- ¿Recuerdas cuando Francis nos empezó a contar aquella historia? Esa la del guerrero de pelo cobrizo.- Su hermano se encontraba comiendo camarones a su lado, mientras, por encima (pensando que Alfred no lo notaba), lo miraba con preocupación.
Alfred lo recodaba, quizás demasiado bien. La situación presente solo hacia volver más nítidos los recuerdos de aquel día. Como si no hubieran pasado cientos de años. Como si quisiera recordarlo ahora.
-Lo recuerdo, Matthew- dijo nostálgico mientras empezaba a mirar a los demás invitados-. Éramos demasiado inocentes para pensar que la historia era real, al menos la mayoría.
Canadá le lanzo una triste mirada a su hermano. Puede que todos vean a Alfred como un joven ingenuo, en exceso entusiasta y, en muchas ocasiones, infantil y agresivo, pero él lo sabe mejor. Siempre ha sido él y no Arthur como muchos creen, quien mejor conoce a Alfred. A veces piensa en ello como una maldición.
Esta es una de esas ocasiones.
-Creo que muy en el fondo de mi mente- dijo el país mirando seriamente a su hermano- supe que hablaba de Arthur.
Alfred evito la mirada que le dirigió el menor, y empezó a beber de la copa de vino que había recibido en la entrada. Y entonces se permitió el recordar, aunque doliera, supo que el recuerdo de aquel día tarde o temprano se le presentaría en esta estúpida ceremonia, solo que no esperaba que fuera tan pronto. Maldito Francis, mira que prepararlo desde pequeño.
La voz de Francia, suave y melódica, fue llenando rápidamente su memoria. Ah, lo recuerda como si fuera ayer. El y Mathew acostados juntos en París, con solo una vela alumbrado ambos rostros y la cara de Francis, esos ojos burlones que, en que aquel entonces, se veían soñadores mientras entonaba una historia.
Una historia de fantasía suponía en aquel momento Alfred.
Érase una vez un caballero, de pelo cobrizo, era un joven temerario que infundía miedo en varios reinos. Se decía que peleaba como pocos, y su mirada era capaz de dejarte paralizado. Su espada siempre iba teñida de sangre. Se sabía que aquel joven odiaba con la vida a un hada del bosque, la odiaba tanto que varía veces en sus encuentros, la dejaba tan lastimada que el hada tenía que esconderse en lo más profundo del bosque y no salía en días por las heridas que el caballero le dejaba en su piel. Destrozaba sus alas, manchaba sus dorados cabellos de lodo y sangre cuando la arrastraba por el piso, clavaba flechas en sus costados. Pero, a pesar de todo este daño, el guerrero nunca pudo matar al hada, tuvo varias oportunidades cuando el hada aún era pequeña y débil, pero nunca lo hizo. Se dice que muy en el fondo del corazón del guerrero, existía algo más que el odio…se dice que poseía un amor enfermizo por el hada, del cual no podía deshacerse. Un amor que solo rivalizaba con el odio que le tenía, producto de una profecía que le hicieron cuando pequeño y que se cernía como una nube gris en lo oscuro de su mente, pues resulta que en una ocasión cuando el caballero apenas medía un poco más que ustedes, éste fue advertido por una bruja de cabellos plateados que le dijo "Llegará un día donde una criatura de la piel más pálida y los ojos más verdes que puedas imaginar, te vencerá en combate y acabará con el dominio que posees sobre tu tierra. Esta criatura se lo llevará todo, todo aquello que alguna vez te pudo haber pertenecido o pertenecerá, incluyendo tu nombre y tu corazón". El caballero cobrizo nunca olvidó la profecía y se dice que, en su primer encuentro con el hada, cuando vio sus ojos, lo primero que hizo fue apuntar una de sus flechas a su corazón. Falló, pero no por ello dejaría de intentarlo. Y luego, después de siglos, el amor fue creciendo en lo profundo mientras el guerrero se convertía en un hombre, pero, a la par, crecía el odio. El hada también había crecido, ahora ya no era la criatura indefensa que se escondía en los bosques, en cambio, había mutado a una guerrera letal, de una belleza única que muy pocos afortunados lograban presenciar, incluso se llegó a decir que poseía los ojos más bellos de todo el gran reino. Algunos decían que eran ojos de bruja, porque si los miraba demasiado tiempo caerías bajo un hechizo feroz. Así, el hada y el guerrero tenían luchas cada vez más largas, y cada vez más gente salía involucrada y lastimada, hasta que llego el día de la gran guerra. Donde, finalmente, el hada saldría victoriosa, siendo su primer reclamo el reino del guerrero cobrizo.
Esta primera victoria marcó el inicio, más no el fin de una rancha de triunfos, reclamando el hada para sí cada, de a poco pero implacablemente, todo aquello que pertenecía al guerrero. Tierras, tesoros, armas, gente. Todo pasó a ser del hada.
Al final, al guerrero solo le quedaban dos posesiones, su nombre y su corazón.
No obstantes, el hada ni siquiera tuvo que tomar estos, porque, para cuando llegó el momento el guerrero se los dio de forma voluntaria.
-Y ¡Fin!
