruel sonrisa en los ojos morados-grises.

- Seikō no es como la anciana, Uchiha. Alégrate por ello. Tú no la encuentras a ella. Ella te encuentra a ti y preocúpate si quiere hacerlo. Al menos, seikō da lugar a preguntas antes de tomar almas inocentes con sus manos.

- ¿Qué busca de Sakura?

- Ya te lo he dicho, heredarla.

- Bastet-sama, estas siendo demasiado obtuso incluso para tu gusto.

- Déjame preguntarte algo – Itachi lo miro con impaciencia disimulada esperando al felino hablar - ¿Te ha explicado Seikō porque es tan propensa a proteger al simio rubio a cualquier costo, en base a propia su vida?

Ahora, esta era una pregunta que se había hecho Itachi por mucho tiempo. Él mismo contaba con un hermano menor, Sasuke; y, por tanto, conocía el grado de amor que Sakura destinaba a Naruto, pero a veces parecía como si nada fuera suficiente para ella para protegerlo, caso contrario de su situación propia con Sasuke.

Itachi motivaba a Sasuke a defenderse por si mismo, no a esconderlo para que nadie pudiera alcanzarlo. He ahí la diferencia entre ellos.

Negando con la cabeza, Bastet lo miro un segundo antes de regresar esos felinos ojos enormes a la lluvia.

- Si le quitaras el conocimiento a Seikō, si le quitas su habilidad con ninshu, si le quitas su poder entero, ¿qué tiene de especial ella?

- Una mente fuerte.

- Iie, Uchiha. Inténtalo de nuevo. Quítale todo aquello que crees que la hace única, ¿Qué queda?

- … -

- Exacto. Nada.

- Tiene grandes habilidades de comunicación y manipulación.

- Sin algún kekkei genkai, sin su Kenjutsu, sin ninshu, sin linaje, seikō es una nadie. Un humano más que pudo pasar toda su vida en una escala de grises; y siendo sinceros, si no hubiera sido criada como lo fue, en otro mundo, podrías haber pasado a su lado y jamás haberla visto realmente.

- ¿No lo somos todos al final, Bastet-sama? Quitarnos nuestros privilegios o habilidades, nos hace nadie a la vista de cualquiera.

- Oh, pero tú eres un bebé de cuchara de oro Uchiha. Fuiste criado bajo los estándares de orgullo y estadística continua de aumento de poder, tu concepción fue planeada y deseada con ansias no sólo por tus padres, sino por una dinastía que esperaba la llegada de tu vida; mi sierva, por otro lado, no fue deseada. Fue la anciana quien le dedico una segunda oportunidad al recoger su escuálido cuerpo de entre las fosas sépticas de una vida inútil y desgraciada, con un solo propósito. Un único objetivo.

- ¿Qué clase de objetivo? – pregunto Itachi mirando al gato quien se perdía en recuerdos.

- La anciana era lista. Encontró a alguien a quien nadie buscaría jamás, alguien cuya vida estaba destinada al vacío y con nulas esperanzas de sobresalir, la convirtió y le enseño a hacer agradecida por ello – murmuro más para si mismo que para Itachi.

- ¿A qué te refieres? – susurra el Uchiha.

- Seikō fue vendida desde el día uno de su nacimiento.

- ¿Cómo un trueque? – pregunto Itachi pensando que tal vez fue como los niños de poblaciones paupérrimas donde se acostumbra a vender niños a cambio de ganado o bajo un truco matrimonial injusto.

- Iie, como un pago a otro favor.

- … ¿Una apuesta?

- Podrías decirlo así. La anciana la crio para ser su reemplazo en más formas de las que te imaginas.

- ¿De qué formas hablas, Bastet-sama?

- Aún recuerdo cuando nuestro Kami-sama llego a tierra – el neko hablaba con reverencia cuando menciono a la deidad – le regalo a los niños dulces de arroz frito y encontró a la anciana sentada fumando un cigarro, esperándolo. – Bastet se ve perdido en sus recuerdos, tanto que se mantiene callado un momento.

Itachi se movió un poco, cosa que hizo reaccionar al bakeneko quien continuo con su relato.

- La anciana tenía una vieja apuesta con Byakko-sama, nuestra señoría, estaba encantado con la idea de llevarse al simio rubio como forma de pago, pero la anciana no es si no inteligente y tras un intercambio verbal, le ofreció a Byakko-sama restaurar su amistad con Seiryu-sama, el dios del agua al que una ofensa antigua los había alejado, entregando un pequeño presente a su hermano. En este punto, entenderás a que rosado regalo me refiero.

- Sakura – murmura con incredulidad el Uchiha mientras se imagina la escena en donde una niña fue regalada así.

- La anciana no la crio por la bondad de su corazón, niño – Bastet parece divertido con el pensamiento – Siempre supo que si algún día Byakko-sama la encontraba, le pediría entregar a Naruto, siendo un usuario de aire, como parte del pago de su apuesta, porque el niño tiene un demonio en su interior, uno con el que Byakko-sama puede jugar. Pero un dios no es si no amorosamente devoto a sus hermanos. Entregar a un humano entrenado en las artes místicas y ninshu, cuya religión y vida está dedicada a adorarlos, se considera un regalo de alta estima entre deidades. Por eso nuestra señoría, Byakko-sama, acepto el intercambio porque más allá de un niño con una bestia en su interior, un niño genuinamente creyente, uno que pudiera alabarlo vale mucho más. Un jinchūriki no es difícil de encontrar en estos días; en cambio, una sacerdotisa de ninshu, dímelo tú niño, ¿cuántas has visto?

Itachi entendió el punto. Una vez había sido testigo a sus tiernos seis años de una sacerdotisa de un antiguo pueblo, cuya vida había sido dedicada a un templo cuyo nombre ahora ha sido disuelto en las arenas de la memoria; y, sin embargo, su poder, su forma de actuar de aquella mujer no podía ser olvidable jamás para Itachi.

La sacerdotisa sin apellido ni familia podía crear el fuego Uchiha con una propensión de chakra tan natural, sin ser shinobi, creando una bola de fuego cincuenta veces mayor al que él mismo puede crear, sin el uso de ningún sello ni palabra murmurada. Pura fuerza de voluntad.

Era el único jutsu que dicha mujer podía realizar, pero de alguna manera, lograba capturar su chakra en un bucle infinito de recolección continua y seguía el flujo de su bola de fuego azul, tan controlado, tan perfecto que, aunque por años lo intento, Itachi jamás pudo emularlo.

Control perfecto de chakra.

La desilusión ante su fracaso se atenuó cuando entendió que nadie en su clan podía hacerlo, y ella sí, pero estuvo dedicada toda su vida a ese único objetivo como parte del ritual a la deidad a la cual adoraba. Fue su única meta en la vida además de servir con preciosa voluntad y pacifismo y lo había hecho a la perfección.

Jamás encontró a alguien que pudiera imitarla, no hasta entonces.

Ahora, una joven que no sólo controlaba el fuego, sino cualquier otro elemento de la misma manera que aquella sacerdotisa, no en la misma intensidad, pero con una habilidad similar, entendía el punto de su valor ahora.

Y al tiempo, una burbuja de ofensa bajo su nombre se encendía bajo de él, porque si era como Bastet indicaba, Sakura…

- La crio para ser un reemplazo de Naruto, de si misma, ¿todo el tiempo?

- Eres rápido entendiendo.

- Ella es realmente una bruja, Bastet-sama, ¿Una yama-uba?

Bastet giro su cabeza hacia él, mirándolo con brillos de astucias y diversión en aquellos morados orbes, su voz aterciopelada salió con un tenor bajo:

- Tal vez me equivoque. Tal vez sí le agradarías… si tu garganta no la pudiera desgarrar tan rápido.

- … La persona que describes, considerando todo lo anterior, crio a una niña inocente para convertirla en un regalo para los dioses, con tal de proteger a Naruto-kun… pero ¿Por qué? ¿Por qué protegería así a Naruto-kun, al costo de usar a otro infante para cubrirlo?

- Esa pregunta tendrás que hacérsela a ella si alguna vez la conoces. Ni siquiera a mí me conto sus razones sobre su sobreprotección al simio rubio.

- Entonces, Sakura fue su ¿prueba? ¿Una forma de seguro para cuando tuviera que pagar sus deudas? – Itachi mostraba molestia con cada palabra, perdiendo momentáneamente su postura indiferente.

- Te he dicho que no la juzgues. La anciana sabía lo que hacía y por ello, creo a una muñeca preciosa a los ojos de Seiryu-sama, afiliada al agua, curiosa, llena de gratitud ante los servicios de la vida, de ojos grandes y colores llamativos, tal cual le agradan las crías al señor del agua por la vida que representan. Pero no significa que no se haya terminado por encariñar con la niña. Seikō se ganó su lugar en su vida, es por ello por lo que la instruye a ser su mejor versión. La vieja ama a esos dos niños con la totalidad de su corazón. Bueno, el corazón que solía tener, antes de que se lo arrancara para dárselo al A-Mi-Kuk a guardar.

Itachi pregunto algo que lo había estado molestando hace un tiempo.

- Bastet-sama, esta carga. Esta… venta a Seiryu-sama, ¿Qué cubre?

- ¿Intranquilo por una deidad que pudiera ser perversa, niño? – Bastet pregunto con sorna entremezclada con maldad. – Nada por lo que debas preocuparte, al menos no ahora.

- Suena bastante alarmante a este grado, Bastet-sama.

- Réstale importancia. Seiryu-sama considera encantadora a Seikō, más por su vida mortal que por lo que puede aportarle realmente, por eso la deja hacer lo que quiera mientras viva, incluso le presta parte del poder guardado en una lágrima para que ella pueda defenderse. Lo que tú conoces como su modo bestial. Él ha declarado que no reclamara su vida, sus servicios, hasta que el último botón de rosadas flores del árbol de su vida haya caído en la cama acolchada de su alma.

Entendiendo extrañamente, Itachi quiere confirmar:

- El dios del agua reclamara su alma después de la muerte, no durante su vida terrenal.

- Me alegro de haberte explicado esto a ti, cualquier otro apenas me preguntaría que significa anciana.

- ¿A qué clases de servicios te refieres? – pregunta Itachi ignorando las quejas de Bastet.

- Lo que sea que Seiryu-sama considere necesario. Aunque claro está que cada kami es distinto. Nuestra señoría, Byakko-sama, quería al simio rubio porque el kitsune enojado dentro de él es… jovial para jugar. Nuestra señoría querría destruir una o dos naciones con su poder cada siglo para terminar con su ostracismo. Pero en cambio, Seiryu-sama es más suave, tan templado y sereno como el agua misma que representa. Espontáneamente, se desviaba de sus obligaciones para visitar a Seikō, para felicitarla por danzar sus rituales de adoración, llevándole néctar y dulces de leche, a veces se la llevaba para presentarla con sus herederos naturales, y ella regresaba cargada de regalos impuestos. Podrías decir que su trato no es maligno al ojo humano, al dios le gusta mucho que Seiko permanezca altanera y orgullosa, la impulso a seguir siendo así, más por diversión que por enaltecer su ego. En cambio, a Byakko-sama, nuestra majestad, le encantaba burlarse del simio lanzándolo a las caídas libres de algún barranco. Tiempos maravillosos.

Sintiéndose raro y desconocido para si mismo con tanta información llena de devoción a dioses antiguos y misteriosas brujas con herencias malditas, Itachi quiere continuar preguntando, aunque la mitad de las cosas que dice Bastet no tienen pies ni cabezas.

Pero antes de que pueda continuar interrogando, el neko emprende su camino por el pasillo, alejándose del pelinegro, y dice con la voz más seria de toda la conversación:

- Si Seiryu-sama llegara a considerar indigna a seikō de servirle, si detecta que es más débil de lo que creyó antes, el acuerdo con Byakko-sama retornaría a su origen. Rechazarían a seikō y se llevarían el regalo original.

- Tomarían a Naruto-kun – comprendió Itachi finalmente.

- Y conociendo a mi Kami-sama lo que desea del kitsune, no esperará a la muerte del simio para obligarle a servirle.

El panorama se estaba abriendo a los ojos del Uchiha. Por eso tanta sobreprotección, por eso tanto misticismo. Ambos huérfanos sobre esforzándose para alcanzar estándares imposibles. Todo por culpa de una apuesta que nada tenía que ver con ellos.

- El mensaje fue un recordatorio de que la anciana está vigilando a seikō, y no le gusto lo que vio. No esperes a que seikō actúe de formas convencionales a partir de ahora. Oh y un consejo niño: no te interpongas entre ellos y la anciana. No te gustara la zanjada y nefasta respuesta que te darán si les das a escoger.

- Se irían con ella – entendió Itachi con el corazón sobre encogido.

- Nos – Bastet baja la voz – porque yo también me iría con ellos.

El silencio que persiguió a Itachi sólo le permite formular una última pregunta:

¿Quién es esa Obāsan?


Bastet estaba acostado a mis pies, esperando. Pero no me atrevía a repetirle las deprimentes palabras que han hecho que me derrumbe. Todo este tiempo, el primer año en Konohagakure, mi objetivo fue demostrar mi fuerza, mi valía, pero ahora…

¿Qué hice mal?

¿Dónde y cuándo me equivoque?

¿Por qué ella no ha venido a por nosotros?

Sabe dónde estamos, con quien estamos, pero ella no quiere estar con nosotros…

Cómo decirle a Bastet que he fracasado a los ojos de Obāsan-sama aun cuando he dado mi cien por ciento todo el tiempo.

Sé que él sospecha lo que me dijo ella, sus atigrados ojos me susurran palabras silenciosas para animarme a hablar, pero decido callar.

Si las repito en voz alta, su voz se esparcirá aún más en mi consciencia haciendo reales mis peores pesadillas.

Du har skuffet meg, ninfu, kanskje jeg ikke burde la deg fri i verden. Du var ikke klar. Og det er tilfelle, jeg burde ikke forvente mye av Kitsune heller.

Me has decepcionado, ninfu, tal vez no debí dejarte libre en el mundo. No estabas lista, y siendo así, tampoco debo esperar mucho de kitsune.

Mis pulmones se cierran cada vez que recuerdo su voz llamándome en el aire, el nudo en la garganta crece con cada segundo que no pude dar seguimiento a su paradero. Ella está vigilándonos. Ella sabe lo que estamos haciendo. Ella nos entrenó para ser independientes, pero jamás nos había abandonado tanto a nuestra suerte.

No dudo en preguntarme si han sido mis degradantes acciones lo que la tienen tan decepcionada, o si ha sido que incluso yo misma me siento suavizada desde que llegue a Konohagakure.

¿Dónde quedo aquella fiera que arrancaba lenguas a la primera ofensa?

Debo recuperarla.

Perdóname Obāsan-sama, lo siento otouto, porque les he fallado.


Al principio Naruto estaba indeciso en especial cuando vio el recinto. Otra cascada para variar.

Algún dios antiguo realmente estaba demasiado obsesionado con hacerle pagar los crímenes de su vida pasada con continuas vistas sobre caídas libres si decidió que para divertirse con él era necesarias.

Pero cuando entro, cualquier palabra que esperaba para mostrar su renuencia, escapo de su mente dejándolo sin palabras. Templo, no era palabra suficiente para describir la magnificencia del lugar.

Familiar, susurraba Kurama, al ver y sentir el santuario de ninshu – el más grande que ha visto -, a donde Otousan lo ha traído como parte de su entrenamiento final.

Era un recinto impresionante en donde se sentía una sensación de plenitud y paz, en el que se sentía completo, sereno. Todos los problemas del mundo se han quedado afuera.

Incluso Kurama se sentía atraído hacia la luz que había alrededor de ellos.

Otousan los había guiado al centro, desde el primer día, y tras minutos de meditación, lo instó a dejar salir su poder.

Con cautela, y mirándose mutuamente en los recovecos de su consciencia, tanto Naruto como Kurama, empezaron a elevar su chakra, sintiendo como encendían sus bobinas cargando energía vital a través de los conductos arteriales y activos, dejando correr a través de su cuerpo intensas llamaradas de rojo y azul. El poder mezclado de ambos.

El primer día ambos estaban tan emocionados por el sentimiento de plenitud y calma que, por un segundo, menos que eso, se permitieron perder la concentración. El poder que broto de Naruto fue inmediato e intenso; el más oscuro que se haya visto.

Inmediatamente Otousan estuvo ahí para detener con una llave al cuello, succionando parte del poder que amenazo a Utakata y a Yugito con caer de rodillas. El brazo de su padre quedo en automático chamuscado.

El hombre no gruño ni siseo, acostumbrado a los arranques del descontrolado chakra del Kyūbi, aguardo hasta que el rubio se pudiera controlar nuevamente tomando las riendas en sus manos.

Naruto cayo en sus cuatro a los pies del ninja de Kumogakure cuando recupero sus fuerzas y se sintió demasiado lleno en cuanto el poder regreso a su cuerpo conteniéndolo como podía; resoplaba con fuerza y sentía los temblorosos escozores de aquella imprudencia.

Una vez que se levantó, respiro profundo y elevo su mirada cerúlea a tan sólo unos centímetros por encima de él, recibido por la expresión seria en la piel morena del shinobi de las nubes; Otousan estaba reprochándole en silencio el no haber prestado atención y, pedía con esos labios fruncidos – jamás exigía – que pusiera toda su concentración en su entrenamiento a partir de ahora.

Activando su modo Sabio, aplico ninjutsu médico sobre el brazo lastimado de su padre adoptivo, y emprendió su meditación.

Bajo una semana Naruto estaba fascinado por este viaje de empoderamiento para lograr la última fase de su control sobre las nueve colas de Kurama. Cuando Hokage-sama le explico que había llegado una misiva de Otousan solicitando que enviara a Naruto a él para darle un viaje de autorreflexión, al principio, el rubio estaba decepcionado de no haber recibido el mensaje por si mismo como tantas veces antes en los años previos lo había hecho. Sin embargo, al entender que podía volver a ver a Otousan, a Olli, incluso a Utakata, sabía que sería una aventura única.

Se despidió de todos sus amigos, lo festejaron con una deliciosa barbacoa al aire libre en la mansión Akimichi donde fue recibido y despedido con enorme afecto y ánimo, y de ahí, se deslizo a una suave velada nocturna sintiendo los dedos de su amante Uchiha cuando ambos se recostaron en la cama de hojas y mantas que se habían construido para ver el techo estrellado a las afueras de la casa Namikaze.

Una lógica que Sasuke no cuestiono, sino por el contrario, murmuro un tanto sonrosado que sería él quien se encargaría de cuidar la finca del clan de su padre. El rubio sentía su corazón explotar cuando el pelinegro decía cosas tan ridículamente cursis así de vez en cuando.

Sin Karin, ni Suigetsu ni Jugo en la casa, quedándose en lo del Akimichi, los dos enamorados aprovecharon al máximo esa última noche.

No habían compartido el máximo nivel de placer carnal; tanto el Uchiha por sus tradiciones añejas inculcadas en base al respeto a cierta ceremonia matrimonial, y por el rubio mismo, que, aunque sabía ahora que su cuerpo no se pudriría si se entregaba a alguien como siempre le dijo Obāsan-sama, aun así, le causaba cierto malestar romper esa regla de oro con la que fue criado.

Ambos tenían claro una cosa: No hasta el matrimonio. Uno por la ley del hombre, otro por la ley de la tierra.

Pero eso no evitaba que los besos se convirtieran en chupetones, no se contraponía al dejar los torsos desnudos, no se oponían a tocar y curiosear por los valles de la piel del otro; las mordeduras de labios, los ataques devueltos con lenguas codiciosas, tan inexpertos como son en ciertos temas, ahora la experiencia corporal era tangible al igual que su pasión tan palpable si alguien llegase a verlos. Chispas casi dolorosas los empujaban mucho más cerca de las dulces orillas de las playas del placer.

Sus manos eran insistentes, vagando por los hombros, espaldas, deslizándose por los ombligos, mirándose con ternura a los ojos. Una vez acostados, Naruto agarro las muñecas de su amante con una sola suya, y las coloco por encima de la cabeza de Sasuke, quien se retorcía debajo de él y susurrando dejo salir su ronca voz:

- Lo digo en serio, te mereces algo mejor… - beso suave en los labios - …Alguien que no tenga una carga a sus espaldas. Alguien a quien no tengas que esperar.

- No me importa lo que puedas o no darme. Sólo te quiero a ti. Incluso roto. Nadie más. Sólo un dobe que ama los problemas – Sasuke levantaba su mirada, con ojos resplandeciendo y el labio interior fijado tercamente.

El repentino aumento de emoción hasta el corazón de Naruto por sus palabras es poco menos doloroso, por su perspectiva de no volver a verlo en algún tiempo. Se derrumbo como un castillo de arena seca contra su ola, lo sujeto abajo sobre la cama con fuerza apresurada. Sus cortos cabellos negros azulados se extendían contra las almohadas y su camisa había desaparecido hace ya un tiempo, haciendo que el rubio pudiera explorar con besos de mariposa el camino hasta su ombligo. Había risas que rápidamente se convirtieron en gemidos insatisfechos mientras llegaba al borde del pantalón de Sasuke.

Levantando su mirada azul, viendo aquellos ónix nebulosos, tirando de él murmuraba:

- Esto se va – y acto seguido, tomaba el cinturón del Uchiha y jaloneaba un tanto brusco mientras desperdigaba más besos distraídos por aquí y por allá en las duras líneas abdominales bajas de su amante.

Quitándoselo en un movimiento rápido y con ojos luminosos, apoyaba sus labios contra la piel pálida cremosa y dura del pelinegro, quien tenía sus ojos cerrados y la espalda levemente arqueada, disfrutando los toques de curiosas falanges y carnosos labios sobre cada contorno de su torso y vientre, cada marca de músculo, cuando llega a la parte más baja donde el pantalón estorba, Sasuke no pudo suprimir su audible respiración atascada, o el sutil espasmo en la ropa inferior.

- Dobe…

Enterrando su nariz en la piel deseada, Naruto olisqueaba con seducción:

- Huele bien. Hueles bien, como la miel.

El Uchiha gruñía y se empujaba suavemente sobre las almohadas el cuerpo con base a sus codos:

- Y tú… - trataba de decir con sus mejillas sonrosadas, mientras el otro inhalaba su muñeca, su costado, su torso, ganándose su ansiedad por la pérdida de control sobre su propio cuerpo - … hueles como el verano y la playa… y el sol. Podría comerte. Voy a comerte – agregó entre suspiros embelesados.

- Si no fueras un vampiro, diría que estas en el canibalismo. Debiste advertirme, no habría aceptado esto en primer lugar – decía el rubio totalmente juguetón, con una sonrisa besando la clavícula de Sasuke.

- Demasiado tarde – sonrió, ahora lamiendo su cuello posesivamente – Ya eres mío. Mi postre.

Una noche perfecta. No necesitaron más ropa fuera, pero mantuvo la mente de Naruto completamente distraída los siguientes días.

Hasta llegar a su destino, recogiendo a un contento Utakata en el camino a Kirigakure.

Genbu, al igual que el Kami, es una tortuga de un tamaño descomunal con una piel de un color gris en la cual le ha salido moho debido a la humedad del mar. Su caparazón, por el hecho de que siempre está en medio del agua, se ha convertido en una selva bastante espesa donde se pueden encontrar desde animales hasta cuerpos de agua como la Cascada de la Verdad, además se puede ver que posee unas protuberancias en forma de picos que tal vez hayan surgido como la vegetación o sean parte de su caparazón natural.

Según las tradiciones de Kumogakure, detrás de La Cascada de la Verdad, se encuentra un gran templo, el cual posee una gran cantidad de estatuas sin cabezas, aquí los Jinchūriki luego de haber logrado pasar la primera prueba, van hacia los cuartos secretos del templo los cuales están diseñados especialmente para controlar a las Bestias con Cola si llegan a perder el control durante el entrenamiento. Si llegara a suceder esto, la Bestia con Cola quedaría atrapado dentro del lugar hasta conseguir un nuevo portador. Hasta ahora, existen dos habitaciones que se caracterizan más porque se encuentran los murales del Dos Colas y el Ocho Colas, para entrar en dichas habitaciones, hay que colocar la cabeza y oprimir un interruptor que se encuentra en una estatua con la apariencia de la cabeza de algunas de las dos bestias con colas antes mencionados.

Era un lugar perfecto. Tal vez no para vivir, sino para tener aventuras fantásticas con la autorreflexión y la meditación. Un hábito que no tarda en arraigarse porque, aunque un séquito de las tres naciones los está cubriendo, Naruto se siente como pez en el agua.

Ya había venido una vez, sí, pero Otousan no le había mostrado el templo antes, porque evidentemente no estaba listo. Si algo salía mal, su cuerpo sería desvanecido en las arenas del tiempo dentro del templo. En cambio, ahora, esta fortalecido.

Para cuando le revela a los tres hijos amados que lo acompañan que ahora puede controlar el Senjutsu Chakura, como puede siente la energía natural en su entorno y reunirla dentro de su cuerpo, para posterior, equilibrarse con las propias energías físicas y espirituales de su cuerpo, que componen su propio chakra.

Todo el proceso le toma menos de cuarenta y cinco segundos.

Sin embargo, Naruto no duda en informar que tardo meses en dominarlo. Tomo siempre la debida atención a las palabras del Ero-sennin allá en el monte Myōboku.

Si se agrega muy poca energía natural a la mezcla, no se puede usar senjutsu, pero la recopilación de demasiados resultados en que el usuario se convierta en piedra. Pero si por el contrario, se absorbe demasiada energía natural primero hace que se transformen en un animal. Este proceso puede revertirse si la energía natural es expulsada del cuerpo antes de que se transforme completamente, pero una vez que se completa la transformación, se vuelve permanente.

Ante la idea de convertirse en un muñeco de piedras o un sapo gordo, Naruto no jugaba cuando entrenaba.

Así es como llego a uno de los niveles más altos de su fuerza: el sonido de la energía natural que se reúne para formar el chakra senjutsu es el mismo que el utilizado para el chakra verde curativo de la Técnica de la Palma Mística.

Otousan le dedica una sonrisa llena de orgullo la primera vez que observa cómo tiene una habilidad para sanar. Su amor filial siente hinchar su pecho porque Otousan es uno de sus mayores héroes. Es el mejor hombre que conoce.

Es lo que él quiere ser algún día. Representarlo. Y al mismo tiempo… se sentía contrariado.

Por qué, así como le es leal y le dedica veneración a Otousan, no puede dejar de pensar en aquel otro hombre.

Namikaze Minato es un punto de inflexión dentro de la psique de Naruto.

Se dicen tantas cosas del hombre: que podía aniquilar a mil shinobi en un solo día, que gracias a él se ganó la Tercera Guerra Shinobi, que era un héroe, que era un benevolente Hokage, que era generoso y cordial; que era el mejor sensei; que era el mejor aprendiz, y, aun así, nunca escucha que el tipo haya sido un buen padre de familia.

Nunca conoció al hombre llamado el Destello Amarillo de Konoha; nunca escucho su voz, jamás vio los ojos que al parecer heredo, pero según las memorias de Kurama, de lo poco que vio es que tal vez… tal vez… quizás le habría agradado ser su hijo.

Tan agraviado con sus sentimientos frecuentes sobre abandono y soledad, que fue Otousan quien lo espero a abrirse, cosa que no tardó mucho en hacer. En especial porque Naruto sentía tanta contrariedad.

Los amigos, las personas cercanas, toda gente que ha conocido el último año le han dado algo de si, una palabra nueva, un conocimiento extraño, un recuerdo agradable, o un propósito.

Konoha ha sido lo que siempre deseo, ahora lo sabe. Un lugar donde no se siente vulnerable, en donde se siente querido, extrañado, apaciguado y extasiado. Cada mañana tiene algo que hacer, un lugar a donde ir, una persona con la que platicar, un restaurante donde comer, tiene libertad total de caminar a donde quiera a la hora que guste.

Y todo es tan cálido. No como el frío templado de los bosques perennes de Yugakure.

Pero entonces recuerda porque nunca creció en ese lugar. El que debió de ser su aldea en primer lugar.

Porque un hombre, su padre, el biológico, lo maldijo bajo una historia de terror que espantaría hasta al shinobi más valiente y lleno de coraje si hubiera sido a él a quien maldijeran.

La persona que se supone debió protegerlo más allá de cualquier pensamiento inimaginable, fue el mismo que evadió su responsabilidad paternal y lo encerró bajo el mismo techo mental que a un demonio.

Cuando tenía cinco años, aborrecía con cada célula de su ser, a aquel prófugo de la justicia que se atrevió a clavarle las alas al infierno dejándolo con Kurama en su interior, preguntándose porque alguien tendría el corazón tan negro como para hacerle esto, a él, quien era tan noble e inocente que incluso Obāsan-sama lo miraba entre ternura y frustración cuando envolvía en vendas y gasas a los pajaritos cuyos cuellos se torcían al caer mal durante el invierno.

Para cuando cumplió ocho otoños, se sentía tan agradecido que la vida misma le ofreciera como consuelo el conocer a alguien tan impresionante como Killer-B, más tarde un amado Otousan.

El hombre era un toro, un monstruo de ser humano físicamente hablando. Tenía esta altura de neophilim, y poseía una sabiduría del mundo shinobi incomparable. No sólo eso, sino que podía hacerle frente a su anciana abuela sobre conceptos como la obediencia, el pacifismo y los tiempos de necesidad de violencia. Y mientras aprendía del ninja de la Aldea Oculta entre las Nubes, se imaginaba a si mismo con su propio padre.

¿Cómo era? ¿Se parecería a él? ¿Tendría hermanos? ¿Si no hubiera sido tan molesto su padre lo hubiera querido?

Un demacrado día, el moreno hombre se acercó a un Naruto de ocho otoños y medio, el pequeño lucía tan deslucido como si tuviera toda la carga del mundo en sus hombros, y tal vez así lo era.

Con lágrimas arrepentidas en los ojos, el pequeño rubio explico que sentía que sus padres lo habían abandonado por que él era un ser muy travieso desde su primer día de nacido, digno de convertirse en un aluxe, y que seguramente por eso se deshicieron de él, tal vez querían arrojarlo a las fauces de un Bregdi o regalarlo a un neko Palug para que lo adoptara o se lo diera de comer a sus galesas crías.

El hombre no entendió la mitad de lo que un mocoso rubio lloriqueo, pero comprendió la esencia.

Naruto se sentía desamparado por sus padres.

Sí, tenía a Sakura-chan, pero, aun así, un niño siempre quiere estar cerca de sus padres.

Naruto nunca sabrá que tanto se vio reflejado en él, el propio Killer-B.

Desde entonces, el hombre nunca maldijo ni critico a los padres de Naruto. Nunca le dijo que eran nefastos o había que compadecerse de ellos.

Simplemente, se dignificaba a decir: "En cada niño se debería poner un cartel que dijera: Tratar con cuidado, contiene sueños".

Cuando Naruto, todo moquiento elevo sus enormes ojos azules cual cielo, hacia las gafas de Otousan, él vio su confusión infantil así que siguió consintiendo, sintiéndose extrañamente mayor:

"He visto niños que vencieron las consecuencias de una herencia nefasta, debido a la pureza de su ser, como atributo inherente del alma. Tú eres parte de esos niños. El perdón llegará a tu noble corazón cuando reconozcas que nunca hubo nada que perdonar sino algo que comprender".

Fueron palabras tan bonitas para Naruto, pero fue el abrazo de Killer B lo que lo termino por romper en sollozos más altos. El moreno colosal arrullo al rubio en sus brazos por mucho tiempo, limpiando sus lagrimitas que reflejaban la inmensa tristeza en el corazón de un ser tan puro y angelical como lo era Naruto.

Desde entonces los dos mantuvieron una relación padre-hijo tan natural como respirar. Y aunque Naruto ahora entendía con mayor precisión aquellas palabras de su sabio padre aquella tarde lluviosa en Yugakure, su corazón no se sentía tan noble como predijo el shinobi.

Aún no se sentía listo para perdonar a su padre de sangre, porque sinceramente no comprendía porque lo hizo.

Su madre, por otro lado, había dejado un enorme agujero de amor y tristeza en el corazón de Naruto.

Cada noche miraba con sucinto hábito el joyero con las escenas de ninshu que Sakura-chan le había dado, se quedaba observando a su madre cada vez, devorando con detalle sus rasgos, grabándose con rapidez esa voz tan cantarina que le dedicaba caricias a su estómago abultado por su avanzado embarazo, canciones de cuna que su madre le dedicaba a un dormido Naruto.

Desde el segundo uno que la vio, no, desde que la escucho, supo que la amaba sin siquiera haberla conocido; se sentía tan familiar y hogareño cada vez que la veía en su joyero bailando, mirando con tanto amor a su esposo y a su bebé.

Ese cabello rojo tan rebelde, le hubiera gustado heredarlo. Le hubiera gustado tanto haberse parecido a ella; su madre se sabía tan hermosa, pero era su belleza interior lo que la hacía tan perfecta en su exterior.

Si fuera por Naruto, le habría dedicado su vida eterna, con tan de haberla visto en persona una sola vez y sentir sus brazos a su alrededor.

Todo esto se lo conto a Otousan, el primer día que terminaron su entrenamiento en la Cascada de la Verdad, y el hombre moreno, se sentó y sin mediar palabra, escucho toda la frustración y molestia de parte de Naruto quien caminaba de aquí a allá y regresaba, agitaba las manos elevando los brazos y alzando la voz cuando denotaba molestia por su sello maldito, para segundos después, mostrarse confundido y casi empático con su rubio padre.

Otousan, cruzado de brazos venosos, veía con creciente interés el nivel de madurez de su pequeño, sintiendo una sonrisa triste y resignada para si mismo. El rubio sabía que su padre biológico era un kage, nadie llega a un puesto así utilizando únicamente la bondad. De hecho, para Naruto era todo lo contrario.

Un líder ninja que su propia Aldea designo es porque no tenía miedo de ensuciarse las manos más allá de lo que los demás shinobi pudieran tener todavía límites. Y considerando que Minato era destacado como un héroe, significa que asesino a muchas personas, y no necesariamente bajo condiciones equitativas.

¿Pero porque no lo haría? Fue criado dentro de Konoha como cualquier otro ciudadano de Tierra Caliente, su lealtad era para con su Pueblo, le requerían entregar su alma a su Aldea. No es como si tuviera opción.

Estas y más razones escuchaba Killer-B de su - ahora enorme – retoño. Aunque pudo ver lo que Naruto realmente lo que quería era saber otra cosa, algo que no se atrevía a preguntar, no lo diría en voz alta, eso era lo que el shinobi de Kumogakure podía leer entre líneas.

Para cuando Naruto termino su monologo, mirándose confundido, más que nunca, sintió la mano gigante de su moreno padre en su hombro y escucho como este declaro con la voz más firme que nunca:

- Aunque te cueste creerlo, Namikaze Minato te amo más que a su propia vida. Su muerte no fue tu culpa.

Mirando aquellas gafas oscuras de su mayor héroe vivo, supo que él comprendía. Siempre lo hacía. Otousan conocía sus mayores temores y es por eso por lo que no dudo en derrumbarse frente a él, dejándose caer en su pecho cual niño pequeño, a pesar de ser un joven de diecinueve años tan gallardo.

Lloro y lloro ante su verdadera pena. No sabía si su padre lo había amado realmente, pero la voz de Otousan fue tan firme, tan determinada y llena de acero revestido en amor, que al rubio se le antojo cierto. Todo lo que decía era una verdad escrita en piedra.

Con sus emociones a flote, Naruto dejo ir poco a poco todo ese bagaje con el que había estado cargando los últimos seis meses; Sasuke lo había ayudado, Sakura-chan había intentado, pero Otousan estaba en otro nivel de afecto y adoración para él.

Con su corazón azotado por sentir un irremediable consuelo e infinito perdón hacia si mismo, Naruto mando un gramo de perdón hacia Minato, elevando una plegaria al cielo.

Donde sea que estes, quien seas que seas, te agradezco. Me creí perdido, pero ahora lo sé mejor. Me enviaste a otro padre, me enviaste a un hombre que me ama como su propia sangre, y eso jamás podré terminar de agradecértelo.

Al día siguiente, con una alma más ligera, Naruto tuvo su primer exitoso control supremo.

- ¡Bakayarō! ¡Konoyarō! – alzaba la voz con orgullo su Otousan irradiando admiración y afecto a su precioso niño.

