CAPÍTULO DIECISIETE
El transporte apenas había aterrizado detrás de la nave Zaludiana antes de que Edward abriera la escotilla, un blaster en una mano y su espada en la otra. Saltó y corrió hacia el área de los sobrevivientes. Todos ellos habían escuchado las comunicaciones de Tyler y Seth pidiendo refuerzos, diciendo que estaban bajo ataque directo y que tenían muchas bajas. Le rezó a la Diosa para que su Isabela no fuera una de ellos.
Más Zaludianos salieron de su barco tratando de frenarlos, pero Edward simplemente abrió un camino a través de ellos, nunca más agradecido por su enorme tamaño y fuerza. Cualquiera que se acercaba, terminaba en su espada. A los que estaban más lejos, los cortó con su blaster. Nadie le detendría de llegar al lado de su Isabela.
Acababa de llegar a lo que había sido la pared exterior del edificio cuando oyó el grito de su Isabela y vio a un Zaludiano golpearla en la cara, los afilados pinchos de sus guantes destrozando su delicada y pálida piel. Su rugido se llenó de toda la rabia y el dolor que llenaba su alma al ver cómo la había golpeado. Disparó al Zaludiano, enviándolo a encontrarse con Daco, y luego, al llegar al lado de su Isabela, dejó caer sus armas y la atrapó antes de que cayera al suelo.
—¡Isabela!— susurró mientras su destrozada cara caía sobre su brazo. No se dio cuenta de cómo Tyler, Seth, Alec y Emmett formaron instantáneamente un círculo protector alrededor de ellos. No notó que los machos humanos y Nekeoks estaban luchando contra los Zaludianos con cualquier cosa que pudieran encontrar. Todo su enfoque estaba en su Isabela.
—¡Llévensela a Carlisle!— Emmett ordenó —Tyler, Seth, Alec, despejen el camino.—
—General, la base no es segura— le informó Alec.
—Por eso Tyler y Seth acompañarán a Edward y se asegurarán de que él y su Ashe vayan al médico. Alec, te quedarás conmigo, y terminaremos de erradicar esta suciedad de nuestro planeta.—
—De acuerdo, General— respondió Alec, y comenzó a despejar el camino a lo que una vez había sido la entrada al área.
Edward arrastró a Isabela en sus brazos y dejo su seguridad en aquellos en los que más confiaba para que los protegieran a ambos en su camino a la clínica.
—Aguanta, pequeña— susurró —aguanta pequeña...— las palabras susurraron a través de su mente, y su alma las buscó. Ella las necesitaba, a él para sobrevivir, pero él y las palabras se desvanecieron.
—¡Edward!— gritó, pero Edward no respondió. Alguien más lo hizo.
—¿Por qué llamas a quien creías que rechazabas?— cuestionó una voz melódica. Bella se giró para encontrar a la mujer más hermosa e impresionante que jamás había visto de pie a poca distancia de ella, e instintivamente supo que ella era la Diosa.
—¿Qué?— preguntó ella.
—¿Por qué llamas al macho que pensabas rechazar?— preguntó de nuevo.
—¡Nunca rechacé a Edward!—
—Pensaste en rechazar su Cuenta de Verdadera Compañera. Es lo mismo que rechazarlo.—
—¡No es lo mismo! Esto— agarró el mechón de pelo que sujetaba la cuenta —no tiene nada que ver con lo que siento por Edward.—
—Entonces lo quitaré— la Diosa extendió la mano y se sorprendió cuando le propinaron una bofetada.
—¡No lo tocarás!— en un instante Bella se encontró a sí misma gruñendo a la Diosa, al siguiente hubo una explosión y ella estaba volando por el suelo.
El macho más grande que había visto nunca estaba inclinado sobre ella, sus ojos brillantes mirándola. Era incluso más grande que Edward, y mientras sus ojos brillaban como un Kaliszian, su largo y oscuro pelo cubría toda su cabeza, y su piel parecía cambiar de color como un camaleón.
—¡Raiden!— exclamó la Diosa.
—¡Ella te hizo daño!— gruñó.
—No debí haber tratado de quitarle la Cuenta de Verdadera Compañera— la Diosa estuvo inmediatamente a su lado.
—¡Eso no importa! ¡Nadie te hace daño!— Bella se encontró sintiendo que su enojo reemplazaba su miedo. El macho la miró asombrado antes de ponerse de pie y una sonrisa asombrosa transformó su cara frunciendo el ceño en una que le robó el aliento. Era el hombre más guapo que había visto en su vida —gracias— le dijo, su profunda voz parecía llenar el universo.
—Es mío— dijo la Diosa, interponiéndose entre ellos y la temperatura de la habitación bajó drásticamente —mi compañero— fue una lucha, pero Bella finalmente fue capaz de apartar su mirada del macho para mirar a la Diosa.
—Bien. Genial. Bien. Ya tengo un hombre, y él es todo lo que quiero.—
—¿En serio? Entonces, ¿Por qué amenazaste con cortarte la Cuenta de Verdadera Compañera?—
—Porque no lo necesito para saber que es mío— la mirada de Bella centello.