Aplausos llenaron la ostentosa habitación de Francis.
Alfred lo miraba extasiado. Le encantaban las historias de guerreros y caballero, pero más aún amaba la historia de hadas. Matthew en cambio parecía más curioso. Francis le levantó una ceja, en gesto curioso-. ¿Qué sucede, mi pequeño?
El menor hizo la pregunta que lo aquejaba.
-Tío Francis, ¿el guerrero y el hada eran países?
Alfred levanto las cejas en señal de sorpresa, sus grandes ojos azules totalmente incrédulos.
- ¡Por supuesto que no, Mathew! ¿cómo puedes pensar eso?
Mathew ignoró resueltamente a su gemelo en busca de su respuesta.
Francis solo se limitó a sonreír misteriosamente.
-Lo son. Pero no me preguntes quienes son. Tarde o temprano te enteraras.
Canadá sonrió, él no necesitaba preguntar, en cambio, miro preocupado a su hermano quien parecía intentar adivinar quienes eran los países.
Ah, Mathew esperaba que lo de su hermano con su tutor no fuera más que un enamoramiento infantil. Realmente lo esperaba.
Mathew se equivocó.
Y Alfred se enteró. En lo positivo, más temprano que tarde. Para mal suyo, fue justo después de su independencia cuando uno de sus jefes le conto, motivado por el alcohol, que Inglaterra tenia a Escocia como perro faldero. Que, en las campañas en conjunto, compartían tienda y parecían amantes.
Si le preguntarán a Alfred que sucedió después de eso fingiría no recordarlo, se apoyaría en que estaba borracho por el triunfo, pero lo cierto es que aún siente la sangre de aquel jefe manchado su mano mientras oye los gritos que piden que se detenga. Luego de eso, Inglaterra y su relación con Escocia fue un tema prohibido de hablar delante de Alfred.
Y a Alfred cuando preguntaba todos les respondieron lo mismo, que era un matrimonio político, que era más tinta que amor, y él lo creía.
Y creerlo involucraba nunca preguntarle a nadie quien pudiera saber la verdad. Alguien como Francis.
Y Alfred se conformó. Se dijo a si mismo que Escocia e Inglaterra era de la misma sangre, que era algo que se había escrito por necesidades políticas y económicas, y no por sentimientos reales. Además Inglaterra no quería a Escocia, siempre lo insultaba. El así lo recordaba. Además también recordaba las pesadillas de Arthur en las noches, cuando gritaba a un Scott imaginario que dejara de hacerle daño. Alfred odio a Scott gran parte de su vida. Quizás lo sigue odiando. Quizás aún no supera la imagen de Arthur llorando y retorciéndose dormido.
Además, Arthur le pertenecía. La sangre de Arthur, su cabello, su piel, sus pecas y sus brillantes ojos verdes eran de Alfred. Claro, no en un sentido carnal, pero a Alfred le gustaba pensar que, si nadie tocaba a Arthur, era porque sabían que, en lo profundo, Alfred y Arthur pertenecían el uno al otro. Dios, ni siquiera era un secreto lo preocupado y atento que era Arthur con su excolonia y que podías amenazar a Alfred con cualquier cosa, país o persona en un encuentro, con cualquiera menos con Arthur. Nadie podía amenazar a Arthur en su presencia. Nadie.
Pero, al final, todo fue una ilusión. Una estúpida y tonta fantasía en la cabeza de Alfred. Francis, cuando a Alfred no le quedó más opción que preguntarle, se lo confirmó, ¡hasta dijo que Arthur lo amaba!, ¡Que se amaban mutuamente!, pero, ahora, viendo toda la ceremonia, sabe que muy probablemente el francés tenía la razón, después de todo, un matrimonio basado en acuerdos políticos no celebra aniversarios, no así. No deberían durar tres siglos. No deberían invitar a otros países a esto. No deberían celebrar algo.
Y, ahora, Alfred no puede evitar se consciente.
Los demás países no evitaban acercaban a Arthur por Alfred, lo hacían por Scott.
Arthur no le pertenecía, le pertenecía a Scott.
Arthur y Scott estaban casados.
Scott era el enamorado de Arthur.
Alfred quería matarlo.
Quería destrozarlo, saltar sobre su cuerpo salpicado de sangre (sangre sucia, tóxica, venenosa, acorde a sus horribles cabellos), ver el miedo en sus ojos, como tantas veces lo había visto en otras naciones y personas, ver la desesperación, sentirla, y cuando ya no quede nada de fuerza, cuando Scott ya ni siquiera pueda sostenerse por sí mismo, cuando ruegue por un final rápido a su dolor, Alfred, lo dejará ir (él es el héroe), claro, se llevará con él a Arthur. Él merece algo mejor que Scott, alguien más fuerte, más capaz, más poderoso y ¿quién más poderoso que el mismo Alfred?
Sí, debería dañar a Scott.
Romperlo.
Matarlo.
Matthew, como sintiendo la sed de sangre, toma el brazo de Alfred, suavemente, como solo puede hacerlo su hermano.-No lo hagas, Alfred. Por favor, piensa en Arthur.
Arthur.
