Hola!
Bueno, mientras sigo desarrollando la historia, podemos tener hueco para un poquito más de dramione.
Gracias por los review y los mensajes, siempre es importante saber que hay alguien ahí, compartiendo esta historia conmigo.
Besos y abrazos
AJ
Callejones y tapaderas
Draco regresó a su casa pasado el medio día.
Tony y Adrian le habían invitado a comer con ellos, pero alegó que tenía planes con Granger y se marchó. No creía poder soportar de nuevo más chistes, risas o preguntas estúpidas de aquellos dos.
Caminó hasta el comedor para verificar que no había nadie por allí y, al ver que estaba solo, fue hasta la puerta del final del pasillo, la que daba acceso a su casa real, a aquella en la que nadie más que él había puesto un pie jamás.
Entró y el olor a hogar le dio la bienvenida.
Aquél era el primer lugar en el que se sentía en casa. Ni Hogwarts, ni Durmstrang ni mucho menos Malfoy Manor que se había convertido en un mausoleo lúgubre y lleno de recuerdos de mierda.
Pese a lo aséptico que parecía todo en el recibidor y en las falsas estancias que tenía "abiertas" a sus invitados no deseados, una vez traspasabas aquella puerta, nada era igual.
Allí podía ser él mismo, sin ambages, sin máscaras, sin reglas o protocolos, sin apellidos.
Pese a que las paredes seguían siendo blancas y los suelos de madera gris, el pasillo estaba cubierto con una gruesa y mullida alfombra que, para sorpresa de todo aquel que creyera conocerle, no era verde, ni oscura, sino de un tono vainilla que daba calidez al lugar.
Abrió la puerta que tenía a su izquierda que no era más que un enorme armario con zapateros y perchas, se quitó los zapatos y la túnica y caminó hacia el interior.
Las paredes estaban decoradas con luminosas lámparas que, pese a que imitaban a candelabros antiguos, eran un diseño moderno y minimalista fabricado en titanio. También había cuadros, pero lejos de ser retratos familiares eran distintos paisajes de lugares que le transmitían, de alguna u otra forma, algo de paz.
Fue hasta el salón, dejó unos documentos de la Agencia sobre la mesa de café y recogió una taza vacía y un pequeño plato con restos del desayuno antes de ir a darse una ducha y prepararse para su encuentro con Granger.
No había sido fácil dejar que se fuera la noche anterior. Tuvo que luchar contra los repentinos impulsos que le impelían a impedir que se marchara. Con fiera determinación, aplacó esa necesidad de llamarla y pedirle que se quedara con él, que tuvieran esa última noche que les habían arrebatado y se quedó allí, escuchando los pasos que la alejaban de él hasta que el sonido de la red flú le indicó que se había ido.
Aquella bruja se estaba convirtiendo en un problema real.
¿Por qué no podía quedarse con los recuerdos que habían creado juntos en Grecia y olvidarse de una vez por todas de ella?
Sí, el sexo con Granger era fantástico, de hecho podría decir, sin miedo a equivocarse, que era el mejor sexo que había tenido jamás. No es que, a sus casi veinticinco años, tuviera una basta experiencia en el asunto, al menos no tanta como Blaise o Adrian, pero apostaría una de sus cámaras de Gringotts a que no le sería nada fácil encontrar una compañera de cama igual en el futuro.
Para Draco siempre había sido muy fácil compartimentar sus emociones, tanto que, gracias a eso, se había convertido en el oclumante perfecto, pero, aunque era capaz de diseccionar cualquier emoción, no sabía qué sentía exactamente por la ex Gryffindor.
No era amor, eso sí lo tenía completamente descartado, es más, dudaba seriamente que fuera capaz de experimentar aquel sentimiento, aunque sí era algo cálido, algo… diferente a lo que no sabía poner nombre.
Sorprendentemente, la mujer en la que se había convertido le gustaba. Era cariñosa, inteligente, divertida y llena de vitalidad. Había sido cautivador pasar tiempo con ella y no solo en la cama. Era apasionada a la hora de defender sus ideas y tenía una conversación interesante y amena que difería, con mucho, de la habitual en las brujas con las que se había relacionado hasta el momento, que no dejaban de hablar de moda, de chismes y gilipolleces que no hacían más que aburrirle soberanamente.
Quizás por ello, porque esa nueva Hermione le agradaba la mayor parte del tiempo, no quería hacerla daño.