—Veo que no llevas una Cuenta de Verdadera Compañera. ¿Estás segura de que él— asintió hacia Raiden —es tu Verdadero Compañero?— preguntó ella levantando una cuestionable ceja.
Bella no estaba preparada para lo oscuro que se volvió todo de repente ni para cómo temblaba el suelo bajo sus pies, pero sintió la rabia que emanaba de ambos.
—¡Te atreves a cuestionar nuestro vínculo!— rugieron los dos.
—Apesta, ¿No es así? ¡Que otros cuestionen tu compromiso, todo por una cuenta!— Raiden fue el primero de los dos en calmarse, y la miró con consideración.
—Eres muy valiente para ser tan pequeña.—
—¿Lo soy?— preguntó Bella.
—Sí. Pocos están dispuestos a enfrentarme— le dijo Raiden.
—Tal vez sea porque primero les pegas en el trasero y luego les haces preguntas— le dijo Bella.
—Tal vez— Raiden dio un paso atrás, extendiendo su mano para ayudarla a levantarse. Bella la tomó y con ese toque entendió mucho más de lo que había entendido antes.
Con su toque, le permitió ver cómo él y la Diosa se enamoraron, cómo un Dios inferior llamado Daco destruyó a la gente que había dejado atrás para estar con su pareja, y cómo sufrieron. Daco no había sido capaz de sacar a Raiden de la memoria del pueblo Kalisciano como él esperaba, pero casi se habían destruido a sí mismos intentando encontrar lo que Raiden tenía, una Verdadera Compañera. Por eso, Raiden y la Diosa habían creado la Cuenta del Verdadero Compañero. Jadeando ante la avalancha de información, ella le arrancó la mano a él.
—Ahora lo ves— le dijo.
—Sí, pero la cuenta que creaste ya no trae consuelo ni paz al pueblo Kalisciano— le dijo Bella en voz baja.
—¿Qué quieres decir?— preguntó Raiden.
—Cuando tú— miró a la Diosa —maldijiste a los Kaliscianos con la Gran Infección, no sólo mataste a las plantas que alimentan sus cuerpos, ¡Mataste lo que necesitaban para alimentar sus almas! Sus verdaderos compañeros.—
—¡Imposible!— la Diosa se movió para pararse frente a su compañero, sus ojos brillando en los de Bella.
—Pero es verdad. Soy la primera persona a la que se le ha transferido tu Cuenta de Verdadero Compañero en casi quinientos años.—
—¡No!— la Diosa volvió a tropezar mirando a su compañero con horror —¡Raiden, eso no puede ser verdad! Nunca fue lo que pretendía.—
—Lo sé, mi amor. Lo sé— dijo, tirando de ella hacia la seguridad de sus brazos.
—¿Qué pretendías?— preguntó Bella —porque por lo que he visto, querías destruir a los que una vez amaste.—
—Estaba tan furiosa cuando me enteré de lo que el Emperador Berto le hizo a su joven descendencia... Cómo otros lo permitieron... Quería castigarlos, hacerlos sufrir tanto como yo, como esas jóvenes mujeres.—
—Tú causaste la Gran Infección— dijo Bella en voz baja.
—¡Ellos lo causaron!— inmediatamente devolvió el fuego, y luego sus hombros se desplomaron —pero yo lo creé.—
—Diosa...— Raiden la envolvió con reconfortantes brazos —no podemos deshacer lo que se ha hecho.—
—¿Por qué no?— preguntó Bella —ustedes son dioses, ¿No?—
—Porque las ofensas eran reales y hasta que los que las permitieron prueben que han recuperado su honor, ¡no puedo hacer nada!—
—¡¿Cómo puede toda una raza probar que son honorables?!— preguntó Bella —¡Eso es imposible!—
—No se trata de toda la raza. Es sobre los que causaron el crimen original.—
—¡¿Hace quinientos años?!— Bella la miró en estado de shock —¡Están muertos!—
—¡Pero sus descendientes no lo estan! ¡Sólo hace falta uno, de cada especie, para acabar con lo que he trabajado!—
—Pero...—
—Estoy tratando de reunir a todos los que pueden hacer esto, pero necesito tu ayuda.—
—¿Mi ayuda?—
—Sí, eres un cuidador, uno que protege la tierra y lo que crece en ella. Los Kaliscianos te necesitarán.—
—Eso no tiene sentido. ¡Nada crece en el Imperio Kalisciano por tu culpa!—
—Esto es cierto, pero gracias a ustedes y a los que están con ustedes, he podido sembrar las primeras semillas del cambio. Te necesito allí cuando empiecen a aparecer.—
—¿Estás diciendo que la vida va a volver a Pontus? ¿A los Kaliscianos?—
—Sí, pero antes de que eso ocurra, tengo que corregir un gran daño. El pueblo Kalisciano necesita saber que aún tiene Compañeros Verdaderos. Que no los he abandonado.—
—¿Pero cómo?— Bella cuestionó.