Arthur no puede verlo así. No perdonaría a Alfred si ve que ataca sin razón a Scott. Alfred debe ser más inteligente, dios, ¿iba a atacar a una nación de Europa sin tener una justificación previa?
Contrólate, vuelve en ti. Vuelve a pensar con la sangre fría, esa que lo ha ayudado a mantenerse como potencia. Alfred vuelve a ocultar sea lo que sea que su hermano observó en comportamiento, pues Matthew lo suelta, más no se aleja de su lado. Alfred aguanta bien por lo que deben ser unos diez minutos, luego, ve a Scott dejar un beso en la mejilla de Inglaterra y lo pierde. Lo pierde desastrosamente. Nada parece importar cuando ve como las mejillas de Arthur se sonrojan, como parece soltar un insulto pero no se aparta del toque, al contrario, parece inclinarse aún más hacia Scott.
Alfred aprieta los puños y siente como toda la ira que había contenido a duras penas vuelve a salir a flote, renovada, más fuerte que antes.
Canadá lo mira con su cara de extrema preocupación, esa que solo pone cuando están en el campo de batalla y están perdiendo (irónico). Alfred se pregunta si tendrá que pelear con él para llegar donde se encuentran Arthur y Scott, Matthew es un oponente fuerte, mucho más fuerte de lo que los demás países piensan. Puede que no logre vencer a Alfred, no obstante, lo puede retrasar considerablemente.
Canadá, leyéndolo mejor que nadie (incluso mejor que Arthur) muestra sus manos en un gesto pacífico, ese que hacía desde niño cuando no quería continuar peleando con Alfred. Sin embargo, sus ojos violetas lo miran calculadoramente, pareciendo llegar a la misma conclusión a la que llegó Alfred unos segundos antes.
-Alfred, voy a saludar a los demás países, ¿vienes conmigo?
Ja, una oferta de tregua. Típico de Matthew.
Si Dios existe, piensa Alfred, Matthew debe ser uno de sus voceros en estos momentos, intentado contener a la bestia que es Alfred.
Quizás debería, como muy pocas veces hace, seguir el consejo de su hermano. No intervenir, controlarse, no dañar a Arthur con cualquiera de sus posibles acciones, menos en su aniversario.
Sería lo más fácil, ir y fingir que se está divirtiendo, que es emocionante contemplar eventos así, reírse y decir que es la primera boda a la que asiste, charlar de sucesos pasados y futuros como si nada lo afectara. Pero no puede, sabe que es un buen mentiroso, el mejor, y aun así siente que ya es difícil mantener un rostro neutral sin que este grite asesinato. Prefiere la tortura mental en solitario.
-Me quedare aquí, además no quiero tener que ver al imbécil de Rusia, sé que está cerca- Alfred comienza a extrañar el sabor del alcohol cuando abre la boca-. ¿Me traes otra copa de vino?
Canadá entrecierra los ojos.
-No, creo que contando esta, ya has bebido 4 copas, incluso tú te puedes emborrachar si sigues así- Matthew se levanta de la banca blanca y se gira hacia su hermano- Alfred…
Estados unidos levanta su mirada y ve a su hermano menor con los ojos fríos y calculadores que tanto se asemejan a los suyos en ocasiones. Traga saliva.
-No te atrevas a arruinarlo.
Y Canadá se va dejándole un muy mal sabor en la boca, y muy en el fondo un mal sabor en el corazón.
¿Qué cree su hermano que es, un monstruo? ¡Ya se ha calmado! ¿Cómo arruinaría esto?
Sabe que no es posible matar a Escocia y, sinceramente, ese es el único plan que viene a su mente. Añadido a eso, Arthur lo odiaría y Alfred, bueno, nunca ha sabido manejar muy bien el odio de Arthur.
Así que solo se quedará aquí sentado, se emborrachará y luego fingirá ser un soldado en alguna nueva zona de conflicto. El ejercicio físico siempre lo ha ayudado.
Va por su séptimo vaso y está pensando en las zonas más violentas que se encuentren en guerra cuando logra una visión completa de Inglaterra, antes no había podido apreciar completamente a su ex mentor porque se encontraba rodeado de países, y Alfred, siguiendo el consejo de Matthew, intentado mantener en control sus revoltosas emociones, había querido mantener un poco de distancia.
Pero, ahora, lo ve. Realmente lo ve.
Y todo se va al carajo.
Alfred nunca había visto a Inglaterra así antes. Nunca.
Arthur lleva este manto, que a los lejos parece una especie de vestido, pero para aquel que haya presenciado el siglo XVIII sabe que es un manto. Es casi transparente y parece brillar con toques dorados que hacen lo imposible y logran resaltar aún más los ojos de Arthur. Y, si existe un Dios vuelve a pensar Alfred, lo está castigando en este momento porque aquel pecaminoso manto es malditamente delgado y si alguien se esfuerza por ver, algo que Alfred está haciendo en este momento con toda su capacidad visual, notaría como la suave tela parece abrazar la cintura de Inglaterra, como se puede ver la curvatura de su espalda, lo estrecho de sus hombros y más. También trae una blusa de seda, de un tono blanco cremoso que tiene detalles de plata y que parece tan suave al tacto como debe ser la propia piel de su portador. La blusa es de cuello abierto.
