Los personajes de Naruto no me pertenecen.
Aclaraciones: Universo Semi Alterno. Situado en la era del Primer Hokage. Hinata nación en esa era. Madara no ha cometido traición, aún, contra Konoha. Hashirama y Tobirama viven, igual que Izuna.
Advertencias: Ninguna, salvo unas escenas picantes por ahí.
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Soft Power
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Capítulo Único
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Madara no dejó que el escozor en sus manos amenazaran con obligarle a hacer algo tonto y nada propio de él. Sin embargo, resultaba difícil cuando lo único que deseaba era regresar a casa, reposar su cabeza en los muslos de su esposa y dejar que ella acariciara sus largos mechones en suaves caricias que lograran calmar el malestar que no le dejaba en paz desde que salió de la reunión con Hashirama.
Pero Hinata era tan social. Amaba a cualquier mocoso o animal que le resultara adorable, deteniendo su caminar ―casi dejándole a él en el olvido― por ir a tocarlo o regalarle dulces. Gruñó. Detestaba eso. Sobre todo cuando los mocosos que Tobirama tomó como alumnos robaban la atención de la mujer quien debería tenerlo a él como prioridad.
La gente alrededor de Madara procuraba esquivarle para no tener que ser presa de su ira apenas contenida, con los brazos cruzados, sus ropas negras y elegantes y esa mirada ónix clavada en la figura de aquellas molestias a quienes no dejaba de maldecir en su cabeza.
Hinata aceptó gustosamente el ramo de flores que la pequeña Hotaru quien se las ofrecía con una sonrisa amplia. Eran flores silvestres con un delicioso aroma. De inmediato pensó que se verían perfectas en el comedor principal de la casa.
―Muchas gracias, Hotaru-chan ―dijo a la única chica del equipo quien alzó la barbilla, orgullosa―. Procura no alejarte demasiado de tus compañeros cuando vayas a cortarlas ―luego acarició la suave cabellera de la menor que siempre llevaba en un chongo alto―. Con tenerlos de regreso en la aldea después de una misión es el regalo que necesito.
―Hinata-san no debe preocuparse ―ahora fue el turno de Homura en hablar, ajustando sus gafas―. Tobirama-sama es nuestro sensei, y es de los shinobis más fuertes que existen en Konoha. ¡Somos invencibles!
―Es Uchiha-sama para ti, mocoso ―la voz fría de Madara sacudió el cuerpecillo del menor por la inesperada participación de éste a la conversación.
Tanto Hotaru y Homura se escondieron detrás de su compañero mayor, Sarutobi, quien miró con tranquilidad la alta figura del Uchiha caminar hacia ellos con paso firme y un pronunciado cejo fruncido.
―M-Madara-sama ―comentaron al unísono ambos niños quienes se negaban a salir de la protección que Sarutobi les ofrecía.
―No es necesario que utilicen ese título conmigo ―Hinata calmó la situación, dando una fugaz mirada a su marido quien resopló como respuesta―. Como deseen llamarme está bien.
―Los mimas demasiado ―soltó Madara al colocarse a su lado, aun viendo mal a los niños, especialmente a ese engreído de Sarutobi quien parecía no temerle como los demás―. Por eso son débiles.
―¡No lo somos! ―salió a defender Hotaru el orgullo de su equipo pero en cuanto la mirada carbón de Madara Uchiha regresó a verla, ella solita retrocedió―. D-Digo, Tobirama-sama nos entrena para ser shinobis fuertes, con un cuerpo y mente adecuados para que la Voluntad del Fuego arda eternamente.
―Aparte de decirles poesía barata, ¿qué más les enseña…?
―Madara-san ―regañó suavemente Hinata al ver a su esposo con reproche por la manera en la cual siempre se refería a Tobirama Senju.
A pesar de que la Aldea Escondida entre las Hojas hubiera sido reconocida por el Señor Feudal del País del Fuego y los conflictos entre los clanes habitantes alrededor de la zona hubieran cesado, aquella rivalidad entre el clan Senju y Uchiha persistía. Madara y Hashirama eran grandes amigos que peleaban codo a codo cuando la situación lo ameritaba o un fuerte enemigo necesitaba de la intervención del poderoso dúo de shinobis, pero eso no aplicaba para Tobirama ni Madara. No se soportaban. Y Madara no toleraba ―por completo― cualquier cosa o persona relacionada directamente con Tobirama ―y eso incluía a su equipo gennin.