—Ya lo verás— la Diosa tocó la trenza que contenía las Cuentas de Verdadera Compañera y Ashe de Edward —ama bien, pequeña. Que encuentres tanta felicidad con tu Verdadero Compañero como yo con el mío— con esas palabras, la Diosa besó suavemente a Bella en la frente y el mundo de Bella se oscureció.
Edward presionó su frente contra el cristal frío de la Unidad cerrada de Reparación Profunda, deseando en su lugar estar tocando a su Isabela. Carlisle había echado un vistazo al sangriento desorden en los brazos de Edward y los había llevado rápidamente a la Unidad, activándola hasta su nivel más alto.
—Ella se recuperará, Edward— intentó tranquilizarlo Carlisle —la trajiste aquí a tiempo.—
—Nunca debió haber pasado— dijo Edward —le he fallado.—
—No lo has hecho— negó Carlisle rápidamente.
—Su cara— la voz de Edward se rompió y volvió los ojos devastados hacia Carlisle —su hermoso rostro. La golpeó, Carlisle.—
—Lo vi, pero puedes agradecer a la Diosa que los Zaludianos nunca usen acero torniano en sus guantes. La Unidad reparará los daños. Ni siquiera tendrá una cicatriz. Su piel será tan hermosa e impecable como antes.—
—¿Cuánto tiempo más?— preguntó Edward, su mirada volviendo a Isabela, luchando por verla a través del espeso y blanco vapor que se arremolinaba en el tubo.
Carlisle sabía que para Edward se sentía como una eternidad desde que la Unidad se había cerrado, separándolo de su Ashe, pero habían pasado menos de treinta minutos.
Las lesiones faciales de Isabela habían sido extensas, y no iba a apresurar a la Unidad. Sabía que Edward estaba luchando por no poder verla, pero Carlisle había introducido un sedante fuerte en la Unidad. No quería que Isabela se despertara mientras la Unidad estuviera cerrada. Quería que lo primero que ella viera fuera a Edward. Ella lo necesitaría mientras luchaba a través del recuerdo del ataque.
—Ya no falta mucho— le aseguró Carlisle —ella está respondiendo bien.—
—Ella nunca me perdonará, Carlisle. He roto mi promesa hacia ella.—
—¿Qué?—
—Juré mantenerla a salvo, que los Zaludianos no volverían a hacerle daño— Carlisle comprendió la preocupación de Edward, un guerrero Kalisciano que nunca hizo su voto a menos que quisiera mantenerlo. Era una cuestión de honor. Para él, no mantenerlo era una de las pocas ofensas que podían destruir el vínculo de Verdaderos Compañeros. Pero Isabela no se parecía a ninguna otra mujer que hubiera conocido, y no pensó que ella lo vería de esa manera.
—Nadie podía saber que los Zaludianos estarían tan desesperados como para volver y atacar.—
—Eso no importa— murmuró Edward.
—Creo que lo será para tu Isabela. Es una mujer muy especial, Edward.—
—Lo es, pero hasta ella tiene sus límites.—
—No creo que éste sea uno de ellos— la señal de la Unidad hizo que Carlisle mirara al panel de control para ver que había terminado y estaba a punto de abrirse.
—¿Carlisle?— Edward lo miró.
—Se despertará pronto. Quédate cerca de ella, Edward. Lo primero que recordará es haber sido atacada por los Zaludianos. Va a necesitar verte para saber que está a salvo— Edward contuvo la respiración mientras el tubo retrocedía y vio por primera vez a su Isabela.
Su pelo seguía siendo un desastre desordenado y sangriento, al igual que sus coberturas, y mientras aún tenía sangre en la cara, todo el daño causado por el puño del Zaludiano había desaparecido.
—Gracias, Diosa— susurró Edward con un aliento tembloroso mientras se agachaba sobre sus antebrazos, con la frente descansando sobre la de ella —gracias.—
—¿Edward?— la voz débil y vacilante de Isabela lo hizo retroceder lo suficiente como para mirar hacia sus hermosos ojos marrones llenos de confusión.
—Estoy aquí, Isabela. Estás a salvo.—
—Donde...— de repente todo volvió a ella, las explosiones, los Zaludianos, el puño tachonado que se le acercaba y el dolor. Se sacudió en los brazos de Edward, gritando de miedo, sus pies tratando de ganar fuerza mientras su mirada volaba detrás de él buscando a su atacante.
—Se han ido, Isabela— Edward la abrazó, acercándola, sabiendo por qué tenía miedo —los Zaludianos se han ido. Estás a salvo.—
—¿Sí?— preguntó ella mirándolo, con la mirada llena de miedo —¿Lo estoy?—
—Sí.—
—Júralo— exigió ella, pero cuando él dudó, sus ojos se abrieron de par en par —no estoy a salvo... ¡Todavía están aquí!—
—¡No!— Edward lo negó, sus brazos apretando alrededor de ella sosteniéndola quieta —¡No lo están!—
—¡¿Entonces por qué no me das tu voto?!— preguntó ella.
—¿Por qué seguirías creyéndolo, creerme, después de que te haya fallado tan completamente?— se preguntó y sintió que Isabela se quedaba completamente quieta.