Casi rió cuando aquel pensamiento pasó por su mente. Posiblemente él había hecho de su adolescencia un infierno y la había dañado más que cualquier otra persona en el pasado, pero lo cierto era que aquel Draco hacía mucho que había desaparecido, sepultado por años de arrepentimiento y redención. El hombre que era, la persona en la que se había convertido, distaba mucho de aquel joven estúpido e ignorante, subyugado por las arcaicas creencias de un círculo social que quería sobrevivir en un mundo moderno en el que no tenía cabida, abriéndose paso en la sociedad por medio de la fuerza bruta.
Hacía mucho que había aprendido a pensar por sí mismo, a sublevarse contra los obsoletos dogmas que trataban de imponerle y en los que en realidad nunca había creído.
Ese nuevo Draco no quería hacerla daño y, aunque se moría de ganas de volver a meterla en su cama, estaba aterrado de hacerlo, sobre todo porque sabía que no era una mujer de una sola noche, pese a que hubiera aceptado serlo con él.
Maldiciendo en varios idiomas, se cambió de ropa y salió al hall principal para esperarla a tiempo de recibir a la lechuza que picoteaba en la ventana del salón.
Supo que la misiva era de ella nada más ver la letra pequeña y clara que había en el pergamino.
Se me ha hecho un poco tarde. Te veré directamente en la entrada al Callejón Diagon.
HG.
Al leer la nota fría e impersonal, supo que debería sentirse contento porque ella estuviera siendo fiel a lo que habían establecido en Atenas acerca de su no-relación.
Arrugó el papel en un repentino arrebato de rabia que sabía no debería estar sintiendo y lo tiró a la chimenea.
¿Es que acaso esa mujer era insensible? ¡Por Salazar! ¡Era una Gryffindor!
Repentinamente malhumorado, se metió en la chimenea y puso rumbo al Callejón Diagon.
—Granger —dijo con sequedad cuando se encontró con ella en la puerta trasera del Caldero Chorreante.
—Hola Malfoy —ella sonrió, mirando a su alrededor —tal vez deberías cambiar la cara si quieres que mantengamos la tapadera
Pese a la dulzura de su voz, Draco se dio cuenta de que había una leve nota ácida, casi como si le estuviera recriminando las palabras que él mismo dijo la noche anterior.
De pronto su humor mejoró un tanto.
—Querida —le tendió la mano y, cuando la mujer la tomó, entrelazó sus dedos con los de ella —¿Dónde quieres que vayamos primero?
—A Libros de Segunda Mano. Creo que tendremos más posibilidades de encontrar ediciones antiguas allí.
Él se encogió de hombros y caminó con ella. De forma inconsciente ignoró todas las miradas que recibían a su paso, se irguió y, con aquella pose altiva y orgullosa que adoptaba cuando parecía ser el centro de atención, la guió entre la gente con agilidad, como si el hecho de que Draco Malfoy paseara de la mano de Hermione Granger no fuera lo más extraño que se había visto en aquel callejón en años.
—Me siento observada —murmuró Hermione al cabo de un rato.
—¿No deberías estar acostumbrada? —él alzó las cejas con diversión —tengo entendido que durante un tiempo a Potter, a la comadreja y a ti os persiguieron por todas partes.
—Sí —ella contuvo un estremecimiento —es algo que no quiero recordar.
—De todas formas si te sirve de algo creo que me miran a mi —rió entre dientes —¿Cómo un mortífago que debería estar pudriéndose en Azkaban ha terminado conquistando a la heroína de guerra más famosa de todos los tiempos?
—No eres un mortífago —replicó ella con rabia —no digas eso.
—Lo fui.
—¿De verdad? —se paró en mitad de la calle para mirarle a los ojos —yo creo que en realidad no.
—¿Quieres ver la marca de mi brazo? —sonrió de lado —porque sigue ahí.
Ella le miró, confundida, dándose cuenta de que en realidad no la había visto cuando estuvieron juntos y Draco, que se dio cuenta, amplió su sonrisa.
—Digamos que encontré la forma de crear un hechizo desilusionador capaz de mantenerla oculta por largos periodos de tiempo. Basta con utilizarlo una vez al mes… más o menos.
Hermione abrió los ojos con sorpresa.
—¿Inventaste un hechizo? ¿Tú?
—No sé como sentirme con ese tono de sorpresa, Granger. No soy ningún idiota ¿Sabes?
Ella sacudió la cabeza.
—No, yo… lo sé, siempre he pensado que eras muy inteligente… vago, eso sí, pero muy listo.
Para su sorpresa y horror, Draco sintió calor en sus orejas y se dio cuenta de que se había sonrojado.
Carraspeó.