―Tobirama-sensei es un gran maestro y shinobi ―Sarutobi decidió hablar, viendo con sus ojos marrones la poderosa figura de Madara quien aún desprendía esa aura de poderío sin siquiera hacer uso de su armadura de batalla―. Nos ha enseñado con su ejemplo lo que un shinobi debe y no hacer en la guerra, con sus compañeros y por la aldea. Sus palabras son sabias e intentamos seguir cada uno de sus consejos… ¡Ita!
Hizuren soltó un grito cuando sintió el puño de Madara sobre su cabeza, provocando en él un intenso dolor. Soportando como buen shinobi que no derrama lágrimas, volvió a mirar a Madara quien llevaba la mirada más ensombrecida, sintiendo que a sus espaldas sus dos compañeros casi le clavaban las uñas a la espalda.
―No me hables como si no supiera lo que es estar en una guerra, mocoso ―gruñó Madara―. He peleado en más batallas de las que tú podrás manejar, así que piensa dos veces cómo le hablas a alguien que…
―Hai, hai ―Hinata tomó suavemente del tenso brazo de Madara para calmarlo. Siempre que la palabra guerra se veía involucrada, una especie de adrenalina invadía a Madara aunque también el enojo lo desviaba de su habitual control cuando alguien más se atrevía a engrandecer a Tobirama frente a sus ojos como si él no hubiera movido dedo alguno por la estabilidad y paz de Konoha―. Procura que la próxima vez que quieras darles clases a los pupilos de Tobirama-sama sea en su Academia Ninja, no en las calles. Y también enseña con sabiduría, Madara-san, no con violencia ―reprimió con suavidad frente a los niños.
Madara vio a la mujer de opalinos ojos, pensando dentro de sí cómo era posible que su toque cautivador tuviera el poder de calmarle. Era como si de pronto la inquietud de un mar agitado se tornara en un sereno paisaje que cualquier poeta tomaría como inspiración para sus próximos versos.
Dejó de mirar mal a los mocosos y bufó, volviendo a meter su otro brazo a los interiores de su yukata, sacando una sonrisa gentil a Hinata quien volvió a regresar la mirada a los estudiantes de Tobirama.
―Nunca me cansaré de ver cómo es que Hinata-chan pueda contenerte, Madara-teme.
Hinata puso una mueca de agotamiento cuando reconoció de inmediato la voz de Hashirama a sus espaldas. Para su sorpresa, Tobirama también le acompañaba. Ambos vestidos con sus ropas casuales. Eso le alivió porque siempre veía a los hombres de la aldea con las armaduras pesadas y espadas a los costados, listos para ir a una misión peligrosa o a enfrentarse a los otros ninjas de las aldeas enemigas. Sin embargo, pudo sentir hasta ella misma cómo la irritación en Madara subía.
Por cómo salió de la reunión, con un silencio pesado, ella supuso que las cosas no habían sido buenas para él. El clan Uchiha todavía no era bien visto por todos, especialmente por los clanes quienes estuvieron bajo el mando de Madara durante la Guerra de Clanes. Había visto que su padre y cualquier miembro del clan Hyuga había participado en la tercera sesión de la reunión del recién inaugurado Consejo de la Hoja que el mismo Tobirama se encargó de crear; y aunque Madara no compartiera completamente los detalles, ella no era tan ingenua como para no adivinar lo que seguramente se dijo en esa sala.
―Hokage-sama, Tobirama-sama ―Hinata hizo una educada reverencia, contrario a Madara quien no se movió ni se preocupó por mostrar respeto―. Es bueno verlos por aquí ―sonrió.
―Yoh, Hinata-chan ―habló Hashirama con una sonrisa demasiado amplia y con una familiaridad que a Madara le marcó un tic en la ceja.
―Es Uchiha-sama para ti, Hashirama ―gruñó―. Hinata es mi esposa. No te tomes tantas libertades.