—¿Qué?— preguntó ella mirándolo.
—¡Te fallé! ¡Te dejé desprotegida y te hice daño! ¡Los Zaludianos te han hecho daño!—
—Edward...— ella lo alcanzó enmarcando su cara con sus manos —¿Cómo puedes pensar eso?—
—¡Porque es la verdad!— le dijo.
—¡No, no lo es!— negó —me dejaste en medio de una base militar rodeada de guerreros armados. ¡¿Cómo es que estaba desprotegida?!—
—¡Porque yo no estaba allí y tú fuiste herida! Rompí mi promesa.—
—Edward...— los ojos de Bella brillaban en los suyos con lágrimas sin derramar. Ella sabía que Edward tomaba muy en serio los juramentos que le había hecho —¿Crees que te culparía por un ataque que nadie podría haber previsto?—
—Por supuesto. Eres la cosa más preciosa de mi vida. Nunca debí haberme ido de tu lado.—
—Y tú eres la cosa más preciosa de la mía— le dijo Bella —y nada va a cambiar eso, especialmente un estúpido ataque de los Zaludianos. Siempre creeré en ti, Edward, siempre confiaré en ti y en tu promesa. Es como tu amor por mí, fuerte e interminable. Dame tu promesa— Edward sintió que sus propios ojos se llenaban con las palabras de su Verdadera Compañera. No la había perdido. Ella seguía siendo suya.
—Siempre— susurró Bella, y se dio cuenta de que había hablado en voz alta.
—Te lo juro, Isabela. Los Zaludianos se han ido y no volverán a hacerte daño ni a ti ni a tu gente.—
—Lo sé...— le bajó la cabeza y besó sus labios —sé que todos estamos...— de repente, recordó que no había sido la única herida y se volvió a tirar en los brazos de Edward —¡Oh, Dios mío! ¡Rose!—
—¿Qué?— Edward frunció el ceño. Él e Isabela se acostaban en la cama todas las noches, y ella le habló de todos los hombres que habían sido tratados. No había nadie llamado Rose.
—¡Rose! Tenemos que llegar a Rose— empujó a Edward por los hombros tratando de hacer que la dejara levantarse —la tiró contra la pared después de que ella saltó sobre su espalda tratando de protegerme.—
—¡¿Ella?!— la mirada de Edward voló de Isabela a Carlisle y vio que estaba igual de sorprendido.
—¡Sí! ¡Ella! Oh Dios, tenemos que llegar a ella. ¡Se golpeó tan fuerte contra esa pared! Aún no ha sido tratada por la Unidad de Reparaciones— Bella se cubrió la boca con una mano temblorosa —¡Oh Dios, Edward! ¡Tengo que llegar a ella! Ella impidió que ese zaludiano me llevara!— Edward se puso de pie, arrancando su comunicador de su cinturón. Sus ojos permanecieron fijos en Isabela mientras se ponía en contacto con Emmett.
—¡General!—
—¿Qué pasa, Edward? ¿Se ha recuperado tu Ashe?—
—Sí, General, pero acaba de informarme que los humanos han estado ocultando a otra hembra, que la hembra fue gravemente herida durante el ataque!—
—¡¿Qué?!— el grito de Emmett resonó en las paredes incluso a través de la comunicación.
—¿Sigues en el área de supervivientes?— preguntó Edward.
—¡Sí! ¡La encontraré! ¡Dile a Carlisle que tenga una Unidad de Reparación esperando!—
—¡Sí, General!—
—Edward...— los ojos de Isabela permanecieron centrados en los suyos y ella pudo ver el dolor que había en ellos.
—Me mentiste, Isabela.— Los ojos de Bella se abrieron de par en par al ver lo dura y fría que se había vuelto la voz de Edward.
—¡No lo hice!—
—Simplemente no me dijiste la verdad— devolvió el fuego —¿No es eso algo que dijiste que era inaceptable para ti?—
—¡Sí! Pero esto es diferente— cuando Edward se alejo de ella, ella le agarró el brazo —dijimos de algo personal que nos afectara. ¡Tú y yo!—
—¡¿Y esto no nos afecta?!— la miró con total incredulidad.
—¡No! ¡Así no! ¡Se trataba de otra persona! Los chicos protegieron a Rose, como lo hicieron conmigo. Cuando nos rescataste, todo lo que hicieron fue seguir protegiéndola porque no sabían cómo la tratarías y no podían arriesgarse.—
—¡Sabías que nunca le haríamos daño!— Edward le gritó.
—¡Lo sé!— Bella le dijo, haciendo una pequeña mueca de dolor, que él le gritaba; no porque ella pensara que él la lastimaría, sino porque ella sabía que él estaba lastimando —intenté convencer a Rose de que me dejara revelar su presencia. Por eso quería que me llevaras allí mientras no estabas. Así podría intentarlo de nuevo, pero ella no estaba lista, Edward, y no podía forzarla.—
—¿Qué tan malherida está?— Carlisle exigió del panel de control de la otra Unidad de Reparación.