Y mierda, Alfred puede confirmarlo, Dios no existe, porque si existiera, no permitiría que la clavícula de Arthur se asome tan lascivamente. Alfred puede ver las pecas de su pecho si se esfuerza.
Es como volver a tener el cuerpo y la mente de un adolescente porque Alfred siente como una necesidad física, una necesidad espiritual, lamer esas pecas, besarlas, tocarlas, contarlas y hacerlas parte de su constelación personal de estrellas. Siente un cosquilleo en los dedos.
Y de repente, como aparecido de la nada, una mancha roja se interpone en su visión.
Alfred podría pensar que fue un ángel que lo salvó de seguir mirando de forma pecadora a aquel que en una ocasión fue su figura paterna, pero Alfred lo sabe mejor.
Ese toque sucio de rojo se asimila más al rojo del infierno, al rojo de las entrañas, al rojo de la sangre y del asqueroso vino que Alfred lleva tomando por más minutos de lo que puede decir.
Es un demonio. Scott siempre ha sido un demonio. Y Arthur, del que ahora solo puede vislumbrar unos mechones rubios de su cabeza, no merece lucir tan limpio al lado de una criatura tan sucia.
Para remate Scott lo está mirando. No mira a nadie más en la sala ni siquiera parece escuchar lo que sea que le esté diciendo Inglaterra.
A Alfred le gustaría ver el sonrojo en la cara de Arthur cuando alguien no responde a sus preguntas. Siempre ha sido rápido en indignarse. Es uno de los motivos por lo que Alfred finge no escucharlo las primeras veces que le pregunta algo.
Y ahora, por Scott, Alfred no puede ver ni por atisbo ese rosa frío que llenaba sus fantasías de adolescente.
Y lo sigue mirando, con ese tono verde claro que le recuerda a las serpientes (le viene concluye Alfred) y continúa parado en el mismo maldito lugar.
¿Lo está retando? ¿El bastardo de Scott quiere dejar mal a Alfred al suponer que este iría sin más e iniciaría una pelea solo por una mirada?
¿Cree que dejaría todo el autocontrol que ha mantenido por casi una hora (una hora física porque, mentalmente, a Alfred le ha parecido una eternidad)?
¿Piensa que se arriesgaría al odio de Arthur?
¿Supone que es una bestia incapaz de mantenerse a raya?
Ah, supone malditamente bien.
Alfred está haciendo un esfuerzo monumental apretando su puño e intentando no ceder. Controla su respiración, mover sus músculos, controlar sus facciones, se dice que debe mantener la calma (Inglaterra está ahí). Pero, por un leve segundo, Estados Unidos cree que podrá ganar esta batalla, si se lanzará a ella claro está, después de todo él es Estados Unidos. Quizás pueda salirse con las suyas sin muchas repercusiones internacionales. No es que necesite matar a Scott para hacer un punto. Todo eso se desmorona al ver como Scott deja caer su sonrisa marca Francis, mientras lo sigue mirando, y acerca a Inglaterra, que ha comenzado a protestar por no ser escuchado, por la cintura.
Eso es todo. Alfred ve rojo.
Sucio y maldito rojo.
Scott nunca ha sido un caballero.
Es un demonio.
Alfred se levanta con una resolución de sangre que no ha mostrado en décadas. Nadie lo sabe, pero Rusia, al final de la sala, cubierto por las sombras de las cortinas, sonríe. Nada como ver a monstruo por lo que es.
Canadá a pasos de Alfred nota la mirada de ira de su hermano.
Francis al otro extremo, como un país bien entrenado en el arte de la guerra, siente la sed de sangre de un poderoso enemigo.
Los últimos dos hacen el amago de intervenir. Mathew incluso grita el nombre de Alfred enojado, como solo suena cuando juega hockey. Pero Alfred no escucha nada, solo siente y lo que siente es rojo, rojo, rojo. Y la única pregunta que hay en su cabeza es si acaso será posible matar a un país de forma física.
Quiere averiguarlo.
Mientras Alfred da grandes zancadas a Scott, cada vez más cerca, este ya no sonríe, en cambio, su mirada se vuelve amenazante.
Alfred, más rápido de lo que pudieron calcular Francis y Matthew, llega al frente de Scott, separados únicamente por centímetros y por la poca cordura que le queda a Alfred.
El rubio alza la mano, tan cerca de los cabellos rojos de Scott, mientras Francis y Mathew llegan levemente tarde, cuando Inglaterra lo mira.
Por instantes, todo se detiene.
Oh, piensa Alfred, se ve aún más hermoso de cerca.
Es algo de segundos, como si fuera ajeno a todo el conflicto en el interior del Alfred, Arthur le sonríe. Una sonrisa verdadera, llena de diente y ojos empequeñecidos, como aquellas que le daba cuando Alfred hacía algo particularmente asombroso de pequeño o cuando le contaba historias de pirata. Y Alfred es un ser débil ante Inglaterra, siempre lo ha sido.
Siempre lo será.
Él retira su mano.