―Y yo te recuerdo, Uchiha ―Tobirama levantó la voz, con el ceño también fruncido de verse cara a cara con el patriarca del clan Uchiha―, que le estás hablando a tu Hokage. Puede que mi hermano mayor tenga cara de idiota y poca capacidad de guiar a una aldea, pero se ganó el título…
―Eso, eso… ¡Espera, ¿qué?! ―Hashirama ya comenzaba a tener una sonrisa orgullosa por las palabras de su hermanito cuando éste de la nada comenzó a criticarlo―. ¡Tobirama, ya te he dicho que no me digas así frente a otros!
―Claramente no se equivoca ―musitó Madara con una sonrisa burlona.
―¡¿Qué dijiste, Madara-teme?!
―Ha pasado tiempo desde que nos los he visto. He de suponer que los asuntos relacionados con la aldea han ocupado la mayor parte de su tiempo ―decidida a que en ese lugar no se creara una disputa entre esos tres poderosos hombres que podrían destruir todo a su paso, Hinata decidió desviar el tema a otro―. Gracias por su arduo trabajo. No olviden tomar un descanso.
―El único lugar en el cual podremos descansar será en la tumba ―respondió Tobirama, aunque su tono de voz era menos cortante. Eso sucedía siempre cuando se dirigía a Hinata―. No estaremos conformes hasta que la paz sea un hecho no solo en Konoha, sino en las demás Naciones Ninja.
―Sé que lo conseguirán ―Hinata asintió a lo dicho por Tobirama, deseando que así sucediera.
Los días de constante incertidumbre por no saber si el día de mañana sobrevivirían o una nueva guerra iniciaría aun la acechaban sin importar que ya hubieran pasado años. Las cosas dentro de Konoha parecían pacíficas pero fuera de sus fronteras aun había brutales enfrentamientos. Las Bestias de Cola habían sido entregadas a los demás Kages de las otras aldeas ninjas a partir de un costo monetario para mantenerlas bajo control y, de alguna manera, no sentir que solo Konoha era la única con el poder de manejar a las criaturas. Con la llegada de Mito Uzumaki y el convenio con el País del Tornado, el Nueve Colas había sido sellado en el cuerpo de la Primera Dama de Konoha después de haberse casado con Hashirama. Sin embargo, los intereses de las demás Naciones Ninja daban la impresión de nunca ser satisfechos.
―Hm ―Madara decidió quedarse callado en esa conversación. Principalmente porque no tenía nada qué aportar y, segundo, no compartía el mismo punto de vista que su esposa y los dos hermanos Senju mantenían.
Un mundo dividido por constantes ideologías jamás encontraría la paz. Las guerras se repetirían con pausas breves que brindaran la oportunidad a los ejércitos de shinobis en recuperar fuerzas para continuar atacando. Era algo que Madara dudaba fuera a acabarse. Y eso deberían aprenderlo todos, especialmente Hashirama quien siempre buscaba la manera de zanjar los conflictos pacíficamente.
―Tobirama, llévate a tus mocosos. Parece que solo les enseñas a robar la atención de mujeres casadas ―después de mantener silencio y escuchar con cierto aburrimiento las aventuras estúpidas que a Hashirama parecía encantarle tanto platicar, Madara decidió hablar.
A Tobirama se le marcó una expresión de enojo y fastidio.
―Mis pupilos aprenden técnicas ninjas avanzadas. Si no puedes mantener la atención de tu esposa, ese no es mi problema.
―Mantendría la atención de mi esposa cómo es debido si tus mocosos no interfirieran siempre, Senju ―masculló Madara con una expresión de completo fastidio e irritación, una combinación peligrosa que solo pocos lograban conseguir.
―Hablas como si ese fuera el único objetivo de mi equipo ―respondió Tobirama, usando el mismo tono amenazante que el Uchiha.
El Equipo Tobirama se escabulló detrás de la figura del Primer Hokage quien solamente reía con nerviosismo por ver a su hermano y mejor amigo entablar, nuevamente, ese tipo de conversaciones que podrían disparar un violento enfrentamiento donde alguno de los dos tendría que caer.