—A partir de hoy, no lo sé— Bella sintió que sus ojos se le llenaban al recordar lo que había sucedido —apenas la vi saltar sobre la espalda de ese Zaludiano antes de que ella empezara a apuñalarlo con una de las espadas de Edward. Estaba arañando la mano que estaba envuelta alrededor de mi garganta— la mano de Bella se acercó a su garganta mientras recordaba —Rose hizo que me dejara caer, pero luego se la arrancó de la espalda y la tiró contra la pared. Lo golpeó tan fuerte... y cuando cayó al suelo no se movió. No sé cómo se las arregló para detenerlo. Había sido gravemente herida en la mina. Huesos rotos... cicatrices...—
—¡¿Qué?!— los dos hombres la miraron en estado de shock.
—No sé cómo sobrevivió— susurró Bella, sus lágrimas fluyendo por su cara —hice lo que pude, pero cuando empezó a tener fiebre pensé que la íbamos a perder— antes de que pudieran interrogarla más, Emmett gritó mientras entraba corriendo a la habitación con algo envuelto en una capa gris.
—¡Carlisle!— Rugió.
—¡Oh Dios! ¡Rose!— Bella se levantó y se dirigió a su amiga.
—¡Atrás!— la furia de las palabras gruñonas de Emmett hizo que Bella volviera a tropezar conmocionada y Edward la empujó de forma protectora detrás de él.
—¡No ataques a mi Ashe!— Edward le respondió con un gruñido. Se adelantó y se golpeó el pecho contra el General.
—¡Puso en peligro a una mujer!— Emmett le rugió.
—¡Basta ya! ¡Los dos!— Bella se abrió paso entre los dos machos para llegar a Rose —nada de eso importa ahora mismo. Lo que importa es Rose. ¿Carlisle?— miró al Sanador con ojos suplicantes.
—Necesito ver cómo está de malherida antes de activar la unidad, Isabela— Carlisle se acercó a Rose y no pudo contener el grito de horror ante lo que se reveló cuando retiró la capucha que había caído sobre la cara de la hembra. Aunque no había signos de una lesión reciente, su cara estaba destrozada por cicatrices curadas que sólo podían haber sido causadas por los pinchos de un guante zaludiano —¿Ella fue capaz de recuperarse de esto? ¿En la mina?— la pregunta de Carlisle hizo que los machos discutiendo miraran a Rose e inmediatamente dejaron de pelear.
—Esto y más— le dijo Bella, sus lágrimas comenzaron de nuevo —la arrojaron a la grieta con todos los demás cadáveres. Se rompió el tobillo en el camino hacia abajo, y hay más cicatrices en su cuerpo de donde las rocas le cortaron— Bella abrió aún más la capa, revelándoselas a Carlisle.
—Diosa...— Bella no estaba seguro de quién dijo eso.
—¿Puedes ayudarla, Carlisle?— preguntó mirando al Sanador.
—Haré todo lo que pueda por ella, Isabela— inmediatamente regresó al panel de control —retrocede, necesito empezar a tratarla inmediatamente si quiero salvarla. Se está desvaneciendo rápidamente.—
—¡Oh Dios!— los temblorosos dedos de Bella cubrieron su boca mientras se inclinaba hacia los brazos de Edward sintió que la envolvía con comodidad —ha estado sufriendo mucho, Edward. Todos los días lo veía, pero nunca se daba por vencida. Ninguno de nosotros habría sobrevivido sin ella— todos observaron cómo la Unidad se cerraba y un denso vapor azul la llenaba.
—¡¿Qué es eso?!— Bella cuestionó.
—Es para aliviar su dolor y ayudarla a permanecer relajada mientras la Unidad trabaja. No quiero que se despierte mientras la unidad sigue funcionando. Podría hacerse daño a sí misma.—
—¿Sabes cuánto tiempo?— preguntó Bella.
—Tu primer tratamiento duró casi seis horas, Isabela— le informó Carlisle.
—¿Lo hizo?— Bella no se había dado cuenta de eso.
—Sí. Ella, creo que tardará mucho más— sus dedos continuaron volando sobre los controles mientras hablaba —prometo que haré todo lo posible por ella, Isabela, y mientras lo hago, tienes que ir con Edward y descansar.—
—¡No puedo hacer eso!— negó inmediatamente —necesito quedarme con Rose.—
—No hay nada que puedas hacer por ella ahora mismo— los dedos de Carlisle finalmente dejaron de moverse, y él la miró fijamente —necesitas descansar y recuperarte de tus propias heridas, o no le servirás de nada cuando despierte.—
—Estoy bien— le dijo ella, pero mientras lo decía, dejó que Edward estrechara mas el abrazo.
—No es así— le dijo Carlisle sin rodeos, y luego miró a Emmett, cuya mirada seguía fija en la Unidad de Reparación cerrada.
—Edward, estás relevado de tus deberes— le dijo Emmett con voz dura —cuida a tu Ashe. Es una orden.—
—Sí, General —respondió Edward, y antes de que Bella pudiera protestar, la levantó en sus brazos y se la llevó.