Al fin había podido asegurar el control sobre la octava cola del Kyūbi.


Esa noche, en la penumbra detrás de los bosques de bambú un evento surcando los cielos nocturnos.

La cola emplumada del animal yacía en un torrente de fuego ligero y rojizo, dejando una estela de luz en todo el cielo a su paso, pero Naruto lo reconoció enseguida.

Supo que no era coincidencia.

El alicanto no volaba por nada que no valiera la pena y eso llenó su corazón de emoción.

Ni siquiera había terminado de procesar lo que estaba viendo y se levantó de su lugar cerca de la fogata familiar para sonreír enloquecidamente al ver a uno de sus amigos más antiguos.

Justo hoy, de todos los días, el ave embardunada con alas metálicas de gala mostrando su plumaje de fuego cálido voló sobre la cabeza del rubio, ganándose el silencio sepulcral tanto de Otousan como de Olli, e incluso de Utakata.

Los guardias shinobi a su alrededor, todos de distintas naciones, estaban tensos, confundidos, esperando cualquier ataque del ave, pero al ver a los jinchūriki mirar conforme la seriedad y la admiración a la fascinante criatura, decidieron esperar por ver lo que hacía.

Gratamente el emocionado rubio elevo sus manos cuando una de las plumas del ave se dejó caer, meciéndose hasta las palmas del joven.

Alta fue la sorpresa ninja cuando observaron que la pluma caída brillaba tan intensamente en las manos del bigotudo muchacho, mientras esta transformaba en oro puro.

El ave entonces siguió volando ahora más alto alzándose como una belleza mística hacia el espacio sideral.

Fue entonces cuando notaron que las alas del hermoso fénix no era fuego simplemente. No. Era oro fundido en constante ebullición con el fuego que emanaba del cuerpo de la criatura voladora.

La mayoría de los shinobi reconocieron al – hasta entonces - mito: El ave de la fortuna.

Aquel que bendice con oro y plata a quien considera digno portador de un corazón más ligero que una pluma.

Poco después los shinobi observaron que Naruto empezó a buscar a alguien, gritando su nombre, manipulando su chakra para rastrear a cierta persona, añorándola con lágrimas de felicidad en el rostro, quería verla, tocarla, abrazarla, sentir de nuevo su calor, oler su perfume a almendrado, saber que ella estaba aquí con él, fortaleciendo el amor y el cariño que le ha negado a él y a su hermana por tantos años.

Naruto reía y moqueaba por igual rastreándola por toda la isla flotante, dejando abandonada la pluma de oro.

Los demás jinchūriki miraban con cierto recelo, con cierto nivel de distanciamiento, porque si bien Naruto estaba extasiado ante el afectuoso significado, ellos sabían exactamente quién había convencido al sagrado alicanto de emerger de su aislamiento para enviar dicho presente.

Obāsan-sama estaba cerca y estaba vigilando muy de cerca a Naruto.


El lindo niño, pensaba que adentro de la radio había cantantes pequeñitos que repetían su canción cada cierto tiempo.

Con tres años, tanta fue su curiosidad, que destruyo el aparato con un martillo y se dio cuenta que no era así. Eso lo dejó un tanto decepcionado, un tanto más curioso. Indudablemente quedo una sensación de sabiduría.

Escucha, durante la comida, hablar a sus honorables padres. Murmuran que a uno de sus primos le ocurre algo malo y que eso está provocando problemas.

Pero no puede usar de nuevo el martillo. Hahaue-sama lo prohibió cuando vio como quedo la radio ahora inservible.

Entonces estando en su cuarto meditando boca arriba en su cama, escucha un murmullo cerca de la ventana y se levanta para descubrir que hay un par de ojos verdes juguetones brillando en la ventana.

No pregunta como subió a su habitación que se encuentra en el segundo piso, pero tiene la vaga sensación de que ella puede hacerlo y que lo invitará a jugar mientras observa cómo escabulle su también pequeño cuerpo dentro de su recámara.

Ella lo toma de su mano y le susurra traviesa, vamos, vamos hay que ayudar a Obito.

Se siente feliz y pleno cuando ella lo alienta.

Según sus padres, su primo asegura que hay voces en su cabeza diciéndole que haga cosas.

Se alegra tanto de tener a alguien que confía y cree en él.

Acompaña el saltar de su rosada amiga que él copia contagiosamente junto con su risa mientras sus manitas están unidas por el mango del cuchillo de carnicero que los acompaña.

Ellos les demostraran a sus padres que se equivocan y que adentro de su primo no encontrarán nada.

Itachi se despierta con un soplo de aire congelado de su pecho. Sus ojos abiertos despliegan el Sharingan un momento antes de desvanecerse, y recordar donde se encuentra.

Se permite un suspiro largo y profundo cerrando a la vez sus oscurecidos ojos; una pesadilla. Un sueño. Un mal sueño.

Se levanta ralentizado sabiendo que ahora el sueño lo ha eludido por un rato, revisa su reloj junto a la mesa de noche. 2:16 am.

Se sienta a un lado dejando caer los pies al suelo frio de la recamara de su solitario departamento.

Se frota con intensidad el triángulo de la tristeza y vuelve a suspirar, dejando que sus memorias vuelvan a él.

Empieza a creerle a Kakashi cuando dice que la locura puede ser contagiosa.

Necesita dormir, no lo ha hecho en un tiempo, pero le cuesta tanto hacerlo ahora, incluso con esas pastillas que le recomendó Hokage-sama. Lo ha intentado con su nueva receta favorita, pero por alguna razón, no le queda igual el sabor, no se siente… cómodo.

Es su segundo día en su departamento propio, y se siente ya como una eternidad.

No quiere ir a ninguna parte, pero aquí no se siente bien, no siente que sea su hogar a pesar de que tiene toda su adolescencia y la plenitud de su vida adulta viviendo aquí. Decide tomar un paseo nocturno esperando que la cálida brisca del verano le dé el suficiente sustento para recobrar el sueño.

Han pasado dos semanas desde aquella escueta plática con Bastet y una semana más desde aquel mensaje desde el Templo jinchūriki, de Aoba-san comentándole que Naruto-kun, posterior a un exitoso progreso, está ansioso porque alguien de su familia se ha puesto en contacto con él.

Obāsan-sama.

No tuvo el negro corazón para decirle a su kodai que su hermano menor recibió lo que aparentemente era un regalo, mientras que a ella le proporciono un inhumano regaño.

Tan Injusto.

No que Naruto-kun tenga reconocimiento, porque era evidente que lo merecía, el joven maravillosamente había crecido y madurado cual flor de primavera en Konoha.

Simplemente no le gustaba ver tan decaída a Sakura.

La hechicera. Su hechicera, como ha escuchado a tanto otros referirse a ella, deseando tanto no tomar en cuenta los chismes volátiles de su aldea, pero sin poder lograrlo. No lo admite, aunque le gusta cómo se oye.

Ella disimula, muy, pero muy bien, todo el dolor que siente por el rechazo y frialdad de su abuela; sin embargo, finge indiferencia en el mejor de los casos para no obviarlo. En el peor, se autoflagela.

Llega a su memoria una escena despiadada en particular.

Deslizando la puerta de la recamara asignada a ella a la mañana siguiente de la escéptica conversación con Bastet mirando con unos ojos sin expresión, Sakura estaba sentada en la engawa a espaldas de él, - sabía lo encantada que siempre estaba con tener acceso directo desde su habitación a cualquier jardín – y mientras se acercaba, vio su figura vestida en un pijama blanco. Una bata que una de las más leales criadas Uchiha le había colocado después de bañarla con secretismo, a escondidas de sus subordinados Anbu Raíz.

Se veía tan pequeña, vista así, frágil, lastimada, como una muñeca rota que alguien más olvido reparar. Pero el olfato no lo engaña y frunciendo levemente el ceño se acerca con mayor velocidad a ella. Su cabello rosa opaco esta inclinado, está mirando hacia abajo a su propio regazo.

Es atroz cuando al pararse al lado de ella nota que está cortándose las venas.

El kunai en su mano derecha, tomado extrañamente, como si no pudiera agarrarlo correctamente, seguía perforando sendos lagrimales carmesíes en su brazo izquierdo dejando la bata empapada en sangre.

Inmediatamente, sin siquiera considerarlo, le arrebata el arma mientras exige con una voz alzada una respuesta ante su actitud masoquista:

- Sakura, es que has perdido la cabeza, ¿qué crees que te estás haciendo?

Jamás espero ver esos ojos levantarse a los suyos y mirarlo con el mayor grado de ira que alguien puede dedicarse a si mismo.

Comprendió inmediatamente aquella mirada iracunda.

Auto repudio.

Se odiaba enormemente a si misma.

Y lo dejaba entrever tan claro como el cristal por un segundo, antes de cerrar por completo su faz, dejando salir unos estremecedores ojos sin vida a la vez que deja salir una voz de seductora que murmuraba:

- Devuélvemelo Taicho. Lo necesito.

Ella ni siquiera estaba explicándose, escondía una orden bajo ese murmullo sedoso; es así como el corazón de Itachi se agitó con tristeza un momento a nombre de ella.

Era una niña, que obligaron a convertirse en un títere sanguinario, para después solo tirarla cuando ya no funcionaba.

Entendía completamente la referencia porque él mismo fue el títere de Danzo y Chichihue-sama por más tiempo del que le gustaría admitir.

Comprendía con increíble precisión como se sentía: Vacía. Ausente. Rechazada.

Y si algo conocía de esa clase de sentimientos, es que lo que menos querría ahora es compasión.

Así que, cerrando también su expresión, deja que sus ojos inertes miren la indiferencia helada de los de él:

- Explícate. – su voz fue autoritaria sin replica a negativas, pero ella no se escuece.

Con total apatía, ella se limpió malamente el brazo herido con su propia bata, ganándose un segundo de distracción al bajar la mirada, confirmando que ha limpiado la mayor parte. Una vez satisfecha, levanto el brazo e Itachi pudo visualizar símbolos que no había visto en uno que otro libro de brujería.

- Es un sello en un lenguaje desviado del ninshu. Para recuperar mi fuerza, esta es la manera más rápida y sencilla. Siempre funciona.

Pensó que el ninshu trataba de espiritualidad y cordialidad con la naturaleza y las vertientes del mundo. Entonces esto debe de ser un lenguaje a la que la Yama-uba la acostumbro dentro de sus litigios oscuros. Era lenguaje oscuro; lo que se llamaba magia negra, seguramente.

¿Cuántas veces te ha hecho esto?, pensaba Itachi mientras sentía su resolución flaquear por el intempestivo pensamiento.

- Te recuperaras como cualquier persona normal. Es tu decisión si lo quieres hacer aquí al aire libre o bien, puedes elegir ser encerrada en una habitación de hospital aislada arraigada bajo jutsu a la cama, Sakura.

Así es como ella lo miro con verdadera rabia, como si él fuera su mayor enemigo en ese momento. Hasta donde sabía, lo sería.

Volvió a cerrar su expresión, y bajo el escrutinio de los ojos serios de Bastet, quien no emitió palabra alguna, ella guardo silencio y su mirada se perdió en alguna parte del universo, lejos de ahí mismo.

Mirando a la nada, ella pregunto quedamente, casi dócilmente:

- ¿Vive Hoshigaki Kisame?

Era una pregunta trampa. No pregunto las condiciones ni que fue lo que hizo con él; simplemente pregunto sobre su sobrevivencia. Ella busca distanciarse de Itachi y utilizará lo que ha percibido como acciones decepcionantes o traicioneras para lograrlo. El problema es que Itachi no puede mentirle, ella no busca lastimas ni paciencia. Quiere la verdad y él se la dará aun sabiendo que ella se retraerá más sobre si misma. Le contesta con los labios fruncidos:

- Lo hace.

Ve su cabeza asentir una vez antes de abrir esos pálidos pétalos agrietados que tiene por labios y susurrar sin tono:

- Entiendo.

Su única palabra suena más como una sentencia que como aceptación.

Después de eso, ella ya no hablo más. No persigue el kunai ni mira fijamente al jardín. Ve aquellos orbes esmeraldas esconderse en sus paredes mentales, cubriéndolos con un velo nebuloso, alejándose mentalmente a miles de kilómetros de ahí.

Debe dejarla sola, lo sabe, pero no puede sin protección; se nota que ella quiere irse a la primera oportunidad, pero Itachi no permitirá que la Yama-uba se le vuelva a acercar, no cuando no tiene idea de cómo se ve, o que habilidades tiene, o lo peor, si viene a lastimar más a Sakura.

Saliendo con un nivel de molestia y agitación inexplicables, ordeno a las sirvientas que eliminaran cualquier objeto mínimamente filoso dentro de su habitación. Sus protecciones de fūinjutsu y genjutsu las reforzó él mismo evitando que ella utilice cualquier encanto hechizando a los escoltas que le había asignado, obligándolos a ayudarla a salir.

Tan tonto como se sentía por encerrarla así, retomaba fuerza su motivación a mantenerla segura, cuando notaba como sus dedos no tenían fuerza siquiera para tomar la cuchara de su sopa. Ni que decir sobre la prohibición de entregarle palillos. Tenía que obligarla a comer, viendo como su peso decrecía alarmantemente. Itachi quería golpear algo cada vez que notaba las clavículas más prominentes de Sakura. Ella estaba tan triste, tan desolada, todo por culpa de un familiar que exigía ridículas peticiones. No le basto con educarla a la mala, quería que siguiera sufriendo el resto de su vida y eso tenía de los nervios a Itachi. Sakura no volvió a cantar, ni siquiera quería permanecer despierta y lo miraba como quien mira a la pared. Sus brazos estaban llenos de feas cicatrices enrojecidas porque ella trataba cada tanto volverse a abrir la carne con sus propios dientes.

Itachi debió atarla con cadenas de chakra.

Pero lo más triste de todo, eran sus ojos. Ojos enrojecidos por las lágrimas no derramadas; por el descanso que tanto deseaban, por todo el desprecio que se dedicaba a si misma. La encerró, por su seguridad. No se arriesgaría a que la bruja volviera a lastimarla, dejándola casi inutilizada en sus terminaciones nerviosas, aunque parecía ser su espíritu el que estaba enfermo.

En cambio, nada de lo anterior importo porque una semana después, en cuanto amaneció, descubrió amargamente, que su habitación estaba fríamente vacía.

Tan enojado como estaba, era mucho mayor su confusión.

La única persona que podía haber roto cada genjutsu suyo, cada sello, cada trampa era justamente la última persona que creyó que lo haría. La primera persona en la que confió para mantenerla segura.

Shisui parecía estar esperándolo en el comedor, su semblante no dejo entrever nada al inicio, en cambio, sólo exhortaba a Itachi a sentarse frente a él.

Su mesa ricamente adornada no tenía té sino sake. Una sola taza ya vacía para Shisui.

Itachi supo instintivamente que él sabía algo. Algo importante. El nulo parpadeo, la sombra de resignación y aceptación al saber lo que le ocurrió a Sakura cuando le conto, el estremecimiento visible en los hombros un segundo cuando escucho el título de Obāsan-sama, le motivaron a preguntarle en silencio a Shisui que sabía a lo que el mayor solo pudo suspirar audiblemente y mirar con una tristeza inusitada a los oscuros ojos de su primo:

- No podías encerrarla Itachi. No funciona así, Tachi-kun.

- ¿Qué sabes, que al parecer no puedo ser digno de conocer también?

Shisui suspiro mientras parecía perderse un momento en su memoria antes de enfocarse nuevamente:

- Recuerdas cuando de niños, Obasan nos contaba sobre el hombre del costal. Si nos portábamos mal, ella contaba que seríamos llevados y vendidos por un hombre malvado que apestaba a licor y suciedad.

- Lo recuerdo, sí, Shisui.

- Esa historia, Tachi, no es siquiera de cerca tan terrible como la que vivieron Naruto-kun y Sakura-chan.

Frunciendo el ceño, Itachi miro con intriga a su primo:

- ¿Qué sabes?

- Podrían existir diez hombres del costal y ninguno, ni en su conjunto, serían tan aterradores como Obāsan, su Obāsan.

- Shisui-

- Me hizo prometer no contarlo, Itachi. A nadie. – Dijo rápidamente Shisui mientras interrumpía a Itachi – Cuando me lo mostro. Cuando Sakura-chan me enseño.

El pelinegro de cabello largo sintió tantas burbujas de emociones contradictorias entre sí que tardo un poco en poder preguntar correctamente. La bola de nervios que circundaban por sus hombros se incrementó cuando detecto dos sentimientos bastante identificables: el primero era la genuina preocupación de que su primo mayor al parecer hizo una promesa con Sakura a sus espaldas; no sabía cuándo ni cuales eran los términos, pero evidentemente fue algo bueno para que Shisui no haya hablado antes de esto.

La segunda sensación fue una tremenda ola de celos ardientes. Como nunca antes los había sentido. Celos de que la atención y confianza de Sakura fueron puestos en Shisui.

¿Por qué? ¿Él no era digno de confianza? ¿Qué tenía Shisui que Itachi no?

Y esas preguntas fueron rápidamente desechadas por el nivel de envidia que contenían, se dio cuenta con horror inmediato. Jamás había sentido algo así, no contra su hermano de otra madre; los pensamientos negativos de esa índole no eran algo a lo que Itachi estuviera acostumbrado, por lo que evadiéndolos al fondo de su mente continúo preguntando:

- ¿Cuándo? – sin querer su voz salió con un tono de reclamo.

- Después del escape de Pain.

El silencio prevaleció procesando lo que Shisui decía. Ocho meses en los que Sakurra y Shisui se estaban comunicando en secreto, a espaldas de Itachi. ¿Por qué?

- ¿Qué prometiste Shisui?

Su primo lo vio con una mirada tan llena de dolor y con sombras en los ojos, pero al final respondió:

- Ayudarla, Itachi. – y aunque solo fue una palabra, por debajo de la camisa oscura de Shisui se podía vislumbrar como su marca en X estaba brillando con un verde fosforescente.

Al primo mayor no le dolía, pero era una señal obvia de que debía dejar de hablar sobre el tema antes de que comenzará a afectarle realmente.

Viendo esto, Itachi sabía que no podía seguir preguntando, al parecer, ni siquiera podría relatar las condiciones. Entonces, concluyo Itachi, es algo pesado que Sakura pidió a Shisui, tanto así que exigía secretismo.

De nuevo, esa cabeza verde de la envidia asomaba sus antenas sobre la piel de Itachi. La reprimió de inmediato.

- No puedo decirte mucho, como tú mismo has visto – removió un poco su camisa para dejar ver su piel pálida marcada con la promesa maldita – pero lo que puedo decirte es cómo puedes ayudarla tú, Tachi.

- Ignorando el hecho de que la ayudaste a cortarse a si misma, sangrándose, para que pudiera levantarse y continuar su vida de forma arriesgada, me gustaría escuchar tu propuesta.

- Tachi-kun – Shisui suspiro profundamente antes de mirar seriamente a Itachi – entiendo que puedas sentirte preocupado, incluso decepcionado por mis acciones, pero por favor respóndeme esto: ¿Cuándo he sido negligente o cuándo he puesto en peligro a nuestra familia?

Inmediatamente, el pelinegro cuervo se sintió arrepentido por sus palabras anteriores. Shisui era uno de sus amigos más cercanos y más allá de eso, un hombre digno de cualquier orgullo y respeto, porque naturalmente es una persona tan protectora y cálida. No merecía el reclamo por parte de Itachi.

- Eres el mejor hombre que conozco Shisui, te tengo en lo más alto de cualquier estándar y tienes mi más alta estima, por supuesto jamás has puesto en peligro ni a nuestra familia ni a nuestra Aldea.

- Arigatou Itachi, comprendo lo que puede ser para ti, desde tu punto de vista, y es por ello por lo que te tratare de ayudar lo más que pueda, pero en este punto, Sakura-chan me ato de manos. Al menos hasta que se den las condiciones adecuadas.

- ¿Tienes noción de lo que está ocurriendo, Shisui?

- Hai, Tachi-kun. Por eso te digo que permitirle hacer a Sakura-chan lo que sea que necesite hacer ahora es lo mejor, créeme. Al menos en el tema de la recuperación física. Necesita volver a sentirse útil, si no quieres que se sienta desesperada y estresada. Esa es la forma en como esa mujer la educo.

Guardaron silencio mientras las palabras se instalaban entre ellos, hasta que Itachi trato de nuevo de encarrilarse:

- ¿Sabes cómo es físicamente la yama-uba? – pregunta Itachi tranquilamente.

La marca X volvió a encenderse y esta vez provoco cierto malestar visible en la cara de Shisui, pero antes de que Itachi removiera la pregunta, su primo mayor saco un pergamino cuyo dibujo era un evidente trabajo de Sai.

La imagen dentro retrataba a una mujer excesivamente hermosa de cabellos fuego intenso, alrededor de sus veinticinco, piel limpia y albina con pecas que adornaban su faz y manos, llena de joyas y ricas telas. Unos ojos tono miel que miraban que habrían hecho sentir orgulloso a cualquier Uchiha por ese grado de frialdad que lograban desprender. No era ni de lejos parecida a Naruto-kun o a Sakura, entonces no era una familiar de sangre, pero ¿entonces quién era?

- Es lo más cercano que pude focalizar Itachi – decía Shisui al extenderle el pergamino – así se ve cuando ella está en funciones de espionaje – se remueve ante el dolor del hombro al tiempo que remueve otro pergamino uno más maltratado y se lo proporciona a su primo menor – y este, es de ella, sin ningún genjutsu encima.

Itachi miro el segundo pergamino el cual lucía como si lo hubieran abierto demasiadas veces, arrugado y en ocasiones desgarrado. Noto que la mano de Shisui temblaba al portar este segundo.

La imagen estaba incompleta. Mostraba a lo que debía de ser una anciana campesina, tal vez en sus setenta, sólo que esta tenía muchas, demasiadas marcas en su cuerpo. Sus brazos arrugados sin mangas tenían tatuajes de todo tipo, en el derecho tenía el tatuaje de Kumogakure, el signo de esclavitud, otro de Sunagakure en el izquierdo de haber sido una concubina del Segundo Kazekage, otro más que realmente parecía una herida en el antebrazo con el antiguo símbolo de Agua de Kirigakure, de la época anterior al Reinado del Terror. En una muñeca se podía leer Obāsan con una letra eléctrica.

Tenía cicatrices, pero había uno particularmente espantoso en el cuello, como si se lo hubieran cortado en algún momento. Esta mujer había pasado por el infierno aparentemente. Sin embargo, su cabeza, esta desdibujada en tonos oscuros como si hubiera sido borrado en reiteradas ocasiones.

- No tiene cara porque cada vez que intento recordarla para dibujarla, el sello me impide hacerlo. Supongo que efectivamente Sakura-chan lo hizo para protegerla de nosotros, o a nosotros de ella.

- ¿A qué te refieres?

- … Si algo aprendí de esta mujer Tachi-kun, es que ninguna historia de terror puede compararse con la realidad de su vida o sus costumbres. Ella… - Shisui se estremece con dolor por la marca cada vez más resplandeciente, dejando salir un líquido negro que parecía extenderse por el hombro y pecho de Shisui. - …no es de fiar, Tachi.

- Shisui, suficiente, podemos buscar otra manera…

- Lo he intentado Itachi, no importa cómo, simplemente no puedo… - respira hondo, calmándose con la mano de su primo menor sobre su hombro instándolo a callar -… Arigatou.

Cuando pasaron algunos minutos hasta que la marca se desvaneció por completo, Shisui miro con inaudita tristeza a Itachi:

- No regañes a Sakura-chan. Sí, sabemos que es voluntariosa pero la yama-uba así le enseño, y aun así no es mala. La conoces, esconde ese corazón puro a los ojos de cualquiera. Lo sabes. Sólo…sólo permite que sea ella misma un poco más – Shisui parecía entristecerse aún más – Lo necesita. Si tan sólo supieras lo que me pidió… lo que esta dispuesta a hacer. Estábamos equivocados, Tachi-kun. Hay más personas en el mundo de las que creemos, que, sin saberlo, se sacrificarían en el nombre del amor y la paz.

- Shisui…

- ¿Realmente quieres ayudarla? Un consejo. No la mimes, presiónala más.

- ¿A qué te refieres?

- Piénsalo Tachi, Sakura-chan se siente inutilizada ahora, en cambio, si le muestras lastima y paciencia, será contraproducente. Pensará que eres condescendiente con ella y contribuirá a su decadencia mental. La viste toda esta semana. Su primer impulso fue lesionarse a si misma porque eso le devolverá la vitalidad. Imagina que ni su Obāsan ni su capitán la consideren digna, ¿te imaginas lo que pensara de si misma? Ayudarías a hacerla pensar que es inútil, indefensa. En cambio, si luchas en pro con ella, si no sólo apoyas su carácter sino le fomentas a entregarte excelencia como está acostumbrada, ¿qué crees que ocurrirá?

- … No sabía que esta parte de su alocada lógica también te la hubiera compartido – dijo cortante Itachi mientras sabía agriamente que era totalmente viable lo que decía su primo mayor.

Shisui sonrió con una sonrisa tan rota cuando escucho a Itachi y dejo salir un hilo de su voz:

- No tienes idea de cuanto nos necesitan ella y Naruto-kun, Tachi-kun… y es la misma razón por la que la Yama-uba nos odia tanto.


Semanas después.

Yuhi Kurenai estaba desolada.

Gritando y llorando a lágrima abierta por el desastre que azotaba su hogar. Ni siquiera su estudiante más querida, Hinata, podía consolarla, porque claro, nadie puede curar el corazón roto de una madre.

Tan perdida estaba en su dolor, con la frente empapada en sudor y lágrimas gordas que no noto como su amado esposo, su anata, Asuma Sarutobi se había ido en un torbellino de prisa hace media hora antes del suceso, con una mirada endurecida y determinada en el rostro.

Shikamaru se fue con él y no hubo mensajes de ninguno de los dos ni cuando se fueron o cuando planeaban volver.

Pero nada de eso le importaba a una desolada Kurenai.

Porque una madre pierde la luz de su vida cuando su hija recién nacida también lo hace. Sarutobi Mirai nació a finales de otoño resultado de la unión amorosa de Asuma y Kurenai, quienes esperaban con gran ansías su nacimiento habiendo adquirido su ropita y neceser desde el primer trimestre.

Pero cuando Kurenai empezó a notar que para el octavo mes su bebé empezaba a moverse con menor frecuencia; y, de hecho, su médico ginecológico, le comento que el no nato no estaba creciendo al ritmo normal para su embarazo, Kurenai tomo reposo completamente y comenzó a tomar cantidades gigantescas de vitaminas y carne por el bien de su retoño.

Por un tiempo, funcionó.

Luego vino el nacimiento, hace apenas dos semanas y a pesar de que la niña nació pequeña, y con la piel un tanto azulada, con problemas respiratorios y sin un cuadro enviable medicamente hablando, a Kurenai se le pudrió el corazón cuando el pediatra le confirmo que no le auguraba más del mes de nacido a la tímida Mirai.

Ambos padres, llenos de desesperación, habían confiado en Hokage-sama, y aunque deseaba regañarlos por su negligencia por no buscar su ayuda prematuramente, los entendió completamente y procedió a analizar sangre y orina de la pequeña. Aún no había un resultado concluyente, y no le podían exigir tanto a su kage quien se ahogaba con el estrés entre una lista de espera de pacientes y la carga de un pueblo entero.

Entender no es lo mismo que aceptar.

Incurable, les decían.

Pero nadie sabía lo que tenía la pequeña. Nadie brindo un cuadro correcto o comprensible de que le estaba ocurriendo a su deseada niña.

Y así, esperando lo inevitable, llegó el momento.

El corazón de Mirai, quien lucía incluso más pequeña y frágil que cuando nació, cerro sus ojitos rojos y sus pulmones tan vulnerables perdieron toda potencia y dejo de respirar.

Shino, Akamaru y Kiba trataron de tragar inútilmente las lágrimas viéndose como los más fuertes al ver la caída de Kurenai con su bebé en brazos, mientras que la heredera Hyūga estaba abrazando cual madre a una aterrada Kurenai.

Los herederos Yamanaka y Akimichi temblaban más fuerte que el equipo ocho, destrozados porque habían visto como Sarutobi-sensei había estado orgulloso de su primer bebé en camino y todos lo que tenía planeado con ella. El dolor era tan grande que se sentía como la pérdida de una hermanita, porque Sarutobi Mirai era la princesita esperada de todos los shinobi en la vida de sus magníficos padres.

Como una familia enorme, con diversos apellidos, ella sería la niña de los ojos de muchas personas.

Y ahora, sólo era un cuerpesito descompuesto por una enfermedad desconocida.

Pasaron dos horas, cuando regreso Sarutobi con una mirada acerada, sabiendo que tal vez había llegado tarde; detrás, estaba Shikamaru quien lucía igualmente de animado, ambos no dirigieron la mirada al bulto en los brazos de Kurenai ni a ninguno de los presentes, seguramente para no soltar aquellos sentimientos desbocados ante la inevitable perdida.

Sin embargo, dejando la puerta abierta, ambos esperaron a que una tercera figura encapuchada entrara a la más que humilde morada de ambos jōnin.

En el segundo uno que entro la sombra nueva, todos se congelaron al sentir esa única sensación de calma inmediata cuando un chakra raramente familiar escaneo la morada Sarutobi.

Los presentes sabían quién era, la habían visto antes, y desde aquella vez en que mostro su poder en las fronteras de Otogakure y Takigakure, muchos hablaban como si fuera un mito el siquiera verla por las calles, susurrando su alias como si ella pudiera escucharlos.

Y en cierta manera, parecía así. A muchos dejo con la boca abierta y la sangre helada tal despliegue de poder y de liderazgo sobre otros igualmente de peligrosos.

Muchos aseguraban que el Uchiha era el único capaz de controlarla. Ni siquiera Hokage-sama la ordenaba a su oficina, solo la veían seguir a Itachi-sama.

Misterios y rumores se escuchaban en las calles y pasillo de Konoha, pero el principal, es que ella era una hechicera de verdad.

Y como tal, Kurenai, con su gran credo por Kami-sama, no aprobaba su intrusión a su casa.

Ella era una nigromante, error de la naturaleza. Una blasfemia. Un monstruo que en algún momento empezó a corromper a sus estudiantes y a los de su pareja, quienes esperaban otro encuentro con ella ansiosamente.

El dolor es un potenciador de crueles pensamientos y sensaciones negativas, especialmente cuando se involucra en autodesprecio por la impotencia y el coraje de ser inútil ante una situación, una combinación peligrosa si se enfrenta a alguien a quien ni siquiera lo merece:

- ¡¿Qué significa esto?! ¡¿Qué crees que estás haciendo en mi casa, Onmyōji?! ¡Fuera! ¡Sal! ¡No eres bienvenida aquí!

Sus gritos furiosos sirvieron para distraer brevemente el dolor por la pérdida de su corazón, pero la impulsaron para mirar con odio injustificado a la pelirosa que retiraba su capucha negra de su cabeza.

- Kurenai, por favor… - decía Sarutobi tratando de tranquilizar a su esposa.

- ¡No! ¡Ella es una blasfema! ¡¿Cómo pudiste hacer esto Asuma?! ¿¡Porqué permites que venga y ponga un pie sobre nuestra casa?!¡¿Es que acaso no tienes respeto por nuestro bebé?! ¡Ni siquiera la has mirado! ¡¿No tienes nada que decir?! ¡Mírala bien Asuma!¡Mirai está muerta!¡Muerta! ¡Mi bebé…! - lloraba descontroladamente la hermosa mujer dejándose caer nuevamente al suelo, siendo recibida por los fuertes y temblorosos brazos de Sarutobi.

El hombre abrazó a su esposa con ojos lastimeros llenos de arrepentimientos y depresión. Kurenai había cambiado en los últimos meses, amargándose con detalles cotidianos, sin embargo, lo atribuyo a dolores propios del embarazo y su triste diagnóstico.

Era demasiado caprichosa y voluble al extremo de enloquecer en ocasiones a su esposo, e incluso a sus estudiantes, pero todos lo tomaron como una prueba de su grado de estrés. Nunca esperaron a que fuera una voz monótona la que rompiera el momento:

- ¿Se hará o no? – preguntó sin tono alguno Sakura-san, quien estaba de pie, pareciendo algo aburrida por escuchar todo el lloriqueo.

No mostraba empatía ni por los jōnin ni por la bebé azul en la habitación. De hecho, parecía como si quisiese terminar lo que tuviera que hacer, para seguir con cualquier actividad que había estado haciendo antes de.

Kurenai elevó la cabeza y apenas resistida por los brazos de su compañero, evito golpear inútilmente a la joven gritándole cada clase de improperios. La mujer estaba enloquecida de rabia, odio y dolor y se podía ver que su chakra, estaba tratando de generar genjutsu para atacar a la pelirosa, pero en cada intento fue evitado por Sarutobi.

Shikamaru, siendo el líder militar que es, avanzó hasta alcanzar en el suelo a Kurenai y tratando de que ella entendiera intento apelar a su corazón:

- Kurenai-sensei, conozco tus sentimientos, los entiendo, créeme, pero si hay una oportunidad, sólo una, ¿no harías lo que fuera por Mirai? ¿Lo que fuera? Tú no estás bien, yo… no quiero que sientas que no amamos a Mirai pero tú no estás bien. Se siente que estas cayendo en una espiral, permite que te revise, creemos que lo que se llevó a Mirai te está consumiendo a ti, onegai…

- Pero ella no Shika, ella es – rabiosa expulsaba espuma de su boca – ¡una bruja, es una amante del diablo, ella no Shika…!

Aprovechando, tanto Hinata como Akamaru se acercaron a Kurenai, arrodillada en el suelo, tomada entre los brazos de Sarutobi y fue la heredera quien hablo:

- Kurenai-sensei, onegai, sólo una vez – dijo mirando a Sakura-san un momento y le pregunto - ¿Si puedes… puedes ayudarla?

La pelirosa miro a Hinata con una mirada tan helada que barrió el suelo bajo ella como si fuera una flor silvestre latosa y maloliente pero la heredera sabía que era la forma Raíz en que se manejaban las cosas. No lo tomo personal.

- Puedo, pero el tiempo es primordial.

Tomando eso como una motivación más, Hinata se dirigió a su sensei, su segunda madre y dijo con la voz más segura y firme de todos los tiempos:

- Onmyoji-san puede ayudarte, sensei, pero debes permitirlo. Como dijo Shika-kun, sólo una oportunidad y si no te place, simplemente no volverás a verla, acepta sensei, onegai.

Kurenai, la madre azotada, la mujer destruida, a este punto ya no le importaba la vida, y ver a sus personas más amadas apoyando esta noción de locura, se dejó ir, más que por una esperanza, por cansancio.

Se sentía harta y decepcionada de la vida. Decidió que en cuanto la hechicera se fuera, que en cuanto su esposo le permitiera bañarse en silencio, rompería el espejo del baño y cortaría profundo dentro de ella.

Sólo cuatro minutos necesitaría, decidió. Cuando todos crean que esta mejor.

Sin más palabras, se dejó caer para oler por última vez esa fragancia de su esposo, al tiempo que evitaba ver a la pelirosa acercarse hacia el cuerpo del bebé.

Kurenai se perdió todo el proceso, pero los demás veían con dosis contrariadas entre cautela y fascinación como Sakura se hincaba lentamente y colocaba una mano resplandeciente de verde sobre el cuerpo de la bebé.

- Iie, Onmyōji-san, es a Kurenai a quien pedimos que revises… - dijo trémulamente Ino mirando entre la sensei y la hechicera.

- Apenas ha sido tocada, ella no necesita revisión. Todo lo absorbió el producto – dijo monótonamente la joven dejando confundidos a todos.

Entonces cuando pasaron treinta segundos, la joven saco algo de entre sus capas directo de un almacén de su cinturón.

Tan pequeño que al principio nadie noto que era hasta que lo coloco en la boca de la bebé, abriendo un poco sus labios.

Sarutobi, aun con la mente abierta, se inclinó para detenerla, pero fue impedido por una mirada peligrosa de la joven, que le decía sin palabras que si se movía él sufriría las consecuencias.

Era una flor una muy pequeña, noto Shikamaru. Un brote de girasol, de todas las cosas.