―El atardecer comienza a pintarse en los cielos ―oportunamente Hinata siempre tenía la manera de terminar con esos conflictos. Era un milagro que ella estuviera presente cuando ese par discutía―. Y debo regresar para ayudar con la cena. El apetito de los Uchiha es un pozo sin fondo, especialmente el de Izuna-kun ―tomando nuevamente el brazo de su esposo, colocando el suyo propio debajo de éste, como una llave, comenzó a llevarse a su terco marido del lugar por el bienestar de todos―. Fue un gusto verlos, Hokage-sama, Tobirama-sama ―expresó con educación.
―Hinata-chan, sabes que no debes ser tan formal ―señaló el Primer Hokage con una sonrisa―. Con que me digas Hashirama-kun, como antes, está bien…
―Ella no te llamará de esa manera así que deja de intentarlo ―gruñó Madara, interrumpiendo las intenciones del Senju.
―Pero si ella lo hacía sin problemas. Hasta una vez me dijo Hashirama-niisama ―relató Hashirama con una sonrisa traviesa, gustándole sacar de quicio a Madara―. Hasta a Tobirama le decía… ―más no pudo continuar hablando cuando el golpe en su nuca por parte del Senju menor lo calló―. ¡Tobirama, eso dolió!
―Deja de decir estupideces ―Tobirama tuvo que controlar su puño, pues sentía que darle un solo golpe a su hermano para que cerrara la boca no era suficiente―. Ahora deja de perder el tiempo, hay demasiado trabajo que hacer.
―P-Pero… ―Hashirama quiso inventar una excusa pero Tobirama era difícil de convencer.
―Nada de peros. Como Primer Hokage, la aldea es tu principal prioridad. Vamos.
Madara elevó las comisuras de sus labios en una sonrisa burlona al ver cómo el Senju menor llevaba a rastras al mayor. Los mocosos se despidieron de ambos aunque pudo apostar a que lo hacían más por Hinata que por él, no obstante no le importó. Él prefería que esos mocosos se encontraran lejos y fuera de sus asuntos.
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Para cuando cruzaron el umbral que marcaba el inicio del Territorio Uchiha que Hashirama les brindó en cuanto el mapa de Konoha se terminó de hacer y la mayoría de los clanes estuvieron de acuerdo con la distribución de tierras, Madara pudo ver cómo algunos Uchiha miraban con cierto desprecio la figura de su esposa. Eso no lo permitió y les regresó la mirada con el Sharingan activado, ganándose reverencias pronunciadas ante su paso.
Era verdad que un linaje puro era de suma importancia, sobre todo teniendo un doujutsu poderoso como lo es el Sharingan. Pero cuando conoció a esa mujer por primera vez, Madara no pudo deshacerse del embrujo que ella le puso. Iría a guerras con tal de que Hinata se quedara a su lado y quemaría al Mundo Shinobi solo por ella. Aunque sus ansias por el poder siguieran ardiendo debajo de su piel, el bienestar de su clan y el de Hinata eran primero.
Al llegar a la Casa Principal donde vivía con Hinata e Izuna fueron recibidos por la servidumbre que de inmediato recibieron de parte de la poseedora de ojos perla las flores que la jovencita Hotaru le obsequió en las calles. Ella pidió que las colocarán en agua en lo que tenía una oportunidad de arreglarlas.
―Puedo comprarte todas las flores que desees ―bufó Madara al ver cómo trataba cada cosa con tanto cuidado―. No necesitas aceptar cada flor que esa mocosa te dé.
―No me molesta ―respondió ella, sin enojarse por el comentario. Después de pasar casi cinco años casada con Madara Uchiha, Hinata ya se había acostumbrado a su personalidad―. Me gusta que los pupilos de Tobirama-sama puedan comportarse como niños, aunque sea en breves momentos. Ayuda a que se olvide, aunque sea un poco, que aún estamos en guerra.
Un picor profundo rascó las entrañas de Madara al saber muy bien que parte de sus movimientos en el pasado orillaron a Hinata a despreciar tanto la guerra. Aun le sorprendía que, con tanta sangre derramada en sus manos, ella hubiera aceptado ser su mujer. Decidió ignorar esa molestia para acercarse a ella, elevar delicadamente su mentor, tomándola por sorpresa.