—Bueno, esto… gracias —volvió a toser, incómodo —en realidad no inventé nada, simplemente lo potencié, un cálculo aritmántico simple con la runa Tyr y Man.
Ella asentía mientras él hablaba.
—Ocultar, ampliar… —abrió la boca y rió —vaya, Malfoy —sacudió la cabeza sin perder la sonrisa, con sus ojos castaños brillantes de alegría —eres bueno —alzó las cejas y caminó una vez más.
Draco bajó la cabeza, nada dispuesto a que todas aquellas personas que no les quitaban los ojos de encima vieran que seguía más colorado que un Weasley por aquel estúpido cumplido.
Continuaron paseando tomados de la mano y el ambiente entre ellos pareció volverse más natural según pasaban los minutos.
Pronto, ambos se sintieron tan cómodos en la mutua compañía como lo habían estado en Atenas y, antes de darse cuenta estaban hablando de la complejidad de realizar hechizos permutadores en seres mágicos como los dragones o los hipogrifos.
—En el Torneo de los Tres Magos aconsejé a Harry usar un hechizo permutador en su dragón, pero la piel de dragón es muy difícil de penetrar por encantamientos simples y Harry no estaba preparado para hechizos muy complejos —chasqueó la lengua —sobre todo teniendo en cuenta que tenía que vencer a un Colacuerno húngaro.
—San Potter es el niño inmortal —masculló con sarcasmo —si ese Colacuerno se lo hubiera comido seguramente no le habría masticado y hubiese salido de su estómago con un difindo.
Ella puso una mueca de desagrado.
— Eso es asqueroso, Draco
Pasaron casi toda la tarde rebuscando entre los Libros de Segunda Mano donde consiguieron encontrar Los Artefactos Perdidos de la Antiguedad, por Caedmon Munchausen, Leyendas infantiles griegas, de Cassia Kokinos y después terminaron en la Editorial Obscurus donde consiguieron la tercera edición de la Antología de las biografias de los Magos Tenebrosos de todos los tiempos.
—No hemos encontrado demasiado —se quejó Hermione mientras iban hacia Florean Fortescue.
—Podemos ir mañana a Malfoy Manor si quieres.
Ella arrugó la nariz.
—No me apetece volver a tomar poción multijugos —suspiró con frustración —es… extraño tener el cuerpo de Theo ¿Sabes?
Se sentaron en una de las mesas de la terraza y él la contempló alzando una ceja.
—¿Has estado curioseando el cuerpo de Nott?
El rostro de Hermione se prendió y abrió y cerró la boca como un pez.
—¡Por supuesto que no! —dijo entre avergonzada y ofendida —jamás le haría eso, me parece… ¡Irrespetuoso! ¡Y soez! —asintió con rigidez, evidenciando un punto y le fulminó con la mirada.
—A veces eres una mojigata —rió bajito
—¿Acaso tú lo habrías hecho?
—Por Merlín ¡No! ¿Por qué iba a querer yo ver a Nott? —sus labios se elevaron en una mueca de desagrado —pero si me convirtiera en una chica creo que lo primero que haría sería mirarme las…
—¡Draco!
Él rió con diversión hasta que escuchó una voz detrás de él que le hizo desear estar en cualquier otro lugar de Londres.
—Hola, Draco.
Vio que Hermione perdía la hilaridad y se quedaba algo pálida y callada.
—Hola, Astoria —se giró y compuso una sonrisa tensa —Daphne.
Ambas hermanas le contemplaban con idénticas muestras de incomodidad, como si ahora que habían decidido acercarse a hablar con él no supieran muy bien cómo continuar con la conversación.
Elevó una ceja interrogante al ver que ninguna de ellas hablaba y esperó.
—Esto… —Daphne fue la primera en perder el mutismo —creíamos que estabas en Grecia.
—Obviamente hemos regresado —respondió Draco con fría educación haciendo hincapié en el plural.
Hermione se dio cuenta del dolor que brilló casi imperceptiblemente en los bonitos ojos azules de la pequeña de las Greengrass y no pudo evitar sentirse culpable. No era como si Malfoy la hubiese dejado por ella o algo así, sabía por él que nunca habían sido pareja aunque sí que habían salido alguna que otra vez. Y en ese momento, Hermione se dio cuenta de que la joven bruja había tenido la esperanza de que aquellas citas fueran el preludio de algo más.
—Ya lo veo —seguía diciendo Daphne que no parecía querer disimular su enfado — Astoria esperaba al menos una explicación.
Hermione estuvo a punto de golpearse la frente con la mano.