Bella se acurrucó en los brazos de Edward y dejó que se la llevara lejos de su amiga. Ella sabía que Carlisle tenía razón. No había nada que pudiera hacer por Rose en este momento. Necesitaba recuperar sus fuerzas si iba a ayudar a Rose cuando se despertara. Sabía que Edward seguía enfadado con ella, sabía que aún tenía mucho que explicar. Por eso se sorprendió cuando en vez de llevarla al sofá, la llevó al baño de limpieza y la puso en pie.
—¿Edward?— ella lo miró interrogativamente.
—No puedes descansar cubierta de sangre— le dijo bruscamente, empezando a tirar de su manchada cubierta.
—Edward...— puso una mano en su brazo para detenerlo —lo siento. Siento no habértelo dicho, pero no era mi secreto.—
—¡No confiaste en mí!— por primera vez, reveló la profundidad del daño que su secreto le había causado.
—¡Yo sí! ¡Dios, Edward! ¡Tienes que saber que sí!— ella agarró su cara, tirando de ella hacia abajo para que él pudiera ver la verdad en sus ojos —¡Con mi vida! ¡Con mi alma!—
—¿Entonces por qué no con esto?— preguntó.
—¡Porque no era mi secreto para contarlo! ¡No se trataba de mí! Viste a Rose, viste lo que sufrió, lo que tuvo que sobrevivir, y hay más— sus pulgares cubrían sus labios para evitar que hablara —pero eso es para que Rose lo cuente. Es su historia. No me pidas que traicione esa confianza... porque lo haría, si me lo pidieras. Si lo necesitaras. No hay nada que no haría por ti, Edward. ¿No lo sabes?— Edward miró fijamente a su Ashe.
Su Verdadera Compañera. ¿Podría realmente culparla por ser tan leal a uno de los suyos? Una hembra. Una hembra con la que obviamente se había unido de la misma manera que él lo había hecho con muchos de sus guerreros. Le estaba exigiendo algo que no estaba seguro de poder darle a cambio. ¿Qué decía eso de él?.
—No rompas tu promesa, mi Isabela. Cuando ella esté lista para que se sepa, lo estará, pero debo preguntarte esto. ¿Hay alguna otra mujer escondida?—
—¡No! Sólo éramos Rose y yo. ¡Lo juro!— sellando su juramento, presionó sus labios contra los de él y envolvió sus brazos alrededor de su cuello.
Por un momento, Edward no respondió, y Bella pensó que lo había perdido, pero luego él gimió, y sus brazos la rodearon y él la levantó de sus pies. Inmediatamente envolvió sus piernas alrededor de su cintura y lo abrazo aun mas. Edward devoro su boca. No podía creer lo cerca que había estado de perderla, y no sólo por culpa de los Zaludianos. Había reaccionado mal al descubrir que ella le ocultaba algo. Él le había gritado, casi había perdido el control, pero ella no había huido de él, no le había temido.
Ella confiaba en que él no le haría daño incluso entonces. Necesitaba merecer esa confianza y pensar sólo en sus propias necesidades y deseos no era el camino. Arrancando su boca de la de ella, miró hacia abajo a la oscuridad que fluía de su pelo con la fuerza de la ducha. La oscuridad causada por la sangre que había perdido cuando se lesionó. Eso fue algo que la Unidad de Reparación Profunda no pudo compensar. Sí, podía reemplazar la sangre, pero el cuerpo tarda en reabsorber lo que había perdido.
—¿Edward?— Bella lo miró interrogativamente.
—Necesito cuidarte, Isabela. Necesito mostrarte cuánto te amo y que nunca te haré daño.—
—Lo sé, Edward. No tienes que probarme nada— buscó en sus brillantes ojos verdes y vio que sentía que lo hacía. Como por su tamaño lo habían molestado durante toda su vida, necesitaba demostrarle que aún podía ser gentil y bondadoso. Lentamente, ella desenvolvió sus piernas alrededor de su cintura y dejó que él la bajara hasta el suelo.
—Está bien, pero no te voy a soltar— le dijo ella, abrazando su cintura —te necesito cerca— Edward nunca se quejaría de las manos de su Isabela sobre él, pero se calmó, escuchando el temblor en la voz de su compañera.
—¿Isabela?—
—Estaba tan asustada, Edward— susurró ella murmurando en su pecho —cuando me di cuenta de que eran los Zaludianos los que atacaban— Edward odiaba el miedo que oía en su voz.
Odiaba que no hubiera estado ahí para ella cuando necesitaba protección. También sabía que ella necesitaba expresar ese miedo antes de que pudiera sanar. Poco a poco, empezó a introducir el líquido limpiador en su cabello y escuchó.