Ver cómo esas mejillas se teñían de rosas le sacó una expresión de orgullo por notar lo mucho que su toque la afectaba. No podía cansarse, nunca podría. Era maravilloso ver la expresión avergonzada de Hinata, sentir el cuerpo delicado de ella temblar ante su cercanía y ese temblor en sus preciosos ojos perla que siempre lo tentaban.
—¿M-Madara-san? ―las palabras mal articuladas salieron sin que ella pudiera controlarlo. Era el poder de Madara en ella, y aunque le avergonzaba comportarse de esa manera después de estar casados, no podía evitarlo.
El tacto de esas manos callosas que podían abarcar su cuello sin dificultades la ponían nerviosa, tal como la primera vez que las sintió sobre su piel. El estremecimiento de cada parte de su cuerpo la debilitaba y la dejaban completamente vulnerable para que ese hombre hiciera lo que deseara con ella. Ni siquiera pondría resistencia al saber, muy dentro de ella ―guardado como un secreto que nunca quisiera repetir en voz alta―, no quería hacerlo.
―Estoy molesto ―dijo de pronto, y aunque su mueca burlona, con esos ojos negros más brillantes como los de un depredador hambriento no expresaran por completo dicha emoción sino otras intenciones, Hinata tragó saliva, un movimiento que Madara no dejó de ver con tanta atención, incluso posó su otra mano en la curvatura del cuello de Hinata, sintiendo la tela del kimono tan estorbosa que en esos momentos quisiera deshacerse de la prenda molesta para tener a su disposición el cuerpo desnudo de su mujer y hacerla suya.
Debido a la junta de ese día que se extendió hasta el atardecer, Madara no pudo gozar del cuerpo de Hinata como hubiera gustado. Nunca podía controlarse cuando ella lo seducía con esos inocentes ojos y su pecaminoso ser tallado las deidades que enviaron a dicho ser a sus brazos como una ofrenda y castigo a la vez.
Nunca se consideraba alguien que fuera el peón de nadie, menos de una mujer, pero con Hinata todo cambiaba.
Había dejado de saborear su centro por atender sus responsabilidades como líder del clan, y ahora necesitaba de su completa atención. Esos mocosos atrasaron las cosas pero ahora estaban bajo sus dominios y no había poder humano que hiciera a Hinata escapar de sus demandas.
―D-Debes estar muy cansado ―Hinata usó todo su poder para reunir el valor de hablar y no dejarse tentar por las caricias suaves que Madara le daba a su espalda―. L-La reunión se extendió. I-Iré de inmediato con Hisame-san y Kara-san para comenzar a hacer la cena. Luego me encargaré de prepararte el baño para que te relajes.
Ella intentó escapar pero Madara no se lo permitió. Con un solo movimiento la atrajo de nuevo hacia él pero esta vez con la espalda contra el pecho masculino. Hinata sintió que toda la temperatura corporal se acumulaba en su cara por sentir los músculos de su marido abrazarla también.
―Deja que otros se encarguen de eso ―susurró Madara cerca del oído de Hinata quien sufrió otro temblor violento, aquel era su punto más débil.
Y él lo sabía. Sabía todos los trucos para enloquecerla, debilitarla y nublar su juicio. Odiaba eso de parte de él y entendía por qué su progenitor la detestaba con tanto ahínco cuando decidió tomar por esposo a Madara.
En un principio pensó que tomar esa decisión sería para salvar a su clan de la desgracia. Nunca imaginó que terminaría disfrutando del placer que ese hombre le ofrecía desde la primera noche que el Hokage los declaró marido y mujer frente los demás miembros del clan Uchiha, dejando atrás su apellido Hyuga para ser una Uchiha y así convertirse en la matriarca del clan.
Pero era un ser humano. Uno con bastantes debilidades y una presa de las tentaciones.
Como ahora mismo cuando Madara rozaba traviesamente sus dedos por donde su kimono se soltaba.
―M-Madara-san ―intentó traer la razón a su estático momento―, e-estamos aún en la entrada ―las mejillas de Hinata volvieron a incendiarse―. A-Alguien podría vernos.
―Mataré a cualquiera que ose hacerlo ―gruñó Madara, más ocupado en pasear sus labios por la piel del cuello de Hinata que prestar atención a sus alrededores.