Ella conocía realmente a Draco desde hacía mucho menos tiempo de lo que lo hacía Daphne ¿En serio creía prudente hablarle así?
Sintió de nuevo una punzada de lástima por Astoria.
—¿Ah si? —La elegante y aristocrática ceja de Malfoy se elevó apenas un milímetro y su voz se volvió gélida y dura — Me pregunto por qué le debo una explicación de mi vida a nadie —miró a la pequeña de los Greengrass con frialdad —¿No tienes voz? No entiendo por qué envías a tu hermana a hablar conmigo, Astoria. Ni entiendo por qué cree que te debo explicación alguna.
Daphne se había puesto pálida y agarraba la mano de su hermana en un apoyo silencioso que no pasó desapercibido a Hermione aunque, para su sorpresa, pese al rostro dulce y dolido de la joven, pareció recomponerse rápidamente y habló con claridad, demostrando que, no en vano, era una Slytherin.
—No la he enviado a hablar contigo, Draco —su voz era cálida y agradable —y ambos sabemos que no me debes nada —pese a la suavidad de su tono, a ninguno le pasó desapercibido que sonaba amarga y dolida.
—Bien —miró de nuevo a Daphne —no me gustan las acusaciones veladas —miró a su alrededor —ni los espectáculos públicos —se levantó y extendió la mano hacia Hermione —¿Querida?
Por un instante, una milésima de segundo, ella estuvo a punto de rechazar el contacto y abogar por aquella bruja que parecía tan atormentada, por pedirle a Draco que al menos hablase con ella con menos frialdad. Pero finalmente supo que su intercesión no sería bien recibida por ninguna de las partes por lo que agarró los dedos del rubio y se levantó.
—Me pregunto —espetó de pronto Daphne que parecía haber recobrado su rabia al ver cómo se tocaban —si esto no es un movimiento estratégico para limpiar el nombre de los Malfoy.
Hermione dio un respingo al escuchar la malignidad de su voz pero Draco solamente sonrió, de esa forma ladeada, ladina y perniciosa que ella recordaba de sus años en Hogwarts.
—¿Crees que necesito limpiarlo? Que… curioso. Hace un momento estabas dispuesta a dejar que tu hermana se restregara conmigo… nominalmente hablando, cuanto menos.
Al ver que la bruja iba a contestar, Astoria apretó su mano conminándola a guardar silencio.
—¿Podríamos hablar? —miró a su hermana —a solas.
Draco volvió a levantar una ceja y apoyó los dedos de Hermione en su antebrazo.
—Como puedes ver ahora mismo estoy acompañado — acarició el dorso de la mano de su compañera —comprenderás que no sería educado irme a hablar a solas con otra mujer.
Pese a que apretó los dientes con rabia, la joven asintió y sonrió.
—Por supuesto ¿Más tarde, quizás?
—No —siguió sonriendo —nos vamos a casa, tal vez mañana. Si nos disculpais…
Sin más se soltó del agarre de Hermione, le pasó un brazo por la cintura y los apareció en su casa, junto al comedor.
—Lo siento —murmuró en cuanto se estabilizaron. Tenía el ceño levemente fruncido y no la miraba a los ojos —ha sido desagradable y lamento que hayas estado presente.
Algo en el pecho de Hermione se derritió al ver que verdaderamente parecía contrito y disgustado.
—No ha sido culpa tuya
—¿No? —él rió sin humor —ciertamente no ha sido un acierto dejar que se entere de… bueno, de todo esto por la prensa —dejó escapar el aire con brusquedad — Astoria y yo hemos tenido alguna cita pero nada más. Aun así debo decir que no es mala chica —buscó sus ojos y ella pudo ver que era sincero — nunca me dio de lado, incluso cuando los Malfoy eran unos completos parias sociales y fue una buena amiga, a su manera.
—Ella está enamorada de ti —dijo Hermione.
—Es posible —Draco parecía molesto con ese conocimiento —pero no es recíproco —la soltó y dio unos pasos hacia atrás, mesándose el cabello —siempre he pesando que, en el futuro, sería una buena esposa —volvió a reír y, como no la miraba, no vio el fogonazo de dolor en sus ojos castaños —en mi mundo los matrimonios rara vez son por amor —se encogió de hombros —además como has dicho ella parece estar enamorada de mi y a mi padre posiblemente le daría una apoplejía porque piensa que los Greengrass están muy por debajo en la escala social. Lo que sería maravilloso.
Hermione parpadeó, algo confundida.
—Pensaba que me habías dicho que había cambiado.