Sakura hizo algo muy propio de sus costumbres. Empezó a cantar en una lengua extraña y con cada palabra que emitía, se podía sentir energía vibrando a su alrededor, específicamente alrededor de la bebé, incorporándose como si intentara entrar por su pecho inmóvil.

La canción no era ni de cuna, ni siquiera era rítmica, y, aun así, por alguna razón, se sentían tan suave y familiar como algo antiguo perdido entre las arenas del tiempo.

Una paz tranquila comenzó a instalarse en la habitación, como si se diera por hecho que todos los problemas terminarían, viendo aquella energía ahora más visible volar sutilmente en tonalidades verdes y doradas por toda la sala de la morada.

Incluso Kurenai había dejado de llorar y miraba con incredulidad serena aquel espectáculo donde se notaba que el aire estaba siendo purificado, se sentía tan en paz consigo misma, como si no acabara de morir su razón de vida, como si supiera que todo va a estar bien a la brevedad, como conectada a todos los presentes por el simple hecho de que sus corazones laten al unísono.

Paz. Tranquilidad. Calma como nunca se sintió rodeada.

De la nada, la hechichera se interrumpió. No se detuvo por la finalidad de la canción, no; era más como si ella estuviera detectando algo.

Se le notaba alzando la cabeza, sin despegar su chakra verde sobre la bebé, - en ningún momento la toco – y moviendo sus ojos y nariz como si estuviera viendo y oliendo algo, sus ojos clavados al techo de la casa hasta llegar a una esquina donde la madera crujió sin razón.

Algo que los demás no veían.

Tan serenos como se habían quedado tras el canto de la sacerdotisa, se tensaron cuando notaron que ella se quedó mirando hacia uno de los rincones más oscuros de la habitación. A pesar de que las luces habían estado encendidas, justamente la lámpara del fondo, en una de las esquinas, se había apagado y ahora se notaba como la oscuridad crecía ahí.

Sakura no retiro la vista del lugar e incluso entrecerró los ojos, mirando con gravedad como si existiera una amenaza. Entonces ella pregunto en su lenguaje extraño particular. Kurenai escuchaba atentamente mientras también veía a la misma esquina:

- ¿Hvem sender deg?

Su voz era amenazante y se intuía como que veía a alguien peligroso apostado ahí, pero a los ojos de todos los demás no había nadie. Sólo estaba oscuro.

No hubo respuesta a la pregunta de la dama, pero hubo un suceso que petrificó a todos.

Un ruido en la otra habitación, en donde se había resguardado la cuna del bebé. Un sonido tenebroso congelo a todos, porque pertenecía a un juguete que se activaba y procedía a cantar. Por medio de pulsar un botón.

Un golpe inmediato a eso y una pequeña pelota salió circulando lentamente hacia la sala. Los pelos de punta se reflejaron en todos, y el miedo azoto sus corazones. Kiba, el más ansioso de todos, se levantó y empezó a caminar hacia la habitación del bebé, pero una orden lo detuvo:

- Si vas, se te pegará a la espalda. Kurenai-san, toma a tu bebé y camina a la salida. Todos los demás, síganla.

No era necesario que lo ordenara. Kurenai ya se estaba moviendo hacia su bebé a toda prisa, siendo atesorada también por su esposo, todos los demás saliendo en tropel hacia la calle, aunque no querían sentirse asustados, si había un temor por lo que acababa de ocurrir. No es como si alguien más estuviera con ellos y activará los juguetes.

La casa de una planta, pero con jardín propio, en una zona residencial mixta de civiles y shinobi, lucia ciertamente tétrica desde afuera. Como si de repente una sombra inusual nada propia con la luz de luna la hubiera abarcado.

Para cuando salieron, el aire, ya no tan tenso ni tan sucio lleno sus pulmones y esperaron a que la pelirosa saliera. Tardo unos buenos cinco minutos, pero cuando lo hizo traía algo entre sus manos.

Lucía igual de indiferente y seria, pero con un trasfondo de enojo en esos ojos esmeraldas helados.

Kurenai reconoció lo que traía en sus manos.

Una cartuchera de cigarros.

Los favoritos de anata.

- Esto es suyo, ¿no es así, Sarutobi-san?

- Hai, Onmyōji -san, son míos. ¿Tienen algo de malo?

- Me temo que iban a por ti, la mujer que te mando esto, quiere meterse en tu cama y desea quedarse con tu vida – señalo al hombre antes de mirar seria a Kurenai – por encima de tu cadáver; pero al estar embarazada, tu bebé absorbió la maldición.

Se dio vuelta hacia la casa mientras sus palabras se asentaban en la mente de la madre primeriza, dejando ver su intriga inescrutable hacia su esposo.

Levanto la caja de cigarrillos y le ordeno a Sarutobi:

- Incinéralo.

Sin muchas palabras, y sin saber que estaba realmente haciendo, Sarutobi encendió un pequeño katōn tratando de no tocar los dedos de la pelirosa.

Al empezar a arder, ella lo arrojo sin permiso alguno al interior de la casa.

Cejas alzadas y fruncimientos de ceños, llenaron los jóvenes corazones cuando notaron que ni bien había caído la caja al suelo cuando ya toda la casa estaba ardiendo.

Es como si hubiera un escape de gas y sólo esperaba esa flama. Las flamas se alzaron hasta arriba e incluso, después se contaría entre los vecinos que se escuchó el grito de una mujer enloquecida por el dolor en las lejanías. El fuego ardió con intensidad y la casa estaba siendo desmenuzada desde sus cimientos. Sombras enrarecidas se veían caminar por las ventanas cuyos vidrios explotaron en el segundo uno del ataque.

Pero nadie, absolutamente nadie se movió cuando escucharon al mismo tiempo como una aguda voz empezaba a emerger del pecho de Kurenai.

Un grito lloriqueante.

Un grito a todo pulmón. De un bebé.

Kurenai, queriendo, deseando, aferrándose a toda esperanza sin querer, volteo la mirada abajo desesperada, y ahí estaba esa carita enrojecida, llena de mocos y baba.

No sólo eso, sino que estaba inflada, como gordita, como un bebé recién nacido debería pesar y verse. Su piel azul había desaparecido por completo y en cambio, era toda roja y estaba llorando a todo pulmón.

¡Su bebé! Su Mirai estaba viva. Estaba sana, viva, salva, estaba…. Oh Kami… Oh Kami…

Kurenai cayó al suelo de rodillas sin soltar su precioso tesoro vivo y gritón, no quería alzar la vista, pero en un segundo, pudo vislumbrar a Sarutobi a su lado llorando cual bebé fuese también. Temblando, incrédulo pero esperanzado. Ellos creían que no volverían a sentir amor y ahora ese amor les gritaba que los necesitaban y ahora. Viva. Sana y coleando.

Ambos padres miraron a su amada razón para vivir quien parecía que, al fin, al fin había terminado de nacer.

Entre lágrimas y risas incrédulas, no soltaron a su niñita y la miraban fascinados por como abría su boquita y dejaba salir su frustración por tener hambre. Ninguno se percató de como la hechicera procedía a encapucharse de nuevo, y empezaba a alejarse mientras que algunos vecinos estaban saliendo para saber qué demonios estaba ocurriendo.

Shikamaru, estupefacto, se le acerco tomándola del codo un momento y le susurro un incrédulo y lagrimoso:

- Arigatou, Onmyōji.

Inclinando su cabeza hacia atrás vio a los demás estudiantes, que la observaban con gratitud y nerviosismo más por la casa y el renacer del bebé, que por lo que sea que ella hubiera hecho. Mirando a un incrédulo Shikamaru ella dijo seriamente:

- Mañana sabrán quien envió la maldición, ya que se le ha cobrado al triple de su daño original, – se detuvo un momento antes de decir – y que tu sensei deje los cigarrillos. De cualquier manera, es un hábito asqueroso.

Dando media vuelta e ignorando los llorosos gemidos de felicidad de dos respetados sensei, la figura encapuchada se encamino hacia la oscuridad de la noche y con cada paso, parecía que la oscuridad se la tragaba.


La primera vez que bañaron en completa felicidad a Sarutobi Mirai, sus padres se sorprendieron cuando en su espalda, a la altura de su corazón, comenzaba a visualizarse en su piel grasosita un lunar extraño con la forma de un girasol en brote.


Existía un rumor que se acrecentaba últimamente. Ya tenía un tiempo circulando, pero ahora era más… certero al parecer.

Ahora, aun cuando él mismo era escéptico, decidió que lo mejor era intentarlo. De cualquiera manera, el "no" ya lo tenía si ella se negaba; y en el mejor de los casos, al menos pudiera decirle, que es lo que tiene su amada Ayame-chan.

No creía mucho en las brujerías ni estas cosas de los amarres o frascos de sangre de cabras o gallos negros, pero sí sabía que los shinobi no eran creyentes de nada; entonces que ellos mismos fueran quienes le contaban que una de sus clientes habituales podía ayudarlo, bueno… Como dijo antes, el "no" ya lo tenía.

Ella tenía una costumbre, y era ser una fiel asistente junto a sus camaradas en un extraño ritual que había iniciado su mejor cliente, Naruto-kun. Aunque ella no comía. Al menos ya no. Cosa que molestaba a sus compañeros, pero poco le importaba. Se sentaba ahí y pedía lo mismo que hubiera comido Naruto-kun por horas antes de sentirse medianamente satisfecho.

Todo para llevar.

Ya había descubierto que realmente su comida, se la llevaba a los niños del orfanato que estaba cerca del Hospital de Konoha. No comía, pero permitía que otros comieran. Y aunque sólo lo hacía tres veces a la semana, era más de lo que muchos hacían.

Si llegaba a faltar, llegaba alguien más, un chico en extremo pálido de ojos negros, o a veces al segundo hijo de Uchiha Fugaku, y ellos hacían la noble labor.

De cualquier manera, él quería pedirle su ayuda, pero era difícil hacerlo porque él no era una persona que le gustara pedir favores a pesar de ser comerciante. Era muy penoso al respecto; sin embargo, alegremente ella era shinobi y sabía cuándo alguien que normalmente actúa natural a su alrededor, de pronto se siente ansioso.

- ¿Qué ocurre Teuchi-san? – escucho su pregunta alzando la mirada del copia ninja a su lado y de aquel que luce espantado todo el tiempo.

- … Veras, Sakura-chan… es que… mira… hay un tema… lo que ocurre… es que… - el hombre se retorcía bajo la mirada helada esmeralda y parecía derretirlo.

Sobresaltado cuando sintió la mano del shinobi peli plateado en su hombro, tranquilizándolo con una sonrisa, bajo un poco los hombros y miro al suelo. Resignado, hablo como si no estuviera tan preocupado, pero un padre siempre lo está:

- Ayame-chan no se ha sentido bien, y a pesar de que Shizune-sensei la ha revisado frecuentemente, se desconoce la fuente de su malestar. Simplemente se sienta dura días al aire libre, y toma litros y litros de agua bajo el sol. Cuando tiene un mejor ánimo, ella tiene dolores espantosos de cabeza, migrañas, que la tiran en la cama, pero mi niña no es así. Mi Ayame-chan siempre ha sido sana y ni siquiera de niña se contagió de piojos. Yo quiero pedir tu ayuda, Sakura-chan, por supuesto no ahora, sólo cuando tú tengas tiempo, cuando tus obligaciones se puedan terminar por el día y… no importa si es en la madrugada o cuando me creas ocupado, tú, eres bienvenida en cualquier momento que…

Sintió una mano en su hombro, al otro lado del de Kakashi-san, y alzando la cabeza, la vio frente a él sonriendo tan sólo un poco antes de decir:

- Por supuesto te ayudare, Teuchi-san.

- Oh, Kami-sama, arigatou Sakura-chan, arigatou – decía el hombre aliviado enormemente.

- Iie, agradécele a Hokage-sama cuando ella este mejor – negó con la cabeza la pelirosa a la vez que ella empezaba a colocar su fajo de dinero sobre la mesa – ahora, ¿dónde está Ayame-san, Teuchi-san?

Sorprendido de que ella podía en cuanto antes, el hombre le pidió al niño de trece años que le ayudaba, en ausencia de su hija, a cerrar la tienda para llevar a la shinobi junto a su amada Ayame-chan.

Aunque intento no parecer asustado por el silencio del trío shinobi tras él, quería hacerles ver que no quería molestarlos porque a veces los shinobi son impredecibles; y aunque estos tres de hecho le agradan mucho, nunca se sabe con aquellos cuyos rostros se ocultan por tanto tiempo.

Al llegar a su casa, tras unos muros altos y pasillos largos de los departamentos vecinos, Teuchi sintió caer su corazón cuando observo a Ayame-chan de nuevo afuera de su casita de un piso, sentada en una silla rota con su cilindro de agua a un lado.

Tal cual lo dijo, ella estaba ahí, sin saludar a nadie cuando llegaron a pesar de que el hombre nervioso, la saludo felizmente esperando que ella haya cambiado de nuevo a ser su niñita amada:

- Mira quien viene aquí Ayame-chan, son los amigos de Naruto-kun, ¿recuerdas quiénes son?

A pesar de que la joven los vio, fue como si no reconociera a ninguno. Entonces Teuchi-san observo a Sakura-chan acercarse y agachándose a la altura de Ayame-chan, levanto su barbilla y giro su cabeza a un lado, luego al otro, hacia arriba y hacia abajo.

Ayame-chan no decía nada, no se quejó ni parpadeo.

- Llevémosla adentro, Teuchi-san.

Una vez dentro, Sakura-chan empezó a quitarse su capa.

- ¿Puedes ayudarme a llevarla a su baño por favor, Teuchi-san?

- … ¿Q…qué vas a ha…hacer Sakura-chan? – tartamudeo el hombre al ver que empezaba a quitarse sus armas también.

- Hay que bañarle, puedes entrar por supuesto, no necesita desnudarse. Kakashi-taicho, puedes traerme un poco de eneldo y salvia por favor, y de ser posible, trae una piedra de rio… - luego lo pensó mejor – que sean dos.

Sintiéndose extrañamente en un ritual fantástico, Teuchi-san no entro con Sakura-chan por el favor de la privacidad de su hija, pero sí observo como una silenciosa y respetuosa pelirroja que se le hace un poco familiar llego y entro con permiso del hombre, al baño. Supuso que de alguna manera había sido convocada. Yamato-san fue quien se encargo de entregar con prístina eficiencia una infusión de hierbas con el tal eneldo así como retirar toda la salvia de la fruta y entregársela a Sakura-chan sin mirar al baño indiscretamente.

Tardaron dos horas, y la única que salió, fue Sakura-chan, quien se secaba con una toalla de papel las manos, dirigiendo una orden a Teuchi-san:

- Karin-san se encargará de cuidarla por el resto del día, si llegase a haber un problema, ella podrá notificarme; aunque está en buenas manos, te lo aseguro. Lo que tenía tu hija es sólo un mal de ojo de flujo continuo, Teuchi-san. Alguien que conocen le tiene un grave grado de envidia, y ya fuera sin querer o no, la calumnió.

- ¿Envidia? – dijo el padre nervioso, demasiado confundido frunciendo sus dedos.

- Hai, a veces cuando alguien tiene cierta… habilidad extraordinaria, no lo sabe; lo que ocurre con frecuencia, y, por tanto, desconoce el nivel de daño que puede ocasionar a otras personas.

- … Entonces…

- Ha sido curada tu hija, Teuchi-san, sin embargo, deberías de considerar lo siguiente – dijo mientras Yamato le ayudaba a colocarse su capa – analiza tus variables: si te has sentido mareado, confundido o con dolor de cabeza cuando alguien en específico te mira, seguramente es esa misma persona la que le hizo esto a Ayame-san. A esto se les llama sangre gorda o portadores del mal del ojo. Cuando identifiques quien es, habla con aquella persona y pídele que no los vuelva a ver igual, al menos en un tiempo. Ella o él lo dejarán de hacer.

Instantáneamente, el humilde empresario recordaba a la hija de su vecina panadera. Una muchacha más joven que Ayame-chan, cuya sangre era pesada como lo menciona la pelirosa.

La chica emprendía el camino hacia la salida. Ambos hombres ya esperaban afuera.

- … ¿Cómo sabes que me hará caso, Sakura-chan?

Ella giro su cabeza hacia Teuchi-san mirándolo con sorna.

- Porque seguramente no es la primera vez que pasa para esa persona. Esto – señalo al baño – ya lo ha hecho antes. Si continúa pasando, toma.

La joven le entrego un pequeño costal curioso de delicioso olor.

- Siembra la ruda en una maceta grande ya que tienden a extenderse, cada tres días riegala sin ahogarla; por lo general es de sombra, aunque con algo de sol estará bien. Cada vez que sientas mareos o inicios de migraña, arranca una ramita y colócala en tu oreja. El dolor se quitará enseguida. ¿Dudas, Teuchi-san?

- I…iie, Sakura-chan, ¡te agradezco mucho, yo y mi Ayame-chan!

- Inmerecidas Teuchi-san – sus ojos esmeraldas se iluminaron cuando continúo diciendo – tú has ayudado a Naruto incontables veces. Lo mínimo que puedo hacer es devolver el favor.

Sin entender muy bien a que ayuda se refiere la pelirosa, la vio emprender su camino en la distancia.


Cuando Ayame-chan, más lucida que en días anteriores, se peino su larga cabellera después de ese extraño baño, miraba como las piedras de río que Sakura-san había pasado por su cuerpo como si fuera un jabón, se habían reducido a tan sólo migajas de piedra, como si nunca hubieran sido del tamaño de su propia palma.

Y mientras se cepillaba su cabello por primera vez en días, ella observo que pequeños puntos negros se desprendían de las puntas. Caían al suelo como piedras pequeñas, y mientras más se cepillaba, más salían.

La Kunoichi pelirroja detrás de ella iba pisando estas piedras, pero es que mientras más se cepillaba más salían, y más y más y la kunoichi le pedía que no mirara, no mientras seguían saliendo.

Una vez que ya no volvió a salir ninguna piedra de entre sus cabellos castaños, cuando al fin se sintió libre, tranquila y ligera nuevamente después de semanas, sesenta cepilladas después, sin ningún peso en los hombros, bajo la vista para saber que era lo que se le había caído tanto, y alta fue su sorpresa cuando noto que no eran piedras.

La kunoichi había estado pisando pequeñas criaturas que se le habían caído de su larga cabellera.

Cientos de hormigas gordas, negras y vivas.


Hokage-sama era un título que, de hecho, podría ser la ruina de cualquier shinobi.

Nadie que se jacte de ser el mejor shinobi del mundo debería de quedarse enterrado bajo cientos de folios al día, todos esperando más de quince minutos de su atención; y eso, sin contar con las interrupciones de chiquillos genin exigiendo misiones más altas para probar su valentía ante el mundo.

Heredera de la poderosa Voluntad de Fuego de su Senju Hashirama, la primera mujer en ser Hokage, una carrera shinobi que contempla 1,256 misiones oficiales en total, 95 de ellas rango S, sobreviviente de dos guerras, un título de leyenda, poseedora del Byakugō no In, y en general, la médico más reconocida del mundo.

Una mujer completa y una shinobi – no kunoichi – perfecta. Salvo el vicio del sake, pero no eso a quien le importa.

Es un ejemplo de poder y fuerza… enclaustrada en cuatro paredes todo el día sin poder apostar siquiera un poco de dinero – eso es presupuesto federal, Tsunade-shishou – en lo que ella quiera.

Sí, definitivamente, entre eso y algunos casos excepcionales médicos por revisar, la Senju siente como el peso de sus décadas cae sobre sus hombros con la misma fuerza con la que alguna vez ella azoto a Jiraiya cuando lo atrapo revisando en las aguas termales de la sección femenina.

Ahh… esas costillas nunca sanaron igual, se ríe malévolamente cuando recuerda el dolor en esa cara de idiota de su compañero.

Pero bien regresando a su presente, tiene muchas cosas por hacer, en primera rellenar su escondite secreto de alcohol. En segundo lugar, buscar un nuevo escondite porque Shizune tiene el feroz objetivo de vaciar cada vez su lugar hasta que no sean las seis de la tarde cada viernes.

Maldición.

Chasque la lengua mientras coloca su sello maloliente a otro pergamino de reestructuración civil en la zona este de la Aldea. Esos Akimichi, chicos listos, tratando de colocar otra franquicia del lado no shinobi de la incipiente ciudad.

Pero como tienen ese toque al cocinar a la barbecue. Aprobado.

Ah, y estos Shijuo que se quejan por las constantes fiestas que se presentan en los salones de evento de la zona poniente. Esos pobres ancianos deberían mudarse en lugar de quejarse. Incluso la zona ha florecido con la rica derrama económica a la sección. Enviara al equipo genin que ha estado molestándola sobre las misiones B. Sellado de silencio a la casa anciana Shijuo. Aunque para un equipo tan joven e inexperto no podrán lograrlo, aunque bien las misiones B así son.

Se ríe maléficamente al saber que esas caritas regresaran decepcionadas.

La mata la espera.

Ahora bien, una carta de un pueblo abandonado cercana a la frontera con Otogakure. Solicitud: Pedimos atentamente bajo su gracia nuestra querida y honorable Hokage-sama, bla, bla bla, y se nos es posible, más bla, bla, bla, y considerando esta situación, si, si, envie a su Onmyōji, ajam, ajam, plaga, mortal, pestes, ajam, hambruna, y muerte…

Sin mucha ceremonia, coloca este pergamino maltratado y manchado en sangre junto a la pila a su izquierda, la cual empieza a desbordarse.

La pila para aquellas misiones para Raíz y la Onmyōji.

Cualquiera pensaría que la gente, civiles, en general le tendrían miedo y reverencia a los Anbu, pero, al contrario, resultaba irónico que, aunque temerosos, la población requería más la fuerza bruta y estratégica de aquellos que eran todavía más sádicos. Tiemblan, pero igual les encanta el resultado del trabajo.

Antes cuando eran más discretos, sólo existían los rumores sobre su existencia, pero ahora, es como si una burbuja de aire hubiera explotado y los hubiera exhibido al mundo como demonios en búsqueda de vísceras y sesos. Y a la gente les gustaba. A la gente le gusta coquetear con el peligro.

Sus propios Anbu empezaban a verse lindos y tiernos al lado de los feroces dientes que mostraban los Raíz. Aún estaba pensando en que iba a hacer con ellos una vez que el reinado de Sakura terminara.

Esa joven peligrosa. Cuando se acercó apenas hace un mes y le dijo que aliviaría las cargas inquietantes de sus ciudadanos, a cambio de que su hermano y sus cuasi parientes convivieran en armonía permanente en cualquier parte del mundo, sin afectación de Konoha en sus planes futuros a cambio de que ella sí sería esclavizada, fue todo un cambio en su actitud. Casi podría decirse servil. Arrogante pero sumisa al fin.

Y así supo que algo andaba mal con ella, pero cuando llegaban este tipo de solicitudes por todo el largo y ancho del territorio de la Tierra del Fuego gracias a los rumores de su poder místico, entre ella y la fama del todopoderoso Uchiha, tenían tremendamente mucho trabajo últimamente.

Pero…. Puede que ese problema se lo delegara a Itachi, su aprendiz. Seeeee, mejor que él lo arregle, pensaba mientras evitaba a propósito esa migraña que se sentía venir.

De todos modos, el Uchiha tiene mucho que arreglar, si la junta que tuvieron más temprano es un indicativo. Sabe que él y su propia aprendiz están molestos el uno con el otro. Son tan obvios.

Se la pasaban retándose continuamente y el día en que no lo hacen, todo Konohagakure se da cuenta. Pero la petición de Itachi la deja intranquila. De todas las cosas que pensó que le pediría, nunca imagino que sería una misión de esa índole en conjunto con la joven.

¿Cuál era el propósito dijo? Completar la educación de Sakura.

Y por eso se auto asigno esa misión tan indeseable en cuanto llego.

Frunciendo el ceño, sólo espero que Itachi supiera lo que estaba haciendo.


No desvió mi mirada de la suya, tratando de saber qué es lo que trama esta vez.

Esto no es propio de él.

De hecho, es… ¿qué busca? No. No. No importa.

Sé que mi expresión no le demuestra mi duda inicial, pero aún así me reprocho. No debería tener dudas desde un inicio. Me entrene para esto.

La inevitabilidad.

Regla 2 del código ninja. Un Shinobi no debe valorarse a sí mismo, sino adherirse a los ideales de su aldea.

Es una prueba. Me está confrontando.

Esa leve inclinación de su labio superior, no. Del músculo del labio únicamente, se mueve hacia arriba menos de un segundo, pero sé lo que significa.

Cree que me negaré. Se está burlando. O puede que todo esté en mi imaginación porque su rostro no ha cambiado en absoluto, sus ojos hielan todo lo que observan, su indiferencia me saluda con toda su magnitud pareciendo un deseo de derretirme cual gelatina en mi lugar. Pero no lo permitiré.

- En vista de tu indecisión, informare a Hokage-sama sobre tu preferencia a quedarte sólo con misiones de bajo rango.

Está a punto de darse la vuelta, y entrecierro los ojos por su frágil impaciencia. Mi voz es clara y estable cuando respondo:

- ¿Hora de salida, Taicho?

- Una hora. Entrada oeste. Viaja ligera.

Su cabello largo ha crecido este último año, lo noto mientras camina y habla con orden estricta en su voz, como si no mereciera la pena que me hable a la cara.

Si quieres doblegarme, me temo que te costara más que intimidación, mi querido capitán.


Iwagakure

Nagoya: 35.18147, 136.90641

Tres días después de una carrera a velocidades imposibles, fue por pura terquedad que evite sacar la lengua en nuestro único descanso al día, siendo ordenada y exigida a continuar laborando tanto sellos, vigilancia y comida, antes de poder sentarme y dejar sangrar a gusto los dedos de mis pies.

A Taicho le molestaban los retrasos y aparentemente, ya íbamos tarde para este encargo, por tanto, estaba explotándome como nunca.

Sé que está molesto; le había enojado cuando me retire de su protección hace cuatro semanas, pero no era su decisión y no pediré disculpas por mi pronta – sangrienta – recuperación. No es él quien está siendo probado.

- Nuestro carruaje sale en una hora.

Dice mientras se inclina al lado de un estante, dentro de la habitación que rento en la posada, y abre otra maleta que ha dejado sobre la mesa:

- De aquí en adelante, hasta que te diga lo contrario, tu nombre es Haruno Sakura y tienes la certeza de que lo eres. Tienes una mente fuerte y una lengua afilada, pero me dejas hablar, porque eres mi mascota, excepto cuando sientas la necesidad de decir tu opinión ante los que no te importan nada, incluso cuando no es requerido. No le tienes miedo a nada; sin embargo, exudas una sensación de vulnerabilidad que, en privado por supuesto, impulsará la necesidad de cualquier hombre de saber cómo es el romperte. Eres adinerada, aunque nadie tiene que saber de dónde viene tu dinero, sólo que tienes lo suficiente para limpiar tus desastres con un movimiento de tu cuenta bancaria. Y el único hombre en cualquier habitación que puede domarte soy yo. Lo que haremos, casi con toda seguridad, tendrás que demostrarlo por lo menos una vez en esta misión. Así que, mantén en mente que lo que sea que te controle, me seguirás el juego. Y cualquier cosa que te diga que hagas, lo harás sin dudar porque podría ser la diferencia entre la vida o la muerte, ¿quedo claro, Onmyōji?

Me quedó mirándolo en blanco cuando toma asiento en la silla a contracara de la cama King size. Él me mira con un destello de hastío pensando que tiene que volver a repetirse, pero mi mente ha quedado en pausa hasta que entiendo lo que me está pidiendo.

Por eso me pidió como compañera para esta misión. Únicamente nosotros dos.

Por eso nos tuvimos que detener hace veinte kilómetros y cambiar nuestras vestimentas a telas ricas y sedosas de la tierra del oro, y rentar un carruaje lujoso.

Por eso nos instalamos en este hotel tan exuberante que grita riqueza en cada esquina, cuyo botones exigió una propina alta que ni siquiera mis curaciones llegarían a cubrir en algún momento.

Por eso llegaron los shinobi encubiertos a dejarle maletas repletas de curiosidades que harían que las señoras de alta cuna rogarán por probarse alguna de sus joyas.

Cuando veo que él coloca su traje completamente negro, cual hombre de negocios, en el armario y unos zapatos de piel exquisitos a la medida, comprendo que sólo es la mitad de la operación. La otra mitad al parecer soy yo al notar más trajes ocultos de tela que llega al suelo.

Seducción.

Es una misión de seducción.

No deje de verlo todo este tiempo en que mi cerebro decidió volverse increíblemente flojo y tarda en reiniciar motores. Incluso Shimura Danzo evito este tipo de misiones para mí porque, aprovechando su profesionalismo, él pensaba que la seducción era la parte más baja y degradante para un shinobi, incluyendo las kunoichi.

Habiendo trabajo de otra índole, tomar la lujuria de una persona y volverla en su contra, era indigno, para el shinobi, no para el objetivo. Por eso ese tipo de misiones jamás las tomaba; y, por el contrario, las delegaba a los demás Anbu de Hokage-sama.

En cierta manera, el Elder y yo comprendíamos la misma noción. El tema es que a diferencia de Hokage-sama, Shimura decidió que sí debía informarme sobre los temas tabú con respecto al sexo.

Irónico. El hombre era un gran sensei. Con un pizarrón, gis y algunas lecturas poéticas eróticas más tarde que me brindo en privacidad, entendí mayormente lo que se me hubo escondido por tanto tiempo.

Hyo se encargaba de relatarme de vez en cuando algunas de sus misiones de esa índole únicamente para estar preparada por la condicionante de si nos tocaba alguna situación en donde utilizáramos esas habilidades. Incluso me propuso terminar con mi inocencia física en pro del bien del futuro impredecible.

Cada vez lo rechace, indicándole que, de necesitarlo, sólo obligaríamos un genjutsu aplicado al objetivo y terminaría el problema. Burlonamente, me veía sonrojarme tontamente ante sus propuestas cada vez más indecorosas susurradas al oído.

Entendía ahora que no había que ser un genio para saber porque Jiraiya-sama era idolatrado por el pervertido de Kakashi-taicho, o el número de ventas de su estúpido libro.

Ahora, de eso a esto… Taicho sabe que no tengo entrenamiento al respecto. Si bien me dio un… personaje no muy desapegado de la realidad, ciertamente no tengo dotes de actriz.

¿Sumisión?

Ni siquiera le servía su comida a Bastet cuando maullaba enloquecidamente con tal de verlo ronronear a mi gusto.

De nuevo, ¿qué está pensando mi capitán?

Me observa muy de cerca. Sabe, de alguna manera, cuando he comprendido la totalidad de la situación y por ello parece asentir consigo mismo, pero sus ojos me miran cual halcón, captando cualquier movimiento facial para determinar si estoy aceptando o negándome.

Como si quisiera motivarme, explica con voz seria:

- Sakura, escúchame atentamente – comienza – si decides venir conmigo, necesitas saber que puedes ser asesinada si no me obedeces como se espera. Haré todo lo que este en mi poder para mantenerte a salvo, pero no es una garantía, porque, no importa lo mucho que confíes en mí, nunca será suficiente; siempre confía primero en tus instintos, y si, lo deseas, después en mí. Si no estás segura de continuar, me reuniré con la kunoichi de seguridad que esta encubierta en esta aldea, y te regresare a Konoha a tus obligaciones habituales.

Sus palabras me remueven algo en el pecho, así que asiento aprehensivamente. Él aún duda de mi estímulo, me pregunta completamente uniforme:

- ¿Cuál será entonces?

En realidad, no tengo que pensar sobre ello, debido a que sé lo que quiero. Sin embargo, contestar de forma inmediata, me hará ver como una mujer ansiosa, desesperada por su aprobación.

Debo empezar a tomar ese papel que me ha otorgado, después de todo.

- ¿Haruno Sakura es el mejor nombre que se te ocurrió, Taicho?

El capitán pelinegro me mira a los ojos por un momento, una mirada de contemplación e incluso un poco de vacilación se estremece un momento en esos ónix congelados.

Se pone de pie y estira su traje.

- Los nombres de flores por lo general hacen sentir seguros a los hombres, considerando a la mujer inofensiva. Además, servirá para que no te distraigas cuando no reconozcas algún otro nombre por el que te llame. Ahora camina, debemos prepararte, - voltea a verme - Haruno.


- Su nombre es Kin Tsuchi – dice Itachi, dejando el pergamino sellado en el regazo de Sakura a su lado en el extravagante carruaje– Él es dueño de la más exitosa agencia inmobiliaria de la costa oeste, Tsuchi & Cia., pero su negocio más lucrativo es más subterráneo.

Atraída por su silencio, ella levanta la vista de la foto adjunta en la lámina.

- ¿Cuál es el otro negocio? – pregunta justo como Itachi sabía que haría.

- No te incumbe. – contesta cortante – La información que escojo para darte es todo lo que requieres.

Ella inclina la cabeza hacia un lado, entrecerrando esos ojos astutos.

- Pero sabes más – acusa. Anteriormente, Itachi no tenía mucho reparo en contarle los detalles, no porque quisiera, sino porque rápidamente ella lo adivinaba, y no quedaba más que confirmarlo.

Esta vez, ella va a ciegas.

- Sí se más o no, no es tu para tu información – dijo en un tono monótono – Por tus… medios tan decepcionantes anteriores se te compensaba con data, así que, corrigiendo ese defecto tuyo, como tu capitán, te recomiendo que nunca hagas preguntas acerca de la naturaleza personal de cualquier objetivo. A menos que no tengas claro en cuanto a cómo vas a eliminarlos.

Finge indiferencia cuando ella se retrae un poco cuando escucha las palabras decepcionantes y deficientes, al tiempo que su mirada permanece en un punto fijo a la derecha de su oreja, fingiendo que lo está viendo a los ojos.

- Lo que el objetivo hace para ganarse la vida, quien es su pareja, sus hijos, si los tiene, sus crímenes, si los tiene, no te importaran a partir de ahora. Cuanto menos sepas de su vida personal, menor riesgo de que te veas involucrada en caso de emboscada. Te doy una foto, te informo de sus paraderos frecuentes y hábitos, te designo una manera en la que prefiero que el golpe sea dado: desordenado y en público para enviar un mensaje, o discreto y accidental para evitar una investigación, y luego tú te haces cargo de los demás.

Sakura no comenta nada, a pesar de que quiere hacerlo. Lo ve en la forma en como está endureciendo su mandíbula levemente con molestia oculta.

Cada palabra dicha con el grado correcto de desaprobación e irritabilidad para que ella crea que él la ve inferior. Sólo la motivará, a través de esa cabeza dura que tiene, a dar lo mejor de sí aunque no tenga experiencia.

Se recuerda a si mismo, que, aunque termine odiándolo, esto es para ella. Que sepa, que reconozca que no es el objeto de enorme decepción y vergüenza de una vieja bruja. Ella necesita saber que es victoriosa en lo que se proponga.

Es la persona que más metas se ha propuesto y las ha logrado con un margen exponencial de éxito.

Ella puede superar con creces esto.

Pero en este punto, no sabe si lo dice para convencerse a si mismo. No quiere exponerla de esta manera, pero Sakura lo ha evadido un mes entero y esta cansado de que sea escurridiza.

La pelirosa incluso abandono el proyecto de la comunidad médica en Otogakure afirmando que era una pérdida de tiempo. Un objetivo inútil y sin sentido, decía su misiva de respuesta a Hokage-sama.

Le duele ver cómo está dejando de ser ella misma para volver a centrarse únicamente en Naruto-kun.

Itachi, en contra de cualquier estrategia que ha conocido en la vida, está actuando bajo la lógica que ella le ha enseñado. El plan es demente, pero también lo es la espiral en la que Sakura está cayendo sin dirección. Recuperar esa confianza tan vanidosa de la que era portadora. Libertad consigo misma.

Una sonrisa, totalmente burlona, impropia del Uchiha, levanta los bordes de su boca:

- Un poco de obediencia no te dolerá, ¿no es así, Onmyōji? – pregunto sardónicamente hacia ella.

Sus ojos volvieron a enfocarse en los suyos, mirándolos con helada y fría esmeralda. Nada de reto ni desafío en ellos, simple aceptación:

- Un Shinobi nunca debe cuestionar a su comandante.