- ¡No pensé que vendrías, Alfred! -. Y la sonrisa sigue, y el brillo en los ojos verdes (tan verdes, como las esmeraldas que Alfred vio en África, como el verde de su tierra cuando el recién había nacido). – Te he estado buscando, quería saludarte y explicarte, por lo que me dijo Matthew, es la primera vez que asistes a algo así, pero no había podido encontrarte, habían muchas naciones a las que debía saludar.
Alfred no responde, solo lo mira, pero verdaderamente, como no lo ha hecho en mucho tiempo. Deja a un lado todos sus pensamientos y solo se centra en Arthur.
Arthur, Arthur, siempre Arthur. Solo Arthur. Siempre ha sido solo Arthur. Probablemente todos lo sabían, sus líderes, Mathew, Francis, Scott. Quizás incluso Iván. Quizás todos.
Sea lo que sea que muestre Arthur se separa de Scott y pone su fría mano en la frente de Alfred.
-Querido, ¿estás bien? Luces enfermo, ¿otra vez comiste demasiado?
Alfred lo tiene. Hace un ruido, entre un lamento y el inicio de un llanto (no tiene que poner mucho empeño en ello) e Inglaterra corre a su lado, soltándose incluso del agarre de Scott en su brazo, Alfred ve como de roja se pone la piel de Arthur por la fuerza del agarre.
Otra vez piensa en matar.
-Mi Dios, realmente estás herido, ¿qué sucedió?
Tú sucediste quiere responder Alfred. Tú y tu matrimonio. Tú y tu aniversario. Tú siempre me sucedes.
-Cariño, no lo trates como un niño, sea lo que sea que le esté sucediendo al pequeño Alfred de seguro el se las puede arreglar, después de todo, ¿no eres una gran potencia, muchacho?
Estados Unidos siente más que oye el rechinar interno de sus dientes. Cree que pudo haberse roto la parte interna de su mejilla.
Arthur mira a Scott con reprobación. Alfred aprovecha.
-Es cierto, tienes razón, scotty. De seguro se me pasara rápido, es solo un conflicto interno que no he podido solucionar, debo arreglar uno de mis barcos-. Ve los ojos de Inglaterra alzarse ante ese término, bien, aún reconoce su código. - Iré a despejarme unos minutos afuera.
-Sí, deberías.-Scott afirma fríamente, no interesando en aparentar cortesía.
Alfred lo deja, quizás pueda destrozar a Scott sin la violencia física y sin transgredid ningún tratado y, más importante aún, sin tener que lidiar con la decepción y el dolor de Inglaterra.
Se va hacia el balcón, Francis exhala ruidosamente y Matthew, aunque continua con su postura tensa y su mirada reprobatoria, dejar ir a Alfred, aunque, cree distinguir el estadounidense, ve algo de duda en sus ojos.
Es un lindo balcón, blanco con dorado, adornado con las rosas favoritas de Arthur. Y, para su suerte, vacío, quizás por el frío natural de Inglaterra a estas horas de la noche.
Deben pasar unos treinta minutos antes de que Inglaterra, por fin, aparezca Como siempre, el calculador, cierra suavemente las puertas del balcón, y se asegura de mover a Alfred hacia un punto ciego del mismo, quedando ambos cubiertos de los ojos de las naciones en el interior.
-¡Siempre Pirata, Iggy!
Arthur lo mira preocupado. Se ve tan bonito así.
-¿Qué sucede, Alfred? ¿Te ha pasado algo? ¿Por qué Matthew me dijo que me es mejor que me aleje de ti hoy?
Alfred tiene ganas de acercar a Arthur, abrigarlo, mantenerlo cálido con ese calor inhumano característico que posee desde siempre, contrario al frío que parece siempre perseguir al cuerpo de Arthur. No lo hace, pero lo quiere como nada.
Por poco se le olvida responder.
-Por ti.
Arthur se congela, como un ciervo.
-¿Qué quieres decir?
¡Se valiente, Alfred!
-No quiere que arruine tu día especial, Iggy. Eso es lo que sucede.
-Pero ¿por qué lo arruinarías?, Alfred, yo...me siento muy feliz de que estés aquí. No pensé que vendrías.
Ah, pensar que este es ahora cuando se estén sincerando.
Bueno, tómalo o déjalo, concluye Alfred.
-Porque no creo que deberías estar casado con Scott, Arthur. Creo que toda esta ceremonia está mal.
Arthur parece procesar lentamente sus palabras, mientas lo hace, el corazón de Alfred duele, todo en él duele, al ver su expresión, repleta de alegría hace minutos atrás, ahora, llena de tristeza.-¿Por qué me dices esto? ¿Piensa que no me merezco ser feliz? Alfred...estoy tan cansado de tener que limitar de felicidad, de poner mi relación siempre en segundo plano, de tener que poner en duda mi amor por Scott debido a mi estado como Nación, y sé, créeme, realmente sé que no fui el mejor para ti, te fallé de pequeño y te volví a fallar cuando crecías, pero ¡pensé que habíamos mejorado! ¿no nos hemos apoyado y estado para el otro en las últimas décadas? Aunque sea algo narcisista decirlo, pensé, pienso, que, bueno, que tú me quieres, ¿no era por eso por lo que estabas aquí hoy? ¿Por qué me has perdonado y quieres verme feliz?