—Oh sí, ya no es el cabrón que solía ser, posiblemente no quiera verte muerta, pero sigue pensando que la clase social lo es todo en esta vida.
—Quizás deberías hablar con ella —compuso una sonrisa que le costó una vida entera y rogó porque no se diera cuenta de que por dentro estaba rompiéndose un poquito su corazón —puedes decirle que me fui a casa porque me dolía la cabeza.
Él frunció el ceño y clavó en ella sus argénteos ojos.
—Hablaré con ella mañana.
— ¿Vas a explicarle todo esto?
—¿El qué? ¿Que trabajo para el Ministerio en una Agencia Secreta y mi relación contigo es una tapadera? —rió bajito —podría ser épico, sí —negó con la cabeza y dio un paso hacia Hermione —además, sería mentir ¿Verdad? —pasó las yemas de los dedos por la mandíbula de la mujer en una áspera caricia — Puede que estemos simulando tener una relación frente a la sociedad mágica pero —subió hasta rozar sus labios —los dos sabemos que no todo es ficción.
—Ya no estamos en Atenas — El tono de Hermione era ronco y su respiración acelerada.
— Lo sé.
Él hundió la nariz en el hueco de su cuello, acariciando la piel suave y tersa con sus labios húmedos, aspirando aquel olor que le hacía volverse completamente loco.
—Dijimos que todo se quedaría allí —la voz de la bruja sonaba entrecortada y su excitación era casi tangible.
Draco quiso gruñir al darse cuenta de que se estaba derritiendo sobre él.
— Sí, lo dijimos
— Esto puede ser un error
— Ya lo sé.
Hermione tragó saliva con fuerza al sentir como la mano libre de él bajaba hasta sujetar su espalda y se deslizaba hacia abajo, rozando apenas su cadera y su muslo apuñado la tela de su vestido hasta levantarlo y tocar la piel de su muslo.
— Nos robaron una noche y la quiero recuperar.
Hermione tembló cuando los cálidos dedos ascendieron por su piel y de entre sus labios entreabiertos, aún acariciados por la yema de su índice, escapó un débil gemido que hizo a Draco tensarse en respuesta.
Aferró la carne apretada de su pierna hasta que la sintió temblar.
— ¿Lo quieres? — Susurró sobre su oído, calentando el lóbulo con su aliento antes de pasar la lengua por el borde de su oreja —¿Quieres recuperarla? —no pudo evitar la sonrisa que curvó sus labios al darse cuenta de que la piel de la mujer se erizaba ante aquel asalto a sus sentidos y metió la mano bajo el vestido, dibujando arabescos en la piel sensible de su muslo —¿Qué dices, Hermione? —Alcanzó la costura de sus bragas, justo sobre el pliegue húmedo de su pierna y pasó el pulgar bajo el elástico apenas lo suficiente para que le sintiera allí, cerca de ese punto palpitante y necesitado.
—Draco…
— Dime —levantó muy despacio la tela con la punta del dedo, empujando un poquito más— ¿Estás mojada?— introdujo el pulgar lo suficiente para rozar apenas un poco el borde de sus labios — ¿Necesitas que te toque? — el dedo perfiló el borde de su empapada hendidura y levantó la cabeza para clavar en ella su mirada. —Di que sí.
Hermione le contempló entre sus pestañas y se lamió el labio inferior al darse cuenta que, acumulados en las profundidades de galio fundido de aquellos profundos iris, se perfilaban el miedo y la inseguridad. Draco temía que le rechazara.
Levantó su mano y rozó su mandíbula en una lánguida caricia que hizo que él se tensara, pero no se apartó pese a la ternura de aquel gesto que iba mucho más allá de lo que ambos habían estipulado.
Sin pensarlo más, se puso de puntillas y besó su garganta.
—Agarrate, Draco
El hombre inspiró con brusquedad, la aferró de las caderas casi con violencia y, deslizando sus palmas hasta sus nalgas la elevó con fuerza hacia su cuerpo. Hermione ahogó un gemido de sorpresa le rodeó las caderas con las piernas, anclándose a él antes de buscar la varita y aparecerlos en su propia casa.
Enredó los dedos en ese pelo suave y platinado, aferrándolos con desesperación mientras él amasaba sus nalgas sobre la tela de sus bragas y trastabillaba a ciegas por ese desconocido lugar.
—Allí —dijo Hermione sin aliento, señalando la puerta que había al final de un pequeño pasillo.
Draco abrió con rudeza y cerró de un portazo a su espalda. Con la respiración acelerada se apoyó en la madera, introduciendo las puntas de sus dedos bajo la húmeda tela de algodón mientras ella jadeaba con los labios pegados a su oreja, erizando su piel y haciendo arder su sangre.