La citación a la regla veinte con una voz plana resuena en la carreta jalada por cuatro caballos, sintiendo que las palabras han terminado de intercambiarse entre ambos, dejando un desazón en el pecho del pelinegro.

Esperaba que ella volviera a exhibir una de sus ingeniosas respuestas, y, sin embargo, es todavía más dura y fría que en su primera misión.

Suspirando internamente, decide que esta misión será más difícil de lo que creía.

Todo sea por traerla de regreso.


Resulta ser que Kin Tsuchi es un magnate hombre de negocios en sus cuarenta. Raramente está solo en su finca. Brinda fiestas elaboradas tres o cuatro noches a la semana, sólo para la crema y nata de las playas del Oeste de Iwagakure y siempre por invitación solamente. Ni uno más. La seguridad en su finca es de primera clase. Tsuchi ha seleccionado cuidadosamente a cada uno de ellos; no son guardias de seguridad no calificados contratados a fruto de la casualidad.

Resulta que Tsuchi era un shinobi traidor de Takigakure. ¿Es extraño que ahora sea un mercante civil? Improbable pero no imposible. Dejo la carrera shinobi aparentemente hace algunos años, y se ve que le entro de lleno a la comida después de eso.

Por tanto, su seguridad exhibía una variante del sellado Kongō Fūsa, la poderosa barrera impide a cualquier persona entrar o salir del perímetro establecido con las cadenas, a saber, su finca.

Obviamente, considerando que sus guardias son realmente shinobi encubiertos para si mismo, a cada invitado en sus estrafalarias fiestas se les entrega un brazalete que no debe de retirarse en ningún momento debido a la alarma inmediata que producirá en el cuarto de control del enorme complejo.

El brazalete contiene una derivación del Hishō: Kongō Fūsa, por lo que literalmente es una cadena de chakra impidiendo el uso o manipulación de energía, inmovilizando cualquier ataque shinobi en su interior.

Es un shinobi renegado muy precavido.

Para cuando pregunte como entraríamos, Taicho me otorgo la mirada más insípida y contesto:

- Por invitación, como todos los demás – contesto aburrido – Kin tiene una debilidad, como todos los hombres como él, y la usaremos a nuestro favor.

- ¿Cuál es su debilidad?

- El sexo, por supuesto – dice con un toque de fastidio, como si ya debería ser obvia la respuesta a este punto.

No me atrevo a preguntar si mi inocencia terminara al fin en esta misión, sabía que las kunoichi lo hacían, inclusive lo hacían con sus propios compañeros para desapegarse de la acción para cuando suceda con el objetivo.

Por un momento, pienso si Hyo tenía razón cuando decía que un día, lo inevitable llegaría para mí y lo mejor era aceptar sus avances. Al menos un cuerpo conocido que uno por conocer, decía.

Mojigata, era su respuesta ante mis constantes negaciones.

Por fortuna no me estremezco, ni me muestro ansiosa, pero de alguna forma, de nuevo, Taicho sabe leer mi mente, y lo confirmo cuando se gira hacia la tienda a la que nos encaminamos y escucho decirle:

- Probablemente no sea tan malo como piensas, pero será muy carcano a lo desagradable.

Imágenes mentales repugnantes se despliegan en mi conciencia de Kin encima mío, asfixiándome con su cuerpo caliente y sudorosa con un gramo o un kilo de lujuria incontrolable. Eso sin contar si tiene algún gusto por los fetiches. A saber, con la cantidad de gustos que he leído gracias a la franquicia Icha Icha.

Me estremezco interiormente. Seguramente, Taicho no espera que me enrede entre las sábanas con este hombre, incluso por el bien de una misión.

Aunque…

Taicho es un shinobi perfecto.

Él ha hecho las paces con todas y cada una de las reglas shinobi, incluyendo la regla número cuatro: Un Shinobi siempre debe poner la misión primero.

Me está adiestrando de nuevo en las normas shinobi; eso quiere decir que es probable que me entregue como un cordero al sacrificio. Por eso me pidió confiar más en mí misma que en él.

Pero de nuevo… es el hombre que siempre me impidió leer algo remotamente erótico, más por su bien, que por el mío decía. Algo sobre que Shisui y yo le haríamos la vida imposible con tantas referencias a su propia vida.

Sí, puede ser, pero… eran otros tiempos.

Hace apenas un año, me insinúa mi consciencia traidora.

Continúo batallando a duelo con mi memoria adoradora de Taichos y mi presente real, siguiendo por detrás al hombre, llegando a una lógica conclusión:

Él no permitirá que llegue tan lejos, y, de hecho, mientras lo recito mentalmente, estoy segura de cada palabra. Aunque él no quiera, aunque yo no quiera, confío con mi vida en él.

Y creo por un momento, que no es tan aterrador como pude pensar alguna vez.


Al regresar al hotel con caras de maniquí plastificado, Taicho me instruye:

- Recuerda lo que te dije antes: eres sumisa exclusivamente ante mí, pero a veces tu lengua te mete en costosos problemas. Eres una mimada mujer rica y presumida, y por, sobre todo, no le temes a nada.

Lo miro con sorna. Él responde con helada apatía en ese mirar:

- Puedes sentir que tu miedo ha sido controlado en cierto punto. Pero una vez que la amenaza este a tu alrededor de forma en que no puedas defenderte, necesitas asegurarte de que nada va a romper el control que tienes sobre tu miedo. Kin dejará de sentirse atraído por ti en el momento en que exudes una gota de pánico. El miedo para la estirpe de hombres de su clase es débil; le gustan las mujeres jóvenes, fuertes y temerarias. E incluso puede llegar a aburrirse si no nota nada extraordinario en ti.

Inconscientemente, mi rostro se ha distorsionado levemente con asco y disgusto por las agrias palabras. Que llegue a ser utilizada como un selecto corte de carne a petición de un caprichoso comprador para luego ser botado a la basura si apenas llegase a sangrar más de lo normal.

En este punto, estoy tan ofuscada y negativamente emocionada, que no noto como Taicho suaviza sus ojos al ver mi rostro.


Existen una variedad de negocios donde el lavado de dinero es posible gracias a las deprimentes – nulas – imposiciones fiscales que proporciona el estado de la aldea de la Tierra.

De hecho, pensándolo bien, es demasiado curioso que no existan tantos crímenes aquí como ocurre en Otogakure, donde la anarquía es posible. Un lugar extravagantemente rico y sólo unos cuantos nobles residen aquí.

Entonces conociendo que los sueños y juegos libertinos son posibles en este lugar, nuestro buscado Kin tiene un restaurante exclusivo de alta gama donde realizaremos una primera escala.

Predigo que iremos a dicho lugar, con la ausencia de ordenes específicas de Taicho hacia mí, para conocer al hombre en persona y de haber fortuna, conseguir uno de esos invaluables pases a sus fiestas.

Y ¿Cómo obtuvimos toda esta jugosa e invaluable información?

Porque Taicho ya había enviado a un escuadrón de espionaje meses antes de nuestra llegada y justo ahora la kunoichi encargada en jefe, me está presionando duramente en los labios con un lápiz labial. Vino.

La kunoichi era su emisaria responsable por toda la información recolectada. Su espía.

Alguien que respondía sin divagaciones ni entonación a cada pregunta que le realizo mi capitán, al tiempo que me ordenaba bañarme.

Para cuando salí diez minutos después, ella tenía órdenes específicas, junto a un kit de maquillaje y un secador de pelo, de dejarme impecable para la actuación de esta noche.

Tanto ella como yo éramos almas miserables.

Indudablemente, ella era mejor opción que yo, físicamente hablando de ser quien representara el papel de acompañante de un fino caballero.

Ophi-san, su nombre era un alias evidentemente, era una mujer alta, con cabello rubio rizado, y una piel tan naturalmente bonita que sus lunares se notaban como salpicaduras finas de tinta china. De voz suave, incluso la pude comparar a las modelos exóticas que pedía Jiraiya-sama para sus libros.

Con un pecho comparable al de Hokage-sama, aunque no tan caído, y una cintura que cabe en sus propias manos redondeadas, sus atributos son exponencialmente mayores a los míos. Su edad apenas roza los veintitrés y seguramente a comparación de ella, me noto particularmente infantil.

Además, sospecho que, por la cantidad de afecto discreto que le envió a Taicho desde que llegamos al lujoso hotel después de recoger un pedido secreto del pelinegro a esa tienda, ella tenía la esperanza de ser su compañera en esta misión.

Mi sospecha creció más fuerte, cuando cada rasgadura en mi pelo cuando lo cepillaba era bastante… incomodo.

Nunca tuve la curiosidad por maquillarme o utilizar pinturas en la cara. Pintarse con tinta en la piel ya era contraproducente para el hígado. El alcohol también, pero al menos lo disfrutaba más.

Jamás me envenenaría con productos cuyo origen era aún desconocido para mí.

Además, la mayoría de las personas en mi universo nunca me motivaron a usarlo, dejando de lado a Obāsan-sama, quien siempre desmotivo ese hábito, y a Naruto, con quien me gustaba jugar en charcos de lodo, sólo Olli y Mei-san lo utilizaban, pero en una ínfima cantidad apelando a la belleza natural.

Eran hermosas por derecho propio y por ello, nunca originaron una costumbre así en mi persona. En cambio, me siento como un payaso cirquero, y tengo la sensación de que me falta Bastet como mi león domado, siendo así, vendería a buen precio mi espectáculo con bolas de fuego y trapecistas suicidas.

Divagar, incluso si no lo quiero hacer, está ayudando a controlar mis nervios. Ayuda también a que Olphi-san, la amazona exótica, me recuerde cada tanto su frustración al perder su oportunidad de oro con Taicho.

Me provoca estragos en el cuero cabelludo. Según yo, no tengo tanto cabello, manteniéndolo corto hace ya tiempo y de todos modos se las arregla para hacerme sentir estirada de la cara.

Taicho le dio un límite de tiempo de media hora, procurando una hora más que adecuada para ir a cenar con la alta nobleza. Siendo así, siento mi cabello fermentado con grasosos aceites y una capa que me hace estornudar cada tanto en mi rostro, me enfunda en un vestido que, aunque, se notaba más largo postrado en su gancho, al colocármelo es…

Una servilleta. Un pequeño pañuelo.

La desnudez es algo comprensible para el efecto de esta misión, pero esto es demasiado.

El corto vestido negro tomo su propio camino cuando se alza indiscriminadamente por la parte trasera de mis muslos, dejándolos visibles hasta cinco centímetros por debajo de donde inician ciertas partes mías que prefiero jamás mostrar.

La espalda es cubierta por delicados hilos de pedrería y joyería dorada, que, en lugar de esconder mi columna, parece exhibirla cual porcelana blanca. Los hombros están cubiertos por unas pequeñas hombreras también doradas, adornadas cual escamas, y a pesar de que tiene mangas, estas son abiertas y dejan ver más piel.

Aunque por supuesto, todo lo demás cobraría relevancia si no fuera por mi propio pecho.

Es excesivamente escotado.

Poseo un conjunto de pecas rosadas en forma de corazón cerca de mi protuberancia derecha. A tan sólo unos ocho centímetros, y es totalmente visible a través de la tela negra que intenta – nulamente – cubrirme. Si me muevo de más, ciertamente dejare verle al mundo mi cuerpo entero.

Trato duramente de meter la carne de mi pecho en esos escasos centímetros de tela, pero tras mis fuertes sometimientos, soy detenida abruptamente por Ophi-san, quien deja salir un gran suspiro y me mira a los ojos diciéndome:

- Basta. Si no te quedas quieta, echarás a perder el atuendo – mira el vestido revisándome de pies a cabeza – es un buen vestido – dice a regañadientes.

Sabiendo que Taicho no ha regresado al otro lado de la habitación, hago algo que jamás he hecho antes, porque siento un poco de… desesperación.

Pido un consejo.

- ¿Alguna recomendación? ¿Contacto visual? ¿Prefieren que se hable mucho o mejor me quedo callada? – mi voz sale controlada pero incluso yo note esa estúpida ansiedad en la última pregunta.

- … ¿A qué te refieres con recomendación? Solo hazlo como siempre… – me mira con un detenimiento en los ojos –Espera… tú …nunca has hecho esto… pero eres un Anbu… eres… eres la líder de… ¿cómo…?

Lo dice con tal apaciguamiento y descubrimiento en su voz que me hace elevar la mirada su rostro. Creo que nota mi nerviosismo mientras continúo bajando el vestido con una mano y acomodándolo sobre mi coxis con la otra para estirarlo lo más que se pueda y no deje ver mis glúteos, mostrándolos al mundo.

Su mirada se enternece por un momento, antes de preguntarme:

- ¿Tu primera?

- Sinceramente, espero que mi única– contesto instantáneamente.

Ophi-san me mira con algo como la lastima, y parece volver a verme de pies a cabeza más detenidamente.

A pesar de que ha reacomodado su expresión, eleva su mano para tocar mi mejilla, casi con dulzura.

Toca mi oreja, mi cuello y desliza sus finos y lindos dedos por sobre mi brazo, y me mira a los ojos nuevamente. Algo tiene su toque, casi maternal, hasta que va a por mi cuello tomándome por la nuca.

Pienso que está a punto de atacarme, por lo que coloco mi mano sobre la muñeca que me sostiene, pero sólo escucho como ella junta nuestras cabezas, casi tocando nuestras frentes y murmura con una voz muy queda:

- Nunca dudes. Ellos no lo harán. Mientras más fuerte parezcas, más duro irán a por ti. Te ataran, te quemaran, te azotaran, y si se los permites, te extraerán el alma. No importa lo que quieran hacerte o lo desesperante de la situación. Sólo tú puedes dejar que te desgarren el alma. Jamás lo permitas.

Sus ojos azules de lago frío me miraron con una determinación tal, que rara vez antes he presenciado.

Como cuando Obāsan-sama me dio la instrucción para mi primera muerte. La promesa de Naruto de mantenerme a salvo de su propio demonio. La orden de Momochi para no morir frente a Yagura-san. La espada de Otousan cuando elimino a un shinobi que iba a por mi espalda.

Todas, veces que quedaron grabadas en mi memoria.

Esta sería otra a la colección de memorias invaluables.

Apenas asentí con seriedad, ella se despegó de mí, volvió a enderezarse en toda su altura, retomando esa expresión de indiferencia con su belleza clásica. Me asintió una vez, y encamino sus pasos hacia la salida del baño.

- No olvides los tacones, practica cinco minutos antes de salir a recibirlo…, y Onmyōji – gire mi cabeza a su dirección cuando detuvo su sensual andar alcanzando la puerta sin voltear – Itachi-sama te mantendrá a salvo. Él es un buen shinobi, y aun, un mejor hombre.


Después de luchar, con unas herramientas de tortura medieval, llamadas tacones de aguja negros durante cuatro minutos y medio, reviso mi reflejo por última vez en el espejo del enorme baño con jacuzzi integrado.

El arte y arquitectura occidental es sorprendentemente cómodo y se nota en cada detalle incrustado en sus paredes barrocas y suelos de pulcro mármol.

Tocando mi cabello recogido por pinzas doradas con hilos de oro maravillosamente por Ophi-san, lo convierto en un negro azulado, muy parecido al del mi casi cuñado vampírico.

Iuggg, de todos los hombres guapos del planeta, ¿Por qué tenía que ser un chupa cuellos?

El trabajo de Ophi-san es impresionante. Desconozco que haya hecho, no sentí chakra o jutsu alguno y sin embargo, estoy segura de estar bajo genjutsu.

No me reconozco a mi misma, con los ojos más morados vivos, que he elegido para ocultar el verde. Con kohl muy sutil con punta de gato, y un rímel oscuro, las sombras grises brillantes que me ha colocado se ve ligero, sin tonos oscuros recargados y el tono del labial es rojo oscuro lo que casi me deja en el lado gótico.

Mis tatuajes, tanto de la muñeca, como los del hombro han quedado ocultos bajo capas y capas de maquillaje.

Mi reflejo revela a una joven caprichosa con su atuendo, pero por demás, insípida.

Obāsan-sama siempre se encargó de mi sana alimentación y recuerdo cuando promovía alimentos ricos en estrógenos, y es por ello por lo que el vestido se levanta solo sin necesidad de ataduras en el pecho y se arremolina en las caderas. Pero tal… exhibición de mi piel, me pone nerviosa. Ni que decir del listón que estúpidamente se llama braga de color negro que finge cubrir mis partes pudendas secretas. Estoy segura de que, si me inclino tan sólo un poco al frente, el vestido dejará al descubierto aún más piel.

Intento… y en efecto, lo hace. Demasiada piel.

Jamás he enseñado tanta y no creo que sea necesaria. No debería ser necesaria.

Con la orden de no portar ni un arma, ni un filo de kunai, shuriken, bombas, sellos, senbon, garras, gases, espadas, arcos, guadañas, cuchillas, dardos, abanicos, cadenas, ataduras, pergaminos, tetsubishi, marionetas o venenos, me siento aún más desnuda cuando me tengo que retirar mi anillo de almacenamiento de Kubikiribōchō, guardado celosamente en el otro lado del espejo.

No me preocupa mucho, sin embargo, Otousan decía que soy más peligrosa sin todo aquello que con una sola arma.

Tomando un suspiro, cierro los ojos y trato de enfocarme. Necesito entrar en el personaje que diseño Taicho para mí.

Estoy incomoda, pero no puede detenerme esto. No cuando el trabajo de tanta gente ha estado involucrado detrás de los negocios de Kin.

Finalmente, abriendo los ojos morados, me las arreglo para sentirme como una mujer adinerada prejuiciosa y altanera. Abro la puerta del baño y salgo al encuentro con mi capitán.

Taicho, está de pie mirando hacia abajo por la ventana cubierta por cortinas blancas, y a pesar de que estoy esperando su siguiente orden, se queda inmutable frente al cristal.

Su traje, tan occidental como el mío. Moda contemporánea, había dicho Ophi-san.

Con un traje de vestir negro mostrando unos hombros cuadrados y duros, con brazos tonificados, aunque sea delgado, camisa y zapatos de misma tonalidad aunado a una corbata roja, su estatura elevada se ve mucho más seguro en su papel de hombre poderoso que yo. El negro espectacular sólo lo hace ver más pálido donde sea que exhiba su piel.

Considerando que su propio papel es igual a su personalidad, exceptuando el sadismo, al parecer no le costara trabajo.

Es la clase de hombre que atrae la atención ya sea por su aura o por su belleza, a donde quiera que desee caminar. Y se ve tan cómodo en su traje como una segunda piel.

No es raro entonces que me sienta inferior al lado de él.

Ni siquiera voltea a verme cuando dice de una manera muy monótona y aburrida:

- Sin confianza – dice mientras aún mira la ventana – apestas a inseguridad ahora mismo. Es necesario revertir eso antes de que salgamos de esta habitación.

Se gira hacia mí, imponente, superior, dominante. Enderezo toda mi columna a su máxima expresión y recuerdo mis lecciones de respiración.

No toma atención en mi ropa, sino en mi rostro, a mis ojos. Se acerca con una expresión grave a paso lento. Su rostro es duro un momento, mostrando un alto grado de orgullo y pretensión. Comienza a rodearme mientras parece ronronear:

- Sabes que eres la chica más hermosa y la más importante en cualquier sala – siento su cercanía y olor a canela picante con cada paso lento suyo – Siempre estás en competencia con otras mujeres, lo que demuestra a todo el mundo a tu alrededor que nunca se podrán comparar; y si alguna se atreve a intentarlo, la aplastarás prejuiciosamente con la muñeca de tu mano. No sonríes, finges sonreír o sonríes con suficiencia. No dices gracias, supones que estás siendo agradecida por la oportunidad de servirte. Y nunca levantas la voz porque no tienes que hacerlo con el fin de mostrar tu punto. Y recuerda siempre, sin dudas, cedes ante mí. No importa lo que pase.

Lo miró fijamente cuando termina deteniéndose frente a mí.

- Casi tengo ganas de golpearme a mí misma de tanto amor que tengo por dar.

Mi capitán luce inexpresivo por mi sarcasmo antes de parecer recordar algo y levanta un dedo.

- Una cosa más – y mete la mano en las costosas maletas llenas de ropa cara. Saca la caja que fuimos a recoger más temprano.

Me la da, abro el pestillo y miro adentro. Hay dos collares, uno de exquisito oro, uno de elegante plata, con piedras preciosas colgantes y pulseras a juego, adicionando los pendientes.

- Usa el de oro – ordena con un tono autoritario.

Colocándome en posición, volviendo a retomar mi papel, pienso que soy Bastet en su versión humana y logra calmarme un poco.

Supongo que es lo suficientemente bueno cuando Taicho me repasa esta vez en toda mi altura y asiente satisfecho; estoy tomando la cosa que dice llamarse mi bolso de mano cuando el hombre simplemente toma mi mano girando parcialmente mi cuerpo hacia él.

Sin dejar mi mano, la eleva junto a la suya a la altura de su rostro.

El sharingan está activo, esos tomoes girando tan perezosamente mirando mis ojos.

Cuando mis dedos tocan su mejilla, él deja salir un murmullo:

- Tu capitán requiere un disfraz también, Onmyōji.

Es la segunda vez que toco su rostro. Sobria. Sin besos de por medio. Y estoy segura de que sabe cómo la piel de gallina escuece por mis brazos y mi nuca por la forma en que el Sharingan se entorna un segundo.

Su voz sonó tan ronca y grave que por un momento sentí que era puro chocolate derretido viajando por mi cuello.

Sin soltar mi papel de señorita alzada, respire con hastío elevando una ceja, y deje que el ninshu se moviera desde mi centro hasta las puntas de mis dedos. Su mejilla se encendió con venas verdes un momento antes de que todo su rostro empezará a cambiar.

- ¿Alguna petición? – pregunte afortunadamente con mi voz firme.

- Hmm… - respiro él dejando salir ese rico olor a menta con canela - …lo que tú desees. No soy exigente.

Quise resoplar por su último comentario, pero me abstuve. Haruno Sakura no resopla.

Moví el ninshu por su rostro y cabello.

Dejé el tono cuervo en sus sedosos hilos, aunque el corte sería distinto. Casi como Shisui, pero unos tres dedos tanto más largo. El ADN estaba tomando en cuenta mi petición cuando el ninshu llego a él, cambiándolo a un suave ondulado y un flequillo de lado, corto en las laterales, dejándole la impresión de que era un hombre despreocupado pero peligroso como su aura.

Los lagrimales los rellene con una piel luminosa y aquellos sharingan fueron encubiertos por ojos escarchados grises que se denotaban como enormes montañas nevadas de Yugakure.

Tres cambios solamente, pero hicieron toda la diferencia en su rostro.

Nunca soltó mi mirada mientras lo hacía, y aunque sabía que él podía hacerlo con su propio genjutsu, lo cierto es que no le hice tantos cambios. A mi punto de vista, sería raro que cualquiera no se fijara en él. Era demasiado atractivo.

Mi respiración se cuadro con la suya por unos segundos, aun cuando termine de trabajar, aun cuando él sabía que había terminado; pero no podía soltarlo. La tersura de esa mejilla y su alto pómulo eran intoxicantes.

Esa mano que continuaba aferrada a mi muñeca me atrajo un poco más a él mientras mi mirada bajaba a esos labios intocables.

Fascinada estaba con aquella gordura de su labio inferior que me paralice en el acto cuando escuche el ruido al otro lado de la puerta.

El toque a la habitación por parte de nuestro escolta – civil contratado previamente – nos sacó de cualquier trance en el que nos habíamos involucrado.

Giré en mis pasos para tomar el bolso de mano enano y me giré hacia él.

Asintió una vez y enganchando mi brazo dentro del suyo justo antes de salir por la puerta, no me sentí tan desnuda.


Iwagakure, a diferencia de Konohagakure no Sato, es una vasta infraestructura de imperialismo moderno en auge con luces y edificios altos, carros de caballos caros y carreteras blancas bordeadas de palmeras y casas de varios millones de ryo. Montando en un carruaje negro atravesamos la ciudad, al menos la parte lujosa, siendo escoltados por jinetes a caballo.

Bajo la fachada de civiles ricos, evidentemente, necesitaríamos el servicio de guardias civiles ya que los shinobi en esta parte del país son escasos. Están más preocupados por la economía de relaciones exteriores.

Llegamos al famoso restaurante en la parte más rica de la ciudad, sin duda, bien entrada la noche. El joven cochero abriendo la puerta para mí para invitarme a salir amablemente.

En algún momento de mi vida, le daría las gracias. Pero no esta noche, muchacho.

En cambio, levanto la barbilla e incluso, altaneramente, no le ofrezco al joven una mirada a los ojos, ni que decir de una sonrisa o un asentimiento agradable.

Taicho, el poderoso señor oscuro que es, baja con gracia del carro y toma mi brazo a través del suyo mientras me lleva adentro con una elegancia propia de él y su linaje.

Aunque estoy muy segura, que, si se me hubiera criado igual, sinceramente no llegaría a poseer esa aura de finura que él exhibe tan aristocráticamente natural a su alrededor.

Es un joven príncipe. En cambio, siempre seré una campesina.

Por supuesto, no dejo que nada de mis pensamientos se refleje en mi rostro, decidiendo ser demasiado digna para mirar a nadie o apenas contactar con alguien, apartando la mirada con hastiado desdén.

La costa oeste ha crecido por sus increíblemente fáciles intereses, debido a que es la parte donde el turismo extranjero y aquellas empresas de privatización monopólica de islas cercanas, han decido recrear sus fortunas. Por ello, más que continental, esta parte del país ostenta mucho comercio y negocios occidentales, mostrando los grandes cambios a comparación de las tradiciones niponas, como, por ejemplo, los modales clásicos.

El restaurante es de dos pisos con un balcón que da a unas preciosas escaleras de mármol al piso inferior. La conversación alrededor suena como un zumbido constante, que a medida que observan a Taicho, callan brevemente, para después, considerar que esta lo demasiado lejano a si mismos para que vuelvan a cotillear incrédulos ante su belleza, devorándoselo con ojos ambiciosos.

Con poca iluminación y las paredes semi oscuras, es un ambiente tranquilo, pero se sienten unos ojos sobre nosotros todo el tiempo; observan cada uno de nuestros movimientos. Taicho me mantiene a su lado con cuidado a medida que seguimos a un camarero a una cabina en forma circular con brillantes asientos de cuero negro cerca de la parte posterior. Me desliza y él procede a hacer lo mismo junto a mí.

El camarero presenta dos menús encuadernados en piel, y antes de que me entregue cualquiera de los dos, barró mi mano lejos de él, alejándola con una expresión de aburrimiento.

- Serena Brunello di Montalcino – ordeno presuntuosamente mientras cruzo mis piernas por debajo de la mesa.

Taicho me da una mirada que no puedo ubicar del todo, pero veo que es una fachada, la misma mirada que un hombre molesto haría con su compañía por ser tan odiosa. Abre su propio menú de vinos, sin mirar el de la comida y después de estudiarlo un momento, se lo devuelve al camarero que disimula muy bien el observar mis piernas, y le dice:

- Chikumagawa Merlot y a la señora lo que pidió – el camarero asiente y haciendo una reverencia adecuada se aleja.

Sin más saber que hacer, quiero, pero evito girar mi cabeza para merodear y tomar anotaciones adicionales a las que he hecho cuando ingresamos.

En su mayoría, el segundo piso parece más acorde a parejas, mientras que el primero es un tanto familiar por alguno que otro anciano y preadolescente que note.

Suponiendo que soy una rica berrinchuda, meto la mano en mi bolso, y saco lo que sea que Ophi-san metió ahí. Encuentro un espejo compacto junto a un tubo de lápiz labial rojo vino. El mismo con el que intento apuñalarme en su creativa imaginación en reiteradas ocasiones.

Me aseguro de mirarme a mí misma, volviendo la cabeza sutilmente en diferentes ángulos y removiendo cualquier imperfección que finja encontrar, aunque evidentemente no hay nada. El maquillaje etéreo y suave de Ophi-san es un trabajo fantástico que sería envidiado por modelos.

- Guarda eso – dice bordeando el fastidio Taicho como el rico hombre y no como el capitán shinobi que conozco.

Lo miro suavemente batiendo ligeramente las pestañas, una, dos veces, y hago lo que me dice. Aunque a su tiempo claro. Una joven merece vanagloriarse despacio a si misma.

El camarero vuelve a nuestra cabina con una botella de vino y con ambas manos, presenta a la vista de Taicho el producto. Taicho, siendo prácticamente un señor militar y político de enormes riquezas en Konohagakure, tiene experiencia en este tipo de tratos, asiente con la cabeza con conocimiento e inicia su ojo clínico cuando el camarero comienza el descorche y su posterior servicio.

Fingiendo que no me importa tal proceso, más preocupada por cualquier olor a veneno, observo como el camarero vierte una pequeña cantidad del extravagante merlot y luego da un paso atrás. Taicho arremolina el caro líquido alrededor en la copa por un momento, y luego la lleva a su nariz; lo huele antes de tomar un sorbo. Finjo desinterés cuando observo esa manzana de Adan seduciendo con el movimiento casual de su fuerte garganta. Cuando lo cata, y aprueba, el camarero procede a llenar su copa cuatro dedos y realiza el mismo proceso con mi pedido.

A diferencia de Taicho, tomo la copa, mirando a los ojos a mi compañero, iniciando el desafío en la mirada sobre mis nulos modales en la mesa.

Bebo completamente todo sin degustar, claro, con el meñique levantado en todo momento, porque evidentemente, soy de buena cuna.

No miro al camarero en ningún momento, porque al igual que el cochero, no es digno de mi preciosa atención.

Al contrario, el camarero parece estar acostumbrado porque sin mayores palabras se retira de nuestra mesa cuando termina de llenar nuevamente mi copa.

- Esta ciudad no es de mi agrado. Cada vez que vengo aquí, parece más desahuciada. – dice, tomando un sorbo de su vino.

Encajo mis dedos delicadamente alrededor del tallo de la copa y, tomo otro sorbo. Coloco con cuidado la bebida en la mesa.

- Bueno, personalmente me gusta más Kumogakure, o esa tierra a la que fuimos, ¿cómo se llamaba? La de los hilos – le contesto intentando parecer fascinante.

- No te pregunte lo que preferías – su tono borde y duro mientras ni siquiera se fija en mí.

- ¿Por qué me traes contigo entonces? – pregunto ladeando la cabeza, un tono meloso – sólo deseaba entablar una conversación agradable para ti – miro hacia otro lado, cruzando los brazos sobre el pecho.

Estoy a punto de deshacer mi movimiento al sentir los fríos brazaletes en mis brazos recordando lo descubierto que esta mi pecho y cómo la sensación helada del metal ha removido ciertas pendientes de mis senos, pero Taicho me mira directamente con un invierno más helado que el del oro que me cubre:

- Sakura, no te sientes con los brazos cruzados así. Te hace ver como una niña testaruda.

Poco a poco, mis brazos caen y se doblan las manos juntas en mi regazo, enderezando la espalda. No me atrevo a mirarlo a los ojos llenos de decepción.

- Ven aquí – dice en un tono más suave.

Me deslizo los pocos centímetros que nos separan y me siento a su lado izquierdo sin levantar la vista.

Sus dedos bailan a lo largo de la parte trasera de mi cuello mientras que él tira mi cabeza hacia la suya. Mi corazón late de manera irregular cuando, sin deberla ni temerla, se acerca demasiado y cepilla sus labios contra el costado de mi cara. De repente, siento su otra mano deslizándose por mi costado, tocando mis costillas apenas visibles, subiendo y bajando entre los hilos de oro.

Mi respiración se engancha y no es necesaria la actuación.

No sé lo que debo de hacer en este punto. ¿Debo fingir que no me gusta? ¿Me congelo y lo dejo hacerme lo que desee?

Mi mente está a punto de huir junto con mi decencia si me inclino con este vestido.

- Tengo una sorpresa para ti esta noche – susurra con una ronca voz en mi oído.

Su mano se acerca a la calidez de mi pecho izquierdo, tocando sin tregua todo lo visible a su paso con esas falanges traviesas.

Jadeo ligeramente, tratando de no hacerle saber eso, aunque estoy segura de que definitivamente lo escucho.

- ¿Qué tipo de sorpresa? – pregunto con un gemido estrangulado, mi cabeza inclinada hacia atrás, descansando en su mano que seguía jugando con mi collar dorado.

En ese momento, otra pareja se acerca a la mesa, una alta mujer de pelo rubio con las piernas desnudas, muy largas, y un hombre todavía más alto, con la mano alrededor de la parte posterior de la cintura de la fémina.

Taicho se pone de pie para saludarlos retirándome de su calor y tactos. Me quedo donde estoy, permaneciendo en personaje, pero al mismo tiempo, es un segundo que utilizo para reponerme de su olor tan cálido. Eso es hasta que me doy cuenta de otro detalle. Uno mayúsculo.

El chakra que se remueve por debajo del recién llegado lo he saboreado antes. Océano.

Subo la mirada mientras sostengo mi expresión petréa a pesar de sentir mi sangre hervir en llamas de mil infiernos azules.

Porque no sé en qué demonios está pensando Taicho, pero al menos de mi parte, sé que estoy teniendo un problema que rezo que no se exteriorice, no cuando este nuevo hombre, el que me sonríe con una dentadura perfecta con sorna y conocimiento de causa, es nada más ni nada menos que el inolvidable Hoshigaki Kisame.


Objetivamente hablando, le estaba preocupando un poco. Realmente estaba interpretando su papel a la perfección, como si hubiera hecho esto una y mil veces antes.

Sakura había sido una de aquellas jóvenes irritantes y fastidiosas para la existencia de cualquiera que no adorara el piso por el que camina.

Era buena. Muy buena.

Hasta que llego Kisame-san.

Y ambos estaban mirándose con una promesa de dolor futuro mutuo.

Cuando Itachi la atrajo hacia si, fue debido a que, por la falta de costumbre, sus piernas cruzadas permitían al delicado satín levantarse con gracia dejando ver aún más piel a la vista de varios hombres que no habían dejado de dedicarle miradas desde que tomaron asiento.

Su atrevimiento le costó caro al oler la madreselva descarriarse por todo su alrededor, haciéndolo sentir seguro aun en una misión encubierta de alto riesgo.

Sin dejarse intimidar por su cercanía y por aquellos ojos enormes de mujer joven que parecían preguntarle que hacer ahora, esa inocencia tan auténtica, seguro le daría a Kin algo con lo que intrigarse.

Los micrófonos que estaban instalados en todas las cabinas junto a las cámaras instaladas en los estrafalarios centros de mesa le dejarían ver justamente esa cara de vulnerabilidad de Sakura y el poderío de Itachi sobre ella. Una carnada excelente.

Ahora, aquí estaba la prueba para ella.

El Uchiha había considerado que Sakura estaría nerviosa. Para su edad, no sería normal que mostrara timidez ante tantos ojos pegados a su piel de melocotón, que se notaba suave desde cualquier ángulo. Los delicados huesos debajo se movían con gracia sin exhibirse vulgarmente.

Itachi siempre estuvo rodeado de mujeres hermosas, principalmente su adorada Hahahue e Izumi, y algunas más que siempre deseaban instalarse permanentemente en su vida. Pero donde algunas tartamudeaban en cuanto lo tenían enfrente, o peor, se estremecían en sus primeras misiones de seducción, aquí estaba una gruñona ermitaña, actuando casi como siempre lo hacía, y esa confianza implícita en si misma era suficiente para llamar la atención más fuerte que cualquier feromona en el aire.

Aunque, no lo admitiría, su elegancia se complementaba con la vista de ella tan atractiva. Felina.

Ni que decir sobre ojos masculinos envidiosos que recibió más temprano. Por ello, pensando que se lo facilitaría, pidió el favor a Hoshigaki de acompañarlo a cenar aprovechando su residencia cercana. Una vez que lo viera, estaba seguro de que cualquier pensamiento de miedo o nervios se esfumaría en segundos para Sakura, y sería reemplazado por atrevimiento y osadía.

Ella no lo decepcionó, por supuesto.

Itachi ya sabía que estaría enfadada por el desaire a su honor, y, sin embargo, si algo salía mal, sabría que el plan B estaría activo antes de que cualquiera se diera cuenta, pero dudaba que fuera necesario. Más que profesional, a Sakura le encantaba jugar con su comida.

El genjutsu instalado en la cabina fue oculto desde el segundo cero en el que ella se sentó.