Alfred se queda de hielo, desprovisto de todo valor que antes lo había acompañado, porque Arthur parece que se quiere echar a llorar, y Alfred nunca ha soportado ver o escuchar a Arthur llorar, las pocas ocasiones donde lo ha presenciado lo ha roto por dentro, lo ha hecho sentirse pequeño, incapaz de proteger a Arthur de males exteriores.
Pero él ya no es un niño, en este momento, Alfred es fuerte, él más fuerte y debería poder ser capaz de poder expresarse apropiadamente con sus palabras.-¡No es así! ¡Lo estás entendiendo mal!-Siente la desesperación en su voz.-Yo...te amo, Arthur. Quiero que seas feliz, inmensamente feliz, nuestro pasado siempre nos unirá e incluso aquellas cosas malas, aquellos recuerdos tristes, yo...¡Los atesoro infinitamente, Arthur! ¡Porque tú estás en ellos es que son preciados para mí! ¡Tú eres preciado para mí!
Arthur lo mira como si notara por primera vez que Alfred es más alto, más fuerte, más grande. Toda su tez sonrojada, sus ojos en confusión pero brillando con lo que Alfred espera sea felicidad.-Alfred...yo, no sé que decir, por dios, chico, siempre me haces sentir como en una montaña rusa. Yo también te amo, Alfred, ¿lo sabes, no? Tú también eres inmensamente preciado para mí, siento no haberlo dejado en claro antes con todo lo que significas en mi vida.
Ahora es el turno de Alfred de sonrojarse violentamente, ¿Qué clase de poderosa hada es Inglaterra para jugar con corazón así? No solo eran sus ojos los peligrosos sino también sus palabras, su tono suave, elegante pero, a la vez, vulnerable confesando todas las palabras que ambos siempre han querido decirse y que han dado por sobrepuestas.
Arthur se acerca aún más a él, mirándolo con toda la honestidad que pocas veces se ve en naciones como él, en seres como Inglaterra.-Pero, por eso aún no entiendo, Alfred, ¿Por qué no estás de acuerdo con esta ceremonia?
Claro que Alfred sabe que el te amo de Arthur era fraternal, no es tan ciego, no obstante, aún le duele la confirmación de que el mayor no haya entendido del todo lo que quiso expresar pero, por otro lado, siente cierto alivio de no tener que mostrar todo su corazón a Arthur, sabe que sus posibilidades no son de todo positivas teniendo en cuenta una relación de 300 años como competencia (¡No eres un héroe, Alfred! ¡Siempre has sido un cobarde!).
-No entiendo, ¿sabes lo feliz que me hace Scott, no?
Alfred siente otra vez la rabia burbujear en él, en conjunto con ese dolor que solo Arthur ha sido capaz de causarle.
Al diablo todo.
-Él no te merece, Arthur. ¿Crees que me olvidado de lo asustado que sonabas en tus pesadillas?
-Alfred eso no, yo no-es pasado.
-¡Gritabas en medio de la noche, temblabas del susto!
-¡Yo también lo dañé, Alfred! Mierda, las relaciones son complejas, no es tan simple como crees, además ¡Yo lo perdoné, Alfred! Él también me perdonó.
-Y una mierda, no le haces esa clase de daño a alguien que amas, ¡Es un bastardo!
-¡Alfred!
-¡Es cierto! ¡Tú lo sabes!
-¡¿Y yo soy un santo?! ¡Somos iguales! ¡El pasado es pasado! ¡Lo amo, no eres tú el que dices que eso es todo lo que importa en tus estúpidas películas!
-¡Te despertabas llorando, Arthur! ¡Suplicabas que se detuviera! ¡Él te hirió!
-¡¿Y tú no lo hiciste!? ¡¿Yo no te herí!? ¡Y aquí estamos! ¡No vas a arruinar todo lo que me ha costado avanzar, Alfred, no pienso volver a encerrarme en mi caparazón, guardado rencor, recriminando mis actos y los de los demás una y otra vez!
-¡Tú y yo somos diferentes!-. A Alfred les arden las entrañas de pensar, incluso que el odio, el rencor que se tuvieron un día él y Arthur puede llegar a ser comparado con lo que sintió por Scott. No puede, no puede, no puede, no puede, no puede. Lo de ellos es diferente, único, irrepetible, especial, incluso en su odio.- ¡Nunca te he dañado de ese modo! ¡Jamás lo haría!
-¡¿Y ese día!?
Siempre vuelven a la maldita independencia, siempre.
-No te lastimé así, Arthur.
-Alfred, yo después de ti...terminé roto, deshilachado, perdí mi rumbo y si bien sé que no fue tu intención dañarme de ese modo, eso no significa que tu mirada ese día, tus palabras, tus acciones no dolieran tanto como todo el daño que me causo Scott en aquellos lejanos días. No, siendo honesto, el daño que me causaste ese día, Alfred, dolió más que todas las flechas, puñaladas y golpes que Scott alguna vez pudo propinarme.
