Nota: Nunca tengo suficiente de hurgar en los traumas de Isuke... es que es casi un insulto el que únicamente se menciona cuando conviene y ni se explore bien (por no decir que no tiene congruencia para el trato denigrante que le dio a Ruby).

Y bueno, soy yo, compartiendo mi amor para este shipp.


Dormir, a veces, era un suplicio. No siempre se sentía exactamente cansado como para cerrar los ojos y entregarse al sueño o incluso, estando exhausto, no lograba conciliar el sueño y se quedaba despierto toda la noche.

Al menos, esto ya no ocurría tan seguido a comparación de años posteriores a ese fatídico día. Sus recuerdos son vagos y hasta incompletos, únicamente recordando que no lograba dormir por las pesadillas de su madre colgada frente a sus ojos, y de él disculpándose por no estar ahí al mismo tiempo que rogaba que se quedara.

(Peticiones y añoranzas de un niño asustado por ser abandonado tras cometer un error).

Eran noches en las que prefería permanecer despierto y distraer su mente, ya fuese repasando sus clases de sucesión o saliendo a practicar con la espada.

Desmayándose un día en su entrenamiento con la espada, con Elena gritando su nombre antes de que todo se tornara en oscuridad. Y también, siendo ese día, donde su padre se quedó a su lado mientras permanecía inconsciente.

O eso era lo que Elena le contó esa vez.

En ocasiones, cuando se miraba al espejo, a Isuke le era inevitable recordar esa parte de su adolescencia como un chico cansado, enojado y ojeroso.

No era como si hubiese cambiado mucho ahora, pero lo último era casi inexistente; no recuerda cómo sus ojeras se redujeron pero lo hicieron.

(Hasta que un día su marido y cuñada escaparon…)

Y ahora, a principios de otoño, el insomnio volvía a resurgir. Dando como resultado a un Isuke van Omerta más amargado y gruñón que de costumbre, que dicho sea de paso, comenzaba a presentar bolsas bajo los ojos.

– Te ves horrible – fue lo primero que mencionó Enzo al ver su ceño más fruncido de lo usual. Isuke únicamente se limitó a llevarse un trozo de carne asada a la boca, masticándolo sin ánimos. Eso sólo preocupó más al castaño, dejando sus cubiertos sobre su comida –. Oye Isuke…

– ¿Mhm?

– Olvidaste echarse salsa – Enzo señaló, mirando su plato antes de volver su mirada al paladín quien lo miraba sin comprender. Haciéndolo bufar y entornar los ojos –. Usualmente te gusta comer la carne asada con salsa.

Isuke dejó de masticar un momento su bocado, como si estuviera procesando lo dicho por Enzo para después tragar y tomar el salsero, vertiendo la salsa sobre su bistec –… Quería probar algo distinto – aclaró, cortando otro trozo de carne y comiéndolo al instante bajo la quisquillosa y atenta mirada del sureño quien sólo entrecerró los ojos.

– Claro… entonces, ¿qué me dices de esto? – volvió a señalar, esta vez la comida servida en la mesa. Isuke nuevamente lo miró, parpadeando confundido, lo que sólo aumentó la exasperación del más joven –. De todos los que habitan la mansión, tú eres el que más come.

Isuke arqueó una ceja, sin dejar de masticar su bocado. Aun así, Enzo siguió con su explicación.

– Aquí debería haber más comida, en cambio, sólo estás comiendo carne asada, un pan y sopa. La ración de una persona normal, sino es que una ración parecida a lo que come Ruby – Enzo entrelazó sus dedos, recostando su barbilla en estos, mirando fijamente al albino. Isuke se sintió extrañamente acorralado, sin contar este raro impulso por querer huir, atípico –… ¿Qué pasa, Isuke?

Qué raro se sentía la preocupación, directa, de Enzo sobre él. Especialmente, su atención en él; cuando mayormente era él quien se preocupaba y prestaba más atención en el gonfaloniero, porque lo quería y porque quería evitar otro incidente como el de esa vez.

Isuke se apretó el puente de la nariz, cerrando los ojos mientras un suspiro cansado salía de sus labios.

–… No creí ser tan obvio – murmuró, sin levantar la vista o abrir los ojos. Encontró reconfortante la oscuridad en ese instante –, sobre todo, frente a ti.

Enzo enarcó una ceja en su dirección.

– No es como que estés haciendo un buen trabajo en ello – se burló, soltando un pequeño bufido mientras rodaba los ojos –. Después de todo, soy tu esposo. No me puedes esconder las cosas para siempre, porque me voy a enterar tarde o temprano – suspiró, negando con la cabeza, cruzándose de brazos –… lo que te afecta, a mí también me afecta – susurró, y de no ser por su desarrollado oído, seguramente no lo habría escuchado. Eso último le hizo sonreír un poco.

Isuke suspiró, abriendo lentamente los ojos, borrando su sonrisa y dirigiendo su vista a su marido quien también lo miró.

– No he podido dormir… en estos días – sus palabras salieron naturalmente, sin que él pudiese pensar antes de decirlas –. Yo… trato de dormir pero no puedo… no puedo dormir, Enzo.

(Mamá está ahí en cuanto cierro los ojos).

Los dedos del sureño limpiaron una lágrima solitaria que se escabulló en cuanto Isuke volvió a confesar que no podía dormir; y Enzo quiso atribuir este estado vulnerable a la falta de sueño que su esposo presentaba.

Le dolía verlo así.

Enzo no sabe (o tal vez sí) en qué momento se levantó de la silla y abrazó a Isuke contra su pecho, dejando que se aferre a él mientras le peina los cabellos de nieve, perdido en todo y nada. Al menos, hasta que una idea le viene en mente cuando el otro hombre parece haberse calmado.

– Duerme conmigo, si no puedes dormir.


La noche cae, y ambos yacen en su cama. No es tan ostentosa como la cama de Isuke, pero sigue siendo lo suficientemente cómoda y espaciosa como para dos personas; Enzo nunca ha compartido una cama con otra persona para dormir, solamente para entregarse a la pasión y sin atarse por mucho tiempo a sus acompañantes.

Por tanto, esto es demasiado íntimo. Al punto que siente el corazón alborotado por los nervios como un primerizo; y aunque tiene ganas de escapar, las reprime y se obliga a sí mismo a permanecer aquí.

Isuke se acomoda ligeramente, sintiéndose reconfortado al percibir el aroma de Enzo en la almohada. Mirándolo a los ojos, en un mutismo cómodo mientras su compañero permanece cerca; casi quiere sonreír.

– Enzo.

– Dime.

–… ¿Puedo tomar tu mano?

Casi sintió ternura ante su pedido, casi. Pues, resultaba inédita esta petición casi tímida pero anhelante.

Se sintió débil por un instante.

Apartó todos esos pensamientos y sensaciones apabullantes, y tomó su mano entre la suya. Enfocándose en estas y no en lo que estaba pasándole; levantó la vista, mirándolo nuevamente a los ojos, enarcando una ceja ante la casi imperceptible sorpresa en esos orbes rubíes.

– No me voy a ir – dijo, no muy seguro de sí esas palabras eran para él o para Isuke. Y aunque no fuese una promesa, se encargaría de cumplirla.

Isuke le sonrió, suavemente.

– Gracias.

Y lentamente, cerró los ojos, entregándose a la tranquilidad del ambiente y la calidez que la mano de su esposo le otorgaba.