Gracias, Yani, por ayudarme a betear el capítulo.


Disclaimer: la mayoría de los personajes mencionados son propiedad de Stephenie Meyer.

Capítulo 12

Un año antes…

¿Dónde están todos? ―le pregunté a Angela al ver que era la única persona que estaba en la mesa del restaurante.

Había conducido como loco al saber que era tarde. Mi madre propuso cenar juntos y era extraño no ver a nadie, más raro que no respondiera mis llamadas y mensajes.

Creo que nos dejaron plantados ―murmuró cohibida.

Me pasé una mano por el pelo. Era una manía que no podía controlar.

Lo mejor será irnos ―dije.

¿Por qué no cenamos? ―propuso―. Ya estamos aquí.

Me debatí en negarme, nunca cenaba sin mis hijos, sin embargo, el ruido de mis tripas me hizo desistir. No había nada malo en cenar con ella, ¿o sí?

Me froté las manos en el rostro de manera incesante.

Recordaba esa cena como la más incómoda que había tenido en mi vida, y todo lo que había desencadenado hasta el día de hoy por haberme quedado.

Vivía dentro de mí un sentimiento de rechazo que no me permitía sentirme bien conmigo mismo.

―Papá, no dejes de batir el puré de papas.

Amy daba órdenes desde la encimera donde ella servía los espárragos.

Era común compartir las tardes preparando la cena entre los tres. Era un hábito entre nosotros que me negaba a romper, era nuestro momento de compartir nuestro día. No obstante, llevaba tiempo queriendo externar con ellos un tema que mantenía guardado y no podía esperar más. No quería mentirles.

―Sam, ¿has terminado de poner la mesa? ―Amy seguía manteniéndose en su papel de pequeña señora. Era quien siempre daba órdenes a la hora de preparar la cena.

No podía negar que me gustaba su actitud de líder.

―Todo está listo ― aseguró Sam al llegar con nosotros a la cocina―. ¿Quieren que ayude en algo más?

Amy levantó la mirada viendo hacia el sartén con salmón.

―Está todo en orden ―contestó ella.

―Ardillas, ¿podemos hablar?

Capté su atención en cuestión de segundos

Suspiré, no sabiendo cómo proseguir. Apoyé los codos en el granito de la encimera y miré a mis hijos.

Amy era una niña de nueve años y medio. Se había convertido en la mujercita de la casa que se encargaba de que hubiera orden y limpieza. Era la pequeña chef.

En cambio Sam era más desenfadado. Se acoplaba a lo que había sin protestar. Aunque eso no significaba que su opinión no importaba. Era simplemente un niño que disfrutaba de su tiempo con amigos y que debía ayudar en las tareas de casa al igual que su hermana.

No me convertí en un padre permisivo. Los crié de forma que aprendieron a ganarse cada cosa deseada. Había reglas y debían seguirlas sin protestas. Pero también los seguía educando para que sean unos niños compasivos y amorosos.

Podría agregar que Leah formaba parte de que ellos estuvieran bien emocionalmente, seguían asistiendo a terapia y, aunque su corazón no sanaría una pérdida como la que sufrimos, habían mejorado en todos los sentidos.

―Pareces extraño, papi ―comentó Amy.

Alargué la mano y acaricié su mejilla. Mi niña era idéntica a su madre.

Bella, aún no te olvido, no lo haré nunca, cariño. La casa seguía teniendo su esencia y cada cuadro seguía estando en el lugar que ella eligió, ¿y yo? Yo la seguía amando como la primera vez.

―Empecemos a cenar ―indiqué, acercando un plato de comida para cada uno.

Los dos se sonrieron entre sí. Empezaron a comer salmón, ambos con sus ojos fijos en mí. Por sus miradas percibía que ellos intuían algo distinto en mi persona. En realidad, no sabía si la palabra distinto era correcta, pero era un hecho que ocultaba información.

De pronto mis pensamientos volvieron a ese día de la cena.

Lo siento murmuró sobre mis labios.

Me quedé paralizado sin poder reaccionar. No pude responder cuando sus labios se presionaron con los míos, solo me quedé estático.

No podía creer que Angela me hubiera robado un beso.

Lo menos creíble sucedió después de ese beso; nuestra naciente amistad se fue consolidando. Angela escuchaba atenta cada palabra que le decía sobre Bella, le conté la forma en que nos enamoramos y lo mucho que la extrañaba.

Se convirtió en mi apoyo incondicional. Cuando sentía que no podía más, era quien me sostenía y me ayudaba a salir de ese bucle de malos pensamientos. Sin embargo, un día nuestra amistad tomó un camino distinto que nunca imaginé pasar con ella y, aunque muchas veces me maldecía por haberlo permitido, Angela quería salir de las sombras, pero yo aún no estaba listo.

―Papá, ¿pasa algo malo?

La suave voz de Amy se coló en mis ensoñaciones para llenar de más culpa mi alma.

Me aclaré la garganta.

―¿Nunca se preguntan por qué hay días que llego tarde? ―inquirí.

Amy volteó hacia mí. La impresión de su mirada me erizó la piel por completo y puede que hasta la respiración se atascara en mi pecho.