Aunque, por cómo están transcurriendo las cosas, esta noche promete.

Realmente logro controlar mucho esa expresión facial, aunque fascinantemente dejo ver una estela en sus ojos de rencor hacia Kisame-san, cosa que seguramente captaron las cámaras ocultas.

Ella no es dócil, Kin.

La mujer que está con el recién llegado es hermosa, voluptuosa, coqueta. Pero es insípida, sin ningún brillo especial a comparación de la joya oscura a su lado cuya aura se siente más temeraria cada vez. E Itachi lo sabe:

- Ari – se presenta la mujer con una voz chillona, empalagosa; sin embargo, la reverencia es perfecta.

- Es un placer, Ari-san – Itachi hace lo propio sonando aburrido por la introducción.

Sakura contesta agradablemente con:

- El disgusto es todo mío – sus ojos nunca se despegan de Kisame-san, ni le dedica una mirada a Ari-san.

Ambos acompañantes toman asiento al otro lado de la cabina redondeada. El hombre de Kirigakure queda justo frente a Sakura. Tampoco le despega la mirada hasta que decide entretenerse a costa de la pelirosa:

- Ha pasado tiempo Asahi-san – Kisame-san reconoce el alias de Itachi mientras hace un gesto al camarero.

Con otra ronda de vino, continua la conversación.

- Sakura – dice Itachi – este es mi viejo amigo, Kichi-san de Tekagakure. Él va a estar dirigiendo mis negocios dentro de esta ciudad, cuando la expansión entre en vigor el próximo mes.

- Ya veo – contesta Sakura tomando otro sorbo de vino ignorando abismalmente a la otra mujer, quien se nota deseosa por entablar contacto visual y comunicación verbal.

Aunque la mujer ha tomado asiento frente a Itachi, y también lo ha visto con el mismo deseo y lujuria que todas las demás en su camino a la mesa, Sakura hace un excelente trabajo demostrando que es la más deseable en el lugar.

Hace desear convertirse en el objeto de su atención; y aunque, comparándose sutilmente con la vivida mujer, no demostró su repentina incomodidad o su temor por verse menos que atractiva.

No importa en lo más mínimo que la competencia sea una copa doble o triple al de ella, los ojos morados de Sakura se vuelven magnéticos conforme su confianza sobre su enemigo de Kiri se eleva. No tiene idea de lo magnífica que se nota con la mínima impresión de su sed de sangre en su rostro.

Al contrario, Sakura prefirió enfocarse en otras cosas, a saber, en cómo puede interactuar con Kisame-san, quien la veía con cruel diversión en los ojos.

Volviendo la barbilla sutilmente hacia Itachi, desplegando una mirada de desdén disimulado a Hoshigaki, Sakura dice:

- Debo informarte que Kichi-san y yo hemos convivido anteriormente, aunque por supuesto – mira al invitado perezosamente – lo recuerdo menos…

Kisame-san le sonríe seductoramente en ese momento. Ha escogido un genjutsu adecuado esta vez, luciendo como un hombre atractivo con el cabello oscuro y más largo en lugar de su típico corte militar. Los pómulos fuertes y un toque muy tenue del mismo melocotón en su dermis, en lugar de su acostumbrada azulada.

Sakura, por el contrario, le repasa con la mirada de arriba abajo por todo el torso, más que admirándolo, su observar es de ostracismo.

- …Agradable. – finaliza moviendo su nariz sutilmente con disgusto.

Kisame-san entonces suelta una carcajada completamente a gusto con el desdén de Sakura. Itachi no sabe si es el preludio a un ping pong verbal, pero tiene una alta sospecha que así será.

- Recuerdo que hace años eras atraída a mi casa por esa… tosquedad mía, Sakura-san, tanto que incluso te quedaste meses comiendo mis sobras – contesta muy divertido Kisame-san.

- Oh, Kichi-san, pero ¿cómo sabrías eso? Con tu ausencia fui tan bien recibida con los brazos abiertos por tu adorable familia – contraataca con sorna la otra – especialmente tus hermanos, siempre tan dispuestos a seguirme a donde fuera.

- Las falsas promesas son convincentes a oídos crédulos, por supuesto, con algunos engaños caerían en la dulce trampa de una víbora cualquiera.

- Pero Kichi-san, cuide de tu casa tan bien como lo haría alguien tan altruista como yo. Procure tus plantas y a tus mascotas, incluso hasta tu pequeño jefe de aquel entonces, el cual hubiera matado por tenerme en sus manos. No puedes quejarte de que deje un amargo recuerdo.

- Y eso no impidió llevarte algunas cosas mías, ¿no es así, gatito ladrón? En particular, recuerdo cierto cuchillo muy especial para mí. Una muy querida reliquia familiar.

- ¿Lo quieres de vuelta, querido Samebito? ¿Incrustado en tu pecho, quizás?

- A menos que ya lo hayas utilizado para apuñalar el corazón de otro – Kisame-san señalo su propio pecho fingiendo estar herido con una cara de perro abandonado.

- No necesito más que mis uñas para arrancar las malas hierbas, Kichi-san.

- Claro – dice Kisame-san como recordando algo divertido, viendo a Itachi y señalando sutilmente antes de continuar – Me han dicho que sigues rasguñando tan delicioso como siempre, gatito, aunque, tal vez esas uñas – mira la mano de Sakura en el tallo de la copa – hayan perdido su filo con tantas pieles que has tocado. Te recomiendo guardarlas un rato.

Sakura se inclina un poco sobre la mesa, su rostro es tan desafiante en este punto al igual que todo su lenguaje corporal, que incluso los demás comensales cercanos la observan como si estuvieran viendo a una famosa estrella.

- ¿Miedo a un poco de sangre, Samebito? – su voz baja y los ojos inyectados con estelas de audacia miran a Kisame-san.

El hombre sonríe entre dientes mientras responde al desafío inclinándose también:

- Te recuerdo nuestra inmensa fascinación en común por la sangre, gatito. En días lluviosos, extraño especialmente esa forma tuya de rasgar la espalda, casi traicionera, bajo la protección de la oscuridad. Pero lo que más extraño, – dice Kisame-san bajando la voz mirándola con promesas oscuras – es ver como se desliza el hilo carmesí por esa piel de porcelana en tu cara ronroneando por más.

- Es extraño como lo recuerda cada uno, ¿no? Hasta donde mi memoria llega, saliste corriendo antes de ver el espectáculo completo, Kichi-chan – contesta maléficamente la joven.

Kisame-san entrecierra los ojos antes ese último sufijo, pero su sonrisa se vuelve voraz mientras recorre con sus ojos aun oscuros, toda la piel visible de la pelirosa deteniéndose pecaminosamente en aquel lunar en forma de un pequeño corazón sobre su pecho derecho. Sí, una cosita muy curiosa para cualquier ojo masculino. El asesino estaba llevándose la copa a los labios, a punto de beber un trago, hasta que un destello de rencor mínimo se amortiguo en su mirada mientras respondía:

- No tienes una idea de cuanto me alegra que al fin hayas encontrado a alguien que te azote de la manera en que más disfrutas, mi lindo gatito. Lo que no daría por ver tu piel enrojecida pidiendo por más.

Sakura estuvo a punto de soltar una sonrisa de suficiencia, seguramente a punto de amenazar, pero una mano a su derecha tomo su muñeca hizo que girara un poco su cabeza hacia él. Itachi la miro con una inusitada crueldad.

Un hombre como él acababa de ser, de cierta manera, exhibido con el comportamiento de su compañera rebelde y libertina en vidas pasadas. Pero por dentro, estaba completamente satisfecho.

El duelo de metáforas sobre las carreras shinobi de ambos, impulsaron a elevar un ambiente lleno de tensión cuya vertiente se podía desviar fácilmente al ámbito sexual. Y aún más, hacia los fetiches de los que se sospechaba Kin disfrutaba más.

Si bien Kisame-san sabía que hacer, Sakura lo había hecho bien sin siquiera proponérselo. El papel había sido clave para ella en esta ocasión, y por la forma en cómo se movían los guardias de la entrada, mirando a su mesa, tocándose los parlantes en sus oídos, seguramente era para empezar a investigarlos como candidatos a invitados.

Podían ser dos opciones, deseaban sacarlos por estar llamando la atención, el chisme de dos supuestos antiguos amantes atacándose por un término insatisfecho, lo cual era improbable. O la segunda, habían llamado la atención de Kin, y serían invitados a ser parte de su comité privado, lo cual era más certero. Pero no al cien por ciento.

Itachi no era sino cuidadoso.

Cada detalle debía estar cuidadosamente estructurado, así que debía recordarle a Sakura no desviarse del plan.

Estaba molesta, eso era obvio. Aquí se notaba su inexperiencia actuando, en esas mejillas sonrojadas ligeramente, sus pecas más visibles sutilmente como salpicaduras de gotitas diluidas de sangre.

Se notaba preciosa, pero Itachi no podía permitirse elogiar su trabajo. No aún.

Ella tomo únicamente un segundo para reestablecerse y dedicando una mirada plana a Kisame-san, le dedico una mirada de falso engreimiento y vaga esperanza a Itachi:

- ¿Cuál es la sorpresa que tenías preparada para mí, Asahi? – su voz volvió a ser la de una joven caprichosa.

Los labios de Itachi se alargaron sutilmente, perfecto, y colocando la copa de nuevo en la mesa responde:

- Habías estado muy bien últimamente y he estado descuidándote mientras recorro las costas, así que quería celebrarte esta noche.

Kisame-san sonríe de nuevo con presunción cuando Sakura lo mira por el rabillo del ojo hasta que Itachi continua:

- Por supuesto, no considere otras variables. Como tu innata forma de odiar los malos entendidos sin dar un paso atrás en pro de una tregua.

Aunque las palabras eran conciliadores, la verdad es que Itachi mostro una expresión de fastidio por tolerar tal actitud de la pelinegra a los ojos del público. Realmente se percibía que la culpaba a ella, aunque sus palabras no lo hicieran.

Ella, adoptándose un poco, ligeramente sumisa, se acerca a él inclinando su cabeza preguntando esperanzada:

- ¿No podríamos celebrar solos? – no miro a Kisame-san, aunque el hombre seguía sonriendo, bebiendo su copa – No comprendo si tu idea era compartir nuestra cama con… – ahora sí mira a Kisame-san con una expresión agria esta vez – …alguien más.

La sonrisa de Itachi es abiertamente astuta pero secretamente orgulloso por la facilidad con la que le presentaba la oportunidad de parecer liberales.

Su mano izquierda vuelve a rodear a Sakura, a plena vista de los ojos curiosos que los observan, dejando que sean hipnotizados por la forma en que los dedos se desplazan a su gusto, y bajando aún más, toma su cadera y la aprieta.

Es una suerte que Sakura este observando su rostro y arraigada al cuerpo de Itachi en todo momento, o de lo contrario, los demás habrían visto esa centella de estremecimiento nervioso.

Con el acto de propiedad hecho, Itachi comenta:

- Por supuesto que no, nunca te compartiría lo sabes. – toma su barbilla con la otra mano y sube sus ojos indicándole que no tiene opción a negarse.

Sakura vuelve a recorrer la mesa con la vista. Ari-san le sonríe con lo que cree que es carisma genuino, pero incluso Itachi que no la ve nota esa nota de desesperación en sus labios. Se esfuerza mucho por agradar esa mujer. A ambos.

Kisame-san por otro lado, parece un pez en el agua:

- Asahi-san me dijo – Inclina su copa al tiempo que también lo hace su cuerpo y baja la voz a pesar de que suena igual de alto para el comensal más cercano – que prefieres público. Es una tendencia que no tuve el honor de conocer. A Ari-san y a mí nos gustaría mucho ver. Si esto es algo que estarías dispuesta a permitir, conmigo; puedo apostarte a que no te arrepentirás. Como dijo Asahi-san, una tregua. – la miro con deseo en los ojos – ¿Por los viejos tiempos?

La mano de Itachi continúa apretando suavemente la cadera, recorriendo tela y piel, demostrando a quien pertenece la carne bajo su mano.

Sakura, por otra parte, parece atenta más a esa mirada calculadora en el rostro de Kisame-san, a la vez que sus mejillas están sonrosadas, así como la piel de su cuello.

Entonces Itachi quiere creer que es porque no había comido antes. El vino se le estaba subiendo rápidamente. Nada tiene que ver con el toque de sus pieles.

Hay un momento de silencio, en el que el Uchiha decide intervenir:

- ¿Sakura?

Sus ojos entornados se giran hacia él con una fuerza y determinación únicas.

Y ahí está. Lo ha encontrado. Al fin.

Ese brillo tan similar a la Voluntad de Fuego en aquellos ojos enormes junto a un orgullo de su capacidad, que tanto ha extrañado ver. Está regresando esa entereza, su yo misma.

Está funcionando, se siente raramente aliviado.

- Me gustaría eso – ronronea ella, pero inmediatamente mira con frío a Ari-san y añade – sin ella. Sólo Kichi-san.

El rostro de Ari-san cae y luego se tuerce ligeramente en algo amargo. La expresión de Itachi sigue siendo normal y Sakura parece notar secretamente la aprobación por su decisión de excluirla. Adicionando, la pelinegra continúa conversando:

- Deberías haber pensado mejor antes de invitarla, Asahi.

Actuando como una chica territorial repele cualquier otra mujer en su vida. Maravilloso. Itachi toma su muñeca sobre la mesa.

- Muy bien – mira a Kisame-san con una orden – nos vemos en mi hotel en dos horas. Solo.

Ari-san va a ponerse de pie y ella airadamente le hace gestos a Kisame-san para que se mueva más de lo posible para que pueda salir de la cabina. Se pone de pie, con la dignidad caída, y él se levanta en toda su altura, demostrando sólo una pizca de modales cuando la atrae con un jalón en su codo y le susurra al oído.

Palabras como, compórtate o conocerás a que sabe la sangre, resonaron a oídos de Itachi con un tono molesto de voz.

Ari-san tiembla un poco ante el ataque verbal que recibió, seguramente acostumbrada a ser ella el foco de atención, y no ser inferior, menos ante una más joven que ella, y de la que su compañero se devoraba con la mirada.

Kisame-san se sienta de nuevo mientras la mujer sale un tanto temblorosa y presurosa del restaurante. Sakura toma delicadamente sorbos pequeños bajo la atenta mirada de Itachi, mientras Kisame-san y él entablan conversación sobre la expansión de su ficticia empresa. El grado de fluidez de la conversación hace parecer como si ambos hubieran discutido todo este escenario largamente e incluso tenido tiempo para ensayar antes de la reunión.

Lo cierto es que era la primera vez que se veían en un mes, y tan atrapados en sus actividades como estaban, sólo podían apelar a su habilidad de improvisación.

De pronto, Sakura habla con una frialdad acorde a su papel:

- Estoy lista para irme.

- Nos iremos cuando yo esté listo – responde Itachi sin siquiera mirarla.

- Pero me quiero ir ahora – chasquea – no me gusta el lugar. Es asquerosamente oscuro. Siento que estoy a punto de ser encerrada en un calabozo.

Sakura toma su bolsa de la mesa y se pone de pie. Tomándola del brazo, Itachi la empuja hacia atrás en el asiento y se aferra bruscamente a su piel con puño de acero mientras le murmura:

- Dije que nos iremos cuando esté listo. Deja de hablar o puedes entretener tu boca sentándote en tus rodillas debajo de la mesa entre las mías.

Puede ver como ella traga saliva con una mirada genuina de asombro. Es lo más duro que le ha hablado y aunque parece que se recompone y quiere darle guerra, otro pellizco al brazo, hace que ella modifique su actuación. La ve colocar el bolso en la mesa mansamente y cede completamente a Itachi con fácil velocidad.

Kisame-san se ríe oscuramente cuando observa la entretenida escena y habla con burla:

- Oh, Sakura-chan, como caen las grandes, ¿no es así?, aunque verte de rodillas no es un dolor de ojos para nadie, incluso podrías cobrar muy bien por ello.

Sakura lo mira con dagas en los ojos y está a punto de sonreír con suficiencia, señal inequívoca de que va a responder rudamente, y esta vez, el pelinegro intuye que no habrá cuartel, así que decide arriesgarse un poco por el bien de la misión.

La atrae más a él, casi cargándola a su regazo, para desplegar una lamida a su lóbulo, voraz, tomándola por sorpresa y congelándola, aprovechando para que la otra mano baje a sus piernas, simulando que está metiendo los dedos curiosos a su núcleo, realmente retrayéndolos, apenas sintiendo el calor de su feminidad y, aun así, demasiado cerca de lo que cualquier hombre ha estado de ella.

Continúa sobando con la lengua su lóbulo mientras ella separa dos centímetros las piernas por la sorpresiva invasión.

Itachi le murmura oscuramente:

- Guarda tu fuego para más tarde – fue más una orden, pero por dentro Itachi empezaba a flaquear.

En particular cuando ella lo escucho, y pareció comprender su situación apretando sus muslos instintivamente, atrapando por completo la mano de Itachi entre sus piernas como un acto reflejo.

El calor ahí fue indescriptible, y aunque duro un segundo, antes que ella volviera a abrirse, pudo sentir la piel de gallina en su pequeño cuerpo. Una risa macabra sono al otro lado de la mesa, Kisame-san con unos ojos maliciosos murmuro:

- ¿Ves, Gatito? Pórtate bien y tendrás tu lechita caliente pronto.

El Uchiha reprime su suspiro por décima vez. Al menos entre los comentarios malintencionados del ninja de Kiri y las miradas asesinas de Sakura, hubo una luz fructífera. Un camarero ha dejado una pequeña nota junto a la cuenta al final de la cena.

"Mi distinguido señor,

Destacando su refinado gusto por el delicioso líquido que ofrece nuestro humilde establecimiento, producto de años de arduo trabajo y selectas uvas, está usted cordialmente invitado a la cata de vinos exclusiva donde presentaremos nuevas cabas para la siguiente temporada, el cual se realizará el día de mañana a partir del último rayo de sol.

Nos sentiremos honrados de contar con su honorable presencia al igual que la de la compañía de su preferencia en la residencia privada del empresario Tsuchi Kin.

Sinceramente y siempre su amigo,

Tsuchi&Cía."

Abajo una dirección más un brazalete altamente ostentoso. Una invitación propia para Sakura. La misma que se negó a verlo a los ojos el resto de la velada. Aun así, Itachi sonrió para sus adentros gustoso por el éxito al primer intento.

Estaban dentro.


Me miro al espejo dentro del baño.

Con el vapor disolviéndose hace ya un rato desde mi ducha, ahora puedo reconocer mínimamente al reflejo al que estoy acostumbrada.

Con mi pijama puesta, mi cabello y ojos deben permanecer modificados hasta el término de la misión, por lo que es contrastante lo que un cambio de color puede provocar.

Me veo más agresiva y ruda, como si toda mi fachada de vulnerabilidad se hubiera ido al traste.

En cambio, si viera a alguien como estoy ahora en la calle, sabría que tengo que mantenerme alejada del camino a menos que quiera un buen puñetazo.

Ahora por otro lado, mi yo original no simula nada de eso. Es más, la gente cree que el rosa de mi cabello y el verde de mis ojos son símbolos universales de timidez, pureza, nerviosismo, un poco de ingenuidad brindando una confianza nata a cualquiera.

Mi yo original me gusta más. Soy más como un lobo en piel de oveja.

Sonrió ante el pensamiento mientras mi mirada se desplaza hacia el termino de mi camisa blanca de seda para dormir.

Porque, según Ophi-san, las mujeres mimadas deben de dormir en unas cosas llamadas baby-doll, pero Taicho la desvió inmediatamente entregándome la pijama sedosa de cuerpo completo.

Elevo un poco la tela sobre mi cadera, y ahí, junto al cementerio de recuerdos, está mi nueva cicatriz.

Toco el bordado dentado, incluso tiene la forma de un relámpago. Es del tamaño de apenas mi dedo índice y se localiza justo por abajo, dos centímetros debajo de la de Naruto.

A cada cual, peor.

Mientras que una es antigua y completamente más grande en un cuádruple de tamaño, es de un tono café, casi troncoso. La otra, la actual, se ve casi azul, como si el raiton siguiera circulando como un remolino eléctrico infinito dentro como un recordatorio de mis fracasos.

Casi puedo sentir como la inflada rozadura se abre y deja ver mi universo de entrañas y chakra atrapados en mi enclenque contenedor llamado cuerpo.

Tan intensa como estoy en mis pensamientos, me sobresalto un poco cuando huelo el olor de la canela y la menta. Alzo la vista y ahí está. Recargado contra el marco de la puerta con pereza, con los botones superiores abiertos, sin la elegante corbata roja, sin saco y descalzo, está mi capitán.

Con las manos en los bolsillos de su pantalón negro noto su mirada clavada en la mía. Respiro tranquilamente, fingiendo seriedad, mientras sus ojos disfrazados de gris recorren despacio mi reflejo únicamente para instalarse en mi cadera izquierda.

Se queda quieto un momento con esos ojos grises aun, y por un segundo, creo ver en ellos ira incensurable. Parpadeo sólo para descubrir que su mirada ha regresado a la mía, luce oscuro con la tenue iluminación del baño que sólo cubre parte del espejo.

Su rostro esta ensombrecido con las oscuridades de la recamara detrás. Tan intimidante y peligroso como luce, me siento segura cuando su voz ronca resuena en las baldosas del frío mosaico del prístino cuarto de baño.

- Discúlpame por lo que hice, onegai, Sakura.

Sé a lo que se refiere, y, por tanto, sé que no es su culpa. Son los modos de la misión.

- Espero que me creas cuando digo que no conseguí nada de ello. El previo de un espectáculo es el costo por lo general; y aunque tenías instrucción de crear un alter ego, mi intención no es doblegarte. ¿Comprendes eso?

Pude escuchar un tono de leve ansiedad en la pregunta, pero es Taicho. Taicho nunca es ansioso o tímido.

Taicho es el shinobi perfecto y si me instruye, es porque sabe que es lo mejor para la misión.

- Entiendo – mi voz suena con un eco quedo. Aceptación.

Nuestras miradas se clavan por medio del reflejo mientras se despega lentamente del marco y se acerca al espejo justo detrás de mí; o eso pienso, cuando toma un paso hacia la izquierda y ahora su cadera se recarga contra el lavabo.

En su estatura enraizada por completo, debo alzar mi cabeza y aun así quedo por debajo de su barbilla.

Cuando el silencio se arraiga a nuestra habitación de hotel, Taicho baja su mirada a la tela que aún estoy sosteniendo, dejando ver la cicatriz.

Tomando mi cordura y sentido común con mano de hierro, muestro indiferencia ante su observación. Me sigo revisando en el espejo la cicatrización lenta del mensaje con raiton. Aun es muy rojiza, casi sangrante a pesar de haber sido hace ya un mes.

Pero así funciona el rayo en mí; el elemento más inestable de todos. Sólo aquellos con fuerza en sus bobinas de chakra, así como una reserva grande de energía pueden controlarlo, además de que evidentemente deben de ser afines.

Tierra y metal son sus mejores amigos, pero ¿agua? Es mi talón de Aquiles.

- ¿Aun te duele? – escucho su voz baja mientras me coloco la pomada de aloe vera con infusión de manzanilla calmando el ardor.

Su aliento, además de menta, tiene otro olor ahora. Entonces sí se fue a tomar unos tragos de buen alcohol como dijo, seguramente con el ninja de Kirigakure, ya que fue el primero en ofrecerlo cuando terminamos nuestro teatro en el restaurante. El olor de su boca es intoxicantemente atractivo.

- Es irrelevante si duele o no. Lo importante es que no volverá a suceder.

Me pellizco malamente recordando mi vulnerabilidad, especialmente porque mis palabras suenan vacías incluso para mí. La cicatriz se vuelve un tono más furioso ante el maltrato.

- Permíteme. – mueve su mano hacia el tarro antiséptico y me impide tomar más.

Subo la mirada para observarlo con seriedad antes de que él me observe con el sello agudo Uchiha.

El duelo de miradas y cejas alzadas dura apenas medio minuto antes de que el ardor comience a ocasionarme comezón.

No retiro la mirada, eso sería perder, o peor, lo puede tomar como ceder.

En cambio, le doy una sonrisa malvada de labios cerrados y empujo el tarro más hacia sus dedos, alzo la barbilla en presunción.

Eso es empate.

A mi punto de vista es totalmente lógico. Te otorgo la capacidad de ayudarme, siéntete honrado.

… Suena curiosamente familiar a mi personaje de hace unas horas… No, nada que ver.

Él ofrece una risa muy pequeña, entretenido por algo que ha visto o percibió y devuelvo la mirada al espejo pensando que tal vez no retire el maquillaje. No parecía un payaso, pero puede que el agua me haya dejado como tal.

- No tienes nada en la cara – su murmullo hace que regrese la mirada llena de estupefacción a su rostro que aún se ve discretamente divertido – Iie, tampoco puedo leer tu mente.

Mirándolo, retrocediendo un paso, me pregunto cómo es que este hombre sabe que pregunte mentalmente si puede escuchar mis pensamientos.

Rodando los ojos, me jala de la camiseta, y me devuelve a mi lugar casi frente a él. Entonces, responde mis preguntas mentales:

- Pones la misma cara que Bastet-sama cuando cree que alguien lo está espiando.

Eso suena… creíble. Aunque dudo como la felina bola de pelos de Bastet se pareciese a mi cara, o si acaso me está saliendo barba como para que sea comparada con bigotes, eso sin obviar el hecho de que no tengo las puntiagudas orejas. Al menos no aún.

Por si las dudas, el cuñado de otouto, debe ser probado.

- Iie, no puedo saber que estas preguntando en esa mente tuya, Sakura.

- ¿Cómo sabes que estaba preguntando algo? Pude haber estado contando ovejas. Todo esto apesta a que sabías que estaba preguntando algo en mi mente. Por tanto, eres culpable.

- ¿De qué cargos? – pregunta pasivamente mientras unta un poco de pomada y comienza a aplicármela.

Evito el estremecimiento de mi vientre ante su toque cálido por poco, a la vez que intento contestar:

- Engaño. Fingir que no estas contestando las preguntas que evidentemente sabes que mi cerebro está formulando. Sabía que los vampiros podían leer la mente – murmuro lo último.

- Si pudiera leer la mente, no me tendrías en la espera, cuestionándote tantas cosas en tu vida, Sakura.

- Eso o te gusta escuchar mi manera de relatar las buenas historias.

- ¿Y esto? – pregunta instantáneamente tocando la cicatriz, señalándola - ¿es una buena historia?

- ¿Y Hoshigaki-san lo es? – contraataco suavemente.

Nos quedamos quietos, observándonos a los ojos disfrazados. Morado cálido contra el gris hielo. Tanto como sé que él lo hace, veo todas sus preguntas detrás de sus ojos, volando a toda velocidad, cuestionándome como si fuera yo la que lee mentes.

Esa cara de macho estúpidamente guapo me tiene tan atontada que no tengo idea en qué momento he vuelto a caer en sus encantamientos Uchiha. No puedo dejar de admirar la suave curva de esos pómulos altos, uniéndose por esa nariz recta aristocrática, la cadencia de esos ojos que todo lo ven, o la forma tan rellena de sus lab…

Me pellizco la palma derecha con mis uñas antes de continuar con ese hilo de pensamientos. Si quiero que Obasan-sama esté orgullosa de mí, un capricho afectuoso con un shinobi – aunque sea el mejor ninja de todos los tiempos – no será bien visto por Obāsan-sama. Me terminará odiando y no es una conversación que espere con ansias.

Sin apartar la mirada, cierro mi mente a sus mañas; sé que lo he decepcionado cuando su mirar se entristece tenuemente, sus parpados se cierran tan sólo dos milímetros y cuando sé que tengo su atención, me dispongo a hablar, pero de nuevo, Taicho se adelanta:

- Tregua. – inicia lento - Háblame de Kirigakure, y te complazco con detalles de la situación de Kisame-san.

Me quedo impactada ante su osadía.

- ¿Por qué estas tan obsesionado con Kirigakure? No es como si te gustara el lugar. Créeme, extrañarías tus dangos.

Me empiezo a retirar la sangre de mi palma con un pañuelo bajando la mirada, pero su voz me detiene un momento. Me murmura:

- No quiero saber sobre Kirigakure. Me interesa saber sobre ti.

Parpadeo una, dos, tres veces antes de subir la vista de nuevo a él. No deja entrever nada ahora, pero sus dedos continúan esparciendo distractores a mi piel. Dejo salir un divertido resoplido.

- De todas las cosas que puedes preguntar, ¿Por qué Kiri?

- Es evidente tu aberración a responder cualquier pregunta sobre esto – vuelve a tocar mi cicatriz recalcándola ligeramente – todavía más repulsión te ocasiona cualquier cuestionamiento sobre tu Obāsan. – eleva sus hombros demasiado casualmente – Un terreno seguro es Kirigakure.

- Si recuerdas que una vez dijiste que me dirías todo lo que yo quisiera sobre Hoshigaki-san, ¿Verdad? ¿Por qué no he oído más de eso?

Me sonríe muy gatunamente.

- Nunca preguntaste.

Ignora olímpicamente como lo fulmino con la mirada cuando mis propias palabras, que he usado incontables veces con él, me las regresa triunfalmente como el demonio hermoso que es.

Pasan minutos enteros en que, dicho sea de paso, mi piel estaba lo suficientemente hidratada con pomadas, y ya no era necesario ese sutil toque de Taicho sobre mi cadera.

Siento mi consciencia culpable abrirse paso a través de mí, al percatarme que él no me está hablando más. El ambiente de familiaridad se instaló tan rápido entre nosotros, como si no tuviéramos problemas graves de comunicación, que, por cierto, la mayoría son míos. Con certeza, quiere descubrir todo lo que puede porque así de curioso he aprendido que es. Quiere ayudarme, lo sé, es sólo que… Confiar es tan difícil. Él no es como Momochi y Haku, o como Olli y Otousan. Él hace las cosas a su manera y no me hace caso, hace lo que quiere, cuando quiere.

Seguramente, pensó que sus preguntas me molestaron, y en honor a la verdad, realmente tengo curiosidad sobre el caso Hoshigaki. Además, debo descubrir donde se esconde el heredero tiburón. Atacaré su cama en la madrugada, oliendo a mar ocultando el olor de mi sangre, eso lo confundirá y podré empuñar a Samehada sobre su propio pecho.

Me imagino la escena acribillándolo con su propia espada. Épico. Incluso el tiburon amaría ese final.

- ¿Ahora a quien piensas asesinar? – su voz risueña me saca de la escena de mí misma a horcajadas sobre Hoshigaki-san sonriendo y bañándome en su sangre que salpica hacia arriba como una fuente agradeciendo su vida útil a Kami-sama.

- … ¿Entiendes que existen pensamientos privados verdad? No me obligues a utilizar sombreros de aluminio, vampiro.

Sonríe esta vez más y deja salir una risa en la que niega con la cabeza.

- Cuando sonríes así de sádica, sólo puede ser tu máquina de ideas manufacturando estrategias que involucren sangre y vísceras.

- Olvidas los sesos, jamás olvides sesos y sellos explosivos, Taicho.

La comodidad entre nosotros es tan acogedora que tengo un traicionero pensamiento. Un "y si".

Me arrepiento y lo dejo ir, hasta que luego lo recupero al vuelo en mi consciencia. De hecho, no es una mala idea. O puede que sí. O puede que no. Ignorando mi batalla neurológica, y tomando una precipitada decisión completamente impulsiva, tomo sus dedos, aquellos que han estado tocándome todo este tiempo, y sin más, doy un salto de fe.

Tomando sus dedos entre los míos, los subo aún más arriba por mi costado, sintiendo como él se congela e intenta zafarse de inmediato, sus ojos están asombrados abriéndose casi cómicamente para mí, pero en cambio continúo sosteniéndolo con fuerza:

- Sakura, ¿qué…? – se interrumpe a si mismo cuando la siente.

De todos modos, no hay mucho pierde. Son sólo dos centímetros más arriba.

Puedo sentir como su asombro se convierte en confusión, mientras mantengo una expresión pétrea, inmutable, a pesar de que es la primera vez que alguien lo toca en años. Décadas incluso.

Sus dedos tocan con timidez recorriendo poco a poco toda la longitud de la marca, su faz ahora es de desconcierto total. Entonces decido alzar más la camiseta.

No busco su lastima, pero estoy segura de que es lo que veré si se lo permito, por ello, lo miro con seriedad mientras la tela deja al descubierto la antigua herida.

No habla, ni siquiera cambia su respiración, o se siente asqueado o asustado, porque él no es esa clase de hombre. Sabe lo que estoy mostrando.

Sin llegar a descubrir mi pecho izquierdo, es totalmente visible ahora la marca kitsune que Naruto me hizo de niños.

Cuatro garrazos de distintos tamaños acorde a la mano de un demonio enfurecido se notan desde mi costado, sin llegar a la espalda, y recorriendo parte de mi abdomen izquierdo. Una vez medí el más grande, es del tamaño de mis dedos meñique y pulgar estirados.

No es rojiza, y tampoco es desagradable, al menos no para mí. A mi punto de vista, es un rasgo que definió como determinante mi carácter. Es mi antes y mi después.

- Mi primer paso por la muerte – mi voz es firme y estable, ganándome la mirada de Taicho, que, para su crédito, no se inmuto.

- ¿Cómo? – susurra mientras observa la amplitud casi amaderada en mis costillas.

- Cuando era más estúpida – digo sin mentir – y pensé que era poderosa y fuerte, y quería demostrarlo. Naruto tuvo que salvarme a costa de su propia alma. Fue su primera muerte a causa de mi arrogancia.

Sus ojos se elevan a los míos en cuanto termino de decir lo último. Se acerca y mueve sus orbes entre los míos como buscando algo, supongo que lo encuentra porque vuelve a bajar la vista y recorre con su índice desde mi abdomen hasta donde termina una de las garras cerca de la cuarta costilla fija.

- … ¿Cuántos años tenían?

- ¿Importa? – su mirada acerada me dice que sí – Acabábamos de cumplir nuestro cuarto otoño.

El silencio se acomoda en el espacio, mientras él murmura el número. Sintiendo que le debo una explicación, comienzo a relatar:

- Sé que nos enseñan que los errores son lecciones para aprender, pero en el caso de otouto y mío, nuestros errores costaban caro. Por eso, Obāsan-sama se enfocó tanto en que aprendiéramos a defendernos, con nuestras propias habilidades, porque los errores – baje la vista al reflejo de mi cadera en el espejo – únicamente son culpa nuestra, y a veces, nuestra familia es quien terminara pagándolos.

- Pero algunos errores son inmerecidos de castigos – con su pulgar toca la cicatriz más nueva – esos errores ni siquiera son tuyos.

- Si tengo marca o cicatriz que lo pruebe, son míos Taicho. Incluso aquellos que no se ven, quedan en la memoria recordando que cada falla es la diferencia entre la vida y muerte.

- No todos Sakura, hay niveles de errores…

- No en mi caso Taicho – soné fatalista, aunque no era mi intención – un error y cualquiera puede salir herido. Esto lo prueba.

No dijo nada por un minuto entero, un tanto incomodo el aire entre los dos. No separó sus ojos de los míos si no hasta que murmuro:

- …Por eso, nunca te afiliaste a ninguna aldea… - escucho su voz mientras continúo mirando mi reflejo – no temías por ti. No con esto como recordatorio – toca muy suave la marca de Kurama-san – Si no por aquellos que eran cercanos a ti…

- Otouto es el más cercano a mí…

- Así lo decidiste sin opción a nada más. Fue el único al que te apegaste, porque creíste que los demás pagarían por tus errores, al igual que él mismo, Sakura. Es así.

- Iie, Taicho, no es lo que quiero decir.

- Sólo hasta que notaste su apatía y desolación al sentirse marginado, decidiste mudarte, no antes. Y, aun así, todo lo que haces, lo haces con la intención de alejar a la gente de ti. No consideras amigos ni vecinos para no lastimarlos si algo sale mal…

- Estas tergiversando mis palabras.

- Sakura, - me gira la cabeza con el toque de su otra mano – por eso sobreproteges a Naruto-kun. Estás segura de que, si cometes un nuevo error, él pagará las consecuencias de tu supuesta negligencia; por eso, te sacrificas tanto por su futuro, por eso te mata la decepción de la yama-uba.