—Paul venía a hablar con nosotros. Había terminado de afeitar y cortar el pelo de todos los chicos, y quería saber si alguno de nosotros quería que nos cortara el pelo— Edward tuvo que recurrir a todo su control para evitar gruñir su disgusto por haberle cortado cualquier parte de la asombrosa masa en la que se encontraban sus dedos —todos oímos la primera explosión, pero no sabíamos de dónde venía. No nos dimos cuenta de que estábamos siendo atacados. No hasta que el muro exterior se derrumbó y los Zaludianos empezaron a entrar. No podía creerlo. No creo que ninguno de nosotros pueda. Los Jerboaianos se llevaron lo peor. Eran los más cercanos a la pared. Una vez que los Zaludianos estuvieron dentro, parecieron tomarse un momento y luego se concentraron en nosotros. Nos estaban buscando a nosotros... a mí— ella lo miró, el miedo volviendo a llenar sus ojos —¿Por qué me buscaban, Edward?—
—No lo sabemos con seguridad— le dijo la verdad mientras continuaba limpiando su cabello, porque esto le preocupaba y ella tenía derecho a saberlo —Emmett cree que podría tener algo que ver con los Tornian.—
—¿Los Tornian? Pero, ¿Por qué? Ni siquiera he conocido a uno.—
—Lo sé— agarrando su cabeza, la inclinó cuidadosamente hacia atrás enjuagando la espuma mientras sus pulgares le quitaban suavemente la sangre que quedaba en su cara.
—¿Entonces por qué?— preguntó ella, mirándolo a los ojos.
—Parece que no hace mucho el Emperador Torniano descubrió una hembra que podría ser compatible con ellos.—
—¿Ella podía ser compatible?— Bella frunció el ceño y luego recordó que para los Tornian la Gran Infección de la Diosa había causado que cada vez nacieran menos hembras. Que ahora, según el Educador, los machos Tornianos superaban en número a sus hembras en doscientos a uno y que no podían reproducirse con ninguna otra especie conocida —pero eso no explica por qué yo.—
—Emmett conoció brevemente a la hembra, aquí en el Ponto, cuando el transbordador del Emperador se estrelló. Dijo que aunque su apariencia era muy diferente a la tuya, que aún te parecías a ella en el tono y tamaño de la piel.—
—Cree que es de la Tierra— susurró Bella, levantando los brazos mientras Edward quitaba su manchada cubierta.
—Él no lo sabe. Todo lo que sabe es que los Ganglians las capturaron a las dos. Nunca había visto a una como ella antes, pero si es compatible con la crianza y si los Zaludianos o pandilleros han hecho esa conexión, entonces tú serías extremadamente valiosa para ellos.—
—Porque podían venderme a hombres desesperados por tener hijos— susurró Bella horrorizada.
—Sí— le dijo honestamente.
—Edward...—
—¡Eso nunca sucederá!— Le dijo viendo el miedo en sus ojos. No podía soportarlo. Levantándola de sus pies, él capturó sus labios en un beso duro y profundo.
—Edward...— dio un grito ahogado en su boca —te necesito. Necesito sentirte dentro de mí— envolvió sus piernas alrededor de sus caderas y sus brazos alrededor de su cabeza —por favor— Edward sabía que nunca podría rechazar a su Isabela, especialmente cuando lo que ella estaba pidiendo era a él.
La presionó contra la pared y le paso un brazo por debajo del trasero, levantándola mientras retrocedía lo suficiente como para liberarse de sus pantalones. Colocando la cabeza de su pene en la entrada de ella, la agarró por la pequeña cintura y lentamente la bajó sobre él.
Bella jadeó cuando sintió que Edward empezaba a llenarla. Diosa, él era tan grande... ella lo sabía, pero aun así la sorprendía cada vez que hacían el amor y eso la excitaba. Él extendió su estrecho canal hasta el punto de que ella podía sentir el fuerte latido de su corazón latiendo profundamente dentro de ella, haciéndolos verdaderamente uno.
—¡Edward!— gritó ella, arrancando la boca de la suya mientras se lo llevaba todo.
—¡Mía! ¡Eres mía, Isabela!— gruñó Edward mientras lentamente comenzaba a empujar hacia adentro y hacia afuera de ella, gimiendo por la forma en que su canal se aferraba a su eje tratando de succionarlo hacia adentro mientras él se alejaba casi por completo de ella.
Incapaz de detenerse, regresó tan profundamente como pudo, necesitando conectarse con ella de la manera más primitiva. Ya podía sentir cómo se le subían las pelotas, y quería llenarla con su semilla, quería reclamarla, para asegurarse de que ningún macho dudara de que es suya. Él quería que su semilla echara raíces y que ella diera a luz a su descendencia. Quería todo lo que nunca pensó que podría tener.
—Diosa, Isabela!— Bella no podía creer los sentimientos que estaban fluyendo a través de ella, y ella sabía que todos venían de Edward a través de la Cuenta de Verdadera Compañera que ella usaba.
Extendiendo la mano, ella agarró la trenza que una vez había sostenido esa cuenta y sintió una sacudida extra de amor y conexión que la llevó a un orgasmo poderoso que la hizo gritar su placer cuando Edward explotó dentro de ella.
Edward yacía junto a su Isabela en su cama, un brazo lanzado a través de su cintura manteniéndola cerca mientras la observaba dormir. Diosa, no debería haberla tomado así. Especialmente después de todo por lo que había pasado ese día. Debería haberla limpiado y dejado descansar... pero no podía arrepentirse, nunca se arrepentiría.