Y aunque Hinata pudiera distraerlo de casi todo, nunca mentía al asegurar que quemaría vivo a quien se atreviera a ver el cuerpo desnudo de su esposa.
―E-Eso no… ―tapó con sus manos un gemido cuando sintió a su oreja un mordisco travieso, seguido de la cálida lengua de Madara aventurarse más adentro―. M-Madara-san ―dijo apenas un hilito, tratando de mantener distancia entre sus cuerpos y no desplomarse ahí mismo.
―No te preocupes por tus piernas ―continuó Madara sin despegarse de ella―. Puedo sostenerte con facilidad ―dicho eso, él tomó la figura de Hinata entre sus fuertes brazos, quedando a la misma altura, maniobrando de tal manera para que ella quedara cara a cara con él.
Las torneadas piernas ocultas bajo la tela quedaron rodeadas a su cintura. Era una pena que la cercanía que tanto ansiaba de ella no se pudiera sentir, pero solo bastaba desatar los lugares correctos para poder hacerlo.
―E-Esto no es apropiado ―siguió diciendo ella, queriendo poner sus manos a modo de obstáculo para que la cercanía entre ambos disminuyera. Él no se lo permitió―. M-Madara-san ―ahora Hinata fruncía el ceño cuando veía que sus súplicas no estaban siendo tomadas en cuenta―. E-Estoy hablando en serio. No podemos hacer… ―luego la lengua volvía a trabarse cuando intentaba decir lo que quería.
―¿No podemos hacer qué? ―preguntó Madara con un claro disfrute en su voz.
Hinata volvió a verlo, aun con el ceño fruncido.
―Usted sabe ―continuó―. N-No me haga decirlo.
Madara emitió una risa varonil que a ella por poco le hace rendirse y dejarse hacer lo que la voluntad de ese hombre deseara. Pero debía ser fuerte. Si no fuera porque ella buscaba siempre evitar que cualquier Uchiha viera algo inapropiado por los pasillos, especialmente Izuna-kun, estaba segura que ya casi todos en el Distrito Uchiha sabrían sus intimidades con el líder del clan.
―Con esas expresiones me invitas a ser más cruel contigo ―añadió Madara después de un rato en estudiar las bellas facciones de su esposa―. Pequeña seductora.
―¡Y-Yo no…! ―se vio interrumpida cuando Madara la atrajo más hacia él, besándola apasionadamente que el grito de sorpresa quedó guardado en la unión de sus cálidas lenguas y hambrientos labios.
Hinata gimió cuando Madara volvió a acomodarla y sintió un roce entre sus pelvis que la hicieron abrazar con fuerza el cuello de Madara, ladeando más la cabeza para que él pudiera tener más acceso a su cavidad.
El pensamiento de que cualquiera pudiera verlos iba a desaparecieron con cada truco que Madara usaba para hacerla olvidar de todo a su alrededor y enfocarse en cada una de las sensaciones que él solamente le hacía sentir. Y cuando las manos de él apretaron sus nalgas…
Inesperadamente un carraspeo de un espectador no deseado trajo de vuelta a la realidad a Hinata quien despegó la bosa de la de Madara, dejando un rastro de saliva que detonaba la urgencia con la cual se necesitaban mutuamente. Sorprendida de ser atrapada en medio del acto y en tal posición, Hinata giró para ver la cara irritada de Izuna que observaba a ambos con los brazos cruzados.
―¿Se seguirán comiendo mutuamente en la entrada o debo ir a encerrarme a mi cuarto otra vez a esperar a que acaben? ―gruñó el menor de los hermanos.
―¡I-Izuna-kun! ―Hinata rápidamente sintió que todo daba vueltas y que la vergüenza era demasiado grande para que cupiera en su cuerpo―. ¡L-Lo sentimos! ―se bajó de inmediato del cuerpo de Hinata, haciendo una reverencia―. ¡L-Lamentamos que hayas visto…!
―Pudiste salir fácilmente por otro lado ―Madara interrumpió la sarta de disculpas de Hinata y sus constantes reverencias, tomándola de la espalda e irguiéndola para que viera cara a cara a Izuna quien bufó―. ¿No eres un ninja con habilidades únicas para hacerlo?