Intento calmarse y tomó aire, pero era incapaz de frenar sus ansias. Apretándola contra su erección abrió los ojos y se sorprendió al ver el dormitorio de Hermione, aquel lugar femenino y privado que era solo suyo.
—Te deseo —la respiración de la mujer era agitada y su voz sonó ronca y caliente. Le acariciaba la nuca en un gesto tan tierno que él tragó saliva, repentinamente asustado —Draco…
Buscó sus ojos al escucharla pronunciar su nombre y se contemplaron en silencio, casi sin aliento.
Algo cambió en ese infinitesimal segundo, algo que hizo que el mundo de ambos hiciera click y girase ciento ochenta grados, algo en lo que ninguno de ellos estaba preparado para pensar. Se mantuvieron la mirada sin flaquear, excitados, calientes, dispuestos a devorarse de un momento a otro.
— Bésame— susurró Draco justo sobre aquellos labios gruesos que le volvían jodidamente loco. Ella obedeció al instante — Abre la boca, Hermione — y, como en un trance del que era incapaz de salir, ella lo hizo, con sus orbes ambarinos clavados en los suyos— No cierres los ojos, mírame.
Se cernió sobre sus labios en un beso voraz, un beso ansioso y primitivo, un beso devastador, lleno de promesas oscuras y carnales. Mordió, lamió y tiró de aquella boca que prometía placeres inconmesurables. Se deleitó en cada uno de sus estremecimientos, en cada uno de sus gemidos. Sin dejar de mirarla chupó su labio inferior y tiró de él, abriéndola, buscando una respuesta que ella no tardó en darle. Sus lenguas se buscaron, se lamieron, se reconocieron y todo se prendió.
Su sistema límbico se activó y sus instintos tomaron el control. Todo pensamiento racional desapareció.
Draco aflojó un tanto la sujeción que mantenía en aquel curvilíneo trasero y ella resbaló, restregandose lentamente por su cuerpo hasta que apoyó una vez más los pies en el suelo.
Se separaron muy despacio y se observaron en silencio. Con el ansia calmada por el momento, Draco deslizó los nudillos pos su cuello y con algo que podría haber sido ternura, flexionó los dedos alrededor, alzando su barbilla con los pulgares mientras acariciaba su piel.
Ambos tenían la respiración agitada por culpa de los ávidos besos y se observaban sin apenas parpadear.
—Eres jodidamente hermosa —le dijo con voz brusca y áspera
Hermione sintió que su corazón se saltaba un latido y se aferró a las muñecas de Draco, tratando de afianzarse a algo cuando le temblaron las piernas cuando él inclinó la cabeza, lentamente, saboreando ese momento previo al beso en el que la anticipación lanza descargas de expectante placer a las terminaciones nerviosas.
En aquella ocasión el beso fue suave, casi afectuoso, sus labios se amoldaron con con una delicadeza que hizo humedecer los ojos de Hermione.
Draco le besó el labio superior y delineó su orilla con la punta de la lengua, mordiéndolo con ternura antes de besarlo de nuevo y chupar el inferior, dibujando el borde con su saliva. Repitió todo de nuevo, sin prisa, mirándola a los ojos como si quisiera tatuarse su rostro en las retinas para no olvidarlo jamas.
Finalmente, tras lo que pudieron ser minutos u horas, Draco empujó su barbilla para abrirle la boca y sencillamente se alimentó de ella. La devoró, no había otra palabra para describir la forma lánguida y sensual con la que se comió sus labios, buscando su lengua con indolencia, entrando en aquella cavidad una y otra vez, hambriento de su sabor, de su misma esencia.
Absorbió su lengua y la mordió, lamiéndola con la suya, engulléndola únicamente para dejar después un reguero de besos por su barbilla, la línea de su mandíbula y su oreja.
Ella gimió su nombre mientras la ternura iba desapareciendo en pro de la más acerada necesidad. El beso, ese beso voluptuoso y dulce fue volviéndose carnal y obsceno y Hermione respondió a cada libidinosa caricia con una propia, entregándose a aquella lujuria con desenfreno, perdida en las sensaciones que creaban juntos, en el tacto de esa lengua resuelta y decidida que se enredaba en la suya en una lucha primitiva de poder.