- Lo protejo porque es mi otouto, Taicho – digo un poco molesta por sus desviaciones – la única razón por la que te muestro esto, no es para tu psicoanálisis – me bajo la camiseta con brusquedad alejándome de su espacio personal – es porque deseo que entiendas que mis errores son caros y repercutirán de alguna manera en otouto. Por eso, no puedo permitirme ni uno. Así que porque no aprovechamos y empiezas a explicar que ocurrió con tu promesa contra Akatsuki.

- … No te atrevas a desviar la conversación así, Sakura – me dice con una nota de incredulidad en su voz.

- No entiendo que tan difícil es responderme.

- No quieres encariñarte con nadie, para no sentirte culpable si les pasa algo malo; creyendo que será tu culpa si se acercan demasiado – dice determinado con cierto grado de acerco en sus rasgos separándose del lavabo y avanzando hacia mí.

Resoplo con suficiencia, burlándome de él, y estoy a punto de refutarle, cuando deja salir una dura pregunta:

- Dime Sakura, entonces, utilizando tu propia lógica, usando tu experiencia, dime, ¿qué dirías de alguien que, aunque le encanta acompañar a su capitán, jamás lo llama por su nombre?

- … - Abrí los ojos con sorpresa por su furia.

- Dime, Sakura – dice cortante con una forma de verme cruel, casi puedo ver los tomoes girando velozmente debajo de la ilusión de ninshu – retas a todos utilizando sus nombres, usando apodos. En cambio, de un tiempo para acá, no sólo no dices mi nombre; si no que te burlas de mi rango. Si eso no es un grito de brutal deseo de desapego, dime, jovensita, ¿Qué lo es?

Lo miro entre confundida y aterrada, pero exteriormente, es dureza lo que él ve. Es como si fuera su libro favorito y está leyendo cada historia de terror propia de mi vida.

- ¿Sin refutaciones agudas esta vez? – pregunta burlonamente – Tengo una teoría, kodai, ¿quieres escuchar? El amable Haku-san dijo que por un tiempo tampoco decías los nombres de ellos, prácticamente ni el suyo ni el de Zabuza-san. Ambos confirmaron que, al igual que volverte taciturna, dejaste de nombrarlos una semana antes de desaparecer.

Entrecierro los ojos cuando los menciona. Tuvo reuniones en privado con ellos entonces, cuando estuvieron en Konohagakure.

- Era distinto.

- ¿En qué, Sakura? – su voz suena traviesa pero su rostro demuestra que está molesto, irritado.

- Ellos… -

- Ellos, ¿Qué? – pregunto lanzándome su estocada.

- … - Frunzo los labios devanándome los sesos por una respuesta, tragando saliva.

- Los dejaste acercarse demasiado, ¿no es así? y tu corazón se estremeció porque no querías más sangre de inocentes en tu vida; temías que incluso, si no eras tú – se inclina a mi oído susurrando – realmente sería Obāsan-sama quien vendría a por ellos para demostrarte una lección.

Tiemblo ante la ira que me inunda; la mención de que tengo miedo, que puedo temer por la vida de alguien más que no sea la de otouto está coloreando mi visión en rojo. Endurezco la mandíbula, sintiendo un tosco rechinar en las muelas; que diga que soy antipática por elección y no por naturaleza; que haya insinuado que el significa para mí de mi aislamiento es más de lo que demuestro; sólo me prueba la calidad de shinobi que es. Uno demasiado bueno, uno que sabe leer por debajo.

No refuto la idea sobre los crímenes de Obāsan-sama. Ella no es así, pero él no lo entendería.

Tiemblo ante la ira que me inunda, porque sus palabras son certeras, sin dudas, y aun así todas mal, todas intricadas para hacerme dudar de mi objetivo: Proteger a Naruto a toda costa.

Es un maldito infeliz.

Debo calmarme. Debo proceder con cuidado. Quiere alterarme y lo está logrando. ¿Por qué quiere hacer esto? No importa, ya nada con él deberá importarme.

Debo respirar. Mantengo los ojos abiertos, pero tomo una respiración profunda. Tomo otra, furiosa e iracunda. Tomo otra y la dejo salir de a poco. En todo momento, estoy viéndolo con rencor.

Hasta que entiendo que esto era lo que él quiere.

Me quiere enfadada; sus razones las entenderá él, pero no le daré la satisfacción.

Tomo otra respiración únicamente para comprobar que puedo aguantar algunos minutos sin explotar realmente.

Dejo de morderme con intensidad y regreso a respirar normalmente de un segundo a otro.

¿Quieres una lección? ¿Qué tal esto?

Sonriendo ladeadamente, soy toda adorabilidad en un parpadeo mientras dejo que mi voz salga confundida:

- No entiendo de que hablas Tai… - bajo la mirada un momento, para enseguida levantarla, auto corrigiéndome - Lo siento, supongo que no debí tomarme tales atrevimientos, te pido una disculpa Uchiha Taicho-sama, no volverá a ocurrir. En cuanto a todo lo que desglosas, realmente no tengo un comentario ahora, pero analizaré con cuidado toda la crítica constructiva.

Muevo mi cabeza graciosamente, viendo que el resultado es mejor de lo que esperé. Ha cerrado toda su expresión y ha quedado visible la puerta de hielo que conocí desde el día uno sin su máscara.

- Te recuerdo que mi única meta es la seguridad de Naruto tanto adentro como afuera de Konohagakure. Es mi familia, y no creo que haya mucho pierde con entender eso… - lo miro con los ojos entrecerrados sonando agravada- … ¿verdad? De cualquier manera, tú también tienes un hermanito. Imagino que comprendes mi situación… excepto que no somos iguales, ni de la misma posición, ni clase social, ni tipo familiar, económica o militar. De hecho, ni siquiera vivimos en el mismo sector. Soy una pulga a comparación tuya; una ínfima cantidad de cosmos al lado de la grandeza de tu familia. Pero, en fin, - suspiro dramáticamente antes de soltar con una adorable sonrisa - ¿alguna otra duda que te inquiete en la que te pueda ser útil, Uchiha Taicho-sama? - Sonrió tiernamente.

Esta furioso, lo sé. Pero es un shinobi perfecto. Nada en él lo delata, y, aun así, sé que hierve en su propia sangre.

Para cuando han pasado diez segundos, alzo la ceja al ver que no se mueve; y, por el contrario, desea derretirme con ese rayo láser que llama mirada, pero no decaigo.

Pensando que se enderezará y se retirará con la dignidad que pueda, nunca imagino que va a tomarme por la cintura, arrastrándome a su pecho; y con la otra mano, va a reacomodar un mechón negro azulado rebelde detrás de mi oreja, pero se puede sentir la vibra de contención que tiene sobre si mismo.

El movimiento es tan rápido y depredador, tan sorpresivo, tan espontaneo que termino impactada.

Se acerca a mi otro oído mientras susurra con una voz increíblemente ronca:

- Puedes usar esa máscara todo lo que quieras, frente a quien quieras, pero debo advertírtelo. Jamás te ocultarás a mis ojos, Sakura. Ya no más.

Todo, absolutamente todo, me tiene capturada. Desde la cadencia sensual y peligrosa de su voz, el aliento sobre mi cuello, su olor mentolado y suave de rico alcohol, la mano sobre mi espalda con dedos incautos, su otra mano tocando con delicadeza mi mandíbula, y esos ojos.

Ya no más los grises que le regale. No. Son los rojos que observan el alma. El Sharingan. El par de carmesí más hermosos y letales de todo el mundo.

Y me ven con fervor y codicia en ellos.

Hace no más de medio minuto supe que quería desintegrarme y el sentimiento era mutuo; en cambio ahora, no puedo ni quiero moverme, no cuando me tiene ligeramente alzada y con la espalda un tanto arqueada presionada contra su cuerpo. Siento un pulgar jugando sutilmente con mi labio inferior, abriéndolo mansamente.

No noto que mi respiración esta agitada observando esos crueles anillos de poder hasta que mi pecho toca el suyo. Es tan…Oh Kami, placentero. Excitante, el sentir ese cincelado pecho sobre los míos acompasados con cada carga de mis pulmones, siento algo nuevo y raro. Mis pechos empiezan a endurecerse exigiendo algo… No sé qué, pero lo necesito pronto.

Jamás me había ocurrido algo así. Jamás me había sentido tan… ¿necesitada? ¿Desatendida? ¿Ingrávida?

Enrarecida y emocionada, escucho su aliento estremecerse en un pequeño gemido antes de que vuelva a acercarse tocando mi sien derecha contra su frente:

- No tú.

Sus brazos son tan fuertes y masculinos a mi alrededor, pero toda mi atención está enfocada en esa voz grave que mueve algo dentro de mi pecho por el nivel de dolor que conllevaron las únicas dos palabras:

- ¿No qué?

Sus manos suben a mi nuca y mejilla haciendo que mi cabeza únicamente lo vea a él, me toma con firmeza, no dureza ni fuerza, solamente desea que lo vea a él. Comprendo porque sólo quiero mirarlo a él.

Me mira con una determinación fiera; no responde, no es necesario. Conozco perfectamente a lo que se está refiriendo. Pero lo que me pide es demasiado. No quiere que lo vea como lo hacen todos los demás. No quiere que adore cada cosa que logra o cada palabra suya. No quiere que sea como ellos que no ven más allá del apellido o del poder. Él conoce mi lucha a través de mis ojos y suavizando ligeramente su mirada, con los tomoes más perezosos me instruye suavemente:

- Taicho.

- Taicho – repito de inmediato, y sonríe agriamente en contra de su propia voluntad.

- Sólo Taicho… por ahora, Sakura – me mira con una mezcla de reclamo y resignación.

- Somos ambiciosos, ¿no, Taicho? – me burlo un poco queriendo quitarle hierro al asunto.

- No me pruebes Sakura, no ahora. – cierra los ojos un momento antes de abrirlos de nuevo con propósito en esos carmesíes.

Ahora soy yo quien ve su lucha, mirando mis labios, mientras mi respiración hace estragos en mis acciones.

Está esperando a que yo termine de inclinar esa mitad de espacio que él ya recorrió de su lado, acercándonos más. Sus ojos tan penetrantes me susurran ofrendas de dulce delicia si tan sólo me inclino un poco más. Es tan hipnótico y entiendo más que nunca porque el Sharingan es tan peligroso.

No, no el Sharingan. Su portador es el peligro andante. Quiere mi alma y usa artes místicas que desconozco para hacerme desear dársela voluntariamente. Es tan envolvente, suave agonía de la anticipación.

No quiero pensar en las consecuencias. No las quiero. Sé lo que quiero… no. Lo que deseo. Esos labios sobre los míos y conocer todas las formas en que pueden hacerme perder en un frenesí descontrolado de paraíso.

Pero sé lo que tengo que hacer. Y por desgracia, no es esto.

Si cedo, significaría ceder ante la victoria sobre mi propósito, y jamás aceptaré eso.

Si permito un desliz más, puede ser la diferencia entre disciplina y desobediencia. Las palabras de Obāsan-sama, mientras me entrenaba entre los bosques de Yugakure, regresan como las voces fantasmales emergiendo del polvo ensangrentado y troncos quemados:

"Una persona sin disciplina no es nada. Disciplina para tu trabajo, disciplina para dirigir tu vida, disciplina para dirigir lo que haces, hasta para amar a tu hermano te tienes que disciplinar. Deja de hacerlo, ninfu, y serás otro despojo inútil en el mundo"

El recordatorio funciona, aunque no lo hace menos amargo.

Colocando ambas palmas sobre los pectorales firmes de Taicho, bajo la mirada retrayendo la cabeza a un lado sin emitir palabra alguna.

El mensaje es claro, en especial, para alguien tan inteligente como él. Me suelta lentamente y despega sus manos de mi piel llevándose ese calor tan inquieto consigo, haciéndome sentir vacía y oscura.

Pero esto es lo correcto.

No solo para mí, si no para él.

No son necesarias las palabras, al menos no de mi parte, y así pasan sesenta segundos donde siento su mirada tensa sobre mi cabeza. Siento más de lo que escucho su suspiro y se retira, caminando a mi alrededor, sin dedicar un despido.

La noche se avecina tan siniestra, como si la luna me negara su luz, dejándome envuelta en sombras tras la ventana.

Es lo correcto, me repito.

Taicho es un genio. Se dará cuenta de lo erróneo de nuestras interacciones más temprano que tarde, estoy segura.

Es lo correcto, reitero.

Quiero pensar que así es, aunque me sienta tan sola en cuerpo y alma.


En dirección a la finca privada, Taicho me recuerda una última vez:

- Nunca te salgas del personaje. Sin importar lo que suceda o lo incómodas que las cosas puedan volverse para ti, no te salgas del papel.

- Entiendo – digo – Guardia alta en todo momento.

La mirada que me da, aunque indiferente, me dice que tiene sus dudas.

Dando paso al profesionalismo shinobi, llegamos entrada la noche al hogar de Tsuchi Kin, el largo pasillo donde estaciona el carruaje me da permiso de revisar una vez más de manera sutil mi vestido.

A diferencia de ayer, Taicho únicamente cambio a un traje completamente negro incluyendo la corbata. Eso hace resaltar más aquellos ojos grises que ha vuelto a tener. En cambio, apostando por el gusto de Kin por la exhibición de piel, el vestido de hoy, aunque me cubre mayormente la espalda y no es tan escotado como el de ayer, es una espantosidad casi transparente de seda delgada. Si ayer me sentía como carne en la vitrina de un puesto mercante, hoy me siento como la vaca siendo abierta y desgarrada mientras continua viva.

Me siento desnuda. El vestido da la apariencia de que esta mojado y, por tanto, no deja mucho a la imaginación las curvas de mis senos, porque de nuevo, no fue aprobado el uso de ninguna atadura o un sostén; mi cintura otorga la ilusión de ser extremadamente pequeña ya que mis caderas son más grandes; estoy decepcionada de que, por más jalones a la tela, no se expande o se baja ya que esta vez quedo un poco más alto que ayer, y simula que tengo unas largas piernas a pesar de que apenas mido más del metro y medio.

Ni siquiera tengo que inclinarme. Cada tres pasos el trozo de trapo transparente se sube por si solo. Si quiero pasar desapercibida, cosa que evidentemente es contrario a la misión, no podría. No con la cantidad de joyería fina que debo cargar. Con cada respiración, básicamente soy una campana brillante.

Al menos las bragas – un mugre hilo casi dental – están en su lugar.

Todos mis instintos me gritan que la discreción y la sutileza son estándares shinobi, por tanto, ahora aprecio más la valentía de las kunoichi al hacer este tipo de misiones. Además de soportar exhibirse cual ciervo cazado, deben fingir que este mundo altamente asqueroso les agrada.

Durante todo el día, Taicho se dirigió a mí, como si lo de ayer o cualquiera de nuestras interacciones no profesionales hubieran ocurrido.

Me trato exactamente igual como a Ophi-san, quien me veía casi con culpa o lástima. Debe pensar que la cena con Hoshigaki-san no salió como se esperaba a pesar del éxito.

De cualquier manera, lo prefiero así. Es fácil tratar con alguien que hace como si fueras un arma. Una herramienta más; y, es su deber hacerlo. Soy la simulación de un shinobi, por tanto, soy una katana viviente.

Descubrí también que el brazalete de regalo realmente es un collar de perro. Según Hoshigaki-san, confirmo en privado con Taicho que era para aquellos que figuraban como invitados excepcionales. Que sólo Kin podía apartarlos para si mismo. Siendo un shinobi renegado que conoce el Bajo Mundo, sus palabras suenan verdaderas.

En conclusión, nadie más podrá acercarse con bajas pasiones, Taicho y yo estamos "reservados" únicamente para el anfitrión.

A palabras de mi capitán, mientras menos sepa lo que deba ocurrir es mejor. La genuinidad de mis expresiones debe ser visible, al tiempo que el alter ego debe estar levantado en todo momento.

Fuera de eso, me he vuelto un cero a la izquierda para Taicho.

Nuestro escolta hace entrega de la tarjeta de invitación al guardia colocado en la entrada principal; dicho hombre, primero inspecciona nuestros atuendos, sus ojos moviéndose a toda velocidad seguramente buscando armas ocultas. Al observar mi nuevo brazalete por parte de su amo, simplemente asiente y se dirige a un panel puesto a un lado de la puerta, cubriendo su oído con una mano. Micrófonos y radios. Segundos después, se dirige a nuestro escolta devolviendo la invitación y acercándose a Taicho para entregarle una caja negra.

En cuanto el guardia la abre se nota una pulsera de cuero negra de buen gusto. El Hishō: Kongō Fūsa funciona en cuanto Taicho se lo coloca, con una mirada de aburrimiento, notándose el chakra naranja del sello cubriendo un poco su cuerpo, signo irrefutable de que su chakra ha sido enjaulado.

Con la satisfacción del guardia, se abre la puerta frente a nosotros. Una mucama muy joven - demasiado joven para siquiera tener esa mirada muerta en los ojos -, nos conduce a través de un salón lleno de cuadros artísticos y esculturas medianamente tradicionales hasta llegar a una parte del jardín donde se ofrece el evento.

Al menos, tres acres frente a nosotros se alzan con luces tenues y narcisos albinos.

Con el brazo envuelto en el de Taicho, nos acercamos a la plataforma donde se observa un conglomerado de gente. Vislumbres de columnas barrocas y de mármol junto con kioscos y balcones muestran la riqueza del dueño.

Se escucha en las cercanías, lo que pareciera ser una pequeña cascada, y más adelante, debajo de un arco de tres metros, existe una hermosa fuente de piedra blanca situada en el centro de otra plataforma. Los vinos y las frutas abundan en cada mesa visible.

En mi niñez, tuve la oportunidad, contadas veces, de ver – jamás participar – en las fiestas de este o de aquel señor feudal. Pero reiterando, siempre fue bajo la vista de halcón de Obāsan-sama y con el objetivo de justamente de arruinar la fiesta en pro de cobrar alguna deuda.

Para cuando Kirigakure fue liberado de las garras tiránicas de Yagura-san, se realizaron celebraciones, pero no fueron jamás ni lujosas ni costosas. El poco sustento que había se debía resguardar y más que echar a perder bebida y comida, las celebraciones fueron en base a un solo día dedicado al alcohol y el baile desenfrenado; y en adelante, continuar con el camino a la reconstrucción del pueblo por dirigencia de Mei-san.

Ni que decir de Anbu Raíz. En pro de portar siempre el profesionalismo, difícilmente con todos los miembros en el mismo lugar por mucho tiempo, incluso la convivencia era complicada. No se diga una fiesta, ya que para la organización, no hay nada que celebrar.

Nuestras mismas fiestas familiares jamás fueron ostentosas. Incluso éramos muy humildes, ya que nuestras joyerías y coronas eran de flores y ramitas frágiles, decoradas con las sonrisas de otouto, Otousan y Olli; y de un tiempo para acá, de la compañía de los pillos de Konohagakure. Para mí, esas eran las mejores fiestas del mundo.

Aun así, me sentí como una mera campesina ahora. Como la chica que nunca ha visto tanta riqueza obscena en su vida. Otro recordatorio para las diferencias entre Taicho y yo.

Antes de continuar por ese sendero de pensamientos, entrecierro los ojos suavemente como si estuviera aburrida. Y cuando alguien, por lo general, hombres de entre veinte y treinta inviernos, llaman mi atención, escojo brindarle una mirada más intensa, sin asentimientos, y a los demás, les muestro desgana total. Sobre todo, ignoro a las mujeres, y quien se interpone en mi camino, dejó entrever mi desaprobación a su comportamiento.

No tenemos ni seis minutos, no terminamos de recorrer todas las plataformas, cuando somos interceptados por un hombre, aunque no es nuestro objetivo. Es mucho más joven que el cuarenton que buscamos, con cabello marrón arena y ojos marrones.

- Bienvenidos a la finca Tsuchi – dice entusiasmado mientras hace una reverencia ostentosa – Soy Doru, el asistente de Tsuchi Kin-sama.

- Ohino Asahi y esta es mi señora, Haruno Sakura.

El hombre levanta su mano, y en lugar de la típica reverencia, sé que está saludando cómo indica la tradición de occidente. Extiendo mi mano hacia el shinobi encubierto con la palma hacia abajo, y la toma entre sus dedos y se inclina para besarla.

Doru-san esconde muy bien su careta, pero la suavidad de sus movimientos, lo delatan de su carrera ninja. Tampoco es que se esté cubriendo mucho. A excepción de los guardias y unas cuantas sombras atrincheradas al lado de algunas columnas, todos los demás asistentes son civiles, y algunos incluso parecen animales con el nivel de ebriedad que traen consigo.

Difícilmente, detectará peligro en las cercanías.

Un camarero es atraído por el chasquido de dedos de Doru-san, quien encantadoramente celebra:

- Por favor, brindemos.

Taicho da un sorbo y es lento para responder como la persona importante que representa:

- Para ser un asistente anfitrión, luce bastante interesado en llenar nuestra sangre de alcohol de forma inmediata– dice alzando una perfecta ceja mi capitán.

- Oh, no, créame que no es mi intención - contesta Doru-san con una sonrisa conocedora, pero respetuosa – Es agradable ver caras nuevas dentro de las catas excepcionales de Kin-sama, especialmente unas que parecen filántropas.

Mientras ellos tienen su aburrida conversación, miro con genuina apatía a todo alrededor. Mayormente bebo mi champan y escucho con inmensa agonía mientras ellos hablan. De vez en cuando, levanto la mano, doblando mis uñas, regalo de Ophi-san, algo llamado manicura, que las hace ver como si fueran garras reales. Una crueldad cuando me "limo" desgastando grotescamente las naturales. No pidió perdón aun cuando la amenace con senbon rellenando el colchón donde dormirá hoy.

- Kin-sama bajará a saludar a sus honorables invitados en breve – dice Doru-san – por el momento siéntase libres de disfrutar de la champaña y hors d´oevres. ¡Ah, allí esta ella! – Ondea una mano hacia nosotros y nos damos la vuelta – me gustaría presentarles a Grandi Katsuya – le sonríe a Taicho – seguro la conoce.

Una impresionante mujer, en sus treinta, usando un vestido ajustado blanco que abraza cada curva de reloj de arena se aproxima con un hombre de traje azul oscuro de la misma edad.

- Hai, la he escuchado tocar – contesta mi capitán – en un concierto en la capital central el año pasado. Es brillante.

- Carrrrriño, ¿Cómo estás? – pregunta la mujer claramente llamando la atención exageradamente con su acento extranjero extendiendo sus brazos dramáticamente hacia Doru-san. Taicho y yo damos un paso al costado y ella va de prisa entre nosotros para plantar casi dos besos en cada una de las mejillas del asistente shinobi.

Pongo, muy deliberadamente, mis ojos en blanco.

- Katsuya-sama – dice Doru-san sonriente, volviéndose a Taicho – te presento a Ohino Asahi y Haruno Sakura. Son invitados de Kin-sama.

La reina del drama se inclina a Taicho de la misma manera que hizo con Doru-san y le besa ambas mejillas. Se vuelve hacia mí. Los ojos de Taicho se estrechan en privado, pero no es suficiente para darme una pista y estoy bastante segura, que, a diferencia de él, no soy telépata.

Así que actúo como mi instinto me dicta:

- Ravi de vous rencontrer – digo cortésmente sin dejar que mi aire de soberbia disminuya. Beso, con mucho menos efusividad y un grado de mayor gracia sus mejillas, a cambio, mis manos ajustadamente suaves alrededor de sus brazos cuando los de ella están sobre los míos.

- Oh, ¿parlez-vous français? ¿compatriote aussi? – Oh, ¿hablas francés? ¿Compatriota también? - pregunta en su lenguaje nativo.

- Le destin ne m'a pas accordé le privilège par malheur. Cependant, c'est un gâchis que le monde ne l'apprécie pas correctement. – El destino no me otorgo el privilegio por desfortuna. Sin embargo, es un desperdicio que el mundo no lo aprecie como se debe - digo con un toque de presunción mirando el resto de los invitados con desprecio no tan oculto.

La mujer me mira con una sonrisa genuina esta vez y sé que he ganado una aliada en ella. ¿Para qué? Los caminos de la vida son misteriosos. Algún día, utilizaré su contacto.

Los ojos de Taicho me sonríen sutilmente, aprobando mi accionar y probablemente pensando lo mismo que yo. Esta mujer es de una estatura mucho mayor de la que yo podría tener, y aunque no reconocí su nombre, sé que debe ser famosa por derecho propio y sólo me hubiera visto como una pedante más si la rechazaba sin ningún antecedente entre nosotras. Único y merecido respeto al ojo público es lo que se le dedica a personas como esta. Inclusive, si hubiera sido irritante con ella, pudiera ser que fuéramos invitados muy cordialmente a retirarnos.

Despidiéndose con la promesa de vernos en su próximo concierto, Doru-san camina con la mujer a través de la sala para continuar las presentaciones con otros. El hombre que la acompañaba, al parecer es su sombra civil protectora.

Observo a los demás invitados y encuentro una discrepancia entre lo que sé y lo que, al parecer, se espera.

No soy la única mujer con un brazalete especial.

De las ciento cincuenta, ciento sesenta personas en el lugar, otras treinta mujeres tienen exactamente el mismo diseño que yo.

No somos carne selecta. Somos el buffet.

Sin un plan estricto que me haya ordenado Taicho, me siento vagar a ciegas. Me cuestiono el cómo Taicho planea conseguir la atención exclusiva de Kin con tantas opciones aquí, incluyendo hombres. Ni siquiera sé si el objetivo le permitiría a Taicho seguirme si es que me llegara a elegir.

¿Debo moverme sensual? ¿Tirarme el champan sobre el vestido serviría? ¿Debo morderme el labio como dicen los poemas eróticos de Hyo? Mi plan sólo consideraba cercenar al hombre en la privacidad de su alcoba, no había un enmedio entre llegar a su casa y tomar su corazón, envolviéndolo en su propia corbata, como prueba del desafío.

Mil veces me arrepiento por no revelarle la verdad a mi capitán sobre la finalidad de mi canto. Pudiendo tan sólo atraer el hombre en pijamas cuando todos duermen y haciéndolo salir de su cama para ser asesinado por el crimen que haya sido.

Creo que aun puedo decirlo. Las opciones de ser elegida se han reducido dramáticamente. No soy ni de lejos la más exhibicionista aquí. Incluso se podría decir que soy de las más cubiertas por el ridículo vestido.

Me siento un tanto nerviosa, y Taicho se ha dado cuenta. Mi respiración profunda, en un intento de tranquilizarme, me ha delatado.

El brazo izquierdo de Taicho me rodea y la posiciona en mi cintura; me obliga a caminar a través de las plataformas lentamente, fingiendo hablar sobre la edad de cierto viñedo o la tersura en las copas que rezagan el líquido. Señala sutilmente esto y aquello mientras su pulgar sobre la seda recorre aquella cicatriz de kitsune que le mostré ayer, recubierto con ninshu para que no se note.

Al contrario de lo que pensé, su gesto me conforta. La conversación que entabla es un sin sentido de palabras, y en silencio le agradezco, acariciando con los dedos de mi mano derecha los suyos, rodeándome a mi misma. Se tensa sólo una fracción de segundo cuando siente mi tacto, pero siguiendo el protocolo, me acaricia como si nada hubiera pasado.

Pasamos el tiempo, fingiendo admirar, pero ni él ni yo somos afectos a este tipo de eventos. Las obras de arte expuestas tampoco son nuestra afinidad, aunque las conocemos por crianza, y en cambio, nos brindamos datos insulsos sobre la fecha de creación, tipo de pinceles y pinturas, mejor cava, y todo eso, que a los nuevos ricos occidentales les encanta alardear saber.

- Debo ir a refrescarme – dice Taicho, depositando su copa de champán en una mesa en la entrada al corredor de la casa - ¿Estarás bien sola?

Las palabras reales en su trasfondo son no provoques peleas innecesarias.

- Por supuesto – digo con un aire molesto – soy perfectamente capaz de estar sola.

Me besa en los labios y luego camina corredor abajo. Lo observo hasta que dobla en la esquina al final. Su salida no fue para buscar el servicio, sino para rastrear parte de la misión, de la que esta gustoso de no compartirme.

Tan quieta como estoy, escucho los tacones acercándose de un cuerpo más voluminoso que el mío. Lo siguiente que percibo es el olor de la vanidad y un perfume demasiado floral:

- Soy Botan Ayummu – dice la belleza de veintidós dando un paso adelante, acompañada de otra dama, una seguidora, y un hombre de la edad de ambas – Nunca antes te he visto.

- Haruno Sakura – digo para a continuación tomar un sorbo con mucha lentitud, dejándola saber que la copa es más importante para mí que su atención – evidentemente, nunca me has visto debido a que nunca antes he estado aquí.

Sonríe con suficiencia, llevando su propia copa a sus labios pintados de rosa. Tiene un largo cabello negro azabache cayendo en cascada sobre ambos hombros, escote amplio, empujado y desbordándose por el ajustado vestido gris que usa. La mujer a su lado me ve con un resplandor de reclamo por tratar así a su líder social. Ni siquiera les dedico una segunda mirada; en cambio, me fijo en el macho que traen a cuestas.

Lo miro de arriba a abajo, haciéndole sentir mi mirada, lento, seductor, y al regresar a su rostro, pestañeo con la misma lentitud una vez, otra más, antes de dejarle saber que me ha hecho sonreír suavemente, antes de tomar otro pequeño sorbo.

Sé que lo he atrapado en esa apuesta, porque siento su mirada exactamente durante cinco segundos antes de desviarla mirando sumisamente a su abeja reina cuando ella lo mira con dagas en los ojos.

- ¿De dónde viene? – pregunta ella, haciéndome sentir que no he sido lo suficientemente beligerante con Ayummu-san.

- Si buscas una respuesta coherente, necesitarás ofrecer preguntas igual de coherentes. Cualquier cosa menos que eso, simplemente es reflejo de una perezosa educación – ni siquiera la miro.

Ella y la otra mujer se miran entre sí, al principio con confusión en sus rasgos, luego irritación, cuando entendieron mi respuesta. La líder, de la nada, comienza una sonrisa maliciosa y regresa a mirarme.

- Tu dinero, ¿de dónde viene? – dice Ayummu-san como si debiera de conocer su jerga incompleta.

Sorbe su champán.

"Eres rica, aunque nadie tiene que saber de dónde proviene"

Todo mi rostro se ensombrece con una sonrisa confiada que le indica exactamente lo que pienso de su estupidez.

- Encantador. La forma en como algunas personas se sienten amenazadas y recurren a esa clase de preguntas como si así, disminuyeran su ansiedad y nerviosismo – digo mientras giro lentamente a mirarlas brevemente para presumir mi victoria de control. – Pero que se le va a hacer, algunos piensan que, a situaciones desesperadas, medidas aún más desesperadas.

Aunque es mayor que yo, la mujer es a toda evidencia, una ignorante. Tarda alrededor de veinte segundos en comprender que es lo que dije para mostrarme una mirada envenenada, hasta que toda su faz cambia al ver por encima de mi hombro. Su cara iluminada justamente detrás de mí me indica lo que ya sé.

Taicho ha regresado.

Tomando en cuenta la tradición de occidente, se presta al gesto de presentación de Ayummu-san, quien levanta su perfumada mano hacia él; Taicho mira en los ojos oscuros de ella mientras él se dobla en un medio arco, el cual sostiene un poco más del tiempo necesario.

La encanta, como seguramente ha encantado a cada mujer que se ha propuesto desde sus inicios shinobi.

Permite que sean sus ojos los que hablen en lugar de su agraciada voz.

La joven bañada en escandaloso perfume esta complacida y me lo demuestra cuando me mira mientras sigue siendo sostenida de la mano por Taicho.

Y de nuevo, las conversaciones insustanciales. De fiesta esto no tiene nada, y de circo lo tiene todo, con tantas payasadas y pantomimas; mujeres domadas y domadores por todas partes. Me sorprendo al percatarme que no tengo mucho que fingir, realmente estoy aburrida con toda esta puesta en escena.

Nada que me motive ni nada que me desee participar en la plática, aunque sea para hacerme notar en metros a la redonda.

Hasta que escucho una carcajada estridente detrás de mí. Una muy familiar carcajada.

Bueno, apenas ayer la escuche, pero quedo grabada en mi memoria.

Girando mi cabeza, ahí lo tengo en la mira.

Me despego del grupo de mimados elitistas que hablan sobre la variedad de vinos con Taicho, y me dirijo con toda la calma del mundo, al grupo de hombres que rodean justo a mi objetivo.

Para cuando me encuentro justo frente a él, me ha notado y sigue con tranquilidad cada paso observando el movimiento de mis piernas.

Su silencio ha calmado las risas a su alrededor y ahora los seis hombres repartidos a su lado me miran llegar a su círculo.

Hoshigaki-san, con el mismo disfraz de Kachi-san, extiende su mano mientras habla fuerte y claro:

- Caballeros – sonríe astutamente – siéntanse honrados de estar en presencia de una verdadera belleza nacional.

Toma mi mano con delicadeza mientras besa el dorso de mi palma sin dejar de verme a los ojos; los demás han guardado silencio, pero siento sus ojos bebiendo obscenamente de mí.

- Un placer lo de anoche, mi querida. No sabía que podías ser tan… receptiva – murmura, pero evidentemente lo entono para el oído de quien deseara escuchar – Con ustedes, distinguidos señores, Haruno Sakura, la hime dueña de este triste y marchito corazón.

Todos proceden a saludarme al estilo occidental, y mi mano es asquerosamente baboseada por seis lenguas ansiosas, llenas de tubérculos y gérmenes.

Mi sonrisa seductora se mueve a cada cual nueva cara, pero es Hoshigaki-san quien me mantiene atada a su cintura colocándome ligeramente frente a él, mi espalda en su pecho, esperando pacientemente a que todos terminen de parlotear sus presentaciones.

Cada hombre observa cuando él remueve un mechón para susurrarme, esta vez, de modo que sólo yo escuche, casi besando mi oído:

- Medianoche, siguiente luna llena, en el lugar donde nos vimos por primera vez. Sola. Samehada extraña mucho a su hermana Kubikiribōchō.

Cuando termina de hablar seductoramente, besa mi hombro con sensualidad y es recompensado por una sonrisa completamente genuina en mi rostro cuando giro mi cabeza para mirarlo con encanto y deseo. A estas alturas, sé que mi sed de sangre debe de reflejarse en mi cara, y los tontos creerán que es lujuria. Faltaban veinte días para la siguiente luna llena, pero era más que suficiente para mí.

Tendré que buscar maneras de zafarme de Konohagakure y su excesiva vigilancia, pero esta oportunidad no volverá.

Y es entonces que noto que cierta vigilancia, ha sido molestado cuando me mira fríamente al girar mi cabeza al frente.

Hoshigaki-san y yo lo miramos al mismo tiempo, sabiendo que tal vez, o tal vez no, ha leído sus labios y conoce nuestros planes para la inminente muerte de uno de nosotros o ambos; el renegado parece tener un motivo para morir porque vuelve a susurrarme mientras continuamos viendo el caminar de Taicho hacia nosotros desde su grupo.

- Esperaré ansioso, hime.- dice mientras aprieta su mano contra mi vientre como si fuera una caricia.

Resoplo entre molesta y divertida mirándolo con sorna.

Taicho está a unos buenos tres metros de nosotros, sin embargo, continuo con una sonrisa presuntuosa, y tomando las manos del ninja renegado que se antoja sensual, doy un giro elevando sus brazos, zafándome de su espacio personal.

El movimiento se ve grácil y fino a la vez que me acerca a Taicho, quien estira la mano y la atrapa al vuelo de mi pequeño baile.

El heredero tiburón ayuda soltando una carcajada y levantando las manos en señal de defensa:

- Oh, y aquí el caballero de brillante armadura de nuestra hermosa flor – comenta alegremente – un verdadero hombre de negocios, del que deberían aprender una o dos cosas, amigos, Ohino Asahi.

Tras expresiones más calmadas y con tendencias de caer bien ante la presencia de Taicho, los hombres no presentan la misma efusividad visual a mi cuerpo, pero se notan atraídos cada vez que alzo mis manos para remover mi cabello o mover mi collar.

Durante la conversación masculina, de nombres que ya he olvidado, la mano de Taicho me tiene arraigada a su lado, apretando con fuerza:

- Sabes que no me gusta cuando te alejas de mí.