―Creí que la puerta era usada para salir y entrar, no para que practiques el coito con tu mujer ―respondió el azabache menor, tiñendo ―como si aquello fuera posible― de más rojo a la cara de Hinata.
―Deberías ir al Distrito Rojo en las orillas de la aldea a sacar esa frustración que llevas adentro ―Madara dejó sus sandalias y tomó a Hinata para que pasara, protegiéndola de la mirada de Izuna―. Sirve que se te quita esa cara de envidioso.
Izuna abrió mucho los ojos, inesperado del comentario, y luego frunció profundamente el ceño al analizar las palabras de su hermano.
―¡Yo no tengo envidia de nada!
―No trates de ocultarlo, soy tu hermano mayor, te conozco. Siempre estuviste obsesionado con ganar batallas y ser mi primer general, estar con una mujer de vez en cuando es necesario.
―¡Qué no tengo envidia! ―gritó Izuna, levantando el dedo para apuntar a ambos―. ¡Lo que sucede aquí es que ustedes no dejan de copular todas las noches! ¿Han tenido misericordia de mis oídos? ¡Ni siquiera porque duermo en otra habitación alejada me evito de escucharlos! ―luego miró de mala manera a Hinata quien respingó en su sitio―. ¡Especialmente ella! Siempre gime como… ―inesperadamente las mejillas de Izuna se sonrojaron levemente, captando la atención de su aniki quien alzó una ceja, interesado―. Como… Como si fuera… ―luego, cansado de estar en esa situación que nunca hubiera sucedido si Madara no se hubiera esposado con la Hyuga, revolvió sus cabellos, irritado con todo―. ¡Ah, aniki, ¿por qué tuviste que casarte?! ―dijo al final, aunque sin esperar una respuesta, caminando con pasos furiosos hasta la entrada, tomando sus sandalias―. ¡Más vale que aprovechen las horas que esté fuera para terminar sus asuntos! ¡Algunos solo queremos dormir en esta casa! ―finalizó, deslizando la puerta con un brusco golpe que agitó todo el lugar.
Todo quedó silencioso en el lugar. Después de una larga convivencia con Uchihas, Hinata había descubierto que la mayoría no eran tan silenciosos y estoicos como muchos pensaban. Peleaban constantemente, reían sin filtro y decían lo que pensaban abiertamente. A pesar de que Madara amara profundamente a su hermano menor, y viceversa, en ocasiones ambos se veían envueltos en acaloradas discusiones de las cuales ella prefería no meterse y dejarlos a ellos mismos resolver el conflicto. Pero conociendo a Izuna, quien nunca podía estar enojado tanto tiempo con su hermano mayor, los pleitos no se extendían por mucho. Después de un par de horas, o cuando Izuna volvía de enfriarse la cabeza y Madara terminado todo el papeleo que tenía en su oficina, ambos comenzaban a beber sake y a reírse, contando anécdotas que vivieron ambos durante sus viajes juntos y cuando su padre vivía, junto a sus demás hermanos.
Madara no iba a ir detrás de Izuna, no era la primera vez que tenía una reacción similar. Cuando supo que iba a tomar por esposa a Hinata y convertirla en una Uchiha, el menor estuvo a punto de matar a Hinata frente a sus narices, pero bastó que le mirara con el Sharingan activo, con el Mangekyou pintado en ambos ojos para hacerlo desistir. Podría confesar que aquella había sido una de las peleas más violentas que mantuvo con Izuna. Y aunque el menor no aceptaba ―completamente― a Hinata, había aprendido a tolerarla. Ya no la ignoraba como en un principio cuando ella le preguntaba algo ni despreciaba sus comidas al saber que el sazón de su esposa era el mejor de todos.
Izuna ya era un hombre y no necesitaba estar a su lado para vigilar que no hiciera tonterías. Había madurado, un poco al menos. Confiaba en que no haría nada estúpido. Solo necesitaba algo de aire frío que le refrescara la cabeza. Cuando eso ocurriera, estaría de regreso. No quería hablar sobre los asuntos conversados en la reunión del Consejo con un Izuna enojado.
―¿Estará bien? ―la voz de Hinata le hizo verla. Notó la genuina preocupación en sus ojos ópalos y no la vergüenza que antes los teñía.