-Arthur, tú sabes que yo estaba confundido en el momento, tenía tanta rabia, yo-
Arthur, a pesar del manto de tristeza que cubre su rostro y sus palabras, le sonríe.-Lo sé, muchacho, me costó entenderlo pero lo hice. Te perdoné hace mucho, y, ahora, sé que tú también lo hiciste. Por lo mismo, porque sabes lo complejo que es ser quienes somos, ¿por qué te cuesta aceptar tanto lo mío con Scott? ¿Es esto una de esas rabietas que te daban cuando niño, Alfred? Esta vez no me iré, yo sigo aquí.
Sí y no. Alfred, en parte, sigue siendo ese niño asustado de que algo, alguien, se lleve a Inglaterra, que se lo quite, porque, para la desgracia de muchos, él sigue sintiendo a Inglaterra como suyo, suyo para amar, suyo para dañar y suyo para proteger, no es su intención, sabe que Arthur es más que eso, pero Alfred nunca ha podido controlar sus sentimientos por Arthur, sean estos malos o buenos. Y, a esta parte, se le suma esa que el hombre frente a él parece desconocer, esa hambre y sed por Arthur, por sus piel pálida, por sus revoltosos cabellos dorados, por sus pecas, por los lunares en su espalda, por sus pequeñas orejas, por sus largas pestañas, por sus deslumbrantes ojos, por su melodiosa voz, por sus cicatrices, por cada marca, por su placer, su dolor, su vergüenza. Alfred tiene tanta hambre de Arthur, a veces, en lo profundo, recóndito y oculto de su mente, no puede evitar el pensamiento de que podría comérselo a Arthur, hacerlo parte de su carne y aún así no estaría satisfecho, nunca. Quiere todo de Arthur, quiere su cariño, su amor, su ser. Quiere a Arthur, lo desea, lo anhela, lo necesita.
Lo ama.
No soporta el pensamiento de Arthur con alguien que no sea él. No puede aceptarlo.-Sé que no te irás, Arthur.
Arthur lo sigue observando confundido, aunque con cada respuesta de Alfred lo que parece aumentar es su preocupación como si Alfred estuviera verdaderamente enfermo.
Scott no lo merece.
Aunque, si Alfred es honesto, realmente honesto, observando a Arthur todo fuerte, brillante y valiente con el bosque verde a sus espaldas, sabe que él tampoco lo hace. No merece a Arthur.-Es más complejo que eso.
Si Alfred fuera alguien bueno o, al menos, justo, dejaría sus sentimientos por Arthur en secreto, no intentaría convencer a Arthur con un infantil razonamiento de que Scott no lo merece, aceptaría sea lo que sea que hace feliz a Arthur, porque eso es amor, un buen amor, sabe dejar ir, saber aceptar. Saber rendirse cuando ve el amor entre dos seres, porque es innegable el amor de Scott, a Alfred le bastó dos minutos para saberlo, Scott trata a Arthur, detrás de todo su orgullo y cinismo, como otra parte de él, como si estuvieran cosidos al mismo hilo del destino.
Pero esa es la cuestión, Alfred sabe todo eso y aún así, no parece suficiente para detenerlo. El hecho de arruinar el aniversario de Arthur, su propia relación con él, nada parece suficiente. Es egoísta, ruin e infantil pero Alfred siempre lo ha sabido.
Arthur, al ver que Alfred se ha quedado en silencio, vuelve a poner su mano en la frente de Alfred, buscando signos de fiebre.
No lo sabe pero Alfred es el monstruo del cual Arthur debería escapar.
Aunque Alfred no sabe, si incluso el mismo Arthur sería capaz de alejarlo de él.
Eso lo decide, se lo dirá, claro de una manera que Arthur no pueda dudar de a que clase de amor se está refiriendo.
-Arthur, yo...
Sus ojos resplandecen verde, como el bosque detrás de ello.
-Verdaderamente, hace mucho...
Su piel brilla con la noche.
-Creo que desde la adolescencia...
Y el momento es ahora.
Eso hasta que las puertas al balcón se abren súbitamente.
No es Scott quien está del otro lado, es Matthew quien lo mira como la Bestia que ambos saben que Alfred es.
-Perdónalo, Arthur. Ha bebido demasiado y piensa, por alguna razón, que ahora ya no querrás verlo más, como si estar celebrando esto te impidiera estar a nuestro lado. Scott te está buscando, desesperadamente, parece muy preocupado.
Dice todo mientras mira a Alfred, como retándolo a confesarse.
Maldito, Alfred lo hará, como si la presencia de Matthew fuera capaz de detenerlo.
-Arthur, yo-
Inglaterra lo interrumpe, desviando toda su atención a Matthew-¿Scott está preocupado?
-Verdaderamente preocupado, Arthur, piensa que estás evitándolo a propósito por no haber sido cortés con Alfred, le escuche decirle eso a Francis.
-¿Qué? No, no es así. Mierda, debí ser más claro. Lo siento tanto por hacer que vinieras Matthew. Yo mismo debí darme cuenta de esto, dios, hoy celebramos trescientos años. Iré a verlo de inmediato.