La necesidad les arrollo y se besaron con fiereza y posesividad, en una batalla de voluntades, en una lucha absoluta por el poder. Se mordían y se lamían con avidez, aferrándose el uno al otro como si no hubiera nada más en el universo capaz de sujetarlos, como si fueran la gravedad que necesitaban para mantenerse en pie. Hermione le aferró del cuello, atrayéndole hacia su boca para profundizar el beso y Draco continuaba sujetándola del cuello, anclándola a sus labios, con los dedos enredados en aquellos suaves y despeinados cabellos.
Hermione resbaló sus manos por aquellos hombros anchos y fuertes, deslizándolas por los marcados pectorales que se sentían bajo la ropa, asombrándose aún de los músculos que había desarrollado aquel hombre que otrora fuera un joven larguirucho y flaco.
Abrió su camisa, tirando con frustración de los botones hasta que él, riendo, apartó sus manos para ayudarla y se la sacó por la cabeza.
—Te deseo —repitió de nuevo ella, con la voz entrecortada de necesidad.
— Madita sea… Hermione…
Draco trataba de hablar pero Hermione no dejaba de besarle, su parte racional olvidada, perdida quizás en algún punto de su aparición conjunta.
—Joder —gruñó él cuando ella prácticamente escaló por su cuerpo, trepando como una hiedra, pegándose a sus piernas y su torso tanto como le era posible —ven aquí.
Volvió a sujetar aquellas nalgas perfectas y la empujó contra su miembro rígido y dolorido, gimiendo cuando sintió su humedad incluso a través de sus horribles bragas.
Siguieron besándose, una y otra vez, restregándose el uno contra el otro, jadeando con cada roce de sus cuerpos semi desnudos.
—La cama —susurró Hermione mordiéndole el labio inferior
Draco caminó hacia allí, con las piernas de ella enredadas en sus caderas, resoplando con cada paso, que hacía que su erección se frotara contra la calidez de su cuerpo. Respiraban de forma entrecortada, incapaces de hablar ni de romper el contacto de sus bocas.
Por fin la dejó caer contra el colchón, semidesnuda, con los labios hinchados y enrojecidos por sus besos, los ojos brillantes, las pupilas dilatadas y el cabello enmarañado.
—Yo también te deseo —susurró él, agarrando los tobillos de la mujer para quitarle las sandalias. Besó cada uno de los empeines y acarició sus piernas, fascinado por la forma en la que su piel se erizaba con cada uno de sus toques.
Metió las manos bajo la tela de su vestido, solo para dejar que sus dedos resbalaran hasta sus rodillas, ascendiendo y descendiendo por aquella sedosa longitud. Era tan suave y cálida que no podía dejar de tocarla, disfrutando de cada gemido, de cada suspiro que salía de aquellos perfectos e inflamados labios.
Draco tiró del vestido con un gruñido y la desnudó, arrancando su ropa interior al sentir como su erección se estiraba, dolorosa y exigente. Sin dejar de contemplar aquel cuerpo perfecto y aquellos ojos límpidos y llenos de deseo, se desabrochó el pantalón y, tirando de él junto con los bóxer de seda negros que llevaba, se quedó desnudo frente a ella, de pie al borde de la cama.
Ella alzó una mano invitadora y la extendió hacia él.
El mundo de Draco se paró, la gravedad dejó de existir y cuando volvió a pisar tierra firme, todo parecía haber cambiado.
—Maldición —dijo antes de caer sobre ella como un animal enloquecido
Todo dejó de existir, todo lo que no fuera aquella habitación, aquella cama, aquella bruja que tenía bajo su cuerpo. Todo lo que no fueran sus gemidos, sus jadeos, el sonido de su voz, el olor de su piel.
Le arrancó la ropa interior con las manos y los dientes, besando cada pedazo de ella que encontraba a su alcance. Lamió sus pechos, amasando la carne de sus caderas y de sus muslos. Absorbió aquellos picos sonrosados en su boca, mamando de ellos con fruicción, paladeándolos con voracidad. Ella gritaba con cada acometida de su lengua ávida y lujuriosa, aferrándose a él tratando de mantener la conciencia, pronunciando su nombre como un mantra, una y otra vez.
—Merlín, Hermione.
Volvió a recorrer aquel perfecto cuerpo con su boca, mordiendo el nacimiento de su seno, lamiendo su clavícula, dejando un reguero de besos por su cuello y su barbilla hasta alcanzar aquellos labios voluptuosos una y otra vez, lastimando su boca con su apremio. Hermione estaba lejos de quedarse atrás, abandonada en aquella pasión incontrolable que la hacía perder el dominio de sí misma se retorció en su agarre, clavando las uñas en la pálida espalda del hombre, arañándole en su afán por devorarle.