El interés de aquellos hombres ha vuelto con fuerza, intensamente intrigados por la exhibición de su dominación por mí. No dicen nada, pero su inclinación hacia nosotros es obvia.

Sonrío solapadamente sólo para él:

- Sé que no te gusta – comienzo – pero se estaba tornando… aburrido allí con tu abuela. Incluso empezaba a apestar a las flores marchitas de su entierro adelantado.

Los ojos de Ayummu-san se quedan fijos en los míos escuchando, a la vez que Hoshigaki-san deja salir una sana carcajada.

- ¡Al fin, sangre joven con humor! – se dedica a divulgar.

Ayummu-san y su pequeña secta optan por recoger sus decencias y encaminan a otro grupo más pequeño, con mujeres aún más jóvenes. Seguramente a tratar de recuperar su nulo poder social.

Por otro lado, Taicho gira mi brazo, causando que el champán que acabo de tomar se desborde.

La sonrisa pretenciosa desaparece en mi rostro en un instante, llenándolo con leve dolor por el maltrato.

Se inclina en mi oído y dice en voz baja:

- No puedo soportar el pensamiento de hacerlo, Sakura, pero si tengo que hacerlo, te dejaré ir – su respiración bailotea a lo largo de mi cuello, coloreándome con piel de gallina.

Trato de calmarme, convenciéndome que no ha escuchado ni ha descubierto el plan de Hoshigaki-san, que sólo utilizo esas palabras por casualidad, por lo que respondo con sumisión:

- No lo volveré a hacer – susurro volviendo mi cuello en ángulo para que mi boca alcance la suya.

Cierro los ojos para besarlo y siento sus labios cerca de los míos, tan cerca que casi puedo saborearlos, pero se aparta enseguida. Los demás hombres también han cambiado el enfoque.

El único que me mira con tono burlón es Hoshigaki-san, quien se encuentra justo frente a mí, aprovechando que esta de espaldas a la visión de Taicho, quien ha girado la cabeza.

Abre sus labios para deletrearme una oración:

"Tu turno, hime".

Comprendo de inmediato. Dando un vistazo a la dirección de todos, veo la razón de esta misión.

Tsuchi Kin está aquí.


Me encantaría decir que como siempre mi entereza salió a relucir y fui excepcional en mi trabajo. Algunas veces ni siquiera tuve que interactuar con terceros para obtener ventajas adicionales.

La primera vez que desollé a un hombre, tenía siete años, y a diferencia de lo que la mayoría cree, las yama-uba no se comen los corazones masculinos. De hecho, es asqueroso.

Una vez, comí el corazón de un oso, y gracias a ello, entendí que, si no los lavas bien y se marinan con cuidado y con dieciocho horas de anticipación, seguirán sabiendo a sangre sin importar el tipo de salsa que utilices.

Pero volviendo a mi primer desollamiento, realmente fue para una buena causa. Existía un niño cuya pierna fue cruelmente quemada durante la Tercera Guerra Shinobi. Tanto era el dolor del niño que se le debía de amputar, evidentemente una pena, ya que era el macho sobreviviente de una familia con seis retoños y una madre desesperada.

La mujer, haciendo una promesa de favor con Yama-uba, ofreció a una de sus hijas, a cambio de restaurar la salud del pequeño de ocho primaveras. Apenas un poco mayor que yo.

Yama-uba acepto.

Entonces, buscamos al shinobi que quemo la pierna del niño, atrapado en los placeres del alcohol y las mujeres, Obāsan-sama lo sello colocando un símbolo de guadaña en su espalda, le corto la nariz y los dedos de las manos para evitar su manipulación de chakra. Me pidió sacar las vísceras para dárselas al clan de Bosu-sama, en aquel tiempo, en pleno estado de crecimiento. El hombre no resistió el shock y empezaba a desmayarse apenas a los cuarenta minutos de destripamiento.

Aplique más chakra en su cerebro para mantenerlo activo y evite su caída de consciencia.

Cuando al fin estuvo lista la funda de cuero para la pierna del pequeño tan solo una semana después, nunca pregunto porque su pantorrilla parecía tener una guadaña tatuada.

Incluso Naruto devolvió su comida por días, ante el olor que quedo impregnado en mi cabello, pero yo no tenía resentimientos emocionales. Tenía físicos. Temblores, náuseas, incluso sangrados por la nariz, y sólo duro por un tiempo. Nunca había visto un corazón latiendo en una caja torácica completamente normal mientras el hombre seguía quejándose, aun con la lengua extirpada. La escena jamás será borrada de mi memoria.

Obāsan-sama siempre tuvo razón. El primero no se olvida, pero los demás son más fáciles.

Mi problema actual radica en que no importa cuantas vidas haya tomado, Obāsan-sama nunca permitió que mi cuerpo fuera exhibido de una manera tan suelta, sólo mi voz, y para eso, sólo casos especiales.

El pensar que mi cuerpo sería humillado para complacer al cuerpo de Tsuchi Kin no era como tal de terror, sino de angustia. Así como mi primera muerte, vinieron muchos más después.

¿Cuántos más vendrán después de esto?

El templo que me enseño Obāsan-sama que es mi cuerpo, no debería ser tocado tan a la ligera. Sí, podré estropearlo, quemarlo, arañarlo, acuchillarlo, sellarlo, mutilarlo, pero justo eso: por mi misma. Nadie más tendría porque tocarme. Si lo menosprecio, es por mi propia mano. No por la de nadie más. A menos que Obāsan-sama necesite hacerme entender un punto.

Me decía que me pudriría al primer beso. Evidentemente no fue así, pero por años me lo recalco y obviamente yo le creí. Una parte de mí, lo sigue creyendo, esperando pacientemente, en cuanto empiece a morir por mi atrevimiento.

El hombre se ve mayor de lo que se notaba en su foto, es ligeramente más pesado, tal vez un poco rechoncho.

La vida civil está echando a perder la anterior shinobi. No era más alto que Taicho, y aunque luce amigable con un bigote cepillado, es un hombre malvado. De lo contrario, no estaríamos aquí.

Mi cuerpo no sería ofrecido si no fuera así.

De repente, mi interior se bloquea, mi pecho se constriñe, mi estómago rueda con un nudo duro, y me siento con los pulmones inútiles. Inhalo aire a través de mis labios entreabiertos y lo dejo salir muy lentamente a través de mi nariz.

No ahora. No te atrevas a fallar Sakura. No de nuevo.

Estoy tan quieta mirando, tratando de no matarlo en el acto, viendo como saluda a sus clientes, invitados o sus carnes selectas admirándolos con cosas superfluas a las que todo el mundo asiente, aceptan y sonríen con agrado, que no noto al oscuro hombre a mi lado, calculando.

Y mientras siento las ganas de asesinar a todo aquel que se atraviese en mi camino, mientras Kin está bromeando por cosas estúpidas antes que nadie, Taicho hace su movimiento.

Me mueve para quedar delante de Kin, a tan sólo metros entre adornos de jardín, presionando la parte posterior de mi cuerpo contra el frente del suyo, su boca inesperadamente explora mi hombro desnudo, el que no fue besado por el renegado de Kirigakure, y sus manos descansan en mis caderas. El afecto es breve y con sólo motivo del espectáculo, y continua al tomarme del cuello con su mano derecha, moviendo al otro lado mi cabeza, echándola hacia atrás, y sube con su boca por mi garganta con labios perezosos hasta mi mejilla. Mordiendo en la última parte, obligándome a entreabrir los labios para disparar un gemido silencioso. A este hombre le tomo tres segundos hacerme perder cualquier hilo de pensamiento. Suelta ligeramente su agarre, permitiendo bajar mi cabeza para abrir los ojos y encontrarme directamente con la vista de Tsuchi Kin.

Es cuestión de espacio tiempo en el que veo la deliberación en sus ojos, el cambio repentino en su comportamiento.

Sí, el primero no se olvida. Los demás se hacen más sencillos, y comprendo entonces, por la lujuria que muestra Kin al vernos, que, a diferencia de mí, para Taicho esto es pan comido. Su experiencia, sus años hacen que esto sea un juego de niños. Para mí, es el terror iniciando porque lo siguiente que sé, es que al final de todas sus charlas y presentaciones, Kin muestra una mirada determinada mientras camina con propósito en línea recta hacia nosotros.


Tsuchi Kin estrecha la mano de Taicho, pero a diferencia de sus otras conversaciones, este va un tanto al grano en cuanto termina de inspeccionarme.

Me mira con interés recorriendo cada pedazo exhibido de mí hasta que llega a mi rostro y le entrecierro los ojos, fulminándolo. Parece aun mayormente encantado cuando lo miro con desdén.

También mira a Taicho, pero como quien desprende un aura intimidante, su observación es más discreta, sólo un repaso rápido.

Entonces le interesamos los dos.

Después de las presentaciones, pregunta por nuestras nacionalidades, si nos ha agradado el evento, si el champan es de nuestro gusto, hasta que pregunta algo más susurrante:

- ¿Ella es tu propiedad? – habla como si fuera perfectamente aceptable hablar de esclavitud.

- Lo es. Y en su mayoría, lo disfruta.

Kin levanta una ceja apenas gruesa:

- ¿En su mayoría? ¿Gusta de desobedecer el resto del tiempo?

El objetivo me mira, con una leve sonrisa en sus labios.

- El resto tiene mente propia –contesto yo irritada.

Mi capitán suspira y sacude su cabeza, rozando sus dedos a lo largo del hueso de mi cadera por adelante, a la vista de Kin que dirige su mirada instantáneamente ahí por un momento.

- Sí, así es, lo admito – dice casi con resignación – prefiero una mujer que da pelea.

- Así que, ¿ya han experimentado por el otro camino? ¿Lo entiendo bien? – pregunta Kin evidenciando que habla sobre la sumisión completa, ser dueño de una mujer que hará cualquier cosa y todo lo que le dicen sin que se agriete la más mínima expresión de malestar o rechazo.

- Una vez – responde Taicho – Estoy contento con Sakura, independientemente de su boca a veces.

Kin me observa con más atención ahora, así como a Taicho. Esta calculando.

Es la misma cara de alguien cuando quiere continuar preguntando, pero teme ofender. Supongo que vamos por un excelente camino, a pesar de que me cosquillea la mano por estrangularlo con tal de que ni siquiera me suba a su alcoba.

"Apestas a inseguridad"

Las palabras de Taicho un día antes regresan a mí, recordándome que no debo mostrar miedo ni timidez o el trabajo de él, de tantos ninjas detrás se rezagará por mi culpa.

Así que, tomando una respiración lenta y profunda, espero a que Kin continue:

- Es muy joven, pero no tanto como pensé – miro alrededor, en específico a un grupo de adolescentes que rozaban los dieciséis apenas.

Taicho se ríe entre dientes de forma muy siniestra:

- Es joven, aunque intenta verse mayor, se nota su edad real cada vez que su piel recibe… un trato especial.

Kin no necesita más convencimiento. Soltó su cebo y Taicho lo ilusiono como un maestro que es. Nuestro objetivo levanta la barbilla con orgullo y dice:

- Me gustaría hablar mucho con usted en privado. En mi suite. Si está interesado en ofertas lucrativas. Está interesado en ofertas lucrativas, ¿no es así? – sonríe y moja sus labios levemente con su lengua.

Taicho finge considerarlo, obviamente jugando con las esperanzas del hombre, haciéndole saber sólo por la mirada en sus ojos que le interesa, pero no está desesperado por aceptar.

- Estoy dispuesto a escuchar la oferta, por lo menos – comenta como no queriendo mi capitán.

Los ojos de Kin se iluminan, se vuelve hacia el hombre del traje que lo escoltaba, le susurra algo al oído, y se vuelve a nosotros mientras el hombre desaparece en un borrón.

- Onegai, caminan conmigo – dice nuestro anfitrión y avanzamos hasta unas escaleras extravagantes hacia el segundo piso que se visualizaba como privado.

Mientras el hombre habla sobre la arquitectura de su mansión, trato de mentalizarme. Siempre he trabajado mejor bajo presión y pensé que en esta ocasión, no sería la excepción.

Si hubiera pensado continuamente durante las últimas cuarenta y ochos horas seguidas que mi cuerpo pudiera ser utilizado en horridas escenas, seguramente habría abdicado.

No soy valiente. Soy planificadora. Me gusta tener el control de la situación, y el perderlo ahora me representa un desafío. El saber que dependo de Taicho para no ser torturada y aceptar dicho maltrato solo demuestra la cantidad de confianza que he depositado en él sin querer.

No, no sin querer. Se lo ha ganado, no sólo como persona sino como shinobi. Cada vez, en cada misión, me procuro al igual que a Shisui, nunca menosprecio mi trabajo ni se burló de mi altura o el color de mi cabello. Jamás me subestimo.

Cuando dijo que éramos iguales… deseaba tanto refutarle, negarlo, hacerle entrar en razón. Y luego me dejo pensando. No éramos iguales, pero teníamos tanto en común.

Taicho nunca me ha limitado, ni como ninja ni como hombre, jamás ha reducido alguna de mis decisiones e incluso algunas, las aprueba gratamente.

Que haya depositado su confianza en mí, para dejarme aun con Raíz, que no me haya exigido más que perfección en mi trabajo y me presionara por más, que no lo haya hecho con cualquiera más que su propia familia, me hace sentir tantas emociones contrariadas. Cuando dijo que procuraría que no saliera lastimada en esta misión, me quise convencer de lo contrario, pero es inevitable creerle. Esa firmeza en sus convicciones, esa entereza la envidio tanto en este momento.

Como quisiera que me compartiera un poco, porque mientras más caminamos con las divagaciones de Kin sobre antepasados escandalosamente ricos, me siento irreal; como si lo que me espera en la próxima hora - ¿sólo una verdad? – no fuera real.

Sorprendentemente, el ilusionismo de ingravidad que mi cerebro ha inyectado en mí funciona.

Aunque sé que después, volverá a mí con sudores nocturnos e insomnio, pero la misión lo necesita. Yo lo necesito para superar la misión. Taicho necesita mi yo profesional, yo necesito no sentir y si mi cerebro así me rescata, adelante, que lo haga. Que el alma pague después.

Dando la última vuelta a la esquina más alejada, un pasillo descubre a dos hombres de traje montando guardia fuera de la entrada a la habitación principal. Nos revisan, confirmando que no portamos armas ni objetos punzocortantes, que ambos brazaletes, el mío y el de Taicho estén activos para anular el control de chakra en caso de ser ninjas, todo bajo el riguroso escrutinio de Kin. Una mínima sospecha si detecta un tatuaje shinobi, o cicatrices inexplicables a primera vista y se sentirá amenazado.

Cuando siento que uno de ellos toca más allá de lo profesional, mi alter ego está en lo más alto:

- ¿Es esto realmente necesario? – siseo cuando siento mi muslo rodeado por las manos del guardia.

- Lo siento, querida – Kin dice mientras abre las puertas de su suite – pero sí. Nunca adivinarías lo que algunas damas están dispuestas a ocultar.

Para cuando los guardias terminan de oscultar a Taicho, Kin los mira y les ordena:

- Pueden irse. Necesitaré privacidad para la próxima hora o más.

Reprimo el trago de saliva en mi boca al escucharlo tan ligero. Ambos guardias asienten en reconocimiento y se retirar con la discreción shinobi.

Es entonces cuando la puerta se cierra y con ella, mi poca valentía.


- Me gusta observar – inicia – pero no esa mierda de posición de misionero – hace una pausa y añade – fóllala, de vez en cuando haz que ella ruegue y viceversa, si quieres… y por dinero extra, me pondré de rodillas. Frente a ti.

Siento mi corazón hundirse en el hueco de mi estómago. Pero lo sacudo, regresando la ingravidad y hago lo mejor que puedo para mantener mi fachada de Haruno Sakura.

Casi, casi abrí los ojos ante la brutalidad de su mensaje. Ni siquiera Hyo había dicho en mi presencia la palabra follar; siempre usaba metáforas o decentes artilugios para hablarme del sexo. Mucho menos cualquier referencia por parte de los Uchiha o de Kakashi-Taicho o de Yamato-senpai. Sai y yo éramos igual de neófitos con respecto al tema, sólo cuando nos reencontramos en Raíz nos dimos cuenta de que Kakashi-Taicho nos mintió flagrantemente con respecto a que eran los tríos en realidad.

Aun pienso que un trío musical es posible sin sus horribles doble sentidos.

Jiraiya-sama ni siquiera hacía mención de la palabra en el libro cuya protagonista se llama Sakuya de cabello rosa y ojos verde jade. Por cierto, espero que Sasuke le haya dado mi regalo en retribución.

En cambio, sentado totalmente cómodo está negociando sin sutilezas sobre como desea las cosas. Descansa la espalda contra el cómoda sillón que combina con la otra frente a Taicho, quien tomo asiento por ofrecimiento del anfitrión.

Como una tonta, estoy de pie en el amplio espacio entre ellos y la puerta.

Ahora que las máscaras se han caído en la privacidad de la habitación, Taicho parece considerarlo más seriamente.

Con un ataque de pánico en secreto, finjo mirar la habitación, que es un departamento propio.

Incluso tiene una mesa de mármol y más al fondo, la cama. Con cuerdas y cadenas flotantes. ¿Eso es un columpio?

Cuando Taicho termina su falsa reflexión me mira, ordenando con los ojos, no como mi capitán, sino como el asqueroso melómano que finge ser.

- De ninguna manera – le digo en ese momento sin sonar desesperada sino enfadada – él es asqueroso Asahi. No estoy de acuerdo con esto.

Taicho se pone de pie, enderezándose a toda su altura, su rostro ensombrecido con molestia leve y me agarra casualmente por el codo.

- Harás lo que te diga – dice peligrosamente.

Sacudo la cabeza de un lado a otro, mirándolos, tratando de no salirme del personaje, pero encontrando que la ingravidad no está funcionando tan bien como hace medio minuto.

Puedes hacer esto, no falles Sakura, me mentalizo mientras los fuertes latidos de mi corazón se elevan sobre la voz en mi cabeza. Taicho no me lastimará, no hay manera. Tengo que creer eso.

¿Porqué no sólo mata al cerdo ahora? Algo no está bien…

Con mi codo aun en su mano, Taicho se voltea hacia Tsuchi Kin y fomenta:

- Un millón - el rostro de Kin se ilumina – y será otro millón si dejo que te pongas de rodillas frente a mí.

Siento mis ojos agrandarse en mi cráneo.

- Trato.

- Iie – digo tratando de soltar mi brazo, pero entonces Taicho estrecha sus ojos hacia mí, y aunque se ve mi respiración agitada, sé que debo ceder.

- Inclínate sobre la mesa – ordena tajante.

¿Qué…?

Mira a la pesada mesa cuadrada de mármol a mi derecha, moviendo nada más que sus ojos.

- Ahora, Sakura – demanda.

Oh, Seiryu-sama.

No lo veo a los ojos, bajo la mirada a su manzana de Adan. Continuar viéndolo solo me hará retractarme de mi firmeza para abordar esta misión.

Siento la irrealidad sacudirme de nuevo, vacilante, camino hacia la mesa y pongo mi estómago y pecho sobre ella de la cintura para arriba. Siento el aire del cuarto contra la tela de mis bragas color carne, las cuales sé que apenas y cubre algo. Trago duro y volteo la cabeza hacia la pared contraria a donde está sentado Kin. No debe ver el miedo en mi rostro.

Siento a Taicho acercarse por detrás de mí y levanta aún más mi corto vestido hasta arriba del coxis, dejándolo en mi espalda baja. Una de sus manos aprieta mi nalga derecha, totalmente a la vista de Kin. Sin querer, mi estremecimiento hace que eleve las puntas de mis pies, aparentando que, en lugar de nervios, tengo el deseo de que me siga tocando. Mis puños se aprietan.

- Hazla llorar – dice Tsuchi Kin desde la silla detrás de mí – tengo cosas que podrías usar si quieres.

- Puedo hacerla llorar sin ellas – dice Taicho con voz oscura moviendo sus dedos por la parte posterior de mis muslos, rasgando tenuemente con sus uñas cortas y al llegar casi a mi entrepierna, se desliza hacia la otra nalga y la abofetea.

No hay dolor, sólo sorpresa que me ocasiona brincar instintivamente un poco.

- Entonces sí es tan receptiva como menciono Kachi-san – murmura Kin con una voz que no ubico del todo.

- Hai – tararea Taicho – especialmente en esta parte – esta vez me lanza tremenda nalgada sobre la mejilla derecha de mi trasero – puedes oler su deseo desde la primera.

- ¿Tanto así? Algunas necesitan incluso ayuda extra.

- Oh, ¿Te refieres a esto?

Taicho hace algo terriblemente provocador. Toma la parte superior de mi hilo dental y lo envuelve en su puño atrapando aún más mi feminidad.

Un gemido aterrado sale de mí. Aterrador porque sentí más placer que dolor y no esperaba que me sintiera así. Acto seguido, siento su mano derecha bajar y acariciar mi espalda, recorriéndola, tocando con suavidad mis costillas. Su toque me quema de una manera tan sensual como jamás he experimentado, sabiendo que esta mal, pero necesitando más de ello.

Una vez que el temblor inicial termino, se inclinó sobre mí, mordiendo la piel descubierta de mi espalda y hombros, ocasiona que suelte un gritito nuevamente mezclado de terror y placer.

No debería sentirme así en una situación tan sórdida, pero aquí estaba recibiendo las palabras de Taicho, aterciopeladas y de chocolate derretido sobre mi hombro:

- Sabes cuanto me gusta tu voz febril cuando te entregas tan mal.

No entiendo la mitad de lo que dice, pero es la forma en que continúa sobando una nalga, como calza los valles de mi costado, su aliento en mi nuca y esa voz derretida que no tengo fuerza para responder, únicamente para asentir repetidamente con esas mordidas que me da en los omoplatos. Mi respiración es agitada y con cortes pasmosos.

Tsuchi Kin hace un extraño sonido que nunca había escuchado, pero con la cabeza aun contraria a él no sé qué será.

- Oh sí, me gustaría mucho ver eso – golpea sus manos y añade con espeluznante deleite - ¿Qué tan chica es? Tengo un bate de goma.

Me congelo contra las caricias de Taicho, el comentario de Kin sacando el aire de mis pulmones.

¿Es una broma verdad?

Estoy lista para matarlo. Ahora.

Mis manos comienzan a temblar debajo de mi pecho, no con temor, si no con genuino odio.

El pellizco de la mano izquierda de Taicho en mi cadera me llama la atención y empieza a apretarme aún más. Ha notado mi desesperación y procura que Kin no lo vea.

Toma de nuevo las riendas de mi pensamiento cuando ordena:

- Abre las piernas.

Al principio, no lo hago, pero cuando mete ambas manos entre mis muslos y los fuerza a separarse, exponiéndome completamente, no peleo contra él. Sólo agarro el borde de la mesa con la punta de mis dedos y cierro los ojos con resignación. Mi mente está luchando contra la imposibilidad de lo que está ocurriendo.

No soy esto. No soy una mujer que se entrega tan fácil. Pero la cicatriz de raiton me arde como un cruel recordatorio.

Todo esto es por otouto. Naruto.

Sé que está mal y es asqueroso, todo para los ojos lujuriosos de ese hombre sentado ahí. Al menos, ese tipo no me está tocando. Taicho continua dos veces más con su ritual, sin tocar jamás mi entrepierna, si no únicamente jugando en los límites profanos, hasta que su mano mueve aún más mi vestido y me cuerpo se retuerce contra mi voluntad bajo su toque; siento mi propio trasero traicionero dirigirse hacia su cuerpo buscando más contacto, mis gemidos más sonoros cada vez.

- Sí, es bastante ansiosa. Mira esa piel. – aprieto los dientes ante la grotesca voz de Kin - ¿qué tan rosada la tiene por debajo de la tanga?

Taicho comienza a detenerse y comenta:

- ¿Sabes? Tal vez podrías mostrarme lo que tienes. La abriré un poco primero para dejarla a punto, y luego…

- No digas más – dice Kin con una sonrisa sádica en su voz.

Lo escucho levantarse de la silla y aprovecho para girar mi cabeza en la mesa. Aparece su figura a mi vista.

Su camisa esta fuera del pantalón, el cual ya está desabrochado, incluso sin los zapatos puestos. Una cosa grotesca le cuelga entre las piernas.

Ya se había estado tocando.

Se aproxima a lo que parece un gran armario, se detiene a medio camino y se voltea a Taicho. Parece estar contemplando algo intensamente hasta que dice:

- ¿Estaría bien si permito que mi esposa mire conmigo?

Después de una momentánea pausa, mi capitán responde:

- Una persona más no era parte del trato – reflexiona – pero supongo que estaría bien, ¿se encuentra abajo?

- Oh, perfecto – dice Kin frotándose las manos – No, la mantengo aquí. Es más seguro para ella por supuesto.

Ahora abre el armario de enormes puertas de par en par para revelar una entrada más grande que la de una habitación promedio.

¿Qué? ¿La esposa es un cadáver? ¿Una pila de huesos? Ni siquiera se ven respiraderos dentro del armario.

Sintiendo que esto ha llamado algo más que la atención de Taicho, miro hacia arriba, debido a que él se ha retirado de detrás mío. No tengo idea de lo que está haciendo, ¿es parte de la misión?

La - seguramente - habitación del pánico ¿era el objetivo real?

Uso el momento para recomponerme, respirar con calidad de nuevo y reacomodar mi vestido mientras la voz de Kin suena amortiguada:

- No estés tan sorprendido cuando la veas – parece como si estuviese presionando en una serie de números sobre un teclado plateado en la pared, en el interior del armario – en cierto modo, mi May-chan es como tu Sakura.

- ¿En serio? – Taicho dice ingresando en el armario con él.

Entran a otra habitación dentro del armario.

Su Narnia privado.

- Hai – contesta Kin – aunque ella es mucho más sumisa que la tuya.

Sé cuándo Taicho ha sometido al otrora ninja por el ruido fuerte en cuanto ingresaron al lugar.

Llegando en nada, observo la escena, ladeando un poco la cabeza intentando ver al fantasma de la esposa muerta.

Con Taicho presionando la cara de Kin contra la pared con una apretada corbata alrededor de su cuello, la piel se le está decolorando en un rojo oscuro con tonos purpuras.

El fantasma no es tal, sino el mero cuerpo a días de la muerte, en forma de una mujer que yace en un catre junto a la pared usando un vestido transparente largo de algodón blanco. Manchas de sangre y orina no sólo impregnan su ropa, sino la mayoría del suelo de la habitación.

No esta encadenada, simplemente está ahí, mirando como Taicho oprime a su esposo, sus ojos son espantosos.

La imagen de un nido de cucarachas en pleno auge dentro de unos ojos así me llena la mente con memorias.

Lo elimino antes de que pueda recordar más.

- En el armario – dice mi capitán presionando su cuerpo contra el hombre que está luchando – hay un maletín en el suelo. Tómalo.

Sin más, obedezco y abriéndolo, encuentro un collar. Uno totalmente hecho de plata con pequeños picos filosos y un sensor en su broche.

Un collar de esclavo. Se supone que un control adicional dicta sí el acorralado es electrocutado con pequeñas descargas o es liberado.

Dándosela, Taicho coloca dicho objeto en la garganta de Kin quien es soltado y jadea por aire, haciendo sonidos desesperados de ahogamiento. Y mientras intenta recuperar el control de su respiración, Taicho alcanza el bolsillo de su pantalón, el reloj de bolsillo que había llevado lo abre totalmente antes de hablar:

- Ahora, las cosas van a suceder de esta manera. Por desgracia, vivirás. Si fuera mi elección, te hubiera buscado anoche en el restaurante para darte muerte. Pero vas a vivir.

¿Qué está pasando? Puedo asimilar muchas cosas, pero este inesperado giro de acontecimientos, ¿de qué trata?

Taicho aprieta el botón del control del maletín del collar e inmediatamente Kin detiene el movimiento de levantarse del suelo. Sudor mana de la cara y su cuello.

Dándome su reloj de bolsillo, me indica:

- Léelo.

Pintado del mismo color que la caratula del reloj para esconderlo, existe un pergamino, muy pequeño. Al abrirlo, empiezo a leer en voz alta:

"Anata,

Ya no puedo más. Ya no puedo hacer esto contigo. He avergonzado a mi familia, a nuestros hijos, nos hemos avergonzado a nosotros mismos, Kin. Ya no te amo. Ya no me amo. No amo a nadie porque ya no puedo. No he sido capaz de sentir una emoción válida en seis de los doce años que he estado casada contigo. Ya no puedo vivir de esta manera. Muchas veces quise buscar ayuda, tal vez ser medicada, tal vez ser purificada. Pero después de tanto tiempo, después de años de querer ayuda esto comenzó a no importarme más.

Siento tanto que tengas que verme de esta manera. Siento tanto que no pudiera acudir a ti en busca de ayuda, pero estas igual de enfermo mentalmente que yo. Ahora sólo quiero que todo termine.

Eso es lo que estoy haciendo.

Lo estoy terminando.

Sayounara,

May."

El hombre no puede dejar de ver a su esposa. Su floja barbilla vibra mientras trata de retener las lágrimas, y aun así no siento una pizca de remordimiento. Por ninguno de los dos. Ambos son unos cerdos, solo que, a ella, la culpa la devoró antes que a él.

- ¿Por qué estás aquí? – pregunta Kin, su voz ronca estremeciéndose, sin dejar de ver a su mujer.

Taicho me mira con una orden en esos orbes.

Dentro del maletín también había una caja adicional cuya cerradura es un sello de sangre.

Colocando la caja en mis manos, Taicho rasguña con saña un dedo de Kin y la única gota cae sobre la cerradura de la caja.

- Toda la información distribuida en el interior de tu caja fuerte – la que sostengo – será utilizada como garantía por tu labor. Los nombres de tu larga lista de clientes, locaciones de tus operaciones subterráneas, los videos de evidencia sobre las múltiples violaciones que tu querida esposa grabó de los que no sabías nada. No es necesario recordarte que guardas aquí.

La caja la mete a un maletín de cuero cual portafolios.

- La muerte de ella se manejará como un suicidio – continua Taicho y estoy aún más confusa – todo lo que tienes por hacer es esperar una hora después de que nos hayamos retirado para que hagas el anuncio.

Kin asiente, ningún signo de lucha en su cuerpo, mientras el sudor y las lágrimas caen de su barbilla y cejas.

La mujer estira su mano intentando alcanzarlo, pero cae sin vida menos de un segundo después. Dos jeringas vacías yacen cerca de sus piernas. Drogas. Marcas de agujas por el resto de su cuerpo, brazos, tobillos, incluso en la hendidura entre los dedos. Ni siquiera tuvo el valor de esperar el dulce beso de la muerte con dignidad y correcto arrepentimiento.

Cobarde.

- Ella es el objetivo – me confirma Taicho.

No dice más. No espero. Me enfilo a la estantería que fungía como mini laboratorio de química.

Con todo el resentimiento por lo que he pasado en las últimas cuarenta y ocho horas; por el odio que tengo por mi debilidad; por todo el rencor contra los que me hicieron exhibirme tal vulgarmente; con la mentalidad de acabar con todos estos personajes asquerosos en el planeta, preparo el objeto y con todo el descuido del mundo, preparo la jeringa dejando que una burbuja de aire quede dentro.

Arrodillándome a su posición, entre ella y su esposo, la miro con disgusto a los ojos antes de decirle una frase:

- Kami-sama vil ikke tillate din forløsning uten oppriktig omvendelse, ber jeg for din rettferdige straff.

"Kami-sama no permitirá tu redención sin sincero arrepentimiento, rezo por tu justo castigo"

Apuñalo en una estocada inyectándole una dosis mucho más alta, y la burbuja de aire hace su trabajo.

Su cuerpo deja de tener cualquier movimiento motriz y fisiológico cuando sus pulmones dejan de hincharse. Sus ojos se quedaron abiertos con esa forma sin alma tan tortuosa que seguramente conservo por años.

Kin reacciona cuando el cuerpo de ella cae al suelo de mármol frío y su cabeza hace un horrible sonido, para posterior, dejar salir un charco de sangre pútrida, células nadando en químicos.

Él grita su nombre una y otra vez, desplomándose junto a ella, su cuerpo temblando con emoción mientras la acomoda en su regazo, susurrándole palabras ininteligibles.

Me levanto con naturalidad y mucho más calmada que antes, sintiendo a Taicho inamovible de donde se había quedado.

No tiene expresión en su rostro, pero detecto que está buscando en mis ojos por alguna señal.

Levanto la barbilla en reconocimiento hacia él y asiento una vez, incluso yo siento la firmeza en mi mirada; es casi como si hubiera recuperado algo que perdí hace un tiempo.

Él respira y el hinchamiento de su pecho aparenta que se siente aliviado, aunque nada haya cambiado en su lenguaje corporal.

Dándome paso a la salida, él sólo ordena a Kin, quien sigue llorando quejosamente en el suelo.

- Una hora. Es tiempo suficiente para armar tu historia.

- ¡Vete a la mierda! ¡Vete a la mierda! – grita Tsuchi Kin, saliva sale disparada de su boca. Nos señala apenas levantando su rostro unos centímetros del suelo - ¡Vayánse a la mierda!

- Nunca hubiera pasado – añade Taicho.

Antes de entender a que se refería Taicho, me insta a salir, cerrando la puerta del armario detrás nuestro.

Y así como aquel armario, siento cerrar las puertas de un capítulo lóbrego de mi vida.


El regreso a Konohagakure fue envuelto en un misticismo de ebriedad fúrica de mi parte y el silencio tenso de parte de Taicho.

El carro lujoso acarreado por hermosos corceles fue abandonado a la mitad del camino al hotel, al igual que todo el equipaje innecesario.

El escuadrón de espionaje tenía órdenes de retirarse después de la confirmación del éxito obtenido de Taicho, por medio de su invocatoria cuervo, Hōrai; así que ellos se encargarían de deshacerse de los ridículos trajes y otros neceseres que existían en el hotel.

Descalzándome, aun vestida estrafalariamente empecé a correr al tiempo que Taicho, a través de los árboles.

A diferencia de él, con únicamente calcetines colocados, no me costaba correr. Era una criatura del bosque corriendo a toda velocidad, mientras que la tela de su esmoquin lucía incómodo para correr sobre árboles de quince metros, aunque en su cuerpo, únicamente parecía una segunda piel que se movía con la distinción por la que era tan reconocido.

Se detuvo a unos diez kilómetros lejos de la residencia privada de Kin, y ahí note nuestras mochilas originales. Abriéndola a toda prisa, confirme el contenido total de mis cosas. Uniforme, botas, mis armas, todo estaba aquí.

Estaba levantándome, dispuesta a alejarme unos pasos entre los árboles medianos tropicales, mezcla entre palmeras y arbustos grandes, para poder cambiarme sin incomodidad por mi desnudez hasta que escuche detrás de mí, la voz de barítono de mi capitán:

- No desgastes el vestido. Lo necesitarás de nuevo. – se detuvo un momento, sólo para decir – Pronto.

Y me cuesta decir, admitir, que fue la gota que rebalsó el vaso. Aun con el sentimiento de sus… nalgadas sobre mí, y la contrariedad entre la excitación y la vergüenza por sentir sus manos y labios en mi cuerpo, estaba furiosa, debido a que todo esto no fue más que un circo.

Me gire hacia él, arrojando con brusquedad mis cosas a un lado, acercándome con violencia hacia su espacio personal.

Él estaba inmutable con apenas su chaleco del elegante traje en sus manos, apenas retirándoselo, viendo cómo me paraba frente a él con rabia en los ojos.

Me dije a mi misma que debía calmarme, pero todo en lo que podía concentrarme es que me sentía humillada en las últimas horas:

- Iie. – fue mi única palabra contenida en mi fuerza de voluntad para no romper algo.

Él me miro con una ceja alzada, luego la bajo, me miro con indiferencia por encima de su nariz, y por un segundo pareció suspirar, notándose aburrido.

Me dio la espalda mientras colocaba su saco en un gancho donde colocaría el resto de su traje, sobre una rama baja. Me contesto monótonamente mientras colocaba su saco con destreza:

- No te estoy preguntando. Es una orden y acatarás según las instrucciones que te dé. – lo dijo de una manera tan tranquila que lo envidie.