—Mejor que no lo hagas— le dijo ella dormida.
—¿Qué?— le preguntó y miró mientras ella luchaba por abrir los ojos lo suficiente como para mirar a los suyos.
—Más vale que no te arrepientas— le dijo ella —si lo haces, te patearé el trasero.—
—¿Cómo... cómo supiste que estaba pensando eso?—
—Porque tú lo dijiste, tonto— sus ojos comenzaron a cerrarse de nuevo.
—No lo hice. Sólo lo pensé— con el susurro de Edward tenía los ojos abiertos de nuevo.
—Tenías que haberlo dicho, si no, ¿Cómo podría haberte oído?—
—Porque ese es el otro secreto que los Kaliscianos siempre han guardado sobre su Cuenta de Verdadero Compañero. Cuando se intercambian, les permiten no sólo sentir lo que el otro está sintiendo, sino también hablarles en sus mentes.—
—¿Qué?— ella le miró confundida.
—Sólo los Verdaderos Compañeros, los que han intercambiado sus Cuentas y tienen los lazos más profundos, pueden oír los pensamientos del otro.—
—Pero nosotros no...— las palabras de Isabela se quedaron en el aire cuando su mirada se dirigió a la trenza de Edward que una vez sostuvo su Cuenta Verdadera de Compañera y Ashe.
Ahora, a mitad de esa trenza había una Cuenta verde con ámbar girando a través de ella. La mirada de Edward siguió a la de ella y se detuvo sobre lo que ella sostenía en su delicada mano, y sintió que su corazón tartamudeaba.
Allí, atado a su trenza, los dedos de su Ashe la acariciaban con amor, yacía la cuenta más hermosa que jamás había visto. Era un verde más claro que la que ella llevaba puesta, y giraba con un cálido ámbar en lugar del blanco de él, pero aún así sabía lo que era. Era imposible. Ella no era Kaliszian, pero él llevaba su Cuenta de Verdadero Compañero. Lo llevaba puesto.
—¿Edward? ¿Cómo es posible?—
—No lo sé, pero sólo puedo agradecer a la Diosa por ello.—
—¿La Diosa?— susurró. Algo en el tono de Isabela hizo que la mirara fijamente.
—Isabela, ¿Qué es lo que no me estás diciendo?—
—Pensé que era un sueño— susurró ella.
—¿De qué estás hablando?—
—Conoci a la Diosa... y a su pareja. Nosotros, umm, realmente no nos llevábamos muy bien.—
—¡¿Qué?!— Edward no intentó ocultar su sorpresa.
—Ella desafió lo que yo sentía por ti, que era verdad porque no creía en la Cuenta.—
—¿No?— preguntó.
—Creo en ti, Edward, con o sin tu Cuenta. Claro que siempre la amaré, cuidaré y protegeré, como te amaré a ti por el resto de mi vida— miró su trenza que contenía la Cuenta Verdadera Compañera y la cuenta de Ashe y sonrió ante lo que de alguna manera sabía que estaría allí.
Una cuenta Dasho.
Levantando la mano, quitó la cuenta de ámbar con remolinos blancos que la atravesaban y miró a su Edward.
—Edward Masen, ¿Quieres ser mi Dasho? Juro que, si aceptas esta Cuenta, te amaré y protegeré siempre con todo mi corazón y alma y que cuando la Diosa llame mi nombre para entrar en la Tierra Prometida, seguiré luchando para permanecer a tu lado— Edward sintió que se le paralizaba el aliento. Había llegado a aceptar que nunca usaría su Cuenta de Dasho. Pensaba que no le importaba, pero ahora se daba cuenta de lo mucho que quería llevar su cuenta.
—Isabela Swan, te acepto como mi Ashe, como lo he hecho antes y siempre lo haré con o sin tu cuenta. Tú eres mi amor, mi corazón y mi alma, y si la Diosa trata de recibirme en la Tierra Prometida sin ti, me negaré y siempre estaré a tu
lado— envolviendo sus dedos alrededor de los de ella, juntos acercaron la cuenta, y pareció saltar de las yemas de sus dedos para fijarse firmemente a la mitad de su trenza.
Bella miró fijamente la cuenta por un momento y luego miró a los ojos de Edward.
—Te amo, Edward. Con o sin esas cuentas, tú eres el único para la que fui hecha, el único al que amaré. Ahora— ella le dio una sonrisa burlona —demuéstrame cuánto me amas.—
Siento muchos que esperarán para el final de esta historia. Muchas gracias a todos los que estuvieron atentos a cada capítulo y a todos los que comentaron. Mil Gracias!!
Gracias también por decirme que ya hay alguien que está subiendo la Serie Tronias.
Wenday14, Marbellí, Maryluna, Jessi, eumeliagastelum, phoenix1993, brigitte anadelfi prieto, Veronicaar, Bastes13, OnlyRobPatti, Mar91, Lou 279, wendy andino, ElizabhelSwan23, TwiFan.
Si se me olvidó alguien, una disculpa.
