Disclaimer: The Legend of Korra no me pertenece, sus excelentes personajes y grandes aventuras son propiedad de Michael Dante DiMartino y Bryan Konietzko… Y de Nickelodeon.


Cabina n.95

—¿Lista?

—¡Nací lista!

Asami sonrió discretamente ante la muestra de entusiasmo de su acompañante mientras ambas subían por las escaleras eléctricas hacia la plataforma de embarque.

Aún era temprano en la mañana, y pese a los inconvenientes que se le habían presentado al llegar al hotel que había reservado (Y donde casi la hacen mandar todo al cuerno de rinocomodo y coger sus cuatro maletas para volver a Ciudad República), se alegraba de finalmente estar conviviendo nuevamente con Korra, así sea por menos de 24 horas.

Suspiró internamente mientras la miraba de reojo, analizando el porqué de sus acciones. Después de todo era una locura ¿No? Venir hasta la Tribu Agua del sur en un viaje de ocho horas única y exclusivamente para verla… ¡Por lo menos la vez anterior tenía la excusa de una audiencia!

Pero no, aquí estaba, habiendo terminado juntas de desayunar y ahora apunto de abordar el teleférico con su… ¿Novia? ¿Amigobia? ¿Amiga con derecho? ¿Vacile? ¿Amante?... ¡Lo que sea! Ya solucionaría eso más tarde.

—Sigo pensando que eres una sureña terrible, primero perder la calle del hotel y ahora no habiendo subido a este transporte… ¿Segura que siempre has vivido aquí y que no me engañas y en realidad vienes de la Tribu del Norte?

La morena soltó una sonora carcajada y respondió fingiendo ofensa.

—¡Claro que soy lugareña! ¿Pero sabes? Nunca he tenido motivos para buscar hoteles viviendo con mi familia aquí mismo. Además, como ya te expliqué, este no es precisamente el transporte público más barato y no tengo la necesidad de ir a Isla Kyoshi para trabajar o estudiar. -terminó la castaña, encogiéndose de hombros al final.

Asami asintió dándole la razón. Sabía que, si bien Korra no era pobre, sus ingresos no eran precisamente los mejores; y que, para llegar a sus destinos, normalmente caminaba o usaba el sistema de bus municipal.

Aún así era divertido molestarla, los pucheros que hacía o escuchar su voz rezongar era sencillamente motivacional.

"Bienvenidas al Teleférico de la Tribu Agua del Sur, ¿Desean una cabina para ustedes solas o no les molesta estar acompañadas?"

La voz de la señorita de apoyo sacó a la pelinegra de sus pensamientos y observó a su joven acompañante consultándole con la mirada qué deseaba. Al escuchar de sus labios el "Mejor solas, por favor" sonrió internamente.

Era justo como lo deseaba.

Ambas mujeres ingresaron a la cabina que la ayudante les señaló y se sentaron una al lado de la otra comenzando el viaje.

La verdad sea dicha, no era la primera vez que Asami subía a un teleférico. Ya lo había hecho una vez en Zaofu, pero… ¿Cómo negarle el gustillo a Korra e incluso a sí misma? A la morena por la novelería y ese aire de niña juguetona que placía mimar, y a sí misma por simplemente de su jovialidad dejarse embriagar.

Comenzó el camino y la vista era admirable, había algo con estar allí colgando en el aire sobre el agua que lejos de dar miedo, relajaba. Pero más allá de la vista, la experiencia era disfrutable por la compañía.

Korra estaba viendo a su alrededor claramente disfrutando del paseo y por Raava bendita, se la veía tan bonita sonriendo… Si tenía suerte, aprovechando la intimidad de la cabina, podría robarle un beso.

Y es que ese era un punto que, pese a la edad y experiencia que tenía Asami, todavía no había podido dominar: Cómo iniciar el primer contacto en público para que todo fluya de manera natural.

Quizás era culpa de lo recatada y crítica que era en Ciudad República la sociedad, pero de solo pensar en muestras públicas de afecto se sentía reservada y un pequeño ataque de pánico en su interior se generaba.

Maldito entorno de abogacía que a ser fría y a ocultar de cierta manera su vida, la condicionaba.

Pero estando allí con la mujer una década más joven que ella, era casi imposible no sucumbir a lanzar por la ventana las reservas. Fue así como tomó valor y movió en el tablero su pieza.