Alfred no puede contener el sonido que sale de su boca, no sabe si fue ira, indignación, dolor, o una mezcla de todo ello lo que le escapa, sea lo que sea, Arthur lo mira regañándolo.-No seas infantil, Alfred, podemos continuar esta conversación en otro momento. Debo estar con mi esposo en este momento, y aprender a controlar esta preocupación que me haces sentir, muchacho, no le hace bien a mi salud.
Matthew a pesar de seguir clavándole dagas con su mirada, deja asomar algo de lástima por él.
Arthur sigue hablando pero Alfred ya no lo escucha. Esposo. Esposo. Esposo. Esposo. Esposo. Esposo. Esposo. Esposo.
Scott, esposo de Arthur.
Arthur, esposo de Scott.
Arthur toma su mano y lo saca de la sus pensamientos rojos, rojos y más rojos.-¿O era algo que verdaderamente necesites decirme ahora?
Esposo.
-No, Arthur, lo lamento. Podemos hablarlo otro día.
Esposo.
-Cuando quiera, Alfred. Siempre estaré para ti, no lo dudes, quise decir todo lo que dije antes.
Alfred sonríe, toda falsedad e hipocresía.-Lo sé, viejo. Ahora, ve con tu...ve con Scott.
Arthur le da una última sonrisa. Una bonita sonrisa, bonita como solo Arthur puede serlo y lo deja a pasos apresurados.
Matthew se despide y aprovecha de volver a cerrar las puertas que dan al balcón.
Están solos.
-Era una mentira.
Alfred sale de su atontamiento por corazón roto.-¡¿Qué!?
-Mentí. Scott sabía que Arthur estaría aquí, lo vio escabullirse.
-¡¿Y por qué dijiste tal cosa!?
-No necesito más razones más que proteger a Arthur pero si tanto quieres una, citaré las palabras que dijo Scott, "No detendré a tu patético hermano de ser humillado, quizás sea bueno para él que Inglaterra, por una vez en toda su historia, le diga que no. ¿Qué crees, Matthew, no quieres ver vacío a tu hermano?" Y ¡Maldita sea, Alfred! ¡Quizás merecías escucharlo pero no dejaré que arruines la noche de Arthur!
Alfred está a un paso de comenzar a pelear con Matthew quien, a su vez, se quita los anteojos, deseoso de lo mismo. Pero se detiene porque ahí, frente a sus ojos, detrás de las puertas de vidrio del balcón, Alfred lo ve.
Se están besando.
Se besan como aquellos personajes de libros románticos que Inglaterra le leía cuando niño.
Se besan como amantes.
Se besan como si fueran uno.
Matthew también lo ve.
-Alfred...Arthur te quiere como no quiere nadie. Eso todos los saben, incluso Scott.
Se miran como si no existieran los demás.
-Pero eso no significa que pueda o deba amarte de la forma que deseas.
Se aman.
-Es Scott con quien está, con quien siempre ha estado. Scott es, bueno, es su hogar, Alfred y tú, a pesar de todo, eres y fuiste solo una parada. La parada más brillante y querida pero no a la que vuelves. Comportarte, por una vez, como alguien decente y lidia con ello.
Se van de la mano. Sonriéndose mutuamente, mientras las demás naciones aplauden.
-¿Quién dice que no podemos ser igual de crueles, hermano? Quien te escuchara ahora no dudaría en que estamos relacionados por sangre.
Matthew no muestra ningún signo de alegría, manteniéndose igual de frío desde que vio a Alfred acercarse a Scott.-Te lo mereces, Alfred.
-Lo sé.
Alfred ya no quiere pelear.-No significa que no duela.
La mirada de Matthew se suaviza, levemente, pero lo hace-. Beberemos, vomitarás y luego llorarás. Rogarás que te apoye, que te alimente tus ilusiones pero, al final de la noche, aunque no quieras aceptarlo, lo entenderás.
Alfred cree que ya lo entiende mientras ve un mechón de Inglaterra asomarse por la salida del patio trasero. Siguen de la mano.
-Entenderás que no lo tendrás, Alfred. No porque no lo mereces, lo cual es cierto, o porque Scott te lo arrebató.
Arthur se gira cuando está a punto de adentrarse en el bosque con Scott, como sintiendo su mirada.
-Sino porque no perteneces a su lado, al cuadro que ya está pintado, Alfred, Sin importar cuanto quieras forzarte en el.
Dientes blancos y resplandecientes le sonríen. Ojos llenos de diversión y cariño se despiden de él.
Como si Arthur pensará que Alfred pudiera ver esto como una prueba de su felicidad. Como si esto lo fuera a convencer de creer que Scott lo merece.
Como si pudiera aceptarlo.
-Arthur no te ama.
Lo sabe, mientras las lágrimas comienzan a correr por sus mejillas, Alfred lo sabe.
Matthew pone su mano en su hombro, fría pero fuerte como un soporte en el que caer.-Vamos, esto ya ha terminado.
Cierto, todo ha terminado.
Alfred se va, dejando su corazón en medio del bosque.
Y en la oscura noche, mientras el guerrero y el hada enlazaban sus manos y se prometían amor eterno, un demonio lloró lagrimas de sangre.