Sin barreras que pusieran límite a las caricias de sus cuerpos, se perdieron el uno en el otro, absortos en el tacto de su piel, cayendo juntos en una vorágine de pasión desmedida.
Draco se alzó sobre ella, sujetando su peso con las manos a cada lado de su rostro y pegó sus caderas, mirándola a los ojos, dejando que su grueso y dolorido glande presionara en sus pliegues.
Ella se mordió el labio y él la besó, pidiéndole sin palabras que lo soltara únicamente para lamerlo con suavidad, sus alientos se entremezclaron, sus bocas rozándose, separadas por apenas un suspiro.
Se respiraron, embebiéndose el uno del otro, incapaces de dejar de mirarse los ojos mientras él volvía a frotarse contra ella, empujando la cabeza de su miembro lo justo para que se encajara en esa ceñida entrada, una vez, dos.
Se apartó arrancando un gemido de ella y se arrodilló abriéndole las piernas para hacerse hueco entre ellas.
—Tan perfecta —musitó con voz ronca mientras acariciaba la depresión de su abdomen —tan receptiva y salvaje —Hermione apuñó la colcha entre sus dedos cuando él descendió hasta sus dedos acariciaron la espesa humedad su entrepierna —tan empapada para mi…
Aún se sorprendía de lo mucho que ella parecía desearle, de como su cuerpo se preparaba para él, por él… Hermione le miró, aquel apuesto rostro marmóreo contraído en un gesto de deseo visceral, vio como se lamía el labio inferior, mirándo su propio dedo juguetear con el inflamado nudo de carne endurecido que se agrandaba cada vez más.
Gritó, temblando mientras él deslizaba los dedos una y otra vez entre sus pliegues, extendiendo sus cremosos fluidos por sus labios.
—Es tan condenadamente erótico —Introdujo la punta del dedo en el estrecho canal y gruñó al ver y sentir como se contraían sus músculos —podría pasar horas mirándote —ella se arqueó con un lastimero quejido cuando él retiró su dedo —me vuelves loco —sin dejar de mirarla se lo llevó a los labios y lo chupó con deleite, lamiéndolo despacio.
—Oh Dios —murmuró ella con un gemido, sacudiendo la cabeza, con las mejillas sonrojadas por la brutal sensualidad de aquel acto.
—Joder —siseó Draco con una maldición que sonó puramente carnal.
Volvió a buscar su sexo con los dedos, empujando, acariciando, estirándola suavemente.
Hermione, ciega de deseo buscó su boca, saboreando su propia esencia en sus labios y Draco cayó sobre ella, abrazándola, adorándola con sus labios y su lengua, besando una y otra vez aquella boca perfecta, dándole, entre besos, la ternura de la que alguien como él era capaz.
—Déjame entrar —murmuró con voz ronca y oscura —ábrete para mi.
Hundió el rostro en el hueco de su cuello y besó la delicada piel de su garganta antes de morder aquel hombro elegante y pequeño y empujarse en su cuerpo.
Ella era la perfección hecha mujer, estrecha, caliente, mojada, tan apretada… En algún momento Draco dejó de pensar y se dejó llevar por la miriada de sensaciones que se arremolinaban en su cuerpo.
Ella se ajustaba a él como un guante, se contraía, húmeda y suave en torno a su erección palpitante, oprimiéndole cada vez más fuerte, pronunciando su nombre una y otra vez, más alto, más rápido, perdiéndose en aquella bruma salvaje y sensual.
Draco, sintiendo que estaba a punto de perder el control, agarró aquellas caderas voluptuosas y embistió una y otra vez, intercalando estocadas rápidas y profundas con envites suaves y lentos, incapaz de hacer otra cosa más que sentir, que sentirla, que buscar la culminación, ansioso y descontrolado.
Hermione se arqueó hacia, gritando su nombre mientras él entraba más rápido, más fuerte, elevándola más y más mientras clavaba sus dedos en la carne tierna de sus caderas. Le sintió temblar, notó como su miembro se agrandaba hasta lo imposible, enterrado profundamente dentro de su cuerpo y como el clímax lo arrolló de forma brusca y absoluta.
—Draco…
Él la miró mientras se corría y el impacto de esa mirada descarnada y feroz la hizo saltar en mil pedazos. El orgasmo la devastó, como un tsunami que arrastró todo a su paso y cayeron juntos por el abismo de la cordura, besándose despacio, casi con ternura, acariciando sus cuerpos en el silencio reverencial que siguió a esa experiencia casi mística que habían compartido.
Ninguno de los dos habló, porque ninguno estaba preparado para hacerlo.