- Iie.

- Estas estresada porque fue tu primera misión de este arquetipo. Estimo que requerirás una o dos sesiones de terapia con Yamanaka-san…

- Iie.

- Es normal para las primerizas – acomoda su corbata con elegancia – deberías haber solicitado más consejería de parte de Ophi-san.

- Dije que no. – mi voz era, en este punto, una mueca de la agresión que le esperaba sino me escuchaba.

Estaba abriendo los primeros tres botones de su camisa negra cuando dijo:

- Es tu deber como shinobi. No tienes opción y harás exactamente lo que te digamos que hagas.

No pude contenerme más y exploté cruelmente contra él:

- Puedes ser la excelencia shinobi que quieras Taicho, adelante, es tu sueño condenadamente mal, ¡Hazlo! Pero jamás volveré a aceptar esta porquería. ¡Jamás, escúchalo! No tengo porque ser ultrajada así, no aceptaré que mi cuerpo sea una moneda de cambio, ¿Por qué? Porque no soy un shinobi. No uno real. ¡Te lo he dicho! ¡No lo soy! Pelearé por ti, mis manos y espada están a tu servicio, cada día que lo pidas, lo sabes, pero ¡¿esto?! – estiro mi tonto vestido transparente rompiéndolo en el proceso – Esto. ¡Puedes quedártelo! ¡póntelo!, adelante, lúcelo en el cuerpo que quieras, ¡pero el mío no se vende así! ¡Jamás!

Una mano imponente tomo con brusquedad mis muñecas evitando que subiera mi vestido más allá de las costillas en mi intento por quitármelo con violencia.

Elevando la mirada a la suya, estaba molesto, pero poco me importaba:

- ¿Tanto lo quieres? ¡Tómalo! – y volví a la carrera intentando quitármelo, pero sus muñecas me evitaban el movimiento.

- Esto es inmaduro de tu parte – declara viéndome como si fuera una niña fastidiosa de cuatro inviernos.

- ¿Inmaduro? ¿Valorarme es inmaduro? ¿Desear no exhibirme como un pedazo de filete es inmaduro? ¿Qué, mi poder no es suficiente para ti? ¿Sabes que es inmaduro? Que tengamos que estar haciendo esto. Una palabra tuya, un genjutsu bastaría y esto no tendría por qué haber sido así. ¡Eso es inmaduro! Toda está... – me atasco con las palabras en mi furia - …obra de teatro, ¡¿para qué?! Sólo para humillarme como si fuera un trozo de carne.

- ¿No es eso lo que eres Sakura? – me dice, más que preguntar, con saña cruel.

Me estremezco por la seguridad con la que lo dice, sus ojos son tan distintos a los que conozco, manchados en Sharingan y viéndome como quien mira a un insecto.

- Eres sólo un objeto más que utilizar Sakura – comienza – eso dijiste cuando te prometiste junto a Sasuke por la seguridad de Naruto-kun. Que serías el arma perfecta, sin quejas ni reclamos, ¿no es así? A menos que tu memoria haya fallado, tú misma te entregaste como un instrumento para ser usado al antojo que se requiera de esta y de cualquier misión.

Endurezco la mandíbula, sabiendo bien que lo que dice es verdad, pero, aun así:

- Sabes bien que no lo dije en ese aspecto. Mis habilidades, mi potencial, mi fuerza son suyos, pero la profanación de mi cuerpo es… - lo miro con enojo cuando me interrumpe.

- ¿Qué Sakura? Es lo básico. Dices que estas dispuesta a todo con la finalidad de proteger a Naruto-kun, esclavizas a los demás en trampas verbales, pero cuando se te exige lo mínimo, resulta que sólo eres una niña aterrorizada por ser tocada un poco – me susurra al oído – sólo eres eso, una niña, Sakura.

Sus palabras me golpean tan cercano a mi corazón que me siento débil por un momento, es incluso me siento a mi misma alejándome de él, retrayéndome, quiero alejarme a toda costa, pero sus manos no me sueltan e incluso me hace caminar velozmente hacia atrás golpeándome contra el tronco de un árbol.

Ni el golpe en la porción escamosa del hueso occipital en la parte posterior de mi cabeza ni el aire húmedo de la costa que sube por entre mis piernas me hacen sentir tan ínfima y reducida como su rostro endurecido con desagrado.

- No es así – trato de defenderme murmurando entre dientes – No soy-

- Entonces dime, ¿qué eres Sakura? Dilo. – su voz cambia por mucho mientras suaviza tenuemente su mirada antes de endurecerse de nuevo un segundo después – O acaso, ¿no puedo maltratarte igual que lo hace tu querida Obāsan?

Su pregunta burlona golpea algo dentro de mí. Entre la tristeza, por sobre el enojo y encima de la vergüenza que siento, el desasosiego por su nulo apoyo, por sentirme tan hastiada de sentirme inútil y utilizada en los últimos tiempos, algo en mi interior, muy escondido hasta entonces brinca con fuerza en mi pecho, llenando mi cerebro con pensamientos frenéticos y palabras estrafalariamente tranquilas:

- No te atrevas a hablar así de ella – incluso yo misma sentí mi rostro ensombrecerse, el aire empezó a mecerse frío, al igual que el cielo se llenó de nubes grises cargadas, y el silencio antinatural del bosque se hizo presente – no tienes una idea de cuanto me ama, cuanto ha hecho por mí.

Mientras más hablaba, sentí mi propio espíritu ser reconfortado por los elementales a mi alrededor, susurrándome palabras de ánimo. No me importo y decidí que él merecía una lección. Una dura lección:

- Ella es mi familia, mi mundo, ¿tú que eres, shinobi? – lo mire con diversión en los ojos, burlandome - Sólo eres otro asesino más con licencia en el mundo.

Me miro alzando la barbilla, cautela en sus ojos dentro de su estúpido hermoso rostro, brillo antes de seguirme escuchando cuando hable tan pausadamente, con sobriedad envidiable:

- Es curioso que tengas las agallas para reclamarme algo sobre la familia, Taicho – dije con sarcasmo nada velado – especialmente, cuando se te consideraba como el principal perpetrador contra tu clan, hace diez veranos.

Su mano, casi como por instinto, enseguida subió a mi garganta, ahorcándome. Me mofé.

- Adelante, puedes matarme, pero eso no evita que las grandes cabezas de Konohagakure, tu amada aldea, propusieron en algún momento, declarar el final del clan Uchiha. Bajo tu mano.

- Mentira – apretó su mano contra mi cuello.

El aire se me escapaba poco, no estaba apretando realmente, estaba demostrándome que podía matarme. Era distinto. Aunque sus ojos se veían furiosos y confundidos por un segundo.

- Ah… ya veo, nunca te lo dijeron – susurre ahogada con sátira – …por eso Shimura hablaba tanto de tu grandeza perdida. Verás, cuando tienes acceso a muchos secretos sellados con sangre del antiguo Elder, no puedes evitar revisar unas cuantas cosas prohibidas.

- La curiosidad mato al gato Sakura – dijo entre dientes fuertemente apretados.

- Pero ya sabes, la satisfacción lo trajo de vuelta Taicho. ¿Sabías que el Elder y todo el comité de decrépitos ancianos al lado del Tercer Hokage, planeaban ejecutar a tu familia completa, incluyendo niños? ¿A tus primos recién nacidos?

Se estremece casi imperceptiblemente y sé que tengo completamente su atención enfocada en esto ahora.

- Algo sobre que el clan Uchiha era un estorbo, una carga para la aldea, planeaban ciertos sucesos que podrían ser considerados traición, pero a los ojos de este trozo de carne Taicho, sólo querían eliminarlos para no lidiar con ustedes, saqueando y tomando todo lo suyo en nombre de la sanidad del Pueblo. Un clan cofundador no debía ser tratado así. Aunque a tus oídos no te importa lo que la escoria frente a ti piense. Imaginarás mi sorpresa cuando propusieron un único nombre en el pergamino como el asesino ejecutor. Nunca adivinarías quien fue, querido Taicho – dije burlona, aunque no tenía tanto aire como antes.

Me estrangula un poco más, mirándome con una molestia real esta vez. Sí, era ira lo que veía en esos ríos carmesíes suyos, así como confusión y un poco, sólo un poco de dolor, así que deje salir una sonrisa sádica.

- Sí Taicho. Ese asesino, letal, comprometido con tu querida aldea – trate de inclinarme más hacia él, retenida por sus largos y finos dedos – serías tú.

- Basta – declaro con una pesada voz siniestra – no te ha gustado como te hable y ahora presentas insubordinación a tu capitán. Reza para que no se te castigue permanentemente Sakura.

- Insubordinación dices. Pero si te hubieran dado la misión Taicho, lo hubieras hecho – dije maliciosa – más cuando la única condicionante era permitir que siguiera con vida tu persona más preciada …

- Basta – declaró siniestramente.

- Tu amado Sasuke. – dije agonizantemente contenta por su visible sufrimiento mental.

Me apretó aún más el cuello un segundo, antes de soltarme agresivamente.

Tosí fuertemente, sosteniéndome compulsivamente contra el tronco, cerrando los ojos para que los lagrimales se activarán y volvieran a refrescar mis ojos.

Con los brazaletes antichakra destruidos hace kilómetros envié ninshu a mis pulmones para restaurar su normalización a la brevedad.

Reí con ironía, dedicándole una mirada al shinobi que me observaba con recelo, pero para que conmigo, parecía estar procesando las palabras. Su propia mano estaba ligeramente temblando, apretándose consigo misma.

- ¿Ves? No soy un shinobi, pero tú sí. En toda la extensión de la palabra. – Lo miré con rencor – A diferencia de ti, soy capaz de muchas menos cosas, pero onegai - por favor -, Taicho, agráciame con tu enorme sabiduría, tu complejo de salvador. Adelante, dime cómo debo salvar a mi propio hermano, así como tú con el tuyo – declare con inigualable sarcasmo marcado en una expresión amarga.

Me miro como si no aguantará verme en ese momento. Sabía que lo que estaba haciendo estaba mal. Era erróneo. Él jamás me había lastimado antes, al menos no antes de esta misión; sabía que tenía que descubrir que era lo que pasaba con él o que intentaba, pero me enfrasque más en mi decisión de ojo por ojo.

Algo que reforcé en el momento en que toda su faz cambió, de un momento a otro; cuando me arrepentí completamente de mis palabras al ver sus hombros caerse tan sólo un milímetro y esa chispa en sus ojos se apagó definitivamente. Se estaba rindiendo conmigo.

Supe que había cometido un grave, un error colosal mientras mi corazón se hundía en la angustia.

Su voz, dura, sólo dijo:

- A partir de ahora, puedes considerar que eres completamente libre, actúa como desees, no me inmiscuiré más en tu vida, Sakura. Sólo no acciones nada contra la Aldea y coexistiremos en paz.

Arrepentida, observando cómo se daba la vuelta para tomar sus cosas y caminar con erguida lentitud, susurré desesperada:

- Taicho, no…-

- Informaré a Hokage-sama del éxito dentro de Iwagakure. Adicional a ello, una disculpa – detiene su caminar, sin girar a verme, sólo su cuerpo esta parcialmente vuelto – por mi enorme descuido al tratarte así. Mi intención con esta misión era que pudieras darte cuenta de que no sólo eres un objeto al cual reemplazar. Eres una persona muy fuerte, mental y físicamente. El saber que pudiste negarte y lo hiciste, con tu propia voluntad… que tienes una vida fuera de tu… que no eres sólo… - respira profundo antes de continuar - Lamento mi error. Me disculpo por ello. Por tal causa, evitaré volver a causarte una impresión de esa manera. Por supuesto, no volveré a incluirte en ningún tipo de estas misiones. Tienes razón en negarte. Tienes razón en… muchas cosas.

Se dio la vuelta completamente, dejándome ver su espalda en marcha hacia otra parte. Las sombras de los árboles consumían su alta figura.

- No Taicho, onegai, necesito decirte… - mi voz sonaba desesperadamente aguda a este grado.

- Suficiente. – Hablo con orden en su voz – Regresarás a Konoha, como está previsto y retomaras tus actividades.

Me estaba despidiendo.

- Taicho, onegai, hablemos… - dije derrotada.

- Tienes una orden, Sakura. Vete. – su voz sonó tan dura al final. Más una petición para dejarlo solo que como una orden del capitán.

Mire su espalda mientras él seguía colocando sus cosas sobre el gancho de ropa. Sus dedos temblaron levemente y fue cuando supe que debía retirarme de inmediato.

Mi corazón se sentía pesado, no entendía donde se había torcido todo, pero algo era una obviedad. Enojada no podía pensar con claridad y él, siendo el lector de almas que es, había presionado justo en un nervio clave; a cambio, ataque con todo. Quise devolver el golpe y ahora estoy arrepentida. Debo retirarme antes de hacer algo peor.

Tomé mi mochila, sin cambiarme de ropa y dedicándole una última mirada, sólo pude susurrar con tristeza antes de levantar mi mano para chasquear mis dedos y que me llevará lejos el jutsu de teletransportación. Algo que espero, me pueda creer que lo digo de corazón:

- Lo siento.


Sus puños se apretaron cuando dejo de oírla:

- Yo también, Sakura. Yo también.


Dos semanas después.

Con paso decidido, recién duchado, sintiendo su cola de caballo balanceándose con cada paso a su espalda, con un ayuno de varias horas – o días -, caminaba con su habitual pasividad transmitiendo la seriedad propia por la que estaba en la prisión.

Pidiendo permiso a Kakashi para que hoy pudiera interrogarle antes de él, el copia ninja no tuvo ningún problema. De hecho, con los nulos avances a Obito, se está previsto que se le obligaría a ser participe en un intercambio con Morino Ibiki. Aunque eso sería después de esto.

Primero necesitaba respuestas, específicamente honestas, e Itachi las iba a conseguir.

Llegando al pasillo de las celdas, siente los ojos de los guardianes de Raíz sobre él. Lo tratan con el mayor de los respetos ahora, pero no duda que sigan siendo leales a Shimura.

Se detiene con las manos sostenidas por detrás, demostrando que está ahí con toda la paciencia del mundo. Su primo segundo, con su único ojo, lo mira al otro lado del vidrio fortalecido y pareciera que su presencia, la única visita de Itachi hasta el momento, hace que Obito lo mire arrogante alzando la nariz, aunque sea él quien está encerrado y vigilado las 24/7.

Ninguno habla ni se dirigen falsos modales. Simplemente se observan cada uno con un nivel de templanza dignos de los linajes políticos antiguos.

Eso hasta que Obito sonríe resoplando:

- ¿A qué debo el honor de tan noble visita?

Itachi tiene clara una visión. Una horrible pesadilla que a veces compite con aquella en donde es Sasuke quien sufre.

Una misión de escolta para proteger al Señor Daimyo desde su castillo hasta la Tierra del Fuego cada junio como parte de sus diplomacias. El equipo dos de genin fue asignado para realizar dicha misión.

Un equipo Anbu estaba oculto como la verdadera escolta.

El futuro Hokage respondió calmadamente:

- Necesito que contestes con honestidad. Nada más, nada menos.

Un hombre enmascarado apareció brincando en la distancia. Su máscara solo mostraba un ojo y su cabello lucía alborotado y largo por encima. Todos, caravana y Anbu, se desmayaron para cuando él se detuvo. Salvo Tenma y él mismo.

- Itachi-kun, en este punto, deberías saber que soy la honestidad en persona. – declaro burlonamente el hombre encerrado.

Respirando profundo, permitió que los recuerdos aparecieran sólo un momento, sólo para encontrar las palabras correctas para su pregunta, aunque era innecesario. Itachi ya sabía que quería decir.

- ¿Por qué me elegiste a mí? – dijo serio, con imponencia en esa voz profunda.

Los cuerpos fulminados de todo adulto mayor e incluso de Shinko, su compañera genin, de once años, y de Minazuki-sensei, estaban desperdigados de donde quedaron en pie, ahora totalmente inconscientes. El hombre ni siquiera había tocado a ninguno de ellos y de alguna manera, los durmió al mismo tiempo.

- Oh, pero Itachi-kun, existen tantas cosas que hice por ti. Deberías ser más específico al respecto – contesto sarcástico Obito, burlándose evidentemente.

Itachi sintió pánico en las venas, toda la sangre se le escapó del cuerpo realizando una estadística a tiempo voraz, sabiendo que con este hombre no habría escapatoria. No con ese nivel, no con ese poder. Tenma, su compañero genin de once años y él mismo de ocho, fueron los únicos que se libraron del poderoso genjutsu, aunque algo le decía a Itachi que fue deliberado de esa manera.

Tenma sacó su kunai de su correo en el cinturón.

- Hace quince años atascaste al equipo genin, que fungía como escolta del Daimyo a la Tierra del Fuego – entrecerró los ojos a Obito, que aparentemente ya sabía a donde se dirigía Itachi.

Su sonrisa criminal parecía patentarse a cada segundo que ambos pelinegros se miraban con simulada indiferencia.

"Quédate atrás", fue lo último que escucho de Tenma.

- ¿Es esto lo que más te atrajo a mí, Itachi-kun? – ronroneo con sus brazos cruzados sobre su pecho, sonando triste.

Tenma se encarrero y enfrento al hombre enmascarado. Itachi estaba congelado con la intensión asesina prominente que apareció de repente rondando sobre el misterioso hombre.

- Me pregunto porque este recuerdo tuyo, te está causando tanto conflicto – dice Obito luciendo aburrido.

- Limítate a responder, ¿por qué me elegiste a mí? – pregunto con seriedad Itachi. El encarcelado lo miro con saña por un momento.

Tres segundos después el característico olor metálico de la sangre se impregnó en la tierra cuando Tenma fue atravesado de lado a lado por una katana que apareció de la nada en la mano del sospechoso.

El genin, ruidoso y lleno de lealtad al equipo dos, murió instantáneamente.

- Mejor cuéntame Itachi-kun, ¿por qué no agradecerme? Desperté tu Sharingan, cuando tal vez hubieras tardado uno o dos años más tarde; al contrario, tu amigo y yo te ayudamos infinitamente. – dijo orgullo Obito, ignorando aquellos ojos entrecerrados oscuros que lo veían al otro lado.

Shinko, su compañera genin, ahogada en el dolor y evitando más perdidas, abandono el camino shinobi y se retiró a la vida campestre el resto de sus días.

- No era tu elección arrebatar la vida de Tenma – comento Itachi sonando indiferente, aunque por el hecho de mencionar su nombre era suficiente para indicar cuanto le dolió al Uchiha su asesinato.

Minazuki-sensei lo despreció un tiempo, retrasando su progreso dos años continuos, rencoroso por creer que Itachi pudo evitar la muerte de Tenma, cuando realmente el hombre tampoco pudo contra el poderoso genjutsu.

- Y, sin embargo, ahora eres considerado el Uchiha más poderoso de tu generación, sólo con el amable de Shisui detrás de ti. Te. Hice. Un. Favor – recalcó marcadamente con presunción.

Itachi nunca olvidará, a sus ocho años, el día en que su amado Sasuke, miró por primera vez sus ojos rojos admirándolos, el Sharingan activo cada vez que recordaba a Tenma y su dolorosa muerte a manos de Obito.

- Aun no me respondes – no se inmuto Itachi - ¿por qué elegirme a mí? Existían personas dentro de nuestro clan aún más apegadas a tus… creencias, que mi persona. Mi perfil jamás se adaptaría a lo que tú buscabas para tus planes.

Obito se despegó de la pared por primera vez y se acercó frente a Itachi, colocando sus manos a sus costados, mostrando que no le temía a su interrogador.

- Oh… pero Itachi-kun, eras perfecto. Eres el prodigio por naturaleza, el haber manipulado tu mente hubiera sido una delicia, especialmente por todas las estrepitosas expectativas que tenían sobre ti.

El criminal mueve su mano intentando dar rienda suelta a sus ideas.

- Todos tenían sus ojos puestos en ti, incluso aquellos que no eran del clan. Desmiénteme, pero ¿no hubiera sido mejor que te dejaran ser tú mismo en tu infancia? ¿Disfrutar de jugar con tu primo y tu hermano sin la necesidad de lavarte las manos después de degollar la cabeza de alguien?

Itachi no se movió, ni respondió, mirando fríamente al demente de su primo mayor mover animadamente sus manos mientras seguía explicándose:

- Imagina un lugar donde todo eso, la sangre, la violencia, las transgresiones no sean necesarias, no se necesiten para poder vivir en paz. – se dirigió a los ojos aburridos de Itachi – Yo vi eso en ti. Era tu voluntad. Era evidente que tu objetivo era el mismo que el mío, Itachi-kun. Por eso fuiste elegido.

- ¿Es por ello por lo que iniciaste los rumores sobre un golpe de estado de parte del Clan Uchiha a la Aldea Oculta entre las Hojas? – cuestiono Itachi completamente serio.

Obito lo miro entrecerrando su ojo único. Sonrió cuando comprendió lo que quería decir su primo menor:

- Entonces ya sabes que fui yo quien instigó la idea.

- Averigüé, sí. Todos los principales alborotadores dieron una descripción vaga, pero sus memorias contemplaban el uso de una máscara de un solo ojo.

- Hai, los coloque a todos en genjutsu para que olvidaran mi presencia, y pensaran que fue su idea original; aunque me causa curiosidad Itachi-kun, ¿por qué estamos hablando de esto? – cuestiono Obito sonando realmente curioso.

- ¿Admites entonces también ser el autor intelectual y material sobre el ataque del Zorro de Nueve Colas hace diecinueve años a través del uso del Mangekyō Sharingan?

La pregunta fría de Itachi, no sólo dejo congelado a Obito, sino también a Kakashi que estaba justo detrás de él en la oscuridad recargado en la pared con brazos cruzados, mirando con una nueva mirada al culpable de la muerte de su sensei. Los propios escoltas de Anbu Raíz emitieron un aura oscura y siniestra. Si bien no tenían tanto amor por la Aldea, muchos de ellos vivieron ese día cuando eran realmente jóvenes. El ataque termino con la familia del Cuarto Hokage y un periodo oscuro comenzó dentro de Konoha.

Muchos, demasiadas personas, odiarían al verdadero culpable. Uno que actualmente mira con rencor a Itachi.

- Eres bastante astuto Itachi-kun. Definitivamente serías perfecto para mis planes; aunque me temo que ya no eres tan importante.

- ¿Admites ser el asesino del Cuarto Hokage y por ende de su familia? – interrumpió Itachi sin considerar la indignación de Obito.

Obito resoplo en ese momento. Acto seguido sonrió con vanidad mientras miraba a Itachi con maldad en ese ojo oscuro.

- Ambos sabemos que no asesine a toda la familia – las palabras salieron tan desgarradoras y maléficas que se pudo sentir la frialdad en la celda por la animadversión del criminal. – Todos aquí sabemos cuan vivo está el pequeño retoño de sensei.

Kakashi, transpiraba intranquilidad ante la verdad contada, incrédulo a lo que estaba escuchando.

- ¿Admites ser el conspirador detrás del intento de Golpe de Estado Uchiha hace diez años? – siguió cuestionando Itachi sin ceder ahora que el hombre hablaba.

- ¡Hai! – levantando sus manos Obito se movió alrededor de la celda – ¡y no tienes una idea de lo fácil que fue! La gente realmente odiaba a la Aldea, Itachi-kun – lo señala con el dedo índice – si quieres vivir en tu burbuja de felicidad, adelante; pero no era así. Había gente que le encantaba la idea de volver a mancharse las manos de sangre. Todo estaba previsto para que el clan fuera exterminado en breve. Si te hubieras unido a mí, nuestra meta de la paz ya hubiera llegado a su conclusión, pero noooo. Elegiste seguir a Obasan-sama y sus estrafalarias ideas.

Itachi frunció el ceño internamente cuando Obito dejo salir algo crucial. Decidió preguntar de inmediato:

- ¿Cuál era tu plan exactamente con el clan Uchiha?

Al igual que un gato enfermo de pus, Obito sonrió con maldad.

- El mismo de siempre, Itachi-kun. Porque el gran Madara decreto que el clan eran un cúmulo de huesos traidores y debían exterminarse como la basura que son.

- Obito, no me gusta repetirme – hablo con potencia en la voz Itachi - ¿cuál era tu plan con respecto al clan Uchiha?

Obito se rio con una carcajada forzada lanzando la cabeza hacia atrás. Su cara deforme sólo afeaba sus características físicas a un modo grotesco cuando miro con encono a su primo menor:

- A estas alturas, ya debes saberlo. – bajo la voz, acercándose más a donde estaba Itachi de pie, sin cruzar el cristal – El inútil de Hiruzen nunca le negó nada a Shimura Danzo, ambas escorias, ambos un par de dinosaurios que ya no podían pelear sus propias batallas; por eso, sabia, que poner en contra a la Aldea contra el Clan Uchiha era la mejor política para ellos. No iban a mancharse las manos, no cuando Hiruzen ya tenía sospechas de haber dejado escapar a su estudiante serpiente cuando lo atrapo haciendo experimentación humana. El mismo Shimura también tenía sospechas en su historial por el rapto de huérfanos para esclavizarlos, así que estaba seguro de que mandarían exterminar al clan del Sharingan por sus planes de traición. No importaba que fuera un cofundador, no importaba que fuera el clan más fuerte dentro de Konoha, no importaría, siempre y cuando el ejecutor de ellos, fuera un mismo Uchiha. Alguien que, con una mente tan joven, podía manipularse fácilmente. – miro con sadismo al menor - ¿no te parece un plan perfecto, Itachi-kun?

El Uchiha menor aprieta los puños al escuchar las palabras de su primo. Le hace recordar aquel pergamino que la misma Hokage, con un aire de empatía y solemnidad, le dio en la privacidad de la Torre Hokage, cuando él pidió interrogar a Danzo en persona, pero le fue negado, hasta el día de su juicio. A cambio, le dio la misión firmada por el Tercero titulada: "Masacre Uchiha".

Ni siquiera tuvieron a bien esconder sus intenciones, fechada en la misma semana en que Shisui fue atacado por el Elder.

No era tonto. Sabía que las acciones de su familia no eran bien vistas en aquel entonces y ameritaba una sanción e incluso más allá, si se escuchaba el rumor en las calles de su aldea, la frase: "Golpe de Estado", los mismos civiles hubieran solicitado su mudanza o algún castigo.

No fue tan sorpresivo, como lo fue de decepcionante; porque incluso a sus veintitrés años tenía un grado de respeto por el Tercero. Aquel noble anciano que tantas veces lo comprendió y trataba de animarlo con palabras agridulces. Ahora lo sabe mejor. El anciano, por muy noble que haya sido, siempre coloco a su amistad con el Elder por encima de la salud de Konoha; por eso jamás se acercó por si mismo a arreglar el problema con Uchiha, por eso no se opuso ante la idea de una masacre, de hecho, fue él quien les decía a Shisui y a Itachi que debían prepararse para lo peor.

- Ya veo, no luces impresionado, ni sorprendido. ¿Qué tanto sabes Itachi-kun, que ahora te ves entristecido? – cuestiona Obito, ignorando que a todas luces, se muestra ahora como un demente psicológico. Altamente peligroso.

Itachi miro a su primo, cuestionándose una última cosa:

- ¿Alguna vez creíste que tu plan funcionaría de verdad?

Abriendo con incredulidad su ojo, para posterior entrecerrarlo con rencor, contesto con una voz profunda, sumamente seria, la misma con la que Itachi lo recordaba en su juventud:

- No es cuestión de fe. Es cuestión de realidad. Todo estaba cuidadosamente organizado para que fueras tú o Sasuke, quienes tomaran mi lugar dentro de mi plan. La matriarca les hizo un flaco favor al salvaguardar al clan por otros tantos años más, pero definitivamente, te consideraba como el genio cuya grandeza llevaría a la nueva generación del clan a su nuevo nivel. Shisui es demasiado leal a la familia y al clan, terminaría suicidándose antes de elegir, pero ¿tú y Sasuke? Son distintos.

A Itachi no le gusto como sonó eso, pero estaba hablando con un demente. En este punto, no importaba lo que dijera Obito. Asintiendo una vez, se despidió:

- Agradezco tu sinceridad Uchiha Obito. – dando media vuelta, Itachi procedía a salir antes de ser interceptado por una pregunta del criminal.

- ¿La pelirosada es ella? ¿Tu bruja?

Itachi siguió caminando, fingiendo que no escucho nada, pero Obito continúo alzando la voz para preguntar:

- Cuando la Yama-uba se entere de que es tu amante, te asesinará – tiró un cebo.

Cebo, que Itachi, aunque no quería, tomo. Detuvo su caminar, sin girar su cuerpo, asimilando lo que acababa de decir su primo mayor, escuchándolo:

- Oh, así que ya sabes sobre la Yama-uba – se rio maléficamente – me pregunto si ya la has conocido. Dime Itachi-kun, ¿el jinchūriki te presento a su querida Obāsan? ¿te han hablado de ella acaso? – se enderezó en toda su altura – Iie, por supuesto que no. No eres digno.

Suspirando internamente, Itachi pensó a toda velocidad si valía la pena voltearse y saber que Obito tendría las riendas ahora o, se dejaba de tentaciones y se alejaba del lugar. Al final, le había prometido a ella alejarse de su vida personal.

Obito tomo esa decisión por él:

- ¿Sabías que las brujas como tu pelirosa deben beber la sangre de los bebés recién nacidos para seguir existiendo?

Itachi entrecerró los ojos con molestia por la mentira al girarse parcialmente a Obito, quien, al notar la reacción de su contraparte, sonrió más ampliamente:

- ¿A qué no sabes nada de ella, no es así?

- ¿Y tú sí? – pregunto sonando monótono Itachi, pero se sabía que su expresión había dejado entrever su enojo.

Obito sonrió astutamente.

- Te propongo algo. Como dicen las de su clase, un favor por otro favor – Itachi entrecerró otro milímetro los ojos, al saber que Obito evidentemente tenía más información que él mismo – Te diré el nombre de quien te puede decir todo lo que quieras sobre la Yama-uba. Sin restricciones. Sin limitación alguna para hablar.

Aunque sabía que era una trampa, Itachi veía que Obito decía la verdad. Él mismo tenía información oculta, ya que parecía saber tanto, y no de Sakura, si no de la anciana.

- ¿Por qué esta persona y no tú mismo, me dirían sobre ella? – cuestiono Itachi sintiendo la mirada de Kakashi, cuestionándole que está haciendo.

- Porque esta persona… – sonrió gatunamente – …fue su aprendiz.

Entrecerrando los ojos, el Uchiha menor estaba a punto de preguntar, pero fue interrumpido por el mayor:

- Antes de que digas nada, sí, esta persona sigue con vida, puede hablar, puede caminar, y es alguien que, digamos, - miró a Itachi con una ceja alzada – bueno, dejémoslo hasta ahí. ¿Trato?

Alzando su mano, el preso estaba trazando una X en su propio brazo sin mangas. Dos líneas perpendiculares de tenues verdes aparecieron donde lo dibujo. Obito sabía evidentemente cosas que Itachi no.

La curiosidad lo estaba desbocando, pero estaba contrariado porque no era su deber. Lo prometió, y en cambio, a dos semanas de su discusión, ahora podía resolver varios misterios.

- ¿Qué quieres a cambio? – pregunto finalmente sintiéndose culpable y ansioso por información.

- ¿Qué más podría ser Itachi-kun? Dame al jinchūriki, tráelo ante mí. Deseo hablar con él.

Itachi se negó de inmediato internamente. Imposible. Aunque fuera cualquier otro tipo de información, aunque fuera prioritario para la Aldea, Itachi no expondría a Naruto de tal manera. No había forma.

Pensando frenéticamente, Itachi hizo lo que mejor sabía hacer. Analizar. Y de hecho se percató que Obito había dejado de lado algo tan importante en su favor, por saborear su victoria precipitada, que veía a Itachi con demasiadas ansias. No había analizado su error aún. Acentuando su voluntad mentalmente para no cometer errores y aprovechando el tiempo, entonces contesto:

- Yo, Uchiha Itachi, acepto.

- Yo, Uchiha Obito, acepto.

Las X marcadas en los brazos de ambos hombres se hicieron visibles mientras Kakashi se movía a su lado rápidamente, pero Itachi lo detuvo. Si bien Kakashi era inteligente, desconocía mucho del procesamiento de los favores, al igual que Obito aunque su información sería complementaria.

Itachi miro a Kakashi, sólo para hacerle saber que estaba bien y miro a Obito con suficiencia en la mirada. El hombre estaba encantado ahora mientras oía a Itachi hablar:

- Hago uso de mi favor ahora y exijo el cumplimiento del mismo de tu parte – su voz sonó potencialmente poderosa, viendo como el ninshu sobresalía del suelo y abarcaba a Obito quien fruncia el ceño terroríficamente.

La energía vital ingreso a su cuerpo y se desbordo por su garganta. Se notaba que Obito evitaba hablar aún. Seguramente pensó que podía pedir su parte del favor primero, pero Itachi, tenía más experiencia con favores por lo visto.

Las venas de su cuello se crisparon e incluso su piel empezó a colorearse de un feo tono rojo y azul, casi morado como si le costara respirar. Los huesos de sus piernas empezaron a tronar, y sus dedos se rompían cual ramitas al pisar. El ninshu estaba haciéndolo pagar el favor a como diera lugar.

Así fue como Itachi escucho a un Obito arrodillado, casi asfixiado, susurrar un nombre en contra de su voluntad.

Tanto Kakashi como el Uchiha abrieron los ojos impactados con el nombre citado. Un nombre femenino que en la vida espero que tuviera esta información, porque no era posible. No podía ser cierto.

Aunque el ninshu se había calmado una vez que lo dijo, admitiendo espiritualmente que era real. Completamente cierto. Antes de siquiera esperar a que Obito se recompusiera, Itachi se teletransporto a la casa de dicha persona.

Si esperaba a que Obito pudiera hablar de nuevo, podía cobrar el favor. Exigir la presencia de Naruto-kun. Pero al no estar presente Itachi, no puede decir las palabras para exigir nada. Hasta que se vuelvan a ver, podrá solicitar.

En cambio, ahora tenía una conversación más importante con la que lidiar.

De todas las personas en el mundo, incluso aquellas cuyos nombres pudieran olvidársele, si es que era posible, jamás creyó que su nombre fuera mencionado como la aprendiz de una bruja. No podía ser cierto…

Entrando en la casa tan familiar, tan especial para él, fue directo al jardín, donde sabía que se quedaba los últimos días disfrutando del aire fresco y especiado de las rosas que cuidaba.

La encontró sentada en esta ocasión, en su silla favorita mecedora. Estando de espaldas a él, su cabello largo apenas mostraba las canas propias de una década antes, y en cambio, le daban un aire algo apagado.

Con tantas cosas en la mente, pensando en cómo iniciar el dialogo, notando que algo estaba mal. Siempre volteaba y le hacía caravanas, invitándole té y postres. Ahora con un olvidado pañuelo en el suelo, se percató del rojo sucio en él. Sangre.

Aplicando shushin llegó al lado de ella en menos del segundo y lo que vio, lo dejo helado.

Tenía sangre por todo el rostro, de la nariz, de los oídos, de la boca y su piel, pulcramente clara y limpia como la belleza clásica que es, ahora está ceniciento y demacrado.

Su Sharingan se activó sin permiso, enloquecido por el dolor de verla así, carga su cuerpo y se apresura con ella a casa, enviando con ímpetu a Hōrai por el doctor de inmediato; su doctor de cabecera Uchiha. Aun respira, pero le está costando mucho trabajo según el resuello en sus pulmones.

La coloca en su cama y, en la desesperación, llama con prisa a la servidumbre por palanganas de agua y paños secos. Su mente ha perdido toda coherencia al sentir esa mano frágil que tantas veces lo sostuvo en su tierna infancia.

Está al borde de la desesperación porque ella no despierta, sin importar cuántas veces la llame con cariño.

Apenas entiende algo cuando el doctor llega, cuando su propio padre se entera y cuando Shisui se sienta a apoyarlo junto a él. Teme la hora cuando llegue Sasuke, porque no sabe cómo le contará a su hermano pequeño la forma en que la encontró tan demacrada. O como se perdió la forma en que ella estaba sufriendo en silencio todo este tiempo.

No puede creer lo mal hijo que ha sido todo este tiempo.

No con su adorada Hahahue.

Su querida madre.