―Lo estará ―contestó―. No hagas caso a lo que dice ―aseguró a su esposa, acariciando su suave cabello―. Nunca ha estado en contacto con mujeres y es complicado para él saber cómo actuar. No es como si mi padre hubiera tenido tiempo de sobra para explicarle bien cómo funcionan las cosas entre un hombre y una mujer, así que resumió gran parte de eso.
―Aun así ―ella no lucía convencida del todo. Izuna-kun ahora era su familia, su cuñado, debía respetarlo y velar por su bienestar a pesar de que a éste la idea no le agradara del todo―, creo que tiene un punto ―susurró―. Quizás deberíamos…
―No ―cortó Madara, sin importarle qué iba a decir Hinata, pero por la expresión en su cara supo que había hecho lo correcto.
―N-Ni siquiera he dicho nada aún...
―Puedo leerte con facilidad, Mochihime ―que la llamara de repente por ese apodo que le puso cuando se conocieron por primera vez hicieron a Hinata sonrojarse y fruncir las cejas al mismo tiempo―. Y no es la respuesta. Hay pocas cosas en este mundo que me hacen disfrutar de mi vida y hacerte el amor es una de ellas. No voy a dejar de hacer eso.
―¿P-Por qué tiene que ser tan…? ―Hinata apretaba los labios, presa de la vergüenza que Madara Uchiha siempre le hacía pasar por ser tan directo y sin ningún pelo en la lengua―. ¡N-No tiene que decir todas esas cosas en voz alta!
―Expreso lo que siento por ti, ¿qué no querías que fuera más claro con respecto a lo que me haces sentir, Mochihime?
―¡N-No de esa manera!
―Hai, hai ―Madara no pudo evitar sonreír maliciosamente cuando detectó que Hinata bajó la guardia. Sin que ella se lo esperara, la tomó de nuevo pero ésta vez colocándola por encima del hombro, como si llevara un costal de arroz―. Podrás hacerme saber todas tus quejas en nuestro lecho ―a medio camino del pasillo que conducía a su aposento matrimonial, Madara le propinó una pequeña nalgada al trasero de Hinata―. Si es que aun tienes energía después de que termine contigo.
―¡¿Eh?! ―Hinata enrojeció ante eso último, tratando de bajarse pero el Uchiha era más fuerte. ¡Por todos los dioses y sabios, él era uno de los shinobis más fuertes del Mundo Shinobi, nunca podría hacerle frente!―. ¡Madara-san!
―Oh, Madara-sama, Hinata-sama, bienvenidos ―la ama principal y a quienes los hermanos Uchiha tenían más confianza por haberle servido a su madre cuando ésta vivía, Umiyashi, los interceptó a mitad del camino, sin sorprenderse del alboroto que ambos esposos hacían―. Tendré lista la cena…
―No creo que la señora Uchiha y yo acudamos al comedor por esta noche ―anunció Madara con total normalidad, ignorando la manera en que Hinata continuaba sacudiéndose encima del hombro―. Puedes enviar a una de las chicas a dejar nuestros alimentos fuera de nuestra habitación, comeremos cuando podamos ―luego mostró una sonrisa―. Ahora la única responsabilidad de la señora Uchiha es complacerme.
―Entiendo, Madara-sama ―Umiyashi sonrió gentilmente―. Si alguien viene a buscarlo, diré que se encuentra ocupado en expandir el linaje Uchiha ―con eso dicho, Umiyashi hizo una reverencia, dejando pasar a la pareja.
Hinata quiso pedirle a la ancianita que le ayudara. Era tan dulce y de las pocas Uchiha que le dieron la bienvenida sin importarle que fuera una Hyuga pero ella parecía estar del lado de Madara en cada uno de sus malévolos planes, como éste.
Antes de desaparecer en la próxima esquina, Umiyashi ladeó el rostro para dedicarle otra sonrisa amable, servicial, como si toda aquella situación fuera el día a día dentro de la Casa Principal de los Uchiha.
―No se preocupe, Hinata-san, tendré listos los ungüentos para mañana.
Y he ahí la última oportunidad de salir librada de una noche que, sabía muy bien, sería de todo menos descanso. Especialmente con Madara así de motivado.