Tenía tanto de Bella. Me la recordaba a cada segundo y era quien me hacía querer desistir cada día y replantearme si estaba bien lo que hacía.

―Nos has dicho que te quedas a trabajar ―respondió Sam.

―No siempre ―exhalé. Necesitaba tanto valor para poder continuar―. Estoy saliendo con alguien.

Los ojos de ambos se ampliaron. De inmediato me odié por hacerles pasar un mal rato.

―Sé lo que dirás ―acotó Amy―, puedo verlo en tus ojos.

Exhalé ruidosamente. No tenía caso seguir ocultando lo evidente.

Amy salió corriendo hacia su habitación. Sam y yo compartimos miradas por escasos segundos y reaccionamos de la misma forma: fuimos tras ella en completo silencio.

―¿Podemos hablar? ―Abrí la puerta.

Hacía tiempo que habían dejado de compartir habitación, cada uno tenía su dormitorio y su propio espacio, haciéndose responsables del orden.

Sam corrió a sentarse en la cama mientras Amy se levantó, no queriendo compañía, y caminó hacia la ventana, justo donde la fotografía de Bella permanecía desde hacía cuatro años.

No aparté mis ojos de su imagen.

—Estoy saliendo con Angela ―confesé sintiendo remordimiento. Jamás creí que un día podría decir estas palabras.

Los dos me miraron y pude notar la decepción en sus semblantes, los estaba hiriendo y saberlo me dolía. No estaba en mis planes.

―¡Dijiste que no salías con ella! ―reclamó Amy―. Dijiste que la abuela Esme mentía ¡y tú eres el mentiroso!

―¡Esa vez no era cierto! Lo hablamos y resolvimos que todo fue un malentendido ―les recordé―. Hagan memoria, yo no estaba saliendo con Angela aquella vez.

―¿Y por qué ahora sí? ―increpó mi hija―. ¿Qué cambió?

Encogí mis hombros. ¿Cómo les explicaba que me sentía solo?

―No la quiero. ―Sam fue honesto y no pude reprenderlo, no podía decirle nada.

―Yo tampoco la quiero, no la querré nunca porque ella no ocupará el lugar de mi mamá ―expuso Amy.

―Ni Angela ni nadie ocupará el lugar de Bella, esa nunca ha sido mi intención ―les expliqué―. Solo quería ser honesto y que ustedes estuvieran enterados de que… ella y yo estamos saliendo.

El cómo ocurrió ni yo lo sabía con claridad, suponía que mi soledad me hizo acercarme a ella, confiar y… era tan hipócrita porque nunca iba a olvidarme de Bella.

Tiré de mi pelo.

Mi esposa seguía tatuada en mi corazón y pensamientos. No había noche que no pensara en Bella, mi esposa era la razón por la que yo no podía corresponderle a Angela, ni física ni emocionalmente.

―No quiero volver a la casa de la abuela Esme, porque esa mujer estará ahí y no quiero verla ―espetó Amy, su hermano se había puesto tras de ella llevando una mano a su hombro en señal de que pensaba lo mismo.

―No los obligaré ―afirmé―. Solo no quiero que esto intervenga en nuestra relación de padre e hijos, en lo que hemos forjado estos años…

El timbre me interrumpió. Maldije en voz baja caminando hacia la entrada, apenas abrí la puerta y quise cerrarla de golpe.

Angela estaba frente a mí con una amplia sonrisa y un pastel en sus manos.

―Hola, pasé a visitarlos.

Mi estómago se revolvió al escuchar los pasos de mis hijos, di un paso al frente y cerré la puerta tras de mí.

La rabia empezó a recorrer cada célula en mi interior.

―¿Qué haces aquí? ―No me molesté en ocultar mi enfado.

―Quise pasar a verlos, quiero que los niños sepan que tú y yo…

Tiré de su brazo llevándola a su coche que estaba aparcado frente a la acera. Ella no se resistió, solo se quejaba de que la estaba lastimando.

―Ese no es problema tuyo. No quiero que vuelvas a venir a la casa de mi esposa, de mi familia.

―Ed, yo creí…

―¿Por qué haces esto?

―Quiero una relación seria, Ed.

―No te prometí nada ―espeté―, siempre te dije que Bella seguía estando en mi corazón y así aceptaste esto que no sé ni cómo llamarlo.

―Estamos juntos ―verbalizó en voz baja―. Pero no importa, te dije que yo tendría amor para los dos, que sería paciente y lo seré.

Intentó abrazarme e instintivamente di varios pasos atrás. No me di cuenta que el pastel había caído encima de mis zapatos.

Angela hizo un mohín al ver el desastre y abrió la puerta del auto sin dejar de mirarme.

Su sola presencia en casa de mi familia me hacía sentir miserable y no podía continuar así.


Disculpen la demora, a veces la vida pone tantas trabas que es imposible actualizar. La intención de este capítulo es que noten la encrucijada en la que vive Edward y no porque haya olvidado a Bella sino porque siente que la traiciona, mientras que por otro lado Angela empieza a presionarlo.

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