Terminó de grabar con su Satophone la vista y mientras Korra hacía lo mismo, comenzó una ligera conversación mientras una mano sobre la piel morena de sus piernas ponía. La ojiazul rió de forma coqueta y correspondiendo a los avances se sentó de tal manera para que la mano por la piel desnuda ascendiera.

¡Raava bendiga los shorts de jeans! Que se suben al sentarse y se ciñen generando una vista más atrayente que la que el teleférico ofrecía frente a sí.

Y esas fueron justamente las palabras que sonrosaron las morenas mejillas de la castaña, permitiendo cerrar aún más la distancia y finalmente poder besarla.

Sus labios reivindicaron el haber hecho lo correcto al venir, la mujer de agua era fuego puro y sus besos transmitían pasión sin fin. La situación subió rápidamente de tono, los besos alentando a que las caricias se tornasen más atrevidas y profundas, incentivando a que los audaces toques se abrieran paso a través de las prendas y llegaran a los ya húmedos pliegues que con deleite ansiaba.

—Me encanta lo rápido que te mojas…-Susurró la ojiverde entre besos, sacando de su acompañante un jadeo con un toque más preciso en el caliente centro.

La cabina seguía su rumbo, transitando otras a su lado de vez en cuando. Eran conscientes de su estado semi público – semi privado, del hecho de poder ser parcialmente vistas por anónimos al paso; pero esto, lejos de desalentarlas, cada vez más las estaba encandilando.

No obstante, y para desgracia de ambas, todo lo bueno tiene su final, al menos temporal. El término del paseo llegó al arribar la cabina a la caseta de la Isla Kyoshi, y aunque no querían moverse de su sitio, por normas del lugar, les tocó salir para a otra cabina volver a entrar y así retornar al lugar de donde vinieron y con ello extender el recorrido, esta vez en la ruta dentro de la tribu.

La Isla Kyoshi tenía buenos atractivos turísticos, pero las ganas de volver a tener privacía las abstuvo de querer curiosear por aquel destino; por ello siguieron el protocolo de desembarque y embarque burlándose de lo absurdo del mismo.

De vuelta al aire y sobre el agua se ubicaban, pero la conversación había fluido y nuevamente en terreno decente se encontraban. Se divirtieron conversando y molestándose mutuamente, coqueteando con picardía, pero con las manos quietas al frente. Volvieron a la caseta de donde habían partido y agradeciendo que esta vez no las hicieron bajar, fueron sin pausas internándose a la porteña localidad.

El viaje transcurrió admirando los paisajes de la tribu, con Korra contándole por qué sector sobrevolaban y qué cambios o cosas desde esa perspectiva se observaban. Las conversaciones y risas trajeron a los flirteos de nuevo al ruedo, pero nuevamente fueron interrumpidas por el desembarque y reiterativo embarque al llegar a la caseta del centro del puerto.

Una vez más solas en el aire, ambas estaban disfrutando del paseo, pero tanto calentar y enfriar tenía a Asami temblando de palpable deseo. Suponía que la morena estaba igual si su rubor era una señal; pero esta, quizás por cohibida o por pura ingenuidad comenzó a preguntar si el museo que habían dejado pendiente en su viaje anterior gustaría visitar.

Si bien hermosa era la cultura local y como amante de la música aquel museo dedicado a dicho bello arte le hubiese sido un gusto observar, definitivamente esa no era para nada su prioridad ni su plan.

¡A la mierda los convencionalismos y juegos de tire y jale!

Ella la deseaba a Korra, la quería ya, y con un audaz movimiento lo comenzó a demostrar.

Aprovechando que la morena estaba de pie, dándole la espalda, viendo el paisaje por la puerta de cristal, se situó detrás suyo y con obscenas caricias la comenzó a tentar.

Podría ser su relación -sea cual fuere el tipo de vínculo- relativamente nueva, pero ya la conocía… sabía que la líbido corría cual sangre por aquellas venas sureñas y que, con una pequeña chispa, ella se convertiría en una hoguera entera.

—¿Estás segura que quieres ir al Museo de la Música y no a otro lugar? -susurró en su oído con seducción, mientras una de sus manos subía internándose en su blusa para apretar uno de sus pechos y la otra se escabullía bajo la pretina del short y dentro del interior, corroborando que la deliciosa humedad seguía presente en aquel íntimo sector.

Dicho y hecho, la castaña no demoró en gemir y buscando aumentar el contacto y con ello el sentir. Asami aprovechó y la arrinconó frente a la puerta de cristal, teniendo ambas la vista de la tribu a disposición de su exhibicionista acto sexual, sin darle tregua siguió excitándola hasta que entre delirantes sonidos la morena exclamó con ganas.

—Al diablo el Museo, volvamos a tu hotel ya.

Una sonrisa depredadora se esbozó en los carmines labios de la ojiverde, había logrado su cometido y dentro de poco se daría un banquete.

Consideró parar sus toques, pero su lado pervertido ganó; pensando que aprovecharía la situación de seguir enloqueciendo a la morena y dejarla al borde del orgasmo, para que cuando volvieran al hotel fuera una fiera llena de pasión.

Con seductora malicia continuó tocándola obscenamente, deleitándose con los sonidos que tanto había extrañado en todos estos meses.

Era una burbuja cargada de potente líbido la que las rodeaba… la cual estalló al, de repente, escuchar una voz masculina inesperada.

"Cabina n.95, por favor, en todo momento permanezca sentada"

Ambas frenaron sus actos de manera intempestiva y despacio subieron la vista a los letreritos que estaban por encima de la puerta de la cabina; tal como esperaban y para su mala suerte se encontraron con el terrorífico número por altavoz mencionado, el cual sin duda se iba a quedar en la memoria de ambas plasmado.

Las ahora pálidas mujeres lentamente se reacomodaron y obedientemente cual niñas buenas se sentaron viendo hacia al frente, a la nada, como asimilando lo escuchado. La curiosidad pronto les ganó y las espabiló, buscando con mal disimulo dónde se encontraban las dichosas cámaras, aquellas herramientas del mal que fueron medio para que quien sabe quiénes su no tan privado momento atestiguaran.

Dicha infructuosa búsqueda se realizó en silencio sepulcral, el cual se rompió una vez que rompieron a reír al hacer entre ellas contacto visual. La palidez por el susto de haber sido atrapadas fue reemplazada por notorios sonrojos y mientras conversaban sobre lo ocurrido lágrimas comenzaron a escapar de sus ojos.

—¡Ay no, qué perro oso polar! ¿Ahora con qué cara nos vamos a bajar?

—No lo sé, pero menos yo aquí no vivo, cualquier cosa me voy directo a Ciudad República.

—¡Asami! ¡No seas mala, que esta es cosa seria! -regañó la morena- ¿Y si nos arrestan por cometer actos impúdicos de manera exhibicionista y sin reserva?

—No te preocupes mi pequeña Koala nutria- calmó la mujer mayor, sosteniendo su mano y apretándola para quitar de la ojiazul la preocupación- No pueden decirnos nada, y por cualquier problema que surja yo nos defiendo, para eso soy abogada. -indicó dándole un guiño coqueto a la afectada.

—Está bien… pero igual primera y última vez que me subo a este medio de transporte, quedaré de por vida avergonzada por este reproche.

Una nueva risilla salió de los labios de la mujer de tez blanca al ver el puchero de la chica que su corazón conquistaba. No queriendo que se arruine el momento y se calmen las brasas, volvió a redirigir la conversación al tema que realmente le importaba.

—Ya olvídate de este contratiempo y mas bien piensa si quieres que llevemos algo al hotel, mi querida Koala. Allá nos espera un buen vino, dos copas y un jacuzzi del que seguro quedarás encantada.

Reenfocándose atraída por lo escuchado, Korra poco a poco dejó la vergüenza y volvió a concentrarse en el lascivo día que venía a cuestas.

Cuando salieron finalmente del teleférico, en silencio por si acaso para que no les dijeran nada, le renegó a Asami lo incómodo que era tener que caminar al hotel estando tan mojada; pero la verdad era que muy dentro de ella, la situación lejos de molestarle, le encantaba.

Era ya medio día cuando arribaron al hotel y sin duda les quedaba una larga y extenuante jornada… la cual ambas aprovecharían hasta quedar totalmente saciadas.


¡Hola!

Cualquier parecido con alguna realidad… es mera coincidencia.

Saludos.

Le chat et l'abeille.